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Número 269-270

Serie XXVII

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Miguel Agustín Pro, mártir de la fe

MIGUEL AGUSTIN PRO, MARTIR DE LA FE
POR
ENR1QÚE MEN»oZA DELGADO .
Al finalizar el siglo x1x, la República mexicana experimen­
taba un período de paz y progreso comparable solamente al de
algunos años de la época colonial. El general Porfirio
Díaz go­
bernaba el país con mano dura bajo el lema de «Poca política y
mucha administración», y aspiraba a realizar el proyecto político
liberal, pero despojándolo de sus aspectos anticlericales
y dema­
gógicos, entre los que él incluía los derechos políticos de los
ciudadanos. En su óptica, la política era un asunto de su exclu­
siva competencia; al resto de los mexicanos solo les correspondía
acatar sus órdenes y trabajar bajo su protección.
Para un país que desde el momento de su independencia se
vio envuelto
en permanente lucha de facciones, guerras civiles
e intervenciones extranjeras, la dictadura del general
Díaz fue,
sin embargo, una remanso de
paz, en el que la sociedad, a cama
bio de sus derechos políticos, experimentó un notable crecimien­
to económico. Sin embargo, al estar presidido todo este afán de
progreso por una ideología liberal, se iba
agudizando una grave
injusticia social
y· un proceso de concentración de la riqueza en
pocas manos, que habría de. estallar posteriormente con una vio­
lencia incontenible, acabando con todas las instituciones de la
dictadura.
·
De la bona,;iza de aquellos días participaba en forma notable
la minería.
Invel'Siones extranjeras y nacionales habían vuelto a
poner en funcionamiento la industria que fuera pilar fundamen'.
tal de la economía en el período colonial, y varias ciudades de
provincia conocieron un nuevo auge. Una de
ellas fue la ciudad
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de Z~tecas, con sus ricas minas de plata que tanta prosperidad
habían dado a la Nueva España.
Vecino a
Zacan:ecas se encontraba el pequeño pueblo de
Guadalupe, que recibió su nombre del convento Franciscano
fundado allí en 1707 por el llamado apóstol de México y Guate­
mala, Fray
Margil de Jesús, y desde donde se emprendieron las
misiones para evangelizar la zona nororiental del país.
Los guadalupenses mostraban orgullosos las innumerables
obras del convento y los tesoros
artísticos que ligaban al peque­
ño pueblo con la gran familia
de la Cristiandad. Destacaba entre
ellos
la capilla de la Purísima o de Nápoles, suntuosamente de­
corada en oro y que conservaba una imagen de la Santísima Vir­
gen donada
por la princesa de Nápoles, Isabel de Farnesio. ·
Tenían también allí .recuerdos del paso de la impiedad y de
la guerra, como aquella imagen da la Santa Faz convertida en
tablero
de. ajedrez por las tropas norteamericanas durante la in­
vasión de 1847. Se trat,rba, pues, de un pequeño pueblo, pero
con una conciencia viva de
su ser cristiano y de los auténticos va­
lores de la Patria.
Fue a este lugar a donde llegó a
estable=se el matrimonio
formado por don Miguel Pro y doña Josefa Juárez,
ya que la
profesión de éste era la de Ingeniero de Minas y aceptó un tra­
bajo como administrador en una de las empresas mineras de la
zona.
I. Primeros años y vida familiar
En este sitio, un 13 de enero de 1891 · nació su tercer hijo,
y primero de los varones. El mismo mes fue bautizado con los
nombres de Miguel, Agustín, José, Raimundo. Este niño sería
elegido por Dios
para convertirse en mártir de la fe y en el pri­
mero de ser reconocido oficialmente
como tal por la Iglesia en la
época independiente de México.
Desde
temprana edad; manifestó Miguel ser una persona llena
de vitalidad, inquieta, alegre y con un gran sentido del humor.
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Su · vida en este período está salpicada de anécdotas· de bromas
familiares junto a un
gran sentido de la obediencia y del respeto
a sus padres.
La familia Pro vivía una profunda piedad cristiana sin
gaz'
mañerías y orientada a la caridad con el prójimo. Doña Josefa
auxiliaba constantemente a los menesterosos, a los

mineros
. en­
fermos y a los muchos pobres del lugar, En una época en la que
las instituciones de <1&eguridad social» eran completamente des­
conocidas, solo la caridad cristiana podía aliviar los sufrimientos
del prójimo;
así, esta mujer, madre de once hijos, sabría eocon­
trar el tiempo necesario para fundar un hospital en el que atendfa
a los enfermos y en el que sus hijos aprenderfan junto a ella el
servicio al prójimo. Además del consuelo a muchas personas,
su
ejemplo daría a la Iglesia dos hijos mártires -uno de ellos sa­
cerdote y santo-y dos hijas religiosas.
Hacia 1898 la familia
se trasladó a otro pueblo minero: Con­
cepción del Oro dentro del mismo estado de Zacatecas. Aquí con­
tinuó Miguel sus estudios conviviendo de cerca con los trabaja­
dores de las minas, palpando las lacerantes injusticias
y encen­
diéndose en
su alma el deseo de ayudarles.
Enviado a
estudiar a la ciudad de México en 1901, se mani­
fiestan por primera vez sus problemas de salud, y debe regresar
a reunirse con su
faniilia. Se intenta nuevamente eoviarle a otra
escuela
en Saltillo, en donde pasa uria temporada corta, pues el
ambiente liberal de la institución a la que fue enviado no satis­
face a sus padres, por lo que continuará su preparación con maes­
tr;s particulares hasta la edad de 15 años en que entra a traba­
jar con su
padre, eo la Agencia Minera de la Secretaría de Fo­
mento eo Concepción del Oro.
Pronto
se mostrará como empleado eficiente y capaz. Su buen
humor y dotes para el canto le convierten en
un .personaje esti­
mado y buscado en la
sociedad; pero vive sin définir su rumbo
claramente
hasta que entre los 16 y 17 años asiste a una misión
popular de los padres. de la Coml!añfa de Jesús y, tras unos ejer­
cicios espirituales, siente la primera llamada a la santidad· en la
vida religiosa.
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Con ocasión de una visita al anciano confesor de su madre,
muerto en olor de Santidad en Guadalupe, comenta a sus her­
manos: «d.e esa clase ele santos quiero ser yo, un santo que come,
que duerme y que hace travesuras y muchos milagros» (1).
Por esos mismos días, los conflictos sociales reprimidos por
la dictadura empiezan a aflorar con violencia en el país.
En
Concepción del Oro los mineros se rebelan y cercan las oficinas
en las que don Miguel Pro, su hijo y otros empleados están a
punto de ser linchados (2). Tras un nuevo fraude electoral, un
grupo de ciudadanos descontentos se sublevan contra
el régimen,
siendo secundado su movimiento en todo el país.
La revolución
mexicana
se ha iniciado; el país se llena de agitación y temor,
y el régimen del general Díaz y el orden social por él creados
se desmoronan.
