Índice de contenidos
Número 217-218
Serie XXII
- Textos Pontificios
- Noticias
-
Estudios
-
La nueva idolatría
-
Psicología del aborto
-
Acción Española: una aproximación histórico-ideológica
-
Karl Marx, el ideólogo de la revolución comunista
-
El pensamiento político de Louis Veuillot
-
Forjadores de México (I)
-
De la concepción cristiana del mundo en San Agustín a la doctrina de «las dos potestades» del Papa Gelasio I
-
Dios excluido del ser, de Jean-Luc Marion
-
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Eugenio Vegas Latapie: Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la Segunda República
-
AA.VV.: La enciclopedia y el enciclopedismo
-
Mário Saraiva: Outra democracia. Uma alternativa nacional
-
Salvador Borrego: Metas políticas
-
Rigoberto López Valdivia: La quiebra de la revolución mexicana
-
Juan Sáinz Barberá: España y la idea de la Hispanidad
-
- Ilustraciones con recortes de periódicos
Autores
1983
La nueva idolatría
LA NUEVA IDOLATRIA
POR
ALVARO D'ÜRS
I. El primer mandamiento de la Ley de Dios
El primer mandamiento de la Ley de Dios o Decálogo suele
rezar así en nuestra Catequética: «Amar a Dios sobre todas las
cosas». Como explicaba, por ejemplo, el conocido Catecismo del
padre Astete, este mandamiento primero implicaba «adorar a Dios
sólo, con suma reverencia, de cuerpo
y alma, creyendo y espe
rando en El con fe viva». Su contenido parece,
pues, de
carácter
positivo, y sólo en la pregunta de « ¿quién peca contra esto?» se
explicitaban las implicaciones negativas: adorar o creer en ídolos
o dioses falsos, creer algo contra
la fe, dudar de alguno de sus
misterios o ignorar los
necesarios, no
hacer los debidos actos
propios de las tres virtudes teologales, desconfiar
de la misericor
dia de· Dios, recibir indignamente alg6n Sacramento; a lo que ·se
añadí-a, tras la pregunta «¿quién más?», creer en agüeros, usar de
hechicerías
o cosas.
supersticiosas,· entrar
en sociedades secretas,
y
leer, retener, prestar o vender libros prohibidos. Con este adita
mento se explicaba bastante
el contenido de nuestro primer man
damiento,
:pero, evidentemente,
no se
decía todo
lo que, hoy sobre
todo, conviene recordar.
Y a eso nos vamos a referir en este ar
tículo.
Esta forma abreviada del Catecismo en uso venía a resumir,
para enseñar la doctrina cristiana a
l<,s niños, lo que ya decía, algo
más ampliamente,
el «Catecismo mayor» de San Pfo X. La for
mulación del mandamiento era ya
allí la misma -·«amarás a Dios
sobre todas las cosas»-, pero se explicaba más ampliamente el
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ALVARO D'ORS
alcance del precepto. Por de pronto, se recordaba (núms. 358 y
siguientes) que en
la Sagrada Escritura tenía este mandamiento
una formulación negativa más amplia, que comprendía la prohi
bición de «la idolatría, la superstición, el sacrilegio, la herejía y cualquier otro pecado contra
la religión», y como la primera pro
hibición bíblica rezaba: «no harás para ti
escultura ni figura al
guna de lo
que está
arriba en el cielo o abajo en la tierra; y no
adorarás tales cosas
ni les darás culto», lo que aquel «Catecismo
mayor» se apresuraba a aclarar diciendo que con esto no se ex
cluía el uso de imágenes, sino sólo la adoración de las divinidades
falsas, y cómo se pueden honrar imágenes de Jesucristo y
de los
Santos, no por sí mismas, sino por lo que representan, haciendo
lugar a
la distinción conocida entre la «latría», ·que sólo se debe
a Dios, la «dulía», propia de los santos, y la «hiperdulía», exclu
sivamente reservada
a María
Santísima.
Esta
ha sido la base de Catequética moderna respecto al pri·
roer mandamiento y al
pecado de
idolatría. Pero si ahora nos.
re
montamos al Catecismo del Concilio de Trento, llamado también
de San Pío V o «para los párrocos», nos encontramos
-en su
«tercera parte», dedicada a explicar los «preceptos del Decálogo»
con una formulación del primer mandamiento más próximo a la
tradición bíblica. En efecto, se empieza por recordar
las palabras
originarías: «No tendrás dioses falsos
delánte de Mí», con lo que,
según dice ese Catecismo, forman una unidad las que siguen
en
el texto bíblico: «No harás para ti imagen de escultura ni figura
alguna de
las cosas
que hay
arriba en el Cielo ni abajo en la
Tierra,
ni de las que hay en las aguas debajo de la tierra. No las
adorarás
ni rendirás culto». También allí, por lo demás, se adara
ya debidamente el uso legítimo de las imágenes en
1; Iglesia. Y
todavía se. comenta a continuación aquella amenaza divina contra
los infractores de la ley, que se halla en este lugar, antes del pre
cepto de «no
tomarás en
vano el nombre del Señor; tu Dios» (ac
tualmente, el segundo mandamiento, que solemos repetir como
«no jurai-su santo nombre en-vano» )1 pero que se refiere a toda
la ley entera: «Yo soy el. Señor, Dios tuyo, el fuerte, el celoso,
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Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
que castiga la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y
cuatta generación de aquellos que me aborrecen, y que uso de
misericordia hasta
millates con
los que me aman
y guardan mis
mandamientos». Lugat éste, del Exodo (20,
5 s.), que no se re
pite en la formulación catequética simplificada de nuestra época.
II.
La originaria formulación doble
Como es sabido, en la Biblia, el Decálogo aparece en una
doble versión coincidente: en el capítulo 20 del Exodo, y en el
capitulo
5 del Deuteronomio. En esta versión bíblica el «amar
a Dios sobre todas las cosas» se explica así:
a) «No tendrás otro dios ante mí.
b) No te fabricarás escultura ni imagen alguna de lo que
existe
atriba en
el Cielo, o abajo en la tierra, o por bajo
de la tierra en las aguas.
e) No te postrarás ante ellas, ni las rendirás culto; pues yo, Y
ahveh, tu
Dios, soy Dios celoso, etc.» ( en la forma antes
recordada).
Patece evidente que, dejando aparte como apéndice general la
amenaza de castigo ( « ... pues yo, Yahveh, etc.»), nos encontramos
ante dos preceptos y no uno sólo. El primero (a) es de no tener
más que un Dios,
y el segundo (b-c), el de no rendir culto a los
ídolqs. Esto es realmente así porque, si sólo hubiera un precepto,
resultatían un total de nueve, y no diez, mandamientos, siendo así
que la ley divina siempre constituyó un Decálogo. En efecto,
el último precepto de la Ley decía así en la versión
del Exodo (20, 17):
«No desearás la casa de tu prójimo, ni codiciarás su
mujer, su siervo, su sierva, su buey, su asno, ni nada de
lo que pertenece a tu prójimo.»
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ALVARO D'ORS
En la misma forma, pero anteponiendo a la «mujer» y aña·
diendo
el
«campo», se
lee en el Deuteronomio
(5, 21):
«No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni desearás su
casa, su campo, ·su Siervo, su ·sierva, su buey, su asno, ni
nada de lo que pertenece a tu prójimo.»
