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Número 189-190

Serie XIX

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Ha muerto Dios?

¿HA MUERTO DIOS?
POR
GusTAVB THIBON
Un mundo sin Dios deja de ser humano. La muerte de Dios
en el corazón de los homhreS por hostilidad, por olvid-o_, por
indiferencia,
¿ cuántas veces ha tratado este tema Gustave Thi­
bon
en sus conferencias? Conservando voluntariamente la es­
pontaneidad oral
de Thihon, Permanenoos, núin, 169, de mayo­
abril 1980 -y agradeciendo a Gustave Thihon su autorización
para publicar el text.o de su conferencia-, reprodujo é&ta ín­
tegramente, porque su actualidad no
ha cesado de ser confir­
mada

día a día por los acontecimientos que nos rodean
y_ que
tejen la trama de la actualidad internacional. En el mome:Óto
en que el "Office International" ha planteado públicamente
el problema de "la dignidad del hombre frente · a las opresio­
µ.es", de lo que se trata realmente es de la muerte de Dios en
la sociedad de los hombres. Verbo tiene el gusto y el honor
de reproducir en ca81:éllano· esta cOnfei-encia.
* * *
No es fácil hablar de Dios. Porque este nombre sagrado, al pasar
por las bocas que

lo
transmiten, queda

manchado
por todas sus li­
mitaciones y todas sus impurezas.
En otro tiempo, el césar germánico (Kaiser) era llamado «por­
taespada de Dios», y, en la realidad, usaba la espada
muchas veces
por

intereses distintos
al de Dios. Hoy día, Dios _no tiene ya porta­
espadas, pero

tiene muchos portavoces. que le traicionan, sin duda,
tanto como le
traicionaba el

césar
germánico.
Me

propongo evocar el
problema de
la muerte de Dios. Eviden­
temente, cuando se habla de la muerte de Dios no se habla de Dios
mismo. Porque Dios existe o no existe. Si no existe no puede morir.
Y
si existe, es inmortal.
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Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
Por consiguiente, de lo que yo quiero hablar es del eclipse de
Dios en el espiritu de los hombres. Esto es
infinita.mente grave,
pero
Dios sigue siendo el que era. Como decía Víctor Hugo:
«la sombra
del eclipse no
cae sobre el sol». El no lo decía hablando de Dios, sino
hablando de si mismo, durante
el Segundo I¡nperio, cuando estaba
exilado
y había perdido una gran parte de su audiencia en Francia.
Si

esto es verdad respecto a Víctor
Hugo, lo
es mucho
más res­
pecto a Dios. Pero si este
eclipse se

prolonga,
amena>a con

hundir
a la humanidad en una noche terrible, en un
frío mortal.
Y bien
lo sintió Nietzsche, que fue el anunciador, el profeta de
la muerte de Dios.
«DiQs ha muerto». E innumerables son los textos
de
Nietzsche que habl¡¡n de

desesperación,
de agonía,
del
apocalipsis
que

espera a
la humanidad

privada de
ese rumbo eterno, de ese su­
premo
punto de referencia.
Eclipse de Dios en el
aJrna, en
el espíritu, en el
cora26n de loo
hombres.

Me
dirán que
Dios ha sido siempre
más o menos negado
u
olvidado. Ya en la antigüedad pueden citarse nombres corno el de
Lucrecio.
En el «gran siglo», había seres llamados libertinos, lo que
-,;ignificaba ateos.

Sólo que eran relativamente
minoritario< y

la so­
ciedad seguía impregnada de religión hasta
sus profundidades.
Hoy

en día, Dios no es solamente negado. Cuando se le niega,
cuando se le ataca,
quizá no

es
tan mala señal. Lo más grave es el
olvido, la indiferencia. Cuando no impregna la vida,
lo divino llega
a una especie de descomposición dentro de las almas, de
tal modo
que,
para muchos hombres, la palabra Dios no tiene sentido: es ne­
cesario, en cierto modo, reinventarlo.
Un comerciante de mi pueblo me dijo un día: «El señor cura
me compra " mi, que no voy a mis", igudl que di otro tendero, que
si V"-Y a ve usted: es qu~ me "gtadece que no vay" a verle hacer
esas tonterías que tiene que hacer el
pobre

hombre
para ganarse la
vidtl»,
¿Qué es lo que ha pasado?
1160
Fundaci\363n Speiro

¿HA lliUÉRTO DÍOS?
No es que el hombre sea ahora más sabio que aotes, bien lejos
de eso. La herida del
pecado original sigue notándose hoy como
siempre.

