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Número 269-270

Serie XXVII

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El mal menor en política. Historia y aplicaciones actuales

EL MAL MENOR EN POLITICA. IDSTORIA
Y APLICACIONES ACTUALES
POR
GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN
l. Introducción.
Cuando termioaba
el bachillerato, a los 14 años, en 1921,
asistió Eugenio Vegas, que pertenecía a
la Congregación mariana
de San
Estanislao de Koska, sita en los locales de la Residencia
de los jesuitas en Santander, a unas conferencias que pronunció
el
padre Ramón Jambrina, brillante y piadoso orador sagrado.
De ellas
sacó el propósito de servit lo más fielmente posible los
designios divinos según
la famosa fórmula Ad maiaren Dei glo­
riam propuesta por San Ignacio a sus seguidores.
No sabe bien qué
camino tomar cuando acabe sus estudios
medios, descartada la vocación
religiosa, que no le atraía. Lee
entonces el libro de Rmnón Nocedal sobre El mal menor en
política, que recoge sus polémicas· sobre el tema con los padtes
Minteguiaga
y Villada, que con anterioridad habían sostenido
posturas contrarias a las que últimamente propugnaban de
pac­
tos con los liberales en las contiendas electorales y de fácil acep­
tación en la práctica del sistema de gobierno · derivado del libe­
ralismo.
Esta
lectura le hizo ver la importancia de la política para · la
implantación de un orden social cristiano, y desecl:iando las ra'
mas matemáticas para las que tema facilidad, decidió estudiar la
carrera de Derecho como la más adecuada para defender y di­
fundir el Derecho Público Cristiano.
En sus últimos días el problema Je seguía preocupando y me
recomendó, entre otros, la lectura del libro de Nocedal
y de sus
contradictores
para que tuviese una visión completa del asunto.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
El tema del mal menor en política está, sin duda, estrecha­
mente relacionado con la cuestión
del liberalismo filosófico que
había sido tajautemente condenado por
la Iglesia y, según el
cual,
el hombre es absolntall!ente libre para tomar decisiones
personales y políticas sin que
deba someter su juicio a ninguna
norma moral superior o criterio transcendente; e igualmente re­
lacionado también con la distinción que hacíau los católicos en
el pasado siglo entre
la llamada tesis o situación perfecta deseable
e
hi¡,ptesis o situación de hedho imperfecta y, por consiguiente,
solo tolerable mientras no
se pueda conseguir la situación per­
fecta a
la que siempre se debe aspirar por penosas que puedan
ser las condiciones en que nos encontremos.
Estos problemas habían sido objeto de enconadas discusiones
prácticamente desde el establecimiento del régimen constitucional
derivado de las ideas enciclopedistas y
de la Revolución france­
sa
y, especialmente, desde la restauración, en Sagunto, de la Mo­
narquía liberal, cuyos principios ideol6gicos erau condenados por
Roma, mientras que por otro lado aconsejaba la aceptación
del
régimen y fiel adhesión por los católicos que, como observa el
escritor liberal
La boa no comprend!an bien esta contradicción.
La oposición y discusión se planteó entonces entre la Uni6n
Católica propugnada por Pida!, que era fiel a la Monarquía li­
beral, y los carlistas -tradicionalistas e integristas-- que po­
nían de manifiesto la contradicción existente.
La polémica, nunca del todo e)!:tinguida, renació de nuevo con
ocasión de dos
artículos de los padres Minteguiaga y Villada, a
los que replicó contundentemente Ramón Nocedal en una serie
de escritos publicados en
El Siglo Futuro bajo el pseudónimo
de Sansón Carrasco, luego recogidos en
el tomo tercero de sus
obras.
De
esta discusión nos ocuparemos, ahora, partiendo de unos
próximos antecedentes y una ligera referencia a hechos posterio­
res que
se prolongan hasta un nuevo plauteamiento del proble­
ma
en las tácticas posibilistas patrocinadas por Herrera durante
la República, de las que hizo una razonada y conrundente crítica
el agustino padre P. Vélez en su libro
Revolución y contrarrevo-
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EL MAL MENOR EN POLITICA
luci6n en España, prologado por don Víctor Pradera y del que
nos hemos
ocupado en un trabajo publicado en Verbo.
En la actualidad, el rostro y los factores del mismo tema po­
dría ser la interpretación que se dé a las cuestiones de la liber­
tad religiosa, el ecumenismo, la evangelización y
la tolerancia,
ninguno
de cuyos elementos es nuevo, sino que han sido tratados
desde hace mucho tiempo y cuya problemática reside en el
sen­
tido atribuido a dichos conceptos, sin perjuicio de partir, como
siempre,
de la situación real objetivamente considerada que por
lamentable y desastrosa que sea
no implica la renuncia de los
medios apropiados
para . salir de la misma y conseguir un estado
más perfecto, sin que ello suponga la. aplicación de métodos
inapropiados o contraproducentes, sino todo lo contrario, la
de­
bida elección de los más efectivos y convenientes, poniendo en
la tarea el mayor empeño y entusiasmo.
Dicho lo anterior, pasemos seguidamente a ocupamos
de la
polémica del mal menor y las elecciones que fueron
su detó­
nante, comenzando por los que podríamos considerar su• más
próximos antecedentes.
2. El cardenal Spínola y las asociaciones católicas creadas
a su iniciativa.
En mayo de 1901, a instancia del arzobispo de Sevilla, car­
denal Spínola, que en el periódico por él fundado en febrero de
1899,
El Co"eo de Andalucla, hizo un llamamiento a los cató­
licos de la diócesis, un grupo
de tradicionalistas hispalenses creó
la Unión o Liga Cat6lica, encaminada a cumplir los deseos .del
Papa en favor de un activismo político. No era realmente un par­
tido sino una unión de quienes se proclamaban
p>lenamente ca­
tólicos, de cualquier procedencia, para:
Propagar la prensa
católicá.
Favorecer a la clase obrera y a sus asociaciones católicas.
Votar en
las elecciones a los candidatos verdaderamente ca-
tólicos.
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Al acto inaugural, el 2 de junio, .asistieron 500 comisionados
de 49 localidades del territorio diocesano, entre ellos muchos
presl:,íteros.
A
imitación de la de Sevilla, el mismo año 1901 se creó otra
Liga Católica en C6rdoba. Y
otra en Navarra.
En el
año 1903 existían Ligas Católicas, además de las indi­
cadas, en Sevilla, Zaragoza, Valladolid, Granada, ·Burgos,
Viz­
caya, que presentaban candidaturas católicas en las elecciones
municipales. Antes de
terminar el año se establecieron también
en Orihuela, Palencia, Lérida, Valencia y otras poblaciones.
Ade­
más de su participación en las elecciones, fomentaban la creación
de escuelas nocturnas, círculos de obreros, cooperativas y otras
obras sociales. Ese mismo
año falleció el Papa León XIII, se
creó la Junta Central de Acción
Cat6lica con una clara orienta­
ción social cristiana