11. Formación religiosa
En el mes de agosto de 1911, el mismo año en el que el
general Díaz se exilia a Francia, Miguel Agustín Pro, a sus 20
años de edad, ingresa como novicio de la
Compañia de Jesús en
el seminario de El llano, cerca de la ciudad de Zamora.
Durante sus años de novicio, Miguel guardó plena fidelidad
a
la Regla y a las Constituciones de la Compañia (3 ), su carác­
ter sincero y abierto para con sus compañeros y superiores lo
acompañó siempre, por lo que fue estimado por casi todos, aun­
que no dejaron de existir personas 'solemnes' a los que moles­
taba
tanta alegría. De él escribe uno de sus superiores: «en este
novicio pronto se descubren dos Pro; el bromista que alegraba
(1) Vid. ROYER., Fanch6n, Ef padre. Pro: Un mártir mexicano, Ed.
Obra Nacional de la Buc,na ,Prensa A. C., México, D. F., 1987.
(2) Vid. DRAGÓN S. J., Antonio, El martirio del padre Pro, ed. La
Prensa, México, D. F., 1972.
(3)
«Decretum mexicanis. Beatlfkationis seu declarationis martirii Seryi
Dei Michaelis Augustini Pro, sacerdotis e societate Iesu in odium fide
utl fertur interpretem» (d. 23 nov., 1279); s. f., pág. 9.
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los recreos, y el hombre de vida interior profunda. Durante los
ejercicios anuales,
el cómico y locuaz se volvía un cartujo; pa­
saba
en la capilla tal vez más tiempo que ninguno y era escru­
pulosamente cumplido en todos sus actos de
piedad» (

4
). La
caridad fue siempre su mejor virtnd,
y su amor al prójimo lo
mostraba en cuanta ocasión
habla.
Hacia 1914 la revolución azotaba con furia al país; las fac­
ciones que se disputaban el poder luchaban sin tregua. El mo­
vimiento constitncionalista formado por liberales radicales y an­
ticlericales, así como por elementos anarquistas y socialistas, ba­
jaba del norte del país hacia el centro, saqueando y profanando
los templos
y los conventos que encontraban a su paso. El se­
minario de El llana fue abandonado ante el peligro inminente,
y los novicios fueron enviados a -la ciudad de Guadalajara.
En esa ciudad, Miguel se encontró con su madre, que tenía
_ que
hacer labores manuales para poder mantener a sus hijos,
pues
en la marea revolucionaria, la familia Pro -había perdido
todos sus bienes
y don Miguel Pro, el padre, había tenido que
huir y esconderse
para salvar la vida. Aun en medio de estas
dificultades,
·dolía Josefa no consintió que su hijo abandonara
los estudios sacerdotales
y le animó a continuarlos.
A las pocas semanas de estar escondidos en Guadalajara,
llegó a los seminaristas la orden de trasladarse al seminario de
los jesuitas en
Las Gatas, en California, Estados Unidos, a donde
disfrazados y tras
mil peripecias llegaron en octnbre de 1914.
Desde alli, en junio de 1915, Miguel y otros seminaristas
fueron enviados a seguir sus estndios en
la Casa de Formación
de la
Compafiía en Granada, Espafia. El hermano Pro dice a
sus compafietos: «ya que no podemos volver a la patria, nin­
gún otro lugar nos conviene mejor que la hermosa Granada de
Espafia» (5), y allí permaneció Miguel durante cinco afios, es­
tudiando dos curso de Retórica y tres de Filosofía.
En estos afios hubo de empefiarse y realizar un gran esfuer-
(4) [bid., pág. 20.
(5) ROYER, op, cit., pág. 59.
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zo para terminar sus estudios de Filosofía que se le dificultaban
bastante, pero
su empeño y dedicación le dieron finalmente el
fruto apetecido.
De
esos años se recuerda también su disposici6n para ayu­
dar en tod~s las tareas de la casa y el huerto, pata acudir al
auxilio de los enfermos, especialmente durante la epidemia de
gripe española que afligi6 a Granada durante 1917 y 1918.
Fue escogido por sus superiores para
realizar una obra ca­
tequética entre los gitanos que habitaban los .!tederores de la
ciudad, consiguiendo grandes frutos gracias a su paciencia,
su
caridad y a su carácter jovial y comunicativo. «No cabe duda
--decía-que estas tierras dichosas tienen la bendici6n de Dios
y
de ia Virgen. Ha sido para nosotros una gracia venir a cono­
cer estas tierras de donde nos llegaron todas las cosas buenas
que tenemos» ( 6
). Le encantaba el carácter y trato de la gente
andaluza. Le parecía encontrar mucho del catácter mexicano en
aquella
raza sencilla, bromista, exagerada en sus expresiones,
llenas de colorido.
Mientras tanto en México el proceso revolucionario
se con­
solida. Se promulga una nueva Constitución el 5 de febrero de
1917, en la que
se consagra como principio legal la sujeci6n de
la Iglesia por el poder público. Inspirada y· redactada por los
grupos
más anticatólicos, la nueva Ley le niega toda personali­
dad jurídica a la Iglesia, hace de
sus bienes presentes y futuros
propiedad del Estado, la
expulsa del terreno educativo, niega
los
derechos civiles y políticos a los sacerdotes, regula el culto
y somete al control del Estado todos los actos de la Iglesia, pro­
híbe los conventos y los votos religiosos y niega a la Iglesia
cualquier recurso legal para defenderse.
·· El episcopado mexicano publica una valiente y enérgica con­
dena a los principios antirreligiosos de la nueva Ley en una carta
Pastoral publicada el día 24 de febrero del mismo año. El Papa
Benedicto XV ·condena la
Ley inicua; pero a pesar de las pro-
(6) RAMÍREZ, Rafael S. J. y VALENZUELA, Alberto S. J., Miguel
Pro S. J. Semblanv, biogr4fica, Guadalajara, Jal., 1986, p,!g. 21.
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testas del episcopado y del pueblo católico, la facrión jacobina
en el
poder mantiene la Ley sin cambios, aunque de momento
no se hará efectiva, pues tienen otras prioridades para consoli­
darse en el poder.
En 1920 el ya filósofo Miguel es enviado de España al «Co­
legio Centroamericano del Sagrado Corazón,. en Granada, Ni­
caragua, en el que permanece hasta junio de 1922 cumpliendo
un período
de prácticas magisteriales. En este lugar contrae el
paludismo y se agravan sus padecimientos gástricos hasta dejar­
lo postrado,
pero continúa fiel a su deber hasta el heroísmo. Es
entol¡ces cuando sus superiores conciben el proyecto de desti­
narlo al apostolado social entre los obreros y los
pobres.
Para completar sus estudios de Teología emprende viaje nue­
vamente a España. Esta vez al colegio de San Ignacio en Sarriá,
Barcelona, en donde realiza dos cursos.
De allí es enviado al
Teologado de Enghien en Bélgica para profundizar sus estudios
de Sociología y tener una mejor preparación teórica
y práctica
para su futuro apostolado entre los obreros.
