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Número 213-214

Serie XXII

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La mujer y la familia

LA MUJER Y LA FAMILIA (*)
POR
MARfA DEL CARMEN CANTERO DB FERNÁNDEZ DE LA C1GOÑA
Dentro de este ciclo de estudios, Cristianos y política, cuyo
interés y actualidad son mayores cada día, vamos a exponer
aquí el punto de vista de la mujer, sus problemas y su actitud
desde la óptica concreta de la familia.
Creo que, humilde como parece el tema, estaréis todos de
acuerdo en que es, por el contrario, importantísimo. La familia
tiene un papel básico, tanto en lo social como en lo eclesial. Es
decir, es el fundamento sobre el que la sociedad y
la Iglesia se
apoyan; los miembros que las conforman proceden todos de las
familias y en ellas se arraigan, aportando un bagaje de ideas y
sentimientos cuyo origen está en ellas-.
Por tanto, de la buena o mala salud de la institución fami­
liar dependerá, en gran parte, que la sociedad sea sana, fuerte
y con una gran vitalidad, o bien carezca del vigor necesario para
desarrollar con normalidad sus fines.
En cuanto a la Iglesia, podemos decir otro tanto, puesto que
formamos las
«pequeñas iglesias

domésticas» y son los padres
los primeros educadores en la fe.
Resumiendo, con palabras de Juan Pablo II en Irlanda,
po­
demos
decir

que
«el futuro
de
la Iglesia, el futuro de la huma­
nidad

depende, en gran parte, de los padres
y de la vida fami.
liar

que construyan en sus hogares.
La familia es la verdadera
medida de la grandeza de una nación».
(*) Conferencia pronunciada, el 3 de diciembre de 1982, en el Aula
Jovellanos, en el ciclo «Los cristianos y la política».
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
Dentro del cuadro familiar, la mujer tiene una misión, dada
· por la misma naturaleza, evidente en todas las latitudes y cul­ turas desde que el mundo es mundo:
la maternidad. Misión in­
sustituible.
En cualquier otro tipo de trabajo nadie es insusti­
tuible. Una
baja ·
en la empresa, o en la labor docente o en la
administrativa no es nunca irreparable: salvo casos muy excep­
cionales, inmediatamente alguien cubre el hueco y es capaz de
desempeñar la misma función. No así con el papel de la madre.
Imaginemos un hogar con niños pequeños cuya madre traba­
ja y pasa fuera de casa una jornada laboral normal. ¡Quién la
suplirá junto a sus hijos cuando éstos están cansados, o se en­
fadan, o ... ? ¿Cómo podrán ellos estar en casa o hallarla
agra­
dable si su madre no aparece? ¿Suplirán unas manos asalariadas,
por buenas que sean,
las_ manos
y el
corazón de
la madre junto
al niño con fiebre alta por unas anginas o cualquier
orra enfer­
medad?

¿Los mandaremos a la guardería desde que son· bebés,
haga frío o calor, estén o no cansados, coman bien o mal? Parece claro que donde es irreemplazable esta mujer es como
madre de
sus hijos. Podrán hallar otra secretaria en su empresa,
otra profesora sus alumnos, otra vendedora los grandes almace­
nes, pero sus hijos, ¿dónde encontrarán otra madre? Al mismo tiempo,
este papel

de madre es de una grandeza
y una dignidad enormes. Ahora que tanto se habla de
la reali­
zaci6n de la mujer, haciéndola consistir en el desarrollo de sus
capacidades laborales, artísticas o intelectuales fuera del hogar,
tenemos que proclamar muy fuerte que ninguno de esos trabajos
tendrá tanta importancia y trascendencia como
formar hombres
y mujeres_ cabales, rectos, dignos:
Hombres y mujeres libres.
Otra _vez repetimos con el Papa: «que las madres, las jóvenes y
las
mucháél',as (irlandesas)
no escuchen a quienes les dicen que
trabajar en una tarea secular, que tener
éxito en

una profesión
secular es más importante que la vocación de crear vida y de
preocuparse de esta vida como madres» (Limerick,
1 de junio
de