El hombre no se
ha hecho más sabio; se ha hecho más po­
deroso. Conoce mejor el mecaoismo de
las causas segundas y es in­
finitamente más
capaz de

maoejarlas. Esto se constata en todos los
dominios.
En primer lugar, en el orden de los acontecimientos. El hombre
de hoy está
mucho mejor
armado contra plagas naturales, contra
las
enfermedades, contra las rnil vicisitudes que en otro tiempo le ame­
nazabao
y
aote
las cuales no tenía otro recurso que la oración. Ahora
está armado para defenderse; el miedo le lleva a Dios menos que
antes, salvo, en Wtima instancia, a la hora de la muerte.
Dios

retrocede igualmente en el dominio psicológico. Muchos es­
tados de ánimo que en otro tiempo se atribuíao al alma e indirecta­
mente a Dios, son hoy día analizados, desmonta.dos todos sus pieca­
nismos
y, en apariencia, explicados. Se ha analizado cómo se pro­
dm:e en el interior del hombre el sentirniento religioso. Se ha creído
explicarlo de

tal modo que se ha hecho de Dios un producto del
hombre. Se atribuye a mecanismos, a determinismos, lo que en otro
tiempo se atribuía al alma rnisma, con su libertad y su responsabi­
lidad.
Un ejemplo entre mil. Yo tengo en mi casa la biblioteca de un
tio abuelo

que hizo estudios en el
seminario. &tos libros

están es­
critos en un latín que no es el de Cicerón ni el de Tácito y, por eso
mismo, es mucho más legible. Un día, leyendo uno de esos libros,
encontré una descripción de un pecado designado con el nombre de
«acedia». & una palabra muy difícH de traducir, que quiere decir
desgaoa de vivir, aburrimiento.
La mejor traducción sería la palabra
inglesa «spleen». La «acedia» era considerada como un pecado mor­
tal, como un atentado contra Dios
que nos

había concedido la graoia
de la vida. Pues bien: en la descripción de la «acedia» se encuentran
poco más o
menos los síntomas de
lo que hoy se llama depresión
nerviosa.
Se consideraba al hombre responsable de su estado de ánimo.
Se le exigía
tener valor
para librarse de ese
pecado.
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Fundaci\363n Speiro

GU$TAVE THIBON
Hoy día se le manda a una clínica y se le dan medicinas. Se le
libera de la
responsabilidad. Y,

al hacerlo, se le priva de su libertad.
"La religión de mi rey y de mi nodriza"
En el terreno sociológico, el fenómeno es mucho más notorio.
Dios estaba en otro tiempo presente en todos los aspectos de la so­
ciedad; los jefes eran religiosamente reconocidos. Los reyes eran con­
sagrados; eran, en cierto modo, elegidos por Dios: toda autoridad
estaba reconocida como venida de Dios. Hoy
los jefes

son elegidos
por
el pueblo. Los oficios, las profesiones, estaban •impregnadas de
religión,
de carácter sagrado.
Los nombres de las ciudades eran nom­
bres de santos. En
loo tribunales

había un
crucifijo. Todo
estaba su­
mergido en una atmósfera religiosa.
La religión se apoyaba sobre una cimentación sociológica muy
fuerte. Descartes, cuando le arusaban de no ser ortcxloxo, respondía:
«Soy de la religión de mi rey y de mi nodriza».
Aquello tenía, por

supuesto,
toda la pesadez inherente al fenó­
meno

social, pero
también toda una base

de costumbres, de prácticas
que conducían al hombre hacia
Dioo.
Lo

que
noo llevaba

a Dios
taml,ién era

la muerte, la muerte que
pesaba sobre el hombre mucho
más que ahora. En primer lugar, por­
que la longevidad era mucho menor
y, además, porque la inseguridad
general debida
al hambre, a las guerras, a las epidemias, mantenía
sin cesar su imagen ante
los ojos de

los hombres.
Hoy existe un

retroceso de la mortalidad
y un retroceso de la
muerte: los hombres cada vez se dan menos cuenta de que van a
morir. Yo he viv,ido la época en que los viejos campesinos conocían
su próxima muerte. La sentían venir. Presidían su propia muerte
con perfecta consciencia, distribuíao sus bienes, dabao consejos. Todo
esto desaparece cada vez más.
Se considera
de mala educación el pre­
venir a un enfermo de su fin inminente.
De modo que los hombres mueren sin saberlo. El acto más impor­
tante de su vida se convierte en un acto inconsciente. ¿Cómo acor.
darse de Dios en estas condiciones?
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Fundaci\363n Speiro