y convocó el cardenal
· Spínola la primera
asamblea o Congreso nacional del Apostolado de la Prensa para
el fomento y difusión de la fe católica.
En el
año 1904, el nuevo Pontífice Pío X alentó la constitu­
ción de
Ligas Católicas para la defensa de los intereses de la re­
ligión y de la patria, subrayando la necesidad de una intensa
acción social, pero sin hacer expresamente ninguna recomenda­
ción pro-alfonsina sino · manteniendo una mayor neutralidad di­
nástica, al eludir una imposición de acatamiento a los poderes
constituidos,
en lo que coincidía con el criterio del Metropo­
litano de Sevilla.
Pese a su rápida difusión, las
Ligas Católicas no adquirieron
gran vigor. Ramón Nocedal culpó de
su debilidad ru hecho de
admitir en sus lilas a cat6licos tocados de liberalismo, como lo
demostraba, a su juicio, la pujanza de la Liga Católica navarra,
formada
casi en su totalidad por integristas, al contrario que la
mayor pane de las restantes, impregnadas de espíritu pro-mau­
rista.
En vista de los reproches de Nocedal, el cardenal Spínola en­
vió a Roma una pastoral suya sobre la organización de las Ligas
y los artículos de Nocedal en que se atacaba a las mismas. El
Papa Pío X escribió
al arzobispo hispalense una carta, el 27 de
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EL MAL MENOR EN POLITICA
junio de 1905, en la que urgía la unión de todos los católicos en
defensa de los intereses religiosos. Ante
la carta pontificia, No­
cedal manifestó su apoyo a las· Ligas, pero advirtiendo el peligro
que suponía para las mismas el comportamiento de quienes,
in­
vocando en público el Syllabus, quieren llevar a los católicos a
partidos como el de Pida! o Maura, cuya conducta política
re­
sultaba cuando menos ambigua.
En agosto de 1905 reemprendió Nocedal
sus ataques contra
las Ligas y los
transaccionistas seguidores de Pidal, Comillas y
Ortí y Lata, partidarios de Maura, insistiendo en su condena
moral de quienes apoyaban a candidatos liberales en las
elec­
ciones.
El clero era mayoritariamente .carlista o integrista, con una
minoría pidalista. o partidaria de
la unión con católico-liberales.
El episcopado se
hallaba más dividido, pero durante el pontifi­
cado de León
XIII había ido evdlucionando hacia posturas más
conformistas y de aceptación del régimen liberal.
La discusión sobre el mal menor y su admisión o repulsa
en
el terreno político, y particularmente en cuestiones electora­
les, era
frecuente y enconada.
3. Artículos de Mintegiaga y Villada.
Nocedal
se gloriaba de tener el respaldo de la prest1g10sa
Orden de los jesuitas, que por la pluma de dos de sus insignes
representantes
se habían pronunciado en notables estudios sdbre
la materia: La moral independiente, del padre Minteguiaga, y Ca.
sus conscientiae, del padre Villada. Sin embargo, desde una car­
ta de León XIII el 20 de marzo de 1890 al Obispo de Urge!,
luego cardenal Casañas, en la que, con
motivo de otra polémica,
· el Pontífice se lamentaba de la actitud de ciertos religiosos, otra,;
veces distinguidos por su fidelidad y amor a la Sede Apostólica,
fue madurando
un cambio de actitud en algunos destacados
miembros de la aludida Orden.
El viraje definitivo fue dado, precisamente, por el padre
Vi-
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
cente Minteguiaga, que, .en el mes de octubre de 1905, publicó
en el número 13 de
.la revista Ra.:ón y Fe, un artículo titulado
«Algo sobre las eleociones municipales», en el que defendía la
doctrina
del mal menor aplicada a las elecciones municipales con­
vocadas aquel año.
En diciembre siguiente, o sea, poco después de celebradas las
elecciones indicadas,
el padre Villada, también jesuita y director
de la revista en que apareció el anterior artículo, publicó otro
titulado De elecciones, en el que apoyaba el del padre Minte­
guiaga, ampliando los argumentos en justificación del mal menor.
A los anteriores análisis
hay que agregar algún comentario
del padre Garzón en
La lectura dominical y otras notas inspi­
radas en los artículos de los citados
jesuftas, insertas en esta re­
vista y en El Universo, órgano oficioso de de los Congresos Ca­
tólicos y, en cierto modo, de la jerarquía eclesiástica y su patro­
cinada Unión Católica en las que los autores, sin renunciar a sus
antiguos criterios,
hacían concesiones al mal menor y

a
sus apli­
caciones prácticas en la política, y, concretamente, en las con­
tiendas electorales.
Se desencadenó entonces una dura polémica, prolongación
realmente de otras anteriores,
sobre el liberalismo y sus grados,
así como el
mal menor, rechazado en general por carlistas e inte­
gristas,
al menos como se pretendía hacerlo pasar, y que no era
otra cosa que el antiguo tema
contemplado en nuevos aspectos.
Los contendientes fueron, de una parte, los nombrados je­
suitas y la prensa que se indica y, de otra, don Ramón Nocedal,
que firmó sus artículos en
El Siglo Futuro con el pseudónimo
de «Sansón Carrasco», defendiendo una postura contraria al
mal
menor, tal como se interpretaba por sus oponentes. Los artícu­
los
de Nocedal y un relato de la polémica fueron recogidos des­
pués en el
tomo tercero de sus obras, . publicado por la imprenta
Fortanet, en Madrid, en 1909.
La polémica
se extendió desde noviembre de 1905 a mayo
de 1906, y junto a Nocedal se alinearon Bolaños, por los carlis­
tas,
y el doctor Roca y Ponsa, magistral de la archidiócesis de
Sevilla, de ideas integristas.
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EL MAL MENOR EN POLITICA
En el primero de los referidos artículos se lamentaba el pa­
dre Minteguiaga de la abstención en las elecciones, tan frecuente
en los católicos, al contrario que entre los sectarios, que son pun­
tuales en acudir a las urnas, destacando el autor la importancia
de llevar buenos gestores a los ayuntamientos.
Alentaba a la unión y
decía que cuando no se pudiese pre­
sentar un candidato netamente católico, ante
la sola presencia de
candidatos indignos, se debía votar al menos indigno.
Todas las afirmaciones coincidían con lo expresado por
León
XIII en la Inmortale Dei y Sapienciae christianae, y por Pío X
en
Il fermo proposito, y que en junio de 1905 había levantado
el abstencionismo electoral y participación en
la vida pública,
impuesto a los católicos italianos por Pío
IX en su decreto Non
expedit, promulgado .como protesta por la ocupación de los Es­
tados pontificios por Víctor Manuel II.
Indudablemente, escribe Minteguiaga, «las elecciones no son
más que una mentira y una farsa de mal género; háblese ( que
no faltará materia que hablar) de las coacciones,
de los fraudes,
de los amaños y de
. los chanchullos electorales, pero a pesar de
ello y