Como
se ve, el
prece¡,to contra
la codicia, que se ha
desdo
blado
en la versión tradicional de la Iglesia, era originariamente
único: la mujer del
pr6jin,.o .era una
cosa más que no se debía
desear; sólo que,
al figurar en primer lugar en la versión del Deu
teronomio,
se propiciaba su separación del resto de la serie. Ya
en la traducción griega de los «Setenta», incluso el texto del
Exodo fue acomodado
al orden deuteronómico l'(OO desearás la mu
jer_ de tu prójimo, ni desearás su casa, ni su campo, etc.». De
este modo el último precepto del Decálogo se ¡eonvirtió en doble:
«no desear la mujer de tu prójimo»
y «no codiciar los bienes
ajenos». Pero, con este mandamiento, los preceptos resultaban
once y no diez, por lo que ya Orígenes, en la primera mitad del
siglo
III d. C., hizo el arreglo de fundir en uno los dos primeros
contra
la idolatrla y las imágenes, en tanto el décimo quedó di
vidido
en dos. Esto, que era entonces una novedad, fue luego
re
cibido
por
la Iglesia, sobre todo desde San Agustín, incluso taro·
bién
por los luteranos, en tanto
la tradición judla, y calvinista,
mantuvo la distribución antigua de los
preceptosc: En
esta
forma
antigua,
por lo demás, se repartían mejor los diez
mandamientos
entre )as dos
tablas, de cinco preceptos cada una, puesto que el
actual cuarto mandamiento, de «honrar padre
y madre», antiguo
quinto,
venía a cerrar la primera serie de los preceptos relativos a
Dios, autor de la vida,
r a los que son sus intermediarios, en
tanto la segunda serie, desde «no matarás», se refería al prójimo.
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LA NUBV A IDOLATRIA
111. La prohibición de idolatría, olvidada en el mundo
mOderno
Es claro que el reajuste de los diez preceptos, incluso )a adap
tación del que vino a ser noveno,
desvinculado ya· de
la «mujer
de
tu prójimo», para referirlo a todos los «deseos impuros», como
complemento del actual sexto, no tiene por qué ser discutido.
Nuestro propósito en este momento es el de recordar que el actual
primer mandamiento sigue siendo muy principalmente una
· pro
hibición
de
la idolatría. Porque se diría a veces que la difusión
del Cristianismo y reducción de las religiones idolátricas a par
celas menos importantes, podría hacer olvidar la necesidad de esa
prohibición. En efecto,
los pueblos
no cristianos, o tienen alguna
forma de monoteísmo, o son prácticamente ateos, aunque obser
ven algunas formas rituales y ciert.a filosofía moral que pueden
llegar a dar
la falsa impresión de ser «religiones», cuando real
mente no lo son, por carecer de la creencia en un Dios personal. Así, podría parecer que
el culto a falsos dioses se halla reducido
a algunos reductos de
incivilización prácticamente
despreciables.
Contra este error, quisiera advertir hoy que existe siempre una
idolatría, aunque no sea de apariencia indigna, entre los mismos
pueblos civilizados
y, concretamente, entre los bautizados.
Quiero decir: cuando un cristiano hace examen de conciencia
y se vale para hacerlo de la pauta de los Diez Mandamientos que
aprendió en su infancia, es posible que pase muy superficialmente
por el primero, contentándose quizá con la seguridad de tener a Dios un amor «preferencial», que es, en verdad, el que se debe
tener a Dios; un amor que se manifieste en ciertas formas pia
dosas de culto, que pueden
ser realmente
sinceras y ajustadas a
la moral cristiana, incluso con cierta espiritualidad interior, de
oración devota, pero sin advertir
toda la
carga negativa que
tenía,
y
sigue teniendo, la prohibición de la idolatría. Porque no se
trata ya de que algún cristiano padezca quizás
alguna superstición,
que,
como dicen los catecismos, también quedan prohibidas por
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ALVARO D'ORS
el primer mandamiento, ni de que esté metido en algo de magia
o espiritismo, igualmente incompatible con
el amor a Dios sobre
todas las cosas,
ni de que ande con algún dije totémico o failico,
cuyo
significado suele ignorar, sino de algo más sutil, pero propia
mente idolátrico, que pudiera pasarle inadvertido a la hora de
hacer su propio examen de conciencia.
IV. "Mamón"
' Este término arameo, que los griegos transcriben en la forma
«mamonas», es muy frecuente en las versiones arameas de la
Biblia,
y significa la riqueza en general, no s6lo en dinero. Es el
mismo Jesucristo quien dice expresamente (Mt., 6, 24 y Le., 16,
13 ): «no podeis servir a Dios y a Mam6n». Mam6n queda aquí
como personificado, como un falso dios que muchos adoran en
vez de adorar al Dios verdadero. Luego, en
la misteriosa parábola
del
mayoral injusto (Le., 16, 9 y 11), vuelve a hablarse de este
dios de la riqueza, con el que aquel administrador infiel ha de
congraciarse para
.tener éxito
en sus propósitos econ6micos; en
el versículo 9 es donde se le llama expresamente «Mamón de ini
quidad». La profunda significaci6n de esta parábola no puede ser
analizada aquí. Se trata, en verdad, de desacreditar las reglas de
la prudencia econ6mica, que son ineptas para controlar sus pro
pios límites
-la ilusi6n de una riqueza, sí, pero honrada-, y
por eso los Fariseos, que creían poder vivir conforme a sus reglas, «se reían de El», al oírle decir estas cosas
(Le., 16, 14).
Pero que el servicio a la riqueza, o avaricia, constituye una
forma típica de idolatría resulta indiscutible por la declaración ex
presa de San Pablo, cuando habla de la avaricia como «servidum
bre a los ídolos» (Eph.,
5, 5 y Coloss., 3, 5).
Aunque
todo el Evangelio abunda en condenas de la riqueza,
estos pasajes citados prueban
que. el deseo de riqueza es una for
ma típica de idolatría. No se trata ya de adquirir injustamente
riquezas, pues eso entra en la prohibici6n del séptimo manda-
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LA NUEVA IDOLATRIA
miento, ni de codiciar los bienes ajenos, contra el décimo, sino
de la riqueza por
sí misma, independientemente de
la injusticia.
Ahora bien, toda la
economía del
mundo moderno
--el ca
pitalismo (incluido, naturalmente,
el estatal o comunista}- está
montada sobre la
idolatría de
Mamón.
Pero no
se trata ya de sim
ple consecuencia de la concupiscencia de los ojos o de la soberbia
de la vida, sino de un error teológico fundamental introducido
por los protestantes; a saber, la idea de que la riqueza (honrada
mente adquirida) es un signo de predestinación. Toda la moral
capitalista viene
de ah!. Y también toda la ciencia económica, que,
en
vez de
ser la propia de una recta administración de la pobreza,
se concibe como la enderezada al aumento ilimitado 'de la riqueza.
En torno a esa idolatría se constituye toda una constelación
de «valores», con el nombre de competitividad en un mercado
libre, productividad progresiva, fomento del consumo, etc
.. ¿Cuán
tos
cristianos son conscientes de haber
caldo en
este tan difun·
elido pecado de
idolatría?
Insisto:
no se trata ya de un apego personal a la riqueza, de
una avaricia individual, sino de un planteamiento social sobre el
error de que la riqueza, en abstracto, es un bien al que hay que servir. Esto que solemos llamar «bien», y con lo que medimos
el
grado de deseable desarrollo de los pueblos, es Mamón en per
sona.
Resulta algo grave, casi escandaloso, el decirlo, pero la Eco
nomía moderna
es
toda ella idolátrica. ¿Dónde ha quedado aque
lla
ponderada idea doméstica de «saber vivir con
economía»?