¿HA MUERTO DIOS?
}{ay ahora como un flujo del poder humano y un refllujo del
poder divino en
el alma. El hombre, en cierto modo, se ha apropiado,
no ciertamente la pureza
y las perfecciones de Dios, sino su poder.
Mistral, con una extraordinaria presencia, descr:ibía hace cien
años a la humaoidad futura dominando a su gusto al mundo natural,
mientras que
Dios se retiraba paso a paso aote el hombre soberaoo.
Este fenómeoo del eclipse de Dios, de la muerte de Dios en el
hombre, nos coloca frente al hombre que
llamamos «prometéico».
El

hombre
artesaoo de

su propio destino.
Pues bieo :
a:! mismo tiempo que se constata la muerte de Dios,
se convierte en un lugar común anunciar la muerte del hombre. En
el fondo, el hombre se diviniza cada vez más,
y su divinización está
muy cerca de su disolución. Esto es muy significativo y me hace pen­
sar en la frase del emperador Vespasiaoo moribundo. Alguien le
preguntó cómo estaba
y él respondió, no sin ironía, y sin duda en
previsión de la
apoteosis que
se dedicaba a todos los emperadores
difuntos:
< perdidm>.
Bonito eufemismo.
Una

libertad colgada del vacío
Y o creo que ocurre igual
con todas las c:ooas creadas : su divini­
zación
es el primer síntoma de su agonía. El hombre no escapa a
esta regla. En efecto, ¿qué
nos trae el mundo moderno? Al mismo tiempo
que una proliferación y un
perfeccionamleoto prodigi050 de

los me­
dios, ¿no nos trae una ausencia vertiginosa de sentido
y de objetivo?
Nos da infinidad de medios para vivir; pero ¿qué vida? Cada vez nos da menos razones de vivir, y por eso la
mayoria de

las filosofías
modernas, salvo el marxismo, que tiene su esperanza específica, son
filosofías de la desesperación. Del sartrismo que exalta la libertad hasta el infinito, al
estructu­
raHsmo que la niega casi totalmente, estas filosofías coinciden en
las mismas conclusiones. La conclusión central es la expresada por
un filósofo contemporáneo:
«ndda tiene sentida más que por el
ho'mbre y el hombre no tiene sentido».
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Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
El hombre cae de Dios sobre sí misnió.
Sartre nos dice que el hombre es «una pasión inútil»,' un pontí­
fice del estructuralismo añade que «el hombre es un montón de
palabras en
liria masa
de protoplasma».
Esto no noo lleva
muy lejos.
Para otro, «el hombre es el lugar anónimo en que reinan las est,uc­
turas». Esta es una visión de la existencia separada. del ser. Privado
de la garantía divina, el hombre se ve, por ello mismo, privado de
su finalidad. «Alli donde no h~y Dios, tampoco hay hombre;>.
Pero para mejor percibir lo que representa este reflujo de Dioo
en

el alma y la conducta del hombre, quizá convenga meditar sobre
aquéllo por lo cual se sustituye a Dios; es decir, sobre las
luces ar­
tificiales

que pululan cuando se
ha puesto el sol divino.
Chesterton decía ya que «cuando se de}a de creer en Dios, no
es para no, creer en nad~, sino para cre·er en cufMqu;er co1.rr1>>.
Estamos

en los
tiempoa temidoo por loo galoo, que, según se

nos
enseñaba en la escuela primaria, no temían más que una sola cosa:
la caída del cielo sobre la tierra.
Esto es lo que, simbólicamente, se ha realizado hoy:
el cielo noo
ha

