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Número 261-262

Serie XXVII

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La ciudad, la casa y la calidad de vida

LA CIUDAD, LA CASA Y LA CALIDAD DE VIDA (*)
POR
PATRICIO H. RANDLE
El concepto de «calidad de vida» es un concepto elusivo. Se
parece
al de «desarrollo». Ambos evitan la confrontación franca
con los universales.

Apelan a los valores que, como
se sabe, son
tan sólo bienes formales. Hay como respeto humano a hablar
dd
bien, de lo bueno y del mal, de lo malo.
Pero aun aceptado en
sí mismo, tal cual como se nos pre­
senta, la calidad de vida·
se parece más a una sumatoria que a
una integral.
Cuest~ mucho, por eso, ser entendida como un todo.
Y
acaso es porque se trata no más que de una serie de indica­
dores presuntivamente vinculados entre sí.
De ahí que
el principal problema de la calidad · de vida no
sea, como se suele decir por ahí, la dificultad de medir cada uno
de esos indicadores en los casos concretos. No, la principal di­
ficultad es la de integrar cualitativamente ese espectro de indi­
cadores de forma tal que representen realmente una
totalidad.
Porque la vida es una totalidad indivisible e intentar subdividirla
-aunque sea como una hipótesis de trabajo--supone obstácu­
los insuperables.
El hombre moderno, habitante del «reino
de la cantidad» (1)
que diría Guénon, piensa habitualmente más en la cantidad que
en
la calidad, lo que ya es de por si criticable y por esó piensa
también
más en los medios que en los fines. Está impaciente por
( ~): Trabajo presentado al «Primer. Simposio. Latinoamericano sobre
calidad de vida>, 12, 13 y 14 de agosto de 1985.
(1) R.E.NÉ GuÉNON:. El reino de la cantidad y los_ signós de los tiem­
pos, Madrid, 197 6.
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obtener los instrumentos pero duda de para qué Íos quiere, Pero
todavía
es más grave que se proponga como objetivo -en el
cual deposita muchas espera02as-el medir la calidad, fo que no
es muy disímil de pretender elegir los fines conforme a los me­
dios de que se. dispone.
Por muy loables que sean los propósitos de elevar
la calidad
de vida,
hay que tener cuidado de otro riesgo no menos serio. Es ·
el de prefabricar los patrones los obligatorios. En este sentido hay _que tener _bien en claro que
la mejor calidad de vida
•exige, coino una premisa, una cierta
dosis de espontaneidad, de libertad,
de. participación, de aquies·
cencia,
de persliasión. En suina, es imposible de. obtener sin pa­
sar por el intermediario de la educación.
La planificación moderna opina, por el contrario, que exis·
ten determinados objetivos deseables y que éstos pueden insttu·
mentarse coactivamente pues la bondad de esos fines es indiscu·
tible. Tal
vez sea así, especialmente si nos referimos a la higiene
física. Pero.
el problema no está en la bondad de cada uno de
los objetivos
parci pretende imponer.
Es aquí
donde surge la mayor de las dificultades. Porque si
es complicádo
medir el grado de concrecipn de cada. uno de los
indicadores, es imposible hallar un orden absoluto · de priorida­
des entre ellos. Imposible desde el punto de vista científico­
teórico. Y

a
Popper dijo que era imposible, de una manera cien­
tífica, elegir entre dos fines ( 2 ), O sea que, por más que se
escabulla la cuestión, es obvio que no existe ninguna posibilidad
de ponerse de acuerdo sobre
el tema de la calidad de vida si no
hay previamente un acuerdo sobre
la cuestión · de los fines de
_esa misma vida.
Nuestra intransigencia en relativizar el tema no nos impide,
sin embargo, buscar algunos puntos
de confluencia aceptables
para un buen número de gente. Pero nos ratificamos en la con­
vicción de que sin ese marco de referencia mejor definido, la
(2) KARL POPPER: «Utopía and violence» (The Hibbert Journal, 46;
1947/8).
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discusión sobre calidad de vidad pierde interés y hasta verdadera
operatividad. Recapitulemos fugazmente los orígenes del concepto. No
hay
ninguna duda de que es la hipercivilización -,-el desproporciona­
do desarrollo de
los medios, de los instrumentos, respecto de la
claridad de
los fines-lo que genera la noción de calidad de
vida.
C~ando la vida era más sencilla, más natural, era impensa­
ble, era innecesario. Lo que sucede es que hemos perdido preci­
samente· la calidad de la vida misma que es su naturalidad. La
vida
artificiál es la primera causa de aquella nostalgia.
Por eso, el mejor remedio, en términos genéricos, es volver a
la naturáleza de la cosas, a la esencia de la vida misma sin las
desfiguraciones, las distorsiones creadas
por el propio hombre.
De una
manera general diríase que el mejor medio consiste en
apuntar a objetivos tales .como:
-
1