Son numerosos los testimonios de su apostolado entre los
obreros en esa época. Su capacidad de diálogo, su mente
ágil y
despierta para refutar los errores
de los obreros envenenados
por la prédica socialista, y sobre todo el magnetismo de
su cari­
dad vívida con autenticidad, atraen a muchos nuevamente a la
fe. En contacto con la J. O. C. del entonces eanónigo Cardjin
y el trabajo social de la Asociación Católica de la Juventud
Bel­
ga, concibe grandes proyectos para México; lee, estudia, se en­
tusiasma por realizar su misión y sigue con interés las obras
similares que empiezan a florecer en su patria. El hermano Mi­
guel es un apóstol de su tiempo; interesado vivamente en la
Doctrina Social de la Iglesia, así
escribe a uno de sus amigos:
«debemos hablar y gritar contra las
injusticias,. tener confianza,
pero no tener miedo. Proclamemos los principins de la Iglesia,
el reinado de la caridad, sin olvidar, como algunas
veces sucede,
el de la justicia,. (7).
(7) DRAGÓN S. J., op, cit., pág. 65.
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Finalmente es ordenado sacerdote el 30 de agosto de 1925
por monseñor Carlos Alberto Leconte, obispo de Amiens. Sus
cartas de esas fechas revelan su enorme emoci6n, su profunda
oraci6n y vida espiritual y su firme decisi6n de entregarse por
completo al servicio de las almas, especialmente de los obreros.
Pero los planes de Dios eran diferentes.
En el mes de octu­
bre, su siempre precaria salud se derrumba. Debe ser internado
de urgencia en una clínica en Bruselas en la que sufre tres opera­
ciones en cuatro meses;
él mismo lo explica: «todo el est6mago
es una gran úlcera de sangre». A pesar de los dolores no pierde
su jovialidad y buen humor del que han dejado testimonio quie­
nes lo atendieron.
En estos días recibe también la noticia de
la muerte
de su madre, que acepta con cristiana resignaci6n.
En marzo de 1926 puede abandonar por fin la clínica y va
a pasar un período de convalecencia
eón sacerdotes enfermos
en Hyéres, cerca de Marsella. Aquí ayudaba a otros y celebraba
la Santa Misa, con una piedad y devoci6n que las religiosas que
lo asistían calificaron como «no común». Ya desde entonces el
padre Pro deseaba
el martirio. Esta idea de dar su vida por las
· almas y por la salvaci6n de México le asalta desde hace mucho
tiempo.
En Hyéres suplica a las religiosas que le obtengan de
Dios esta gracia suprema (8).
En México, el huracán revolucionario continúa devorando a
quienes lo desencadenaron. Ahora detenta el poder el grupo de
miltares que asesinaron al Presidente Venustiano Carranza;
en
diciembre de 1924 asume la presidencia de la República el ge­
neral Plutarco Elías Calles.
El general Calles, sin que se conozca con precisión el lugar
de su nacimiento, fue hijo natural de un emigrante de origen
semita o
sefardí y de una mexicana. Masón exaltado, antiguo
maestro rural con fama
de ladr6n y alcohólico, expulsado del
magisterio, fue después propietario de una taberna y de moli­
nos y ayudado por sus familiares obtiene algunos puestos públi­
cos en los que se le vuelve a acusar de falta de honestidad.
Calles era un hombre ambicioso y autoritario, sin moral ni
(8) Ibid., ¡,,!¡¡. 179.
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escrúpulo alguno, una personalidad con enormes complejos y re­
sentimientos sociales, y, sobre todo, patológicamente anticatóli­
co. Es
de la clase de hombres que en el caos revolucionario en­
contrará el
caldo de cultivo. favorable para alcanzar posiciones
que
en situaciones normales no podría haber logrado.
La suerte le hace sumarse a los que serán más tarde los
vencedores en la lucha por el poder, y súbitamente se le encon­
trará con el grado
de general y gobernador del Estado de So­
nora (9).
Aliado a las facciones más exaltadas de los revolucionarios,
y protegido por el hombre fuerte del país, general Alvaro Obre­
gón, llega, impuesto
por él, a la Presidencia de la República; y
ambos deciden imprimir mayor velocidad al proyecto revolucio-
. nario para producir un nuevo «orden social» en el país. Orden
proletario y
socializante en el que la Iglesia no tiene cabida.
En 1925 inician su plan para destruir a la Iglesia en Mé­
xico; para esto Calles hace reglamentar en octubre de 1925 los
artículos anticatólicos
de la Constitución. Por órdenes del Pre­
sidente, los diversos Estados de la Repqblica proceden a estable­
cer sus respectivas leyes reglamentarias
de cultos y a penalizar
las violaciones; compitiendo entre sí en radicalismo para agradar
a su 'Jefe
máximo', como llamaban al presidente Calles. Se re­
glamentan así las condiciones para ejercer · la «profesión» de sa­
cerdote, se fija el número de los .autorizados por cada Estado de
la Federación, se abre un registro oficial. para ellos, se les exige
que sean mexicanos por nacimiento, en otros casos, que sean
mayores
de 40 años, casados y de «bµenas costumbres». La
Secretaría de Educación Pública aprueba un reglamento en base
al
cuel se procede a cerrar las escuelas católicas por pretendi­
das violaciones a la
Ley.
Pretextando violaciones a las leyes de cultos durante el pri­
mer congreso eucarístico
en la ciudad de México, y de declara­
ciones del arzobispo de México, se expulsa del país al delegado
apostólico por participar en
la bendición del monumento a Cris-
(9) MEDINA Rmz, Fernando, Calles, un destino melancólico, Ed. Tra­
dición, México, D. F., 1972.
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to Rey en el cerro del Cubilete, y a más de 200 sacetdotes y
monjas; sucediéndose las confiscaciones
de templos y edificios
eclesiásticos.
Un grupo de obreros, apoyados por el presidente, toma un
templo
en la ciudad de México y apoya el establecimiento de
una Iglesia cismática, la llamada ortodoxa mexicana, «naciona­
lista y que
no obedece a ningún jefe extranjero» y les entrega el
inmueble.
Los fieles rechazan la burda maniobra y se repudia
unánimemente a los cismáticos.
El 2 de febrero de 1926, Pío XI dirige al episcopado me­
xicano la carra P aternae Sanae sobre la inicua condición de la
Iglesia en México, condenando las leyes persecutorias.
Una pastoral colectiva del
episcopado mexicano de 21 de
abril hace una detallada exposición
de la situación legal de la
Iglesia
en México. Dos millones de firmas piden la abrogación
de las leyes ante el Congreso, pero éste ni siquiera las somete a
consideración. El episcopado, tras consultar con Roma, constata que en esas
condiciones era imposible
la vida de la Iglesia, por lo que anun­
cia
b suspensión del culto público en todo el país el 31 de julio
de 1926, hasta que se modifiquen
las leyes injustas.
