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Número 217-218

Serie XXII

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El pensamiento político de Louis Veuillot

EL PENSAMIENTO POLITICO PE .WUIS VEUILLOT
l.
Introducción.
POR
MIGUEL AYUSO
Jean Madiran, con la asombrosa capacidad de análisis y dis­
cusión de ideas que le adorna
y que nadie le niega, escribió, en
la ocasión de 1968, que «una revolución que es la Revolución se levanta contra un orden que no es el orden» ( 1 ). Y lamentaba
que el
ralliement del episcopado francés -masivo, tardío y fal­
to de discernimiento- a la «contestación»
marxista de

la socie­
dad ,errara el paso y oscureciera a la verdadera «contestación»
crisriana del mundo moderno. La que se eleva contra las injus-.
ricias y los contrasentidos de la sociedad presente co.n el ánimo
de restablecer en plenitod
el orden natoral. La que se plasma con
concisión admirable en el
Syllabus y de la que la actitad mar­
xista
no es sino grosera
falsificacjó,r¡., ~ontra,fa,on.
Por eso, en esta línea, hemo; pensado alguna vez que se po­
dría escribir una historia de la «contestación» cristiana al mundo
moderno,
que recogiera los distintos registros y tonalidades or­
questados en nuestro.siglo por un Maurras, un-Péguy,_.un Ber­
nanos o un Chesterton. Si tal se hiciera remontándose al si­
glo XIX, la personalidad de.Louis Veuillot sería, de seguro, pun­
tó de

referencia obligado para. quien deseara conocer las razones
en
>que se

apoya tan· poderosa actitud.
Hace tiempo que
queríamos ocuparnos de

la vida
y la obra·
de Louis Veuillot, sin encontrar la ocasión y
el medio propicios
(1) Jean Madiran, «Apres la Révolution de mai 1968•, Supplément·
al núm; 124, junio de 1~68, de Itiné1'aíres, pág. 10. También, del mismo
autor,. I,'héresie du ;xx, siecle, NEL, París, )?68, págC 297.
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para tal homenaje. Si la fortaleza de este espíritu y la extensión
de la obra combativa demandaban un análisis concienzudo, la
imposibilidad de intrincarnos en el contenido de los cuarenta gruesos volúmenes que ocupan sus
Oeuvres Completes, en las
Éditions

Lethielleux, nos
devolvía a

la realidad. Que, por otra
parte, no nos parecía conveniente reducir tampoco a los estre­
chos límites de un elogio periodístico siempre superficial por re­
tórico.
Al apremio del tiempo -metidos ya en el 1983, en que se
cumple el centenario de la muerte de nuestro autor- ha segui­
do la coyuntura favorable. Como es el conocimiento que hemos
tenido de la antología reunida por Dom René Hesbert, monje de
Solesmes y bien conocido por sus obras de espiritualidad y sus
estudios
sobre Bossuet,

y publicada en fecha todavía reciente
( diciembre de
1981) por las Nouvelles Éditions Latines ( 2) de
París. Como
quiera que

esta
antología es

extremadamente parca en
lo que hace al pensamiento político, intentaremos salvar aquí la
omisión en

lo que
sigue, Dejando

para ocasión
más propicia

otros
análisis detenidos.
II. Veuillot, ese
desconocido.
Veuillot (1813-1883) es casi un desconocido en España. Ape­
nas ciertos medios _eruditos, y
siempre en la línea de su íntima
amistad con Donoso, .han tomado razón de su papel en el abi­
garrado cuadro del catolicismo francés del pasado siglo. Editor de los más célebres discursos de Donoso Cortés
y. de

su
Ensayo,
corazón amigo del de nuestro genial extremeño, nos desveló al­
guno de sus secretos ( 3) y compartió con él su sólida piedad y
su aversión al racionalismo liberal.
(2) Dom René Hesbest, Ca et la dans les oeuvres de Louis Veuillot,
NEL, París, 1981; 200 págs.
(3) Louis 'Veuil.tot, Iniroduction i:i .. la ·ed'. dl!s-Deuvrér de Donoso
_ Corth, París, 1858-1859; pág. LXiv, señala que Donoso habla pensado
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EL PENSAMIENTO POLITICO DE LOUIS VEUILLOT
E igual que V aldegamas contó con la confianza y el aprecio
de Pío IX que, preparando a
la sazón un Syllabo o catálogo de
errores, quiso conocer
la opinión de tan ilustres seglares por el
. conducto