a pesar de todas
las arbitrariedades y de todos los despo­
tismos caciquiles, mientras haya alguna manera posible de ejer­
cer el derecho, mientras haya un recurso legal y armas que opo­
ner a las armas de los enemigos, y medios para descubrir y po­
ner .coto a sus abusos y demasías, es necesario que no abandonen
la lucha electoral los que sientan arder en su pedho la llama de
la religión y del bien público. Porque no hacerlo así, es
como
entregar el campo a los enemigos, es decir, a los peores enemigos
de la Iglesia y de la sociedad».
«Mas para esto
es indispensables la uni6n y la organizaci6n.
Sin ellas, los esfuerzos aislados se dispersan, los votos se despa­
rraman y
en la misma proporción en que se multiplican los can­
didatos, se aminora su influencia ... ».
Pero aquí está justamente el nervio de la cuestión. «Esta
unión de los mejores ciudadanos
.... es muy difícil de conseguir­
se»,
ya que los católicos -<:orno dijo el arzobispo de Sevilla el
31 de mayo de 1905-se encuentran sumamente divididos.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Sin embargo, todo el mundo clama por la uruon, «porque
aquello que
es necesario debe hacerse». El interés general de la
religión y
el bien común de la sociedad lo exigen imperiosamente.
Si hay algo en que coinciden todos los partidos católicos es­
pañoles es en la religión. Lo demás es accesorio, y en ello caben
treguas, cesiones y aplazamientos.
¿Entre quiénes debe hacerse, entonces, la unión? Entte to­
dos aquellos que acepten íntegramente
la doctrina católica, sin
desviaciones heterodoxas.
Hasta aquí, todo lo expuesto resumidamente
del artículo de
Minteguíaga.
parece aceptable y lógico, sin que merez.ca más que
alabanzas.
Pero en
el· apartado VI plantea una cuestión delicada:
¿Es lícito votar a un candidato
indigno cuando concurre
con otto más indigno? ¿A un aspirante claramente malo en con­
currencia con .. otto peor?
Evidentemente, si se presenta al mismo tiempo un candida­
to
totalmente bueno, no se plantea ningún problema, pues es a
éste a quien
se debe votar. Pero, ¿y si no se presenta ningún
candidato íntegramente católico y únicamente
lo hacen otros re­
chazables?
Para Minteguia:ga no hay duda de que hay que votar al me­
nos malo, pues será mejor destruir media casa para atajar un in­
cendio que dejar que
sea totalmente desttuida por el fuego, o
cortarse un brazo para salvar la vida, o arrojar la
metcancía para
evitar un naufragio.
La dificultad que
se presenta es que, moralmente, no se pue­
de hacer
el mal ni aun para que sobrevenga el bien. Pero a este
reparo se contesta que
al votar al menos malo no se hace un
mal sino que se consigue ·un bien, como es el que dicho mal sea
menor. Directamente no se hace ningún mal, sino que se elige a
la persona que puede hacerlo, pero que será mejor que si se
de­
signara a otro más revolucionario o perverso.
«En estos casos --dice Minteguiaga-elegir lo menos malo
es elegit lo bueno; es, a saber, la disminución de lo malo, y es
intentar únicamente
el bien en el mal que se tolera y permite.
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EL MAL MENOR EN POUTICA
El principio que establece que de dos males necesarios se debe ele­
gir el menor, tiene su consagraci.6n en el Derecho canónico ... ».
«Aun después de resuelto el caso de conciencia, · queda to­
davía
la dificultad de conciliar los ánimos de los que deben en­
trar en esas inteligencias cuando
se juzgan necesarias para el
bienestar público de los municipios
y, en su caso, de las provin­
cias
y del Estado».
«También la ofrece,
y a veces no pequeña, el determinar, en
algunos
casos concretos, quiénes sean, entre los candidatos más
o menos hostiles, los que se teme hayan de causar mayores da­
ños a la Religión, a la Iglesia y a la Patria».
A este respecto entiende
el padre Minteguiaga que sí llegata
el
cas~, deben aliarse los católicos con cualesquiera que ofrez.
can gatantías de orden para hacer frente a los revolucionarios
declarados -socialistas, republicanos,
anarquista,..._,., pues a ma­
les extremos deben oponerse también remedios extremos.
«Entre estos enemigos, además de los socialis.tas y republi­
canos, descuellan hoy -es decir, a principios de siglo-, los
anticlericales ... Pues bien, contra ellos deben dirigirse las
fuer,
zas unidas de católicos y liberales que no sean declarados anti­
clericales».
Cita
como ejemplos de la. fuerza que realizan tales uniones,
en las
cosas políticas, al Centro Católico Alemán y la llamada,
en Francia, Acción Liberal Popular.
La unión de. los grupos católicos deberá hacerse en propor­
ción a
la fuerza que cada uno represente y, en todo caso, habrán
de tenerse en cuenta, según las circunstancias, la prudencia
y la
moderación, sin obstinaciones, cediendo cada uno y siendo ge­
nerosos con otros grupos católicos para evitar la ruptura que
solo
beneficiarla a los enemigos.
Para
el padre Minteguiaga el voto, aunque. sea legalmente
voluntatio,
es moralmente obligatorio por las importantes con­
secuencias que se derivan de la designación de unos u otros can­
didatos, y no solo en las eleccic,nes políticas, sino incluso en las
meramente administrativas o municipales.
Hasta aquí, resumido, el attículo del padre Minteguiaga.
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El artículo del padre Villada, titulado De elecciones, se pu­
blicó en diciembre de
1905, después de celebrarse las que había
convocadas.
Comienza alabando que, en algunas poblaciones, los electo­
res procuraron llevar a los ayuntamientos representantes,
no de
partidos políticos, sino de los diferentes gremios que defienden
intereses especiales de la localidad, como son el
comercio. o la
agricultora. También procuraron los católicos, en algunos sitios,
emitir
el sufragio en favor de ciudadanos independientes, desta­
cados por su
fe religiosa y honradez acrisolada.
Sin embargo, el resultado no lo considera
satisfactorio por
la
división que ha proliferado entre los católicos que han concu­
rrido en iguales lugares con candidatos diferentes, lo que ha dado
el triunfo a los enemigos
de Dios y de la Patria.
Por lo demás, abunda
el padre Villada en los razonamientos
del padre
Mintegulaga con algunas aclaraciones o ampliaciones.
Votar al candidato menos malo --di.ce--no es apoyarlo,
«sino
servirse de él en espera de una sitoación mejor o más fa­
vorable».
Con referencia al ejemplo del incendio, explica que lo que
se procura no es incrementarlo, aunque sea poco, sino más bien
reducirlo e impedir que se haga mayor. En rigor, lo que se hace
es estorbar que se produzca fuego como veinte· con permitir que
se ponga fuego como dos: «lo que no es fomentar, sino amor­
tiguar el fuego para que luego sea más fácil apagarlo».
« Y aquí ocurre preguntarse ~agrega-: ¿quién muestra más
horror al incendio del liberalismo, el que mientras no puede apa­
garlo se está quedo en su casa sin hacer nada más que lamen­
garlo se está quedando en su casa sin hacer nada
más que lamen­
tarse
y gemir?».
Sobre la frase pronunciada por
Pío IX de que los católico­
liberales son peores que los monstruos de la
Commune, estima
que no
es aplicable a cualquiera a quien se atribuya la condi­
ción de liberal,
sino a los que resultan comprendidos en lo que
concretamente dijo, que fue
·lo siguiente: «El ateísmo en las le­
yes, el indiferentismo en religión y aquellas máximas perniciosas
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EL MAL MENOR EN POLITICA
que llaman cat6lico-liberales, estas son las causas verdaderas de
la ruina de los .Estados ... Creedme, este mal es más tremendo
que
la misma revolución, que la misma Commune. Y, luego,
hablando de los horrores de la
Commune, dice: Mas no son. esos
solos a los que
yo temo; lo que más temo es esa malhadada po­
lítica ( de balancín) inestable y que se aleja de Dios» (Discurso
a
la Diputación francesa en 18 de junio de 1871, en el número
59 de los Discorsi del Summo Pontífice Pío IX, pronunziati in
Vaticano ai
fidei di Roma e dell orbe, Roma, Tipografía de G.
Aureli, 1872).
Y, ¿por qué las ideas católico-liberales son un mal más tre­
mendo y
más temido por Pío IX que la misma Commune? Lo
dice expresamente el mismo Papa tratando de esta materia en
su «Breve al senador Caunart de Hamale»,
el 8 de mayo de
1873: Porque el catolicismo liberal es un error rodeado de em­
boscadas y más peligroso que una enemistad declarada. Y esta
misma razón alega también Pío IX en su «Breve a los socios
del
Círculo San Ambrosio de Milán», en 6 de marzo de 1873:
Rorque los católico-liberales son
más peligrosos y funestos que
lo,s enemigos declarados.
Esto constituye una verdad de sentido común, según el mis­
mo padre Villada. En efecto, «una enfermedad leve pero encu­
bierta y
no conocida puede ser, y lo es a veces, más perjudicial.
Es un
mal más tremendo que otra enfermedad grave pero ma­
nifiesta y conocida, porque a ésta se pueden «aplicar remedios
eficaces, pero a aquélla no ... ».
«Un mal menor, menos intenso pero duradero, es a veces
mayor, por más dañino que otro intenso de corta duración».
«Así, un católico-liberal, aunque por serlo no pretenda hacer
tanto daño
como el monstruo de la Commune, es más temible
que esté
allí donde es tenido por amigo sincero de la Iglesia y,
por lo mismo, no se le combate y se introduce entre las filas de
los buenos católicos, dividiendo los entendimientos y debilitan­
do las fuerzas que convendría reunir para dirigirlas todas contra
el enemigo» (Pío
IX, «Breve, citado, a los socios del Círcu­
lo San Ambrosio de Milán»).
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«En tiempo de Pío IX, como se desprende del mismo dis­
curso citado -y posteriormente como está a la vista-había
hombres políticos que, proclamándose sincetamente cat6licos y
amantes de la Iglesia y teniéndolos muchos por tales, etan en
realidad liberales que sostenían que para gobetnar bien es ne­
cesaria la ley atea, el indiferentismo, y aquella táctica singular de
acomodarse a todas las opiniones, a todos los partidos, a todas
las religiones, y
unir los dogmas inmutables de la Iglesia junto
con
la libertad de cultos y de conciencia. Estos verdaderos libe­
rales y falsos católicos, con raz6n se llaman más perniciosos para
los sencillos
fieles de las naciones cristianas que los monstruos
de la Commune, porque de éstos, como enemigos declarados, se
huye, y, a los primeros, como amigos fingidos, se les escucha.
Conforme a lo anterior, y de acuerdo con el padre Minteguia­
ga,. afirma el padre Villada que cuando· se presenta un candidato
netamente cat6lico, a él hay que votar,
y solo cuando no ocurra
así podrá votarse al candidato menos malo.
En ocasiones será difícil saber a ciencia cierta
quién es peor,
pues a
veces puede figurar en un partido más extremista una
persona
de mejores cualidades. Pero, en tal caso, como regla
general, el padre Villada es
de parecer que se vote al candidato
del partido
cuyo programa sea menos contrario a la religi6n y a
la Iglesia.
La doctrina expuesta -dice el P. Víllada-«ha sido apro­
bada por Pío X, permitiendo que muchos cat6licos voten a di­
putados más o menos liberales y, por consiguiente, más o menos
enemigos de la Iglesia y de los derechos del Papa, a
fin de im­
pedir el triunfo de los socialistas y anarquistas que en tales dis­
tritos se presentaban».
Termina propugnando la uui6n de todos los cat6licos verda­
deros, dirigidos por guías expertos y con la bendici6n de los
prelados, para obtener
la victoria y restabl= el reinado social
de Jesucristo en nuestra patria.
La uui6n debe hacerse entre los cat6licos sinceros e
íntegros,
según las normas que marcan los Pontífices; no con los liberales
que, aunque se digan católicos en
la vida privada, no tienen en
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EL MAL MENOR EN POLITICA
cuenta lo religioso en la pública, con lo que, práctimtnente, se
comportan como ateos o no creyentes.
Esta
separación o diferencia de conducta entre la vida pú­
blica
y la privada de los llamados católico-liberales era frecuen­
te
y normal a principios de siglo y aun bastante tiempo después.
La casi totalidad de la población nacional era católica:
se casaba
por la Iglesia, bautizaba a sus hijos, los educaba en colegios re­
ligiosos en donde hacían su primera Comunión y recibían los sa­
cramentos. Ellos mismos los recibían también y morían en el
seno de la Iglesia. Sin embargo, en la vida pública se comporta­
ban como ateos, solían ser anticlericales, a veces
se afiliaban a
sectas masónicas o eran socios de ateneos
culturales laicos si .no
antirreligiosos, ere., y -deseaban que el laicismo presidiera la vida
oficial
y existiera en las escuelas. Entendían, como posteriormen­
te
habría de decir Maura, que el Derecho público no era católico
ni
protestante, lo que supone un craso error, pues la influencia
de
la religión en la vida pública, así como del moral en ella
basada, son fundamentales para la justicia,
la paz y la tranquili­
dad de los pueblos.
La unión debe hacerse en lo fundamental, renunciando,
pos­
poniendo o aplazando lo no esencial o secundario, incluso cues­
tiones dinásticas o de
forma de gobierno. Lo que se pide es un
sacrificio parcial y pasajero, que equivale a una tregua o suspen­
sión temporal.
Entiende que si los católicos franceses hubieran hecho caso
ciegamente a León
XIII y hubiesen aceptado sin vacilar !a Re­
pública francesa, las cosas hubieran ido de otra manera más fa­
vorable en el pals vecino.
Hasta aquí,
abreviado, el artículo del padre Villada.
4. Réplica de Nocedal a los anteriores artículos.
El escrito de Minteguiaga y su complementario del padre Vi­
llada, publicados
en Razón y Fe, fueron expresamente aprobados
por los obispos de Barcelona (Casañas), de Toledo (Sancha),
de
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Sevilla (Spínola), de León, de Teruel, de Zaragoza, de Jaca y de
Tortosa. Por el contrario, fueron rechazados por
la prensa carlista e
integrista, no por el llamamiento a la unión entre todos los
ca­
tólicos, cuyo deseo era unánime, aunque algunos lo entendiesen
de manera tan amplia que incluía también a quienes realmente
no lo eran pese a que se acogiesen a tal denominación, o sea,
los católico-liberales, sino por el consejo que se daba de votar a
candidatos indignos, es decir, liberales, cuando
se presentasen en
el mismo Jugar en concurrencia con otros más indignos.
Se daba por supuesto que en aquel sitio no se presentaba
ninguna candidatura íntegramente católica, pero la realidad es
que este requisito no siempre se cumplía, y algunas
veces ocu­
rría que se aconsejaba votar y de hecho se votaba a una candi­
datura menos católica en
concurrencia con otra más católica pero
considerada extremista.
Un profundo y documentado análisis
filosófico de la cuestión
planteada por los referidos artículos y, sobre todo del mal menor
en relación con las elecciones,
iba sido realizado por Julián Gil
de Sagredo en una artículo publicado en la revism Verbo, núme­
ro 245-246, correspondiente a mayo-julio de 1986.
Por eso nos limitaremos ahora, para
terminar históricamente
esta materia, a recoger lo más relevante
de los artículos de No­
cedal . y a exponer brevemente las consecuencias y fin de la po­
lémica, así como indicar algunas aplicaciones prácticas. .
Ante los anteriores artículos, Nocedal estima que son bastan­
te
acePtahles y que, en realidad, no contienen nada especialmente
nuevo. En general mantienen argumentaciones sólidas, aunque a
veces contradictorias, pero después se inclinan por la aplicación
a la política de la teoría del mal menor, que
es discutible como
admiten los propios autores, ya que tiene defensores y detracto­
res, cada grupo de los cuales argumentan a
su favor con los ra­
zonamientos que consideran oportunos.
Lo grave del caso es la polvareda y satisfacción que produ­
jeron entre los católicos liberales
m~s progresistas, llamados mes-
1340
Fundaci\363n Speiro

