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Número 217-218

Serie XXII

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Dios excluido del ser, de Jean-Luc Marion

DIOS EXCLUIDO DEL SER, DE JEAN-Luc MARION
POR
THOMAS MOLNAR
En una época. en que numerosas disciplinas en plena renova­
ción, desde
la física nuclear a la politogenia, reafirman la nece­
sidad de
la trascendencia como postulado tanto del saber como
de la sociedad civil, la teología -una cierta teología- se pone
a hablar en un lenguaje extraño, de todo punto
ambiguo desde
el

punto de vista religioso. Este lengúaje -locuaz, verborréico,
que acumula las palabras a
gusto de cada uno como en la obra
de Ionesco-- se convierte en un instrumento al servicio de la
separación de Dios y del
ser, designio heideggeriano que persi­
guen numerosos pensadores sin darse cuenta quizá de marchar a
remolque de una moda pasajera. La obra de Jean-Luc Marion (Communio/Fayard, 1982), pom­
posa y pretenciosa, ofrece una verdadera orgía logomáquica; bus­
cando aparentemente el simplificar nuestra
relación con

la divini­
dad, el autor nos lanza en un mar de especulaciones que disuel­
ven los últimos elementos de comprensión que durante siglos
realizó el esfuerzo teológico. En un plano más vulgar, la empresa
de Marion me recuerda un debate, hace ya
veinte años,

con el
«teólogo del capitalismo», Michael Novak, intelectual americano.
Por entonces Novak estaba en el otro extremo, no se había con­ vertido en reaganísta, y flirteaba con
«la muerte de Dios». De­
claró entonces en la revista mariteniana de Nueva York Com­
monweal, que «Dios» no era ya un término utilizable de tanto
haber abusado de
él a lo largo de los siglos. Muy modestamente,
no propuso otro. Mi respuesta fue que también otros términos como hones­
tidad, verdad, moral, etc., han conocido no pocas tentativas de
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distorsión, 'por más que sus autores sabían muy bien de qué se
trataba. Aconsejé conservar a «Dios» todavía algún tiempo. Y,
en efecto, la palabra y la cosa (si puede así
hablarse) no

han
. sido

nunca condenadas a muerte.
En otro plano,
sin duda, Marion adopta la postura de No­
vak, y va más lejos, incluso hasta
lo grotesco. A partir de la
página 72 de su libro encarga al tipógrafo de distinguir entre
Dios y «Dios» entre comillas, y a continuación de colocar una
X de tachadura sobre este término, tantas veces atacado, con el
. fin de expresar su abolición. Las páginas del libro incorporan así un aspecto ridículo e incómodo para su lectura, ya que, perma­
neciendo Dios como objeto general, se nos suministra en cada
página tres: Dios, «Dios» y DiXos ( tachado por una X gruesa y
grosera). La claridad del discurso, si claridad existe, no resulta
mejor servida que el propio Dios ... ¿Por qué esta acrobacia? Ante todo, se trata de significarse
como epígono de Heidegger, gran prestidigitador de palabras, que gusta separar de su contexto, descomponer en sílabas, hacer su
recorrido etimológico ( a menudo fantástico), privarlas de prefijo
o de sufijo, pasarlas, en fin, por su laboratorio de alquimista
verbal. Jean-Luc Marion también trata de imponer, no a la lengua de Hegel, sino a la
cÍe Descartes,

los mismos juegos de palabras
y retruécanos. Así: «Tachar (raturer) DiXeu indica que DiXeu
tacha. nuestro pensamiento, puesto que lo satura» -imagen in­
ventada sólo
paJ:Jl que

rime, porqne la idea nada significa-. Pero
las páginas están de esto
saturadas:
El

contenido de la obra, bajo el fárrago de las palabras, es la
demostración (heideggeriana) de que el Dios objeto de nuestra
oración, etc., peligra convertirse en ídolo -Hegel diría cosificar­ se-- porque «el ídolo consigna y conserva en su material la luz
en que una
mirada se

cuaja» (pág. 24 ). No sólo la mirada, sino,
sobre todo,
el concepto: conceptualizar a Dios, llamarlo «Dios»,
es hacer de él un ídolo -lo que anula
sin más la empresa teo­
lógica, y no menos
la sim'ple fe del carbonero-. Este, en efecto,
no es sino un ser ·humano, cosa que olvidan nuestros juglares· ter­
minológicos. Para expresar cualquier cosa, desde la blasfemia hasta
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la uruon mística, desde regañar a un niño hasta pronunciar el
Sermón de la Montaña, nos servimos necesariamente de palabras,
de conceptos,
de representaciones, de definiciones. Pero desde que
Nietzsche desvalorizó los conceptos ( salvo el de «desvalorización
de los conceptos») considerándolos como simples útiles al ser­
vido de nuestros bajos y egoístas intereses, sobre todo fisioló­
gicos ( 1 ), se instaló en
el ambiente germánico un verdadero auto
de fe
de las palabras, que se queman sobre ·hogueras cuyas lla­
mas alimentan los filósofos.
El lector recordará que en un articulo sobre los heideggerianos
hice mención del designio que constituía el núcleo del sistema: la separación
de Dios respecto del ser, y, coincidentemente, la
separación del Antiguo Testamento respecto de la filosofía griega.
El objetivo de la empresa consiste en desacreditar la obra cristiana
que, según estos críticos, estriba en una
síntesis entre