caído en la
cabeza; o,

para decirlo como Bossuet:
«el hombre ha
caldo dé Dios sobre si mismo-», y, al caer sobre sí mismo, se ha
roto.
En efecto, lo sagrado, lo divino, subsiste en todas partes. Pero
degradado, corrompido, falsificado. Como el hombre no puede vivir
solo de pan, de felicidad, de poder, necesita una
fe; necesita, lo quie­
ra o no, un
ideal, y

cuando ya no hay
Dios, los

falsos ideales pululan
como las moscas sobre wi cadáver.
Se reprocha algunas veces a la religión una cierta tosquedad en
los ritos, en las prácticas, en Ia disciplina, en la moral. Reconozco
que no faltaban en ella impecfecciones ni, incluso, supersticiones.
Pero Baudelaire decía que la superstición es el
«defi6sito de
todas las verdades». Cuando uno es joven, es siempre más o menos
idealista. En otro tiempo, ciertas cosas de la religión cat6lica me re·
pugnaban mucho, cierto modo de recitar el rooario, de obtener in­
dulgencias, todas estas apoyaturas psicológicas y sociológicas un poco
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Fundaci\363n Speiro

¿HA MUERTO DIOS?
burdas. Pero es conveniente recordar la recomendación del arzobispo
de París a
Bossuet
después de· la crisis del quietismo. El quietismo
era el puro amor. No
hacía falta otra cosa que amar. No se nece­
sitaban
jerarquías,

ni prácticas.
Entonces, el
arzobispo de París es­
cribió a
Bossuet esta frase que puede parecer cínica, pero que es
admiral,le: «hágame usted

una religión
más espesa». Es decir: pón­
gala al alcance de los hombres, dele esa aleación sin fa cual lo divino
es demasiado
frágil e

inaccesible
para la inmensa mayoría de las
almas.
Me acuerdo de que, cuando yo me indignaba ante estas prácticas,
un

viejo capuchino me decía:
«mi pobre Tbrb(Jn, el catolicismo es
un comedero
donde htly ͺ"''Í' par" todos los hocicos». De hecho,
el catolicismo puede satisfacer a un Bias Pascal, a un
San Juan de
la. Cruz, a una Simone W eil, lo mismo que a una Bemadette Soubi­
rous o a los niños de · Fátima.
Y o veo precisamente en ello un signo de divinidad.
¿Qué representan, en cambio,
los nuevos mitos? Porque no son
mitos lo que nos falta hoy.
Hay uno que comienza a desmoronarse, pe~ que-.aún conserva
solidez : el mito del progreso. Este es el gran dogma moderno, tan
indiscutido, a!l menos en ciertas mentes, como infundado. Consiste
en
afirmar que

el
hoy vale

más que el
. ayer
y que el
mañana valdrá
necesariamente
más que el hoy. De tal modo que a principios de
siglo los propietarios de
a,lgunos cafés los denominaban indiferen­
temente
«c De aquí la valoración desmesurada de la · idea de cambio, como
si
bastara cambiar. las cosas. para obtener su mejoramiento.
A lo
cual responde esta palabra de un padre griego: «Nada pue­
de cambiar en el hombre indivin"1nenlt!>> (atheos: es decir, sin la
ayuda de Dios, sin
la gracia). Esto es también lo que dice la liturgia:
«En el hombre no hay nada inocente sin tu ayuda>>:
El puro amor:· .. revolucionario
No me extenderé sobre el mito del consumo, del que se ha ha­
blado

ya demasiado. Queda el
mitó de la revolución que representa
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Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
un papel fundamental, ya que en mochos espíritus la fe revolucio­
naria ha

tomado el relevo de la
fe religiosa. Y es que ofrece a los
hombres un
sucedáneo de

la
trascendencia y del misterio.
Hay que examinar esto muy de cerca: Pa.ra WI verdadero revolu­
cionario, el fin de la revolución no está en las reformas sociales;
no está en el bienestar; no está en 1a .libertad. Como el fin de Dios
está en