EL MAL MENOR EN POUTICA
tizos por su condición ambigua y mixta, que entendieron que
aquéllos
constituían un firme apoyo a sus posiciones.
Entre ellos, destaca especialmente el padre Conrado Muiños,
agustino de
El Escorial y entusiasta partidario de don Alejandro
Pida! y de su fórmula de Unión Católica con los liberales. V
a,
ríos órganos de expresión se unieron entusiasmados a esta alga­
rabía, como El Universo y la revista La Lectura Dominical, es­
crita por los redactores del citado periódico, respaldados todos
por el cardenal Sancha, Arzobispo Primado de Toledo, que en
unos
Conse¡os a sus feligreses, alienta los propósitos pidalinos
y del padre Muiños.
Ante tal
situación, Nocedal se apresta a defender la inoportu­
nidad
de aplicar la teoría del mal menor a las cuestiones políticas
y, concretamente, a la situación de España en aquel momento.
Nocedal no discute la moralidad y conveniencia, en determi­
nados supuestos, de la teoría del mal menor, ni incluso la
proce­
dencia de su aplicación en algún caso político concreto. Lo que
rechaza, por considerarla desafortunada y peligrosa,
es su acepta­
ción con carácter general, en materia política, en nuestra patria,
en su tiempo y en las circunstancias que
se daban, por las fu­
nestas consecuencias que de ella se derivan, como ha demostrado
la experiencia.
Verdaderamente,
lo que Nocedal viene a decir a lo largo de
su exposición; como iremos viendo, es que el llamado mal menor
--en política-es, en realidad, el mayor mal.
Estas son sus palabras:
« Y si hay mayor mal y más definiti­
vo que este mal menor, donde viven y medran y
se propagan y
arraigan todos los males, que me lo claven en la frente».
En efecto, ¿qué mal es menor? ¿Qué
es preferible? ¿Que
un grupo sea aniquilado totalmente,
con lentitud, mediante un
veneno suave) o que ante una agresión brutal, que incluso elimi~
ne violentamente a algunos de sus miembros, se produzca una
reacción saludable que salve al resto de la comunidad?
¿Que,
poco a poco, y mediante una erosión modeta constante, se acabe con la fe de un pueblo, que constituye su
ser
y su historia, o que por pretender hacerlo mediante un ata-
1341
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
que descarado y brutal, se despierte la conciencia de la parte sana
de la población,
se reaccione debidamente y se salven la fe, la
educación y la cultura?
Una muestra de la
alegría y entusiasmo que produjeron los
artículos de los padres Mlnteguiaga y Villada, entre los católico­
liberales, es el siguiente párrafo de un texto publicado en
El Uni­
verso
bajo el título «Buenos síntomas y excelente ejemplo».
«En las últimas elecciones para diputados a Cortes se ha visto
una cosa que hace algunos años
habría parecido imposible en Es­
paña: obispos
y religiosos eminentes y piadosísimos han votado
a candidatos
adictos para evitar el triunfo de candidatos impíos.
As! se ha visto, por primera vez en España, que en Tortosa, Va­
lencia y Barcelona, obispos celodsimos e integérrimos y religiosos
sapientísimos han ido a votar a un liberal, no pot su bella cara
sino a pesar de ella
y de su liberalismo, para impedir que sa­
liera triunfante uno de esos energúmenos clerófobos que se lla­
man republicanos».
En otro escrito posteriot, aparecido también en el mismo pe­
riódico, comentando el' artículo del padre Villada, en forma de
arenga o manifiesto dirigido a los cat6licos españoles, alaba al
citado padre y los propósitos de unión propugnados· por Mui­
ños,
y se dice: «Es preciso dar la ootalla al enemigo en todos
los terrenos, en el teatro, en el libro, en el periódico, en las elec­
ciones... Para esta batalla es menester que nos unamos cuantos
seamos católicos, cuantos oímos Misa, como decía Aparisi, cuan­
tos creemos en lo sobrenatural, cuantos sostenemos que no solo
de pan vive el hombre, cuantos merecemos el mote, que es un
título, de malhechores del bien, que acaba de ponernos un poeta
sectario».
¿
Y cómo hemos de unirnos sino bajo la fórmula lógica, a la
vez vigorosa y flexible que los más ilustres teólogos de las Orde­
nes
religiosas y los prelados de la Iglesia acaban de proponernos
en estudios magistrales
y en sentidísimas exhortaciones?
Nocedal comenta:
«Que se unan todos los que oyen Misa. Y qué pocos libera-
1342
Fundaci\363n Speiro

