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Número 307-308

Serie XXXI

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La democracia y sus historias

LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
POR
JuAN ANTONIO Wmow (*)
Es verdad que, lo mismo que cuando hablamos de la política,
al mencionar la democracia estamos hablando en griego. Estas
palabras tienen una fuente y, a partir de ella, una historia. Sin
embargo, nos
engañaríamos si pensáramos que ellas -y en par­
ticular la segunda, demokratía-han significado los mismos con·
ceptos y se han referido a las mismas realidades. Es una historia,
por consiguiente, que si bien conserva
su unidad desde el punto
de vista filológico, se convierte en realidad en varias historia~, en
gran medida independientes entre sí.
Si intentamos trazar una línea histórica que comprenda, de
algún modo, las alteraciones sufridas por el
significado de la pa·
labra democracia, nos sorprende comprobar la magnitud de las
transformaciones
de lo que por ella se ha entendido desde los
siglos
VI o v antes de Cristo hasta nuestros días. En una compa·
ración entre su versión moderna y la de los helenos, llama la
atención la casi total ausencia
de elementos comunes. Algunos de
éstos existen, pero son accidentales o accesorios ; consisten sólo
en aspectos externos
-la existencia de asambleas, las votaciones,
etc.-, de dos regímenes que se fundan en principios esencial­
mente diversos.
Con todo, el uso de un mismo término, a lo largo de veinti­
cinco siglos, no es algo casual. Si es un término equívoco, no lo
(*} Publicamos, con mucho gusto, el texto de la· intervención de nues~
tro ilustre colaborador y querido amigo, el catedrático chileno Juan Antonio
Widow, en el Coloquio de Eferding (Austria) de 1991. Se lo agradecemos
muy sinceramente, así como
al Príncipe Enrique Starhemberg, organizador
del Coloquio.
Verbo, núm. 307-308 (1992), 769-801 769
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ha sido, por lo menos en la intención de quienes lo han usado,
de aquellos a los cuales
los lógicos han clasificado como equívo­
cos a casu. La democracia griega, o más bien sus idealizaciones,
ha actuado como un paradigma obligado, como el ejemplar al cual
deben de alguna manera.
imitar, Y-perfeccionar, las democracias
posteriores,
y, sobre todo, las de los dos últimos siglos.
Es esta intención
de unidad, de fidelidad al origen, junto a
la comprobación de las mutaciones radicales,
lo que hace necesario
establecer una «historia de las variaciones», examinar cuáles han
sido los quiebros
más importantes de una línea que por muchos
se pretende uniforme. Pues detrás del cambio del concepto hay
un cambio en las actitudes vitales referentes a la política, a sus
fines, a sus raíces
y a sus formas. Es no sólo la visión del régimen
democrático la que ha sido afectada por distorsiones que se han
sumado unas a otras, sino también la de la sociedad política. Es
el mismo concepto de polis, y de lo que éste para los griegos
comprendía y suponía,
lo que ha

padecido las mutaciones
más
profundas. ·. ·
I
La polis fue en su origen la empalizada que, rodeando· una
collna, daba a los habitantes de las aldeas vecinas refugio contra
los.enemigos y posibilidad.de defenderse, es.decir, de subsistir
y
de permanecer. Dicha colina -que posteriormente se identifica
como la acrópolis-domina un territorio que se halla claramente
circunscrito, en la
geografía de la Hélade, por límites que están
siempre al alcance de la vista.
Reunión de aldeas, con el objeto de asegurarse ciertos bienes
esenciales
y permanentes que ninguna de ellas puede, indepen­
dientemente de las demás, alcanzar: aquí está, en su germen pri­
mitivo, la sustancia de la
polis. El nombre que designaba el con­
tinente -la empalizada o muro rudimentario-pasa a significar
el contenido: la reunión de aldeas. Así la describe Aristóteles:
«La comunidad perfecta de varias aldeas
es la ciudad (polis), que
tiene, por así decirlo,
el extremo de toda suficiencia, y que surgió
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por causa de las necesidades de la vida, pero existe ahora para
vivir bien» (1).
Lo que primeramente era .la necesidad de sobrevivir, se trans­
forma, como elemento de cohesiQn, en la. conveniencia de vivir
bien. Un vivir bien que como tal está definido por la naturaleza
humana, y que
es muy diferente de aquello a Jo que el instinto
impulsa a los
animales gregarios: «Es, pues, manifiesto -sigue
diciendo Aristóteles-que la polis es algo natural, y que el hom­
bre
es por naturaleza un animal político, y que el apolítico por
naturaleza y no por azar o
es mal hombre o es más que hombre ...
La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier
animal gregario, un animal político es evidente: ... el hombre es
el único animal que tiene palabra ... La palabra es para manifes­
tar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo
del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo,
el sen­
tido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto ; y la comunidad
de estas cosas
es lo que constituye la casa y la polis. . . P~rque
así como el hombre perfecto es el mejor de los animales, apartado
de
la ley y de la justicia es el peor de todos. . . Sin virtud, es el
más impío y
salvaje de los animales, y el más lascivo y glotón.
La justicia, en cambio, es algo de la polis, ya que la justicia· es
el orden de la comunidad política, y consiste en el discernimiento
de lo que
es justo» (2).
La sociedad política, por consiguiente, es algo que responde
a
la índole propia de los hombres, a quienes da la posibilidad
efectiva de alcanzar su perfección. No
es natural al modo como
lo
es la espontaneidad del vivir animal, sino según las exigencias
del vivir de quien es dueño de sí y
justo, es decir, según las exi­
gencias del vivir de acuerdo a la virtud. El fin de la polis y su
orden interno corresponden, pues, a esta dimensión de la
vida·
humana, que la separa nítidamente de los animales inferiores:
corresponden a su dimensión
moral.
En el mundo griego, hablar de la dimensión moral de la vida
(!) Politico, libro I, ca¡r. 2.
(2) Ibídem.
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humana es hablar también de su dimensión religiosa. No porque
se confundan, ni porque las leyes morales sean promulgadas por
los dioses, sino porque las conductas de
los hombres suscitan el
favor o
la enemistad de ellos, y porque los mismos dioses, junto
a los héroes
y a los antepasados, son parte principal de la vida
moral, por ser objeto de
la forma más importante de la justicia:
la piedad.
La impiedad, o injusticia respecto de los dioses, de la
patria
y de los antepasados, es el mal que más directamente se
opone al orden político. Los argumentos con que Sócrates se re­
siste a la huida y acepta su injusta .condena constituyen la expre­
sión más clara y profunda de lo que era la piedad para los grie­
gos (3). «La vida antigua, la vida helénica -escribe Gonzague
de
Reynold-, se hallaba penetrada de religión hasta un extremo
que no podemos imaginar, a menos que seamos capaces de incor­
porarnos por un instante del alma griega. Cada uno de los actos
públicos, posee carácter ritual. Nada
se hace sin consultar () invo­
car a
los dioses. Lo humano se abisma en lo divino que, a su vez,
adquiere forma humana. Ningún límite preciso separa a la hmila­
nidad de la divinidad. Tres sociedades cohabitan en la polis: la
de los vivos, la de los difuntos y la de los dioses. Entre ellas en­
contramos a los seres intermediarios: los héroes y los semidio­
ses» (4).
* * *
(3) PLATÓN, Crit6n.
(4) La formacJ6n de Europa, volumen 11, cap. 5, parágrafo 2 (versión
castellana de José Miguel de Azaloa, Ec!. Pegaso, Madrid, 1948, pág. 83).
Agrega el mismo autor, a quien principalmente sigo en este tema: «Porque
la religión
y el patriotismo eran, entre los antiguos, una sola y misma pie­
dad ... La religión explica este patriotismo. La ciudad estaba encarnada en
su
gran divinidad paliada, y exigfa, por ende, un culto. Cuando un hombre
era excluido de éste,
perdía todo derecho a_ su culto doméstico y se veía
obligado
a apagar la llama dé su hogar familiar. No solamente perdía su
patria, sino también su familia; su tierra y sus bienes eran confiscados en
beneficio de los dioses o de la ciudad; dejaba de Ser padre, hermano o
esposo; dejaba, en realidad, de ser hombre» (pág. 86).
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
Sin tener en cuenta el concepto básico de lo que es la polis
para los griegos, es imposible formarse una idea acerca de los
diversos regímenes, de su realidad concreta en la historia de las
ciudades helenas y del juicio que sobre ellos dieron sus contem­
poráneos.
Como ha sucedido con todas, o casi todas, las sociedades en
sus
procesos de formación, la polis griega se constituyó, en sus
comienzos, según
un orden aristocrático. Los hombres principales
de las aldeas reunidas conforman el gobierno
y. asumen las fun.
clones sacerdotales de la nueva
comunidad: son, en Atenas, los
eupátridas. El crecimiento de la polis implica una progresiva am­
pliación del régimen, más allá de las familias de la primitiva aris­
tocracia. Esta, en efecto, se identifica con la función guerrera: al
crecer la ciudad, aumentan y se hacen más complejas las necesi­
dades militares. Lo cual
significa· que hay necesidad de más gue­
rreros. Los cuales exigen una participación
en el gobierno. Este
es el esquema del proceso que convirtió a la aristocracia ateniense
en una democracia: del régimen encabezado
por los defensores
de la primitiva empalizada tras
la cual hallaban· refugio los aldea­
nos del contorno, se llega a aquef al cual se suman los remeros
de la flota que, tras sus victorias sobre los persas,
se halla iooctiva
en el puerto del Pireo.