)
Dominar la técnica en vez de ser dominado por ella.
Esto es, principalmente,· que aun ctiatldo la mecánica puede tener
un uso aceptable, no por ello mecanicemos lo que es de naturaleza
orgánica: los horarios, el ejercicio del
cuerpo, los modos del há,
bitat, la concepción de la misma ciudad.
2)
Atenuar el grado de concentraci6n a que nos ha llevado
la suma y coordioación de esfuerzos y recursos que caracteriza
nuestro tiempo que ha ·producido
prodigios pero que ha centra­
lizado innecesariamente, congestionando,
las funciones humanas.
Sin una descentralización del
-trabajo, de las -ciudades, de la
economia,
es impensable mejorar sustancialmente la cálidad de
vida
porque ese congestionamiento es la causa tal vez mayor de
su desnaturalización.
3)
Desacelerar el ritmo de la vida urbana. Poi:que si la tec·
nificación se traduce en un aumento de poderío humano, tam­
bién
es cierto que conlleva fata[II)ente una transferencia del
«tempo» acelerado de la máquina a la esfera interior del hom­
bre (

3
). Y si la clave de la felicidad humana reside en la paz
(3} Cfr. ABELARDO PITHOD: La contaminación de la esfera itlterior por
la acelaración técnica, en ·p. H. Randle .( editor): La contam_inación ambien-
tal, Buenos Aires, OIKOS, 1979, págs. 173-l!4. -
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espiritual, es indudable entonces que la agitación, la prisa, la
opresión de los plazos a que ·está sometido el hombre moderno,
conspiran contra los
fundamentos de un. equilibrio interior.
Vista la cuestión de esta
mónera, cabe preguntarse. ¿ Es que·
queremos realmente elevar la calidad de vida?
O, acaso, ¿que­
remos · quedar bien con Dios y con el Diablo? ¿No estaremos
esclavizados
ya por las «ventajas» más indignas de la tecnifica­
ción? ¿Estamos dispuestos a aceptar que una verdadera calidad
de vida puede estar opuesta a
una cierta concepción del «confort
moderno»? Porque
si nos engañamos en este punto es inútil
seguir ...
Pero, además, hace falta otra distinción
fundamentál, reto­
mando
el hilo iniciál. Y es ésta: la cálidad debe entendérsela no
como una forma · que se llena -más o menos-de algo que
reputamos como deseable; no es cuestión
de apilar cosas. Se tra­
ta de algo esencialmente diverso. La calidad, como todas las cosas
del espíritu, implica más que una acumulación, un completamien­
to. No
se trata de una función 'lineal sino de un -sistema, de algo
como lo. que es el «cierre» de un balance, o mejor aún, de lo
que
es formación de la personalidad, en la cual no gravita el nú­
mero de conocimientos sino su aptitud de interrelacionarse y
dotar' de virtudes al educando. Lo que se llama la educación
perfectiva, porque
'perfecciona, completa, a la persona.
Pues
así ocurre con el verdadero concepto de calidad de vida.
Debe entendérselo, no tanto como una serie de indicadores que
cuan.to. mayor grado acus411 mejor, ·sino como una armoniosa con­
junción de bienes que como sucede en la niúsica ·no interesa tanto
la magnitud, o la intensidad sino el acuerdo entre . ellas... para
lo cual, por
lo demás, no hay una sola fórmula, sino probable­
mente miles.
· Pero, ¿en dónde está la clave de ese desideratum, visto que
no en una ecÍJJlción cuantitativa? La única respuesta es: en el
descubrimieto del orden natural. Ese orden que hemoo destruido,
que hemos alterado, que hemos desfigurado y que
. ahora debe­
mos re-descubrir. Natural, no porque consista exclusivamente en
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el reino de la physis, sino natural en el sentido de que no lo
hemos fabricado nosotros, sino que nos ha
venido dado.
Es hora de que el · hombre moderno recapacite sobre la raíz
de su situaci6n existencial que
está allí. Nadie, sino él mismo,
ha creado sus problemas. En consecuencia, conviene
realzar, po­