EL MAL MENOR EN POUTICA
les y aun masones no oyen Misa en España. Que se unan cuan,
tos creen en lo sobrenatural...».
« Y no contra el liberalismo triunfante, sino contra el jaco­
binismo futuro, incubado y enpollado . por los liberales del mal
menor
y por los católicos. que los apoyan».
Después de esta larga introducción pasa Nocedal a ocuparse
del problema del mal menor y
la aplicación de tal teoría a la
política.
Con el deseo de ser breves, recogeremos
sus observaciones y
comentarios, junto con algunas ~indicaciones nuestras, en varios
apartados en que procuraremos ser claros y evitar repeticiones
inútiles.
En primer lugar, la teoría del mal menor no es obligatoria,
como
ya· se ha indicado, pues existen razones para admitirla y
para rechazarla. Recoge Nocedal, a este efecto, numerosos textos
anteriores
de los padres Minteguiaga y Villada, especialmente to­
mados de sus libros La moral independiente y Casus conscientiae,
respectivamente ( del último escrito en latín e impreso en Bruse­
las, existe una perfecta traducción española), en los· que se ma­
nifiestan radicalmente opuestos a la teoría del mal menor por
entender que: bueno es lo íntegramente
tal, y malo lo que tiene
algún defecto; que no
se puede hacer el mal para que sobre­
vega
el bien; que el fin no justifica los medios; y otras afirma·
clones semejantes.
En segundo lugar, aunque se admita la teoría del mal menor,
tal admisión no significa obligatoriedad. Así, por ejemplo, los
moralistas están de acuerdo en que, si bien es lícito dejarse cor­
tar
el brazo para salvar la vida, no es obligatorio el hacerlo, ya
que, en ocasiones, no existe certeza absoluta de .!o que ocurrirá,
por lo que el planteamiento que se haga no es siempre exacto,
y la moral no impone tan grave sacrificio, aun cuando el perjui"
cio final pueda considerarse mayor.
En tercer término, su aplicación a la política es muy discu­
tibl~.
pues esta materia reviste especiales características y no tie­
ne· efectividad entre individuos o personas aisladas. «En políti­
ca moderna, los individuos son átomos... Para influir en ella,'
1343
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALIEJON
para luchar en las elecciones, son de absoluta necesidad la agru­
pación, la organización, la disciplina, la unidad, y jefes que sepan
dirigir y manejar las fuerzas organizadas y disciplinadas».
En cuarto término, los moralistas
serán los indicados para
dictaminar sobre la cuestión moral, pero en su
concreta aplicación
serán los técnicos quienes hayan de decidir. Así, para la amputa­
ción
de un brazo, los moralistas dictaminarán cuándo es permitido,
pero los médicos serán quienes decidan cuándo y cómo hay que
cortarlo, contando por supuesto con que quiera el interesado.
Y, en problemas políticos, mucho más complejos,
serán los
especialistas quienes decidan sobre
la oportunidad, d momento y
las condiciones de cualquier actuación, teniendo muy en cuenta
las circunstancias de todo tipo en
la •ituación de que se trate.
En ocasiones habrá que consultar a técnicos
muy preparados.
Como dice
d padre Villada en Casus concienciae, a teólogos doc­
tos «y piadosos y a poder ser con autoridad en la Iglesia, los
cuales, con conocimiento de causa, con sinceridad y con santa
libertad de espíritu, emitirán su juicio según su conciencia». Al
mismo tiempo
se pedirá d parecer de politicos experimentados
y leales, conocedores
de la realidad, la historia y las circunstan­
cias presentes.
En quinto término, habrá que tomar lo cierto como cierto,
lo dudoso como dudoso, etc., sin dejarse engañar
por las apa­
riencias, el deseo o la comodidad.
En sexto lugar, la unión de los católicos deberá realizarse
entre los puramente ortodoxos, aunque
discrepen en cuestiones
secundarias, aunque para algunos sean importantes, como las pre­
ferencias dinásticas u otras semejantes.
Sin embargo, a veces, con criterios confusos, suele ocurrir que
se hacen con elementos poco claros y en ocasiones para oponer­
se, quizá más a los católicos íntegros que a los revolucionarios
extremistas. Algunos ejemplos
prácticos aclararán estos apartados:
Era Presidente del Consejo de Ministros don Antonio
Cáno­
vas del Castillo, que acababa de separarse de Silvda y tenía in­
terés en conseguir el mayor número posible de diputados.
1344
Fundaci\363n Speiro

EL MAL MENOR EN POUTICA
Los liberales disidentes de Sagasta deseaban igualmente obte·
ner la mayor cantidad de representantes en el Parlamento.
El gobietno ayudaba a Sagasta contra los disidentes liberales.
Y unos y otros
solicitaban con empeño tratar con los integristas
a los que ofrecían muy buenas condiciones.
No consistía, pues, la cuestión en ayudar a unos libetales más
moderados contra otros libetales más extremosos, sino de
apro­
vechar sus disidencias en hendido propio. En realidad, no se vo­
taba a unos u otros candidatos liberales, sino que, mediante una
transfetencia, los sufragios emitidos a favor de los liberales,
de­
signaban
a candidatos católicos a través del voto de aquéllos.
De este modo conseguirfambs , un buen número de diputados
que
de otra manera no obtendríamos y que, por el contrario, fi.
gurarían de menos en las :6las liberales.
Se discutió el tema, y todas las delegaciones integristas estu·
vierc;,n de acuerdo, menos una, duciría tal comportamiento entre los sencillos aldeauos que nos
seguían. Meditado
· el asunto, se acordó rechazar la propuesta
por la raz6n alegada por la delegación disidente.
Otro caso, pero de signo contrario. En Tortosa, por no pre­
sentarse candidatos íntegramente ortodoxos, muchos católicos vo·
taroo la candidatura de los liberales monárquicos frente a la de
los
liberales republicanos. Pues bien, bastantes fueron maltrata­
dos
,Ji'. apaleados por los extremistas.
La política seguida por los candidatos triunfantes fue, acor­
de con
sus ideas, similar a la que hubiesen practicado los derro­
tados. Y cabe preguntarse si no hubiera sido más conveniente pac­
tar con los republicanos de quienes se podrían habet conseguido
concesiones y
se habrían evitado los malos tratos y las posibles
represalias futuras.
San Fernando
y los Reyes Católicos se aliaban a veces con
reyes moros para luchar contra otros caudillos
árabes, aprove­
chando así sus quetellas y discrepancias en beneficio .de la ex-..
pansión, de los reinos cristianos.
Lo que no sería tolerable, por el contrario, es que lo hicie-
1345
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON·
ran para combatir a otros reyes cristianos, lo que beneficiaría al
enemigo.
Por eso es rechazable la actitud de algunos cristianos que se
ponían en Córdoba
al lado del Califa cuando eran martirizados
otros católicos. O el
caso del· hermano y los hijos de Witiza, que
se aliaron con los árabes . contra don Rodrigo en Andalucía y
contia don Pelayo en Asturias.
Aun cuando parezca que
se dispone de pocas fuerzas no es
admisible la traición o desertar del combate para uo resistir y
luchar por comodidad,. desánimo o apatía. El grupo de don Pe­
layo era mínimo
y se terminó por la reconquista completa de Es­
paña. Sin su entereza y disposición al sacrificio, posiblemente
nuestra patria
serla, incluso hoy, un dominio musulmán. Y quién
sabe sino también Europa.
En la Guerra de la Independencia fueron también pocos y
mal armados quienes
se opusieron a los poderosos ejércitos de
Napoleón y
al fin consiguieron la victoria, a pesar de los afran­
cesados que adularon o se pusieron al lado del invasor.
Y, en último término, siempre
es preferible el sacrificio y el
martirio a la traición, la entrega, la esclavitud y el deshonor.
La
política de concesiones no suele conducir a ningún buen
resultado.
El ejemplo que se pone de Francia, con los católico-liberales
no puede ser más desconsolador.
Tuvieron
los cat6licos el triunfo en la mano, pero a fuerza de
concesiones
se acabó en la República atea ..
Los compañeros de Montalembert hablan jurado en los años
mil ochocientos cincuenta y tantos, «conciliar el catolicismo con
las libertades modernas: Dupanlup, De Broglie, De Folloux y sus
amigos (Montalembett ya había muerto), tuvieron en sus manos
los destinos de Francia
en la Asamblea que se constituy6 des­
pués de la derrota de Sedan y del sitio y los incendios de París.
Perdieron la batalla por la restauraci6n católica y tradicional y
prefirieron transigir con
el mal menor y ofrecer el trono al Con­
de de Chambord si aceptaba la bandera tricolor. Sintiéndose rey
cristianísimo, Enrique V desplegó la bandera blanca de sus ma-
1346
Fundaci\363n Speiro

