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Número 303-304

Serie XXXI

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Al final de la utopía

AL FINAL DE LA UTOPIA
POR
CONSUELO MARTÍNEZ-SICWNA y SEPÚLVEDA (*)
Literalmente «utopía» significa «lo que no está en
ningún lugar». Fue Tomás Moro, en su conocida obra,
el que adoptó por vez primera la expresión, en 1516,
para indicar el nombre de una isla, desconqcida y leja­
na, en que se realizarla la «mejor forma de república»,
caracterizada por la supresión de la propiedad privada
y por la pléna tolerahcia religiosa. Después el término
se us6 principalmente para designar cualquier represen­
t;ación ideal de un orden social, distinto del existente,
pero de difícil o imposible realización.
Desde Tomás Moro se entiende por «utopía» la descripción de
una sociedad que se supone perfecta en todos los sentidos, pero
que por ello mismo se sitúa
más allá de la realidad. Estaríamos,
pdr tanto, ante una sociedad ideal e inalcanzable, una sociedad
eomo punto de mira desde la que efectuar la crítica de la sociedad
existente
y desde la que proponer reformas que sólo podrían ser
llevadas a cabo en la propia sociedad utópica. En este sentido, las
utopías son revolucionarias. La utopía sería todo lo contrario de
una «Realpolitik», de una política realista. La sociedad utópica,
como sociedad ideal, no tiene en cuenta la realidad, una realidad
que, por
otra parte, no siempre se adapta al. modelo y que puede
ofrecer «resistencia» ..
El ideal utópico revolucionario puede también convertirse en
(*) CONSUELO MARTÍNEZ-SICLUNA y SEPÚ'LVEDA es Profesora Titular de
Derecho Natural y Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense
de Madrid.
Verbo, núm. 303-304 (1992), 313-332
Fundaci\363n Speiro

CONSUELO MARTINEZ-SICLUNA Y SEPUL VEDA
un ideal que se destruye a sí mismo, ya que una vez lograda la
sociedad perfecta, lo que hasta ese momento era itrealizable,
no
caben revoluciones ni reformas.
Un estado de espíritu es utópico cuando resulta incongruente
con el estado real
dentro del cual ocurre, es.decir, cuando se orien­
ta hacia objetos que
no existen en una situación real. Es evidente
que
no puede hablarse de utópico ante cualquier estado de espí­
ritu que
se · aparte de la realidad. Sólo puede designarse con el
nombre de «utopía» aquella orientación que trasciende
la reali­
dad, cuando, al pasar al plano de la práctica, tiende a destruir,
ya sea parcial o completamente, el orden de cosas existente en
determinada época. Cualquier
período histórico ha contenido ideas
que trascendían el orden existente, pero que no funcionaban pro­
piamente
como utopías, ya que se trataba más bien de ideologías
adecuadas a aquella etapa ge la existencia, ideologías integradas
armónicamente en
la concepción del mundo característica de esa
época. La transformación en utopía se produce por el hecho de
la crítica y del intento
de destrucción del orden prevalente en un
momento
dado. No se trata ya de una idea integrada de forma
orgánica en
la concepción de:! inundo existente, sino justamente
de demostrar la carencia de
sentido del orden de cdsas vigente y de
proceder a
su desaparición (Karl Mannheim, Ideología y utppia).
La sociedad perfecta se .tránsforma a su vez en el nuevo orden
in~taurado, en el estado de cosas al que hay que amoldarse y que
dada su
perfección exige una total sumisión en la que no cabe ni
la crítica ni la refórma. . ·
Si bien. el término de utopía, en un sentido tradicional, venía
a designar un proyecto
ittealizáble, ideal y abstrácto, y por tanto,
opuesto a las leyes
científicás, y de · ruú ·· precisamente el que el
marxismo calificase su socialismo dé «científico» en oposición al
«utópico» de siglos anteriores, y si bien la historia de los siglos
XIX y XX nos demuestra cómo tal proyecto llegó a ser realidad,
la experiencia socialista se corresponde con el molde utópico.
Como señala
Karl Matinheim en su conocida obra Ideolog!a y
utopía, el elemento utópico del socialismo representa no sólo un
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AL FINAL DE L.A UTOPJA
compromiso, sino también una nueva creación, basada en una
síntesis interior de las varias formas de utopía que han surgido
hasta
ahora. y que han luchado entre ellas en la sociedad.
La utopía socialista no sólo · intentaba manifestarse contra la
realidad, no sólo suponía un compromiso de lucha contra dicha
realidad, sino que trataba de representar la unión entre los pro­
yectos que hasta ese momento
habían sido irrealizables. La utopía
socialista, una vez alcanzada
la sociedad ideal y perfecta, no podía,
lógicamente, admitir la existencia de una realidad divergente
y
mucho menos la posibilidad de una reforma.
Queremos significar con ello lo que se hallaba al final de la
utopía socialista, lo que guardaba dentro de sí el ideal, la trampa
en que se desenvuelve
el proceso histórico que comienza en 1917,
y que todavía hdy no podemos .dar por zanjado definitivamente,
en Rusia.
La utopía .. marxistá.
En palabras de uno de los disidentes de la utopía socialista
soviética, el profesor
Alexandr Zinoviev -Catedrático de Lógica
de la Facultad de Filosofía de
la Universidad de Moscú y al que
en 1977 se le retiraron
todds sus títulos académicos ·y se le despo­
seyó de la cátedra-, en una conferenciá pronunciada en la Uni­
versidad Complutense de Madrid
en diciembre de 1979, el mar­
xismo encaja perfectamente
en los cánones de la utopía: «el
marxismo nació
no sólo como· una pretensión del conocimiento
científico de todo lo que ocurre en el mundo. Nació romo expre­
sión de los intereses y aspiraciones de las clases oprimidas de la
sociedad, cdmo. el sueño de un futuro radiante, del paraíso terres­
tre. Pero tales sueños por
su misma naturaleza no son científicos.