del Cardenal Fornari ( 4 ).
Fuera de estas anécdotas históricas, sin embargo, el hondón
de Veuillot permanece absolutamente virgen para la mayoría de
los lectores españoles.
¿ Quién fue este escritor vivaz, propuesto «modelo de perio­
distas católicos» por San Pío X, en el «Breve» con que saludó
el centenario de su nacimiento, en 1913?
De humilde cuna (5)
-hijo
de un tonelero-y educado al margen de toda influencia
religiosa, volvió de un viaje a Roma «siendo cristiano de los pies
a la cabeza», según él mismo escribió. Desde entonces se entre­
gará con fervor a la causa del catolicismo sin dejar
de experimen­
tar ante el nombre de Roma, ese nombre misterioso alrededor
del
cual odio y amor continúan con más ardor . que nuoca su an,
tiguo combate, una extraña vibración
y una seducción inexpli­
cable. Inuodando su
alma el «parfum de Rome», esa esencia in­
definible que

jamás podrá ser analizada por la alquimia ni cap­
rada por el puro sentimiento ( 6 ).
Tras su conversión ingresa en un pequeño diario, L 'Univers,
fundado en 1833 por el reverendo Migne, que, con el brío de
su pluma, no
tarda en
transformarse por completo. Entre cam­
pañas, luchas constantes, persecuciones
y suspensiones habrá de
convertirse en
la tribuna que se enseñoreará· de la opinión pú­
blica católica durante decenios. Aborrecido pero respetado, odia­
do mas
siempre con · atención

oído,
el nombre de Louis V euillot
no estará ausente de ninguna -de las grandes controversias· en que
habría de verse envuelta la Iglesia de Cristo.
seriamente en entrar ·en. la vida' -.ieJigiosa, . habiendo elegido para consa­
grarse a Dios la Compatila de Jesús.
(4) Cfr. Luis
Ortiz Estrada, «Donoso, Veuillot y el Syllabus de Pío IX»,
en Reconquista, 1 (1950), p,{gs. 15-36.
·f5) ·Para una biograffa de nuestro autor, dr.·Ja debida a su -hermano
Eugene y publicada en París en cuatro romos entre 1902 y 1913.
(6)
Parfum de Rome, Parls, 1862, introducción.
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A Ernesto Hello, visionario .y brillante prosista, .debemos una
emotiva semblanza de nuestto autor, casi una elegía: «Todo era
fuerte en este hombre, el cuerpo tenía un aire de poderío. Vi­
goroso, enérgico, de constitución formidable, la debilidad de
nuestta raza y de nuestta época
np aparecían en él» (7).
Se le motejó de
polemista cuando la polémica quedaba corta
para sus anhelos y no era sino accidente. Detrás del hombre de
guerra estaba
el hombre de paz, más profundo e Jntimo: «Si
V
euillot no hubiera sido sino un luchador, este luchador no po·
dría haber sido tan formidable» ( 8 ).
Pero
las anécdotas
no nos interesan. Hay que ttascenderlas
para reenconttarnos con la pureza cristalina de las ideas, confor­
me señalaba en el prólogo de uno de sus libros más célebres:
« Una anécdota, por otra parte verdadera, puede llegar
a falsear
un
día al

hombre y al acontecimiento que quisieron clarear. Un
hombre. no es cojo porque haya tropezado, y el gran aconteci­ miento no sale de la pequeña causa que parece haberlo deter­
minado. El humor del hombre no es su carácter, y su mismo
carácter no es su conciencia.
El humor

y el carácter del hom­
bre dan lugar al accidente; Dios y la conciencia, al aconteci­ miento» (9).
Veamos, en rápidos rasgos, el itinerario de sus ideas.
111. La conquista de. h libertad di, enseñanza .
. (j
Su irrupción en la vida pública tiene lugiir .con ocasión de la
conquista
de la libertad de, enseñanza. Del brazo del conde de
Montalembert, su futuro hermano enemigo, y
en tomo de una
causa común. Son los buenos
. tiempos

