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Número 275-276

Serie XXVIII

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Cultivando el amor a la Iglesia (A propósito de la obra Historia breve del cristianismo de José Orlandis)

CULTIVANDO EL AMOR A LA IGLESIA
(A PROPOSITO DE LA HISTORIA BREVE DEL CRISTIANISMO
DE JOSÉ ORLANDIS)
POR
Luis MARfA SANDOVAL
A primera vista, la situación de la historia es ambigua: si
bien
su lectura resulta ser del agrado prácticamente universal,
pocos
la librarían al tiempo de la tacha de inutilidad. Sin embar­
go, hay que
afumar que, aunque es sabido que la historia no sirve
para nada, resulta

igualmente cierto que quien no sabe historia
está condenado a
nd entender rtada.
En un primer y elemental grado, la historia sacia la univer­
sal curiosidad
de los hombres por el pasado, pero es algo mucho
más transcendente.
El conocimiento de la historia es fundamen­
to lmprescible para todas las ciencias humanísticas: como en ta­
les materias apenas cabe experimentación, por razón de la digni­
dad de los sujetos y por imposibilidad práctica, sólo la considera­
ción de lo
ya acontecido permite ampliar el objeto de la reflexión
social más allá de la propia experiencia. . · .
Pero si la historia sólo fuera maestra de la vida social, su es­
tudio sólo se justificaría para algunos filósofos y científicos, y
particularmente para cuantos tuvieran o hubieran de tener res­
ponsabilidad de gobierno.
Sin embargo,
la enseñanza de la historia llena otra función
que atañe a todos: por ella se transmite
específicamente la tra­
dición de la comunidad, inspirando adhesión y amor, los cuales,
como sentimientos, no consienten sino objetos concretos. La his­
toria recibida y asumida es un medio de identificación social; el
orgollo
por una historia común es por todos reconocido como ele­
mento fundamental del patriotismo.
Lo dicho se aplica también a la Iglesia, comienzo terteno de
nuestra Patria
definitiva, máxime por cuanto el misterioso lazo
común
de vida sobrenatural es más poderoso, duradero y cierto
que el existente entre connacionales.
Si desde la física a la filosofía el conocimiento de la historia
de una ciencia
permite encuadtar las sucesivas aportaciones y el
actual estado de
la cuestión, que es el punto de partida de ulte-
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CULTW ANDO EL AMOR A LA INGLESIA
ríores investigaciones, también para la Teología el estudio de la
historia
de la Iglesia es una premisa fundamental. Pero la justi­
ficación del acercarse a la historia de la Iglesia no se limita tam·
poco a este motivo y, por ende, a unos pocos especialistas: la
Iglesia es una comunidad viva, posee una dimensión temporal
que
es prolongación del Misterio de la Encarnación, y la hi•to­
ría
de los que nos precedieron en el signo de la Fe nos trans­
mite, con su ejemplo, buena parte de ese
sensus ecclesiae que
excede a las formulaciones teológicas.
Sin embargo, cuando
se piensa en proporcionar una forma­
ción
cristiana, suele pensarse ante todo en la doctrina, relegándo­
se hasta olvidarse la conveniencia de que los bautizados estén fa.
miliarízados con la historia de la Iglesia. Conveniente para refor.
zar nuestro apego a ella, para completar nuestra perspectiva cris­
tiana, para
edificamos con el

ejemplo de los cristianos del
pa­
sado, para saber, por comparación, dar su justa medida a las di­
ficultades de cada tiempo, y también por utilidad apologética:
para defender a nuestra madre la Iglesia de ataques cotidianos,
en los cuales menudean tanto o
· más las imputaciones históricas
erróneas o falsas que las objeciones doctrinales.
Pero, además, historia y tradición son dos realidades cone­
xas, y
el aspecto tradicional de la Iglesia es una de sus dimen­
siones
más importantes: la Tradición apostólica es, como se es­
tableció en Trento, una de las fuentes de la Revelación, y la re­
ferencia al depósito de la fe y a las tradiciones es copiosa en el
Nuevo Testamento, desde
el exordio del evangelio de San Lucas
a las epístolas de San Pablo
y de San Pedro.