En Enghein los superiores del padre Miguel Pro, por con­
sejo de los médicos deciden enviarlo nuevamente a su país para
lograr una mejor recuperación a pesar de que aún le faltaba
un
curso de Teología. Como último punto de su estancia en Europa,
el padre
Pro peregrina al santuario de Lourdes, donde celebra
la Santa Misa
en la gruta y permanece en profunda oración du­
rante
todo el tiempo que su itineratio lo permitió. Escribe: «lo
que aquí se siente no es ·para escribir. No puedo decir lo que
sintió mi pobre alma. Dije Misa, hice una hora de meditación
delante
de mi madrecita, recé el rosatio ... ahora sf puedo ya
decir lo de Simeón
Nunc dimittis... porque para mí ir a Lour­
des era encontrar a mi Madre del cielo,
hablarle, ·pedirle y la
encontré y le hablé y le pedí» (10).
(10) DRAGÓN, op. cit., pág. 99.
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De allí sale reconfortado y con plena convicci6n de haber
recuperado sus
fuerzas para poder desplegar su actividad minis­
terial al llegar a su patria. Como se verá más adelante, parece
indudable que la Santísima Virgen le concedi6 la salud para su
prodigiosa actividad sacerdotal. El 20 de junio se embarc6 en
Saint
Nazaire rumbo a México, a donde lleg6 por el puerto de
Veracruz el día 7 de julio de 1926.
El 8 de julio
se encuentra ya en la ciudad de México para
encontrarse con su destino, a tan solo
13 díss de la entrada en
vigor de la
ley persecutoria y de la suspensi6n del culto público.
IlI. El ministerio.
El entrar en vigor las leyes persecutorias, el 10 de agosto de
1926,
se inici6 la dispersi6n del clero .. Muchos sacerdotes sa­
lieron del pafs; otros petrnanecieron ocultos en ciudades donde
la persecuci6n no eran tan fuerte; otros petrnanecieron con sus
feligreses acompañándolos en su suerte, sirviéndoles como cape­
llanes castrenses; unos cuantos tomaron las armas;
La mayor parte de los obispos fueron expulsados del país,
otros, en
la clandestinidad, se esforzaron heroicamente por aten­
der a las necesidades espirituales de su
grey.
Al terminar la persecuci6n en 1929, más de un centenar de
sacerdotes ·habrfa sido victimado, y también millares de fieles.
Muchos de ellos pasarán seguramente a engrosar el martirologio
oficial de la Iglesia, y de quienes el padre Miguel Pro seria la
primicia.
Desatada
la persecuci6n, la respuesta de los fieles fue diver­
sa. Un grupo se enrol6 en la «Liga Nacional Defensora de la
Libertad Religiosa» fundada en 1925 por un grupo de seglares
para defender
sus derechos por diferentes medios. Fue dirigida
por destacados intelectuales
y profesionales cat61icos, dándose su
acci6n preponderantemente
en las ciudades.
En otras zonas del país, el pueblo cat61ico tom6 las armas
para defender sus derechos; fue la «cristiada», sin lugar a dudas,
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la página más gloriosa del catolicismo en el continente, y el tes­
timonio más contundente de la catolicidad de los pueblos his­
p Los superiores del padre Pro le autorizaron a permanecer en
la ciudad de México, viviendo en casa de su familia que se había
trasladado
a la capital. Utilizando diversas identidades y disfra­
ces, inició su labor apostólica en una ciudad en la que la policía
buscaba sin descanso la ocasión para detener «fanáticos».
El hecho de ser prácticamente desconocido para la policía
le dio por algunos meses cierta libertad de movimientos. Se le
encargó la asistencia de las religiosas del Buen Pastor
--disper­
sas y escondidas en casas particulares-, y de los niños que re­
cogían. También se le encargó la asistencia a la residencia de
sacerdotes del templo de la «Sagrada Familia», en la que
se
atendía también a seglares.
Desde los primeros días de la persecución, el padre Miguel
desplegó una sorprendente actividad, inexplicable para
un hom­
bre conveleciente y con la pésima salud que tenía. Cerrado el
culto público, la atención privada a los fieles
exigía esfuerzos
sobrehumanos a los
pocos sacerdotes que permanecían en sus
puestos; Los bautizos, comuniones, extremaunciones y aun matri­
monios, eran solicitados 'i""tinuamente y debían ser impartidos
en medio de estrictas medidas de seguridad; siempre con el te­
mor de alguna delación o aparición súbita de la policia.
Al conocerse el celo apostólico del padre Pro entre los ca­
tólicos, recibió invitaciones para sumarse a los grupos levanta­
dos en armas, pero
él siempre las rechazó; tanto porque existían
órdenes ptecisas y claras del provincial como por su conciencia,
por
su. carácter y misión sacerdotal.
Mantuvo siempre su actividad en el campo apostólico sin
inmiscuirse en asuntos políticos.
Nunca se le escucharon injurias
ni ataques a los
gobernantes, buscando por la vía sobrenatural
la conversión de los perseguidores.
«Desear el martirio era en él
como una obsesión. Con fre-
(11) Vid. MENDOZA D., Enrique, «La guerra crister .. , en Ve,bo,
núm. 159-160, págs. 1.481 y sigs.
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cuenda le oí. pedir oraciones para obtener esta gracia» refiere
un testigo en sn proceso de canonización. Cuando caen los pri­
meros mártires de Cristo
Rey, escribe a un amlgo: «la terrible
prueba que pasamos, no solo hace crecer el número de resueltos
católicos, sino que nos
ha dado ya mártires, pues no de otra
manera
se ve a los veinte jóvenes valientes de la asociación ca­
tólica de la juventud mexicana que fueron asesinados vilmente
y muchos otros cuyos nombres ignoramos porque
la prensa está
amordazada
... de todos lados se reciben noticias de atropellos
y represalias; las víctimas son muchas; los mártires aumentan
cada día... ¡Oh, si me tocara la lotería!»
-refiriéndose a su
martirio-( 12 ).
Con la autorización de sus superiores, el padre Miguel Agus­
tín fue notnbrado jefe de conferenciantes de la
,«Liga» en la
ciudad de México, coordinando a
un grupo de unos ciento cin­
cuenta propagandistas, con quienes cumplía sus funciones de
enseñanza y difusión en estas circunstancias.
Preocupado
por llevar la Sagrada Eucatistía al mayor nú­
mero posible de personas,
orgaoo6 las llamadas «Estaciones
Eucarísticas» que consistían
en visitar casas seleccionadas para
distribuir la comunión a los fieles, repartiendo de trescientas a
cuatrocientas comuniones diarias, que llegaban a
mil quinientas
los primeros viernes. Instituyó también confesionarios ambulan­
tes, y disfrazado
ya de mecánico, ya de limpiabotas, confesaba
a numerosós fieles en la vía pública ante los ojos
de la policía.
Su audacia y celo apostólico le llevaban a hacer incursiones en
las cárceles y oficinas públicas para confortar a los presos y a
los empleados públicos, tareas de las que siempre salió con bien.
El
25 de mayo de 1927 escribía: «tan palpablemente veo la
ayuda de Dios, que casi temo que
no me maten en estas andan­
""", lo cual sería para mí un fracaso, que tanto suspiro por ir
al cielo a echar unos arpegios con guitarra con el ángel de mi
guarda» (
13 ).