del
Partí catholique y del
lema «catholiques .avant
tout». Para .reivindicar, la libertad de
'(7) Brnest Helio; Le Siecle (Les hommes et les idées), Librairie Aca-
demique Perrin, París, 1920, pág. 422. ·· ....
(8) Id., op,,éil-;,pág.424.,
(9) Rome pendant le Concile, Oeuvres Completes, •tomo XII, préfa,
ce, pág. 3.
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EL PENSAMIENTO POLITICO DE LOUIS VEUILLOT
enseñanza prometida por la Constitución de 1830 -y .negada
sistemáticamente por
d gobierno- se logra el acuerdo más com­
pleto conocido entre los distintos sectores católicos en medio de
las turbulencias en que tan pródigo será
el siglo. Es la «pacifica­
ción religiosa» ( 10). Veuillot, despreocupado a
la. sazón por la liza política, se
suma entusiasmado con las armas y bagajes de su
Univers.
La Ley Falloux, de 1850, marcará el punto de inflexión há­
cia el declive, y la desintegración no tardará. Veuillot y el ultra'
montanismo

ántiliberal acusarán a Falloux de no haber sacado
todo
el partido posible y de haber adoptado una actitud en ex­
ceso acori::todaticia. El vizconde, por otra parte,· quérrá· imputar
al periodista el accidentado · fin de la unión católica, y la res­
puesta de éste pasará a la historia: «Falloux falax». Los hechos son de
todos conocidos.

El profesor: Andrés Gam­
bra, recientemente
(11 ), fo ha narrado con expresividad y buen
decir haciéndonos
gracia de í:io insistir én ello. Desde entonces
-lo sabemos- no habrá acuerdo posible: Montalembert, dice
Harvard de la Montagne ( 12), no oirá en adelante hablar de
L'Uni­
vers
sin un estremecimiento, Su dulce oasis era la abadía de
Solesmes; y
·no volverá
más. «Estamos demasiado alejados ... »,
escribirá a Dom Gueranger. Un ancho surco divide a los fran­
ceses. De un lado quedarán Montalembert,
Dupaí:iloup, Falloux,
De

Bróglie.
El propio
Lacordaire -no muy estimado en otro
tiempo
poi el par de Francia a causá de su radical democratis­
mó--será adniitiilo en aras· dél ideal «fusionista». Del otro,
permanecerán Veuillot, Dom Gueranger y el Cardenal Pie, aco­ gidos al ultramontanismo puro, aún sin cuajar en una identidad
tan perfecta como la de los contendientes: el abad de
Solesmes
ironizará

sobre los ,fervores legitimistas del
obispo de

Poitiers
(10) Mons. Dupan1oúp, De la pacification religeuse, París, 1945.
( 11) Andrés Gambra, «Los católicos y la democracia { Génesis hist6-
rica -de la democracia-cristiru:ia)», en ,el-volwnen colec;tivo -Los-cat6Ucos y
la acci6n polltica, Speiro, Madrid, 1982; págs. 185-191.
(12) Robert Hai:vard-.de· la _Montagne, Historia-. de_ la -democracia, cris­
tiana, ·vers._ castellano de,J. J. ,Peíia;·Madrid, 1950, pág. 43.
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y, en cu1111to a Veuillot, los eclesiásticos no podrán perdonarle
una prepotencia que los oscurece. Además de su reprobación
-justa- por los excesos· retóricos a que, en ocasiones, tan .afi­
cionado era el periodista. Los ánimos excitados
y el encono a flor de piel, los ataques
mutuos serán numerosos. Entre los. más injustos, y los que más
hicieron sufrir a su director, hemos de reseñar el volumen. in-8.0;
de 211 páginas, titulado L'Univers jugé par lui-méme ( 13 ), y
lanzado en julio de 1856 por el editor Dentu, en que, recogien­
do textos que se decían extraídos del diario, se hacía aparecer
éste como demagógico, revolucionario, jaleador de
insurreccio­
nes,