Precisamente desde el punto de vista de la ciencia son
utópicos,
Y la experiencia práctica de los países comunistas disipó cualquier
ilusión a este respecto. Las represiones masivas, el
b,ijo nivel de
vida de
la abrumadora mayoría de la población, la sujeción al lu­
gar de
trabajd y al domicilio, la enorme diferencia del nivel de
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CONSUELO MARTINEZ..SICLUNA Y SEPULVEDA
vida de las capas altas y bajas de la población, el aplastamiento
de cualquier disconformidad, la ausencia de libertades públicas,
el arnbismo, el soborno, el sistema de privilegios, el desgobietno,
el despilfarro en espectáculos dirigistas, el militarismo, etc. ¿Cómo
reacciona a todos estos
hechos el marxismo? El marxismo soviéti­
co, así
como el de otros países comunistas, lo que hace es sim­
plemente no reconocer estos hechos, considerando cualquier co­
mentario sobre ellos como calumnia del modo de vida soviético
(o de cualquier otro modo
de vida comunista)».
El socialismo soviético ha sido históricamente la
más viva en­
carnación del espíritu utópico. Su papel no se limitó a lograr el
desmoronamiento del orden precedente,
sino a suprimir cualquier
tipo
de realidad que entrase en conflicto con la sociedad perfecta.
Se convierte, de esta manera, en una situación permanente de
devastación. No hay un
más allá fuera del sistema, pero el propio
sistema asume
como úuica función la de mantener la desolación
a
su alrededor. El socialismo no sólo arrasó lo que hasta su lle­
gada existía, sino que se encargó de negar, día a día, hombre a
hombre, un camino situado fuera del caos, de la destrucción de
la que había nacido.
Su responsabilidad es tanto más grave cuanto
que
es una de las primeras utopías que abandona su carácter de
ideal inalcanzable y
se transforma en una realidad implacable y
terrible con el individuo.
La contradicción interna que encierra todo ideal utópico logra
su máxima expresión en la URSS, en el socialismo soviético que
no tiene
ningúlla duda a la hora de organrzar, fría y sistemática­
mente, la reconducción del individuo a los límites utópicos.
Así,
en un libro publicado en 1946, La herej!a del utopismo,
Semión L. Frank advertía la trampa mortal de la utopía socialista,
puesto que «mientras la idea sigue siendo un sueño,
como, por
ejemplo,
en las utopías de Platón, Campanella o Tomás Moro,
continúan ocultas
tanto su contradicción intetna como la falsedad
y las funestas .consecuencias de la propia aspiración. Sólo se des­
cubren en la práctica, cuando la idea se apodera de la voluntad
de
los hombres ; cuando se intenta realizar esta idea de acuerdo
con su propio contenido,
y para lograrlo se emplean medidas or-
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ganizativas internas ; cuando se pretende plasmat esta idea me­
diante la conducción obligatoria del comportamiento humano. En­
tonces queda al descubierto su demencia .moral
y la viciosidad de
la propia voluntad
organizativa a la que en un principio. guiaban
buenos impulsos.
En forma secularizada, esta herejía se encarnó
primero en el jacobinismo
y más tatde en el socialismo revolucio­
nario, que, en nuestros días, con
Ia faz del bolchevismo ruso, se
ha apoderado de la vida de un pueblo de muchos millones de se­
res. La utopía socialista ha obtenido así una verificación práctica,
irrefutablemente convincente».
La contradicción interna
de todo género utópico conduce al
despotismo. El utopismo
-según Semión L. Frank en su obra ya
citada-no puede entenderse sin considerar que su pretensión es
la de «salvat al mundo», es decir, acabat con el mal y lograr la
totalidad del bien a través de
la reforma del orden social o de la
reforma de
la organización de la vida .. La utopía se desenvuelve
por el camino del despotismo. Esta es la objeción que se le puede
formular al socialismo soviético. «Ninguna coacción, ninguna ley,
que siempre
es una orden o una prohibición, ni ningún castigo,
incluidos los
más severos, lograrán acabar medularmente con un
solo átomo de mal, ni dar vida a un solo átomo de bien».
El socialismo soviético no pudo sino
responder a las. condicio­
nes y a los
límites que le imponía su contradicción interna, tra­
tando de negar la simple posibilidad de una realidad al margen
de la experiencia utópica y al margen de un sistema sutgido del
desorden y mantenido en
.él, gracias a la paradoja del dirigismo
estatal. Subraya Semión L. Frank que «si por
socialismo se entiende
sólo la idea global de que, contra·
la explotación de los pobres por
los ricos, de los débiles por los fuertes o, en general, contra las
calamidades de la anarquía económica que emana de la
confron­
tación caótica de voluntades interesadas, son necesarias y moral­
mente obligatorias
Ias medidas estatales colectivas, se trata de una
idea legítima e indiscutible. Pero si por
so,clalismo se comprende
la idea de someter
toda la vida económica, todas las relaciones
sociales de los hombres
al poder del Estado, es decir, edificar toda
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CONSUELO MARTJNEZ-SJCLUNA Y SEPULVEDA
la vida socioecon6mica planificadamente, con la asistencia de la
coacción estatal, el socialismo degenera en
la idea del despotismo:
regenerar moralmente
la . vida con métodos de "garrote y tente
tieso". Olvida,
de este modo, que la vida no es una construcción
artificial, racional, sino
una creación orgánica, y también moral,
que se realiza
sólo dentro de la libettad, y que, por tanto, todo
aplastamiento de
la libertad paraliza la vida, y al mismo tiempo,
las fuerzas del bien, fuera de las
· cuales es imposible cualquier
perfeccionamiento
de la vida».