ner en su lugar, Lis cosas como son realmente, sin la desnatu­
ralízaci6n a que las hemos sometido.
Por eso es grave malentendido
el de co)Úundir calidad de
vida con un sustituto para
las consecuencias no deseadas de la
tecnología. Porque la verdadera calidad de vida no podría ha­
llarse en las nuevas técnicas halladas para corregir los errores
de las viejas técnicas ya que esto es un corsa. e ricorso de nunca
acabar.
Lo que sucede es que el concepto de. calidad de vida se su­
perpone al de confort. Y el confort ha degenerado en la provi­
si6n de elementos para satisfacer
necesidades artificiales que se
podrían suprimir con una vida más natur;al.
Pongamos un ejemplo actuitl. El non plus ultra del confort
hogareño
es tener hoy instala hidromasaje. La tentaci6n
. es grande. Volvemos a nuestra casa
tensionados después de una jornada
de labor y, aparentemente,
por este intermediario, el cuerpo
se relaja y nos permite un me­
jor reposo; ¿para qué? Pues para volver a repetlr la misma
jornada agotadora al
día siguiente.
Una cosa
es que en la práctica estemos constreñidos a ese
condicionamiento. Otro es qde, según vivimos, así pen,sa·mos. O
sea, que el hidromasaje sea considerado como un ingrediente de
la calidad de vi Contra su genuina
etimolc¡gla -lo que hace fuerte--el con­
fort
se entiende modernamente como lo que hace a la vida más
muelle, más fácil y, consecuentemente, al hombre más débil fí­
sica y moralmente. Pero hay algo todavía peor y es que,· como
señal6 una
vez agudamente George Bernanos:
«En· suma, este mundo no quiere otra cosa que el con­
fort. Lo quiere cueste lo que cueste y, para engañarse a
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sf mismo y . engañar a. los demás, declara que este confort
.
es precisamente la justicia» ( 4 ).
Así, la calidad de vida se convertiría en una exigencia social,
una suerte de derecho a la felicidád (los modernos han tolll'1do
por «derechos» los que en realidad son los dones de su propia
naturaleza,
de su modo de ser, sus atributos esenciales y no algo
exterior que es necesario conquistar)
como si la dicha no sólo
fuese t.ipíficada sino que
técnicamente alcanzable, como si la vida
buena fuese siempre
· ¡a más cómoda o la versión vulgar de «la
buena vida».
Literalmente,
calidad de vida debería significar otra cosa:
una
vid~ auténtica ( adecuada al ser concreto que la vive), una
vida virtuosa (orientada constantemente
a lo que se considera
mejor), una vida digna de ser vivida (no la representación de
un rol ajeno). · .
Lamentablemente, cuanao confort y calidad de vida restrin­
gen su alcance, inducen a multitud de gente a no ver otro sen­
tido
de las cosas.
No
se puede háblar de la casa y menos de la ciudad sin estar
en claro en la
parte conceptual. Porque antes que podet valorar
lo que
la casa debe significar como · el lugar dnnde deberíamos
pasar la
mayoi parte de nuestro tiempo, el lugar preferido, el
más imporclnte de' nuestra vida, sucede que todos esos valores
están
amenazados muy seriamelite por. una tabla que no los con­
tiene así y que se difunde cada día más, consciente o inconscien­
temente.
Es un hecho que el hombre actual tiende a valorar más lo
mobiliario· que lo inmobiliario. La casa, la ciudad, no
están al
tope de la lista. Antes está el dinero, las invérsiones financieras,
el automóvil, las ·vacaciones en diversos lugares sucesivamente,
los
adminículos ( útil.is verdaderamente o no y de vida, en gene­
ral;
efímera).
La casa
ha perdido importancia: No se hace casi vida de ho--
(4) Carta de ¡,bril de 1946 publicada por la «Societé des Amis de
Georges BernanOS», París, junio de 1950.
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gar durante los días de trabajo y los fines de semana se hace
necesario salir a
tomar aire o a divertirse: 'a desviar la atención
del mundo
totalitario del trabajo aunque sea con más acti'Vklad