Porque
la
«economía doméstica»,
entendida en ese sentido tradi
cional, no rinde culto a Mamón, pero
sí aquella
otra de «la ri
queza de las naciones ...
», y de las empresas.
V. La idolatría de la Técnica
Pero hay todavía, en el mundo moderno, y también entre los
cristianos, otra forma
de
idolatría quizá todavía más
sutil, que es
la de poner toda esperanza en los progresos de la Técnica.
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ALVARO D'ORS
Las raíces de esta otra forma idolátrica son antiguas. Cuando
Francisco Bacon decía que
la «potestad está en la misma ciencia»,
estaba ya anunciando implícitamente que no toda potestad viene
de Dios. Porque
la potestad siempre viene de alguien, siempre
es delegada. La idea de delegación es esencial en toda potestad,
de modo que todo el que manda
lo hace por delegación de alguien
que
manda sobre él.
Aquella antigua fórmula de la potestad real que se reconocía
serlo «por la gracia de Dios», y que pudo convertirse después en
un alarde de
independencia del
despotismo regio, era, en realidad,
un reconocimiento de la propia limitación, pues con
ella se venia
a
reconocer que,
si el rey tenía algún p~der, era porque Dios se
lo había dado, y que, en consecuencia, tal potestad no podía ejer
citarse contra la voluntad de Dios. Por el contrario, la supresión
del lema no es un acto de humildad, sino una declaración de que
no se reconocen límites divinos al propio poder, aunque sí se ad
mitan otros
límites constitucionales,
de legalidad puramente hu
mana, convencional.
Esa misma esencial delegación de toda potestad es la que ex
plica que el
centuri6n del
Evangelio (Le., 7, 8) diga que él manda
a sus subordinados y éstos le obedecen, porque él mismo está
«constituido bajo potestad»: precisamente puede mandar porque
él mismo es un mandado, un «apoderado». Esa es la
razón esen
cial
de toda potestad.
Ahora bien, si la potestad está en la ciencia, esto quiere decir
que la potestad no viene de Dios, sino que es la misma ciencia
humana la fuente y origen de
la potestad; en último término, el
mismo hombre, pero no como tal hombre, sino por cuanto «po
see» unos recursos técnicos que
la ciencia le depara. Como esa
ciencia que depara recursos operativos es la Técnica, es ésta la
que viene a erigirse en origen de toda potestad: la tecnocracia,
sobre la que tan acertadamente ha escrito nuestro Vallet de Goy
tisolo.
También la Técnica se ha convertido en objeto de idolatría.
Una idolatría que puede confundirse a veces con la magia y la
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LA NUEVA IDOLATRIA
superstición, igualmente involucrables, como hemos dicho, en la
prohibición del primer mandamiento. También aquí habría que de
cir: «no podéis servir a Dios y a la Técnica». Porque quien todo
lo espera del progreso científico, espera de un ídolo su propia salvación, y esa esperanza en el falso dios de la
Técnica también
ella
es idolatría.
Hasta qué punto el hombre de nuestros dias, también el que
se profesa cristiano, practica este tipo de idolatría, no hay
nece
sidad
de explicarlo. Su salud, su seguridad ante el futuro, su pro
greso en el bienestar, su paz, tam:hién, natu.ralmente1 su riqueza,
en fin, toda su felicidad, todo queda encomendado a la Técnica
salvadora, ese nuevo «mesías» de la hora presente. Un falso dios,
ese de la
Técnica, al
que se rinde culto universal, contra la pro
hibición del
primer precepto
del Decálogo.
VI. Deificación de la Naturaleza
Este otro tipo de idolatría es ya antiguo, y no deja de estar
en relación con los anteriores: la sustitución de Dios creador por
la Naturaleza creada es ya un viejo propósito del Iluminismo,
deístico o ateo, lo mismo da.
Po:tique ¿qué
más da no creer en
la existencia
de dios
alguno que reducirlo, como hace, por ejemplo,
el «HimnÓ de la Alegría» de Schiller, cantado en la Novena Sin
forna de
Beethoven, a un ente lejano que habita más allá de las
estrellas y no se ocupa de nosoti:os, ni nosotros nos hemos de
preocupar de él?
Entre los antiguos paganos era frecuente la divinización de los
elementos naturales, no sólo de los lejanos astros, sino también
de los ríos y las fuentes, las cumbres de las montañas y hasta los mismos animales; era una forma aberrante, pero ingenua, de re
conocer las huellas de lo divino
eh la Creación, pero el natura
lismo de hoy es mucho
más imperdonable,
pues se aferra a lo
natural precisamente para negar la divinidad del Creador.
Esta exaltación de la Naturaleza
por encima del Creador co-
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ALVARO D'ORS
incide exactamente con lo que es por definición el Pecado: «la
aversión de
Dfos y
conversión a
las
criaturas,..
Es claro que gran parte de la Filosofía actual, difundiendo
un confuso inmanentismo, propicia conscientemente este culto a la Naturaleza, a la vez que se lo niega a Dios.
Pero son los mismos cristianos los que ingenuamente secun
dan esta idolatría. Por ejemplo, no nos damos cuenta general
mente
· de
que toda esa defensa
«ecológica,. del
medio ambiente,
con su sustitución del
«pecado>> por
la
«polución,.; que
toda
la exaltación masiva
de lo corporal, del deporte y gimnasia --que
con
razón decía San Pablo (I Tim., 4, 8) «vale para poco»-;
el absurdo ascetismo higiénico para «conservar la línea», cuando
ya nos hemos declarado incapaces de observar el más útil asce
tismo piadoso de los ayunos y abstinencias; la misma organiza
ción de las olimpiadas internacionales, que, desde su origen, pre
tendió constituir una nueva religión natural, como declataba ya
Pierre de Coubertin, cuando en
el Congreso de París de 1894,
decía descaradamente: «Para
mí, el deporte significa una reli
gión, con su iglesia, sus dogmas, su culto,
pero, sobre todo, con
un sentimiento religioso»:
ésa fue la «filosofía,. con que se hizo
la renovación del antiguo olimpismo pagano; que todas estas tendencias y modas, y ottos muchos errores más, todos son, en
realidad, manifestaciones de un culto a la Naturaleza, a un falso
dios, y, en último término, una nueva forma
de idolatría.
Séame
lícito recordar, a este propósito, la tergiversación mo
derna
de que ha sido objeto aquel viejo aforismo «mens sana in
corpore
sano»,
con el que parece significatse hoy que lo que hay
que cuidat es el cuerpo, porque la
mens sana se daría por sí
misma
cuando el cuerpo está sano. Pero este no es el verdadero
sentido de
la frase. El satírico romano Juvenal (Sátiras, 10, 356)
lo que decía es que a los dioses no había por qué
pedirles
tantas
cosas, sino que «lo único que hay que pedirles es una
inteligencia sana y un
cuerpo, sano».
Es
claro que no podemos disponer caprichosamente del cuer
po que Dios nos ha dado, pues debemos servirnos de él como
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LA NUEVA IDOLATRIA
«templo del Espíritu Santo, pero, por eso mismo, debemos cui
darlo como instrumento y no como si fuera un bien por sí mis
mo. Nuestro espíritu debe ser siempre quien
dome y domine a
nuestro cuerpo, sin dejar que éste se convierta en objeto de exhi
bici6n para nuestra contemplación idolátrica.