1979).
Nadie, sino la familia,
. puede

conseguir esto. No es sólo la
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LA MUJER Y LA FAMILIA
técnica, los adelantos de la ciencia, la higiene y la alimentación
racionales o los programas de enseñanza impuestos desde arri­
ba los que lograrán hacer hombres cabales; es necesario otro
«in,
grediente»

fundamental:
la individualización, el cariño que hace
sentir y saber a cada uno que
él es algo más que un número en
el grupo,
en. el

conjunto. Eso es lo que hace que al hombre
persona, y sólo la familia puede darlo, salvo en casos excepcio­ nalísimos. Solamente teniendo unas familias sanas podremos evi­
tar una pesadilla como la que magistralmente describe Huxley
en Brave New W orl: un mundo lleno de alfas, betas y epsi­
lones
en un engranaje aparentemente perfecto de seres produ­
cidos en serie, manipulados y dirigidos según los intereses de
muy pocos en el que no existe el amor
y la dignidad y libertad
del hombre han desaparecido.
Juan Pablo II nos lo ha recordado muy recientemente en
la «Misa para las familias en la Castellana»: «Sólo en
la familia
el hombre es amado en sí mismo y por sí mismo», no por lo
que tiene sino por lo que
es.
Pero

no sólamente es importante el papel de
la mujer como
madre, sino también como
muier de su marido. El apoyo y la
comprensión mutua son fundamentales para la armonía de la
persona y el desarollo de sus funciones dentro y fu
eta del hogár.
Es

de esta manera también como
la mujer se proyecta fue­
ra de sú casa. No es posible aislarse entre
las cuatro paredes del
santuario familiar; estamos inmersos en el mundo, hay relación
constante con el exterior: por el trabajo de uno o de ambos
cónyuges, por
la escuela y la educación de los hijos, a través
de las amistades
y también por los · medios de comunicación
social que llegan a todos, hasta los últimos niveles de la socie­
dad, televisión, radio, espectáculos, prensa ... Hay otro aspecto del papel de
la mujer que podríamos se'
ñalar,

aunque no sea más que de paso:
la casa. Es verdad que
es
un elemento necesario para . el desenvolvimiento familiar. T am­
bién

lo
es· que,
pese
a· todas
las mentalizaciones «igualatorias»
entre el hombre
y la mújer, el peso de su funcionamiento recae
siempre en la esposa, tanto si trabaja fuera como si no. Todos
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGONA
pueden -y deben- colaborar: hay mil tareas que pueden de­
sempeñar todos los miembros de la familia, ellos y ellas, gran­
des y
chicos, pero,
aun en
el caso maravilloso de que así lo ha­
gan, la organización de la marcha doméstica,
la atención y el
tiempo que requieren los
mil detalles y , problemas de cada día,
es siempre la mujer la que lo realiza con lo que conlleva de
grandeza, por lo mismo que es necesario, pero también de su­
jeción y servicio. Jean Marie V
aissiere propone

una imagen para describir a
la familia. Imagina un viaje, peligroso a veces, sí,
pero hermo­
so y transcendental, y dice:
«frágil barquito

que dirige el pa­
dre, que anima la madre, que llenan los hijos. Todo este peque­
ño universo en ruta hacia
el cielo».
Pues bien: este viaje en que estamos embarcados, en esta
travesía que realizamos aquí y ahora,
¿ qué

problemas se nos
presentan? Tenemos claro
el puerto al que nos dirigimos, pero
¿hay
obstáculos en la ruta?
Se habla mucho de la crisis familiar. Y, verdaderamente, por
lo mismo que la familia no es ajena
al mundo, síno que se in­
tegra en él como parte consustancial, no puede ser indiferente
al momento histórico por el que atraviesa. Y es momento de
crisis a todos los niveles. Crisis económica, crisis ideológica,
crisis de personalidades, crisis de autoridad ... Pero, ¿hay efec­ tivamente crisis familiar? ¿No es válido ya el modelo de fami­
lia tradicional? ¿Serán más
adecu'1dos a estos tiempos,

más mo­
dernos
y más eficaces para el cumplimiento de su misión otros
modelos?
Vamos a

dejar la respuesta en suspenso por
el mo­
mento para tratar de analizar los problemas actuales que se
plantean a la familia y cómo
inciden en

ella.
Con una mirada rápida podemos darnos cuenta de que, efec­
tivamente, la familia ha experimentado grandes cambios en los
últimos años ( me refiero concretamente ahora a la familia es­
pañola).
La lllleva mentalidad, agnóstica y materialista, influ­
ye en ella de un modo
feroz a

través de múltiples factores
in­
terrelacionados y hemos pasado de las familias numerosas, algo
patriarcales y con mucho trato con las otras familias del tron-
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-LA MUJER Y LA FAMIUA
co común (tíos, primos, etc.) casi a la llamada familia nuclear.
¿ Cuáles son estos factores?
l. Una errónea interpretación de la dignidad femenina.
Se dice que la mujer es igual que el hombre. Los movimien­
tos feministas hacen en esto un
gran hincapié, llegando a veces
a