instigador de asesinatos, defensor del
gobierno sin
religión,
sin principios
ni moral, sin fe ni ley, «teórica y prácticamente
ateo».
El autor de tan tc;,rpe manipulación era un vicario general de
París, en cómbinaci6n con
el obispo de Orleans, Dupanloup, el
que escribiría más tarde de Veuillot: «Opprobre et ruine des
causes qu'ils prétendent servir». Su nombre, sin embargo, es
particularmente esclarecedor de otra situación insidiosa: Gaduel,
el mismo que tan minucioso censor fuera del Ensayo, de Do­
noso ( 14 ), con la secreta intención, puesta en evidencia por el
incidente posterior, de
la que lanzada traspasase también al edi­
tor francés del libro del diplomático español,
y que no era otro
que Louis Veuillot. ¡Siempre la misma historia! Una historia
de tergiversaciones ensayada de nuevo, y con parecidas maneras
é igual éxito, con la condena de Maurras y L' Action Fran~aise.
IV. El error del Imperio.
Entre finales de 1851 y comienzos de 1852 se consuma en
Francia una tormenta política. El príncipe-presidente Luis Na-
(13) Cfr. Robert Harvard de la Montagne, Chemins de Rome et de la
France,
NEL, Parfs, 1956, pig. 163.
(14) Cfr. Carlos Valverde, S. l.: Introducci6n general a las Obras
Completas de Donoso Cortis, · BAC, Madrid, 1970, tomo I, págs. 72-73.
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poleón cede a la «seducción familiar» y, tras un golpe de Esta­
do, se proclama emperador. La
nueva situadón demanda

una
toma de postura nítida y decidida de los católicos, ya divididos
en dos bloques irreconciliables. Gueranger, Parisis ( obispo de Langres y bastión del antiguo
Partí catholique) y Louis Veuillot sonríen al nuevo poder .. Afec­
tados
todavía por el trauma de los acontecimientos revoluciona­
rios de 1848 se muestran partidarios del despotismo «para un pueblo que ha dejado de ser católico». Montalembert
les replicó:
«Seréis
arotados con

las varas que hayáis bendecido» (15). Y no
se equivocó. ·La política imperial, lenta, pero inequívocamente,
fue dejando mostrar su vérdadero rostro. El profesor Andrés
Gambra la ha descrito en rasgos tan breves como precisos ( 16 ), «siempre tortuosa y oportunista, anticlericál en el fondo y ga­
licana en la forma, defraudó aquellas esperanzas injustificadas
y
dio frutos amargos para la Iglesia».
Veuillot
y los antiliberales -no cabe, duda- erraron, ju­
gando
la mala baza. Cuando comprendió el error reaccionó con
furia, lanzándose al ataque. El
Univers fue suspendido por el
Gobierno, pero demasiado tarde ... El mal
est11ba hecho y la crítica fácil de los enemigos cam­
peaba libre de trabas: «Cuando
exa débil -'decían-reclamaba
la_ libertad

en nombre de nuestros principios liberales, mas cuan­
do es fuerte la quita
ál amparo

de su principio».
V
euillot opone

un
rotundo desmentido:
« Yo no he deman­
dado
la libertad

a los liberales en nombre de su principio, la he
demandado porque es mi derecho. Y este derecho no lo tengo
por ellos, sino por
mi bautismo, qu,e me ha hecho digno y ca­
paz de libertad ... La li_bertad es
la inocencia.
Y
la inocencia,
¿qué es? El
sexvicio razonado y consciente a Dios. La otra li­
bertad es para mí una ley de esclavitud» (17).
(15) Cfr. Juan Roger, Ideas pollticas de los católicos franceses, CSIC;
Madrid, 1951, pág. 253.
(16) Andrés Gambra, loe. cit., pág. 196.
(17) Derniers Mé/anges, vol. III, págs. 138, 421 y 425.
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V. El Syllllhus y d llberalismQ.
El 8 de diciembre de 1864 aparece la enciclica Quanta cura
acompañada del Syllabus, y con ellos se desencadena -y no es
un tópico- una verdadera tempestad religiosa
cuyos rumores,
mitigados,