VII. El abuso de iconos
Sin alargar mucho nuestro análisis de nuevas formas de ido
latría que debemos tener en cuenta
al' hacer
el examen de con
ciencia sobre el primer mandamiento, volvamos a la formula
lación bíblica de éste: «No harás para ti imagen de escultura
ni figura alguna de cosas, etc.». C6mo surgió el abuso de fabricarse ídolos de madera se ex
plica en el capítulo
13 y siguiente del Libro de la Sabiduría. El
pasaje es largo
y me limitaré a ·entresacar de él algunos ver
sículos:
Al
principio del
capítulo se habla ya de la idolatría de la
Naturaleza a la que antes nos hemos referido:
(cap. 13) «Necios ... los hombres ... (que) por la consideración de las obras (no) vinieron al conocimiento del
Artífice, antes el fuego, o la brisa, o el aire veloz, o el
giro
de los astros, o el agua impetuosa, o los luceros del
cielo pensaron ser dioses, gobernadores del mundo ...
»
Pero, como hemos dicho, esta especie de idolatría natural, que
confunde la obra con el artífice, todavía era algo
explicable; más
imperdonables
son
«.. . los que llaman dioses a las obras de manos huma
nas, oro
y plata, engendro laborioso del arte ... Un leña
dor
tal vez, después de aserrar un tronco manejable,
arranca diestramente su
corteza, y con bello arte fabrica
un utensilio apto para los usos de la vida ...
y el desper-
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ALVARO D'ORS
dicio de eso, que para nada sirve, un leño retorcido todo
cuajado de nudos, lo toma y
cincela para ocupación de
su ociosidad, y... le
da el parecido de figura humana o
la semejanza de
algún vil animal, embadurnando con her
mellón, y barnizando con colorete su piel, y recubriendo
de yeso todas sus tachas, ... aparejada una hornacina digna
de él, lo coloca de nuevo, ... y le ruega por sus posesio
nes, por sus casamientos y por sus hijos, sin avergonzarse
de hablar con un trasto inanimado ... ; (cap. 14) otro ... ,
disponiéndose a emprender una navegación, .. .invoca a
gritos un trozo de madera, más deleznable que el navío
que le lleva ...
,.
Luego
aparece una alusión profética al «leño de la Cruz»:
«. . . bendito
es el
leño, por él se obra la justicia, mas el
otro, transformado en ídolo, maldito
él y quien lo fa
bricó ... »
La invención de los ídolos fue sobrevenida, puesto que en
traron éstos en el mundo «por vanidad de los hombres».
«Desolado un padre por un luto prematuro del hijo
precozmente arrebatado, labró una imagen, y al que era
hombre difunto empezó a honrar como a dios, y estable
ció entre sus subordinados .ritos de iniciación y ceremo
nias; después, consolidada por el tiempo, la impía cos tumbre se guardó como ley,
y por edictos de tiranos se
adoraron las esculturas ... ; la muchedumbre, arrebatada
por el primor de la obra ... (la) consideraron
como objeto
de
adoración.»
·Termina el capítulo describiendo los estragos del culto de los
ídolos ~matanzas, latrocinios,
fraudes, corrupciones, infidelida
des,
.tumultos; perjurios,
desbarajuste de lo bueno, olvido de be
neficios, ensuciáritlento de
almas, inversión
de··sexos, trastorno
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LA NUEVA IDOLATRJA
de matrimonios, adulterio y libertinaje- y el castigo merecido que Dios
inflinge a
los idólatras.
Para la historia de la idolatría, estos dos capítulos bíblicos
tienen un interés excepcional, superior a cuanto pueda contarnos
hoy la Etnografía. A ellos se refiere
sin duda San Pablo cuando
nos dice (Rom., 1, 21 y sigs.) que los hombres son inexcusables:
« ... por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron
como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entonte
cieron en sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su
insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron ne
cios, y trocaron la gloria de Dios incorruptible
por seme
janza
de la imagen del hombre corruptible, y de aves,
cuadrúpedos y reptiles.»
Es claro que, aunque en estos pasajes bíblicos se habla de
figuras de bulto, a partir de trozos residuales de madera, pero
fundidos también de metales, o talladas en piedra, lo mismo debe entenderse de la figura simplemente pintada, que es la más fre
cuente en nuestros tiempos.
La discusión acerca de la licitud de las imágenes es antigua,
y sabemos cómo se
pudo llegar
a prohibiciones extremosas, pru
dentemente superadas
por. el
equilibrio admirable del dogma ca
tólico, que, no sólo acepta
las imágenes
en el culto, por lo que
ellas representan, sino que admite el arte de hacer figuras con
otros fines puramente humanos, como lícita expresión del genio
artístico o como simple instrumento de recuerdo o información.
Esto es cierto, pero no debemos
ohndar, de· todos
modos, que
toda imagen, por sí misma, produce una atracción más o menos
fuerte en el
espíritu de
quien la mira, y resulta, en todo caso,
un instrumento para captar nuestra atención. Esta fuerza de cap tación es bien conocida por
la técnica de la publicidad, y los re
sultados de la misma son fácilmente apreciables en un mundo
dominado por la propaganda publicitaria de todo tipo. Puede decirse que el
éspíritú del
hombre de nuestros días
se halla estragado por el abuso de
imágenes que recaban cons-
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ALVARO D'ORS
tantemente su atención, y acaban por dominar su inteligencia.
Las mismas tendencias de la Pedagogía
han fomentado la ense
ñanza por
imágenes
más que
por palabras, lo que no ha podido
hacerse
sin cierto menoscabo de esa esencial racionalidad de la
palabra y, sobre todo, de la palabra hablada
-el «verbo» por
antonomasia~, que
es precisamente el instrumento idóneo para
la comunicación de la Fe
-fides ex auditu!-.En este sentido,
nuestro ambiente se halla
superpoblado de
imágenes, de iconos
que dominan nuestra psique, verdaderos ídolos de nuestra
so
ciedad;
y no hablemos ya de aquellos casos extremos en que la
imagen comercialmente difundida sitve para asegurar el culto his
térico
_que se
rinde a los
muliecos vivientes
del gran espectáculo.
Aunque no pretendamos decir que la atracción constante de
los iconos constituya realmente una forma de culto, no deja de
ser cierto que la sumisión que a tales iconos concedemos resulta
tener unos efectos
no muy
distantes de la idolatría. Del mismo
modo que la presencia permanente
de la imagen de un ser fa
miliar atrae nuestró afecto de una manera no muy distinta que
la estampa de un santo, así también la profusión pública de imá genes publicitadas, y de todos los medios de comunicación social
ha venido
a cumplir una función parecida a la de las imágenes
que la piedad nos
ofrecía dentro
de las iglesias y aun fuera de
ellas, en
diversa; formas
monumentales o de recoleta devoción
callejera. No era absurdo, después de todo, que a todas las imá
genes, aunque fueran profanas, el pueblo llamara «santos»; y a
un libro con láminas, «un libro con santos».
Y la imagen ha llegado a constituirse en elemento tan
im
portante
en esta vida, que
las personas no son consideradas ya
por sí mismas, sino por su «imagen», y no se preocupan ellas
tanto de «ser» cuanto de «parecer» y «tener» una imagen. Porque
también las personas entran en el circuito de los iconos, y llegan
por ello mismo a quedar como moralmente despersonalizadas por
transformación en unas imágenes más, imágenes de sí mismas,
que representan una personalidad puramente convencional, como
los cuños de las monedas.
812
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
¿No hemos de reconocer bajo esa estragadora profusión de
iconos y bajo esta profanación de la auténtica personalidad del
hombre hecho a imagen de Dios una nueva forma de idolatría?