posiciones insostenibles y aberrantes, que pecan de irraciona­
les por cuanto niegan
la evidencia de la naturaleza y la fisiolo­
gía. El error está en una confusión
de planos, o de conceptos:
dignidad-igualdad. La dignidad de
la mujer, puesta en pie de igualdad con el
hombre, está ya en el Génesis (a imagen de Dios los creó, los
creó varón y hembra) y la Iglesia la ha sostenido siempre, la
ha defendido y la ha implantado en las culturas en las que la
mujer era, en el mejor de los casos, un ser humano de segunda
categoría, casi siempre mero objeto de mayor o menor valor se­
gún las circunstancias. Pero contrariamente a lo que
sostienen los

movimientos fe­
ministas más
radicalizados, el hombre y . la mujer no son dos
seres exactos, sino evidentemente distintos. Poseen característi­
cas diferenciadoras que vienen dadas por el distinto papel asig­
nado por la naturaleza.
La sexualidad humana impregna a la
persona y tanto más se perfeccionará y desarrollará cada uno
cuanto más sea el hombre, hombre, y la mujer, mujer. Los sexos
están llamados a completarse en
la familia y en la sociedad,
como recordaba Pío XI en la
Divini Illius Magistri.
Esta realidad tan sencilla y olvidada, a veces, es la que des­
cubría hace

poco una muchachita de doce-trece años. Siempre
inquieta, inteligente y muy activa, con una
gran riqueza de ca­
rácter,
quería a

toda costa segnir de mayor una carrera mili­
tar ... , admiraba y le
atraían los

chicos, hubiera querido ser uno
de ellos y lo decía abiertamente. Pero, de pronto, ante
el asom­
bro de sus hermanos, ha confesado que ya no quiere eso, que está encantada de ser chica ( y no
.. ha .renunciado a su vitalidad
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGONA
activísima ni a: nada). Lo confesaba algo tímidamente pero feliz.
¡Había hecho el gtan descubrimiento! ¡La diferencia y atracción
de un sexo por el otro! El olvido de esta evidencia es lo que crea una confusión que
lleva.a las chicas,.a yeces, a tratar de i:qútar a . .Ios chicos-en su
atuendo, actitudes y vocabulario, lo que no eleva precisamente
a
la mujer. ¿Se imita acaso lo que es igu~I o inferior? Por otra
parte,
el mayor .mal de esta asimilación. está, como dice Le Play,
en

«rebajar la dignidad de
la mujer y desnaturalizar el carácter
de
la madre, haciendo de ella un obrero, un. comerciante o un
propietario». Es decir, privándola de su dignidad específica para
convertirla en uno más de
la masa en la sociedad.
2. La situación econóinica.
Otro problema que incide en la familia, distinto del ante­
rior, pero que también la afecta, es la situación económica por la
que· atravesamos.
De muchas maneras influye en la comunidad familiar:
El paro: que si llega al cabeza de familia acarrea unas con­
secuencias penosas admirablemente expuestas por el Papa al mun­
do
· del

trabajo en Montjuich.
Si es a los jóvenes, que no_ encuentran un empleo en qué
desarrollar sus actitudes se· encuentran frustrados y desilusiona­
dos, con un vacío en sus vidas difícil de llenar. ¿Cómo no re­
percutirá· esté
·desencanto y la preocupación por resolverlo en
lá vida familiar?
La inflación y la carestía de la vida:
·que, al
hacer escasos
e insuficientes los ingresos del padre, fuerzan a la mujer a tra­
bajar fuera de casa. Este ha sido uno de los factores decisivos
para el cambio de la estructura tradicional familiar.
3. Los medios de comunicación social.
La enorme influencia de los medios de comunicación social,
con
su· propaganda

abierta o subyacente, según· los casos, de la
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LA MUJER Y LA FAMILIA
sociedad de consumo, de la mentalidad materialista, donde la
felicidad absoluta parece consistir en tener siempre más,
espo­
leando

los deseos de todos de conseguir lo último que nos anun­
cian unas- chicas monísimas, sonrientísimas, felices~ que aparen­
temente prometen no sólo el producto sino también otro tipo de
sugerentes
placeres, utilizando
así algo digno y sagrado como
es. la

sexualidad como reclamo
comercial. ¡ Y qué difícil escapar
a
·esta influencia!

