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Número 213-214

Serie XXII

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Balmes contra Rousseau

BALMES CONTRA ROUSSEAU
POR
NARCISO }UANOLA SOLER
Kant, en su obra Critica de la razón práctica,, dice: «Obra
de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siem­
pre, al mismo tiempo, como principio de una legislación univer­
sal» (1 ). Y, en otro lugar, afirma: «La autonomía de la volun­
tad es el único principio de_ todas las leyes morales y de los
deberes que les convienen» (2). Mucho más tarde, Sartre dijo:
« ... el hombre

empieza por
existir, se encuentra, surge en el mundo y después se define.
El hombre, si no es definible, es porque empieza por no ser
nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho»
(3 ).
Y, en otro momento, sostiene que «el hombre no es otra cosa
que lo que él se hace» ( 4 ).
De Kant a Sartre. Pero Balmes se pregunta: «¿Con qué
de­
recho

puede prohibirse a un hombre que profese una doctrina y
que obre conforme a ella, si él está convencido de que aquella
doctrina es verdadera y que cumple con su obligación o ejerce
un derecho, cuando obra conforme a lo que la misma le pres­
cribe?».
( 1) Kant, Crítica de la raz6n práctica, Eclit. Losada, Buenos Aires
1973, 3.• edición; primera parte, libro I, párr. 7, pág. 36.
(2) Idem., párr. 8, pág. 39.
(3) J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Edit. Sur, Bue­
nos Aires, 3." edic., 1973, págs, 17-18,
(4) Idem.
(5) J. Balmes, El protestantismo comparado con el catolicismo, Edi­
terial B. A. C., vol. IV de las Obras Completas, Madrid, 1967; capítulo
XXXV, pág. 340 (6, 271-273).
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NARCISO JUANOLA SOLER
En efecto, la prohibición ha de llevar la sanción de la pena;
y cuando se aplique esa pena, se castigará a un ser humano que
en su conciencia es inocente. Además, la justicia supone
el cul­
pable y nadie es culpable si primero no lo es en su concien­
cia (5). Balmes, ante este planteamiento objeta:
1) «Por de pronto salta a la vista que la admisión de este sistema haría imposible todo castigo de los crímenes po­
líticos».
2) «La impunidad de los crímenes políticos traería consi­ go la subversión del orden social porque haría imposi­
ble todo Gobierno».
3) «Nótese, por otra parte, que no son únicamente los crí­ menes políticos los que vendrían a quedar sin castigo,
sino también los
delitos comunes».
4)

«Si injusto fuese
el casti,go que se impone cuando el
crimen obra conforme a su conciencia, libres serían de
cometer todos los crímenes
-que
se les antojasen los ateos,
los fatalistas, los partidarios de la doctrina del interés
privado .. porque, destruyendo, como destruyen, la base
de toda moralidad, no obrarían jamás contra su con­
ciencia, pues que no tienen ninguna» (10).
Imagínese que usted, lector de estas páginas, es un juez y
castiga a un delincuente o a un criminal. ¿Con qué derecho cas­
tiga a un hombre que, no admitiendo la existencia de Dios, no
puede reconocerse culpable a sus ojos y, por tanto, tampoco a
los suyos? Usted y yo hemos hecho la ley en cuya fuerza le cas­
tigamos;. pero esa ley ninguna fuerza tiene en su conciencia, por~
que

somos sus iguales y él no reconoce la existencia de ningún
(6) Idem.
(7) Idem.,
págs. 340-341.
(8) Idem., págs. 340-341.
(9) Idem., págs. 340-341.
(10)
Idem., págs. 340--341.
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BALMES CONTRA ROUSSEAU
ser superior que nos haya podido conceder el derecho de coar­
tar su libertad ( 11 ).
O bien ante una persona determinista: ¿Con qué justicia le
castigaríamos si está convencido de que todas sus acciones son
efectos de causas necesarias, que el libre albedrío es un quime­ra? (12).
O bien, ¿con qué justicia castigaríamos a una persona que
estuviera persuadida de que la moral es una mentira, que no
hay otra cosa que el interés, que el bien y el mal no son otra
cosa que ese interés bien o mal entendido? ( 13 ).
En todos esos casos, el imponer una condena, no serfa por·
que el individuo en cuestión fuera culpable según su concien­
cia, sino porque habría errado un cálculo de intereses (14).
He
aquL dice