VIII. Conclusión
El cristiano debe examinarse acerca del primer mandamiento,
analizando su actitud moral ante estas formas de nueva idolatría
difundidas en nuestro tiempo, teniendo presente la forma más
completa en que aquél fue originariamente formulado. Porque
el
primer mandamiento es realmente el primero y más importante
de todos,
y no puede decirse que queda bien cumplido si no pro
fundizamos en el aspecto negativo que he tratado de exponer
a nuestros lectores, en los que suponemos
la mejor disposición
para comprender en profundidad cuanto de una manera quizá algo abreviada
y superficial me he atrevido a comunicarles.
813
Fundaci\363n Speiro
POR
ALVARO D'ÜRS
I. El primer mandamiento de la Ley de Dios
El primer mandamiento de la Ley de Dios o Decálogo suele
rezar así en nuestra Catequética: «Amar a Dios sobre todas las
cosas». Como explicaba, por ejemplo, el conocido Catecismo del
padre Astete, este mandamiento primero implicaba «adorar a Dios
sólo, con suma reverencia, de cuerpo
y alma, creyendo y espe
rando en El con fe viva». Su contenido parece,
pues, de
carácter
positivo, y sólo en la pregunta de « ¿quién peca contra esto?» se
explicitaban las implicaciones negativas: adorar o creer en ídolos
o dioses falsos, creer algo contra
la fe, dudar de alguno de sus
misterios o ignorar los
necesarios, no
hacer los debidos actos
propios de las tres virtudes teologales, desconfiar
de la misericor
dia de· Dios, recibir indignamente alg6n Sacramento; a lo que ·se
añadí-a, tras la pregunta «¿quién más?», creer en agüeros, usar de
hechicerías
o cosas.
supersticiosas,· entrar
en sociedades secretas,
y
leer, retener, prestar o vender libros prohibidos. Con este adita
mento se explicaba bastante
el contenido de nuestro primer man
damiento,
:pero, evidentemente,
no se
decía todo
lo que, hoy sobre
todo, conviene recordar.
Y a eso nos vamos a referir en este ar
tículo.
Esta forma abreviada del Catecismo en uso venía a resumir,
para enseñar la doctrina cristiana a
l<,s niños, lo que ya decía, algo
más ampliamente,
el «Catecismo mayor» de San Pfo X. La for
mulación del mandamiento era ya
allí la misma -·«amarás a Dios
sobre todas las cosas»-, pero se explicaba más ampliamente el
799
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
alcance del precepto. Por de pronto, se recordaba (núms. 358 y
siguientes) que en
la Sagrada Escritura tenía este mandamiento
una formulación negativa más amplia, que comprendía la prohi
bición de «la idolatría, la superstición, el sacrilegio, la herejía y cualquier otro pecado contra
la religión», y como la primera pro
hibición bíblica rezaba: «no harás para ti
escultura ni figura al
guna de lo
que está
arriba en el cielo o abajo en la tierra; y no
adorarás tales cosas
ni les darás culto», lo que aquel «Catecismo
mayor» se apresuraba a aclarar diciendo que con esto no se ex
cluía el uso de imágenes, sino sólo la adoración de las divinidades
falsas, y cómo se pueden honrar imágenes de Jesucristo y
de los
Santos, no por sí mismas, sino por lo que representan, haciendo
lugar a
la distinción conocida entre la «latría», ·que sólo se debe
a Dios, la «dulía», propia de los santos, y la «hiperdulía», exclu
sivamente reservada
a María
Santísima.
Esta
ha sido la base de Catequética moderna respecto al pri·
roer mandamiento y al
pecado de
idolatría. Pero si ahora nos.
re
montamos al Catecismo del Concilio de Trento, llamado también
de San Pío V o «para los párrocos», nos encontramos
-en su
«tercera parte», dedicada a explicar los «preceptos del Decálogo»
con una formulación del primer mandamiento más próximo a la
tradición bíblica. En efecto, se empieza por recordar
las palabras
originarías: «No tendrás dioses falsos
delánte de Mí», con lo que,
según dice ese Catecismo, forman una unidad las que siguen
en
el texto bíblico: «No harás para ti imagen de escultura ni figura
alguna de
las cosas
que hay
arriba en el Cielo ni abajo en la
Tierra,
ni de las que hay en las aguas debajo de la tierra. No las
adorarás
ni rendirás culto». También allí, por lo demás, se adara
ya debidamente el uso legítimo de las imágenes en
1; Iglesia. Y
todavía se. comenta a continuación aquella amenaza divina contra
los infractores de la ley, que se halla en este lugar, antes del pre
cepto de «no
tomarás en
vano el nombre del Señor; tu Dios» (ac
tualmente, el segundo mandamiento, que solemos repetir como
«no jurai-su santo nombre en-vano» )1 pero que se refiere a toda
la ley entera: «Yo soy el. Señor, Dios tuyo, el fuerte, el celoso,
800
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
que castiga la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y
cuatta generación de aquellos que me aborrecen, y que uso de
misericordia hasta
millates con
los que me aman
y guardan mis
mandamientos». Lugat éste, del Exodo (20,
5 s.), que no se re
pite en la formulación catequética simplificada de nuestra época.
II.
La originaria formulación doble
Como es sabido, en la Biblia, el Decálogo aparece en una
doble versión coincidente: en el capítulo 20 del Exodo, y en el
capitulo
5 del Deuteronomio. En esta versión bíblica el «amar
a Dios sobre todas las cosas» se explica así:
a) «No tendrás otro dios ante mí.
b) No te fabricarás escultura ni imagen alguna de lo que
existe
atriba en
el Cielo, o abajo en la tierra, o por bajo
de la tierra en las aguas.
e) No te postrarás ante ellas, ni las rendirás culto; pues yo, Y
ahveh, tu
Dios, soy Dios celoso, etc.» ( en la forma antes
recordada).
Patece evidente que, dejando aparte como apéndice general la
amenaza de castigo ( « ... pues yo, Yahveh, etc.»), nos encontramos
ante dos preceptos y no uno sólo. El primero (a) es de no tener
más que un Dios,
y el segundo (b-c), el de no rendir culto a los
ídolqs. Esto es realmente así porque, si sólo hubiera un precepto,
resultatían un total de nueve, y no diez, mandamientos, siendo así
que la ley divina siempre constituyó un Decálogo. En efecto,
el último precepto de la Ley decía así en la versión
del Exodo (20, 17):
«No desearás la casa de tu prójimo, ni codiciarás su
mujer, su siervo, su sierva, su buey, su asno, ni nada de
lo que pertenece a tu prójimo.»
801
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
En la misma forma, pero anteponiendo a la «mujer» y aña·
diendo
el
«campo», se
lee en el Deuteronomio
(5, 21):
«No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni desearás su
casa, su campo, ·su Siervo, su ·sierva, su buey, su asno, ni
nada de lo que pertenece a tu prójimo.»