Platón y
Moisés
-lo que es falso,· porque el cristianismo trasciende no
solo la religión mosaica, sino también la aportación helénica-.
Pero esto es ya otra cuestión. Baste notar aquí que a los ojos de Heidegger y de sus epígo-
" nos, Dios es aquél «ante -eI cual David se puso a cantar y a dan-
zar», no la idea pura de Platón. Esto ha sido siempre evidente,
porque Dios para el cristiano
es.Cristo encarnado y resucitado, cosa
que escandalizó tanto a los judíos como a los griegos, mientras que éstos tenían el mayor respeto por
la doctrina

platónica. Pero lo
importante para Marion es mostrar que
el hombre es incapaz de
llegar a Dios a través de su inteligenda.
Cita para
ello a Nietz­
sche: «Un Dios que deja, ante todo, demostrar su existencia es,
en definitiva, un Dios muy poco divino,
y esa demostración des­
emboca en una blasfemia». Tras esto, Marion reitera el decreto
heideggeriano: «(Es necesario) pensar a Dios sin ninguna condi­
ción, ni siquiera la del Ser, es decir, pensar a Dios sin tratar de inscribirlo o describirlo como algo que es» (pág: 70 ). El libro consta de 287 páginas, pero a partir del primer cuarto
los dados están a la vista, la tesis presentada. Presentación inú-
(1) Ver mi obra El Dios inmanente, eap. 3.º, Ed. du Cedre, 1982.
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tilmente tediosa y pedante, pero se trata de la distinción, tan cara
al autor, entre el ídolo
y el icono, el uno bloqueando -nos
dice---la

mirada;· el otro «permitiendo a
la mirada del hombre
perderse en la
mirada invisible que visiblemente le contempla»
(pág.
32);
No

se entiende demasiado bien el lugar de este ensayo sobre
el icono y el ídolo -ensayo tomado de otra obra, de la que es
objeto principal- dentro de
la tesis más amplia de la separación
entre el ser y Dios. Esta tesis es, por supuesto, tan vieja que
remonta hasta el Dionisia Areopagita, hasta la via negativa, y así
hasta el
«Dios divino»

de Heidegger. Dios es a tal punto inac­
cesible que los conceptos humanos no son sólo inadecuados para
hablar de
él, sino que su mismo empleo es ya un desprecio, y la
operación de representar a Dios un intento de sujetarlo.
Acabamos de ver que se trata
de una posición absurda porque
el hombre nabla y conceprualiza. Es ramhien una posición falsa,
porque el
· lenguaje
no es una convención, un engendro humano
--
Nietzsche
y, en general, los nominalistas-­
sino una creación divina que, al modo de la inteligencia e inse­
parablemente de ella, se orienta a decir
la verdad. En fin, la
conceptlialización desemboca en el ser, y cuando afirmamos que
Dios es, no inventamos nada arbitrariamente, sino que reconoce­
mos un lazo necesario, indestructible.
¿Qué piensa

de ello Jean-Luc Marion? Como acabamos de ver
(pág. 70), recomienda con Heidegger no
pensar en

Dios como
algo
que es. Porque, añade cuatro páginas más tarde, «si Dios
no es porque no tiene que ser, sino que ama (sic), entonces nin­
guna condición puede restringir sobre él la iniciativa, la amplitud,
el éxtasis» (pág. 7 4). Es inútil señalar que
la teología resulta
pulverizada en este discurso. Por
lo demás, Marion lo dice cla­
ramente: «La teología no conduce a ''Dios", conduce al
Faktum
de la fe en e1 Crucificado, hecho que sólo la fe recibe y concibe.
No conquista su carácter científico
más que

refiriéndose al hecho
positivo de la
fe, es decir, a la relación del creyente con el Cru­
cificado ... La teología, afirmaba Heidegger, permanece una cien­
cia óntica con igual título que la
química» (pág.

98). Y más bre-
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vemente: «La teología no puede acceder a su status auténtica­
mente
teológico más que librándose de toda teologia» (pág. 197).
* * •
La obra de J. L. Marion podría tener alguna justificación si
tras el desmantelamiento de la teología, es decir, del discurso
racional sobre la divinidad, cambiase el autor de tono
y empren­
diera una profundización mística, o bien se pusiera «a cantar y
a danzar delante de Dios». Sin duda los más grandes místicos no
han contradicho en absoluto lo que una razón prudente propone
como elementos para el conocimiento de Dios; sin embargo, el
misticismo es un registro que merece la misma atención con que
se estudian los otros acercamientos a Dios. Pero esto no parece
el objetivo del autor: la segunda mitad de
su obra se pierde en
especulaciones al menos
tan extrañas al Dios «ante el que David
canta
y danza», como cualquier teología escolástica.
La teología es para
él -lo hemos visto-- una logia que se
esfuma ante el
teos; no obstante lo cual, el autor no sigue su pro­
pio programa, no habla apenas de Dios sino sólo de otra
logia
palabrera y abstracta cuanto cabe. Debemos así concluir que el
objetivo del libro no es el de aislar
~ la divinidad pura de sedi­
mentos antropomórficos, sino el de proponer una empresa en la
cual se aparta
¡Dios-a la vez del ser (de la ontología) y del mal
( dimensión moral). «No puede morir, escribe Marion hablando de la «muerte de Dios», más que el Dios moral, porque sólo
él
brota de la lógica del valor (pág. 46 ). Y cita a Kant postulando
un «Dios útil para nosotros en tanto que ser moral».
(La religión
dentro

de los limites de la
razón pura).
La verbosidad y el despliegue de una erudición sobre todo
pedante, no pueden disimular que se trata de un esfuerzo teoló­
gico ( menos teológico de lo que cabe pensar) para escamotear a
Dios bajo pretexto de descubrir al
fin, tras

de milenios idolá­
tricos, los milenios cristianos.
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