Dios, el fin de la revolución está en
el.la misma. Hay textos
muy

significativos. Por ejemplo, un
texto de

Stalin que declara que
«pará el rejqymista, la reforma lo es todo, pero par" el re-volucio­
nario, en f.Wmbio, lo eJerttial es el trabajo revolucionario y no· la re­
for1m1>>. La reforma no es más que el producto accesorio de la re­
volución. La misma idea se encuentra en uno de los dirigentes de
la China actual, que decía que «el objet{) de la reforma agraria no
es
dar la tierr" a los campesinos pobres ,zi aliviar ,,, miserit>. Este
e.r

un
Mea/ de filántropos ---- jetivo es la liberación de las fuerzas revolllCiondrÍtJS>>. ¿Con qué fin?
No
nos fo diéen. En el fondo, los caminos de la revolución son im­
penetrables, como se decía en otro tiempo de
los caminos
de Dios.
No
estamos muy lejos

del
puro amor de los místicos, indiferen­
tes a

la
recompensa y al castigo. La revolución no está al servicio
de los hombres, es el hombre el que está al servicio de la revolución.
Así, pues,. si exceptuamos . la gracia y la salvación del alma, es­
tamos en plena teología negativa. Es un sucedáneo casi completo del
cristianismo.
Malraux decía que una civilización no puede fundar sus valores
por
mucho tiempo
sobre otra
cosa que
una religión.
Decía también que la religión de las ciencias y de
las máquinas,
la más potente civilización que el mundo ha conocido, no ha sido
nunca capaz de edificar un templo ni una tumba. Esta idea me pa­
rece impresionante, porque, en el fondo, para edificar un templo se
necesita creer en el dios que
ha de habitarlo, y para edificar una
tumba se necesita creer en ia muerte que nos devuelve a ese dios.
Pero se ha dicho: «el reino de Dios está dentro de vosotros».
Para escapar al
vacío interior

están muy de moda dos remedios:
el
placer y

la
revolución.
ffi placer. Es· Calicles diciendo a Sócrates que no hay nada más
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¿HA MUERTO DIOS?
bello que el placer, y que hubiera querido conocer un placer satis­
factorio, constante, y. rápidamente renovado. Sócrates le respondió:
«Tu ideal es, pues, el sarnoso, paca el cual el placer de rascarse se
renueva sin cesar». ,
La revolución. Es el trastrueque del mundo exterior, del cual se
espera que devuelva al hombre su alma perdida. Pero el remedio es
sólo
exterior. Y el

remedio profundo está en el interior del hombre.
«¿De qué le sirve al hombre ganar todo el :mundo si pierde su alma?>>.
Hay en nuestras conquistas del mundo exterior una prueba deci­
siva de la fe. Bossuet, hablando de los
grandes de
este mundo, de
César, de Alejandro, a quienes Dios
había dado tanto poder, decía:
«Dios
les. ha dado el imperio del mundo como un presente sin valor.
Hoy día, ese imperio
del· mundo, que

era
.en otro
tiempo, privilegio
de algunos potentados, tiende a dilatarse a la medida de la
hwna­
nidad

entera».
En el orden del tener, noootroo, indiscutiblemente, no tenemos
el
poder de
César, pero tenemos mil cosas que César hubiera
podido
envidiarnoo.
Se ha calculado que un americano medio que tiene a su
disposición un automóvil
y los electrodomésticos corrientes, dispone
de la energía que proporcionaban en otro tiempo cien esclavos como
poco.
La tarde de la batalla de Austerlitz, a· alguien que le pregun­
taba:
«¿No le g11stdria a 11sted ser. Diosl», Napoleón le dio esta
extraordinaria respuesta: «No; Dios es
.un callejón
sin salida». He
aquí el ,hombre del devenir. T-Odos corremos el riesgo de hacernos así
a causa de las muchas posibilidades que tenemos de distraemos de
Dios
y de nosotros mismos. Quizás vemos de Dios más su poder que
su perfección, su justici.a, su amor ...
Ante la pureza, ante la verdad, somos tan pobres, estamos tan
desarmados
y tan reducidos a la súplica como en los primeros días
de la
hwnanidad. «Sed perfectos, como 1111estro padre celestial es
perfecto». No dijo: «sed poderosos».
Y o creo que, por todo esto, el mundo en que vivimas nos invita
a una severa purificación de la fe. En este mundo del que Dios pa­
rece ausente, incumbe a cada uno de. nosotr06 traer a Dios al mundo
con humildad, por medio de la oración.
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Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THlBON
No pedirle a Dios otra oosa que él mismo.
Vivimos en un mundo que ha dejado de ser una cristiandad. Esto
debe llevamos a
interiorizar las