Si difícil es para los mayores, bombardeados
por la prensa, la radio, la televisión, para los niños y jóvenes es
casi imposible. Y esa mentalidad materialista y hedonista, des­
ptovista de

ideales grandes, les llega constante e imperceptiblemen­
te. Tal vez muchos de nosotros hayamos tenido que cerrarles el
televisor en más de una ocasión ( y no precisamente en las horas
nocturnas) por la
chabacanería; el mal gusto de lo que se les
ofrece a nuestros jóvenes como de interés para ellos ( cuando no
tiene un pretendido afán cultural).
Hace pocos días entré en el cuarto de
mis hijas y miré a la
pantalla casi mecánicamente,
pero inmediatamente

aquello re­
clamó
'mi atención y al minuto todas estábamos de acuerdo en
apagarlo. «Aquello», en mitad de la tarde de un domingo, eran
unos individuos, medio < llados, o pintarrajeados más bien y, por supuesto, con pendientes
y demás «adornos», un grupo de «gays», muy «gays», entre
montones de chicos que entraban preguntando de sopetón:
-«¿Dónde está el
WC?»-. No
vimos más, naturalmente.
Pero esa es la televisión .que invade nuestras casas. No es
posible prescindir de ella. Ni ver con los hijos absolutamente todos los programas, lo que tal
vez fuera
lo ideal. No podemos
aislar a los chicos del mundo en que viven, pero los queremos
libres y responsables, no deformados o manipulados en contra de nuestra labor de formación.
¿Por qué se nos impone. u.na televisión única? Sí, pluralista,
nos dicen. Y a se ve. Una vez en la historia nos dan una mag­
nífica información sobre el viaje del Papa
y luego, toda la vida,
es un enemigo en casa. Con lo fácil que sería
tener cadenas
de
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGONA
televisión privadas, como ocurre en todo el mundo occidental.
En este punto también deberíamos homologarnos. El otro día oía yo canturrear a mi
pequeña, de

ocho años,
y presté atención. Como lo más normal del mundo y natural­
mente con
aire festivo

la canción, absurda por otra parte, de­
cía. algo así como «boomerang, boomerang»
y más adelante (los
niños se saben asombrosamente todas las letras de todas las
canciones) seguía Isabel repitiendo:
«si no

cumplo lo pactado,
nos podemos divorciar». Ella no se daba cuenta. Pero así las
ideas van abriéndose camino
y hace que se vea con naturalidad,
por lo menos, cualquier cosa que se nos proponga.
4. La inmoralidad ambiental.
Después de todo esto vemos que nos afecta tremendamente
la inmoralidad del ambiente. Aun sin querer, se mete en nues­ tras casas
y nos va impregnando de modo insensible.
La propaganda divorcista
y en favor del aborto ha logrado,
al menos, que una gran parte de los españoles lo contemplen
como «una realidad que está ahí», casi tan buena o indiferente como las posiciones contrarias. El cristiano que no se divorcie
si
nó quiere,

que no aborte, pero...
hay que comprender a los
demás. Esto ataca a la familia en su misma raíz. Puesto que ésta es,
según Juan Pablo II nos ha recordado en la Castellana, «una
comunidad
de amor indisoluble», y también que «la norma fun­
damental de la comunidad conyugal no es la de la propia uti­
lidad
y del
propio
placer. El
otro no es querido por la utilidad
o el placer que puede procurar: es querido en sí mismo
y por
sí mismo». Y,
¿ dónde

está el amor que cuando se cansa
abane
dona

al ser amado? ¿Qué clase de cariño es ese que hace des­
aparecer al niño, resultado de la donación mutua, por los incon­
venientes o aun sacrificios que pueda suponer? Una «familia», entre comillas, sin indisolubilidad o que con­
templa como admisible el crimen de asesinar al más pequeño e
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LA MUJER Y LA FAMILIA
indefenso de sus miembros, ni es familia, ni comunidad de amor
ni comunidad siquiera, sino una suma de intereses egoístas, reuni­
dos mientras esos intereses existan y pronta a deshacerse en
cuanto uno cualquiera de los componentes se canse de las mo­
lestias

que supone la convivencia, sobre todo cuando no hay
amor auténtico o cuando imagine que fuera del ámbito familiar
va a hallar un paraíso alcanzable sin esfuerzo y sin contrapartida.
Desde nuestro punto de vista, deberíamos detenernos a
pen­
sar,

por un momento, si es cierto lo que
la propaganda afuma
acerca de
la solución del divorcio. ¿Lo es realmente para algu­
nas