(12) RAMÍREZ TORRES S. J., Rafael, Miguel Agustln Pro. Memorias
biográficas, Ed. Tradici6n, México, .1976, pág. 281.
{13) Ibid., pág. 429.
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Además de todos estos afanes, continuó con sus estudios del
cuarto curso de Teología, presentando satisfactoriamente su .exa­
men final en julio de 1927.
La
cerrazón del gobierno, su encono y odio contra la fe se
manifestaba con nitidez. Durante 1927 cincuenta y cinco sacerdo­
tes fueron asesinados, numerosísimos templos saqueados y con­
vertidos en establos, las
imágenes sacras profanadas, la eucaristía
ultrajada y el ejército lanzado a
la aniquilación de los comba­
tientes católicos. La literatura anticristiana
era copiosa, con una
virulencia como
no se vería hasta la guerra de España. Nueva­
mente
Pío XI se había dirigido a todo el mundo cristiano en
la encíclica
I niquis afflictisque sobre las terribles condiciones de
los. católicos en México. Numerosos episcopados del mundo pu­
blicaron documentos dando a conocer la situación; entre ellos
los
de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, España,
Uruguay y Venezuela. También de los Estados Unidos, Alema­
nia, Francia, Hungría, Yugoslavia y muchos más. Pero no obs,
tante la censura moral del mundo civilizado, la persecución no
menguó.
Los hermanos de Miguel eran militantes destacados de la
«Liga». Humberto era jefe regional de propaganda para la ciu­
dad de México, en la que colaboraba con entusiasmo; al igual
que su hermano Roberto que era responsable de uno de los
sectores de la ciudad. Pronto, sus actividades hicieron que la
policía ordenara su captura,
y buscándoles a ellos, el padre Mi­
guel fue detenido casualmente el 4 de diciembre de 1926. Con­
ducido a
la policía no fue descubierta su identidad sacerdotal
y
fue puesto en libertad ·bajo fianza, aunque desde ese momento
la policía ya no le perdió de vista. Al enterarse el padre Miguel,
con su habitual gracia escribía:
«Les he ofrecido a los santos
más , tristes del cielo bailarles un jarabe tepatío. si la orden de
aprehesión que hay en mi contra se llega a cumplir» ( 14).
El inminente peligro que tras estos sucesos cortía,
hizo que
(14) «El padre Miguel Agustln Pro Juárez, de la C'.ompafiía de Jesós>.
CHAPELA Y BLANCO, Gonzalo, Rev. Interacción, núm. 103, nov. 1986.,
~.5.
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MIGUEL AGUSTIN PRO, MARTIR DE LA FE
se le ordenara esconderse y cesar toda actividad durante febre­
ro y marzo de 1927, orden que acató por su. obediencia heroica,
aunque sus deseos eran muy distintos.
En estos meses de retiro su piedad iba en constante aumento.
Hay testimonios de religiosos y seglares
de la unción con la que
celebraba
el Santo Sacrificio de la Misa; dice un fiel que: «al
celebrar.
la Santa Misa su transformación era entonces radical,
se olvidaba de su carácter jovial. No se veía sino al ministro de
Jesucristo mismo. Me decía ~ mí ~isma: así han de orar los
santos».
Convencido, al igual que otros mártires, del enorme valor
propiciatori~ de la sangre ofrecida a Dios, «con frecuencia expre­
saba sus deseos de martirio; se consideraba indigno de tal gracia
y nos suplicaba que se la alcanzáramos de Dios . . . nadie deseaba
el martirio tanto como él, pero nadie tampoco le aventajaba en
desear permanecer en
la lucha hasta la hora señalada por
Dios» ( 15).
Al retornar a sus trabajos apostólicos en abril
de 1927, el
padre Pro se entreg6 a dar 'ejercicios espirituales, sobre todo a
los obreros
y jóvenes, a dar catecismo y auxilio a los enfermos.
Para que
se cumpliera en él la máxima evangélica de obtener
el ciento por uno en esta vida,
el padre Pro se había ido ha­
ciendo cargo, poco a poco, de familias desamparadas en esa
difícil circunstancia en
la que tantas personas eran detenidas o
tenían que huir de sus hogares
.. Para ese año tenía bajo su res­
ponsabilidad
el sustento de más de 100 familias, para las que
tampoco dejó
de realizarse el milagro de la mulriplicación de los
panes.
Un 21
de septiembre, al disponerse a iniciar la Santa Misa
para unas religiosas en
el pueblo de Tlalpan, les rogó que pi­
dieran a Dios se dignara aceptarlo como víctima par
la salvación
de
la patria. Después de la Misa dijo a una religiosa: «tal vez
sea una simple imaginación, pero me parece que Nuestro Señor
ha aceptado plenamente mi ofrecimiento» (
16 ). Con esta revela-
(15) Decreto méxicano, p.ig. 181.
(16) Ibid., p,lg. 201.
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ENRIQUE MENDOZA DELGADO
ción privada, su celo apostólico alcanzó su clímax. Pero guarda­
ba
en lo profundo de su corazón estos hondos sentimientos sin
revelarlos sino a sus directores espirituales y superiores.
IV. Rumbo al martirio
' Tras intensos debates, la liga nacional defensora de la liber-
tad religiosa había decidido
crear un comité especial o de guerra
para apoyar la resistencia armada. Aunque no todos los obispos
simpatizaron con
la decisión, muchos la aceptaron. Así empeza­
ba la liga a tratar de enlazar con otros grupos católicos que se
encontraban luchando, y a tratar de coordinar esfuerzos para
una victoria más rápida, pues la lucha se prolongaba con el
apoyo ostensible al
régimen de Calles por parte del gobierno
norteamericano.
Por esas fechas el expresidente -general Alvaro Obregón-,
verdadero poder tras Calles, decidió reelegirse como presidente
de
la República aunque la Constitución lo prohibía. El había
dado
ya numerosísimas pruebas de su anticatolicismci, y muchos
temían un recrudecimiento de
la persecución, considerándolo más
peligroso que el mismos Calles.
Entre
algunos católicos empezó a considerarse el tiranicidio
como medio menos cruento y eficaz para terminar con la guerra.
El ingeniero Luis Segura Vilchis, jefe del comité
especial de la
liga decidió intentar el tiranicidio en la persona del general
Obregón. Para este propósito reclutó
un comando de cuatro
hoinbres, y él mismo fabricó las bombas con
las que se realiza­
ría el atentado.
Para su ejecución,
el comité de guerra solicitó a la liga un
automóvil.
Se le entregó uno de marca Essex que hahla estado
asignado a Humberto Pro para
las actividades del comité de
propaganda de
la liga. El automóvil, propiedad de la liga, había
sido adquirido por el propio Humberto y registrado por
su her­
mano Roberto usando un nombre falso. Este auto fue entregado
a
la liga una semana antes del atentado y sustituido por otro.