Dicha dimensión es precisamente una de las
más arteramente
combatidas hoy. Resulta notorio que desde
los mismos ambientes
progresistas
se esgrimen argumentos completamente divergentes
contra la ortodoxia, los cuales sólo tienen en común
el desprecio
por la continuidad de las generaciones cristianas, esa de la que
nos da testimonio la historia:
en ocasiones se apela sin más a lo '(moderno', y entonces,
cuanto no corresponde a la última lucubración dudosa o hete­
rodoxa se desdeña, sin más, por 'superado';
-pero, en tanto es posible, se procura avalar los propósitos
progresistas bajo el manto del retorno a un cristianismo 'primi­
tivo'.
Significativamente, en ninguno de los dos casos son tenidos
en mayor consideración los católicos que han vivido su fe du­
rante los siglos (y a veces milenios)
intermedios: ni los direc­
tos receptores de las tradiciones primitivas, ni aquellos que no
son
ya nuestros contemporáneos por apenas tres decenios.
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Cómo es posible que ambas posturas sean al tiempo erróneas
y rechazables se explica por
el entendimiento cabal del término
tradición, que significa tanto la transmisión, cuanto su objeto,
contenido o legado. Grcunscribiéndonos a
la primera acepción,
en
el proceso de transmisión se distinguen propósitos y efectos
distintos:
sea el dar testimonio fiel de una noción original; sea
el constituir el
cómulo de soluciones acerca de cualquier cuestión
que
se van conservando, mejorando o sustituyendo ( el progreso
social hereditario de Mella);
sea el desarrollo vital irreversible
de una comunidad, cual si de una persona se tratara.
Pues bien, en
la Iglesia, eterna y temporal, divina y humana
al tiempo,
se presentan todas esas formas de tradición.
En lo que a la fe y la moral se refiere, la Tradición -para­
lela a las Escrituras--- debe transmitir con exactitud a través del
tiempo la Revelación divina, cualquier apartamiento
so capa de
innovación es una desvirtuación y una ruptura. Por consiguien­
te, los
t-estimonios más antiguos son los más venerables por más
próximos a las fuentes, y a ellos debemos adherirnos invariable­
mente. Después de los Santos Padres, el número de los doctores
de la Iglesia puede engrosarse, pero no corregir
sus enseñanzas.
Y al respecto, la historia de la Iglesia nos sirve para ver y
com­
probar cómo a través de los tiempos se ha mantenido y >transmi­
tido, íntegro e inmutable, el depósito de la fe.
Por el contrario,· en sus aspectos humanos la Iglesia va acu­
mulando experiencias y perfeccionándose. Son entonces las fosti­
tuciones vigentes (las tradiciones más modernas) las que ·hemos
de presumir más valiosas, pues deben considerarse -en la espi­
ritualidad,
lo litúrgico, lo disciplinario, lo pastoral-como resu­
men
probado y depurado de todo lo anterior. En estas materias,
el inmediato pasado estará siempre más próximo a las circuns­
tancias actuales que
el más remoto, y el retorno a lo primitivo
es, en el mejor de los casos, una regresión, cuando no puro pre­
texto. También aquí la historia
de la Iglesia es imprescindible
para comprobar su continua fecundidad
y para comprender la
razón de ser de la Iglesia visible, tal como está configurada hoy.
Con lo dicho parece claro que a todo cristiano con· celo de
su fe le es sumamente conveniente conocer la historia de esos
anillos intermedios en la tradición
de la Iglesia que le ligan a
Cristo y a Pentecostés. Y también lo es en cuanto meros espa­
ñoles y europeos, porque si sólo los católicos nos encontramos
como en
propia casa en el pasado de Europa ( a protestantes y
liberales les produce embarazo, cuando no extrañeza)
es porque
la historia de la Iglesia es raíz y tronco de Europa.
Pero
la materia es tan amplia, que el propósito de imponerse
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de la historia cristiana, nada más formulado, puede rendirse al
desaliento. La perspectiva de obras extensas y densas, o que re­
quieren conocimientos previos, hacen comprensible el que pocos
se cultiven
al respecto. Mejor dicho, lo harían. comprensible si
no existiera un reciente y brillante libro del profesor Orlandis ( 1)
que ofrece con creces cuanto hemos considerado como necesario
y recomendable, doblándolo de sencillez y brevedad.
Entre la copiosa producción
del profesor Orlandis, que abar­
ca múltiples disciplinas (destacando su autoridad en historia. vi­
sigoda), ya se contaba desde 1974 una historia de la Iglesia ,an·
tigua y medieval que ha alca.nzado ya la quinta edición .(2).
