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Número 275-276

Serie XXVIII

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La unidad católica, principio y fundamento de nuestra unidad política. En el XIV Centenario del III Concilio de Toledo

U UNIDAD CATOLICA, PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
DE NUESTRA UNIDAD POLITICA
EN EL XIV CENTENARIO DEL W GONCWO DE TOLEDO
POR
BALTASAR P:ÉREZ ARGOS, s. J.
1
El 8 de mayo de este año 1989 se han cumplido 14 siglos
del mayor acontecimiento de toda
la historia de España. Aquel
día tuvo lugar en Toledo, capital del reino, la abjuración del
arrianismo
y la solemne profesión de fe católica del rey visigodo
Recaredo
y con él, de todo su pueblo. Este acontecimiento se
celebró en pleno Concilio III de Toledo, convocado por elrey
para tan alta manifestación de fe católica. «Las consecuencias de·
gran magnitud que . de aquel acto se siguieron para el futuro de
la Península Ibérica y para el resto de la cristiandad fueron mu­
cho más de lo que pudo conjeturar San Leandro de Sevilla»,
alma y principal protagonista de aquel Concilio.
Recordemos breves puntos
de historíá. El año 573 sube al
trono Leovigildo. Su plan de gobierno, unificar políticamente
bajo su mando todos los pueblos de la penínsulá, e implantar en
ellos
.el arrianismo, religión del Estado. Lo pri1J1ero lo consigue,
e instala la capital del reino
en Toledo. Lo segundo no lo consi­
gue. No lo consigue de la manera humamente más inexplicable
y por lo mismo más providencial. ¿Quién hubiera pensado que
se opondrían a ello sus · dos hijos, Hermenegildo y Recaredo?
Hermenegildo, convertido al catolicismo por el gran obispo de
Sevilla,
San Leandro, decide oponerse con toda su fuerza al plan
de
su padre de atrianizar España. Vencido y aprisionado, se niega
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BALTASAR PEREZ ARGOS, S. J.
a recibir la Eucaristía de manos de un obispo arriano. Por lo
cual es decapitado y muere mártir de la fe. Leovigildo, arrepen­
tido de su pecado, abjura del arrianismo
y se convierte a la fe
cat61ica en las postrimerías de su vida.
Le
sucede su hijo Recaredo, convertido también al catolicis­
mo
por San Leanélro; A los tres años de subir al trono convoca
el
III Concilio de Toledo. Asisten 63 obispos de toda la His­
parua romana,
sueva y goda. Entre ellos 8 obispos arrianos. Están
los Metropolitas de
Lusitarua eón sede en Mérida; de la Carpe­
tana, con

sede en Toledo; de
la Bética, con .sede en Sevilla; de
la Gallia, con sede en Narbona, y de la Galaica, con sede en
Braga. Entre los obispos se podían ver un Masona, un Leandro,
un Eufernio, un Micecio y un Pantardo, glorias de la Iglesia
católica. Acudían a
la invitación del rey, sabedores del gran
acontecimiento, nada
menos que la. abjuración del arriarusmo del
pueblo visigodo y de. los 8 obispos arrianos. y la solemne profe­
sión de fe católica del rey, de su corte y de todo el reino. .
El P. G. Villada describe así lo que d~bió ser aquel espec­
táculo grandioso que enmarca uno de los más notables y tras.
cendentales hechos, sin duda· el más transcedental, de la historia
de España.
608
«¿Qué decir de aquel espectáculo, único en la historia de
la humanidad, ofrecido por Recaredo y por todo .su pueblo
el 8 de mayo de. 589, en que ab;urando la here¡ia arriana
entran en el seno de la Catolicidad un Rey con todos sus
súbditos,
constituyendo la unidad religiosa de España, que
babia de
ser la base de la unidad civil? ¡Con qué sinceridad
y con qué orgullo, dirigiéndose a todos los obispos de Es·
paña, reunidos en la ciudad regia de Toledo, y ante una in·
mensa muchedumbre de clérigos,
magnates y pueblo, decía
Recaredo: "Presente está aqui . toda la lnclita raza de los
godos;
la cual, puesta de acuerdo conmigo, entra en la Co­
muni6n de la Iglesia Cat6lica, siendo recibida por ella con
cariño maternal y entrañas de misericordia ... Es mi deseo
que
as! como estos pueblos han abrazado la fe por nuestros
.cuidados,
as! permanezcan firmes y constantes en la mis­
ma!". Y ofrecía a Dios ''-como un santo. y expiatorio sacri­
ficio, estos nobil!simos pueblos que por nuestra diligencia
han sido ganados para el Sefíor"».
