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Número 303-304

Serie XXXI

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Estética e Iglesia

ESTETICA E IGLESIA
POR
FEDERICO F .. DE BuJÁN
El amór es el motor de la Historia. Aunque a veces la Historill
deba explicarse a través del desamor. Por amor se ha hecho todo
lo bueno que en este mundo ha sido. Fue el desamor quien ha
propiciado que el mal también acampe en nuestra tierra. El· hom­
bre se mueve a impulsos del amor.. . a veées del desamor. A im­
pulsos de su
coraz6n de carne, puro y generosó ... o bajo el pre­
sagid de su corazón
de piedra, perverso y sóberbio. Todo lo bue­
no -y lo malo,:.... del hombre, s.ale de su corazón. Del fondo de
su
corazón, de lo íntimo de su ser, de lo más recóndito, oculto y
reservado. De su corazón inexpugnable que ningún detector puede
penetrar.
Del corazón, uno, pleno, integral, absoluto, .sin esquizo­
frenias
ni doble,,, del corazón que no engaña ni tampoco se .deja
engañar.
Del' corazón -allí donde todo es veraz,-, sale el verdadero
pensar
y sentir ... también de allí sale el hacer y actuar. Y, así,
el cariño verdadero, .ese que sale del corazón sincero, necesita
ex­
presar sus sentimientos y dar forma material a sus afectos. De
esta forma y por esta causa, a veces el .amor necesita manifestarse
a través de
lo más bello. Porque la belle,,a puede ser un reflejo,
aunque pálido,
de.la bondad. También la belle2a es una manera
de expresar
la verdad. Con la belle2a intentamos -los pobres hom­
bres, siempre tan necesitados
de signos externos-expresar nuesc
tro amor, que él para nosotrOs es la bondad y la verdad. Y, así,
con
un regalo precioso y bello, también valioso, manifestamos lo
mucho que queremos
y lo grande que es nuestro amor. Si así nos
comportamos
en el amor humano, ¿es distinto en el amor de Dios?
Verbo, núm. 303-304 (1992), 333-337 333
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¿Es que tenemos dds corazones diferentes, según quien sea el su­
jeto de nuestro amor?
Durante siglos el hombre intentó presentar a su Dios las más
sublimes creaciones del ingenio. Era el amor que rendía culto a
Dios. Era el amor que tendía al Amor. Era
el amor amando al
Amor. La creación ofrecida al Creador. La más bella expresión
corporal era dfrecida, como humilde presente, a la Bondad y a la
Verdad plenas. Y surgen pueblos, naciones, siglos
y épocas, que
consagran
lo mejor de cada uno, a ofrendat al Señor de todo lo
creado,
las obras recreadas por los hombres. Y se alzan catedrales,
colegiatas, iglesias, capillas, monasterios,
abadías y conventos ... ,
con sus fachadas,
pórticos, bóvedas, claustros, columnas, pilares,
capiteles
y retablos ... , que son, en m:efable expresión artística -ex­
presión corpórea-la manifestación de. la fe y la vivencia espiri­
tual de quienes fueron sus
mentores y artistas. Y todo el arte y
la creaci6n humana, arquitectónica, escultórica, pictórica, musical
y literaria ... , quiso adorar ."1 Creador.
Sin
embargo, esta explosión generosa de esfuerzo e ingenio es
indudable que no está presente, al menos en la misma medida, en
nuestros días. ¿Es que nuestro tiempo lo
preside el desamor?
¿Es que el amor del
homl,re no tiene hoy como sujeto al Amor?
¿O es que· nuestro mundo no siente, como -en otros tiempos, la
necesidad de expresar a Dios su amor a través de lo helio, por
entender que no es ésta la más pura ni acabada expresión de su
amor? Creo que la carencia estética en las manifestaciones religio­
sas actuales tiene dis.tintas causas, qui2á complementarias, por lo
que no
debe caerse en un equivocado reduccionismo puntual.