llegan hasta nuestros díos. El acto.
del 8 de diciembre
tiene una importancia capital: «Está dirigido -dirá a su clero el
Cardenal
Pie-contra

los adversarios, contra los de fuera, des­
de luego; peto se dirige todavía más, si es posible, a los de casa».
No estaba descaminado el infatigable apóstol de
la Realeza so­
cial de Nuestro Señor Jesucristo (18).
Así lo entendieron tam­
bién los ·católicos. liberales que, viéndose absolutamente desca­
lificados, hubieron de cubrirse púdicamente con los velos del
distingo.
Dupanloup, obispo de Orleans, separará con habilidad el do­
minio de los principios absolutos
--euya integridad

es
protegí
da

por
el magisterio supremo-- y el de las soluciones provisio­
nales, que se atemperan a las realidades contingentes no para so­
meterse a ellas sino para transformarlas (19). Era legitimar, a
tí­
tulo de hipótesis, las libertades modernas, pero Pío IX se dio
pÓr satisfecho

con la pirueta y así se lo hizo saber. Louis Veui­
llot, en cambio, violento, entero, agresivo, replicó de inmediato
con su libro
L'illusion libera/e, uno de los más' logrados. En su
capítulo X

descubre la clave de su disconformidad:
¿ Y por qué
seguir 1~ corriente? Hemos nacido, estamos bautizados y nos ha­
llamos ·consagrados para remontarla. Debemos remontar y afa­
narnos en
secar esta cotrient~ de

ignorancia y felonía de la cria­
tura, esta corriente de
mentira y

de pecado,. esta corriente de
(18) Cfr., sobre el peosamiento del Cardenal Pie, Théotime de Saint­
Just,
La Royauté Sociale de N.-S. Jésus-Christ, 3.ª ed,, Einmanuel Vite,
1931; y Ch. Etieone Catta, La doctrine politique et sociale du Cardinal
Pie, NEL, París, 1959.
(19) Mons. Dupanloup, La :Convenci6n del 15 de septiembre· y la
encíclica de g·-Je dici'embre 'de 1864, vers. Castellana, Dúrán, Madrid;-1865.
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Iodo que lleva a la perdición. No tenernos otra misión en el
mundo» (20).
La mentira delHberalismo católico, a Veuillot no se le esca­
pa, no está en saber si es preciso soportar con paciencia lo que
no depende de nosotros trabajando al tiempo por obrar todo el
bien que aún sea posible.
La cuestión estriba --as! lo entendió
el cardenal Billot (21}- precisamente en
síes conveniente
ad­
mitir esta condición social, a la
que nos

conduce el liberalismo,
ensalzando los principios que son el fundamento de este orden
de cosas, promoviéndolos por la palabra, por la doctrina, por las
obras, como hacen· los católicos llamados liberales.
Pero en nuestro autor no producen efecto las_
aJambicadas
razones

del obispo
de Orleans. Los principios revolucionarios
son nítidos, sencillos. Y contribúye a ponerlo de relieve en otra
página del último libro mencionado: «Existe un principio del 89 que es el principio revoluci_onario, por excelencia y,
él sólo, toda
la Revolución y todos sus principios. No se es revolucionario sino
en
el momento en que se le admite, . no se deja de ser revolu­
cionario sino cuando se abjuta de
él; en un sentido .como en el
otro todo lo lleva consigo, levantando entre
.los revolucionarios
y