de las partes? ¿Se siente
la mujer más liberada al tener
unas leyes que le permiten deshacer
su matrimonio
y volver a
casarse?
El divorcio pretende la disolución del vínculo para contraer
nuevas nupcias (pues en otro caso era suficiente
la separación
legal, que

concedía a
la mujer y a los hijos los mismos dere­
chos

a alimentos, vivienda familiar, etc., que el divorcio). ¿Por
qué va a haber mayores garantías de éxito en un segundo o
ter­
cer

matrimonio que en el primero? Las causas que hayan
pro­
ducido el primer divorcio muchas veces ocasionarán también
otros siguientes (maridos borrachos, infidelidades incorregibles,
etcétera). De hecho, y según las estadísticas de los países en
que
el divorcio está implantado desde hace tiempo, es mayor el
porcentaje de nuevos divorcios entre parejas divorciadas
previa­
mente.
Por otra parte, será difícil para la mujer madre de familia
y con los niños a su cargo volver. a casarse con
la misma facili.
dad que el hombre podrá hacerlo. Cuando un marido, a los
cuarenta y tantos años, se divorcia para casarse con una chica
guapísima, o no tan guapa, de veinticinco, la mujer que se ·ha
gastado junto a ese hombre, que ha criado a sus hijos y no es
ya tan joven aunque esté de buen ver, ¿qué hará?, ¿cuáles son
la ventajas del divorcio para .ella?
Nos
dicen que hay que ser comprensivos hacia
la situación
de los otros. Precisamente porque queremos el mayor bien po­
sible para todos, es por lo que una sociedad en la que el divor-
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGORA
cio esté admitido, nos parece un desastre, puesto que el divor­
cio engendra divorcio,
y la mera posibilidad de obtenerlo hace
que, ante las dificultades
conyugales -que
claro que surgen, es
normal
en. toda

convivencia a_ lo largo de una vida-, la actitud
sea más de ceder a esa tentación:
-«¿por qué

aguantar aquí
como un tonto?»-, que tratar de capear el temporal sabiendo que
la realidad del sacramento está ahí, viva y operante, que la
unión existe y que el sol volverá a salir. Así se procurarán so­
lucionar los conflictos con el convencinúento, además, de que
nunca otra opción será mejor para los hijos.
No voy a detenerme en las estadísticas de
la delincuencia
juvenil, si es mayor en los casos de padres divorciados o con
serios problemas familiares. Muchos de nosotros tenemos bien
cerca casos dolorosísimos y hemos podido ver el golpe que para
los niños supone el divorcio de los padres. Son ejemplos muy
claros de que en la mayoría de los
ca~os el

trauma es mayor
ante la separación que ante las posibles desaveniencias. ¿Que supone alguna renuncia al propio yo
el tratar de sal­
var
el matrimonio en vez de recurrir a la solución, espejismo
más bien, del divorcio? Pues claro. Pero
ahí es donde está el
verdadero amor, que es «el que da la vida por los amigos», en
palabras del mismo
_ Cristo.
Creemos

que la sociedad está
ahí para ayudar a los indi­
viduos a conseguir sus filies, para
lograr el
bien común. Y, el
bien común, el mayor bien para el mayor número está, preci­
slilmente, en lo referente a este aspecto que estamos tratando, en
la estabilidad familiar. La sociedad, pues, debe ayudar a ello y
no crear el ambiente y las leyes contrarias, ni legislar atendien­
do a lo que es excepcional y no a lo que general y ordinaria­
mente sucede. Del aborto no vamos a hablar siquiera. Creo que todos te­
nemos clarísimo que es siempre, absolutamente, un crimen. Y
las leyes positivas que eventualm~te puedan legitimarlo serán
sieinpre .leyes injustas,- en contradicción con otras leyes más bá­
sicas y por ello anteriores, que incluso figuran en la Constitu­
ción, sigo refiriéndome a España, cuando proclama: «Todos tie-
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LA MUJER Y LA FAMILIA
nen derecho a la vii:4». Leyes positivas que estarán en abierta
contradicción con la misma ciencia, pues los conocimientós bio~
lógicos son unánimes en afirmar que ta vida humana comienza
en el_ mismo momento de la concepción. Por tanto, nos limita­
remos a recordar, una vez más, las palabras clarísimas del Papa:
«NUNCA SE PUEDE LEGITIMAR LA MUERTE DE UN INOCENTE».
Hemos visto, si bien muy por encima, una serie de proble­
mas que nos afectan. Sería necesario mucho más tiempo para
desattollarlo con algún detenimiento.
Va~os a