Balmes, las consecuencias necesarias e inevi­
tables de la doctrina que niega al poder público la facutad de
castigar los crímenes que se cometen a consecuencia de un error
de entendimiento (15).
El elemento básico de solución de este problema está, como
dice Balmes. en la distinción obligada entre las doctrinas en
cuanto están únicamente en el entendimiento, sin manifestarse
en el ámbito exterior, las cuales s6lo pueden ser juzgadas por
Dios;
y las doctrinas manifestadas respecto a las cuales ni los
mismos que sostienen una ilimitada libertad, pueden atenerse al
princioio libertario (16).
Así pues,

el problema es éste: ¿Son
iacompatibles la

jus­
ticia del castigo y la acción dictada o permitida por la concien­
cia de quien la comete? Dicho de otra forma:
¿Podrá ser

lícito
tratar como culpable
a quien

no lo es en
el tribunal de su pro­
pia conciencia? ( 17).
( 11) ldem. pág. 342.
(12) ldem.
pág. 342.
(13) ldem.,
pág. 342.
(14) Idem. pág. 342.
(15) ldem.
(16) ldem.
(17) ldem.
pág. 343.
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NARCISO JUANOLA SOLER
La solución de Balmes, solución clásica, natural y de sentido
común es la siguiente: Hay errores de entendimiento que son culpables.
Los errores de entendimiento no son todos inocentes.
Y una de las primeras ofensas que el hombre puede hacer a
Dios es el error acerca de las principales verdades religiosas y
morales (18). Sin embargo, mucha gente hoy
día piensa que la libertad
de pensar no tiene más traba que el gusto de cada uno, la cual
ha inspirado la actividad y convicción de que no hay opiniones culpables ni errores culpables, que no tiene el ser humano la obligación de examinar las causas que le apartan de la verdad.
Al
final se

llega a la conclusión de que la libertad física del en­
tendimiento se identifica con la libertad moral, desterrando las ideas de licitud e ilicitud y dando a entener que dichas ideas no tienen aplicación cuando se trata del pensamiento. Esta es
la confusión, hoy día reinante entre el hecho y el derecho, que
lleva a declarar incompetentes todas las leyes, tanto las divinas
como las humanas (19). Balmes dice: «¡Insensatos!
i como si fuera posible que lo que
hay
más alto y más noble en la humana naturáleza no estuviera
sujeto a ninguna regla; como si fuera
posible que
lo que hace
al· hombre rey de la creación
no debiese

concurrir a la inefable
armonía de las partes

del
·universo entre
sí y
del todo
con Dios;
como si esta armonía pudiese ni subsistir ni concebirse siquiera
e11 · el · hombre no géclarándo como la primera de sus obligacio­
nes la

de
mantenerse adherido
a la verdad» (20).
Balmes hace

ver
claramente las
contradicciones inherentes a
los
planteamienfos libertarios·

preguntando: ¿Con qué derecho
condenáis esas sociedades donde se enseñan máximas atentatorias
contra la propiedad, el orden público y la existencia del po­
der? Si el pensamiento es libre, si quien pretende coartarle en
lo más mínimo vicia derechos sagrados, si
la conciencia no debe
(18) Idem.
(19) Idem. (20) Idem.
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BALMES CONTRA ROUSSEAU
estar sujeta a ninguna traba, si es un absurdo, un contrasentido
el pretender obligar a obrar contra ella o a desobedecer sus inspiraciones, ¿por qué no dejáis hacer a esos hombres que quie­
ren destruir todo el orden social existente ...
? (21). «Habéis
pretendido -sigue diciendo
Balmes---, hacer