los católicos un muro de separación a través del cual los
Pyra­
mes católico-liberales y los Thishés revolucionarios sólo podrán
hacer pasar sus estériles suspiros. Este
µnico principio
del 89,
es el que la cortesfa revolucionaria de los conservadores de 1830
llama la secularización de la sociedad, es el que la franqueza re­
volucionaria del siglo, de los
Solidaires y de Quinet, llama bru­
talmente
la expulsión del principio teocrático. Es la ruptura con
la Iglesia, con Jesucristo, con. Dio.s, con todo. rec_Onocimiento,
injerencia y apariencia de la idea de Dios en la sociedad hu­
mana» (22).
(20) L'illusion libhale, Oeuvres ú,mpletes, tomo X, págs. 332-333.
(21) Cfr. Juan Rogerj El catolicismo liberal en Francia, 2.ª ed., Edi­
tora Nacional, Madrid, 1%1, pág. 59, en que cita un trabajo· del P. Le
Floch sobre el Cardenal Billot.
(22)
L'illusion-libtrale, pág-354.
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He ahí maravillosamente expuesta la actitud del catolicismo
liberal. Esa escisi6n insalvable que engendra entre la conciencia
individual y la actividad política
IIO puede sino disgustar a un
hombre como el nuestro, heraldo. del «oportet illum regnare»
paulino. El Evangelio
-para él-es

tanto ley de salud política
como de salvaci6n personal: es preciso cristianizar la
vida pri­
vada,

pero no lo es menos moralizar la vida pública. Dirigién­
dose al general Trochu, escribe: «Esta escisi6n que fomentan
los católicos liberales) es el veneno que
mata a la sociedad. Pa­
raliza los
bra2os y

los
cora2ones que

podrían salvarla. Quita a
los hombres de bien el sentido vigoroso de lo justo y de lo in­
justo, destruye en ellos la majestad generosa de la fe, les prohíbe
la· grandeza, entregándoles a las incertidumbres y a los compro­
misos,

a todas las falsas habilidades
dé la pobre ra26n huma­
na
...
» (23).
Y, en el «Parfum de Rome» describe, con contornos polé­
micos, el carácter y los extravíos del
esp!ritu moderno: « Vierte
abundantes
y enfáticas frases sobre los derechos de
la inteligen­
cia, de
la libertad y de la humanidad. ¡ Sabe mentir! Pero, lleva­
do al terreno de
la realidad, es ignorante, servil y destructor. Su
ignorancia destruye los
campos para
agrandar las ciudades; des­
truye al labrador para crear al artesano; al artesano para formar
al mercader; a éste para hacer de él una máquina; deshace la
corporaci6n para crear al individuo,
al individuo para crear al
ejército y destruye la Iglesia para edificar la taberna» (24).
Ese es el origen de todo el mal, pues
-romo dice
con frase
que evoca en quien escribe esta
nota versos

admirables de Péguy
y
páginas chestertonianas

de
The Ball and the Cross-todo lo
que se alza contra Dios termina volviéndose contra el hombre:
« Yo reprocho a la Revoluci6n haber odiado a Dios
y, por
con­
secuencia natural y probada, despreciado
al hombre» (25).
(23) · París pendant les deux. sieges, Parls, 1871, vol. I, pág. 280.
(24)
Parfum de Rome, píigs. 232-233.
(25) Les libres penseurs, Oeuvres Completés, tomo V, inttod.
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EL PENSAMIENTO POLITICO DE LOUIS VEUILLOT
VI. El Concilio de la infalibilidad.
En 1870 tiene lugar el tercer acto del combate ultramontano
de Veuillot. La convocatoria del Concilio Vaticano
y la discu­
sión de la infalibilidad pontificia
da lugat de nuevo a que nuestro
autor prolongue su ya largo actuar contra el liberalismo y gali­
canismo que, para mayor facilidad polémica, aparecen baciendo
causa común en estos días.
Los liberales católicos, en efecto, consideran inoportuna lo
definición. Así lo manifiestan en su órgano Le Correspondan!,
inspirados en última instancia y como siempre por Dupanloup.
Y aquí tiene lugar el hecbo extraordinario que maravilla a Har­
vard de la Montagne: la intromisión de un laico -Veuillot­
en tan singular pelea (26). Instalado en Roma y acogido favo­
rablemente por el Papa, le encontramos, arma al brazo, en pri­
mera fila. Más fuerte que sus adversarios, prevalece sobre ellos.
Sus cboques

