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Número 189-190

Serie XIX

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Lino Rodríguez Arias Bustamante: Jacques Maritain y la sociedad comunitaria

INFORMACION BIBUOGRAFICA
Lino Rodríguez-Arias B.: JACQUES MARITAIN Y LA SO­
CIFJ)AD COMUNirl'MUA (*)
Mi buen amigo el catedrático de la universidad de Mérida (Ve­
nezuela), Dtor.
Lino Rodríguez-Arias
Bustamante,
acaba de publi­
car el breve e interesante libro,
/ t>eques Maritain y la sociedad co­
mtmildrla. Su punto de partida es nítido. Se trata de evitar tanto
la caída en Scylla como en Caribdis, ante los riesgos evidentes ha­
cia los que nos sentimos empujados: entre el individualismo liberal
y el totalitarismo colectivista; entre vivir a la intemperie, expuestos
a todos los peligros o quedar sometidos de manera ab.soluta al po­
der tutelar del Estado, ya sea el Estado individualista liberal o
bien del
Estado marxista-totalitario; entre el s_istema liberal-ca.­
pitalista y el sistema. marxista-totalitario. La solución la apunta el
autor tratando de que
se forme un «hombre P"'licipativo con Ji.
bertad institucional»; y, en esa línea --citándome amablemente-,
explica qne el hombre es realmente libre en cuanto miembro de co­
munidades
e instituciones, cuya existencia y actividad pueda decidir
en forma compartida, y, en cuanto,
en reciprocidad,
éstas se
obli­
guen a velar celosamente por su autoderterminación y autogobierno,
por su autonomía; pues, piensa que no hay libertad sin comunidad,
del mismo modo que no puede haber comunidad sin libertad, en
tanto en cuanto toda comunidad
está integrada por personas huma­
nas
y éstas constituyen el ingrediente humano de toda comunidad.
Es decir, estamos frente al problema de los llamados «organismos
intermedio,».
Pero, esa opción para escapar de estos riesgos a través de una
estructuración social en cuerpos intermedios que rompan el desequi­
librio individuo aislado-Estado,
ha venido siendo propuesta, desde
Burke y Tocqueville,
por las más diversas. tendencias, desde la anar­
quista a

la fascista,
pasando por

·determinadas
líneas liberales y de­
mocráticas, con claras. diferencias eni+e ellas, por asociaciones o
grupos puramente católico, o bien calificadas de demócrata-cris­
tianas, y,
muy específicamente, por las corrientes tradicionales. Pre­
cisamente, al preparar mi ponencia Ubertdd 'Y p,h;dp-io de subsi­
diari.edad,
para nuestra reunión de este alío, me topé con esas
múltiples opciones, y sobre ellas he escrito otro estudio que, D. m.,
aparecerá en

VERBO próximamente.
El profesor Rodríguez-Arias
parte del orden comunitorio y per­
sondlista de Jacques Maritain: «la comunidad subordina al hom-
(*) Caracas (Venezuela), Monte Avila Editores, C. A., 1980; 178 págs.
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bre como individuo al cumplimiento de sus fines; pero el hombre,
como persona,
trasck:nde sus límires en una búsqueda de equiiibrio
y armonía entre estos dos conceptos» ( de comunidad y persona).
Esta distinción, como
cualquier otra

que
escinda al

hombre de
su plenitud existencial,
confesamos que

no
nos parece

feliz. Como
escribió el
prof. Leopoldo

Eulogio
Palacios eo

su obra El mito de
la nueva cri!fiandad, «el individuo es de

verdad individuo solamen­
te cuando es persona». Es decir, como advierte el P. Teófilo Ur­
dánoz : «La personalidad es inseparable del hombre y éste nunca
podrá dejar de actuar como persona, ni es individuo despersonifica­ do en ningún campo de sus
actividades».
El

mismo Maritain, cuando hace unos años escribió
Le peysan de la
Garonne, no parecía ya muy satisfecho de esa distinción que había
formuldo eo Humnismo integral y eo Problem& de una nueva cris­
tiandad: «Gracias, sobre todo, pienso, a Emmanuel Mounier, la ex­
presión p·ersonalirta y comunitaria -confesaba- se ha vuelto una
tarta de crema para el peosamiento católico y la retórica católica
francesa. Yo mismo no dejo de sentirme, en parte, también respon­
sable. En una época eo la que era importante oponer a los slogans
totalitarios

otro
slogan, pero
verdadero, empleé geotilmente mis cé­
lulas grises
y, finalmeote, en uno de mis libros de aquel tiempo, la
ex:prei6n de la que hl;blarnos; y de mí es de quien creo que la sacó
Mounier. Es justa;

pero viendo
el uso que de ella se ihace ahorá, yá
no me siento tan orgulloso. Ya que después de haber pagado un lip
,ervire
al personalismo está claro que es lo comunitd4'iu lo que gana».
Lo cierto es que las
soci.arl-democráclas, al