La maquinaria de la ·destrucción.
El proceso revolucionario que, entre febrero y octubre de 1917,
había llevado a
la liquidación del antiguo orden económico y po­
lítico se convierte, una vez. alcanzado el ideal de la sociedad pet­
fecta preconizada
por Marx, y al que precisamente algunos auto­
res, como Moritz Kaufmann (Utopías, Or Schenes of Social Im­
provement from Sir Thomas More to Karl Marx, 1879), ya habían
tachado de «utopía», en
un nuevo poder nacido del caos y que
pretende mantener
dicha situación con la intención de que las
condiciones que produjeron su advenimiento se transformen en
las condiciones petmanentes
de vida del individuo. «La paradoja
del utopismo
es que los movimientos utópicos siempre los ponen
en marcha individuos abnegados, que
arnan apasionadamente al
hombre y que están dispuestos a entregar su propia vida en be­
neficio de los demás. Estos individuos no sólo parecen santos, sino
que, efectivamente, comulgan, en cierta medida con la santidad,
aunque
de forma tergiversada. Poco a poco, sin embargo, á me­
dida precisamente que van acercándose a fa realización práctica
de la meta que más desean alcanzar, se convierten en seres poseí­
dos por las fuerzas diabólicas del mal, o ceden
erÍ último caso su
lugar a malvados y depravados, ávidos de poder,
y estos últimos
siempre son sus hérederos· naturales.
Así es la marcha paradójica
y fatídica de todas las revoluciones dirigidas por la idea utópica
de instaurar
un orden de vida absolutamente perfecto. En la mitad
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A.L FIN.AL-DE LA UTOPI.A
de este camino, entre la santidad y el sadismo, como si hubieta
encarnado
en si todo el paradójico satanismo de esta dialéctica
moral
se encuentra. el ,ti,po siniestro y misterioso, del asceta vir,
tuoso en su vida privada, del sanguinario Robespierre o Dzerdz­
hinski» (Semión L. Frank).
·
Todos fos proyectos utópicos vienen a olvidar en el camino,
en la estrategia por cónseguir el poder, su punto de partida, es
decir, lo que les ha conducido
·a concebir el orden histórico pre­
cedente
como un orden injusto, La utopía socialista no es una ex­
cepción en este sentido y responde al significado literal del térmi­
no: lo que no está en
ningún lugar, lo que no se halla en ninguna
parte porque
representa la nada y la máxima anulación del ser,
el anonadamiento del individuo gracias a
la perfecta maquinaria
del Estado.
Hay que tener en cuenta que el régimen socialista, desde su
primer momento, y en palabras de uno de sus
artífices, Lenin, no
podía ser otra cosa que un estallido de la .lucha de masas y des­
contentos de todo género. Un sistema nacido de tales pretensio­
nes y que por primera
vez en la historia de la humanidad -como
subrayaba su propia Constitución (1977}--creaba una sociedad
socialista, como
una etapa lógica en el camino hacia el comunismo.
Un régimen que surge
con la finalidad de lograr la utopía y que
se convierte de facto, en un régimen utópico, porque no cabe ima­
ginar en ningún· lugar tan implacable y. sistemática destrucción del
hombre como la que ha llevado a cabo durante décadas
el socia­
lismd soviético.
La ilegitimidad del
sistema.
La utopía socialista que germina en la URSS hace de la coac­
ción la ley que rige su existencia y que sostiene la ilegitimidad de
sus mandatos. ·
Para comprender la ilegitimidad del sistema soviético acudire­
mos a la relación entre el concepto de soberanía y el de legitimi­
dad. Como señala Martín
Kriele en su I ntroducci6n a la teorla del
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CONSUELO MARTINEZ-SICLUNA Y SEPULVEDA
Estado, el problema de la soberanía hace referencia a la fuerza de
imposición
del poder estatal; el problema de la legitimidad a su
justificación.
Ambas preguntas están íntimamente entrelazadas y
en rigor se trata de los dos lados de un mismo problema, pues la
fuerza de imposición
del poder estatal (la soberanía) sólo existe
mientras es justificada en términos generales, por lo menos por
los
miembros del aparato del Estado. Sin embargo, tal justificación
debe ser
algo más que un mero reconocimiento condicionado por
el terror,
y en el caso de los miembros del aparato del Estado
-como sucedía en el caso de la URSS--algo más que el intento
de sobrevivir en mejores condiciones que las que se establecían
para
el resto de la sociedad. Cuando se conmueve el fundamento
de la legitimidad del poder del Estado, surge la resistencia.pasiva
y activa, la negativa a obedecer las normas jurídicas, el sabotaje,
y finalmente la polarización total y la guerra civil, que desemboca
en el sometimiento de un bando por el otro, es decir, en el terror,
en
la guerra civil con métodos policiales. La soberanía del Estado
depende
de su legitimidad y la legitimidad fundamenta su sobe­
ranía. En este sentidd, el problema de la legitimidad es el lado
interno del problema de
la soberanía.