de aquellos días están reflejados en
el memorial
Rome pendant le Concile, su mejor libro para mucbos, una pura
maravilla. Tras de su lectura se entiende el odio que levantó. El «teólogo laico del absolutismo» se le llamó con ánimo de
ofensa. Pero
ahí queda su testimonio. Sin él no habría sido todo
igual: la viva dialéctica del polemista debía cumplir la
misión
de caballería ligera al lado del grueso formado por el discurso
teológico de un Pie o un Gueranger {la
Monarchie Pontifica­
le
(27) de este último resultó especialmente demoledora) y la
argumentación filosófica de altos vuelos desarrollada por Blanc
de Saint-Bonnet precisamente en las páginas de
L 'Univers (28).
«Quod inopportunum
dixerunt, necessarium

fecerunt», dijo
Monseñor Cousseau de los antiinfalibilistas. Y la glosa de su
amigo Veuillot no se hizo
esperar: «Lo

que estaba aconsejado
(26) R. Harvard de la Montagne, Historia · de la democracia cristia­
na, cit., pág. 70.
(27) Cfr. el comentario elogioso que dedica al libro de Dom· Gueran~
ger, en Rome pendant le Concile,' págs. 210-212. ·
(28)

A.
Blanc de Saint-Boririet; L'Infailibilité, NÉL, Parls, 1956.
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por la duda ha encontrado la evidencia, lo que era alegado con­
tra
Ia oportunidad ha creado la necesidad» (29). No se puede
decir en menos palabras.
VII. Veuillot, un monárquico. independiente.
Es en 1871 cuando culmina la evolución política de nuestro
autor, en coherencia con
Ia línea defendida durante su batallar,
Llega, además, en vísperas del debate, a tiempo aún de tomar
partido. Y de
aeértar, para

con
el acierto borrar el yerro --del
que

tanto se arrepentió- del apoyo que ofreció en determinado
momento a Napoleón III.
Veuillot, de eso se trata, llega a
la Monarquía. Por el largo
camino de

la. evidencia de los hechos. Muchas cosas han ocurrido
desde su
primera -despreocupación

por
fa política: «Teníamos
--escriqe, referiéndose

a 1834- una actitud general bien de­
cidida. Se·
admitía 1830 con

su carta, su rey, su dinastía y nos
limitábamos a tratar de sacar
el partido

posible en favor de la
libertad de la
Iglesia» (30).

Cuando da a la estampa estas pa­
labras, en 1856, ya
mira desde

lejos su anterior criterio. En
1870 sigue indeferente ante las formas de gobierno, pero su
evolución es perfectainente discernible: «Decíamos ayer a un
hombre de ese partido: sed
católicos, nosotros

setemos republi­
canos. Hoy no
pedi1hos a los

republicanos que sean
católicos. Ser
católico

requiere altas cualidades que ellos no tienen.· Nosotros
les decimos
'simplemente: dejadnos ser católicos

y nosotros
se­
remos republicanós» (31). Es, como
hemos dicho,
en 1871 cuando se completa
el· trán­
sito, El 28 de Octubre ;;,,expresa así: «Usando del derecho co'
níún,
nosotros
nos pronunciamos
poda Monarquía legítima» (32).
(29) Rome pendant le Conále, págs,. 160 y 208-210·
(30) Histoire du Parti catholique, Oeuvres Completes; tomo VI, pá­
gina 407.
(31) L'Univers, de 13 d.,-agosto de 1870.
(32)
IbúJ., ·de '28 ·de octubre de 11!71.
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EL PENSAMIENTO POLITICO DE LOUIS VEUILLOT
¿Qué ha ocurrido en el último año para justificar el cambio del
director de
L 'Univers? Simplemente la realidad le ha abierto los
ojos. En esa fecha ya sabe que su proposición -tan modesta­
no tenía visos algunos de ser aprobada. Y, probablemente, ha comprendido que la
República (hoy diríamos la democracia) no
es una simple forma de gobierno sino
. que

puede encuadrarse
entre los contenidos políticos, conforme señaló con claridad su
compatriota Pierre Gaxotte ( 3 3) muchos años más tarde. Por eso, cuando en 187 3 se produce una reviviscencia del
fervor monárquico y parace inminente
la restauración en la per'
sona