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UNIDAD CATOLICA Y UNIDAD POLITICA
··,Al· terminar•.su discurso· y· signar su profesión de ·fe él, la
reina Bado, magnates y· óbispos, todos le aclámaron puestos en
pie con
expresiones como éstas: «Recaredo, conquistador de nue­
vos pueblos para
la Iglesia católica». ¿«A quién ha concedido
Dios un
mérito eterno, sino al verdadero y católico rey Recare­
do?» ·«¿A quién 1;,, corona eterna sino al verdadero y ortodoxo
rey
Ílecaredo?» «Merezca recibir el premio apostólico, puesto
que ha cumplido el oficio de apóstol», donde se significa el pro­
tagónismo del rey Recaredo en la conversión de su pueblo.
Merece dejar constancia de la sinceridad con que el rey Re­
caredo y la reina Bado hicieron su profesión de fe, según apare­
ce en las Actas del Concilio: «Yo, Recaredo, rey, reteniendo de
corazón y afirmando de palabra, esta santa y verdadera confe­
sión,
la cual idénticamente por todo el orbe de la tierra la con­
fiesa
la Iglesia católica, la firmé ~ mi mano derecha con el
auxilio de
Dios». « Yo, Bado, reina gloriosa, firmé con mi mano
y de todo corazón, esta
fe que creí y admití».
A . San Leandto de Sevilla, como. prelado más insigne, le
co­
rrespondió· clausurar el Concilio . con una hermosa homilía de
acción de gracias.
En ella dice entre otras cosas:
« La novedad mísma de la presente fiesta indica que es
la más solemné de todas.. . Nueva es la conversión de tan­
tr4 gentes ... , debemos regociiarnos por el tesoro inestima-.
ble que acabamos de recoger. Nuevos pueblos ban nacido de
repente
para la Iglesia. Los que antes nos atribulaban por
su rudeza, ahora nos consuelan por su fe. Ocasión de nues­
tro
gozo actual fue la calamidad pasada.. . Extiéndese la
Iglesia cat61ica por todo el mundo; constituyese por 'la so­
ciedad de todas las gentes. Alégrate y regocl¡ate, Iglesia de
· Dios ... Tu no predicas sino la unión de las naciones; no
aspiras sino a la unidad de los pueblos y no siembras más
que los bienes de. la paz y de la caridad».
y termina su larga homilía con estas palabras:
«Sólo falta .que, los que componemos en la tierra unáni­
memente un solo reino, roguemos al Señor tanto por su es­
tabilidad comó por la felicidad del celestial, i, fin de que el
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
reino y el pueblo que glorificaron a Dios en la tierra sean
glorificados
por El no• s6lo aqul sino también en el cielo».
Unos años más tarde el hermano de San Leandro, el gran
doctor
de la Iglesia San Isidoro consigue en el IV Concilio de
Toledo, celebrado en 633, que se decrete
la unificación lit4fgica,
dando como razón «que
es conveniente que los que están cobi­
jados bajo un solo reino oren con un mismo rito». Faltaba aún
algo muy importante para consumar
la unidad de España, poseer
un mismo Derecho. Esto
se lleva a cabo en tiempos de Reces­
wintp por medio del Liber I udiciorum, elaborado también por
los obispos en los Concilios de Toledo.
Lo mandó traducir al
romance con el nombre. de
Fuero Juzgo el rey San Fernando en
el siglo
XIII.
España nace, pues, políticamente como 1¡ación el año 573
bajo el cetro de Leovigildo, cuando logra vencer a vascones y
suevos y arrojar a los
bizimtinos de la Bética; espiriblalmente
el 8 de mayo del año 589 bajo Recaredo, cuando el rey visigodo
proclama en el
III Concilio de Toledo la religión católica, reli­
gión oficial del Estado. España una, con unidad
poHtica y uni­
dad religiosa. Todas las regiones de
España, lo mismo Galicia
que Andalucía, Levante que las Vascongadas y Cataluña obede­
cen al Monarca
de Toledo; todos, a pesar de sus indentidades e
idiosincracias diversas,
se sienten una misma y única nación, Es­
paña.