Para entender
la verdadera índole de la democracia griega -y
en particular de la ateniense, que ha sido en su tiempo, como lo
es ahora, el modelo de las
demás--, es necesario observar que no
se produce por uná revolución, en el sentido moderno de la pa­
labra,
sino mediante un proceso más o menos regular por el que
se extienden las magistraturas a aquellos grupos que
se iban su­
mándo al · protagonismo de los antiguos eupátridas, hasta absor­
berlos y
liacerlós desaparecer como aristocracia cerrada. Este pro­
ceso se
detuvo en Esparta, por razones que aquí no es del caso
considerar, pero con el precio de
la paulatina y, según las medi­
das de
la historia, rápida desaparición de la aristocracia guerrera:
son nueve a diez mil sus miembros a comienzos del siglo v
;
ocho mil en el tiempo de las guerras médicas, y dos mil en el
año 371, al librarse la batalla de Leuctra. Junto a esta. aristOctllcia
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guenera vivían aproximadamente. tteínta mil petiecos -mercade­
res y artesanos descendientes de los aqueos, antiguos habitantes
de Lacedemonia- y doscientos mil ilotas
o siervos.
En Antenas, al contrario de lo ocurrido en Esparta, se extien­
den, en virtud de sucesivas reformas, lo que hoy llamaríamos
derechos
civiles -la condición de polites o ciudadano---a nue­
vas clases de habitantes. Lo qµe ocurre en .realidad es que se abre
la posibilidad de ingresar a la aristocracia que juzga y gobierna.
Vuelvo a
citar a Gonzague de Reynold: «No importa que el sis­
tema sea monárq11ico, oligárquico o democrático: en cualquier
caso, el cuerpo de los ciudadanos
se presenta ante los. esclavos y
ante
los exttanjeros como una élite resttíngida y cerrada. Por
más que examinemos todas
.. las formaciones aristocráticas que, a
lo largo de
la historia, han s-llcedido a la ciudad helénica: el pa­
triarcado de Venencia o el de Berna, la corte de Luis XVI o la
de Isabel de Inglaterra, no descubriremos ninguna tan esencial­
mente
aristocrática y -una vez máS-c tan exclusiva como la
polis» (5).
La apertura del régimen ateniense puede haber sido excesiva,
afectando a la unidad
de gobierno y a la responsabilidad de los
jueces, pero nunca
se convirtió en lo que ahora. entenderíamos
por democracia, basada
en el derecho universal al sufragio. Algu­
!las cifras bastan para corroborar lo dicho: «Ni siquiera en el mo­
mento en que la democracia. alcanzó su mayor extensión, hubo
en Atenas
más de 30.000 ciudadanos activos (o sea, un ciudadano
por cada catorce individuos,
ya que en fos días de su prosperi­
dad, a mediados del siglo v antes de nuestra era, la población
de
Atica debía. de. oscilar entte los 400.000 y los 420.000 habitan­
tes)» (6). De esos treinta
mil ciudadanos, una buena parte ocupa­
ba cargos permanentes en. el régimen: el Consejo o Boulé está
constituido por 500 miembros; los jueces son
seis mil;. entte mil
y mil quinientos tienen cargos administtafrvos.
La condena de Sócrates, en el año 399 antes de Cristo, acusa-
(5) Ibídem, pág. 88;
(6) Ib!dem, págs. 139'140. ·
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do de impiedad y de corromper a los jóvenes, es una señal clara
de la declinación del régimen ateniense, cuyos rasgos democráti­
cos, sin embargo, se
han acentuado: esa condena es decidida,
mediante votación, por una precraria mayoría de los
seis, mil, jue­
ces constituidos en tribunal multitudinario.
* -* *
Platón y Aristóteles escriben sus reflexiones soore la polis y
sus regímenes durante el siglo IV antes de Cristo. Es el siglo de
la decadencia, que va a culminar con
la caída de Atenas y del
resto de Grecia bajo
el poder macedónico, tras las batalla de Que­
rouea, el año 338: han pasado sólo noventa años desde la muerte
de Pericles. No
es casual el hecho de que los dos más grandes
filósofos' de la antigüedad
se hayan ocopado del tema político en
los momentos de esa crisis, que ambos,
pero sobre todo Platón,
identifican con
el proceso de corrupción del régimen democrático.
Para Platón, la
, corrupción del régimen de la polis es la mis­
ma democracia. Es conocido el análisis que el maestro de la Aca.
demia hace de los diversos regímenes políticos en el libro VIII
de La República: el régimen recto es a la vez monárquico y aris­
tocrático; la decadencia comienza con, el advenimiento de la timo­
cracia
-régimen de guerreros que anteponen su honor al bien
común de la
ciudad-, y se acentúa progresivamente con la oligar­
quía
-gobierno, de los ricos, para los cuales prima su propia
riqueza sobre
el interés general-, con la democracia y, finalmen­
te, con la tiranía. Para Platón, cada una de estas formas de
go­
bierno es engendrada por la corrupción de la anterior, corrupción ' '
que tiene su causa, cada vez, en el exceso y la inmoderación con
que se aplican los principios de dichas formas. Así, el principio
de la democracia es la libertad, y
su, aplicación desmedida tiene
como efecto, según Platón, que «no sea obligatorio el gobernar,
ni aun para quien
sea capaz de ello, ni tampoco el obedecer, si
uno no quiere obedecer ni guerrear cuando los demás guerrean,
ni estar en paz, si
,no quieres paz, Cúando los demás la tienen» (7).
(7) Op. cit., libro VIII, cap. 9. A cada uno de los regímenes corres­
ponde un tipo de hombre que lo caracteriza. Los hombres de la' democra-
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«Cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de
libertad tiene al frente a unos malos escanciadores y
se emborra­
cha
más allá de lo conveniente con ese licor sin mezcla, entonces
castiga a
sus gobernantes si son totalmente blandos y sino no Je
procuran aquélla en abundancia, tachándolos de malvados y oli­
gárquicos ... Y a quienes se someten _a los gobernantes, les injuria,
como a esclavos voluntarios y hombres de nada ; y a los gobernan­
tes que
se asemejan a los gobernados y

a los gobernados que
parecen gobernantes los encomia y. honra, así en público como en
privado ... Allí el maestro teme a sus discípulos y les adula; los
alumnos menosprecian a sús maestrOs, y del mismo modo a sus
ayos; y en general los jóvenes se comparan a los mayores y riva­
lizan con ellos de palabra y
de obra, y los ancianos, condescen­
diendo con los
jóvenes, se hinchan de buen humor y de jocosidad,
imitando a los muchachos, para no parecerles agrios
ni despóti­
cos» ( 8). Con esta descripción de la democracia en sus niveles de
mayor
degradación como régimen social, Platón intenta explicar
c6mo ella engendra la tiranía: la muchedumbre, cuando ha per­
dido todo freno para controlar sus deseos y dominar sus pasíones,
se somete incondicionalmente a quien promete satisfacerlos. No
se puede decir que el diagnóstico sea válido únicamente para
las
Atenas del siglo IV antes de Cristo.
Pero la actitud crítica frente al
régimen _ democrático no es
exclusiva de los años de decadencia. También aparece durante el
apogeo de Atenas, cuando el régimen democrático se identifica
con los hombres ilustres a quienes
los ciudadanos supieron con­
fiar el poder, como Efialtes o Perides. Heródoto, que vive en
ese tiempo ( 484 a 425 antes de Cristo), pone en boca de un noble
persa palabras
y argumentos de clara prosapia griega para demos­
trar las desventajas
de tal régimen: «Nada hay más temerario en
cia «echan fuera el pudor,· desterrándolo ignominiosamente y dándole nom­
bre de simplicidad, arrojan con escaiD.io la templanza, llamándola falta de
hombría, y proscriben la modetad.6n y la medida en los gastos como -si
fuesen rustiquez y vileza, todo ello con la ayuda de una multitud de su­
petfluos deseos» (Ibídem, cap. 13).
(8) Ibídem, cap. 14.
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LA DEMOCRACIA. Y SUS HISTORIAS
el pensar que el imperito vulgo, ni más insolente en el queret
que el vil y soez populacho. De suerte que de ningún modo puede
aprobarse que para huir de la altivez
de un soberano se quiera ir
a parar en la insolencia del vulgo, de suyo desatento y desenfre­
nado; pues al cabo un soberano sabe lo que hace cuando obra ;
pero el vulgo obra según le viene a las mientes, sin saber
lo que
hace
ni por qué lo hace. ¿ Y cómo ha de saberlo, cuando ni apren­
dió de otro lo que
es útil y laudable, ni de suyo es capaz de
entenderlo? Cierra los ojos y arremete de continuo
como un toro,
o quizás mejor, a manera como un impetuoso torrente lo abate
y arrastra todo.
¡Haga el dios que no los persas, sino los enemi­
gos de los persas dejen el gobierno en manos del pueblo» (9).
Aristóteles
es 1Dás realista que su maestrd Platón. Su espíritu
no
se abruma por el espectáculo de la decadencia política de
Atenas y, en general, de las ciudades griegas, y tampoco propone
la forma de una
polis perfecta, que sabe imposible y, por lo mis­
n:.cJ que perfecta, inhumana. Evitando nombrarlo como democracia
-palabra ya cargada de resonancias peyorativas-, describe un
régimen al cual da el título
genérico y vago de politeia, en el que
la multitud participa del
gobierno, pero al mismo tiempo ve mo­
derada su acción por potestades que no dependen ni emanan de
ella. Es un juicio propio de la sabiduría política: no se trata de
proponer un régimen ideal como modelo, sino
de señalar cuales
deben ser las cualidades básicas
de un régimen para ser justo. Y
como tales cualidades no existen en abstracto, sino necesariamen;
te en los hombres que son miembros de la
polis, es menester que
la intención principal del régimen -de gobernantes, legisladores
y jueces-sea la de procurar que los ciudadanos sean virtuosos:
«Todos los que se interesan por la buena legislación indagan
acer­
ca de la virtud y la maldad cívicas. Así, resulta también mani­
fiesto que la ciudad que verdaderamente lo es, y no sólo de
nom­
bre, debe preocuparse de la virtud; porque si no, la comunidad
se convierte en una · alianza que sólo se diferencia localmente · de
aquellas en que los aliados son lejanos, y
la ley en un convenio
(9) Libros de la Historia, III, 81.