aplicar esta distinción,
han llevado a uua
anMq_Uía ideológica tan deseofreoada como igno­
rante de la realidad, con
la consecueure disolución de las costum­
bres,
y a un intervencionismo estata1 creciente en la producción, ex­
portáclones, importaciones,

polltica
crediticia, que
favorece lo que,
con
razón, el

P.
C. francés ha calificado de capitalismu mu11apolis­
ta
de Esttklo, a la par que a un socialismo, también creciente, en la
distribución, que al aumentar el consumo, lo encarece en perjuicio
de los marginados sociales (trabajadores indepeodieotes o esporá­
dicos,
creciente número
de parados, juventud que no halla sali­
da, etc.)
y en beneficio del gran capital y de los capitostes pollticos,
mientras se arruinan las medianas y pequeñas empresas y se hace
sufrir la crisis a campesinos y pescadores. Y, allí donde la elevada
renta per capita del país aún lo permite, como en Suecia, se ávanza
por el camino del modelo expresado por Roland Huntford, en el
mismo título de su obra, Le nouveau /otd/itarisme-Le pdl'adis souedois,
antesada del mundo feliz de Aklous Huxley. Y es a,;í por que,
como ha dicho Salvador de Madariaga: «Esclavitud económica
y Ii-
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bertad individWll no son compatibles». No pnede haber persona
libre en individuo esclavo.
No obstante aquella cita de Ma Arias no se pierde en esa distinción, sino que, muy certaramente,
concibe el Estado comunitario como «culminación de la sociedad
real en el vértice político». No busca
lo comunitario en la pl= su­
misión
del individuo al Estado, sino en el incremento de las
relacio­
ne5 sociales desde su base. Es decir, «como la integración en el cuer­
po político de las comunidades e instituciones de rango inferior a
partir de la persona humana, a quien en ningún momento se la priva
de la libertad individual, si bien su destino sea servir al bien común
dentro de una sociedad pluralista
en cuya
cúspide se halla el organis­
mo
estatal como parte superior del cuerpo polflico ( ... ), que no
es
,il,sorbido por el Estado», pero que ,está a su servicio como <&'parte
que

es del todo
soci"l». Lo que conlleva una «constelación de orga­
nismos intermedios>>, a modo de «vasos comunicantes» de los «hom­
bres participativos».
m problema de articular esta organización social en una democracia
moderna
de

raíz rousseauniana, pero agrava:da por la partidocracia,
me parece a mí el
de la cuadratura del círculo, por lo menos si,
como en este punto escribe el autor, se pretende que la sociedad
co­
munitaria
«está presidida por

un
ptmali.rmo estructural en el que el
poder público se pone en manos de ios partidos políticos que hayan
sido favorecidos por la expresión de
la voluntad soberana popnlar
mediante el sistema de sufragio libre». Sin
embargo, Rodríguez­
Arias propone, para resolverlo, tres vías, complementarias entre sí.
Una -de acuerdo Capograssi y con Guido Guerin,-mediante la
«redistribución de la
autoridad príbffot de modo que sea ejercitada
por las
fuerzas sociales y locales», que «exige determina.das renun­
cias por

parte del poder central a favor de esta multiplicidad de
organismos», para representación de intereses concretos, «con una
estructura administrativa estricto senstt>>. Otra vía --conforme con
Pier Luigi Zampetti- requeriría que cada partido político «se so­
meta a

un nuevo método
para seleccionar sus dirigentes», «partien­
do
de la
1,medad civil», mediante la democratización de los grupos
en que el individuo actúa arociado,-es decir, en «cuantos entes ex­
presan la voluntad de un sector de individuos», sea económico, so­
cial, administrativo-, cultural, etc. Y la tercera vía -en ésta discre­
pando de Zampetti- consistiría en constituir una Cámara del Tra­
bajo,
situándola al
lado de la Cámara Polltica.
La primera vía, según me parece discernir de los
párrafos que
le

dedica, habría de
resultar de delegaciones, incondicionadas
o
condicionadas, y con o sin 'inserción. de· 'funcionarios .. dé la adminis-
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tración del Estado, respecto del cual, en el fondo, las fuerzas socia­les
y locales se hallarán en relación de dependencia potencial, pues
la determinación de la subsidiariedad habrá de resultar de esta de­
legación.
La segunda vía, propugnada por el autor, intenta alcanzar el tem­
peramento que Tocqueville había propuesto y creído hallar, en su
tiempo, en la democracia de
las Estados Un.idos de
América. Hoy,
sin erobargo, según ha expuesto Thomas Molnar, en su libro
Le
modéle défiguré-L' Amérique de Tocqueville a Ca.ter ( del que me
ocupé en esta sección en VERBO 180,
pág,¡. 1.323-1.340), estos
cuerpos sociales han ido perdiendo su antigua influeocia, salvo los
que se han convertido en grupos de presión de otros intereses
movidos desde fuera, y se han. deteriorado progresivamente.
Es cierto --como le escribí al autor en '1a carta e:ii que le agra­
decí el ejemplar dedicado de su libro que amableroente rue envió-­
que la historia moderna ha mos.trado que las dictaduras, incluso las
que han invocado un. retomo a un régimen de cuerpos intermedios
(como las de Musolini, Salazar y Franco), no fueron compatibles
con la instauración de estos cuerpos, pues quedaron mediatizados e
incluso falseados al designarse desde arriba a sus representantes.
Pero, esta