EL MAL MENOR EN POUTICA
:¡,ores y se negó a legitimar las conquistas revolucionarias, siendo
el rey de la revolución. Entre fa bandera blanca de la tradición
francesa. y la bandera tricolor de los principios del 89, aquellos
católicos optaron por el mal menor de una República presidida
por el católico Mac-Mahon y
gobernada por los católicos de La
Roche-en Breuil, De Broglie, De Falloux, Buffet, todos fervien­
tes católicos dedicados a salvar a Francia a fuerza de concesiones
al mal menor. Todavía están las gentes riendo la famosa carica­
tura que recorrió el mundo y es una página ignominiosa de. la
historia de Francia y del catolicismo liberal, donde Mac-Mahon,
el héroe de las guerras con Italia y Alemania (cubierto ya de ri­
dículo, reducido a impotencia con. su Ministro de Gobernación
vencido en las elecciones, con los partidos
del mal mayor pidien­
do lógicamente y ajustando las cuentas al mal menor), subía de
toda gala y maniatado,
las gradas del cadalso, y antes de entre­
gar la
cabeza al cuchillo de la guillotina, deda con arrogancia y
resolución al verdugo: Esta es mi última concesión».
Los católico-libera,les no son, por otro lado, tan moderados
como parece, pues como ya se_ ha dicho, su fobia va más contra
los católicos puros que contra los revolucionarios extremistas.
Véase si no el caso de Ríos Rosas, embajador de los conservado­
res
en el Vaticano, firmante del Convenio con la Santa Sede y
para la dotación del culto y clero en 1859, quien,
al primer gri­
to de los carlistas en 1872, se unió a los republicanos de Salme­
rón, vociferando en las Cortes: «los incendios de Alcoy, las ven­
ganzas de Cartagena, la anarquía, la disolución, todo, antes que
la teocracia eclesiástica y la reacción».
Graves atentados contra el espíritu nacional han sido reali­
zados
por instituciones o grupos moderados, como por ejemplo el
mal menor de Ja expulsión de los jesuitas, debido a Carlos III;
la disolución de las Ordenes religiosas, mal menor debido a un
partido medio como el de los progresistas;
y mal menor el de
los moderados que aprovecharon la desamortización,
y con el
Concordato vigente y la Unidad Católica en la ley, mantuvieron
a. España sin frailes ni religiosos mientras mandaron.
Los católico-liberales, según Pío IX, «intentan poner alian-
1347
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
zas entre la luz y las tinieblas y mancomunidad entre la justicia
y la iniquidad» (Breve, citado, al
Cú:cu:lo de San Ambrosio de
Milán en 1873); «se empeñan en conciliar la luz con las tinie­
blas y la verdad
con el error» ( Carta al peri6dico de Bruselas La
Croix, en 1874); saben «acomodarse a todas las opiniones y a
todos los partidos, a todas las religiones y amalgamar los inmu­
tables dogmas
de la Iglesia con la libertad de culto y de concien­
cia, y con su política de balancín, destruyen los Estados, la
Re­
ligión y cesa); porque, si bien,
«los hijos de las tinieblas son más astutos
que los hijos de la luz,
no conseguirían sus propósitos si no les
tendiesen su mano amiga muchos que se llaman católicos» (Breve
al
Círculo de Milán). Sería ocioso condenar a los enemigos de­
clarados, pero los católico-liberales llevan oculto en sus princi­
pios
la simiente de tantos máles como nos aquejan. Por eso,
«siempre be condenado el liberalismo católico y lo volveré a con­
denar cuarenta veces más,
si es necesario» (Pío IX, Carta al
obispo de Quimper, 1873 ).
Y, como dice Nocedal, si se presentan como amigos, aparen­
tando respeto a la Religión y

a la Iglesia, serán más fácilmente
tolerados y podrán realizar sus perversos fines, lenta, suave
y so­
lapadamente, pero con mayor extensión y profundidad en el mal
porque destruye
el orden moral bajo la apariencia de orden ma­
terial.
Es lo mismo que vino a
afirmar León XIII cuando dijo que,
aunque
el Estado moderno frente a otro perseguidor pudiera pa­
recer más tolerable, sin embargo, los principios que le inspiran
son tales que nadie los puede aprobar.
En resumen, para Nocedal:
- La
teoría del mal_ menor, en su aspecto moral, aunque
discutible, no
-es rechazable y se puede aceptar tranquilamente
sin que oponga a ella ningún reparo.
- Su aplicación a la política
es en todo caso complicada, y
deben ser técnicos políticos competentes, honrados y católicos
sinceros
y bien formados quienes determinen cuándo, cómo y
1348
Fundaci\363n Speiro

EL MAL MENOR EN POUTICA
en qué condiciones debe ser admitida, según la situación de que
se trate
y las circunstancias de lugar y tiempo.
- Normalmente, en política,
el llamado mal menor es el
mayor de los males, pues supone una agresión suave y lenta pero
que por su continuidad y permanencia produce la pérdida de la
fe y de las características nacionales.
- Generalmente,
las alianzas de algunos católicos con quie­
nes verdaderamente no lo son, van dirigidas frecuentemente
con­
tra los católicos íntegros más que contra los revolucionarios.
-La política de concesiones suele conducir a que, poco a
poco se otorgue todo lo que se pida.
-
La unión de los católicos debe hacerse entre todos aque­
llos
que acepten en su integridad la doctrina de la Iglesia, en
comunión con el Papa y subordinación a los prelados competen­
tes
y piadosos.
S. Consecuencias y {in de la polémica.
La divisi6n llegó al seno de la propia Compañía de Jesús. En
efecto, en enero
de 1906, el también jesuita padre Ugarte, pu·
blic6 un artículo en
El mensaiero del Corazón de Jesús, apoyan­
do la postura intransigente defendida por Nocedal .. Y en febre­
ro del mismo año, el padre
Vilariño publicó otro artículo en la
citada revista, en el que matizaba los puntos de vista de unos y
otros, hasta reducir al mínimo
las posibilidades morales de apo­
yar al liberalismo en los comicios. Según este último tra6ajo,
cabía,
en efecto, en alguna extraña ocasi6n, la necesidad de· vo­
tar ·a los candidatos malos. Pero, en realidad, ¿quiénes lo eran?
En principio, el anarquista o el socialista son los peores; luego
vendrían los liberales radicales, después los
liberales moderados,
luego los conservadores liberales y, por último, los conservado­
res· o católico-liberales. Pero, de hecho, agregaba, los moderados
y cat6lico-liberales son más peligrosos porque son más insidiosos,
dada su mejor apariencia, por lo que sus daños pueden pasar
más desapercibidos y ser más duraderos.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
La polémica se prolongó en términos de gravedad creciente,
publicando
El Siglo Futuro cattas a· Nocedal en adhesión a su
criterio, recriminando la tolerancia mostrada a la postura de los
colaboradores de
Razón y Fe por sus superiores y por algunos
prelados, alcanzando algunas críticas hasta
d mismo Pontífice.
Solicitado formalmente por la prensa <:atólico-integrista dictamen
jerárquico, monseñor Guisasola, obispo de Madrid, envió los dos
artículos discutidos a la Curia Romana pata que los
juzgase,
Pío X respondió, el 20 ·de febrero de 1906, en su Catta apos­
tólica Inter catholicos Hispaniae, en la que maniíestaba no en­
contrat en ellos nada contrario a la moral según lo enseñado por
la mayor patte
de los doctores que trataban estas materias, por
lo que deseaba
ces¡,sen las polémicas surgidas, y ya mantenidas
durante
largo tiempo, recomendando la unión para llevar a los
cargos públicos a quienes mejor defiendan los intereses de la
religión, considerando
las condiciones de cada elección y las cir­
cunstancias de los tiempos. A comienzos de marzo, el marqués
de Lema, seguidor de Pidal,
sacó a rducir en d Congreso la
carta
dd Pontífice, interpretándola como una condena de El Si­
glo Futuro, lo que dio lugar a una serie de cartas entre Noce­
dal y d obispo de Madrid, que se prolongó hasta el 12 de junio.
En esta fecha, el sucesor de Guisasola, que había sido traslada­
do a Valencia, Salvador y Barrera, acusó a Nocedal de rechazar
las normas dd Papa y amenazó. con hacer uso de su autoridad
eclesiástica. Nocedal acató
la decisión dd obispo que le imponía
silencio y ofreció, incluso, disolver
su grupo y dejar de publicar
el periódico (Jose Andrés Gallego, Politica religiosa en España,
1889-1913, Madrid, Editora Nacional, 1975, págs. 320 y sigs.).
En un discurso pronunciado en 1906, d Papa Pío X se refirió
expresamente a los «integristas», a los que pedía
la unión, aun­
que
sin renunciar a sus legitimas opciones politicas. Es decir,
urgió a
la unión como su a1:1tecesor, pero sin aconsejar u orde­
nat la aceptación del régimen establecido como había sido la
política de León
XIII.
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EL MAL MENOR EN POUTICA
6. Incidencias posteriores.
Ramón Nocedal falleció el 1 de abril de 1907.
Después de su
muerte le sucedió en la dirección del inte­
grismo
Juan de Olazábal y Ramery. Después de cambiar impre­
siones con sus principales colaboradores, por iniciativa del sec­
tor catalán secundado por algunas personalidades vascas, se de­
didió ir a Roma y pedir al Papa unas orientaciones sobre su po­
sible actuación. Emprendido el viaje, los comisionados fueron re­
cibidos en el Vaticano con un afecto y estimación que podría ser
calificado de maternal
más bien que paternal por las delicadezas
tenidas con ellos.
El Pontífice les dedic6 personalmente siete late
gas sesiones, algunas de más de tres horas y aprob6 su progra­
ma recomendándoles, sin embargo, algunas rectificaciones de pro­
cedimiento con objeto de evitar ciertos errores del
pasado,
en­
tregando al señor Olaza'bal unas Instrucciones reservadas para ir
poniéndolas en práctica conforme las circunstancias fuesen
acon­
sejando. Su fecha es de 1908, pero se comenzaron a divulgar en
1909. (Se publicaron en
el Boletln Oficial Eclesiástico del Obis­
pado de Pamplona el 15 de abril de 1909, y las reproduce José
Andrés Gallego, en
su obra citada, págs. 352 y 353).
En ellas se afirmaba, en primer término, la legitimidad de
que el integrismo continuase defendiendo la
unidad católica de
España frente a la establecida tolerancia de cultos