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IUAN ANTONIO WIDOW
y, como dice Licofrón el sofista, en una garantía de los derechos
de unos y de altos, pero deja de ser capaz de hacer a los ciuda­
danos buenos y justos» (10).
La democracia, para Aristóteles, no es un régimen siempre
igual en cualquier circunstancia. Admite innumerables modos di­
versos, los cuales se pueden dasfficar esquemáticamente, según
cumplan en mayor o menor grado con las exigencias
de todo ré­
gimen político: así, hay una demoerácia degradada, en que «el
soberano
es el pueblo y no la ley.. . Y ocurre · esto por causa de
los demagdgos ... Un pueblo así, como monarca, ttata de ejercer
el poder
monárquico no obedeciendo a la ley, y se convierte en
un déspota, de modo que los aduladores son honrados, y esta
clase
de democracia es, respecto a las demás, lo que la manía
entte las monarquías. Por eso el espíritu de ambos regímenes es
el mismo, y ambos ejercen .un poder despótico sobre los mejo­
res» (11).
( 10) Polltica, III, 9. Hablando en otro lugar de la propiedad de los
bienes materiales, de las ventajl\S y desventajas de su abundancia o de su
escasez, dice que
«no basta con que el legislador iguale la propiedad, sino
·que debe proponerse -como m!!ta ,tip. término medio. Pero además, aun cuan­
do se estableciera para todoS una propiedad moderada, no se ganaría nada
con ello, porque es más necesario igualar las ambiciones_ que la propiedad,
y eso no
es posible, sino· gracias a .una educación_. suficiente por medio de
las leyes• (II, 7). Si el lin de la polis es alcanzar la vida mejor para sus
miembros, y si éS-i:a se identifica COn su felicidad, no es extrafio, entonces",
que el que legisla .debe ocuparse de la;· virtud de los ciudadanos, «pues
nadie podría consiáerar feliz al -que no participa en absoluto de la forta­
leza, ni de la templanza, ni de la justicia, -ni de la prudencia, sino que teme
hasta las
moscas que ·pasan volando junto a él, no se abstiene de los ma­
yores crímenes para satisfacer· su deseo de comer o de beber,· sacrifica por
nada a sus más queridos amigos y, es además, tan insensato y tan falso
torno un niiio pequeño o un··1oco~ (VtI, 1).
(11)
Ib!dem, IV, 4. «La democracia result6 de creer los hombres que
por ser iguales eri ·un aspecto cualquiera son iguales en absoluto (porque
todos son de un modo
semejante .libres, piensan· ·que SOn iguales absoluta­
mente), y
la oligarquía de suponer que siendo desiguales en un solo aspec­
to, son por ello desiguales en absoluto (porque son desiguales en bienes
suponen que son desiguales sin más).
Después, · 1os unos, creyéndose igua-
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
¿ Y qué nos enseña Roma sobre la democracia? En realidad,
no la
conoció. Sus instituciones republicanas fueron lo suficien­
temente flexibles como para que en ellas se acogiera y
se escu­
chara a la plebe, pero sin que ésta .se impusiera, prevaleciendo
el régimen cuyos cimientos eran aristocráticos. En los momentos
en que podría haber
triunfado, se impuso un poder mayor, el del
ejército, y advino el imperio.
11
Durante la Edad Media no se habla de política ni de demo­
cracia hasta el siglo XIII, cuando se conocen y se comentan los
libros de la
Polltica de Aristóteles. Los términos que hasta en­
tonces se usan para designar lo referente a la sociedad humana
son los que encontramos en San Agustín, cuya mente está mar­
cada profundamente por las formas
-ya ruinosas en su tiempo,
pero las únicas conocidas como marco de una verdadera civiliza­
ción-del Imperio Romano y por la Revelación cristiana y sus
proyecciones en la vida terrena de los hombres. La legitimidad
de las potestades humanas, su origen, la subordinación de
· Jos
poderes terrenos a los espirituales, son los temas que ha desarro­
llado la
teología política de los Padres de la Iglesia y sus suce­
sores. Son también los temas, en este campo del saber, de los
cuales
se ocupan de manera principal los teólogos del. siglo xm:
no hay en ellos un interés directo por tratar acerca de las formas
de
gobierno o sobre las instituciones políticas.
De esta manera, cuando
llega a manos de estos teólogos la
obra de Arist6teles, la leen con criterios distintos a aquellos que
inspiraron
al filósofo al escribirla. Desde luego es atta, muy dis­
tinta, la realidad social y política que tienen ante sus ojos. E
inevitablemente
es la experiencia la que debe aportar el material
les, exigen una participación igual en todas las cosas;, y los otros, creyéndose
desiguales, procuran
tener más que los iestantes; porque el tener más es
una
desigualdad. Así, pues, todos tienen: cierta justicia;-peto en términos
absolutoS yerran». '(V; 1).
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JUAN ANTONIO WIDOW
para las reflexiones de la teología o de la. filosofía políticas. No
obstante, toman de
la obra aristotélica sus · nociones fundamenta­
les
-Y no sólo en el tema político-y las incorporan a su propio
discurso. El cual, ciertamente, no va a estar referido a los
proble­
mas de la Atenas del siglo rv antes de Cristo, sino directa o in­
directamente, expresa o tácitamente, a la sociedad del siglo xm,
la de la Cristiandad.
Cuando estos teólogos usan la palabra
democracia hay que
preguntarse, en consecuencia, ¿qué entienden por ella?, ¿a qué
realidad política la aplican?
* * *
Tomás de Aquino se pregunta, en la Suma Teológica, acerca
de la conveniencia de lo que la ley antigua, la del Viejo Testa­
mento, dispone sobre
el régimen del pueblo de Israel luego del
éxodo de Egipto. Y responde que dicho régimen era óptimo, pues
unía en
si mismo las mejores cualidades de cada una de las clá­
sicas formas de gobierno: de la mon,lrquica, por concentrar en
Moisés y en sus sucesores toda la
potestad rectora; de la . aristo­
citica,
por establecer la elección, de acuerdo a sus virtudes per­
sonales, de los setenta y dos ancianos · que habían de secondar a
Moisés como
jueces de las demandas menores que le llevara el
pueblo, y de la
democrática, por ser elegidos estos ancianos entre
el pueblo
y por el pueblo ( 12).
(12) Op cit., 1-11, quaeStío 10.5, árt. 1, in cotpore: «Sobre ia buena
constitución -del
gobiel:no en una ciudad o nación, hay que tener en cúenta
dos cosas. La. primera es que todos tengan alguna parte en él: de esta ma­
nera se conserva la paz del pueblo, y todos aman y guardan-esa constitución,
como se dice en el libro II de la Política. La segunda es la que se refiere
a la especie del régimen o constitución del gobierno. Aun cuando son di­
versas sus especies, coino -enseña el Filósofo en el libro 111 de la Polltica,
las principales, sin embargo, son el reino, en el que uno gobierna según
virtud, y la aristociacia, o potestad -de los méjorés, en la cual unos pocos
gobie!Ilan de acuerdo a su virtud. Pór consiguiente; la óptima constitución
del
· gobierno de una ciudad o reino es aquella en que uno, de atuerdo a
su virtud, está a
la cabeza precediendo a todos; subordinados a él hay al·
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
Este elemento democrático del régimen de Israel resulta bas­
tante singular. En nada limita la potestad de Moisés, la cual ,es
directamente teocrática. Se subordina a esta potestad, y ordena el
gobierno de la sociedad en forma ,totalmente subsidiaria: no
hay
ningún poder si no es delegado por Moisés. Pero es el pueblo el
que
elige a los más idóneos para recibir esta delegación, pues el
pueblo
es el que conoce de manera directa las cualidades y vir­
tudes de sus hombres. Este pueblo, por consiguiente, no es la
multitud indiferenciada, la masa de los israelitas. Son las familias
y las tribus, en
cuyo interior destacan las ancianos de vida vir­
tuosa y de buen juicio.
Lo que Tomás

de Aquino llama
democracia es, en consecuen­
cia, el modo natural de generarse una aristocracia política, a par­
tir de las aristocracias
naturales de las sociedades menores, ¿De
dónde toma él esta idea? Ciertamente, no del libro del Exado,
ni de la Politica de Aristóteles, aunque ambas obras le sirvan de
apoyo. Es su personal y directa experiencia -es pariente de las
familias principales
del Sacro Imperio-e, lo que le permite dar
este nuevo
significádo a la palabra democracia.