Ahora, sin embargo, ha acometido la tarea de narrar. la historia
completa de veinte siglos de Iglesia
de .modo que fuera accesi­
ble a todos: el propósito del autor, cumplido y superado, ha sido
el de presentar a cualquier lector
llj)0'Íniciado la idea clara de lo
que han sido y han representado
esos dos milenios de vida . cris-
tiana. . , ,
No se trata, por supuesto, de un libro concebido como texto
de consulta, sino eminentemente pedagógico. Ante todo, es
un
libro breve y fácil, para ser leído íntegro y de corrido, en el •que
las líneas principales de la evolución de la Iglesia (y de su en­
torno histórico) resaltan con sorprendente claridad.
Pero no ha de creerse que
sus virtudes son apenas las ya
encomiables de la brevedad y la sencillez. Lo más sorprendente
es apreciar el profundo esfuerzo de síntesis que encierra cada
capítulo y aun cada frase: si para el lector novel se trata de una
breve introducción, para el que ya
conooca el tema bien puede
constituir un breviario de conjunto.
Profundizando aún
más en ese propósito pedagógico, de or­
den y de síntesis, los treinta y cinco capítulos en que se divide
la obra están a su
vez divididos en puntos, y van precedidos de
un párrafo sumario que resume el contenido del capítulo
.. ;Al
final de la obra tales sumarios están reunidos uno a· continuación
de otro, para consrituir el resumen del libro entero en apenas
diez páginas. También incluye una pequeña cronología y un ín­
dice onomástico. Todo ello hace del libro un instrumento de
trabajo muy útil para introducir a la historia de la Iglesia a los
jóvenes católicos,
que deben acompasar su formación religiosa al
resto de
sus estudios académicos.
Las virtudes del libro. que comentamos no se agotan aquí: ·
(1) ÜRLANDIS, José:. Historia breve del cristianismo.,. Ediclones Ria1p,
segunda edición, Madrid, 1985, 230 págs. . ,
(2) 0.RLANDIS, José: Historia de la Iglesia, I. La Iglesia anti'gua' )' me­
dieval, Ediciones Palabra, 467 págs.
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El lector· español· agradece especialmente que no se omita
ninguna de las grandes aportaciones de España a la Iglesia
uni­
versal, desde Osio de C6rdoba a José María Escrivá de Balaguer,
pasando por el cardenal Gil de Albornoz, la determinaci6n del
César Carlos
de entregarse enteramente a la defensa de la orto­
doxia y la multitud de mártires de 1936.
En otras ocasiones nos encontramos con acotaciones de tipo
doctrinal y formativo
al hilo de la narraci6n: al hablar de San Je­
rónimo se explica lo que se entiende por el valor auténtico de­
finido de la Vulgata, y la referencia a Santo Tomás de Aquino
concluye aludiendo a
la particular autorización de su doctrina
por la Aeterni Patris. y posteriores declaraciones de la Iglesia.
Junto a síntesis maravillosamente densas y sugerentes;
como
la de la repercusi6n social y eclesiástica de la cristianización del
Impetio Romano (cap.
VII) o la caractetización de la Cristiandad
medieval ( caps.
XV y XVI) no le falta espacio para anécdotas
y frases que dan calor a la narraci6n y evitan que se pierda en un
resumen abstracto.
Pero con todo esto, lo más valioso es su criterio seguro· y
explícito, como corresponde a una historia de la Iglesia escrita
desde
la fidelidad absoluta a la misma, y en la que predomina el
gozo de pertenecer a ella,
la solidetidad con su labor y la satis­
facción por sus glorias, sobre la vacilante, amarga, vergonzante
y pesimista 'autocrítica' hoy tan usual.
Orlandis no teme dar juicios netos
-y favorables-- sobre
las realizaciones temporales de la Cristiandad
más controvertidas:
~ del imperio cristiano de Constantino: «Fue solamente a
partir de Constantino cuando la multitud de personas vulgares,
que son siempre mayoría en
las sociedades terrenas, encontra­
ron expedito
el acceso a la Iglesia»; ,
- sobre las Cruzadas, de las que muchos laicos cristianos
sólo destacan hoy sus violencias, abusos
y fracaso final, escribe
el P. Orlandis: «La empresa
más característica de la Cristiandad
fue
la Cruzada... El espectáculo, tantas veces reiterado durante
dos
siglos de príncipes y pueblos que tomaban el camino de
Oriente, impulsados
-más allá de cualquier otra consideración­
por
el afán de libertar el' Santo Sepulcro, es una prueba impre­
sionante de la profunda seriedad que ruvo
la religiosidad medie­
val.