Si la soberanía es la fuerza de imposición del poder estatal y
la legitimidad la justificación de la misma, el régimen socialista
que surgió en 1917
se caracterizó, prácticamente desde el primer
momento
de la toma del poder, por su ilegitimidad, toda vez que
asume
como· función esencial del Estado la de su «reconocimien­
to», su «aceptación» por parte de los individuos.
Hay que tener en cuenta que en el lenguaje político actual, la
legitimidad
se entiende como el atributo del Estado que consiste
en la existencia
en una parte relevante de la población de un grado
de consenso tal que asegura
la obediencia sin que sea necesario
recurrir a la fuerza. Todo poder trata de ganarse el consenso,
transformando la obediencia en adhesión (sobre el tema,
vid. nues­
tro trabajo
Legalidad y legitimidad. La teoría del poder, Madrid,
1991
). La creencia en la legitimidad es el elemento integrante de
las relaciones de poder que se. desarrollan en el ámbito estatal.
Lá URSS trató de ganarse, sin· embargo, Ja adhesión a través del
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AL FINAL DE LA . UTOPIA
empleo de la fuerza. La utopía socialista supo comprender cla­
ramente desde el principio que supetados los acontecimientos que
dieron lugar a su acceso al poder,
en todo caso a través de una
revolución «popular» dirigida y
organizada, su mantenimiento y
su aceptación debían contar con ciertas medidas de presión no
extraordinarias, sino habituales. Así, Felix Dzerzhinski (1877-
1926) funda
el 7 de diciembre de 1917 la Cheka, de la que.será
su primer presidente.
La siguiente frase resume su pensamiento
y su actitud: «No creáis que me preocupa ninguna forma jurídica.
No tenemos necesidad de justicia, tenemos necesidad de lucha en
la que una
dure.za responda a otra. Deseo, mejor dicho, exijo, que
se forje una espada de la revolución, . capaz de aniquilar a todos
los contrJll'revoluciOnarios». La Cheka, cuyo nombre auténtico es
el de «Comisión Extraordinaria de todas las Rusias» (VCHK),
organización dedicada a la seguridad del Estado, tomó más adelan­
te
el nombre de KGB. A Dzerzhinski se le conOció oficialmente
en la
URSS con el sobrenombre de «El Caballero de la Revolu.
ción». Los .últimos sucesos de agosto de 1991,
no~ han mostrado
el odio con que los ciudadanos rusos han derribado su estatua, un
odio dirigido también hacia la
drganización que tan entusiástica­
mente
ha velado por el cumplimiento de su tarea fundamental, la
de impedir todo proyecto, no ya de resistenci;, sino de vida, den­
tro, incluso, del Leviathán estatal. Es necesario destacar que la
pena de muerte en la URSS fue implantada después de la revolu­
ción
socialista, nd como una fom¡a de castigo, sino como un medio
de terror masivo, como
instrumento de . exterminio en. masa de
los adversarios del sistema. . .
La represión.
La pena de muerte se implantó por una serie de actos legisla­
tivos que
concedían a los órganos. de represión facultades ilimita­
das. En los primeros meses de 1918, en
virtud del decreto-mani­
fiestd del Consejo de Comisarios del Pueblo titulado «La Patria
Socialista está en peligro»,
se otorgó a la Cheka el derecho a Is
represión directa de los enemigos. El 22 de febrero de 1918, la
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CONSUELO-MARTINEZ-SICLUNA Y SEPULVEDA.
Cheka anunci6 que serían fusilados en el mismo lugar del delito
todos los enemigos
del poder soviético, entre los que se incluía a
los «contrarrevolucionarios, espías, especuladores,. saqueadores,
bandidos, saboteadores y
demás parásitos». El 3 de junid de 1918
una resoluci6n proclama
el derecho a actuar sin ninguna limitaci6n
en
la selecci6n y aplicaci6n de las medidas de castigo, resoluci6n
ratificada
por la Comisión Ejecutiva Central de todas las Rusias
(VTSIK) el 17 de febrero
de 1919 y donde por vez primera se
utiliza el término
«campo de concentraci6n», prescribiendo el de­
recho
de la Cheka a encerrar en él a los delincuentes.
Un
afio más tarde, la misma Comisi6n Ejecutiva Central. de
todas las
Rusias (VTSIK) (17 de enero de 1920) aboli6 la pena
de muerte
temporalmente, pero a condici6n de que los enemigos
del
· poder soviéticd cesatan en su resistencia. Tal abolici6n fue
apenas una
formalidad en fa que ni el propio Lenin creía, como
lo demuestran las palabras que pronunci6 en la Cuarta Conferencia
de
fas Chekas (VCHK) regionales: «aunque por iniciativa del ca..
marada Dzerzhinski, después de la toma de Rostov, fue abolida
la pena
de muerte, figuraba una cláusula que daba a entender que
ndsotros en modo alguno
cerrábamos los ojos a la posibilidad de
restablecer
los fusilamientos. Para nosotros este problema se re­
suelve en función de las conveniencias. Se entiende que el poder
soviético
no vá a mantener l aconseje
la necesidad, y en este sentido, con la abolici6n de la pena
de muerte, el pdder soviético ha dado un paso que no ha dado
ningún poder democrático en ninguna repóblica burguesa».