respetar todas
vuestras opiniones hasta el ateísmo, habéis enseñado que nadie
tenía el

derecho de impediros el obrar conforme a vuestros prin­
cipios; pues bien, principios tienen también, y principios ho­ rribles, los fanáticos de quienes estamos hablando; conviccio­
nes tienen también, y convicciones horribles» (22).
Balmes señala prontamente las causas que conducen a estos
planteamientos y a la decadencia de las sociedades:
«El burlarse de todas las religiones, el negar la espiri­
tualidad e inmortalidad del alma y la existencia de Dios,
el derribar toda la moral y socavar sus más profundos ci­
mientos, todo ha sido para ellos una cosa muy excusable,
y, hasta si se quiere, digna de alabanza» (23 ).
¿ Y qué hacen estos libertarios?: Levantar los sepulcros de
Voltaire y de Rousseau. Entonces, Balmes no se extraña de que
ataquen la propiedad,
la familia y la sociedad: «La propiedad es
sagrada --dice
Balmes---, pero,
¿es acaso más sagrada que Dios?
Por más trascendentales que quieran suponerse las verdades re­
lativas a la familia y a
la sociedad, ¿son por ventura de un orden
superior a los eternos principios de la moral? O, por mejor de­
cir, ¿ son acaso otra cosa que -la aplicación de esos eternos prin~
cipios?» (24).
Así, pues, hay errores culpables. Al menos en la práctica,
todo el mundo debe admitirlo. Por eso resulta bien claro que la
justicia castiga con razón_, sin Pft.tarse en la convicción que pu-
(21) Idem., pág. 344.
(22) Idem., pág. 244.
(23) Idem.
(24) Idem. ··
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NARCISO JUANOLA SOLER
diera abrigar el delincuente: Cuando éste invoca el testimonio
de la propia conciencia, la ley le recuerda el deber que tenía de rectificarla (25).
Y ahora llegamos al estilo de pensar de hoy
día, muy

carac­
terístico de las personas y sociedades que han perdido y oscu­
recido el fundamento moral que todas las leyes han de tener: Podr!ase decir que los gobiernos obran en el nombre de la so­
ciedad, la cual, como todo ser, tiene un derecho a su propia de­
fensa. Pero Balmes ve lo falaz y parcial de este planteamiento. En efecto,
tal idea «. . . hace desaparecer de un golpe la idea
de castigo y de justicia. Quien se
defiende cuando
hiere el inva­
sor, no le castiga, sino que le rechaza; y si se mira la sociedad
bajo este punto de vista, el criminal conducido al patíbulo no
será un verdadero criminal, no Será más qtie un desgraciado que
sucuml:ié en

una lucha desigual en que temerariamente se
em­
peñó. La voz del juez que le castiga no será la augusta voz de
la· justicia; su fallo no representará otra cosa que la acción de
la sociedad vengándose de quien ha· osado atacarla. La palabra
pena tiene entonces un sentido muy diferente, y la graduación de ella sólo depende del cálculo, no de un principio de justi­
cia (26).
Conclusión: no puede sostenerse el tan cacareado principio
de la tolerancia universal, tan impracticable en la región de los
hechos, como insostenible en la teoría. Dicho de otra manera:
la intolerancia es, en cierto modo, un derecho de todo poder
público (27). Y Balmes afirma: «Con la proclamación de una
li­
bertad de pensar ilimitada se ha concedido al entendimiento la
impecabilidad; el error ha dejado de figurar entre las faltas de que puede el hombre hacerse culpable. Se ha olvidado que para
«querer» es necesario «Conocer», y que para querer bien es in­
dispensable conocer bien» (28).
(25) Idem., págs .. >45-346.
(26)