Como
se ve, el
prece¡,to contra
la codicia, que se ha
desdo
blado
en la versión tradicional de la Iglesia, era originariamente
único: la mujer del
pr6jin,.o .era una
cosa más que no se debía
desear; sólo que,
al figurar en primer lugar en la versión del Deu
teronomio,
se propiciaba su separación del resto de la serie. Ya
en la traducción griega de los «Setenta», incluso el texto del
Exodo fue acomodado
al orden deuteronómico l'(OO desearás la mu
jer_ de tu prójimo, ni desearás su casa, ni su campo, etc.». De
este modo el último precepto del Decálogo se ¡eonvirtió en doble:
«no desear la mujer de tu prójimo»
y «no codiciar los bienes
ajenos». Pero, con este mandamiento, los preceptos resultaban
once y no diez, por lo que ya Orígenes, en la primera mitad del
siglo
III d. C., hizo el arreglo de fundir en uno los dos primeros
contra
la idolatrla y las imágenes, en tanto el décimo quedó di
vidido
en dos. Esto, que era entonces una novedad, fue luego
re
cibido
por
la Iglesia, sobre todo desde San Agustín, incluso taro·
bién
por los luteranos, en tanto
la tradición judla, y calvinista,
mantuvo la distribución antigua de los
preceptosc: En
esta
forma
antigua,
por lo demás, se repartían mejor los diez
mandamientos
entre )as dos
tablas, de cinco preceptos cada una, puesto que el
actual cuarto mandamiento, de «honrar padre
y madre», antiguo
quinto,
venía a cerrar la primera serie de los preceptos relativos a
Dios, autor de la vida,
r a los que son sus intermediarios, en
tanto la segunda serie, desde «no matarás», se refería al prójimo.
802
Fundaci\363n Speiro
LA NUBV A IDOLATRIA
111. La prohibición de idolatría, olvidada en el mundo
mOderno
Es claro que el reajuste de los diez preceptos, incluso )a adap
tación del que vino a ser noveno,
desvinculado ya· de
la «mujer
de
tu prójimo», para referirlo a todos los «deseos impuros», como
complemento del actual sexto, no tiene por qué ser discutido.
Nuestro propósito en este momento es el de recordar que el actual
primer mandamiento sigue siendo muy principalmente una
· pro
hibición
de
la idolatría. Porque se diría a veces que la difusión
del Cristianismo y reducción de las religiones idolátricas a par
celas menos importantes, podría hacer olvidar la necesidad de esa
prohibición. En efecto,
los pueblos
no cristianos, o tienen alguna
forma de monoteísmo, o son prácticamente ateos, aunque obser
ven algunas formas rituales y ciert.a filosofía moral que pueden
llegar a dar
la falsa impresión de ser «religiones», cuando real
mente no lo son, por carecer de la creencia en un Dios personal. Así, podría parecer que
el culto a falsos dioses se halla reducido
a algunos reductos de
incivilización prácticamente
despreciables.
Contra este error, quisiera advertir hoy que existe siempre una
idolatría, aunque no sea de apariencia indigna, entre los mismos
pueblos civilizados
y, concretamente, entre los bautizados.
Quiero decir: cuando un cristiano hace examen de conciencia
y se vale para hacerlo de la pauta de los Diez Mandamientos que
aprendió en su infancia, es posible que pase muy superficialmente
por el primero, contentándose quizá con la seguridad de tener a Dios un amor «preferencial», que es, en verdad, el que se debe
tener a Dios; un amor que se manifieste en ciertas formas pia
dosas de culto, que pueden
ser realmente
sinceras y ajustadas a
la moral cristiana, incluso con cierta espiritualidad interior, de
oración devota, pero sin advertir
toda la
carga negativa que
tenía,
y
sigue teniendo, la prohibición de la idolatría. Porque no se
trata ya de que algún cristiano padezca quizás
alguna superstición,
que,
como dicen los catecismos, también quedan prohibidas por
803
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
el primer mandamiento, ni de que esté metido en algo de magia
o espiritismo, igualmente incompatible con
el amor a Dios sobre
todas las cosas,
ni de que ande con algún dije totémico o failico,
cuyo
significado suele ignorar, sino de algo más sutil, pero propia
mente idolátrico, que pudiera pasarle inadvertido a la hora de
hacer su propio examen de conciencia.
IV. "Mamón"
' Este término arameo, que los griegos transcriben en la forma
«mamonas», es muy frecuente en las versiones arameas de la
Biblia,
y significa la riqueza en general, no s6lo en dinero. Es el
mismo Jesucristo quien dice expresamente (Mt., 6, 24 y Le., 16,
13 ): «no podeis servir a Dios y a Mam6n». Mam6n queda aquí
como personificado, como un falso dios que muchos adoran en
vez de adorar al Dios verdadero. Luego, en
la misteriosa parábola
del
mayoral injusto (Le., 16, 9 y 11), vuelve a hablarse de este
dios de la riqueza, con el que aquel administrador infiel ha de
congraciarse para
.tener éxito
en sus propósitos econ6micos; en
el versículo 9 es donde se le llama expresamente «Mamón de ini
quidad». La profunda significaci6n de esta parábola no puede ser
analizada aquí. Se trata, en verdad, de desacreditar las reglas de
la prudencia econ6mica, que son ineptas para controlar sus pro
pios límites
-la ilusi6n de una riqueza, sí, pero honrada-, y
por eso los Fariseos, que creían poder vivir conforme a sus reglas, «se reían de El», al oírle decir estas cosas
(Le., 16, 14).
Pero que el servicio a la riqueza, o avaricia, constituye una
forma típica de idolatría resulta indiscutible por la declaración ex
presa de San Pablo, cuando habla de la avaricia como «servidum
bre a los ídolos» (Eph.,
5, 5 y Coloss., 3, 5).
Aunque
todo el Evangelio abunda en condenas de la riqueza,
estos pasajes citados prueban
que. el deseo de riqueza es una for
ma típica de idolatría. No se trata ya de adquirir injustamente
riquezas, pues eso entra en la prohibici6n del séptimo manda-
804
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
miento, ni de codiciar los bienes ajenos, contra el décimo, sino
de la riqueza por
sí misma, independientemente de
la injusticia.
Ahora bien, toda la
economía del
mundo moderno
--el ca
pitalismo (incluido, naturalmente,
el estatal o comunista}- está
montada sobre la
idolatría de
Mamón.
Pero no
se trata ya de sim
ple consecuencia de la concupiscencia de los ojos o de la soberbia
de la vida, sino de un error teológico fundamental introducido
por los protestantes; a saber, la idea de que la riqueza (honrada
mente adquirida) es un signo de predestinación. Toda la moral
capitalista viene
de ah!. Y también toda la ciencia económica, que,
en
vez de
ser la propia de una recta administración de la pobreza,
se concibe como la enderezada al aumento ilimitado 'de la riqueza.
En torno a esa idolatría se constituye toda una constelación
de «valores», con el nombre de competitividad en un mercado
libre, productividad progresiva, fomento del consumo, etc
.. ¿Cuán
tos
cristianos son conscientes de haber
caldo en
este tan difun·
elido pecado de
idolatría?
Insisto:
no se trata ya de un apego personal a la riqueza, de
una avaricia individual, sino de un planteamiento social sobre el
error de que la riqueza, en abstracto, es un bien al que hay que servir. Esto que solemos llamar «bien», y con lo que medimos
el
grado de deseable desarrollo de los pueblos, es Mamón en per
sona.
Resulta algo grave, casi escandaloso, el decirlo, pero la Eco
nomía moderna
es
toda ella idolátrica. ¿Dónde ha quedado aque
lla
ponderada idea doméstica de «saber vivir con
economía»?
Porque
la
«economía doméstica»,
entendida en ese sentido tradi
cional, no rinde culto a Mamón, pero
sí aquella
otra de «la ri
queza de las naciones ...
», y de las empresas.
V. La idolatría de la Técnica
Pero hay todavía, en el mundo moderno, y también entre los
cristianos, otra forma
de
idolatría quizá todavía más
sutil, que es
la de poner toda esperanza en los progresos de la Técnica.