En primer lugar, es bien cierto que el mundo, desde hace si­
glos, viene sufriendo un proceso progresivo de pérdida del sen­
tidd trascendente
de la Historia. El hombre camina en sentido
horizontal
y en la vida social Dios · está menos presente que en
épocas pretéritas. Ello ha dado lugar a que el sentimiento religio­
so haya decaído como fuente de inspiración de los artistas. Pero
aun antes
de esta actual carencia, el .carácter secular de nuesrro
mundo, ha producido también la desvirtuación del incalculable
tesoro artístico con -representación sacra, que las generaciones pre-
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cedentes nos han transmitido con el mandato ineludible de q1.1e
seamos meros detentadores dw-ante n1.1estra existencia y fieles. trans·
misores a s1.1 término. No sólo se ha alterado, sino, incl1.JSO, a ve­
ces, traicionado el fin para el q1.1e estas manifestaciones artísticas
foeron·
cocebidas y creadas.
Tomando
como ejemplo, qwzá paradigmático, las catedrales es­
pecialmente representativas; es · ind1.1dable q1.1e s1.1 destino actwd,
comd rugar
de interés artístico y centro de atracción nirística, dista
11mcho del fm origmario para el q1.1e se construyeron, como luga­
res de culto, oración y
recogi¡niento. Con pasmosa naturalidad se
sustrae,
retira, esconde y casi oculta, la presencia en estos. templos
de su exclusivd Señor, para convertir -mejor reconvertir-su
destino en «museos» por los que sus visitantes discurren, incluso
sin las
eleme11tales limitaciones y cautelas. que se exigen en sus
homólogos profanos.
Las naves, altares y capillas se
transforman., así, en pasillos
de tránsito, por los que masas ávidas
de contemplación artística
buscan el sosiego de su espíritu, en la · apresurada visión de esas
creaciones, sin pararse, siquiera un instante, a considerar la· causa
y razón de ser de todo lo que admirall y contemplan. Al tiempo,
en
una peq1.1eña y a veces triste; pobre y lúgubre capilla-la «Ca­
pilla del Santísimo», se rotula~, se refugia Aquel q1.1e es su ex­
clusivo· Señor y aquellos que entran a adorar a Dios en su Casa.
Y esto no
ocurre sólo en lo arquitectónico, .si110 que es pauta co­
rriente y práctica generalizada y extensiva a otras manifestaciones
del arte· sacro.
Se hace preciso, pues, preguntarle a nuestro mundo: ¿Para
quién se
c011Struyeron las catedrales? ¿Para quién se realizaron los
altares
mayores? ¿Para quién las capillas absidales? ¿Para quién
fueron talladas y esculpidas las imágenes? ¿Para
quié11 los frescos
o
los lienzos? ¿A quién representan d imagman? ¿Para quiéll las
pátenas y los cálices? ¿Para quién se labraron y bordaron las ricas
casullas? ¿Para quién las preciosas custodias? ¿A qué fin se es­
forzaron los maestros orfebres? ¿Para quién, en fin, los valiosos
sagrarios?
...
Y aunque resulte inconcebible formular y dar sentido interro-
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gante a ·estas preguntas, lo cierto es. que 111 realidad, en muchos
casos, quiere desconocer su respuesta.
Parece, pues, que hoy el
amor a Dios no se cóncibe como motor de la Historia. Y el hom­
bre, perdido en parte .el sentido trascendente, busca refugio en
otros valores del
espíritu que puedan llenar ese vacío irrellenable.
Y de tanto
buscar y .buscar,, de: t$I)to buS<;at y marearse, .el hom­
bre encuentra y
convierte. al hombre en el eje y centro de la His­
toria. Y este nuevo sentimiento. invade a
los. artistas. «Lo hecho
por el hdtnbre para el hombre es», parece ·Set la máxima en el
.arte de este. ~nuevo» antropocentrismo cultural que, en un eterno
retorno,. vuelve a convertir al
hombre. en medida, causa y razón
de ser
de todas las cosas.