ttatar abara de
aclarar nuestra posición ante todo ello,
cómo luchar

contra lo
que hay de negativo, qué aportaciones positivas caben. El ttabajo de la mujer fuera
de casa: es una realidad que en
este momento tenemos._ No podemos volver a situaciones ante­
riores. Por una parte, en muchísimos casos es una necesidad
económica, a veces apremiante. Por otra, es también cierto que
la mujer no es solamente madre o esposa o ama de casa, sino
que tiene aptitudes humanas de tipo intelectual o laboral como
las del hombre y puede sentir atracción por las matemáticas,
disfrutar con la creación artística o
sentirse a

gusto en otro tipo
de actividad. Aunque no debamos sostener que cualquier clase
de trabajo es
una· réalización de la personalidad: un puesto en
una cadena de montaje en
una fábrica diríamos más bien que
es deshumanización o puede llegar

a serlo.
Y no
creo que nadie
tenga vocación de eso. Pero, de todas formas, aun estos tra­
bajos suponen una· relación social con compáñeros, una · remu­
neración económica y ·otros aspectos que son pOsitivos y pueden
satisfacer al hombre o a la mujer.
Por
orto

lado, si la mujer tiene una especial
vocación y
unas
dotes humanas aptas para ser una buena maestra, o una eficiente
secretaria,

o médico, o arquitecto ... , ¿ha de renunciar, a
esas
posibilidades_ no puede la sociedad beneficiarse de su aporta­
ción en· estos terrenos?
No

creemos que sea así. Peto la mujer,
ya lo hemos viSto,
es necesaria e insustituible en el hogar. Si trabaja fuera, llega
cansada y todavía tiene que empezar una
segunda jornada labo­
ral, la doméstica; pero falta tiempo y hay desgana y, sobre todó,
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MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CI la paciencia falla. No hay tiempo ni. calma para escuchar a
los hijos y al marido, los cansancios chocan y cuando la situa­
ción es

límite, es muy
difícil renunciar al trabajo profesional y
a las ventajas materiales que reporta. Y, entonces ... , es aquí donde naufragan muchas familias. ¿Qué hacer?
Entre otras sugerencias posibles vamos a proponer tres:
l. Hacer ver la necesidad y, consecuentemente, pedir a los
gobiernos un tipo de trabajo, digamos,
a tiempo parcial o mitad
de jornada, que lo haga compatible con el trabajo doméstico. Para lograrlo, tal vez fuera interesante estudiar también la co­
tización de la Segnridad Social en el caso de la mujer casada
que lo desempeñe, haciendo esta cotización menor e incluso no
exigiéndola, pues es a todas luces innecesaria e injusta, dado que
supone la cotización doble en una familia para una misma pres­
tación, ya

que la mujer y los hijos son beneficiarios de la «car­
tilla» del

padre. Es una idea que apunto simplemente, conscien­
te de que implica problemas a resolver pero que habría que es­
tudiarlo y hacerlo factible.
2. Revalorizar el status y valor social de la mujer-madre­
ama de casa
y del trabajo doméstico. A este respecto, ya Ma­
rianne Crowe, miembro de la Liga de Mujeres Católicas de
Victoria
y Waga Waga (Australia), en la Conferencia Regional
de Asia y el Pacífico, en junio de este mismo año, sostenía que, desde un punto de vista económico, el trabajo doméstico supone
un valor real en cuanto cuidado de la infancia, de enfermos, ma­
nufacturación de alimentos, etc., que debe ser calculado para demostrar en número y dólares lo que representa en el con­
junto del P.
I. B.
En Canadá, por ejemplo, hay un estudio de Hawzylyshyn,
Profesor-Agregado de Economía en la Queen's University, que estima esta magnitud en
su país, en 1971, estaría entre un 34
y un 40 % del P. I. B.
Tal vez este fuera un camino para que nuestra materialista
civilización reconociera y respetara la
función doméstica.
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LA MUJER Y LA FAMILIA
3. Siempre, y en cada caso concreto, tener presente el or­
den de valores y prioridades. Primero, de mayor importancia y,
repetimos, irreemplazable, el papel de esposa y madre, con todas
sus connotaciones.
En segundo lugar, lo demás.
La primera vocación de la mujer que se ha casado y tiene
hijos es ésta:
la familia. Es alú donde mejor se desarrollará. Es
esta una misión que no se puede abandonar. El trabajo
profe­
sional