* * *
Unidad política y unidad católica. La unidad católica, prin­
cipio y fundamento de nuestra unidad política.
En efecto. ¿Cuál pudo. ser el vinculo que unió políticamente
tan diversas gentes, de carácter tan independiente y autónomo,
sometidas recientemente por
la fuerza de las ahnas, · al dominio
del rey visigodo?
El mismo rey Leovigildo intuyó la dificultad.
Comprendió que para vigorizar
la unidad política y facilitar la
obediencia de todos a una misma autoridad política, no había
factor de mayor cohesión que el religioso.
Pensó .en el arrianis­
mo. Pero felizmente, providencialemente para España esa unidad
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UNIDAD CATOLICA Y UNIDAD POLITICA
religiosa fue la católica. La unidad católica fue y siguió siendo
la base de nuestra unidad política.
Lo fue en sus orígénes y lo
será siempre por
razones obvias de filosofía política. La unidad
política es fácil
y vigorosa, si hay unidad de voluntades en el
acatamiento firme de una misma autoridad política; autoridad
capaz de obligar e imponer en conciencia a todas sus decisiones
políticas. Ahora bien, esto sólo es posible cuando todos contem­
pla¡, la autoridad pol!tica como participación de la autoridad di­
vina, no como mero reflejo
de la voluntad general, que no puede
obligar en conciencia
y puede quebrarse y partirse eventualmen­
te; y además cuando esas decisiones políticas se inscriben sobre
la
pauta de la ley natural y divina ( PT 48 ). Es decir, cuando hay
unidad religiosa católica. Justamente por
aquí, por la falta de
esta unidad católica, es por donde quebrará el Estado de las
Autonomías que se ha inventado.
Pronto
se iba a poner a prueba esta verdad, que la unidad
cat6lica es la base; más aún, la raíz fecunda de nuestra unidad
pol!tica, de España como nación. En efecto, pasado algo más de
un siglo de afianzamiento y prosperidad del reino híspanogodo,
ocurre en
el año 711 la invasión musulmana, que sorprende a
todos
por su rapidez y eficacia. La desunión y fragmentación po­
Htica de los pueblos de Espafia se produce inevitablemente. Atto·
liados y dispersados por el invasor, los sorprendidos espafioles
se organizan poco a
poco en diversos rincones del norte de la
península. Los Reinos
y Condados que se forman, se constituyen
pol!ticamente separados e independientes del sucesor legitimo del
antiguo Reino visigodo. Unicamente permanecen unidos
en la
misma
fe católica, unidad estimulada por la presencia del enemi­
go común y por el ideal de Cruzada que a todos pone en pie
frente al Islam. A todos une
el mismo deseo de reconquistar el
suelo patrio y de recuperar la libertad
religiosa perdida.
Es interesante advertir qué en este afán de Cruzada se en­
ciientran siempre juntos astures y leoneses, castellanos y nava­
rros, catalanes
y vascones. Los vascones, desde luego, iban inte­
grados con los astures y leoneses. Porque -como muy bien nota
el P.
G. Villada-« V asconia jamás estuvo emancipada de los
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reyes asturleoneses o de sus ~brogados los condes de Castilla»
(El destino de Espáñil, 1940, pág: ·106). Cataluña también se
sintió ligada al
mismo ideal. Al principio, después de la invasión
agarena,
formó parte de lá Marca hispánica, bajo el dominio de
los reyes de Francia .. Pero pronto, ante el dilema de· seguir po­
líticamente bajo el domhúcl de Francia o de solidarizarse con las
otras
-regiones espafiolas · en · la común empresa de expulsat de la
península- a los enemigos de la fe católica, los condes de Barce-.
celona optan sin dificultad por esto · último. ,:Qué les mueve
fundamentalmente? El mismo ideal
común: su fe católica. Apro­
vechan
el momento en qlle Ludovko Pío pretende dividir su
reino,· para constituirse en Condado independiente con los otros
suborclinados
a éL Desde entonces vemos a los condes de Bat­
celona participat
· junto á los reyes de León, Castilla y· Navarrá
en las grandes empresas de
la reconquista espafiola.