relaciones del hombre con Dios y,
cada
ve2 más, a no pedirle a Dios otra cosa que él mismo.
Nietzsche, presintiendo las
consecuencias de la muerte de Dios,
hace esta confesión: «cuando todas las permutaciones se hayan ago·
tddo, ¿qué sucederá? ¿No nos veremos obligados a vo,/ver a la fe,
y quizá a la fe cdló/kai'>>.
Y o creo que esta confesión cobra todo su valor en nuestros días,
tras el agotamiento de
tantas permutaciones, de tantas revoluciones
que han
desemboca.do todas

en lo contrario del ideal en cuyo nom­
bre habían nacido.
En efecto ... ¡cuántos abortos! Yo, al fin y al cabo, aún no tengo
cien años, y, sin
embargo, ¿a cuántos no he asistido ya? He vivido
la guerra del 14, aquel suicidio atroz de Europa, aquél crimen im­
perdonable que se cometió en nombre de
la civilización. ¿Qué salió
tle él al cabo de veinte años? Hitler y Stalin. ¿Se puede imaginar
nada peor? He visto desarrollarse la revolución rusa; ¿qué queda de
ella sino un aumento de opresión?
He conocido el ideal de la Resistencia: la República pura y dura.
¿Se

puede
hoy hablar de ello sin reir?
En este extravío universal no queda otra cosa que nuestra vieja
senda cristiana, vieja
y eterna. Y, por consiguiente, siempre nueva.
Sólo ella da sentido a nuestro destino, justamente porque hace
de la vida un camino
y de la muerte una puerta. Todo el problema
está en eso, porque si la vida es un camino, es que lleva a alguna
parte. Pero

si
en este
camino queremos hacer nuestra morada, como
no está hecho para eso, ya no tenemos ni camino ni morada. Y, por
cierto, justamente en las épocas en que el hombre ha sido más cons­
ciente de su destino transitorio aquí abajo, de que la tierra es un
lugar de
paso, es cuando el orden social ha sido menos inestable. Es
un fenómeno histórico. Por d contrario, si se quiere construir sobre
ese camino algo inmutable y definitivo, el camino no lo sostiene.
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¿HA MUERTO DIOS?
Lo cual haáa decir a un político inglés que la sociedad se convierte
en
nn infierno
a medida que se quiere
hacer de
ella
nn paraíso.
El

mundo
moderno sufre,
ante todo, de una carencia de eterni­
dad. Y a esta
eternidad llama, annque ignore

su nombre, por medio
de sus esperanzaS d"escamlnadas y de la desesperación consecutiva a
su aborto. Y lo que nos pide a nosotros, los cristianos, no es quizá
nec¡esariarnente que pongamos el reloj de la Iglesia a la hora del
mundo, sino que le ofrezcamos una luz y un amor que están fuera
del tiempo.
Lo que nos pide no es que participemos de su fiebre, sino que
le curemos. No es que nos extasiemos ante sus
obras y sus conquistas
--que, en su dominio, son, en efecto, extraordinarias--, sino que
llenemos el vacío incurable que esas obras y esas conquistas dejan en
él. En nna palabra, no es tanto que nos adaptemos a él como que le
demos lo que le falta.
Hoy día, la mejor prueba de la existencia de Dios sería nna prue­
ba negativa. Sería llevar a los hombres la conciencia de la nada y
de la mentira, de todo aquello por lo que en vano intentan reempla­
zar a Dios.
En cierto modo, jamás ha sido tan fácil prescindir de
Dios en nuestras relaciones con el
mnndo y con las cosas. Y jamás,
tampoco, ha sido tan inmediata y tan trágica la urgencia de volver
interiormente a Dios.
Dios se impone oada vez menos desde el exterior, pero cada vez
más desde el interior. Y
si el interior queda vacío, el exterior no
tiene
sentido
ni objetivo.

El
problema es

elegir entre el
Dios que se
ha

hecho
hombre y el hombre que se ha hecho dios. El problema es
devolver Dios al hombre, porque devolver Dios al
hombre es
devol­
ver el hombre a Sí' mislilO.
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