No es posible señalar exactamente cuantas semanas eStuvo
abolida la pena de muerte, porque ya el 4 de mayo de 1920 se
aprob6 el Reglamento de los Tribunales de Guerra Revoluciona­
rios que concedía a estos órganos «derecho ilimitado en
la deter­
minaci6n de medidas represivas». La pena de muerte duró sin
interrupción hasta 194 7
en que se abolió por decreto de 26 de
mayo, coincidiendo justamente con unos momentos en los que la
URSS se situaba en el escenario de la política internacional y en
lds que no encontraba amenazas a su poder, poder que en todo
caso se reservaba los campos
de concentraci6n para el ejercicio
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AL FINAL DE LA UTOPIA
deherror. Nuevamente dicha abolición apenas duró tres años por­
que
el decreto de 12 de enero de 1950 supuso su reinstauración.
La pena de muerte y los campos de concentración han sido,
desde la
primera etapa del régimen, una pieza clave del sistema
sdviético,
un sistema que de esta forma no se plantea' la posibili­
dad
de un dilema -romo del que habla Alessandro Passerin D'En­
treves-'--entre un poder legítimo y la pura fuerza y opta decidida­
mente por
la ilegitimidad amparada en la destrucción. Si el Esta­
do, en términos generales, fuese un sistema organizado de sancio­
nes, si el derecho no fuese más que un conjunto de normas
relativas al usd de la fuerza, entonces el Estado socialista que se
creó en 1917 hubiera sido un Estado perfectamente legítimo. Pero
cualquier Estado, también en términos generales, pretende ser
algo más que un instrumento adaptado a la imposición de sancio­
nes y el Derecho, a su
vez, no puede conformarse con que sus
normas jurídicas plasmen el
uso de la fuerza, de manera que el
régimen soviético
carecía de legitimación, aunque sólo fuera a los
ojos de quienes
se velan obligados a vivir en él. Un poder tanto
más terrible cuanto que se consideraba competente en todas las
esferas de
la vida y cuanto que· el dirigismo estatal y su coactivi­
dad lograron permanecer, entre otras cosas, gracias a la ayuda
inestimable de
la pasividad o la indiferencia de los países occiden­
tales, empeñados en considerar la ilegitimidad y el despotismo de
la «utopía socialista» como un problema interno y el sufrimiento
de millones de seres anónimos
como un murmullo apagado; . que
de vez en cuando
se elevaba en figuras resonantes, perceptibles,
únicas en su individualidad, en un «yo»
real y vivo que luchaba
por no doblegarse ante el
«ndsotros» del socialismo soviético.
La utopía socialista, en la aparente Msqueda de la perfección;
da lugar a
un régimen, perfecto únicamente, en la implantación
del terror, a un régimen que no permite ni un solo resquicio de
aire a quien entona

un grito de libertad. Dostoyevski vaticiuó que
el comunismo en Rusia costaría cien millones de vidas humanas,
adelantando con ello el transfondo que encubría semejante proyec­
to político. Por eso,
el problema de la justificación, de la legiti­
midad,
es un problema que supera · loS niveles · de la discusión
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CONSUELO MARTINEZ-SICLUNA Y SEPULVEDA
teórica, es un problema que atañe a la petsona humana, y que
dando la razón al
gran escritor ruso se cobrará -simplemente en­
tre 1917 y
1959.,--ciento diez millones de individuos.
El
límite entre la utopía y la vida humana debe existir en algún
lugar, un. límite que no puede traspasarse y que no puede derri­
barse. Sin embargo, hay que recordar que Occidente
ha esgrimido
una justificación
para el proceso sufrido en la URSS: los aconte­
cimientos rusos desde 1917 eran la
contrapartida de lo que se ha­
bía producido
en Europa durante los siglos xvrn y :XIX. Rusia
vivía de esta manera la evolución que
no había tenido en aquella
etapa histórica. Rusia, atrasada durante siglos,
patecia haber dado
un salto adelante en ese camino hacia la perfección. La acritud
que Occidente ha mantenido ante el régimen soviético ha sido
la
de legitimarlo por la simple aceptación de los hechos. Una actitud
pragmática y cobarde, que
no ha tenido, sin embargo, en otros
casos, y ante la que se pueden exigir las mismas responsabilidades
que
al. propio sistema soviético. El mismo Ale:xandr Solzhenitsyn
lo decía
así en una intervención, polémica claro está, que mantuvo
ante
las cámaras de la BBC londinense el 26 de febrero de 1979:
«¿Por qué hombres que yacen aplastados en el mismo fondo de
la esclavitud encuentran fuerzas para levantarse y liberarse, pri­
mero con el
espíritu y luego con el cuerpo? De otro lado, ¿por
qué hombres que ondean en las cumbres de la libertad de repente
pierden el gusto
por ella, la voluntad de defenderla. y en fatídica
confusión empiezan casi a codiciar la esclavitud? ¿Por qué so­
ciedades a las que durante medio siglo aturden con la mentira
violenta, encuentran en su interior una .visi6n que brota del coraR
zón y del alma, para comprender la verdadera distribución de los
objetos y el sentido
de los acontecimientos? Y, sin embargo, ¿por
qué sociedades que tienen acceso a tod.a clase de información caen,
de repente, en
un ofuscamiento letárgicci de masas y en un auto­
engaño· voluntario?».
Estas palabras
de Solzhenitsyn nos muestran cual ha. sido la
realidad: la historia exterior
.del socialismo soviético no ha sido
la de un duelo con el capitalismo. Está hecha de relaciones con
Estados
nacioruil-socialistas, Estados autoritarios con economías ca-
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AL FINAL DE LA UTOPIA
pitalistas y democracias capitalistas o con economías liberales,
mixtas o socialdemócratas,
según señalan Jacques Lesourne y Ber­
nard Lecomte
(Después del comunismo, Madrid, 1991 ). El único
enemigo que ha tenido el socialismo soviético no se encontraba
fuera
de sus fronteras, sino dentro de ellas.