Y así, salvo excepciones, los museos de arte se llenan
de obras
en
las que lo bueno y lo bello comienza y acaba en el hombre,
sujeto, dueño y señor
de todo lo creado. Pero junto a este huma­
nismo, a
veces racionalista y a .veces romántico, que explica el des­
censo cuantitativo :del arte sacro, se hace preciso buscar también
una causa al descenso cualitativo · del sentido . estético en las esca­
sas manifestaciones artístico-religiosas de nuestros días.
En una primera aproximación, quizá haya que encontrar una
causa reconducible a la pérdida general. de sentido
estéti<:9 en el
arte
contemporáneo, al menos en muchas de sus manifestaciones.
Como una campana
de Gauss, rebasado ya su punto de inflexión,
la sublimidad del arte desciende, no pudiendo mantener indefini­
damente
el cénit alcanzado. Sin .embargo, com;ibiendo nuevas for­
mas, el artista de hoy, como el de todos los tiempos, mantiene su
tensión. creativa, expresando a. través de ella su incansable espí­
.ritu de búsqueda y el valor pepnan~te inacabado de la .creación
artística. Ahora bien, es evidente el profundo cambio en los cá­
nones de lo bello, que los artistas contemporáneos tienen en re:­
lación con sus predecesores. :EI arte moderno, y .más el llamado
.vanguardista, busca a .veces: lo bello, .sin que ese--sentimiento es~
tético llegue, en muchos casos, más allá de la propia percepción
del autor y de algunos
expertos e iniciados. Y nuestro hombre
contemporáneo, que cada día valora más y aprecia toda represen­
tación artística, se siente ajeno, distante
y extraño ante la belleza
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-para él irreconocible:--, que intentan expresar movmuentos y
escuelas vanguardistas.
Lo moderno y lo postmodemo se sitúa,
así, en las antípodas de cualquier parámetro
de lo bello, con el
cual queremos contrastarlo.
Pues bien, creo que de estos rasgos generales participa tam­
bién el escaso arte sacro de nuestros días. Ahondando un poco
más e intentando encontrar
una causa más profunda, al tiempo
que más específica,
quizá pueda afirmarse que el creyente, el ar­
tista y también la misma Iglesia, han querido, en nuestros días,
romper con la tendencia solemne, majestuosa, ritual
y grandio­
so
... , y buscar una expresión a la par más sencilla y humilde, más
auténtica
y pobre ... ; en suma, más evangélica.
I'ero,
a pesar de las buenas. intenciones, mé cuesta creer que
los propósitos buscados se hayan alcanzado. Volviendo de nuevo
a ejemplificar
-como forma de expresar gráficamente una idea-,
me resulta descórazonadOr coIIJ.probar cóilo, en· oéasiones, se uti­
lizan para celebrar la Santa. Misa y consagrar -en definitiva, para
«posar»
el Sacratísimo Cuerpo y Sangre, de Cristo-. vasós sagra­
dos de escaso o nulo valor artístico
y económico: de barro, cerá­
mica o metales no preciosos; mientras que se amontonan, orde­
nados por estilos y épocas, en cuidadas y protegidas vitrinas, va­
liosas patenas
y cálices, en su condición de piezas de arte pertene­
cientes a
Jos . museos catedralicios.
Decía un autor espiritual ~orado:' «I'ara El, si~pre lo
mejor. La Iglesia limpia. Los corporales bien plancliados. La pa­
tena de buen metal. La Madre Inmaculada» (José María
Cabode­
villa, Señora Nuestra, BAC, Madrid, 1963, pág. 12). Quizá, por
un bien intencionado ·despropósito, hemos dejádo solamente -no
nos hubiera permitido tocarla-a la Madre Inmaculada.
Parece que hoy el mundo
ha disociádo, en su forma cÍe mani­
festar el cariño,
el amor humano y el amor a Dios. Y aplica a
esos amores dos pesas
y dos medidas. Y a Dios. le ha tocado la
peor parte,
la medida más pobre. Sin embargo, a pesar nuestro y
a pesar del poco aprecio que hoy sentimos
y expresamos· por ·esa
presencia física,
real y tangible, del Dios verdadero en las espe­
cies consagradas,
El sigue ahí.
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