· ,
Este notabilísitno hecho· de· solidaridad entre reinos y con­
dados políticamente distintos, solidatidad mantenida fuertemente
durante ocho
siglos; en la misma gtán~e y ardua empresa de Jan·
:.ar al moro y reconquistat el suelo patrio; solidaridad que ter­
mina
feli:,;mente en la ·recuperación de la uriidad política perdida,
consumada por. los. Reyes Católicos, Fernando· e Isabel; es uh
hecho único en toda · 1a historia universal. Hecho que.· no tiene
otra explicación ni otra causa posible -además salta a la vista"'­
que
el haber· luchado todos 'contra ·el moro bajo. el estandarte
común que todos enarbolan, la Cru.z de Cristo; sÍlnbofo de . la
unidad
en la misma fe católica. Desde aquel reducto· de Cova'
donga fue posible la reconstrucción de España como nación, gra­
cias a la unidad católica. Es ·un· hecho que está ahí, · que no se
puede, negar, seamos tteyeiltes o no creyentes.
España nace y se engrandeée y llega a su cénit · gracias a su
unidad católica.
Si Espafia recién reconquistada su unidad pollti'
ca en 1492, es capaz de emprender a continuación y realizat en
tres siglos
· ]a colosal obra del descubritniento y evangelización de
América; «el hecho de por sí más grande y maravilloso entre los
hechos humanos» (León
XIII y Juan Pablo II); se debe, sin duda
alguna, a su unidad católicá, a qué Espafia era un Estado con"
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UNIDAD CATOLICA Y UNIDAD POLITICA
fesionalmente católico. Sólo. u.n Estl\d,o confesionalmente católico
pudo realizar. tan . extraordinario¡ evangdizació11. N<1 sólo la. Igle­
sia, ni menos un .Estado aconfesional de nuevo cuño. Evidente.
«La Iglesia -ha ¡Ji.cho el. Cardenal Primado-no siente pre­
ocupación por la unid,ad política en cuanto a sus repercusi<1nes
en la unid,ad religiosa» (ABC:, 8-4-89). Pero sí, al revés. Hemos
de sentir preocupación, y honda·
preocupación, por las repercusio­
nes que
Ja falta de unidad católica puede tener en la unidad po­
lítica de nuestra
patria. Nos los ad,virtió ya con trase conocida y
muy significativa nuestro gran Menéndez Pelayo, una de las más
preclaras inteligencias de nuestro siglo, al que ahora ni se le es­
cucha ni agrada recordar. Decía así: «España, perdida su .unidad
católica, se volverá al
cantonalismo de los. arévacos, de los vetones
o de los reinos
de Taifas».
II
En febrero de 1%7 escribíamos en Informaciones de Madrid:
«La unidad católica ·donde
felizmente existe de hecho, si es --co­
mo a algunos gusta decir-"un resultado histórico", con más ra­
zón hay que afirmar que es "un don .de Dios". Es, sin duda, un
resultado histórico, pero no
·casual o debido a causas meramente
históricas,. como las que pueden concurrir
en. la formación de una
lengua común o de un acervo cultural determinado. El hecho
de
la unidad católica de un país hay que ponerlo a cuenta, en primer
lugar, de la Providencia divina, que conduce la historia; y, luego,
a cuenta de
la "obligación moral.que tienen todos los hombres .. y
todas las sociedades de abrazar
. la religión verdadera . e Iglesia
úni,a de Cristo", como nos. en¡¡eña el Vaticano II. Talobligación
actúa ciertamente sobre entes inmersos en un proceso histórico.
Pero
de.ahí. a una interpretación púramente historicista del hecho
de la unidad católica de un país,
va mu.cho trecho y, desde luego,
,no podemos aceptarla». .
Esta obligación moral. es universal, obliga . a todos; de do11de
el proceso histórico de ,todas la.s nacim¡es debería dar el. mismo
.6.1,3
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feliz resultado. Pero, desgraciadamente, no· es así. Sabemos,· aun­
que sea muy
de lamentar, que las diversas circunstancias históricas
muchas veces lo estorban
y la defectible libertad humana lo frus­
tra.
Sm embargo, como en tantos otros eventos, la obligación
moral está
ahí, subsiste inmutable; y a la Iglesia toca, por misión
de Cristo, predicarla, intimada, declararla, cualesquiera que sean
las circunstancias variantes del momento.
¿Cuáles son hoy esas circunstancias? A algunos les
parece que
el
pluralismo religioso reinante en la actualidad impide y estorba
el hecho
de la unidad católica, que los vientos no van por ese
lado, y, por consiguiente, que en España esa unidad católica, tan
deseable en otros tiempos
y tan fructífera siempre, «no es desea­
ble ni para los tiempos
que vivimos ni para los que se avecinan».