en vez de descanso y ocio. Han desaparecido casi completamente
tres partes de
la casa sin las .cuales nadie puede sentir holgura
y plenitud en ella, a saber: el
jardín, el taller doméstico y el
depósito que nos pemlte guardar recuerdos, conservar heren­
cias (5). Por eso es que, como bien dice Gaston Bardet: «el pri­
mer elemento del confort es el
espacio». No el espacio vacío,
sin uso, sino el ,;spacio funcional. Pero sin él, con casas en las
que prácticamete sólo se puede comer, higienizarse y donnir, no
es posible hablar seriamente de confort, ni de calidad de vk\a.
Pretender sustituir el espacio por el· equipamiento ya no pa­
rece convencer a nadie.
La cama y la mesa abatible pueden. ser
una solución
de emergencia pero realmente no constituyen una
conquista. Tener
,aire. acondicionado porque la aislación de los
muros y' el techo son deficientes, constituye una abertación. Cada
vez se construye con estándares más bajos; sin emba,:go, sube el
nivel de sofisticación
de la industria electrodoméstica como para
disimulárnoslo.
Hay dos conquistas valederas de la arquitectura moderna,
que, sin embargo, no son de las que están presentes en la mente
de los arquitectos
de vanguardia de tendencia fuertemente este­
tizante: son .la cocl:ru¡ y el baño. Bardet ha dicho, tal vez chocando
a
esos espíritus exqufaitos, que verdaderamente la arquitectura
ha entrado por
la cocina y el baño. La prueba es que mucha gen­
te pudiente prefiere construir sus casas con reminiscencias tra­
dicionales pero en la cocina y en el baño exigen la última pala­
bra. De donde se puede colegir que hay un doble patrón de
calidad de
vida: moderna para lo utilitario y clásica para el resto.
Pero, además,
la casa tiene otras exigencias cualitativas. Una
de ellas es, aparie del mencionado espacio, una
cierta flexibili­
dad,
posibili que permita dejar la impronta
personal de quien la habita. De
(5) ·GASTON BARDET: «Les racines du confort laic et obligatoire» en
TemQignages, n." XXXV, París, octubre de 1952, _pág. 441.
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allí que las casas y departamentos en serie, inspirados en la fa­
bricación en cadena de la industria, pueden haber seducido cuan­
do eran novedad y por ese puro y trivial motivo. Pero hoy, la
opinión generalizada busca. otra cosa que la · máquina de. vivir,
o
el prototipo perf~o. La vida, por demás condicionada, de la
ciudad, reclama
en el ámbito hogareño una válvula de escape a
la imaginación, a la espontaneidad y, por encima de todo, busca
su propia identidad desfigurada
por el adocerumuento ambiental.
Otro tanto se puede decir de la ciudad. Las ciudades más
modernas, más higiénicas, no son siempre las más apetecibles
para vivir ni siquiera
para visitar. La calidad de la vida urbana
está compuesta
de una serie de indú?adores medibles, pero tam­
bién
de otros imponderables. La mejor ciudad es siempre la 'll).ás
humana. Esto es, la que tiene vitalidad pero no por eso es des­
mesurada sino que retiene una escala humana. Lo importante,
otra vez, es el
modo como se combinan sus cualidades.
Camilo Sitte, pionero del urbanismo moderno, se pas6 la vida
tratando de poder conte.rar por qué. las ciudades medievales,
menos racionales, menos avanzadas técnicamente, tetienen una be­
lleza que
el urbanista sistemático no ha podido igualar. Sin.hallar
la respuesta completa, Sitte vino a hallar como .sinresis deseable
el poder armonizar la
espontaneidad
de lo tradicional con la fun­
cionalidad de lo racional. Y este principio es igualmente adecuado
a la
casa por aquello de que una casa debe ser pensada como una
ciudad en
pequeñ.o y una ciudad'como.,una casa a lo grande (6).
(6) Cfr. P. H. RANDLE: El pensamiento urbanistico, Buenos Aires,
OIKOS, 1985, pág. 147.
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