se realizará en cuanto que sea necesario o bien compati­
ble con el primero, tratando siempre de que no implique un
detrimento de
la vida familiar.
No podemos dejar de detenernos en el
papel educador de la
familia. La doctrina de los Papas es clara y unánime en este
punto: «Vosotros sois los primeros educadores de vuestros hi­
jos», nos recordaba recientemente Juan Pablo II, y nos decía también que «este deber-derecho de los padres es un deber­
derecho primario en comparación con
la incumbencia educativa
de otros, insustituible e inalienable; esto es, que no puede dele­
garse totalmente en otros ni otros pueden usurparlo».
Aquí también se plantean problemas.
En la primera infancia, etapa importantísima según los pe­
dagogos y sociólogos, el papel
de la familia es único y funda­
mental. El mundo del niño se reduce prácticamente al entorno
familiar. Y a hemos visto la necesidad de un hogar que sea un ambiente adecuado a su desarrollo y crecimiento, en lo que lo
importante no es tanto la abundancia material sino el clima de
cariño que se respira. Cariño entre todos. Y, seguridad. Y, el
ejemplo ... Cuando llega el momento de la enseñanza básica y más
a6n
el

de
la enseñanza media, el niño necesita ampliar su horizonte,
relacionarse más, ir aumentando sus conocimientos. También afir­
mar su personalidad. Es necesario
la ayuda de otros. Hay que
escoger un centro con un ideario conforme con las creencias y
puntos de vista de los padres. Lo malo es que muchas veces el ideario no existe, o bien figura
sólo. en

el papel y no se respeta
en absoluto.
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.l¡{Al\IA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGO&A
O el profesorado, amparándose en su libertad, atenta contra
la de
Jos padres (y la de los hijos, sin criterio aún y fácilmente
hifluenciables), enseñándoles lo contrario de lo que se esperaba
de ellos y, a veces, contribuyendo a enfrentar
a los
hijos con los
padres. Es el profesor el que tiene mayor preparación -según dice él,
claro--y está al día. «Los padres, tan buenos los po­
bres, están algo carrozas, hay que darse cuenta,
y no te pue­
den comprender, tio, yo sí que te entiendo, tienes razón».
A la vista de todo esto hay que tener en cuenta:
a) Que no por mandar a los hijos a un centro de enseñan­
za, cualquiera que sea, cesa la educación en casa. Sino que, por
el contratio,. ésta tiene que __ continuar. Es algo constante que
iremos impartiendo de un modo paulatino, según la edad y per­
sonalidad de
cada hijo, enseñándoles a discernir en todo lo que
ellos encuentran en su vida, procurando que adquieran un cri­
terio recto, educándoles en la
libertad y responsabilidad, que
irán siendo mayores cada día. Cuanto más responsables sean los
chicos, tanta más libertad se les podrá y se les deberá dar. Y
sin perder de vista que en esta tarea educadora, de formación,
han de colaborar
el padre y la madre.
Con una meta clara; formar cristianos íntegros y que se
enorgullezcan de su identidad. Ciudadanos para el cielo que
se­
rán

los mejores
y más comprometidos ciudadanos de aquí. No
olvidemos que los
santos fueron siempre los mejores, cada uno
en su papel. Los gobernantes y los súbditos: San Fernando, San
Luis, Santa Juana de Arco, Santo Tomás Moro ...
b) En cuanto al problema de los colegios, partimos de la
base de que la familia es la primera pero no la única ni exclu­
siva comunidad educadora. La dimensión comunitaria, civil y
eclesial del hombre exige y conduce a una acción más amplia y
articulada, fruto de
la colaboraci6n ordenada de las diversas
fuerzas educadoras
(Familiaris Consortio).
· Hay que elegir bien el centro al que enviar a nuestros hijos,
atendiendo a su ideario conforme con el
nuestro.
Y

exigir que se cumpla.
Las Asociaciones de Padre puede ser un medio eficaz
· para
Fundaci\363n Speiro

LA MUJER Y LA FAMIUA
obtener nuestros fines, siempre con nuestros principios claros e
irrenunciables. Por fin, un último problema actual que
afecta a

la familia
más profundamente de lo que pueda parecer:
la vivienda. Y no
tanto por su escasez sino por el modelo
y dimensión de la vi­
vienda familiar. Esta suele ser tan pequeña que limita, en muchos casos, el
número de hijos, aun en el supuesto de poder educar a alguno
más. El nuevo niño es un problema enorme. Y mientras es un
bebé
la cosa puede ser más o menos soportable, pero cuando
son adolescentes, ¿no necesitaráo un mínimo de independencia
e intimidad, un rincón siquiera suyo que les haga la casa agra-
.
dable? ¡Y