Los hermanos Pro nunca supieron el nso
al que se le destinaría.
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MIGUEL AGUSTIN PRO, MARTIR DE LA FE.
La fecha elegida para el aterrtado fue el 13 de noviembre
de 1927, cuando el general Obregón daba un paseo en automó­
vil por el bosque de
Chapultepec. Ese día, el automóvil condu­
cido por José González y tripulado por
Nahúm Ruiz, Juan Tira­
do y el ingeniero Luis Segura, dio alcance al automóvil
del ge­
neral Obregón arrojándole dos bombas que fallaron: Obregón
salió prácticamente ileso del atentado en · tanto un automóvil de
escolta se daba a
la persecución de los autores, a quienes final­
mente dieron alcance hiriendo gravemente
y capturando a Na­
húm Ruiz y a Juan Tirado, dándose a la fuga los restantes.
Esa noche la familia Pro
se encontraba reunida en su domi ·
cilio cuando a través de los diarios se enteraron del atentado.
Preocupados por
la noticia del automóvil con el que se había
cometido, recibieron
un aviso de la liga para cambiar de resi­
dencia a
un lugar más seguro, pues la policía había empezado
a torturar a los detenidos
y a buscar pistas. Los hermanos Pro
decidieron ocultarse en una casa que les fue ofrecida por una
familia católica, y el
padre Miguel decidió acompañar a sus her­
manos en ese difícil trance.
Ocultos, celebró
la que sería su última Misa; la dueña de la
casa declaró que: «a la hora de la elevación, yo le vi elevarse
de la
tierra, parecía una silue¡a blanca. Me sentí muy feliz. Mis
criadas
me dijeron en seguida y espontáneamente que ellas ha­
bían observado el mismo fenómeno, recibiendo con ello gran
consuelo» ( 17).
En tanto, la policía torturó a Juan Tirado que guardó abso­
luto silencio, pero con la colaboración de la esposa de Nahúm
Ruiz,
amenazada y chantajeada, empezaron a obtener algunas
pistas del agonizante. Identificada
la casa donde se reunían los
miembros del comando, los
Pro se vieron vinculados al atentado
a través del automóvil,
y por una delación de un "joven amigo
de la familia
la policía conoció el lugar en el que se ocultaban.
En
la madrugada del 18 de noviembre, en medio de un gran
despliegue policial, se logró la detención de los tres hermanos. Al
(17) Decreto mexicano, pág. 218.
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ENRIQUE MENDOZA DELGADO
salir de la casa una mujer le dice al padre Miguel: «en seguida
iré a verles; no hija, contestó él, hasta el cielo» (18).
Aunque el padre Miguel
habfa sido capturado accidentalmen­
te, pues no era a él 11 quien buscaban sino a sus hermanos, una
vez atrapado se convertía en una pieza valiosísima para satisfa­
cer
la sed de venganza y odio de Calles y Obregón, y para la
hoja de méritos de sus captores.
El ingeniero Segura Vikhis fue detenido también pero no
pudo probárserle nada, pero al saber que acusaban a los Pro y
que corrían un riesgo gravísimo, con toda la entereza y hombría
de caballero cristiano que era, se presentó voluntariamente
dando
una declaración completa y haciéndose responsable intelectual y
material del atentado, exculpando a los Pro de cualquier parti­
cipación en el mismo (19).
Esta declaración no satisfizo los deseos de vengaza de Calles
y sus secuaces, y si podía exhibir a un cura recibiendo un escar­
miento, no estaban dispuestos a perder la oportunidad.
Con pleno cinismo, días después lo
explicaría en público el
propio general Obregón de esta manera: «cuando nos pica un
alacrán, cogemos una linterna para buscarlo, y si encontramos
otro alacrán,,. no lo dejamos vivo porque no nos haya picado,
porc¡¡ue también puede emponzoñarnos con su veneno» ( 20)
V. El tránsito
Los detenidos fueron trasladados a los sótanos de la inspec­
ción de
la policía y recluidos en los inmundos calabozos que allí
existían. El padre Miguel y su hermano Roberto fueron reclui­
dos en la misma celda.
Al parecer, en un
primer momento, se pensó fusilarlos el
(18) DRAGÓN, Antonio, op. dt., pág. 222.
(19)
Vid. PALOMAR y VrzCARRA, Miguel, Luis Segura Vi/chis, Ed: Jus,
México.
(20) Discurso ante el Partido Socialista en Toluca, México, Excélsior,
28 de noviembre de 1927, citado en Decreto ... , pág. 531.
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MIGUEL AGUSTIN PRO, MARTIR DE LA FE
día 19, pero por instrucciones del presidente Calles se· iniciaron
interrogatorios para explorar la posibilidad de poner el
caso en
manos de ]as autoridades judiciales. De ello resultó que no podía
establecerse una relación directa entre el atentado
y los Pro.
Por testimoruo posterior del jefe de la policía, se sabe que un
abogado enviado por el presidente revisó
las declaraciones, y
tras verlas exclamó: «esto no vale nada, si se comigna la inves­
tigación a un juez, todos estarán libres antes de seis
meses,. (21).
Contrariados, continuaron los interrogatorios, y en el gobier­
no había dudas aoerca de la forma
de proceder. Algunos parti­
darios de Obregón aconsejaban benignidad, quizá para tratar
de congraciarse con las fuerzas católicas en el próximo período
de gobierno
y presentando la persecución como obra exclusiva
del general Calles; los partidarios
de éste último pedían uri es­
carmiento ejemplar.
Conforme transcurrían los días, la noticia de la injusta de­
tención corría por todo
el país y la indignación popular empe'
zaba a manifestarse. El embajador de Chile se entrevistó con el
presidente Calles para solicitar garantías para los detenidos y
éstas le fueron otorgadas.
Finalmente, Calles tomó la decisión de no intentar el priice­
so judicial y ordenó personalmente al general Cruz, jefe de la
policía, el fusilamiento de los cinco detenidos.
Es notable la
precipitáción con la que actuó el presidente,
pues meses
más tarde, cuando José León Toral consumó el mag'
nicldio de Obregón, se le siguió un proceso judicial en forma;
y, finalmente, fue condenado y fusilado. Pero en este caso· no
quiso soltar la presa. ¿Cuáles fueron
sus motivos?
Calles
no conocía al padre Miguel Pro, no tenía ninguna
razón para una venganza personal. Estaba tan · seguro de su ino­
cencia que no quiso seguir el cursó legal. Por otra parte, no
existían razones políticas para fusilarlo: no pertenecía a ningún
movimiento político, no había alterado el orden público, no se
había rebelado contra la autoridad. Al contrario, había colabo-
(21) Decreto mexicano, pág. 93.
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rado siempre al bien y a la paz de .Ja sociedad. Solo queda una
explkaci6n posible, y es que la orden de fusilamiento provino
del odio a la
fe de Plutarco Ellas Calles. En el sacerdote cat6-
lico
--del cual conocían su ejemplar ministerio-- veía la encar­
nación de todos los males que la religión significaba para
él. Su
decisi6n de acabat con la Iglesia en México privó sobre cual­
quier consideración. Ya no interesaba saber si era o no culpa­
ble del delito que
se le imputaba; la realidad es que tenía un
sacerdote
en sus manos y debía acabat con él (22).