Idem., pág. 346.
(27) Idem., pág. 346.
(28) Idem., pág. 347.
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BALMES CONTRA ROUSSEAU
Ahora bien, ¿no es cierto que los católicos son intolerantes?
Voltaire y Rousseau se alzan contra el catolicismo con esta acu­
sación. Balmes, al contrario de Rousseau, que no distingue entre
intolerancia religiosa e intolerancia civil, distingue entre ambas
intolerancias y, además, las define como sigue (29):
a) Intolerancia religiosa: Consiste en aquella convicción que
tiene todo católico de que la única religión verdadera
. es
la católica.
b) Intolerancia civil: No sufrir en la sociedad otras religio­
nes distintas de la católica.
Así, pues, es muy dable que hombres firmemente conven­
cidos de la verdad del catolicismo sufran a los que tienen di­
ferente religión o no profesan ninguna.
Dicho de distinto modo, las dos intolerancias se distinguen
así (30):
a) La intolerancia religiosa es un acto del entendimiento-,
inseparable de la fe, pues que quien cree firmemente
que su religión es verdadera, necesariamente ha ·de estar
convencido de que ella es la única que lo es, pues que
la verdad es una.
b) La intolerancia civil es un acto de la voluntad que re­
chaza a los hombres que
no profesan la

misma religión.
Así, púes, visto en contrario, la tolerancia religiosa es ]a
creencia de que todas las religiones son verdaderas, lo ·que bien
explicado significa que no hay ninguna que lo sea, pues que no
es posible que cosas contradictorias sean verdaderas al mismo
tiempo;
y la tolerantj.a civil es el consentir -que vivan en paz
los hombres que tienen religión distinta (31).
(29) Nota a las páginas anteriormente citadas.
(30) Nota a las páginas anteriormente citadas.
(31) Nota a las páginas anteriormente cit:a.dás;
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NARCISO JUANOLA SOLER
Rousseau, en su obra El contrato sociaJ, no di,stingue entre
las dos tolerancias: «Los que distinguen la intolerancia civil y
la teológica se engañan, en mi opinión. Las dos intolerancias
son inseparables. Es imposible vivir en paz con gentes a quienes
se cree réprobas; amarlas sería odiar a Dios, que las castiga; es
necesario convertirlas o atormentarlas. Allí donde se admite la
intolerancia teológica es imposible que no tenga algún efecto
civil, y tan pronto como se presenta, el soberano no es ya so­
berano, ni siquiera en lo temporal...» (32).
Y, en el mismo apartado, sigue diciendo Rousseau: «Ahora
que ya no hay
ni puede haber religión nacional exclusiva, de­
ben

tolerarse las que toleran a las demás en tanto que sus dog­
mas no sean contrarios a los deberes del ciudadano. Pero aquel que se atreva a decir que fuera de la Iglesia no hay salvación,
debe ser arrojado del Estado ... » (33).
Y uno pregunta: ¿Era tolerante Rousseau? ¡No!, no lo era.
La prueba está en sus propias palabras: «Hay, pues, una profe­
sión de fe puramente civil de la cual corresponde al soberano
decidir los artículos, no precisamente como dogma de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es
impo­
sible ser buen ciudadano ni súbdito fiel. Sin poder obligar a na­
die a creer en ellos, puede expulsar del Estado al que no los
crea, no como impío, sino como insociable e incapaz de amar
sinceramente las leyes, la justicia y de inmolar, en caso necesa­
rio, su vida en aras de su deber.
Si alguno, después de haber
reconocido públicamente los mismos dogmas, se conduce como
incrédulo, castíguesele con la muerte; ha cometido el mayor de
los crímenes: mentir ante las leyes» (34 ).
Balmes, irónicamente, exclama: «Viva el nuevo Papa». No
es posible dice Balmes, llevar más lejos la mala fe: ¿Quién le
ha dicho a Rousseau que los católicos creen condenado a nadie
(32) J. J. Rousseau, El contrato social, E.lit. Tauros, Madrid, 1969,
libro IV, cap. VIII, pág. 143.
(33) Idem.,
pág. 144.
(34) Idem.,
págs. 142-143.
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BALMES CONTRA ROUSSBAU
mientras vive, y que amar a un hombre extraviado sería abo-·
rrecer

