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Número 275-276

Serie XXVIII

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Discurso de José Miguel Serrano Ruiz-Calderón [San Fernando 1989]

DISCURSO DE JOSE MIGUEL SERRANO
RillZ-CALDERON
Me ha correspondido, por vuestra generosidad y pese a mis demé­
ritos, dirigirme a ustedes en este día en el que la Iglesia conmemora
la festividad de uno de sus
· santos, et rey Fernando 111, y nosotros,
junto con la ciudad de
Sev,illa y el arma de ingenieros, el de nuestro patrón.
Como se'Oillano me veo tentado,, este día en el que el cuerpo del
rey santo se expone en la capilla de la Virgen de los Reyes de la ca­
tedral de Sevilla, a recordar lo mucho que aquel rey hizo por esa e_s,.
pténdida ciudad, pero quizás en tiempos de tan mal entendido localis­
mo fuera preferible refl.exionar sobre lo mucho que
hizo por España
:Y por la Iglesia, de lo que no fue lo menos importante el ser el _ins­
trumento por el que Nuestro Señor se dignó recobrar para la Fe ta
tieN'a de Maria Santísima.
También en este año en el que conmemoramos el XIV
centenario
del 111 Concilio de Toledo podríamos referimos a la labor de tantos
españoles gobernantes
y gobernados. en tiempos de paz o de gue"ª•
derrotados o victoriosos, que· hicieron to posible por que la unidad
católica
de nuestra patria se mantU'Oiera _como su rasgo constitutivo,
hasta que hace casi once años, y para nuestra vergüenza se optara por
sacrificar dicha unidad
en. aras de no se sabe qué principios de to­
lerancia;
Incluso, puestos a
traer a colación conmemoraciones, podria refe­
rirme
al bicentenario de una Revolución ·que define nuestro mundo
contemporáneo,
y recordar a otro ·rey, sin la fortaleza de nuestro Santo,
pero que supo finalmente aceptar ta desgracia
y la muerte con la en~
tereza del creyente. esa entereza que todos deseamos para la hora
inevitable en que abandonemos este mundo.
Pero me 'Dan a permitir que me refiera a algo que todos ustedes
conocen
niuy bien, algo que hace algún tiempo hubief'a sido completa­
mente innecesario
referir, pero que hoy en 'dia conviene recordar, toda
vez que parece negado u olvidado incluso por quienes más interés.
como
_pa'stores de nuestro pueblo cristiano, debían tener en propagar-.
lo. A lo largo de la F(istoria ha habido gobernantes cristianos. Cristia­
nos en el sentido íntegro de la palabra, hijos de la Iglesia
que, pese a
ta
miseria indudable de nuestra condición pecadora, hiciMon lo posible
por
vivir conforme a la Fe y, en consecuencia, gobernar conforme a la
misma. Gobernantes que se hubieran cortado la mano antes de firmar
una
ley que propiciara ta matanza impune de inocentes, que hubieran
sacrificado
un reino, incluso la propia 'Vida, antes de dictar leyes o
sancionarl(J,S que destruyesen ta familia. la fe del pueblo sencillo o los
derechos indudables de ta Iglesia.
Fueron reyes que por eso twuieron
ta veneración incondicional de sus pueblos. veneraci6n perdida por t(J,S
monarquías una 'Dez -i:J.ue se apartaron de · tos mismos principios que tas
sustentaban,
reyes que constituyeron la Europa cristiana, y a los que
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la Iglesia etev6 a tos altares con et mismo mérito que a monjes, frai­
les, papas o fieles sencillos. Es en la Baja Edad Media, deformada como una edad bárbara por
una historiografia interesada, el momento en que Europa se
'Dio ben­
decida por la
Pro'Oidencia con dichos gobernantes, acompañados por la
acci6n de filósofos,
teólogos, literatos, gue"eros y clérigos que cons­
tituían una sociedad que se confesaba cristiana. No quisiera dar una
imagen rosa de una época en
qur et pecado, como sabemos por nues­
tra
Fe, no podia haber abando'flado el mundo, donde junto a santos
encontramos terribles pecadores, pero, ¡qué consuelo mirar a San
Fer­
nando, San Luis o San Estebán! El que en nuestros días decir todo lo anterior, en un foro distinto
de éste, pueda
parecer escandaloso, demuestra hasta qué punto se han
oscurecido tas conciencias, hasta qué extremo
es necesaria la acción
de una
re'Dista como Verbo, que se resiste a que se ol'Oide o deforme
ta totalidad del mensa;e cristiano. Reducidos al papel de grupo cultu­
ral minoritario, no podemos los católicos limitarnos en nuestras
aspi­
raciones a que se nos permita conseroar nuestra fe, no se nos agreda
demasiado abiertamente
y se nos admita un culto público tolerado y
a 'Deces ensalzado como una manifestación de cultura popular.
Claro que sabemos que no puede
haber leyes y una cultura gene­
ralizada católica en una sociedad que mayoritariamente no es cre­
yente, y donde un número destacado de los cristianos están contamina­
dos por la
aceptaciQn de un papel que se nos otorga desde fuera. pero
ese conocimiento áe la miseria de nuestra condición actual no puede
lle'Uarno~ a aceptar la misma como inevitable. ¿dónde quedaria si no
la
'Virtud de la esperanza? Y, desde luego, adonde no puede condu­
cirnos.
y desgraciadamente ha sido asi, es a renegar de momentos en
que la situación era bien distinta y donde, pese a los indudables de­
fectos unidos a nuestra condición, bien podiamos decir que Cristo
reinaba. ¡Cuántos católicos han adoptado ta actitud de ta zorra ante
tas
U'Das y no dejan de decir que estaban 'Oerdes, como si esto disimu­
lara en lo más
mínimo nuestra impotencia!
De los tres
reyes cristia'nos fundadores de naciones a los que me he
referido antes, San Fernando, San Luis y San Esteban hay dos, los
nombrados en primer luga,. cuya 'Dida, amén de por los lazos de la san­
gre, está unida po, un cta,o pa,atelismo. Ambos 'Oi'Oieron en épocas
cercanas: San Femando
'Uino a nacer cerca de Zamora en 1199 y a
morir en Sevilla en 1252; .San Luis vivió entre 1226 hasta 1270. En la
,vida de ambos el papel de sus madres fue imporlantisimo, si es que
de alguien se pudiera decir que dicho papel no fue fundamental:
Blanca de Castilla
e;e,ció la r~gencia ht:µta la mayorla de edad de su
hijo Luis. inculcándote la profunda fe a la que ·acomodarla todos los
actos de su
'Dida el rey Santo. frente a la terrible frase de las madres,
espartanas, p,efiero que 'Ouel'Oas sobre et escudo a que 'Dengas sin él.
Blanca no
dejó de decirle a su hijo, prefiero verte muerto antes que
en desg,acia de Dios-por el pecado mortal,· Be,engueta; por su parte, ce­
dió el trono de Castilla a su hijo Fernando frente a las pretensiones
del que fue su marido.
Los dos ,eyes combatieron por sus reinos contra las rebeliones de
tos nobles levantiscos
e_ impusieron la autoridad real, haciendo, sin
embargo, gata de una clemencia hoy desconocida. Ambos fueron jus­
tos
y reformaron las leyes de sus reinos con indudable beneficio para
sus pobladores, ambos fueron buenos hi;os de Za iglesia a ta que col-
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maron de fa'Dores y donaciones. Pero, sobre todo, los dos sintieron la
llamada de la
Cruzada contra el inftel, y si bien la suerte de ambos
fue completamente desigual,
'Dictorioso San Femando, siempre derrota­
do San Luis, no fue porque ambos no ·pusieran el mismo celo en su
empeño. Quisieron tle'Daf' la guerra a Africa y 'Dieron frustrado su pro­
pósito: San_ Luis muriendo en Túnez, San Fernando fazteció en Sevi­
lla antes de poder emprender su aiJentura. Ejemplar muerte ta de es­
tos reyes, que culminó una 'lJida igualmente ejemplar. El nuestro,
pese al éxito que había acompañado su
Wda, pese