del Conde de Chambord, Veuillot está
con· él. Conseguida
la reconciliación dinástica todo parecía encaminarse a buen fin
hasta que surgió la «cuestión del liberalismo». Su negativa a
aceptar los principios revolucionarios fue fulminante, frustrándose
en consecuencia la operación. La bandera -frente a la simpli­ ficación de que ha sido
objeto--era tan sólo un símbolo. A ella
subyacía la verdadera negativa, que era de ideas: «Mis principios
son todo,
mi persona no es · nada». Y Veuillot, como siempre
en primera línea, en
el eterno combate antiliberal, junto a Cham-
bord.
·
VIII. . Conclusión.
En lo anterior hemos procurado ofrecer una síntesis --casi
una antología- del pensamiento político-religioso de Loúis Veui­
llot. Faceta crucial de su
persoru¡lidad de
publicista y que
inf!u,
yó,
superponiéndose,

a todas las
demás.
·
Sería

injusto, sin embargo, reducir su obra a lo anterior. La
atención a las cuestiones sociales -«es li.na suerte para los PC?~
{33) Cl't. Pierre Gaxote, «La buena Repúblicai, en Acción ·Española,
n.lm, 34, ¡le 1 de agosto de 1?33, donde escribe: «No hay una b1,1('lla Re­
pública. La buena República . es una . utopla y una trampa para cazar fo.
cautos.· Ló esencial és eSto: la RCpú.bli<;:a no es una forr:ha de g0bierno~
es una ideología que -Se desarrolla, ctn rio qqe se -desliza, una corriente
que sigue una pendiente acelerada. No es posible remontar la éorrlenté
republicana:

o se la quiebra, o hay que
resignarse a sufrirla».
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MIGUEL AYUSO
bres ... que haya pobres», decia resumiendo (34) sus reflexio­
nes, hondas

y discutibles, sobre la pobreza y el
dolor-, los
libros

de viaje, los
artículos costumbristas,
los «mélanges» y
la
correspondencia encierran tesoros inagotables para quien, . entre
el espesor
de. la jungla de páginas,

llegue hasta los últimos rin­
cones. Algunos de éstos
han sido dados a la luz por Dom Hes­
bert en la antología a que antes hacíamos referencia. En lo que
a nosotros hace, sólo hemos querido salvar algunos de sus pen­
sares políticos del polvo de las bibliotecas eruditas. De los dos grupos de católicos de que habló Dom Delatte
en su
Vie de Dom Gueranger nuestro tiempo ha conocido con
abundancia a los que «se esfuerzan primeramente en determinar
la dosis de cristianismo que la sociedad moderna puede soportar,
para invitar a la
IgÍesia enseguida
a reducirse a ella», mientras
ha guardado

silencio culpable sobre «los que tienen por primer
cuidado la

libertad de
la Iglesia y el mantenimiento de sus de­
rechos en una sociedad cristiana».
Veuillo.t perteneció
a estos
últimos. Fue
un crítico

del
mundo moderno y un apasionado
del
Syllabus. Si habló de democracia cristiana (35) fue con el
significado de demofilia luego autorizado por León XIII y sin
ninguna de las intenciones políticas reprobadas por el Pontífice.
Estos son sus «pecados». Los que han determinado su olvido
por la
intelligentsia. Y los que nos mueven °á homenajearle.
(34) Aunque no es tema_ de este trabajo, pueden verse sintetizadas
las_ -opiniones sociales de V euillot eí:t. su libro Ca _et ta, Oeuvres Comple­
tes,· tomo VIII, págs. 136-146. Respecto de la frase que citamos y que
ha
sido objeto de abundantes discusiones; Charles Moeller, en Literatura
del siglo XX y Cristianismo, Gredas, Madrid, 1964, tomo I, pág. 495,
dice que por esa frase salvaría todas sus discrepancias teológicas con
Veuillot-
(35) Cfr., para comprobar la nitidez del pensamiento de l}uestto autor
en este punto, Rome pendan/ le Concite, pág. 560, y Derniers Mélang~s,
tomo IV, pág: 144. As! se expresa en este último lugar: «Después de largo
ti~po vemos qµe el sufragio universal nos conduée al abismo, y sabe­
mos

-que no
escaparem9s ... Francia _$()lo-será salvada_por Jesucristo y_con
Jesucristo».
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