* * *
El origen divino de toda potestad -non est potestas nisi · a
Deo (San Pablo, Romanos, 13, 1 }-es el principio sobre el cual
gunos que son jefes por su virtud, perteneciendo, sin embargo, d gobierno
a
todos, por ser estos jefes elegibles entt'e todos y por todos. Tal es Iá
constitución mejor, buena combinación de reino, pues . U!lo precede; ele
aristocracia, pues muchos gobiernan de acuerdo a._ su propia virtud ·y de
democracia, o potestad del pueblo, pues los jefes pueden ser elegidos entre
el pueblo, y a éste corresponde elegirlos. Y esto fue establecido, según la
ley divina. Porque Moisés y sus sucesores gobernaban al pueblo ellos-solos,
entre todos· los príncipes~ lo cual es una especie de monarquía. Por otta
parte, eran degidos setenta y dos ancianos, según su virtud ... , lo cual es
propio de la aristocracia. Peto eta democrático por cuanto éstos eran degi­
dos -entre todo el pueblo ... ~ 'y porque tainbién era el pueblo quien los
elegía. Por todo 10 cual es claró que la constitución política establecidá
por la ley fue óptima».
781
Fundaci\363n Speiro

JUAN ANTONIO WIDOW
se asienta todo el orden social de la Cristiandad. El carácter sa­
grado de la potestad soberana es, de este modo, la fuente. y el
fundamento,
la garantía última, de. la .. justicia de acuerdo a la
cual se deben ordenar las relaciones entre los hombres. Las ex­
presiones Imperator ex Dei gratia, E.ex ex divilt(J dispensatione,
J{ex ex constit¡,tione Dei y otras semejantes son comunes en la
Cristiandad, por lo menos desde el siglo vm. La antigua oración
U nguantur istae manus, propia del rito de coronación de los re­
yes, dice en una. de sus partes: «Así como Samuel ungió a David
como rey, así
seas bendito y constituido rey en este reino y sobre
este pueblo, que Dios el Señor te da a
ti para que los rijas y lo
gobiernes» ( 13 ).
Nada hay más lejano a un régimen democrático. La majestad
del rey es el reflejo
de la majestad divina, y su juicio es el juicio
de Dios. Sin
embargo, nunca en la Cristiandad latina se considetó
al. monarca como dueño de su pueblo, al modo. oriental, sino como
cabeza suya: caput et prínceps regni et populi. Lo cual corres­
ponde a
una, concepción orgánica del cuerpd social, en que cada
parte cumple una función distinta, en beneficio del todo y en vi­
tal interdependencia con las otras partes. Es un todo complejo,
que no podemos expresar mediante estructuras abstractas,
y que
puede
tomar tantas formas diversas cuantas permite el principio
vital,. que
es. el que permanece. En este todo orgánico, la cabeza
dirige al cuetpo, peto también depende de él: quien recibe la
potestad divina,
y es consagrado como rey o emperador, es un
hombre
y por ello parte del pueblo. Esta doble condición del
gobernante
explica lo que ha sido la monarquía cristiana en el
Occidente latino: se puede expresar en la frase del jurista Cynus,
si
se la toma en su sentido literal y básico: imperium est a Deo,
( 13) U nguantur istae manus de oleo sanctificato unde une ti fuerunt
reges et
prophetae, et sicut un.xis Sammuel David in regem, ut sit ben-edictus
et constitutus rex in regno isto super populum istum, quem Dominus Deus
tuus dedit tibiad regendum ac gubernandum. (Citado por W. ULLMANN, Prin~
ciples of Government and Pó/i#c, in the Middle Ages, Methuen & Co. Ltd.,
London, 1961, parte II, cap, 2; hay vetsión-.. castellana. de Graciela Soriano,
Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág. 130).
782
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
imperator a populo (14). «La doctrina enseña ---seguimos siem­
pre a Gonzague de Reynold-que el rey debe ser para su reino
lo que el
alma es para el cuerpo y Dios para el mundo. Es aquella
que Sauto Tomás expondrá más
tarde en su De regimíne prínci­
pum y que evidentemente no ha inventado. El carácter sagrado
del monarca existe, pues, autes
de la consagración, antes también
del cristianismo; la consagración no será más que un signo visi­
ble,
la saución de Dios» (15).
La dependencia mutua entre el superior y el inferior, entre el
rey y el súbdito, entre el señor y
el vasallo, es el hilo con el cual
se teje el entramado complejo de la sociedad que ha sido llamada
feudal: nombre que expresa con justeza su naturaleza propia,
si
es que se la toma en su sentido literal, proveniente de foedus­
foederis, alianza, convenio, pacto. Es una dependencia que se fun­
da en un mutuo compromiso, en el juramento con que ambas
partes se ligau entre sí. «Para comprender la Edad Media -es­
cribe Régine Pernoud-, es preciso imaginar una sociedad que
viv!a de acuerdo con un modelo completamente diferente, una so­
ciedad donde la noci6n de trabajo asalariado, e incluso la de dine­
ro; estaban ausentes o eran muy secundarias.
El fundamento de
las relaciones humauas era la doble nocí6n de fidelidad por una
parte y de protecci6n por otra.
Quien garautizaba a otro su leal­
tad esperaba a cambio seguridad.
No comprometía su actividad
con vistas a un trabajo preciso, con una remuneración estableci­
da, sino su persona, o mejor dicho
su fe, para exigir a cambio
subsistencia y
protección en todo el sentido del término. Esta es
la esencia del vínculo feudal» ( 16 ). Es ésta la aportaci6n funda­
mental del derecho germánico a la formación
de la Cristiandad.
«Honor y fidelidad
-- la moralidad del derecho germánico.
Son virtudes inseparables:
quien está sin fidelidad está sin honor ; quien está sin honor está
(14) Citado por W. ULLMANN, ibld., parte III, cap. 4, pág. 297.
(15)
Op. cit., vol. V (2." parte), cap. IX, pág. 234.
(16) Lumief'e du Moyen Age, Grasset, París, 1981; versión castellana
de Marta Vassallo, A la luz de la Edad Media, Granica, Barcelona, 1988,
pág. 31.
783
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JUAN ANTONIO WIDOW
sin derechos» (17). Y agrega él mismo en otro lugar: «Lazo per­
sonal; juramento prestado ante Dios, en el nombre de Dios y que
compromete el honor de todos
los. que han jurado; servicio de­
bido al rey y protección debida, en cambio, por el rey: he ahí un
primer camino que, a través del régimen merovingio, lleva de las
instituciones germánicas al feudalismo» (18).
El que pacta es libre. Si no lo es, no puede pactar. Fidelidad
y honor son virtudes propias de hombres libres. La libertad, en
las tribus germánicas,
es atributo del campesino y del guerrero
o, más bien, del guerrero
que es al mismo tiempo campesino. De
este
modo, las sociedades que se constituyen en virtud del pacto
mutuo de servicio y protección, conservan en sí mismas, frente
al resto del cuerpo social y también por ello frente a su cabeza,
el mismo atributo, esta vez como propio de la comunidad. Esta
libertad, si bien supone
la capacidad para exigir del otro que cum­
pla el compromiso jurado, también implica la capacidad de ser
fiel hasta las últimas consecuencias al propio juramento. La
no­
bleza del libre comprende ambas facultades, unidas indisoluble­
mente {19).
Así se puede descubrir la relación que veía Tomás de Aquino
entre la sociedad a la cual
él pertenecía y la del tiempo de Aris­
tóteles: si
la democracia, entendida en su forma recta y no como
(17) Op. cit., vol. V (2.' parte), cap. 14, pág. 374.
(18) Ibíd., cap. 9, pág: 234.
(19) El vínculo mutuo deja de existir y, por tanto, de obligar a una
parte cuando la otra no cumple con lo suyo. A. propósito de una frase del
Cantar de Mio Cid, que dice «con Alfonso mio Sefíor non querría lidiar»,
explica Menéndez Pid.al:. «Esté verso ti~e un pleno valor hist6ri<;o. El
tradicional fuero de los hijosdalgo (consignado en
el Fuero Vie¡o· de Cas­
tilla y en las Partidas) daba, al que había sido echado de tierra sin delito,
el derecho de combatir al rey,_ de correrle su tierra, o la de sus súbditos,
y,
además, disponía que los vasallos criados y armados por el desterrado
debían ayudar a éste en la guerra contra el rey. Esta era la debida compen­
sación al poder arbitrario que el rey teñía de destm'ar sin enjuiciamiento
alguno a todo el qU.e incurría en su irá:. Pero el Cid de la Historia, ·duran­
te iodo su largo destierro, nunca quiso cambatir a Alfonso~· conforme dice
él citado verso del Poema» El Cid Campeador, Espasa-Calpe Argentina,
Buenos Aires, 1951,
pág. 86).
784
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
corrupción del orden político, se funda en la libertad del ciuda­
dano
-libertad que, en este sentido positivo, implica dominio de
sí, es decir, virtud-, también se puede llamar democracia al ré­
gimen en el cual toda relación de obediencia y de servicio supone
el compromiso voluntario,
y, por tanto, la virtud, el honor y la
fidelidad, de quienes lo constituyen. «Lo que es de retener es
que la libertad no era una reivindicación revolucionaria, sino un
estado jurídico, un estatuto social. Los libres formaban una aris­
tocracia. Esta aristocracia, en su marco estrecho y cerrado,
se go­
gemaba democráticamente. He ahí lo que nos lleva de nuevo al
paralelo entre los germanos y los griegos. La tribu es, en bárbaro,
lo que
la polis es en civilillado. Se siente una raíz común» (20).
La naturaleza del vínculo que unía a los hombres libres entre
sí, como señores y vasallos, y
a éstos con su rey, está claramente
expuesta en
muchas obras literarias del Siglo de Oro español, y,
particularmente en el teatro de Lope de Vega:
«Pero en Galicia, señores,
es la gente tan hidalga,
que sólo en
servir al rico
el que
es pobre no le iguala» (21).