De la misma forma que se ha dicho, en referencia a los suce­
sos de agosto del pasado año, que el auténtico protagonista ha sido
el pueblo, porque por vez primera
en las imágenes que nos ofri,.
cían las cámaras de televisión aparecían seres reales, identificables
dentro de su anonimato, tendríamos que señalar que ése ha sido
también
el único enemigo, la única oposición, que durante 75 años
ha tenido la utopía socialista.
El fracaso del ideal utópico.
El resultado final
de su proyecto ha sido la pérdida de varias
batallas:
1)
En primer lugar, la batalla intelecrual. No solamente en
la Unión Soviética y ""e China, donde el marxismo se ha trans­
formado
en una doctrina incapaz de analizar las evoluciones con­
temporáneas y anquilosada
en un lenguaje desfasado y puramente
ideológico.
2) La segunda batalla perdida es la de la pretendida
«recupi,.
ración»
económica de occidente. En. 1960, Kruschev decía que,
para finales de siglo,
la renta media de un soviético habría iguala­
do a la de un norteamericano. El fracaso económico de la URSS es
de todos bien conocido. Las economías socialistas buscan el cami·
no de la eficacia occidental, sin que por otra. parte hayan conse­
guido encontrar la fórmula para
dar el salto hacia la transición.
3) La tercera batalla perdida· es una de las más importantes
porque ha supuesto, a su vez,
el fracaso del socialismo en el marco
de la influencia política
y su cuestionamiento en el de la influencia
militar. Esta batalla, la
de los corazones -'como en acertada frase
establecen los autores franceses Jacques Lesoume y Bemard Le-
325
Fundaci\363n Speiro

CONSUELO MARTINEZ..SICLUNA Y SEPULVEDA
eomte, respectivamente diJ;ector de Le Monde y especialista en
temas
eje! Este de L'Express-ha sido librada en el interior de
las fronteras que
tan .tenazmente había. ·conseguido levantar el ré­
gimen. La necesidad que ha tenido este régimen de intervenir en
ciertas ocasiones nos demuestra que
la adhesión al misn,o se fun.
daba en el poder militar del ejército Rojo, en la Cheka y después
KGB, en la fuerza coaccionadora del Archipiélago
Gulag y en el
horror. La intervención en Berlín Este. en 1953, el aplastamiento
de
la revolución húngara en 1956, el estrangulamiento mavera de Praga en 1968 y la proscripción de Solidaridad en
Po­
lonia en 1981, y al mismo tiempo el sufrimiento constante, habi­
tual de millones de seres y la pérdida de otros tantos, han sido
batallas que el socialismo
ha librado exclusivamente con el hom­
bre, ante el asombro, si no la indiferencia más absoluta, o lo que
es peor, el respaldo ideológico de Occidente.
Esas intervenciones
han tenido años después una suerte bien
distinta: en Polonia, ya desde hace años, existe un contrapoder de
masas, una élite de cambio y un premio Nobel de la Paz llamado
Lech Walesa,
pese a los últimos reveses sufridos; en Hungría, la
situación ha sido la de explotar discretamente los márgenes auto­
rizados por la
perestt<>ika; en la RDA, las grandes .manifestacio­
nes
<;amienzan desde que se hace menos creíble la intervención del
ejército sovíético y
culmin~ con la caída del muro, símbolo de la
represión,
y con la unidad alemana; en Checoslovaquia, los pra­
guenses, dado el coste de su Primavera,
nd se atreverán a salir a
la calle
más que uná vez derribado el muro alemán ; en Bulgaria,
la población no desempeñará ningún papel en
la caída de Jivkov
y no aparecerá en. escena sino al cabo de semanas; en Rumanía,
los civiles
se levantarán después de la matanza de Timisoara, sin
que el proceso posterior haya conseguido la liberación del pueblo ;
en la
URSS los últimos acontecimientos ponen de relieve que, en
cualquier caso, no cabe marcha atrás
y que Occidente no puede
permanecer impasible.
Todos estos sucesos no son
m,fa que el último detonante de
una batalla librada por el hombre.
La apariencia de adhesión por
parte de
la población. -en realidad, el simple instinto de conser-
326
Fundaci\363n Speiro

AL FINAL DE LA. UTOPIA.
vación+-no encubría más que la 'existencia de una lucha desigual
con
el Estado y de faque .se tenía conocimiento, de vez en .cuando,
por quienes
supetaban. el terror y la apatía y marcaban el camino
de la disidencia. Esa lucha se reveló en los movimientos de ma­
sas de Dresde, Leipzig, Sofía, , Praga, Bucarest, Vilna, Eriván,
Bakú, · etc. Supimos entonces que la utopía ,socialista hacia mucho
que no
tenía sentido, que no estaba legitimada ni siquiera para
los mismos .dirigentes que continuaban
,exhibiendo el cadáver de
su ideología.
En esa batalla no se puede desdeñar el papel que ha
tenido Juan Pablo
II y con él la Iglesia Católica como único so­
porte con el que ha contado el pueblo, aislado frente a un poder
absoluto como el del socialismo soviético,
un ¡,iipel tanto más im­
portante cuanto que
estaríamos realmente ante. un nuevo fracaso
por
parte de ese régimen, toda vez que se ha educado a generado,
nes enteras en el desconocimiento del fin espiritual que incumbe
a la criatura r11cional. Sin embargo, el panteísmo estatal no logró
jamás apagar el hálito de religiosidad que subyace en el hombre,
al tiempo que
la llegada al V11ticano de un nuevo Pontífice, de
un Papa procedente del Este y por tanto sabedor del auténtico
significado del sovietismo,, did '. un nu~o impulso a los movimien-
tos
q11e todávía. se mantenían. ·
Cabría decir que el ~factor religiosp» ha sido ""ª más. , de las
causas que han contnbuido a que se llegase
al final que . estamos
analizando.