a Dios? Claro está que Rousseau dirige sus tiros contra
el catolicismo:. para
él, un católioo, por. serlo, ya es intolerante
civilmente. Rousseau no declara impío
al que mienta ante las
leyes sino insociable, no fuera que se le acusara de lo mismo
que él acusa al catolicismo (35). ¡Ah!: partidario de la pena de muerte para el que ose ir en contra de las leyes. Me imagino
que yo, que personalmente y con convicción me declaro en con­
tra del divorcio, del aborto y de los anticonceptivos, por razo­
nes. naturales
y religiosas,. sería llevado al patíbulo por manda­
to del inspirador de las democracias liberales.
Nadie, dice Balmes en su crítica de sentido común a Rous­
seau, nadie
ha soñado jamás que los católicos justos no puedan
tolerar a los pecadores y de que se consideren obligados a odiar­
los. Curiosamente, Rousseau propugna una sociedad intoleran­ te respecto a los que se apartan de la religión que el poder civil
haya determinado: rechaza la autoridad de la Iglesia y se la
concede a la potestad civil. Rousseau afirma que
la tolerancia
debe ser para todos, excepto para los católicos (36 ).
En resumen: «ningún gobierno puede sostenerSe si se le nie­
ga el derecho de reprimir las doctrinas peligrosas al orden so­
cial... No se ataca tampoco por esto la libertad del hombre,
porque
la única libertad digna de este título es la libertad con­
forme a
razón» (37).
En

otros textos, Rousseau sigue arremetiendo contra el ca­
tolicismo, acusándolo de dañoso y de esquizofrénico, ya que el
hombre de fe tiene que seguir a dos leyes, obedecer a dos je­
fes, ofrecerse a dos patrias y someterse a deberes contradicto­rios, es decir, que el cristiano se ve en
la imposibilidad de. ser,
a
la vez, devoto y ciudadano. Rousseau acusa al cristianismo de
desatar los corazones del ciudadano del Estado, al igual que lo
hace con todas las demás cosas. Para Rousseau, el cristianismo
(35) Obra citada de J. Babn~s, nota a las páginas citadas.
(36)
Idetn.
(37) Idem.
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NARCISO ]UANOLA SOLER.
se opone al espíritu social, hasta tal punto que «una sociedad
de vetdaderos cristianos ya no sería
--dice--, una sociedad de
hombres. En el cristianismo ve Rousseau una
religi6n comple­
tamente

espiritual, ocupada
en las cosas del cielo y olvidada de
las cosas del mundo,
indifetente a todo lo de aquí abajo. La re­
signación define, según ROusseau, al cristiano, así como la ser­
vidumbre y la dependencia: «los vetdaderos cristianos están he­
chos para ser esclavos ... , esta corta· vida tiene poco valor a sus ojos»
(38).
Rousseau, en verdad, . no comprendió qué es el cristianis­
mo. Sus palabras están en las antípodas de la auténtica reali­
dad de las cosas_ El cristiano no se sumerge en el mundo ni se
desprende de
él, sino que lo eleva, cumpliendo así la prueba
de la vida y abriéndose al cumplimiento que él
mismo no

pue­
de darse. De Rousseau a Nietzsche. La separaci6n entre metafísica y
moral operada por Kant ( separaci6n que conlleva la destrucci6n
de las relaciones entre moralidad y legalidad), el principio de
autonomía de la moral kantiana, la negaci6n de la sociabilidad
natural del
ser humano