misma historia, también ha
patentizado --<:orno yo

le
añadía a continuación- que en los regímenes en los ru.ales la demo~
cracia

había funcionado
~jor, gracias al influjo de los cuerpos
sociales básicos y de las asociaciones intermedias de constitución
volnntaria, obedientes
a fines naturales de la sociedad, después, poco
a poco, pero implacableroente, estos cuerpos básicos han perdido
vigor y las asociaciones voluntarias -importancia, o bien se han de~
teriorado, mientras los individuos se han masificado y el Estado
se ha burocratizado
y extendido sus funciones. Todo esto me hace
pensar que los cuerpos intermedios sólo pueden funcionar corree~
tarnente si, ellos mismos, son la base de la representación política
de la organización social.
Salvador de Ma,dariaga, en su libro Anarqula y ferarquía, abor­
dó este problema, destacando que el postulado de que «el
Gobier•
no

por el pueblo significa gobierno por la suma aritmética de los
habitantes de la nación o de su mayoría>>: «aun absurdo, es la base
del funcionamiento y del pensamiento de nuestras democracias, bas­
ta explicar la crisis por que atraviesan». Por eso, propuso sustituir la
por él calificada de democracia estadistic~ por la que denominó de­
mocracia orgánica. Con ese fin, además de exigir para. tener derecho
a votar la prestación de algún servicio a la comunidad y no haber
incurrido en demérito que hiciera perderlo, propugnó que
el de­
recho de sufragio directo terminará en el Murdr:ipio, que los con-
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cejaJes f(lrmarian el cuerpo electoral para la diputación regional, y
lo, diputados region,i/es eligirian el Parlamento, que, a su vez, eli­
gir/a el Gobierno,.
Ante la objeción en contra de las elecciones de segundo grado,
replica
Madariaga que «las elecciones llamadas

por sufragio direc­
to, salvo excepciones sin importancia, son siempre elecciones de se­
gundo grado; el primer grado lo constituye la elección secreta de
los partidos», de modo que
«los electores

no eligen a quien quie­
ren, sino a quien pueden, y su eleo:::ión queda al reducido margen
de selección que da la lista de candidatos» (y esto tan sólo cuando
la lista es abierta, no si es cerrada como en nuestro sistema electoral
vigente).
En cuanto a la tercera vía propuesta por Rodríguez-Arias, la
de la Cámara de Trabajo, al lado de la Cámara Politica -de la
que no· precisa su cordinac-ión, ni las funciones de aquélla-, nos
hace pensar en la otra propuesta de Madariaga, la de un Consejo
EwTlómico Nacional,
que debería recoger las propuestas de un Con­
greso Corporativo, que limitaría fa competencia de las Cortes en
materia económica ; pues, en ella, a éstas no les correspondería la
iniciativa, sino sólo la aprobación de las propuestas de ley, que aquel
organismo le presentase. No podría entrar a discutir su artirulado,
sino,

únicamente,
aceptarlas, rechazarlas o devolverlas para su en­
mienda. Estas observaciones
no" las hago en demérito, del excelente libro
que
comento, sino todo lo contrario, por el interés que en mí ha
suscitado y por cuanto me ha hecho reflexionar.
El tema está

sobre
el tapete y merece que se siga estudiando
con serenidad
y con realismo, como el profesor Lino Rodríguez­
Arias ha efectuado, y estoy seguro seguirá haciéndolo. También
nosotros continuaremos en nuestra vieja tarea de profundizarlo'.
JUAN V ALLET DE GoYTISOLO
Alvaro d'Ors: LA LLAMADA "DIGNIDAD HUMANA" (*)
Este nuevo trabajo de Alvaro- d'Ors -breve como casi todos
sus
últimos escritos-
pudiera inscribirse en un Unea de
desnútifi­
cación

del llamado «Humanismo», concepto menos preciso que, a
veces, envuelve fines bien poco huma.nos.
En doce ceñidos puntos -¿«Doce Tablas»?-el autor nos des-
(*) Publicado en La Ley, Buenos Aires. Año XLV, núm. 148, julio
de 1980.
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