Las denuJ;>cias y la persecución que. la Iglesia había te¡tldo que
sufrir durapte más de 60 años, encontraron en, Juan Pablo n ,una
vdz que se alzó c:larallleJlte frente a la apatía generalizada .con que
esa lucha había sido contemplada en
determinados círculos. La
yoz del.Vaticano coin.cidía esta vez, y éste ha sido y debe seguir
siendo su camino, con las
VOC tener, pese a todo, no, sólo su condición de hombres, sino algo que
es esencial a ella, su dignidad personal, supetior a cualquier poder
material, porque proviene ,directamente de Dios.
Si Juan Pablo II no hubiese·. Ul].Ído su mano a la de quienes
sólo
han tenido el firme asidet!> de la. fe dutante tantos años, tal
vez ese final que hoy
contemplamos no se hubiese producido.
327
Fundaci\363n Speiro

CONSUELO MARTINEZ-SICLUNA Y SEPULYEDA
Una vez más las palabras de Solzhenitsyn nos parecen profé­
ticas: «.
.. no se puede menos de considerar símbolo de nuestro
tiempo al nuevo Papa. Es
... , es, faltan las palabras, es un regalo
de
Dios» (entrevista para la BBC, el 3 de febrero de 1979).
La influencia política de la URSS se ha reducido, gracias a esos
movimientos y
a las derrotas mencionadas,
por primera vez desde
1945.
Los gobiernos del Este de Europa han ido cayendo uno traS
otro y la federación de la Unión Soviética atraviesa por unos mo­
mentos en los que peligra su propia existencia.
La influencia militar, por su parte, aunque aún es pronto para
dar una conclusión, parece haber desparecido, toda vez que el
Ejército Rojo ha
idd abandonando su papel de sostenedor del ré­
gimen, pese a que desconocemos cuál era su función exacta en los
sucesos de agosto.
El h alance final.
Pero nos parece mucho más importante que toda esa pérdida
de influencias, el que Occidente parece haber despertado a la reali­
dad y ha tenido constancia del enfrentamiento entre el Estado y
el pueblo, un enfrentamiento cuyo resultado escalofriante conlleva
un genocidio sistemático,· una cifra que sólo --como ya hablamos
mencionado anteriormente-en el períodd comprendido entre
1917
y 1959, llega a la destrucción de cien millones de personas
( del período posterior, dada la sofisticación de las medidas repre­
sivas, como los «sanatorios mentales», es prácticamente imposible
elevar
un cálculo aproximadd). Esta· cifra que a algunos puede pa­
recer exagerada sólo se refiere, sin embargo, a
la Unión Soviética.
Existe además
una abundante investigación sobre el tema: el
profesor Kurganov, ex
profesor de Estadística· y Demografía de la
Universidad de Leningrado, señaló, en
el diario para los disidentes
rusos
Novoie Russkoie Slovo, el 14-IV-1964, lo que le habla cos­
tado al pueblo ruso la
utopía socialista hasta 1959, mediante un
estudio comparado de las estadísticas oficiales soviéticas. El pro­
fesor Kurganov
presenta as! las que define como «las tres cifras»
de seres humanos masacrados por el sistema:
328
Fundaci\363n Speiro

AL FINAL DE LA· UTOPIA
a) En primer lugar, la población de Rusia en 1917, en sus
fronteras anteriores al 17 de septiembre de 1939
era de 143'5 mi·
llones de personas.
b) El crecimiento natural de la población entre 1918 y 1939
.,-y utilizando. el coeficiente de . crecimiento que oficialmente con­
sideraba
el sistema.;,, su GOSPLAN (Plan de Estado), coeficiente
de 1 '7, pasado ya el período de prosperidad de la NEP el~ 1926~
debía ser normalmente de 64'4 millones de personas.
e) El crecimiento automático de la ¡,oblación en 1940, con
la incorporación de nuevos territorios a la URSS,
fu.e de 20'1 mi­
llones.
d) El crecimiento natural de la · población, entre los años
1940-1959,
en las fronteras actuales, debía ser normalmente de
91 '5 millones.
e) Consecuentemente la población global, en 1959 y en tales
fronteras, debía
.h"1>er llegado a los 319'5 millones, mientras que
en ,realidad y según el censo de 1959 sólo era de 208'8 millones.
f) Las pérdidas globales de población son de 110'7 millones.
Por lo tanto, la población de la URSS, repetimos que en el perfo;
do comprendido hasta 1959, y

a consecuencia
de los acontecimien­
tos que en ella han tenido lugar durante tal etapa histórica, ha
sido de ciento diez millones de vidas humanas.