Extraña afirmación, y más extrafia aún por quienes la suscriben.
No se sostiene ni a priori ni a posteriori;
sólo puede tener am­
paro en una equivocada lectura de la declaración Dignitatis hu­
manae.
No a priori, puesto que bien clara es la afirmación del Va­
ticano II, fundado no s6lo en la tradición de la Iglesia, sino en
la más elemental y evidente
lógica. Supuesta la existencia de un
Dios Creador
y Revelador, todo hpmbre y toda sociedad, y más
la sociedad política, por ser
natural, tienen el deber moral de
reconocerle como a su Creador y aceptar su revelación;
en lo que
consiste fundamentalmente la confesionalidad
católica del Estado.
No a posteriori, puesto que hoy en día se dan Estados confesio­
nales de diverso tipo, que, si
no son totalitarios, no encuentran
dificultad en coordinar confesionalidad religiosa con libertad
re­
ligiosa, como, por ejemplo, Inglaterra.
Aparte de esto,
es evidente que la existencia de un Estado
aconfesional,
asépticamente neutro, es · imposible. Sería como la
existencia de
un triángulo, que no fuese ni rectángulo, ni acután­
gulo; ni obtusángulo. Imposible.
El Estado aconfesional, asépti­
camente neutro e indiferente, es
un género, y los géneros, es decir,
los universales, no existen ni pueden existir formalmente
«a parte
rei», en la realidad.
Ha sido el timo del siglo. Nos han quitado,
o «robado», con
el sefiuelo de la «aconfesionalidad», nuestra uni-
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UNIDAD CATOUCA Y UNIDAD POLITICA
dad y confesionalidad católica, para meternos en su lugar la con­
fesionalidad atea o marxista, o puramente teísta.
El pluralismo religioso .siempre :ha existido y. no se opone a
la
unidad religiosa, en el sentido .de confesionalidad religiosa del
Estado. El pluralismo religioso
lo que exige es libertad, libertad
en matetia religiosa, como declaró el Vaticano II, no indiferen­
tismo religioso. Libertad que dehe
existit para todos, puesto que
se funda en la dignidad de la persona humana; libertad siempre
defendida y practicada
por la Iglesia, desde los tiempos apostó­
licos; libertad, por consiguiente, para los diversos grupos o
con·
fesiones religiosos; pero tolerados los erróneos; solamente tole­
rados, como es lógico; y can auténtico derecho a existir, actuar
y propagarse, solamente
la única religión verdadera e Iglesia úni­
ca de Cristo, como es lógico. Ahora bien, al ~~er esta afirmación
de tolerancia a favor de los grupos no católicos, no puede
olvi­
darse -como parecen olvidar muchos al leer la deficiente redac­
ción de la Dignitatis humanae en este punto (núm. 4)-que esa
tolerancia tiene un límite, que es
el bien de los demás y, sobre
todo, el bien común nacional, cual
es la unidad católica del
Estado.
Si el pluralismo religioso fuera motivo suficiente para reple­
garse y no exigir y defender la unidad católica o confesionalidad
católica del Estado, como algunos pretenden hoy
día, el primero
en no lanzar a
la Iglesia a semejante misión entre todas las gen­
tes, hubiera sido Ctisto nuestro Señor. La opinión religiosa del
mundo entero
la tenía en contra, el pluralismo religioso aconse­
jaba lo contrario. Pero Cristo nuestro Señor no se replegó; lo
mismo
la Iglesia. No puede plegarse al criterio de la mayoría, a
«los signos de los tiempos», a
la cambiante y manipulada voluntad
de tantos en lo que a
la enseñanza e intimación de los deberes
de la ley natural y
divina se refiere. La Iglesia no tiene otra mi­
sión, tantas veces cumplida contra corriente, que la de predicar
la verdad de siempre, guste o no guste. Aunque parezca anacró­
nico y hoy en
día inviable, la Iglesia predicará contra el divorcio,
contra el aborto,
la anticoncepción, la homosexualidad, de la mis­
ma manera que contra el indiferentismo religioso del Estado. Ellos
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dirán lo .que quieran; pero, ¿nosotros? NosOtros no podemos sino
repetir la verdad
de siempre; si no queremos caer en el relativis­
mo de
la verdad, tantas veces condenado por los papas, que es, en
definitiva, el
. veneno que subyace en toda· esta modernísima ma·
nera de pensar.