En los calabozos de la inspección de policía, el padre Miguel
confortaba a los deteuidos, presidía las oraciones
y se mostraba
tranquilo. En esos momentos, , y seguros de su inocencia, con­
fiaban en que obtendrían su libertad.
De los
ítltimos días del padre Miguel tenemos entre otros
testimonios
el de su hermano Roberto, compañero de celda: «el
22
de noviembre mi hermano Miguel hace su última declatación
hacia las 7 u 8 de la noche,
y recuerdo que me dijo más o me­
nos estas palabras: «aliora creo que hemos terminado las decla­
raciones, supongo que nombrarán un tribunal competente y que
seremos consignados a
él; el Señor dirá. De lo anterior se ve
cuáles eran sus impresiones al término de las declataciones, im­
presión que cambi6 cuando notamos el insólito movimiento de
tropas y de los guardias encargados de la vigilancia; los cuales
eran cambiados cada
media hora a pattir de las nueve de la noche.
La primera cosa que hicimos sin comunicamos el temor que
teníamos fue
el rezo de todo el rosario; terminado esto perma­
necimos en silencio, porque ninguno de los dos osaba comuni­
cat al otro aquello que pensaba».
Más tatde, durante el dla, los detenidos son revisados y fo­
tografiados y publicadas · sus fotos en los diatios como autores
del .atentado.
La visita e interrogatorios de los detenidos por
altos jefes policiacos les hizo temer por su suerte. Después
de
una de las inspecciones de los esbirros encargado1r. de la repre­
sión a los católicos, Roberto
Pro declara: «Míguel me dijo:
(22) !bid., pág. 100.
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ahora sí que las cosas se han puesto serias, no sé qué vengan
a hacer estos señores, mas me temo que nada bueno; pidamos
a Dios resignación y fuerza para aquello que pueda ser y resig­
némonos a lo que sucederá. Recuerdo que regresamos a rezar
y me dio la absolución . después de que me había confesado con
él. Sé con =teza que al fin del último rosario que recitó, pidió
por la
conversión y por la salvación de Plutarco Elías Calles» (23).
Continúa:
«la noche fue bastante inquieta para nosotros: el
rumor de las armas,
las voces de mando y principalmente nues­
tro estado de ánimo eran las causas de la inquietud de aquella
noche. La
mañana siguiente, hacia las seis más o menos, Migud,
que se había levantado con un fuerte dolor de cabeza, se tomó
una pastilla de cafiaspirina o
de ~dalina, y recuerdo que me dice
más o menos estas palabras: «no puede explicarme por qué más
presiento que hoy puede pasar cualquier cosa; mas no me asusta
porque Dios nos ayudará
en cualquier cosa; pidámosle su gra­
cia». «Recuerdo exactamente que hacia las nueve y media de la
mañana sentimos el toque de clarines, movimientos de tropa y
agitaclón general en toda la inspección. Pocos minutos después
se
llamó a mi hermano Migud, el .cual estaba conmigo en los
sótanos, como he dicho, y salía sin chaqueta, El jefe de los
agentes
de la policía secreta le dice que se ponga la chaqueta y
que
Jo siguiese; yo le ayudé a ponérsela y en el momento de
colocársela me estrecha la mano
y partió. Me acerqué a una pe­
queña ventana que estaba cerrada con tablas y daba al patio de
la inspección; vi pasar a Miguel acompañado de una pareja de
soldados; después no pude ver nada más».
Cuando el padre salía del subterráneo para ser fusilado, se
le acercó uno de los agentes de la policía que le había arrestado
y le pidió perdón, y el padre le respondió: «no solo se lo per­
dono sino que se· 10 agradezco».
Sin ningún juicio, en contra de las mismas leyes del país y
de la civilización, se encontró de repente delante de un consic
derable número de fuerzas militares y autoridades civiles; de
(23) Decreto ... , pág. 118.
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esta forma fue cómo recibió la noticia de su fusilamiento, pues
nunca le fue comunicada (24
).
Para presenciar la ejecución estaban los fotógrafos de los
diarios
Excélsior, Universal y la Prensa por expresa orden del
general Calles. Así, «por primera
vez en la historia de la Igle­
sia perseguida, ha dado al mundo completo testimonio visual de
la muerte de
un mártir, ordenando que los fotógrafos regis­
traran los últimos momentos de su vida, su muerte y los ins­
tantes que seguían a la muerte; estas fotografías fueron publi­
cadas en los diarios los
días 22 y 23 de noviembre de 1927,. (25).
Fueron numerosos los testigos
del fusilamiento, y en la causa
de beaticación están puntualmente recogidos, tanto de funciona­
rios públicos y de los policías que participaron en
él, como de
otras personas.
Al darse cuenta de la situación, el padre Miguel permaneció
sereno,
con una gran tranquilidad; se le acercó el jefe del pelo­
tón de fusilamiento. y le preguntó si le pedía alguna cosa; res­
pondió el padre que solicitaba permiso de rezar, se arrodilló. y
sacó de su bolsillo. un rosario y un crucifijo que besó; permane­
ció en oración un momento, alzando los ojos
al cielo. Se levantó
y
se volvió hacia el pelotón de ejecución, besó el crucifijo que
tenía en la mano derecha; en la mano izquierda tenía el rosario,
levantó los
brazos en forma de cruz gritando al mismo tiempo:
¡Viva
... ! Y cayó fulminado por la descarga. El jefe del pelotón
le dio el
tiro de gracia. Eran las diez y 36 minutos del 23 · de
noviembre de 1927. Su alma voló al Padre, cnmpliéndose con
exactitud la forma en que había deseado morir, según lo que
había confiado · a un amigo;
Los testigos señalaron el carácter viril, modesto, y resignado,
lleno de vitalidad con el que sufrió el martirio. No demostró
irritación ·alguna ni cuando
se dio cuenta que le quitarían la ·vida,
su actitud devota quedó para siempre reflejada en las fotogra-
(24) Decreto ... , pág. 114.
(25) Ibid., pág. 114.
1190
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fías de su martirio. Uno de los soldados declaró: «se levantó
para ser fusilado con un brío que hizo conmover a todos,..
El provincial de la Compañía de Jesús dijo que «aceptó la
muerte con un sentido . absolutamente sobrenatural, considerán­
dola como el martirio que él
habla pedido a Dios,.. Afuera de
la inspección, una manifestación de estudiantes de Derecho prO:.
testaba por el atropello jurídico que se cometía. Minutos des­
pués fueron fusilados también sin juicio, su hermano Humherto,
Juan Tirado
y el ingeniero Vilchis. Roberto Pro salvó la vida
gracias al recurso legal que interpuso un valiente ahogado que
por casualidad
se enteró de los acontecimientos; poco después
aquél sería
expulsado del país, pues su presencia, aun prisionero,
era molesta para muchas conciencias.