«. . .
y advertid que los buenos vasallos se
conocen lejos de los reyes, y que
los
reyes nunca están lejos para castigar
a los malos» (22).
«Basta que el comendador
·
a mi mujer solicita ;
basta que el honor
me quita,
debiénddme dar honor.
Soy vasallo, es mi señor_;
vivo en su amparo y defensa ;
si en quitarme el honor piensa,
quitaréle
yo la vida ;
que la ofensa acometida
ya tiene fuerza de ofensa» (23).
-----
(20) GONZAGUE DE R.EYNOLD, op. cit., cap. 14, pág. 373 ..
(21) El me;or alcalde, el rey, acto I, escena 7.
(22) Ibíd., acto II, esceoa 13.
(23) Peribáñez y el Comendador de Ocaña, acto II, escena '16.
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JUAN ANTONIO WIDOW
« Ya todo el árbol de paciencia roto,
corre la nave de
temor perdida.
La hija quitan con tan gran fiereza
a un hombre honrado, de quien
es regida
la patria en que viv!s, y en la cabeza
la vara quiebran
tan injustamente.
¿Qué esclavo
se trató con más bajeza?
¿Qué es lo que quieres. tu que el pueblo intente?
Morir, o dar· muerte· a l.0$ tiranos,
pues somos muchos, y ellos poca gente.
¡Contra el señor
las armas en las manos!
El rey solo es señor, después del Cielo,
y no bárbaros hombres inhumanos» ( 24 ).
* * *
La sociedad es lo opuesto á un conglomerado de átomos. La
imagen de un organismo vivo está siempre presente en las Egua
ras mediante las cuales los hombres de esa época explican su na­
turaleza. Nicolás de Cusa llevó esta analogía hasta el extremo de
aplicar todos sus conocimientos de medicina para mostrar
la con­
textura de
la sociedad. Así como el racionálismo de los siglos XVII
y XVIII . se inspira en la mecánica para tratar de comprender el
funcionamiento de la sociedad, e incluso del mismo organismo
animal,
es éste el punto de referencia obligado en las analdgías
medievales.
Lo cual significa que el individuo no es concebible como algo
aislado. Si es libre, esta libertad no significa autonomía o inde­
pendencia, sino capacidad para asumir las obligaciones implicadas
en sus vínculos sociales.
La sociedad, a cambio, lo acoge y lo
protege.
Las comunidades as! constituidas reciben del rey, en cuan­
to encarna la potestad superior, el reconocimiento de
stis dere­
chos y facultades, de sus fueros
y privilegios, los cuales, ya reco­
nocidos, tienen fuerza ante el mismd rey, en virtud del pacto
mutuo de servicio
y protección.
En orden al ejercicio
y al resguardo de los derechos y privi-
(24)"' Fuenteove;una, .acto· III, éscena -2.
;¡g6
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
legios de los cuales gozan los sociedades que están en situación
de vasallaje, surge en el mundo medieval
el recurso de la repre­
sentación,
y con ello las instituciones en que ésta toma forma:
parlamentos, cortes, dietas, estados genérales. Sólo
podían ser con­
vocadas por el rey, pues el cuerpo no tiene potestad para dirigirse
a
sí mismo y la dirección compete sólo a la cabeza, pero una vez
convocadas y reunidas,
ya no era el rey quien dictaba sus presen­
taciones, sino
los mismos órganos representados (25).
* * *
(25) Escribe HILAIRE BELLoc a propósito de la aparición de la insti­
tu~ón parlamentaria en Inglaterra: «Cuando en un tribunal de centuria
debí.a decidirse una cuestión y" el señor o su agente no podían presentarse,
sé ordenaba la concurrencia' del mayordomo del señor, quien residía per­
manentemente ·en la aldea, junto con cuatro de -lÓs siervos .. : Esto~ hom­
bres debían presentarse para dar testimonio del conocimiento que se tuviera
en la comunidad de alguna costumbre que pudiera ser de aplicación para
resolver
el asunto en cuestión: por ejemplo, los tributos vinculados a una
parcela de tierra, o los respectivos derechos del señor
y de los siervos en
los bosques de la aldea. Ya había ocunido algo si;,,ilar cuaodo el Conquis~
tador había convocado a hombres de las aldeas pata · declarar bajo jura~
mento durante su gran catastro; pero ahora los cuatro siervos convocados
lo eran con una frase muy interesante:
«Assint pro : omnibus. ( «que concu­
rran en
lugar de todos los demás»}, es decir, como representanti:s. Esta
nueva Ordenanza, introducida
·desde el exterior por los reyes normandos,
no constituía aún un pritlcipiO político; era sólo ún mecanismo conveniente
y_ por supuesto existía .en el continente mucho antes de llegar aquí, pero
puede considerarse como
el origen de la idea de representación, que tuvo
un papel
tan importante en la historia de la Cristiandad occidental .Y que
finalmente derivó en los parlamentos.
«... Los Parlamentos,· consejos en los cuales los representantes de la
masa de propietarios se reunían con el clero y los nobles a fin de disaitir
contribuciones extraordinarias para ayud~ al monarca, ·se habían originado
mucho antes en los Pirineos; en realidad
habían_ existido en esas regiones
meridionales durante casi doscientos afias.
La idea lleg6 taide a Inglaterra,
pero debemos recordar siempre que fue introducida durante el gobierno
de Juan. No era un principio ni una política; era simplemente el efecto de
una necesidad de dinero
y nadie presentía a qué llevaría» (A shorter His­
tory of England; versión castellana de María Teresa Villaamil, Historia de
Inglaterra,
Dictio, Bnenos Aires, 1980, tomo I, págs. 124 y 148).
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JUAN ANTONIO WIDOW
En la América hispana se prolongó hasta comienzos del si­
glo XVIII la vigencia de las instituciones políticas medievales. En
su historia se pueden encontrar muchos ejemplos de lo arraigados
que se hallaban
los principios en que se fundaba el orden de la
sociedad: la soberanía del monarca
-que por ser soberanía no
podía provenir sino de
Dios-y los derechos de los súbditos. Ci­
taré dos de esos ejemplos, cuya semejanza muestra que no corres­
ponden a excepciones o a hechos insólitos:
Hemán Cortés y Pedro
de Valdivia, al iniciar
la conquista de los que habrían de ser los
reinos de Nueva Espafia -Méxic<>-y de Nueva Extremadura
--Chile--, constituyen, en nombre del rey, los cabildos de Villa
Rica de la Vera Cruz y
de Santiago del Nuevo Extremo. Los ca­
bildos, en cuanto representantes de la comunidad, eran, en el lu­
gar, los depositarios de
la potestad real en ausencia de la persona
del monarca.
Por tanto, ambos cabildos, luego de constituidos de
esta forma, pudieron dar, también en
.cl nombre del rey, a Cortés
y a V aldivia respectivamente
el rango y la calidad de capitanes
generales y justicias mayores
de Nueva España y de Nueva Extre­
madura, consiguiendo ambos independizarse de esta manera de
sus superiores inmediatos, los gobernadores de Cuba y
del Perú.
Es así
la comunidad la que, sujeta siempre a la única potes­
tad superior, actúa segón sus propias facultades, destacando y hon­
rando a quienes prueban
tener mejores títulos y capacidades para
el mejor servicio del rey: monarquía indiscutida en la cima, aris­
tocracia en el buen gobierno, democracia en la elección de los
mejores.
En un orden social de esta índole nd hay lugar para cas­
tas cerradas ; su fuerza interna no es la de grupos de presi6n en­
frentados.
En su esencia, es un orden jerárquico, en el sentido
etimol6gico de la palabra, pues se funda en un principio sagrado,
la potestad soberana de Dios. En él hay, por elld, lo que los so­
ciólogos de hoy llaman circulación social, debido a que la nóbleza
tiene como títulos
sólo las tradiciones de servicio y de fideli<)ad.
788
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
IIl
Aparentemente, la palabra democracia no fue usada, entre el
siglo xrlI y finales del XVIII, sino en forma erudita, para signifi­
car
el régimen de la multitud tal como había sido descrito por
los griegos. Se prepara durante ese período, no obstante, el nuevo
sentido con que
el término se va a imponer ·desde las etapas fina­
les
de la Revoh:tci6n francesa hasta nuestros días: el de la de,
móCTacla revolucionaria o totalitaria, como la ha llamado Tal­
mon (26). Los principales precursores de este nuevo sentido se'
guirán
llamando democracia s6lo á la forma de gobierno que,
según la clásica
divisi6n, era denominada así. Rousseau, por ejem­
plo, la menciona en el Contrato Social únicamente para decir de
ella que, «de tomar el término según el rigor de su acepci6n,
nunca ha existido verdaderá democracia y nunca existirá. Es cort­
tra el orden natural que el gran número gobierne· y que el' pe­
queño sea gobernado» (27).' Durante los primeros años de la Re­
voluci6rt francesa, lo revoluciortário era ser republicano;, solamente·
con Babeuf y el· movimiento de los Iguales comienza la demócra­
cla a tomar un sesgo parecido (28j;
·* * *
¿ Cuál es el nuevo sentido que va a totnar el término demo­
cracia? ¿Cómo se prépara el cambio? Hay que' intentar' primero
una respuesta a
esta' última pregunta. l>ara ello debemos remon­
tarnos a algunos inquietos
teólogos del siglo XIV.'
Guillermo dé Ockhain y Marsilio de Pai:lua son contemporá-
(26) J. L. 1'ALMON', The Origins of' Totalitarian Democracy, London,
1951; versión castellana
de Manuel ·Cardenal.-·Iratheta, Los orígenes de la
democracia totalitaria, Aguilar, México, 1956.