y a las
abso­
lutas libertades individualistas y de soberanía popular proclama­
das por el racionalismo naturalista y condenadas por el Syllabus.
Pero no se ,autorizaba a nadie para acusar a otros de no católi­
cos o menos católicos por el hecho de que militasen en partidos
políticos denominados liberales, cuyo nOlD.bre, sin embargo, era
desaconsejado por sus implicaciones
filos6ficas. Lo bueno y ho­
nesto que hagan, digan o sostengan los afiliados a cualquier par­
tido a
las personas que ejerzan autoridad, puede y debe ser apro­
bado y apoyado, estando prestos a
unirse todos los buenos ca­
tólicos, cualquiera que fuese su filiación política, en las cosas
prácticas que demanden los intereses de la
religión y de la patria
para la consecución del
bien común, aunque no sea de manera
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
permanente y constante, sino circunstancial y transitoria ( vid. José
Andrés Gallego,
op. cit., págs. 326 y sigs.).
Ante nuevas peticiones
al Vaticano de orientaciones para la
actuación política de los católicos, entre las que figuraban las de
la reciente «ACN de P.», creada por inspiraci6n del padre
Aya­
la y dirigida especialmente por don Angel Herrera, el cardenal.
español Merry del V al, Secretario de Estado de Pío X, dirigió
a los obispos de nuestra patria, con_ carácter general, doce nueva-s
normas que, aunque reproducci6n en gran parte de los criterios
u orientaciones dados anteriormente a los integristas, deberían
considerarse
ex novo y en las que se suavizaban algunas expre­
siones de las precedentes, pero manteniendo, sin embargo, la
mis­
ma pureza de doctrina. (Fueron publicadas en el Boletín Oficial
Eclesiástico del Obispado de Pamplona el 1 de junio de 1911, y
reproducidas en la obra de José Andrés Gallego, págs. 506-507).
En las mismas volvía a proclamarse la procedencia de defen­
der la unidad cat6lica en los siguientes términos: «Debe mante­
nerse como principio cierto que en España
se puede siempre sos­
tener, como de hecho sostienen muchos, nobilísimamente, la te­
sis cat6lica y con ella el restablecimiento de la unidad religiosa.
Esta reconquista debe efectuarse dentro de
la legalidad consti­
tuida esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la
mi~ma en nues­
tras manos» (Norma
l.'). Se evitaban calificaciones como candi­
datos
menos dignos aplicadas en las anteriores a los conservado­
res liberales en contraposición a los liberales puros,
. tachados de
indignos, pero se reforzaba la incompatibilidad esencial entre ca­
tolocismo y liberalismo, entendido éste en sentido filos6fico, no
así en
el estrictamente político o vulgar, en el cual, aunque equí­
voco, no era repudiable en sí mismo al no indicar normalmente
la plena autonomía e independencia del hombre en el pensamien­
to
y en la acci6n sin sujetarse a normas morales y transcendentes.
Pese a todo,
la cuesti6n planteada sobre el mal menor y las
elecciones qued6 latente
y volvió a plantearse de nuevo aunqne
con otros matices
y circunstancias durante la Segunda República,
con el posibilismo de Herrera,
al que opuso notables razonamien­
tós
el .padre V& en su libro-mártir, Revolución y contrarrevo-
1352
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EL MAL MENOR EN POWICA
lución en España, al que puso importante y contundente prólo­
go don Víctor Pradera.
7. Aplicaciones actuales.
Con frecuencia se ha dicho que el presente no existe -es
solo un puente transitorio-, pues pritnero es futuro e inmedia­
tamente se convierte en pasado. Quevedo lo expres6 en unos
versos que dicen así:
« ¡Ah de la vida!
nadie me responde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy u.o fue y un será y un es cansado».
que podríamos completar de este modo:
En la rueda del tiempo permanente
el futuro es presente y ya es pasado.
La nacl6n no es solo la generaci6n presente sino también las
pasadas y las venideras. Es evidente que la formaci6n
de nuestra
personalidad nacional y nuestra tradici6n hist6rica
es fundamenc
talmente cat6lica. Y aunque actualmente no exista la unanimidad
de creencias que en otros tiempos anteriores, aun los que no se
declaran cat6licos y no practican regularmente esta religi6n, con­
servan
sus raíces y lo manifiestan en muchos actos de su vida, es­
pecialmente los fundamentales.
Por ello conserva todo su vigor
la afirmaci6n de San Pío· X
en las normas dadas a los españoles en 1908 y 1911, recordadas
por el cardenal Segura en el primer Congreso español de Acci6n
Cat6lica celebrado en 1929, de que
es digna y elogiable la acti­
tud de los cat6licos de promover
la unidad religiosa. Esto no
quiere decit que
se haya de itnponer por la fuerza, pues toda de­
cisi6n política en una sociedad pluralista reclama un adecuado
respaldo popular, que muchas veces
se forma desde el gobierno,
pero tampoco significa que se haya de renunciar a una situaci6n
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
más conveniente y perfecta por las dificultades que entrañe con­
seguirla, aceptando como ideal la existente. Al contrario, debe
servir de
estúnulo para emplear todos los medios legítimos para
alcanzar un estado mejor.
La evangelizaci6n es un deber gene­
ral de todo cristiano y en un país de formaci6n y tradici6n cat6-
licas
es además una obligaci6n nacional. Y Dios premia el esfuer­
zo, a veces de forma imprevista
y extraordinaria.
Por consiguiente,
si sectores no cat6licos inspirados y ayuda­
dos con frecuencia por poderes extranjeros aspiran a implantar
en nuestra patria sus ideas materialistas
y agn6sticas o antirreli­
giosas, debe constituir un orgullo para los cat6licos defender
sus
propias pretensiones adaptándose a las circunstancias presentes y
modificando en su caso, a tal efecto, su táctica y estrategia ante­
riores en lo que tengan de err6neas, como aconsej6 San Pío X
para conseguir mejores frutos en
sus referidas normas que trans·
cribimos íntegramente.
* * *
Normas dadas por encargo de Pio X, firmadas por el Secretario
de Estado
Me"y del Val el 20 de abril de 1911, y comunicadas
en Madrid por el Nuncio el J de mayo, para la acci6n política
de los católicos españoles. (Publicadas en el «Boletín Oficial del
Obispado de Pamplona»
el 1 de junio de 1911). Constituyen una
reproducción corregida y actualizada
de las dadas en 1908 a los
integristas para orientar sus actividades socio-políticas).
Norma
1.'.-Debe mantenerse como principio cierto que en
España se puede siempre sostener, como de hecho sostienen
mu­
chos, nobilísimamente, la tesis católica, y con ella el restableci­
miento de la unidad religiosa. Esta reconquista debe efectuarse
dentro de la legalidad consrituida, esgrimiendo cuantas armas lí­
cita:; pone la misma en nuestras manos.
Norma 2.'.-La existencia de los partidos políticos es en sí
misma lícita y honesta en cuanto sus doctrinas
y sus actos no se
opongan a la religión y la moral; pero a la Iglesia no se le debe
en
ma11era alguna identificar o confundir con alguno de ellos, ni
puede pretenderse que ella intervenga en los intereses y contro­
versias de los partidos para
favore= a los unos con preferencia
a los otros.
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EL MAL MENOR EN POUTICA
Norma J.'.-A nadie le es lícito acusar o combatir como ca­
tólicos no verdaderos o no buenos, a los que por motivo legíti­
mo y con recto fin, sin abandonar nunca
la defensa de l-os prin­
cipios de
la Iglesia, quieren perteneeet o pertenecen a los parti­
dos políticos hasta ahora existentes en España.
Norma 4.'.-Para evitar mejor cualquier idea inexacta en el
uso
y aplicación de la palabra liberalismo, téngase siempre pre­
sente la
doctrina de León XIII en la endclica Libertas de 20
de julio de 1888, como también las importantes iostrucciones
co­
municadas de orden del mismo Sumo Pontífice por el Excelentí­
simo Cardenal Rampolla, Secretario de Estado,
al arzobispo de
Bogotá y
a los otros obispos de Colombia en
la Carta Piures e
Colombie
del 6 de abril de 1900, donde, entre las demás cosas,
se lee: «En esta materia se ha de tener a la vista lo que la Su­
prema Congregación del Santo Oficio hizo saber a los obispos del
Canadá el dla 29 de agosto de 1887, a saber, que
la Iglesia, al
condenar
el liberalismo no ha intentado condenar todos y cada
uno de los partidos políticos que por ventura se llaman liberales».
Esto mismo
se de<;laró también en carta que, por orden del Pon­
tífice,
dirigí yo al obispo de Salamanca el 17 de febrero de
1,891, pero añadiendo estas condiciones, a saber: «que los ca­
tólicos que se llaman liberales, en. primer lugar, acepten sincera­
mente todos los capítulos doctrinales enseñados por la Iglesia
y estén prontos a recibir los que en adelante ella misma enseña­
re; además,
ninguna cosa se propongan que ,explídta o implicita­
mente
haya sido condenada por la Iglesia; finalmente, siempre
que las circunstancias lo exigieren, no rehúsen, como es razón,
expresar abiertamente ,su modo de sentir, conforme en todo con
las doctrinas de la Iglesia». Dedase, además, en la misma carta,
que
era de desear el que los católicos escogiesen y tomasen otra
denominación
con que ,apellidar sus propios partidos, · no fuera
que, adoptando la de liberales, diesen a los fieles .ocasión de equi­
voco o. de extrañeza¡ por lo demás, que no era .-lícito notar con
censura teológica y mucho menos tachar de herético al liberalis­
mo cuando se le atribuye sentido
diferente al fijado por la Igle­
sia al cóndenarlo, mientras que la misma Iglesia no
manifieste
otra cosa.
Norma 5.'.~Lo bueno y lo honesto que hagan, digan y sos­
tengan los afiliados a cualquier partido y las personas que ejer­
zan autoridad, puede y debe ser aprobado y apoyado por todos
los que se precien de buenos católicos y buenos ciudadanos, no
solámente
en privado sioo también en las Cortes, en las Diputa-
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clones, en los Municipios y en todo el orden social. La absten­
ci6n y oposición a priori están reñidas con el amor que debemos
a
la religión y a la patria.
Norma 6.'.-En todas las cosas prácticas en que el bien co­
mún lo exija, conviene sacrificar en aras de la religión y de la
patria las apiniones privadas y las opciones de partido, salvo la
existencia de los mismos partidos, cuya disolución por nadie se
ha de pretender.
Norma 7.'.-No exigir a nadie como obligación de concien­
cia
la afiliación a un partido político determinado con exclusión
de otro, ni pretender que nadie renuncie a sus aficiones políticas
honestas
como deber ineludible, pues en el campo meramente
político puede lícitamente haber diferentes pareceres, tanto res­
pecto al origen inmediato del poder
como del ejercicio del mismo
y de las diferenes formas externas de que se revista.
Norma 8.'.~Los que entran a formar parte de un partido po­
lítico cualquiera deben conservar siempre íntegra su libertad de
acción y de voto para negarse a cooperar de cualquier manera a
leyes o disposiciones contrarias a los derechos de Dios
y de la
Iglesia; antes bien, están obligados a hacer en toda ocasión opor­
tuna cuanto de
ellos dependa para sostener positivamente los de­
rechos sobredichos. Exigir de los afiliados a un partido una su­
bordinación incondicional a la dirección de los jefes, aun en caso
de ser opuesta a la justicia, a los intereses religiosos o a
las en­
señanzas
y reclamaciones de la Santa Sede y del Episcopado, se­
rían una petición inmoral que no puede suponerse en los que
dirigen
esos mismos partidos, sin hacer ultraje a su rectitud y a
sus sentimientos cristianos.
Norma 9.'.-Para defender la religión y los derechos de la
Iglesia en España contra los ataques crecientes que frecuente­
mente
se fraguan invocando el liberalismo, es lícito a los cató­
licos organizarse en