805
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
Las raíces de esta otra forma idolátrica son antiguas. Cuando
Francisco Bacon decía que
la «potestad está en la misma ciencia»,
estaba ya anunciando implícitamente que no toda potestad viene
de Dios. Porque
la potestad siempre viene de alguien, siempre
es delegada. La idea de delegación es esencial en toda potestad,
de modo que todo el que manda
lo hace por delegación de alguien
que
manda sobre él.
Aquella antigua fórmula de la potestad real que se reconocía
serlo «por la gracia de Dios», y que pudo convertirse después en
un alarde de
independencia del
despotismo regio, era, en realidad,
un reconocimiento de la propia limitación, pues con
ella se venia
a
reconocer que,
si el rey tenía algún p~der, era porque Dios se
lo había dado, y que, en consecuencia, tal potestad no podía ejer
citarse contra la voluntad de Dios. Por el contrario, la supresión
del lema no es un acto de humildad, sino una declaración de que
no se reconocen límites divinos al propio poder, aunque sí se ad
mitan otros
límites constitucionales,
de legalidad puramente hu
mana, convencional.
Esa misma esencial delegación de toda potestad es la que ex
plica que el
centuri6n del
Evangelio (Le., 7, 8) diga que él manda
a sus subordinados y éstos le obedecen, porque él mismo está
«constituido bajo potestad»: precisamente puede mandar porque
él mismo es un mandado, un «apoderado». Esa es la
razón esen
cial
de toda potestad.
Ahora bien, si la potestad está en la ciencia, esto quiere decir
que la potestad no viene de Dios, sino que es la misma ciencia
humana la fuente y origen de
la potestad; en último término, el
mismo hombre, pero no como tal hombre, sino por cuanto «po
see» unos recursos técnicos que
la ciencia le depara. Como esa
ciencia que depara recursos operativos es la Técnica, es ésta la
que viene a erigirse en origen de toda potestad: la tecnocracia,
sobre la que tan acertadamente ha escrito nuestro Vallet de Goy
tisolo.
También la Técnica se ha convertido en objeto de idolatría.
Una idolatría que puede confundirse a veces con la magia y la
806
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
superstición, igualmente involucrables, como hemos dicho, en la
prohibición del primer mandamiento. También aquí habría que de
cir: «no podéis servir a Dios y a la Técnica». Porque quien todo
lo espera del progreso científico, espera de un ídolo su propia salvación, y esa esperanza en el falso dios de la
Técnica también
ella
es idolatría.
Hasta qué punto el hombre de nuestros dias, también el que
se profesa cristiano, practica este tipo de idolatría, no hay
nece
sidad
de explicarlo. Su salud, su seguridad ante el futuro, su pro
greso en el bienestar, su paz, tam:hién, natu.ralmente1 su riqueza,
en fin, toda su felicidad, todo queda encomendado a la Técnica
salvadora, ese nuevo «mesías» de la hora presente. Un falso dios,
ese de la
Técnica, al
que se rinde culto universal, contra la pro
hibición del
primer precepto
del Decálogo.
VI. Deificación de la Naturaleza
Este otro tipo de idolatría es ya antiguo, y no deja de estar
en relación con los anteriores: la sustitución de Dios creador por
la Naturaleza creada es ya un viejo propósito del Iluminismo,
deístico o ateo, lo mismo da.
Po:tique ¿qué
más da no creer en
la existencia
de dios
alguno que reducirlo, como hace, por ejemplo,
el «HimnÓ de la Alegría» de Schiller, cantado en la Novena Sin
forna de
Beethoven, a un ente lejano que habita más allá de las
estrellas y no se ocupa de nosoti:os, ni nosotros nos hemos de
preocupar de él?
Entre los antiguos paganos era frecuente la divinización de los
elementos naturales, no sólo de los lejanos astros, sino también
de los ríos y las fuentes, las cumbres de las montañas y hasta los mismos animales; era una forma aberrante, pero ingenua, de re
conocer las huellas de lo divino
eh la Creación, pero el natura
lismo de hoy es mucho
más imperdonable,
pues se aferra a lo
natural precisamente para negar la divinidad del Creador.
Esta exaltación de la Naturaleza
por encima del Creador co-
807
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
incide exactamente con lo que es por definición el Pecado: «la
aversión de
Dfos y
conversión a
las
criaturas,..
Es claro que gran parte de la Filosofía actual, difundiendo
un confuso inmanentismo, propicia conscientemente este culto a la Naturaleza, a la vez que se lo niega a Dios.
Pero son los mismos cristianos los que ingenuamente secun
dan esta idolatría. Por ejemplo, no nos damos cuenta general
mente
· de
que toda esa defensa
«ecológica,. del
medio ambiente,
con su sustitución del
«pecado>> por
la
«polución,.; que
toda
la exaltación masiva
de lo corporal, del deporte y gimnasia --que
con
razón decía San Pablo (I Tim., 4, 8) «vale para poco»-;
el absurdo ascetismo higiénico para «conservar la línea», cuando
ya nos hemos declarado incapaces de observar el más útil asce
tismo piadoso de los ayunos y abstinencias; la misma organiza
ción de las olimpiadas internacionales, que, desde su origen, pre
tendió constituir una nueva religión natural, como declataba ya
Pierre de Coubertin, cuando en
el Congreso de París de 1894,
decía descaradamente: «Para
mí, el deporte significa una reli
gión, con su iglesia, sus dogmas, su culto,
pero, sobre todo, con
un sentimiento religioso»:
ésa fue la «filosofía,. con que se hizo
la renovación del antiguo olimpismo pagano; que todas estas tendencias y modas, y ottos muchos errores más, todos son, en
realidad, manifestaciones de un culto a la Naturaleza, a un falso
dios, y, en último término, una nueva forma
de idolatría.
Séame
lícito recordar, a este propósito, la tergiversación mo
derna
de que ha sido objeto aquel viejo aforismo «mens sana in
corpore
sano»,
con el que parece significatse hoy que lo que hay
que cuidat es el cuerpo, porque la
mens sana se daría por sí
misma
cuando el cuerpo está sano. Pero este no es el verdadero
sentido de
la frase. El satírico romano Juvenal (Sátiras, 10, 356)
lo que decía es que a los dioses no había por qué
pedirles
tantas
cosas, sino que «lo único que hay que pedirles es una
inteligencia sana y un
cuerpo, sano».
Es
claro que no podemos disponer caprichosamente del cuer
po que Dios nos ha dado, pues debemos servirnos de él como
808
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRIA
«templo del Espíritu Santo, pero, por eso mismo, debemos cui
darlo como instrumento y no como si fuera un bien por sí mis
mo. Nuestro espíritu debe ser siempre quien
dome y domine a
nuestro cuerpo, sin dejar que éste se convierta en objeto de exhi
bici6n para nuestra contemplación idolátrica.
VII. El abuso de iconos
Sin alargar mucho nuestro análisis de nuevas formas de ido
latría que debemos tener en cuenta
al' hacer
el examen de con
ciencia sobre el primer mandamiento, volvamos a la formula
lación bíblica de éste: «No harás para ti imagen de escultura
ni figura alguna de cosas, etc.». C6mo surgió el abuso de fabricarse ídolos de madera se ex
plica en el capítulo
13 y siguiente del Libro de la Sabiduría. El
pasaje es largo
y me limitaré a ·entresacar de él algunos ver
sículos:
Al
principio del
capítulo se habla ya de la idolatría de la
Naturaleza a la que antes nos hemos referido:
(cap. 13) «Necios ... los hombres ... (que) por la consideración de las obras (no) vinieron al conocimiento del
Artífice, antes el fuego, o la brisa, o el aire veloz, o el
giro
de los astros, o el agua impetuosa, o los luceros del
cielo pensaron ser dioses, gobernadores del mundo ...