(27) Du Contrat Social, libro III, cap, 4,
(28) «Il est tettlps que le peuple .... defin_isse la ~atle ccmme il
entend l'avoir, et telle que, d'aptes les princíps ·puts, elle doit CJdster»·
(BABEUF, Manifeste de, plébéiens, 1975).
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JUAN ANTONIO WIDQW-
neos. Ambos dan sus lecciones durante la primera mitad de ese
siglo y participan activamente en los conflictos entre el empera­
dor Luis de Baviera y el Papa Juan XXII, tomando
el partido
del primero.
Lo cual no b.abría tenido mayor importancia si ambos
no hubiesen apoyado a este partido con argumentos que iban a
trascender los
acont~entos para convertirse en doctrinas que
fueron el germen de
las revoluciones modernas.
Ambds son voluntaristas, es decit, sostienen la primacía de la
voluntad sobre el intelecto.
Lo .cual significa que, establecida la
dicotomía entre
las dos facultades y sobreponiéndose, como prin­
cipio,·
el poder de la volunt!ld sobre el objeto de la inteligencia,
éste pierde
tddo · valor propio, La necesidad · interna de las esen­
cias se desvlUlece; lo .único que puede imponer necesidad al mun­
do real .es. el poder de Ja.volunt"'1. Es decir, el poder. Así resuelve
Ockhman el problema de los universales; lo que llamamos natura­
leza de
las cosas no. es más que una convención voluntaria ( 29).
No háy
nada que en la ~idad responda a ello y nada, por con­
siguiente, que desde las CQSas se imponga, a quien las observa y
a quien actúa sobre ellas, como lo que
es o debe ser necesaria­
llletlte de un modo y , no de otro. Las consecuencias morales y
políticas de esta doctrina
se iban a· manifestar en los siglos pos­
teriores.
Marsilio, en su obra Defensoy Pacis, es el primero que define
la ley como un acto de la voluntad -no de la raz6n, como hasta
entouces
se había enseñado-, y de la voluntad del pueblo. «El
legislador
-escribe-o causa eficiente primera y propia de la
ley
es el pueblo, esto es, el conjunto de los ciudadanos o su parte
prevalente,
por su elección o voluntad expresada oralmente en la
asamblea general de los ciudadanos» (30). Marsilio
se apoya,. para
(29) «Hoc tameD. ·tene<>,-quod nullúm. universale, nisi forte sit univer~
sllle per voluntariam_. instítutionem, est aliquid existens quocumque· modo
extra anima» (In I Sent., dist. :2, q. 8).
(30) Op cit., parte I, cap. 12, parágrafo 3; «Nos autem dicamus ,.,.
cundum veritatem ·atqué consilium Aristotelis, III, Politicae,-cap. 6, legis­
latorem seu causam legis effeci.lvam--primam et propriam. esse populum sen
civium universitatem aut eius valentiorem. partem per suam · electionem seu
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
dar esta clefinici6n -la auctoritas es· importante para un profe­
sor de la Universidad
de París y él lo era-, en un texto de la
Politica de Arist6teles en el• cual -éste caracteriza a · la democracia
como
el régimen en que la soberanía la tiene el pueblo: no habla
allí el filósofo de la voluntad del pueblo ~la noción de voluntad
aún no se distingue con claridad en los
griegos-, ni tampoco
sostiene que el pueblo sea, por principio,
el legislador, sino sólo
que
es legislador en aquel régimen, acerca del c;ual va a expresar
luego todas
sus reservas. ·Polemista encarniZl!do, a Marsilio no le
preoc;upa demasiado. la fidelidad a las fuentes.
Lo decisivo es que en este famoso texto del Defensor P acis
se enuncia por primera vez la tesis de que es la democracia el
único régimen legítimo,
La referencia a la «parte prevalente» del
pueblo
-valentior. pars-va a permitir a Marsilio el apoyo al
emperador
y le deja también abierta la posibilidad de afirmar la
legitimidad de otros regímenes, a condición de que _sean democrá­
ticos «en su base», como hoy se diría. Y a está presente, de este
modo,
. la noción de «voluntad· soberana del pueblo», cuya más
acabada expresión

va a ser, cuatro siglos después, la «voluntad
general» de Rousseau. También está presente
la referencia al
«representante legítimo» de la voluntad del pueblo: es esa va­
l~ntior pars, que en Rousseau será el Legislador y en las concep­
ciones ideológicas de los siglos
xrx. y xx el Partido.
De la primacía de la voluntad, poder puro no sometido a ley
ni a norma, pues es principio de toda ley y de toda norma, deriva
un nuevo concepto de libertad. No
es ya la capacidad para asu•
mir obligaciones y para ser fiel a ellas, sino la ausencia de obli­
gaciones que
se le

impongan a
la-persona desde fuera de élla. Una
obligación
es válida únicamente' si brota de la subjetividad autó­
noma del individuo. Cualquier finalidad
o norma· que trasciendan
volutatem in generali civium congregatione per sermonem expressam praeci­
pientem seu determinantem aliquid fiere vel omitti circa civiles actus hu­
manos sub_-poena-veJ, supplicio temporali».
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JUAN ANTONIO WIDOW
esa subjetivicb.d no pueden· tener, en. cuanto tales, ningún valor
de necesidad o de
""1gencia moral: al contrario,

·
su imposición es
lo que destruye la libertad de 1.;. hombres.
La antigua libertad, la del guerrero que es capaz de dar su
vida para conservar
·el honor -que es el libre albedrío, mediante
el cual explicaron los Padres de la Iglesia la existencia del
mé­
rito o de la culpa en el hombre-, desaparece, su realidad es
negada. La libertad del hombre consiste en su autonomía, en su
independencia, no en su capacidad para elegir cómo ordenar sus
actos con vistas a un fin. Se repite así una aparente paradoja que
se ha dado. muchas veces en la historiíl: la afirmación absoluta
de
algo, lleva éonsigo la negación de su realidad concreta ; la pri­
macía
de la voluntad sobre 1a · razón tiene como consecuencia la
negación
de la voluntad como facultad por la cual el hombre · es
dueiio de sus actos y, por lo mismo, libre en sris decisiones. .
En Lutero -discípulo, según propia confesión, de Ockham_:..
se encuentra ya la negación explícita del libre albedrío: «En lo
que tdcá a Dios, o en las cosas que se relacionan a la salvación o
a
la condenación, (el hombre) no. tiene libre albedrío, sino que
está cautivo, sometido y esclavizado, sea á l,a voluntad de Dios,
sea a la vdluntad de Satanás»1 (31). Esta negación se comple­
menta con la tesis del libre examen, es decir, con la afirmación
de una libertad que consiste en la ausencia de norma o autoridad
superior a
la subjetividad del individuo.
Pero
es en Inglaterra donde van a salir a luz las consecuen­
cias políticas de est.a nueva doctrina. Hobbes · entiende de este
nuevo modo la libertad
de .los hombres cuando propone, en c,l
Leviathan, que mediante un pacto renuncien a. parte importante
de ella, a cambio de conservar con seguridad
un resto·: la· libertad
de comprar. y. vender, la. de .fijar el lugar de la p,;opia residencia
y
la. de determinar lo relativo· a la educación de los hijos,· En cada
una
de .estas esfer11s de su condücta;d hombre no está sujeto a
ninguna norma ajena a su deseo o poder.
Se. cede indePendencia,
(31) «De servo arbitrio», en Vlerke, Weimar, voi. XVIII, pág. 638. ··
792
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LA DEMOCRACIA Y SUS. HISTORIAS
a cambio de mantenerla con seguridad en una•porción mínima (32).
Para Locke,
es en· el propietario de bienes mat~ales donde la
libertad es real, pues el que es dueño de algo es por esto autóno­
mo e independiente en la búsqueda de su bien privado, único
bien que le compete. El estado natural de los hombres
es «un
estado de completa · libertad para ordenar sus actos y para dispo­
ner
de sus propiedades y de sus personas cómo mejor les parez­
ca», con la única limitaci6n de que «nadie debe dañar a otro en
su vida, salud,
libertad·y posesiones» (33). El poder político se
justifica, por tanto, sólo en cuanto ·asegure las condiciones pára
que
los particúlares, los propietarios, procuren la satisfacción de
sus privados intereses: «Tenemos, pues, que la finalidad
máxi­
ma y principal que buscan los hombres al reunirse en estado y en
comunidades, sometiéndose a
un gobierno, es la de salvaguardar
sus bienes» (34). «Entiendo, pues; por poder político el derecho
de hacer leyes que estén sancionadas con la pena capital y, en su
consecuencia, de las sancionadas· con penas menos
graves para la
reglamentaci6n y protecci6n de la propiedad» (35).
Para una
concepci6n pragmática de la política, en que lo único
importante
es que se garantice y se proteja la libertad d indepen­
dencia de los propietarios, poco. importa
la índole del régimen.
Por esto, no
se. encuentra en los autores ingleses que apoyari la
Revolución de 1688 o que
se inspiran en . ella, la propdsición de
un modelo. Defienden sólo
el principio o criterio que es válido
para todo orden político y causa única de su legitimidad: el
respe­
to absoluto a la autonomía de los individuos, por ser el máximo
valor en la vida de los hombres.
La negación del libre albedrío supone concebir la conducta
humana como determinada totalmente por causas . extrínsecas a
!a persona, la
cual carece, por lo mismo, de responsabilidad por
sus actos: es
decir, no puede haber imputación de mérito o de
(32) Op. cit., parte II, cap. 21.