qué decir de los mayores, los abuelos? Siempre llega un
momento triste en la vida en que uno se queda solo o no puede
valerse por sí mismo. Es el problema de la tercera edad, cuan­
do
ésta es

avanzada o le falta la salud. ¿Cómo afrontarlo?
Lo más lógico, desde nuestro punto de vista cristiano y
simplemente humano, lo que creemos que es caridad y justicia
es que nuestros mayores, como ahora se dice, se integren otra
vez con alguno de sus hijos y sus. nietos. Claro que hay proble­
mas de convivencia para todos y habrá que dejar a un lado el
egoísmo, pero si hay verdadero cariño las ventajas materiales y
sobre todo afectivas superaráo con mucho los pequeños incon­
venientes.
Pero es, a veces, una dolosa imposibilidad. ¿Cómo meter en
espacios muy reducidos, además de una familia compuesta de
padres e hijos, a una persona mayor, con un mínimo de 3.ten­
ción y una instalación suficiente y digna para todos? En las
«mini-casas» que disfrutamos a veces no es posible ni siquiera
aportando grandes dosis de sacrificio. Estas situaciones llegan a
muchísimos hogares.

¿Hay
forz<>'
samente

que recurrir a las residencias y ciudades para
ancianos?
Pensamos

que, además de
ser enriquecedora
humanamente la
(X)nvivenciá: familiar de varias generaciones (y muy · inhuniana
una ciudad de ancianos, por cuanto no es natural}, sería mejor
443
Fundaci\363n Speiro

MARIA DEL CARMEN CANTERO DE FERNANDEZ DE LA CIGONA
para la sociedad que los mayores pudieran vivir con sus fami­lias y ser atendidos por ellos. Aparte de que el costo para el
Estado sería mucho menor que construyendo residencias, pa­
gando empleados, etc. Todo este presupuesto podría
ir a otras
inversiones
más productivas.
Se

me hace duro mezclar un tema que para nosotros es de
justicia y amor con razones económicas, pero el Estado no ac­
túa por motivaciones sentimentales sino por razolles de conve­
niencia económica. Hagamos ver, pues, la necesidad y el mayor
interés de unas viviendas verdaderamente familiares. Para terminar:
Lo fundamental en todo esto son dos cosas:
l. Una acción política positiva que lleve a la Administra­
ción a ayudar realmente a la familia. Reclamando que el artícu­ lo 39 de la Constitución, en su punto primero, sea efectivo y
no simple letra muer\a en un papel.
No lo digo yo. Ahora mismo, Petit Herrera, nuevo miembro
del Consejo Pontificio para
la Familia y Presidente de la Con­
federación de Padres de Familia acaba de manifestarlo en unas declaraciones a
Y a: «No hay ninguna ley en España que pro­
teja positivamente a la familia».
2. Una labor de educación y mentalización de todos que
haga ver
el papel valiosísimo de la mujer, madre y ama de casa.
Es esta una solución a medio plazo. No vamos a hacer (salvo
excepciones) eso tan
·en boga

de «cursillos para padres». La
verdad es que ya están «educados» y tienen, en general, un buen
fondo y grandes dosis de sentido común.
· Lo

ideal sería eliminar a contrarrestar la influencia negati­
va del ambiente a través de unos medios de comunicación y
opinión que cumplan dignamente su misión y no se dediquen a
manipular a los ciudadanos. Y educar a la juventud.
A Napoleón se le atribuye una frase
clarividente: «La educación empieza veinte años antes del na­
cimiento del niño». No se puede improvisar
una familia.

Si
pre­
.
parar

buenos técnicos supone tantos años de esfuerzos y estu-
444
Fundaci\363n Speiro

LA MUJER Y LA FAMIUA
dios, ¿qué diremos de esto? Eduquemos, formemos a nuestros
jóvenes. Ellos serán las familias del mañana. Un mañana que ya está aquí. '
Que sea,
por último, Su Santidad Juan Pablo II el que nos
recuerde, una vez más, que:
-«Es grande la misión de vuestras familias.
-El

futuro del hombre sobre la tierra está
ligado a la
familia.
-El

plan divino de la salvación y la hlstoria de la salva­
ción pasan a través de la familia
humana» (S(J111eiro, 15 de
mayo
de 1982).
Así, pues, ánimo.
Es urgente poner manos a la obra. No
nos demoremos. La Familia, la Sociedad y Dios lo merecen, Es
tarea apasionante. ¡Vale la pena!
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