»
Pero, como hemos dicho, esta especie de idolatría natural, que
confunde la obra con el artífice, todavía era algo
explicable; más
imperdonables
son
«.. . los que llaman dioses a las obras de manos huma
nas, oro
y plata, engendro laborioso del arte ... Un leña
dor
tal vez, después de aserrar un tronco manejable,
arranca diestramente su
corteza, y con bello arte fabrica
un utensilio apto para los usos de la vida ...
y el desper-
809
Fundaci\363n Speiro
ALVARO D'ORS
dicio de eso, que para nada sirve, un leño retorcido todo
cuajado de nudos, lo toma y
cincela para ocupación de
su ociosidad, y... le
da el parecido de figura humana o
la semejanza de
algún vil animal, embadurnando con her
mellón, y barnizando con colorete su piel, y recubriendo
de yeso todas sus tachas, ... aparejada una hornacina digna
de él, lo coloca de nuevo, ... y le ruega por sus posesio
nes, por sus casamientos y por sus hijos, sin avergonzarse
de hablar con un trasto inanimado ... ; (cap. 14) otro ... ,
disponiéndose a emprender una navegación, .. .invoca a
gritos un trozo de madera, más deleznable que el navío
que le lleva ...
,.
Luego
aparece una alusión profética al «leño de la Cruz»:
«. . . bendito
es el
leño, por él se obra la justicia, mas el
otro, transformado en ídolo, maldito
él y quien lo fa
bricó ... »
La invención de los ídolos fue sobrevenida, puesto que en
traron éstos en el mundo «por vanidad de los hombres».
«Desolado un padre por un luto prematuro del hijo
precozmente arrebatado, labró una imagen, y al que era
hombre difunto empezó a honrar como a dios, y estable
ció entre sus subordinados .ritos de iniciación y ceremo
nias; después, consolidada por el tiempo, la impía cos tumbre se guardó como ley,
y por edictos de tiranos se
adoraron las esculturas ... ; la muchedumbre, arrebatada
por el primor de la obra ... (la) consideraron
como objeto
de
adoración.»
·Termina el capítulo describiendo los estragos del culto de los
ídolos ~matanzas, latrocinios,
fraudes, corrupciones, infidelida
des,
.tumultos; perjurios,
desbarajuste de lo bueno, olvido de be
neficios, ensuciáritlento de
almas, inversión
de··sexos, trastorno
810
Fundaci\363n Speiro
LA NUEVA IDOLATRJA
de matrimonios, adulterio y libertinaje- y el castigo merecido que Dios
inflinge a
los idólatras.
Para la historia de la idolatría, estos dos capítulos bíblicos
tienen un interés excepcional, superior a cuanto pueda contarnos
hoy la Etnografía. A ellos se refiere
sin duda San Pablo cuando
nos dice (Rom., 1, 21 y sigs.) que los hombres son inexcusables:
« ... por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron
como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entonte
cieron en sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su
insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron ne
cios, y trocaron la gloria de Dios incorruptible
por seme
janza
de la imagen del hombre corruptible, y de aves,
cuadrúpedos y reptiles.»
Es claro que, aunque en estos pasajes bíblicos se habla de
figuras de bulto, a partir de trozos residuales de madera, pero
fundidos también de metales, o talladas en piedra, lo mismo debe entenderse de la figura simplemente pintada, que es la más fre
cuente en nuestros tiempos.
La discusión acerca de la licitud de las imágenes es antigua,
y sabemos cómo se
pudo llegar
a prohibiciones extremosas, pru
dentemente superadas
por. el
equilibrio admirable del dogma ca
tólico, que, no sólo acepta
las imágenes
en el culto, por lo que
ellas representan, sino que admite el arte de hacer figuras con
otros fines puramente humanos, como lícita expresión del genio
artístico o como simple instrumento de recuerdo o información.
Esto es cierto, pero no debemos
ohndar, de· todos
modos, que
toda imagen, por sí misma, produce una atracción más o menos
fuerte en el
espíritu de
quien la mira, y resulta, en todo caso,
un instrumento para captar nuestra atención. Esta fuerza de cap tación es bien conocida por
la técnica de la publicidad, y los re
sultados de la misma son fácilmente apreciables en un mundo
dominado por la propaganda publicitaria de todo tipo. Puede decirse que el
éspíritú del
hombre de nuestros días
se halla estragado por el abuso de
imágenes que recaban cons-
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ALVARO D'ORS
tantemente su atención, y acaban por dominar su inteligencia.
Las mismas tendencias de la Pedagogía
han fomentado la ense
ñanza por
imágenes
más que
por palabras, lo que no ha podido
hacerse
sin cierto menoscabo de esa esencial racionalidad de la
palabra y, sobre todo, de la palabra hablada
-el «verbo» por
antonomasia~, que
es precisamente el instrumento idóneo para
la comunicación de la Fe
-fides ex auditu!-.En este sentido,
nuestro ambiente se halla
superpoblado de
imágenes, de iconos
que dominan nuestra psique, verdaderos ídolos de nuestra
so
ciedad;
y no hablemos ya de aquellos casos extremos en que la
imagen comercialmente difundida sitve para asegurar el culto his
térico
_que se
rinde a los
muliecos vivientes
del gran espectáculo.
Aunque no pretendamos decir que la atracción constante de
los iconos constituya realmente una forma de culto, no deja de
ser cierto que la sumisión que a tales iconos concedemos resulta
tener unos efectos
no muy
distantes de la idolatría. Del mismo
modo que la presencia permanente
de la imagen de un ser fa
miliar atrae nuestró afecto de una manera no muy distinta que
la estampa de un santo, así también la profusión pública de imá genes publicitadas, y de todos los medios de comunicación social
ha venido
a cumplir una función parecida a la de las imágenes
que la piedad nos
ofrecía dentro
de las iglesias y aun fuera de
ellas, en
diversa; formas
monumentales o de recoleta devoción
callejera. No era absurdo, después de todo, que a todas las imá
genes, aunque fueran profanas, el pueblo llamara «santos»; y a
un libro con láminas, «un libro con santos».
Y la imagen ha llegado a constituirse en elemento tan
im
portante
en esta vida, que
las personas no son consideradas ya
por sí mismas, sino por su «imagen», y no se preocupan ellas
tanto de «ser» cuanto de «parecer» y «tener» una imagen. Porque
también las personas entran en el circuito de los iconos, y llegan
por ello mismo a quedar como moralmente despersonalizadas por
transformación en unas imágenes más, imágenes de sí mismas,
que representan una personalidad puramente convencional, como
los cuños de las monedas.
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LA NUEVA IDOLATRIA
¿No hemos de reconocer bajo esa estragadora profusión de
iconos y bajo esta profanación de la auténtica personalidad del
hombre hecho a imagen de Dios una nueva forma de idolatría?
VIII. Conclusión
El cristiano debe examinarse acerca del primer mandamiento,
analizando su actitud moral ante estas formas de nueva idolatría
difundidas en nuestro tiempo, teniendo presente la forma más
completa en que aquél fue originariamente formulado. Porque
el
primer mandamiento es realmente el primero y más importante
de todos,
y no puede decirse que queda bien cumplido si no pro
fundizamos en el aspecto negativo que he tratado de exponer
a nuestros lectores, en los que suponemos
la mejor disposición
para comprender en profundidad cuanto de una manera quizá algo abreviada
y superficial me he atrevido a comunicarles.
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