(33)
Second Treatise of Civil .Government, cap. 2.
(34) Ibfd., cap. 9,
(35) !bid., cap. l.
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JUAN ANTONIO WIDOW
cµlpa. La reducción de los valores .morales al ámbito puro de la
subjetividad implica suptimirlos como valores comunes
ci crite­
rios pata ordenar la vida social.
Apateee entonces lo económico
como el único campo en que las conductas
de los individuos con­
curren de acuerdo· a pautas objetivas y relativamente idénticas.
Estas pautas, en consecuencia, se convierten en los principios
únicos
de la vida en sociedad,. ya que todo otro valor queda cir­
cunscrito a la autónoma subjetividad de cada cual. Esta visión
economicista
-y determinista, por la exclusión del libre albe­
drío--- del orden social ya está presente. en Adam Smith (36), y
se desarrolla en.el pensamiento liberal posterior. John Stuart Mili,
por ejemplo, en su ensayo On. Liberty; establece con claridad en
los
primeros párrafos de qué libertad trata: «El objeto de este
ensayo no es el llamado
. libre albedrío,. que con tanto desacierto
se suele oponer a la denominada
-impropiamente-doctrina de
la necesidad filosófica, sino la libertad social ci <;ivil, es decir, la
naturaleza y
l!mites del poder que puede ser ejercido legítima­
mente por la sociedad
sobre el individuo» (

3 7). Y añade
más ade­
lante: «Para aquello que no le atañe más que a él, su independen­
cia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su
espíritu, el individuo
es soberano» (38). En esta misma l!nea se
hallan
las doctrinas de los liberales de nuestro siglo, como Mi­
ses (.39) y Hayek ( 40).
*-* *
(36) Su obra An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth
of Nations (Londres, 1776) se complementa con Tbe Tbeory of Moral Sen­
timents
(Glasgow, 1759), do11de sostiene la con:ipleta subjetividad de los
valores
morales: resultá así qÚe el único p.Ímio objetivo en que se ordena
la conducta dé los hombres -es · el económico. El cual no· debe ser jll%gado
según criterios mora-les -de justicia, por ejemplo-,.:, pues no existe -allí
libre albedrío.
(37) Op. cit., cap. 1.
(38) Ibídem.
(39) El título de U)la de las principales obras de LUDWIG VON MrsEs,
es de suyo expresivo de la identidad pretendida entre la -conducta humana
en cuanto tal y la conducta econ6mica: La acción hwnana. Tratado de
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
Las ideas inglesas sobre la libertad individual y su rango de
principio del orden político fueron
difundidas en el continente
europeo y, particularmente, en Francia,
por Montesquieu y Vol·
taire. En su vertiente de doctrinas econ6micas, influyen, a través.
de David Ricardo, en Carlos Marx.
Las exigencias del discurso racional dieron, en el continente,
otro rostro a
la misma idea de libertad. Si ella, la libertad del
individuo,
su autonomía, es el principio de todo orden social, no
se puede admitir, según la estricta 16gica, que en nombre de este
principio
se coarte la libertad concreta de los hombres, lo cual
ocurte inevitablemente desde el momento en que cualquier orden
requiere de
leyes o normas que detertninen ciertos cauces genera­
les a las conductas.
Lo cual significa que la hbertad real viene a
ser limitada desde fuera de la subjetividad de los individuos
y
en nombre de la misma libertad.
Esa misma lógica imponía, pues, la creación de una
sociedad
nueva, en la cual no existiera la antinomia entre la libertad cons­
tituida en principio
y las libertades concretas de los hombres.
Ahora bien, proponer
la creaci6n de una sociedad nueva implica
la necesaria destrucción de
la antigua: es decir, que las doctrinas
que surgen en el continente como consecuencias de
las ideas libe­
rales inglesas son explícita y radicalmente revolucionarias.
El medio para constituir la nueva
sociedacl es un contrato por
el
cual, libremente, cada individuo renuncia a su libertad concre­
ta
y particular -a su voluntad particular-, para hacer propia
la voluntad del cuerpo social que se
crea en virrud del acto con'
tracrual: es la voluntad del Yo colectivo, que tiene unidad y vida
distinta
y superior a las de sus miembros. De esta manera desapa­
rece la señalada antinomia entre la libertad como principio
y las
libertades concretas: existe una sola libértad, la de la colectividad,
economía. Allí se encuentra la siguiente ·frase: que resume el aspecto de -sü
pensamiento que ahora queremos destacar: «No hay más libertad que la
engendrada por la economía de mercado» ( versi6n vastellana de Joaquín
Reig Alboil, Unión Editorial, Madrid, 1980, pág. 434).
(40)
Vid. Thé Constitution. of LJberty, University of Chicago Press,
1959.
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JUAN ANTONIO WIDOW
con la cual son libres sus mjl'lllbros, pµes existe una sola volun­
tad, la general o
voluntad soberana del pueblo, que ha reempla­
zado en
los individuos. a s.us volunt.ades. particulares. Est~ reem­
plazo ~ irrevoeable, pues ]a. rescisión de un coll,trato depende de
la voluntad de las partes y este contrato ha s<>nsistido, precisa­
mente, en la
enajenacióp porlas partes de e¡¡ta facultad (41).
Es Juan
J acobo Rousseau el autor de ,esta solución lógica al
problema de conpliar la libertad como principio con las liberta­
des de los
individuos, Así .. se ¡:rea, la democracia totalitaria mo­
derna. No es Rouss.eau su único padre, pero tuvola cualidad de
expresar en forma clara una idea que se hallaba latepte en muchos
de
sus contempor¡ineos. T ampoeo es. Rousseau el que· llama a esto
democracia,
ni es el Abbé Sieyes, quien traduce en práctica re­
volucionaria los enunciados de aquél (42). ELtérmino empieza
sólo con Babeuf a mostrar
la fuerza con que luego se va a impo­
ner universalmente.
Esta nueva
· democracia tiene entre· sus características, desde
su primera formulación, la de ser excluyente;
·se extiende sólo a
los que, en virtud .del contrato -es decir, de una entrega interior,
absoluta e incondicional a la voluntad
general---, son ciudadanos.
Quedan fuera los demás: para Sieyes, ciudadanos son únicamente
los miembros del tiers-état; . para los jacobinos, lo son sólo los
sans-culottes; para Babeuf,. los proletarios. De este modo, cada
vez que se ha intentado aplicar a la realidad con cierto rigor y
consecuencia este
modelo de democracia, han aparecido los parias
sociales, los
'hombres sin derechos, incapaces de recibir siquiera la
sombra de la verdadera libertad.
Lo democrático, en este sistema, no es el régimen político,
sino
la ·sociedad mism.a en todos sus aspectos. Por lo mismo, lo
debe ser el hombre en· su interior, No es el carácter de un sistema
jurídico o institucional lo que el término señala, sino la intimidad
completa y el fin último del hombre;
(41) Vid. JBAN-JACQUES RoussliAu, Du Contrat Social (1762).
(42) Vid. Qu'est-ce que le Tiers-Etat? (1789).
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
Es · indudable temporáneo, de lo que se llama democracia .no es la proyección
uniforme de determinadas ideas. Se ·mezclan elementos ideológi·
cos con
otros pragmáticos., A veces consiste básicamente en un
sistema
de· elección de gobernantes y legisladores ; en otros casos
tiene mayor
pesó el modelo ideológico de ralees rousseaunianas.
Lo cual destaca un carácter de la· noción actual de democracia
que
sí es nítido: su confusión.
Georges Burdeau,
en la introducción a su ensayo titulado La
Democracia, ha escrito lo siguiente: ésta «es hoy una filosofía,
una manéra de vivir, una religi6n y, casi accesoriamente, una for­
ma de gobierno» (43). Un tal conjunto de significados implica
de suyo confusión. Para aclarar
1as cosas, habría que empezar.por
clistingnir
y separar estos significados diversos. Pero la dificul·
tad para proceder así está en la inmensa · carga afectiva que lleva
consigo el uso de la palabra
democráci~. Carga que se debe, prin­
cipalmente, a la dimensión religiosa que ha adquirido y que Bur­
deau señala. Que se la tenga, además, por una filosofía y una
manera de vivir, ~stá implicado en es~ dimensión primera, a causa
del carácter totalizante ~ absoluto con que se da lo religioso,
consciente o subconscientemente, en el espíritu •humano.
Este carácter religioso va unido inseparablemente a la ideolo­
gía democrática desde su formulación original. En efectd, es el
destino último del hombre, es su salvación o su bien absoluto lo
que se propone alcanzar mediante este sistema. Y no es una so­
lución particular que se proponga para resolver problemas tam­
bien
particulares: es la respuesta única y universal para tddos los
problemas humanos.
No se trara, por esto, de adherir a la demo­
cracia, según argumentos de conveni~ncia, contingentes, sino de
creer en ella con toda el altna y de manera incondicional. Uni­
versalidad e interioridad: dos características propias del
Cristia­
nismo, que id distinguieron claramente de las religiones pre-cris-
(43) Op. cit., Bruselas, 1956;-versión castellana en Ediciones Ariet
Barcelona, 1959, pág. 19.
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JUAN ANTONIO WIDOW
tianas, son las que se. secularizan y se h= propias de la nueva
religión democrática.
Sin
embargo, el carácter religioso original de la democracia
moderna no
explica suficientemente el fervor con que en nuestro
siglo
y, particularmente, a partir de 194 5, ha sido asumida, prac­
ticada
y difundida esta religión secular .. Me parece que son dos
las causas de este especial fervor. La primera es lo que Tocque­
ville llamó «religión republicana» de los Estados Unidos.