a su gran poder,
sabedor de que el más grande de los hombres
había sido et humilde
carpintero de Nazareth. no dudó en tenderse en un techo de cenizas
y ponerse una soga al cuello para reunirse con aquel que le estaba es­
perando.
En estos momentos en que se nos convoca a la labor de recons­
truir Europa, bueno será recordar que hubo
un momento en que nues­
tro
coñtinente. al que prácticamente se reducia la Cristiandad. estuvo
espirituamente unido. Con una conciencia de unidad que sólo se . rom­
perla por
la acción, primero de la Reforma protestante, que acabó con
la unidad religiosa al apartarse
un sector amplio de la población euro­
pea
de _ la 'Oerdadera fe/ extremo que es bueno recordar en estos mo­
mentos de exaltación ecuménica,
ya algo remitida. El segundo factor
que acentuó la
di'Oisión de nuestras sociedades fue ta explosión nacio­
nalista cuyas terribles consecuencias pueden observarse a través de. la
historia de los siglos
XlX y XX. De ambos factores fueron inocentes
los que no se
de;aron atraer por los errores de la modernidad, en
ambos
no hubieran caído nuestros santos a quienes repugnó el enfren­
tami{!nto,
entre reyes cristianos y, con acierto, señalaron dónde se en­
contraba· el 'Oerdadero enemigo.
Con nuestro Pontífice recordamos, en presencia de tos tres reyes
santos a los que
nos hemos referido. el grito de Europa, encuéntrate
a
ti misina, es decir, encuentra tu sentido en la fe cristiana. A ello
ha dedicado sus esfuerzos la Fundación Speiro y, justo es, al final de
esta
intervención, agradecérselo.
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