Las Cruzadas se saldaron en definitiva con un fracaso; pero
el solo hecho de que unas motivaciones en que prevalecía el
idealismo cristiano pudieran dar vida a un fen6meno de tal
en­
vergadura, basta ya de por sí para justificar las Cruzadas ante
la historia»;
·
- de la misma Inquisición medieval dirá: «tuvo la desgracia
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CULTIVANDO EL AMOR A LA INGLESIA
de ser hija de su tiempo y de nacer en un momento de endure­
cimiento
general de la vida jurídica, como fue el de la recepción
del Derecho
romano»;
-;-.
o la expansión ibérica ultramarina: «El balance de la obra
civilizadora
de España y Portugal, por grandes que fueran las
deficiencias y abusos que pudieron
darse, presenta un saldo abier­
tamente positivo: la población indígena fue respetada y sobrevivió
en libertad, recibió la
fe y la cultura cristianas, y hoy los cientos
de millones de católicos de Iberoamérica y Filipinas constituyen
la
gran reserva demográfica del Cristianismo y la Iglesia»;
-y respecto a nuestra contemporaneidad escribe así del Va­
ticano Il: «No hizo ... ninguna definición dogmática, por lo que
sus enseñanzas no tienen.
la prerrogativa de la infalibilidad; pero
constituyen actos del Magisterio solemne de
la Iglesia y exigen,
por tanto, de los fieles una adhesión interna y externa ... Pero
en torno a
la época de su celebración afloró a la superficie una
profunda crisis de la vida eclesial, traducida en un sinfin de abu­
sos. cometidos en nombre de un pretendido 'espíritu conciliar',
que nada tiene que ver con el genuino
espíritu del concilio ni con
la
· letra de sus documentos... se produjo entonces una violenta
explosión 'neomodernista'
... de extensión y alcance prácticamen­
te universales».
En cierto modo, también está sugiriendo una in­
teresante
y esperanzadora reflexión sobre la presente crisis pos­
conciliar desde la fe y la historia de la Iglesia, cuando refiriéndose
al arrianismo escribe en estos peculiares términos: «La victoria
de la ortodoxia en Nicea fue
seguida, sin embatgo, por un 'pos­
concilio' de signo radicalmente opuesto, que constituye uno de
fos .episodios más sorprendentes de la historia cristiana».
Si algún reparo hay que poner al libro que comentamos es el
tratamiento que da al liberalismo y a los católicos liberales.
Y no es que culpabilice a la Iglesia de no plegarse
al libera­
lismo, ni omita las
· condenas pontificias, ni explicar que su ideo­
logía «enlazaba con el pensamiento ilustrado del siglo
XVIII-Una
concepción antropocéntrica del mundo y de la existencia consti­
tuía la base de esta ideología liberal», sino que ello queda difu­
minado, y el enfoque y el tono con los que aborda el tema no
tiene
la postura nítida del resto del libro, resultando benévolos e
indulgentes. A nuestro modo de ver, no resulta orientador comenzar rei­
vindicando la raigambre cristiana de muchos elementos
-inde­
terminados--del liberalismo antes de hablar de los negativos de­
rivados · directamente de la cosmovisión fundamental descrita,
como
_si no supiéramos desde Chesterton que el mundo moderno
está plagado de virtudes cristianas que se han vuelto locas; tam-
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bién se podría empezar hablando del socialismo diciendo que la
idea de la iuterveción tutelar del poder público en favor de los
más débiles
es de raíz cristiana, etc. En un texto tan condensado,
ésta y otras formas, y la suspensión de juicio de conjunto sobre
el liberalismo, tienen su importancia, sobre todo porque bastaría
aplicarle idéntico
criterio que aplica a la consideración del marxis­
mo (pág. 172
).
Lo de la suspensión de juicio lo decimos por lo siguiente:
Si comparamos los títulos y sumarios de los capítulos finales se
constata la rotundidad de los juicios: «El regalismo monárquico
frente al Pontificado», «La Ilustración anticristiana», «La Revo­
lución francesa, en sus momentos álgidos, trató de eliminar toda
huella cristiana de la vida social», «Ideologías
de signo anticris­
tiano, como
el Marxismo y el Anarquismo ... », «Bajo el influjo de
causas muy diversas
-como las filosofías irreligiosas, el cienti­
fismo decimonónico
y el Protestantismo liberal-tomó aierpo
en la Iglesia el fenómeno modernista-[que] venía en la prác­
tica a vaciar de contenido sobrenatural la
fe católica», «Los tota­
litarismos de diverso signo coiucidían en someter la persona a la
voluntad omnímoda del Estado.