y el convencionalismo de las leyes
(Rousseau), la libertad como norma y fin de sí misma (Sar­ tre ... ), etc., conducen a Nietzsche: la voluntad aut6noma con­
duce a la voluntad del poder.
Y las afirmaciones de Nietzsche se parecen asombrosamente
con los escritos de Rousseau que hemos visto últimamente. El
cristianismo c;omo dañoso, fundado en la resignaci6n y humil­
dad resentidas; la moral
cristiana como

moral de esclavos ... , et­
cétera.
Es· el

mismo Nietzsche quien
lo dice, llevando a último
término la

actitud
y las palabras de Rousseau: «¿Qué es bneno?
_:_Todo lo

que eleva el sentimiento de poder, la
voluntad de po­
der, el poder mismo en el homb,-. ¿Qué es malo? -Todo
lo que procede de la debilidad-. ¿Qué es
felicidad? -El
sen­
timiento de que el poder crece, de que una resistencia queda
superada-. No. apaciguamiento1 sino más poder; no paz ante
(38) Ver obra citada de J. J. Rousseau, págs. 138 a 141.
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BALMES CONTRA ROUSSEAU
todo, sino guerra; no virtud, sino vigor. Los_ débiles y malogra­
dos deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hom­
bres. Y además, se debe ayudarlos a perecer. ¿Qué es más da­ñoso que cualquier vicio? -La compasión activa con todos los
malogrados y débiles: el cristianismo ...
-» (39).
Rousseau

ya lo había dicho, que el cristianismo era dañoso.
Pero
él no había llevado a sus óltimas consecuencias sus pro­
pias premisas. Nietzsche se encarga de ello,
sintet:Í2ando toda
la
corriente de pensamiento que va
-de

Bayle a
él, pasando por
Voltaire, Rousseau, Kant, Comte y otros. Es el nihilismo actual:
«¿Cuál puede ser nuestra doctrina? : que al ser humano nadie
le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad,
ni sus padres y
antepasados, ni él mismo... La fatalidad de su ser no puede ser
desligada de la fatalidad de todo
lo que fue y será ... Nosotros
hemos inventado la finalidad: en realidad falta la finalidad ... Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atri­
buir el modo de ser a una causa prima, que
el mundo no sea
una unidad ... , sólo esto es la gran liberación, sólo con esto
queda restablecida otra vez la inocencia del devenir... El con­
cepto de Dios ha sido hasta ahora la gran objeción contra la
existencia... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabi­
lidad en Dios: sólo así redimimos al mundo» (40).
Sólo así, como diría Sciacca, nos ahogamos en el mundo:
tierra
y nada más que tierra; fango y nada más que fango, de
la cuna a la tumba, del principio al fin ( 41 ). La civilización oc­
cidental vive el «oscurecimiento de la inteligencia» ( 42)
y está
falta de la «inteligencia de amor» ( 43 ): es el no reconocer la
finitud
y contingencia del propio ser y del mundo, base de toda
(39) F. Nietzsche, El anticristo, A. E., Madrid, 1974, pág. 28.
(40) Idem.,
El crepúsculo de los ido/os, A. E., Madrid, pág. 69.
(41) M. F. Sciacca, Sisifo sube al calvario, Luis Miracle, Barcelona,
1964, pág. 39.
(42) Idem., El oscurecimiento de la inteligencia, Gredos, Madrid, 1973.
(43) Idem., El hombre está desequilibrado, Luis Miracle, Barcelona;
La libertad y el tiempo, Luis Miracle.
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auténtica lihei:tad, y el desconocimiento de la fuente divina, el
Tú absohito ( 44 ), en palabras de Marce!, que es el único que
puede ca'mar la sed infinita de ser que
el hombre tiene dentro
de sí.
(44) G. Marcel, Diario metafisic:o, Guadarrama, Colección «Punto Ome­
ga», núm. 83, Madrid, 1969.
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