En el proceso ordinario de beatificación se recoge el siguiente
testimonio que condensa el sentir
de los católicos mexicanos, y
ahora, de la Iglesia universal: «creo que el padre Pro fue un
mártir, basándome
en lo siguiente: me consta que expresó con
frecuencia
su deseo de morir por Cristo, y recuerdo que una
vez el padte me dijo que coando se ordenó sacerdote había su­
plicado a Dios que le cqncediese salvar muchas almas y morir
como Cristo
en cruz; me consta que el. padre murió calumniado
porque era inocente, como resulta de lo que he declarado:
como
he dicho el gobierno lo fusiló porque era sacerdote; en las foto­
grafías
se ve cómo murió, como lo había suplicado a Dios, y
revelando su generosidad en el sacrificio, su íntima unión con
Dios
y la plena sumisión a la voluntad divina». Desde enton­
ces hasta nuestros días, toda la gente está pensuadida que el
padte Pro fue un verdadero mártir. .
VI. La fama de santidad
La apoteosis del padte Miguel se inició ¡,); mismo día de su
muerte. Su cadáver y el de su hermano fueron. llevados. para la
autopsia al hospital militar y de ah! a casa de su padte, donde
cerca de las cuatro de la tarde una multitud de personas de
todas
las clases esperaba la llegada de los coerpos. Cuando lle-
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garon se acercaban con rosarios y otros objetos piadosos para
tocarlos a los ataúdes, rezando e implorando por la sangre de
los mártires la salvaci6n de México.
Con enorme
puertas
de la casa, en la que permanecieron .cerca de cincuenta
personas;
se recit6 el rosario y se realizaron otros actos piado­
sos, celebrándose misas hasta las seis de
la mañana en que vol­
vieron a abrirse las puertas
y una multitud se desbord6 dentro.
Entre los primeros que llegaron a presentar sus condolencias
estuvieron varios policías
de la inspecci6n; la afluencia de gente
continu6, llegándose a tener que desviar el
tráfico hacia medio
día. Muchas madres llevaban a sus hijos a ver el cadáver del
padre
y todos deseaban tocarlo para obtener una reliquia.
A
las cuatro de la tarde parti6 el cortejo llevando varios
sacerdotes el ataúd del
padre Miguel a hombros, pero la mul­
titud les
impedía avanzar, hasta que un sacerdote gtit6 desde el
balc6n: «señores, dejen pasar a
los mártires de Cristo», y la
multitud les dio paso.
«Al aparecer el féretro sucedi6 la cosa menos frecuente en
un funeral: aplausos
fragorosos, copiosísima lluvia de flores, gri­
tos entusiastas de
¡ Viva Cristo Rey! , ¡ Viva la Virgen de Guada­
lupe!,
¡ Vivan los mártires! Tras un poco de confusi6n en la
marcha, producto del deseo de tocar los féretros, en la amplia
avenida
del Paseo de la Reforma, que es la calle más suntuosa
de la ciudad
de México y donde se encuentra el monumento de
la independencia,
se organizó un ordenadísimo cortejo fúnebre.
Espontáneamente todos los asistentes empezaron a recitar el
rosario, la acera estaba llena de •gente,
se notaba una plena
tranquilidad; más que
un funetal parecía una marcha triunfal,
mas sin gritos estridentes, ni cosa alguna que turbase la alegría
profunda y serena que se sentía».
«Al llegar al cementerio de Dolores, cerca de veinte mil
pers00$ formaban el cortejo, y al encontrarse con las que ahi
esperaban a los mártires se dificult6 mucho d entierro; final­
mente, el padre Miguel fue sepultado en
la cripta de la Compa­
ñía de Jesús. Numerosos sacerdotes vestían sus ropas talares,
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MIGUEL AGUSTIN PRO, MARTIR DE LA FE
prohibidas por la ley, y celebraron las exequias. Fue digno de
notarse que el entierro no fue utilizado como manifestación de
protesta ante el gobierno
persecutor y tiránico, sino como un
acto netamente religioso y
un plebiscito a favor de los, márti­
res» (26).
La fama de martirio y santidad del padre Pro se extendió
por todo el mundo en
pocos años. Son ininterrumpidos los re­
conocimientos de gracias · por su intercesión que se publican en
el boletín de Favores del padre Pro que provienen de más de
cuarenta países y en once lenguas. Los hay de Alemania, Fran­
cia, Canadá,
Bélgica, Italia, Islas Mauricio, Egipto, Yugoslavia,
Holanda, Portugal,
Brasil, Inglaterra, Irlanda, India, Filipinas,
Rodhesia, Estados Unidos de América, Polonia, Islas Marianas,
Chile, Argentina, Perú, Colombia, Venezuela, Checoslovaquia,
España, Carolinas, Jamaica, Salvador, Nicaragua, Costa Rica,
Cuba, Islas Reunión, Barbados, Malta, China, Australia, y
na­
turalmente, de México. Solo de Alemania se habían reportado
más de 500 favores ( 27).
La rumba del padre Pro no ha dejado
de ser visitada por
los fieles desde entonces; tras los terremotos que sacudieron a
la dudad de México
en 1985, nuevos exvotos y agradecimien­
tos aparecieron en su tumba.
En 1935 se inició el proceso de beatificación del padre Pro
en
México; en 1952 se introdujo su causa en Rotna y en noviem­
bre de 1986 el Papa Juan Pablo
II suscribió el decreto de
promulgación del martirio del padre Pro, proclamado beato el
domingo 25 de septiembre de 1988.
Quizá como en ninguna
otra ocasión el título de beato -bearus ·= feliz-describa me­
jor lo que fue la vida terrena y lo que es la vida perdurable
de un hombre santo (28).
La beatificación del padre Miguel Pro ha sido acogida
con
un gran entusiasmo por el pueblo fiel, no solo por el relativa-
(26) Decreto ... , págs. 125-126.
(27)
MARTÍNEZ DEL CAMPO, Rafael, Interacci6n, núm. 120, julio-de
1987.
(28) Ibid., pág. 35.
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mente corto tiempo que separa su vida de la nuestra, sino por
reflejar plenamente
el carácter, genio y gusto de los mexicanos.
Su
alegría, jovialidad, su enorme fe que le ayuda a soportar las
más duras' pruebas; su
desbordante actividad, su permanente
optimismo,
su resignación. En sus numerosas cartas utiliza los
términos, expresiones y refranes populares, que le dan un en­
canto humano adicional a su enorme talla espiritual (29).
El padte Pro es ejemplo del ••=dote fiel, del Buen Pastor
que da la vida
por sus ovejas; un signo de la vitalidad de la fe
y de la acción de la gracia. Su sacrificio, junto con el de otros
muchos, hizo posible la permanencia de
la Iglesia en su partía,
y así su muerte se convirtió en vida para muchos. Una vez más
la sangre de los mártires fue semilla de nuevos cristianos.
(29) MOYA GARclA, Rafael, La mexicanidad del padre Pro, Univer­
sal, 17 de diciembre de 1985.
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