En países cristianos -como Ru­
sia,
México y España~, la persecución religiosa revistió e,,:traor­
diuaria violencia», «gran parte de Europa quedó en poder de otro
totalitarismo,
portador de una ideología atea, que impuso graves
restricciones a la libertad de los cristianos.
La implantación de
regímenes comunistas en
China y otros países impidió en ellos la
actividad misional. ..
», y ya vimos la calificación de neomodernista
al progresismo posconciliar.
Por contraste, no resulta expresivo el título de «Catolicismo y
Liberalismo», capítulo cuyo sumario no contiene afirmaciones
:siuo
preguntas abiertas: «¿Sería posible llegar a un entendimiento
entre Catolicismo y Liberalismo? ¿Convenía a
la Iglesia un ré­
gimen de simple libertad, sin protección del Estado ui el reco­
nocimiento de sus privilegios tradicionales? ¿Debían tener la ver­
dad y
el error los mismos derechos en la vida pública? Estos y
otros iuterrogantes recibieron distintas respuestas por
parte de
los católicos
... ». Esta es la única e,,:cepción a la tónica pedagó·
gica del libro.
La importancia de esta indefinición de preguntas abiertas es­
triba en que se trata del adversario presente de la fe y de la vida
cristianas: vencidos los totalitarismos fascistas, en crisis los totali­
tarismos comunistas,
la crisis moral del 'mundo libre' en el. que la
«sociedad del bienestar ha demostrado tener una sorprendente
ca­
pacidad de disolución del espíritu cristiano», como dice el propio
Orlandis, no es sino el último desarrollo del naturalismo antro-
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CULTIVANDO EL AMOR ./1 LA. INGLES!./!
pocéntrico liberal, ideología con la que la Iglesia en dos siglos
no ha conseguido nunca un momento de auténtica paz. Y la crisis
posconciliar interior
es un rebrote modernista; pero, ¿qué es éste
sino
la liberalización interna del cristianismo?
Liunentamos, por ello, que el profesor Orlandis se limite acer­
ca de este punto a exponer puriunente becbos ( 3 ), y no aprove­
cha la oportunidad de presentar a las claras la raíz liberal de
los males morales y sociales que denuncia en el último capítulo.
También notamos un
disúnto tratamiento de los católicos tra­
dicionales y los católicos liberales:
de los primeros no se cita nin­
gún .nombre propio, y su postura política se presenta como com­
prensible resultado de las recientes experiencias revolucionarias.
Aunque fueran derrotados, su amor sincero por la Iglesia defen­
diendo sus derechos con la pluma
y la sangre, y el haber estado
en los orígenes del catolicismo
social, pienso que merecerían que
al menos
se citaran nombres como los de Maistre, Panoso o
Veuillot,
y de colectivos como el carlista. Aparte de que la es­
cuela pamplonesa de Federico Suárez ha reclamado desde hace
tiempo
la distinción de unos tradicionalistas reformistas, recha­
zando ver en ellos meros continuadores
. acríticos del Antiguo
Régimen. Por contra, creo que
la trascendencia de los católicos libera­
les para hacerlos merecedores de referencia más extensa, estri­
baría en ver en ellos, bien los prolegómenos del
«Sillon» o del
modernismo -condenados también como Lammenais--, o bien
en proponerlos como precursores del
rumbo que todos los ca­
tólicos deberían adoptar, extremo que no me parece clarificado.
Exponer nuestra discrepancia con dicha suavidad del libro
respecto del liberalismo nos parecía necesario. Pero con
ello no
deseamos desmerecer todo lo dicho antes, porque si no militan­
te en el tratamiento del liberalismo están expuestos correcta­
mente los elementos de la cuestión. Además, esa crítica
nos per­
mite evitar que
el cúmulo de alabanzas que nos merece hiciera
poco creíble
el panegírico, cuando nuestra recomendación es el
de que se adquiera
y difunda, como libro fundamental para acer­
carse a la historia de la Iglesia y promover la adhesión a su rea­
lidad .divina y humana, sobre todo entre los jóvenes.
(3) Al hablar de la condena de Lammenais por la Mirari vos, apostilla
que. «el papa afirmaba'» que la igualdad de trato a todas las creencias-con4
duda al indiferentismo religioso, lo que podría: dar lugar a interpretarse
como que no tenía por qué ser así. ·
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