las diversas regiones fuera de los partidos
po­
líticos hasta ahora existentes, e invocar la cooperación de todos
los católicos indistintamente dentro o fuera de tales
partidos, con
tal que dicha organización no tenga carácter antidinástico,
ni pre­
tenda negar la cualidad de católicos a los que prefieran abstener-
se de tener parte en ella. ,. ·
Norma 10.',-Estar siempre prontos para unirse con todos los
buenos, sea cual fuere su filiación política, en todos los casos
prácticos que los intereses de la religión
y de la patria exijan
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EL MAL MENOR EN POUTICA
una acción común. Esta unión no es unión de fe y de doctrina,
pues en tales casos todo católico debe estar unido con los de­
más católicos y todos ellos sujetos y obedienes a la Iglesia y a
sus enseñanzas; esta unión, por su naturaleza no es una asocia­
ción católica, ni una cofradía, ni una academia; es una a<;ción
práctica, no constante y permanente o per modum habitus, sino
de circunstancias y necesidades o
per modum actus.
Norma 11.'.-En los casos prácticos o con esta unión per
modum actus o sin ella, todos debemos cooperar al bien común
y a
la defensa de la religión; en las. elecciones, apoyando no so­
lamente a nuestros candidatos siempre que sea posible vistas las
condiciones del tiempo, región y circunstancias, sino aun a todos
los demás que
se presenten con garantía para la religión y la pa­
tria, teniendo siempre a la vista el que sean elegidos el mayor
número
posible de personas dignas, donde se pueda, sea cual
fuere su procedencia, combinando generosamente nuestras fuer­
zas con las de otros partidos y de toda suerte de personas para
este nobilísimo fin.
Norma 12.'.-No merecen reprensión los que declaran ser
su ardiente deseo el que en el gobierno del Estado
vayan rena,.
ciendo, según las leyes de la prudencia y las necesidades de la
patria lo exijan, las grandes instituciones y tradiciones religioso­
sociales
que hicieron tan glorioso en otros tiempos a la Monar­
quía española: y, por tanto, trabajan para la elevación progresiva
de
las leyes y de las reglas de gobierno hacia aquel grande ideal;
pero
es necesario que a estas nobles aspiraciones junten siempre
el
propósito firme de aprovechar cuanto bueno y honesto hay
en las costumbres y legislación vigentes
para mejorar eficazmen­
te las condiciones religiosas y sociales de España.
Por voluntad del Padre Santo ruego a Vuestra Eminencia

conocimiento de estas normas a todos los reverendísimos prela­
dos de España. Confía
Su Santidad que tales reglas, no menos
que las otras
·enseñanzas y direcciones de los Sumos Pontífices
relativas a la acción religioso-social de nuestros tiempos, sean aco­
gidas por todos los buenos católicos y puestas en práctica sin re­
serva, 'absteniéndose de iniítiles y perjudiciales polémicas acerca
de las
mismas y con aquel espíritu de sincera y filial sumisión a
las decisiones
· de la Santa Sede, de religiosa obediencia a los
obispos y de mutua
caridad fraterna, que es lo único que puede
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
asegurar el triunfo de los ideales cristianos contra los enemigos
de la Iglesia y de la patria en la
nobilísima nación española.
(Las
transcribe el Nuncio, declarando que la presente tra­
ducción es
oficial).
* * *
Dicho lo anterior agregaremos, para terminar, que mientras
el catecismo democrático moderno exige que las decisiones del
pueblo sean consideradas inviolables; Juan Pablo
II afirma que
«La verdad no puede tener como medida la opinión de la
mayo­
ría» {Discurso a los participantes en el Congreso conmemorativo
del
XX aniversario de la Humanae vitae, el 14 de marzo de 1988 ..
L'Osservatore Romano, en español, correspondiente al domingo
17 de abril de 1988).
La voluntad general de la mayoría puede conducir al despo­
tismo y la dictadura igual qúe
el criterio de uno solo que posee
la fuerza para imponerse a los demás. Así ocurrió en la
Alema­
nia nazi y así ocurre, de forma compleja en las denominadas de­
m0ctacias populares.
La soberanía nacional en el sentido de intervención de todos
los cuidadanos
nornnales en ia vida pública es aceptable, aunque
lo mejor
es que esa intervención tenga lugar en razón de la com­
petencia, capacidad y responsabilidad de cada uno, individual­
mente o asociado; no, que todos intervengan en plan
de absoluta
igualdad
y sobre todo con facultades ilimitadas en la resolución
de
todos los asuntos por difíciles o complicados que sean. El
poder absoluto sin limitaciones transcendentes y morales ni con·
trapesos sociales no
es admisible ni en los reyes ni en los pueblos.
Por eso es rechazable la soberanía nacional o popular en el sen­
tido roussoniano y el derecho divino de los reyes como señores
omnipotentes. (Aunque aquí cabría pensar
en una limitación re­
ligiosa más o menos eficaz y en una responsabilidad personal y
no anónima perfectamente identificable). Cualquier decisión to­
mada en tales condiciones, contraria
al Derecho natural, sería to·
talmente injusta e inválida.
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