·
En la propia Unión Soviética esas pétdidas se explicaron por
las acciones
de guerra. Stalin evaluó el número de muertos en la
Segunda Guerra Mundial en siete millones. En las· estaclísticas
norteamericanas se mencionan T5 millones de hombres como ·e1
número de víctimas de guerra. Kruschev dio su cifra declarando
que
«lbs militaristas alemanes desataron la guerra conttá la URSS
que
costó la vida a 20 millones de ciudadanos soviéticos» (Mezb
durnarodndia Zbizn, Moscú, 1961, núm. 12). · · ·
En realidad, las pérdidas en vidas humanas durante la Segunda
Guerra Mundial fueron más importantes; Las cifras son: las si,
guientes:
·
J29···
Fundaci\363n Speiro

CONSUELO MARTJNEZ..SICLUNA. Y SEPULVEDA
a) La poblaci6n de la URSS, al comienzo de la guerra, era
de 197'1 millones.
b) El crecimiento natural de la poblaci6n, de 1941 a 1945,
fue de 15'4 millones.
e) Para COlllienz.os del año 1946, la pi,blaci6n de la URSS
debería· de haber alcanzado los 212'5. millones, mientras que tan
s6lo llegaba a los 168'5
millo,;,es.
Esto quiere decir que las pérdidas de vidas humanas relacio­
nadas con la guerra fueron de 44 millones, cifra que. incluye a los
muertos en el frente o a consecuencia de las heridas recibidas, los
muertos·
civiles en la retaguardia por los bombardeos, el hambre
y la ocupación militar; los
caídos en territorio enemigo -en los
campos de concentración y en los campos de
trabajo-.; las pérdi­
das causadas por la emigraci6n
y el no regreso de los refugiados ;
y naturalmente, las pérdidas· a causa del· descenso de natalidad du­
rante el período de guerra. La suma total arroja ·la cifra de 44 mi­
llones. La población en la URSS durante la Segunda Guerra Mun­
dial perdió todo .su crecimiento natural(15'4 millones) y, además,
28'6 millones, o sea,
el 14'5. % de su población de antes. de la
guerra.
Como vemos por las cifras señaladas, los muertos a causa de
la II Guerra Mundial· fueron muchos . más de los reconocidos . por
el propio régimen. Cabría preguntarse
po'r qué. A la dictadura del
Partido
Comunista, y hasta la década de los 60, le queda la res­
poosabilidad sobre los 66 '7 millones de
mqertos restantes.
Solzheuitsyn daba ya
cuenta de la veracidad de esta fría esta­
dística en
un articulo publicado en 197 3 (La paz y .la violencia) y
posteriormente, en 1979, en una de sus Í)ltervenciones ante la
BBC (el 3 de febrero de 1979) haciendo recaer fa responsabilidad
de tal masacre conjuntamente en .el sistema ·représivo soviético y
en la ignorancia occidental. Citamos sus palabras: «La brillante
ciencia occidental
no ha sabido nada durante 5.5 años de la exis­
tencia
del Gulag, no sospechaba su magnitud, no ·qceía que existiera.
Así,
los comunistas proclamaron la resistencia del pueblo contra
}30
Fundaci\363n Speiro

AL FINAL DE LA UTOPJA
ellos como bandidaje y la ciencia lo consideró bandidaje esporádi­
co, ignorando por completo
la resistencia real del pueblo a los
comunistas».
La resistencia del pueblo, auténtico protagonista de la histotia,
demostró que el «utopismo no sólo no alcanzó en la práctica el
fin programado, no sólo no logró nunca realizar un orden social
que
concede la ~ección moral de la vida, sino que en el camino
hacia su realización ha llevado a resultados directamente opuestos:
en vez del buscado reino del bien y de la justicia, desemboca en
el
imperio de la mentira, la violencia y la maldad. En vez de la
deseada liberación de
la vida humana de los sufrimientos, acaba
multiplicándolos infinitamente» (Semión
L. Frank).
Lo
más facil es considerar que el fracaso del régimen socialista
es un fracaso ante todo económico, pero recordemos el coste hu­
mano de un régimen sostenido principalmente gracias
al terror. La
utopía ha sido perfecta exclusivamente en la devastación. Como
dijo Solzhenitsyn
--en otra de sus intervenciones ante la BBC, el
2.6 de febrero de 1979-, «en algún lugar se encuentra el límite
en
el que la inercia de las "ideas de vanguardia" y la "aurora de
de la nueva vid.a" se transforma en hipocresía consciente y pre­
meditada».
El problema radica en que esta «aurora de la nueva vida» pue­
da ser engañada con falsas promesas. El peligro por
el que se
atraviesa no es menos desdeñable que el sufrimiento que ha traído
la existencia del sovietismo. La conversi6n a los «valores» impor­
tados de Occidente parece tan rápida como desprovista de senti­
do. Cabe preguntarse
si no se producirá la sustitución de un tota­
litarismo por otro.
Rusia
y los países que formaban la antigua URSS corren el
riesgo de ser el nuevo campo de experimentación de teorías que
nada tienen que ver
con el hombre, que ya han demostrado en
otros países su rostro,
el intento de construir un «paraíso artifi­
cial», un poder que sólo se justifica por el respeto de una legali­
dad formal, olvidando
la adecuación de ese poder al orden natural,
y su consiguiente instrumentalización, como vehículo a través del
cual consagrar la garantía de
los principios naturales.
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CONSUELO MARTINEZ.SICLUNA Y SEPULVEDA
La utopía socialista ha tenido un final sin gloria -'-Un final
lento puesto que todavía no puede datse definitivamente por con­
cluido-, un final en el que se encuentra lo que debía haber sido
su principio:
la intervención del pueblo eligiendo y luchando, no
por una idea, sino por su vida.
Que sirvan esta últimas palabras
de homenaje al único enemigo que ha tenido históricamente el
socialismo soviético:
« ... El héroe no es el ciudadano obediente y
cumplidor de su deber. Sólo puede ser heroico el individuo que
ha confiado su
destino a su "sentido propiÓ", a su individualismo
noble
y natural» (Hermann Hesse ).
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