La confesionalidad católica del Estado, es decir, que el Estado
reconozca la religión católica como religión del Estado y a
ella
conforme su legislación, no legislando nada que se oponga a la
ley divina, interpretada
por la Iglesia católica; confesionalidad,
perfectamente acorde con
la libertad religiosa, tal como la enten·
dió y defendió siempre la Iglesia y declarado últimamente en el
Vaticano
II; e.sta confesionalidad o unidad católica no sólo es
deseable, y muy deseable siempre, sino un grave deber moral;
mucho
más para España, que durante catorce siglos ha vivido
y profesado
la religión católica, recogiendo de ella inmensos fru­
tos, entre los que descuella su , misma unidad política.
La unidad católica
.o co11fesionalidad católica del Estado cons·
tituye. uno de los
eleme11tos principales, si no es el principal,
y desde luego .. .el. más fundamental, del bien común .11acional. Por
lo que todo
español, digno

de este nombre, está obligado a
defen­
der con todas sus energúis, si es católico, y, al menos, a no opo­
nerse, si no lo es, esa parte ,tan importante y fundamental· dd
bien común nacional.. Democráticamente hablando, cuenta tam·
bién para ello con el sufragio unánime de millones y millones españoles, que durante catorce siglos trabajaron por la unidad
católica, lo dieron todo
· por defender y recuperar esa unidad ca­
tólica. Nosotros hemos recibido esa herencia católica, parte del
bien común nacional, como hemos recibido
la lengua y todo ese
patrimonio cultural acumulado en siglos; bien común que nos
enorgullece, nos
di.stingue y nos especifiéa como nación soberana
e independiente. No
po feccionarlo lo más posible. .
Los últimos .romanos pontífices nos han alabado y ponderado
esa «unidad católica» del pueblo español, como
un gran don del
cielo. Y con razón. El más recie!lle, S. S. el papa Juan Pablo II,
en el telegrama enviado al · Carde11a! Primado con motivo de la
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UNIDAD CATOLICA Y UNIDAD POLITICA
solemne concelebración Eucarística para conmemorar el XIV Cen­
tenario del III Concilio de Toledo. Pero queremos citar, por su
especial expresividad, las palabras del papa Pablo
VI al Congreso
Eucarístico de León, en las que nos recomienda, además, la ma­
nera de garantizar en nuestra Patria «la unidad actólica, bien
ahora poseído
y que será siempre un don de orden y calidad su­
perior». Palabras de especial importancia por venir del papa, que
firtuó
la declaración de libertad religiosa, en la que algunos creen
" encontrar fundamento para afirmar que la unidad católica, «aun­
que gloriosa en el pasado, no es deseable para los tiempos que
vivimos ni para
los que se avecinan». El papa Pablo VI piensa
justamente todo lo contrario y, a mayor abundamiento, nos reco­
mienda la manera de garantizar su posesión en el futuro. Dice
así
el papa, con intuición verdaderamente profética:
«Ante la insoslayaf,le interacci6n de ideolog!as y fuerzas
contrastantes, se
habrá de recordar el "vigilate et orate" del
único Maestro.
Ante la irrefrenable 6smosis de los medios
de comunicaci6n} se exigirá fortalecimiento, en la fe, vigor
de vida cristiana, intensifícaci6n de la instrucci6n religiosa,
de una formación que sirva no sólo para mantener el coit­
tacto con Dios y para conservar el patrimonio religioso he­
redado, sino también, en espontánea y misional expansión,
para la edificaci6n del pr6jimo. De este modo, principalmen­
te, estará garantizada la unidad católica, bien ahora pose!do
y que será siempre un don de orden y calidad superior para
la promoci6n social, civil y espiritual del pais».
Sirvan estas palabras, con las que cerramos este trabajo, para
tomar conciencia de cuál debe ser nuestra postura
de católicos
y de españoles «ante la insoslayable interacción de ideologías y
fuerzas contrastantes», que últimamente se han recrudecido de
modo feroz en nuestra patria a fin de descristianizarla
y cambiar­
la, de manera que «no lo conozca ni
la madre que la parió». Si
alguna madre tiene nuestra patria, los católicos sabemos cuál es.
¿ Y a esta actitud descristianizadora de nuestra patria, desde las
alturas de la Administración, llaman
neutrali&mo de Estado o
Estado aconfesional? Buen timo nos han dado.
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