El me­
sianismo característico de esta religión ha existido, en forma abierta
o latente, desde
la Revolución de la independencia norteamerica­
na (44). John Adams, sucesor de Washington en
la Presidencia
de los Estados Unidos, decía que «el destino de .nuestra repúbli­
ca, pura
y virtuosa, es gobernar el globo e introducir en él la
perfección del hombre» ( 45). Las dos guerras mundiales de nues­
tro siglo, con la intervención victoriosa en ellas de los Estados
Unidos, han favorecido
notablemente. la omnipresencia de este
mesianismo. El Presidente Wilson envió, el 14 de marzo de 1918,
una
comunicación al Consejo de Comisarios del Pueblo de la
Unión Soviética, en que decía que «todo el corazón del pueblo
de los Estados Unidos está con
el pueblo de Rusia en su esfuerzo
( 44} · «El pueblo reina sobre el mundo político-americano como Dios
sob're el universo, Él es_ la ca~Sa_ y el fin de todas las cosas; todo de él
procede y todo vuelve a él»-(TocQUEVILLB, La Démocratie e11 Amerique,
Gallimard, '.París, 1951, tomo I, p,lg. 56t «La mayor parte de la América
inglesa ha sido poblada por hombres que,
después de haber d~sconocido la
autoridad .del Papa, no se han sometido a nin~a suptetn1'C.Ía religiosa;
por esto, han llevado aJ nuevo m®do un cristianísm.·~ ciue yo no podría
describir mejor que llamándolo dem.Ocrático y republicano: lo cual favore­
cera singularmente el establecimiento de la repiihlica y de la democracia
en los asuntos-pú,blicos. Desde. el eomienzo, la política ·y la religión se· han
encontrado de acuerdo, y después no han cesado de estatlo» (Ibíd., pág. JOl).
(45) Citado por THOMAS MOLNAR, Le modele défiguré. L'Amérique de
Tocquevilte· a Carter, P:tesses Unive!'Sitaires de Francé, 1978, pág. i83. El
teólogó· Protestánte RE1NH0LD NIEBuHR describe así al inmigrante de Nueva
Inglaterra: «El norteamericano ... está consciente de haber abandonado el
mal, cuyas manifestaciones son el despotismo de los reyes, la intolerancia de
las Iglesias establecidas, las guerras, las revoluciones, el desempleO, la ham­
bruna, la miseria» (Ib!d.).
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISI'ORIA.S
para librarse para siempre del gobierno autocrático y harerse due­
ño de su destino» ( 46 ). Y el Presidente Roosevelt proclamó la
intención con que su
país entró en la segunda de esas guerras:
to make the world save for democracy. La situa<;ión de liderazgo
mundial adquirida por los Estados Unidos a
partir de 1945 ex­
plica, pues, la difusión del fervor democrático que ha tenido lu­
gar desde entonces.
La segunda causa de este fenómeno es la unión que se ha
querido establecer entre democracia
y cristianismo. Este intento
se inicia a comienzos de siglo, con el movimiento Le Sillon en
Fraocia, que recoge iniciativas anteriores que
habían abortado po­
líticamente, pero que se mantenían vivas en algunos círculos in­
telectuales. Marc Sagnier, conductor del movimiento, decía: JI
faut i!tre démocrate, la religion /'exige. Más tarde, Jacques Ma­
ritain
se convertirá en el principal mentor intelectual de la demo­
cracia cristiana, o cristianismo democrático. Hablará de una
fe y
de un credo democráticos ; esta fe debe ser alimentada por la fe
religiosa de cada cual y de ella debe tomar su fuerza. El Evan­
gelio constituye «la esencia espiritual y el principio genuino
de
la democracia» ( 47), y los que a ella se oponen deben ser consi-
derados como herejes ( 48
): ·
(46) Citado por ANnRES HUNEEus en conferencia titulada BE. UU.:
proyecciones de su liderazgo mundial (Universidad Adolfo lbáfiez, Viña del
Mar, 14 de agosto de 1991).
(47} 4El fermento de la conciencia», en revista Política y Espiritu, San­
tiago de Chile, núm. 3.28 (diciembre, 1971), pág. 89. El contexto es el si­
guiente: «La esencia espiritual y el principio genuino de la democracia, tal
y conforme existe hoy en el mundo, puede compararse a un árbol lozano,
todo rodeado de vegetaciones parásitas. Cuando a fines del siglo xvrrr se
proclamaron los Derechos del hombre en América y en Francia, y se invitó
a los pueblos a compartir los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad,
un reto portentoso del pueblo, del hombre llano, del espíritu de infantilidad
y de fe qued6-lanzado1 en e1 propio dominio de lo político, a los podetosos
de este · mundo y a· su--e8cepticismo · cargado de experiencia: El impulso
evangélico que :irrumpiera de este modo, llevaba la impronta de · un Cris~
tianismo secularizado. La filosofía racionalista le añadió ilusiones '("que pton~·
to fueron sangrientas), las eriales aseguraron a· la humanidad que la" pura
razón y la simple bondad natural· bastáríiln pOr sí solas · Para afianzir ·el
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JUAN ANTONIO WIDOW
IV
La democracia presen_t:11 en nuestrd tiempo. tres problemas,
que tocan aspectQs esenciales de nuestra ciy~acló11; ·.
El primero es el int~ .. Hablar de 11)1 prQl:,lema intelec­
tual no implica una referencia a
la razón pura·: la _inteligern;ia es
la primera de nuestras facultades, perQ siempre actúa unida. a los
afectos
-a los más altos o, también, a!os ~s l:,ajos--, de.modo
que decir que es un
problema intelectual es afirmar que, por lo
mismo, es un problema vital ..
El de la democracia es un problema intelectual, porque se re­
quiere, como ,condición previa a-toda. otra consideración, una de­
finición rigurosa del concepto, o de los conceptos, un discerni­
miento claro de
los diversos sentidos que, en la historia, ha ad­
quiridd · el término y un métOQO · estricto para usarlo sólo en sus
acepciones propias y
para exduir del lenguaje -por lo menos de
un cierto rango serio .del lengauje-- el recurso a las resonancias
emotivas
de la ·palabra. Necesitámos, para esto, volver a descu­
brir
la-disciplina del hombre inteligente, tal como nos la enseñó
en estas materias el viejo maestro Aristóteles;
El segundo problema
es el cultural. Más amplio, con mayo­
res ramificaciones y que exige por ello, comd disposición ya asu­
mida, el buen ejercicio y la correcta aplicación de la disciplina
intelectual. Consiste, en lo esencial, en situar
el tema de la de­
mocracia en su lugar propio, que es el político, separándolo de
aquello con lo cual
se ha mezclado, en especial de la religión. La
confusión que hoy padecemos entre estos campos distintos de la
advenimiento de la gran promesa de la justicia y de la paz, Pero a través
de ilusiones tales,
el corazón del hombre percibió -una verdad sagrada: que
las energías del Evangelio debían convertirse en vida temporal».
Vid. El hombre 'J el -Estado, ·en que Maritain expone de· una manera
más completa &u pensamiento sobre este tema, obra que, en forma signifi~
cativa, se publicó originalmente en-inglés, en lós Estados Unidos, corriendo
el año 1945.
(48) El hombre y el Estado, .versi6n castellana en Editorial del Pacífico,
Santiago
de Chile, 1974, págs. 154 y sigs.
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LA DEMOCRACIA Y SUS HISTORIAS
cultura ha hecho que nuestra sociedad haya ido perdiendo, pro­
gresivamente,
el sentido de lo político y también el sentido de lo
religioso o de lo sagrado. Ambas dimensiones de la vida humana
han estado siempre unidas -la historia lo muestra hasta la sacie'
dad-: es al tratar de separarlas, pretendiendo que el orden de
la vida humana en la tierra es independiente de nuestra relación
con la divinidad, cuando se las ha
confundido hasta el extremo
de lo que tenemos ante nuestros ojos.
Se ha hecho de la demo­
cracia una religión y de la religión una receta para vivir bien en
este mundo.
Por último, ya saliendo de la_ niebla, la democracia se nos
plantea como problema político. Y al emplear este adjetivo creo
que hay que hacer nuevamente presente
el buen criterio aristoté­
lico: no se trata, al plantear
un problema político, de resolver
acerca de disyuntivas absolutas; no
se trata de apelar, a cada paso,
a
dogmas y a verdades inmutables. Se trata, más modesta y pru­
dentemente, de descubrir y
de reconocer, para ponerlo en prác­
tica, _ lo que real y verdaderamente es conveniente para nuestra
socied~d. . . .
Considero propio terminar estas reflexiones con una cita de
Romano Guardini:
«Lo que llamamos libertad, independencia,
autoposesión
de la persdna, . debe, pues, ser complétamente dife­
rente de lo que la actitud liberal entendía por ·ello; ocurre
más
bien que el ámbito interno, en el que la persona vive consigo
misma,
está ligado de la mane111 más estrecha con la realidad de
la existencia.
La opinión según la cual la concepción religiosa del
mundo
y de la vida es algo subjetivo y también la opinión con­
trapuesta, según la cual es el Estado el que determina esta con­
cepción, están tan estrechamente unidas que puede decirse que
constituyen únicamente
dos aspectos de un mismo error «funda­
mental» ( 49).
(49) Die Macht. Versuch einer Wegweisung, Werkbund-Verlag, Würz4
burg, 1957; versión castellana de Andrés-Pedro Sáncbez Pascual, El Poder.
Un intento de orientación, Guadarrama, Madrid, 1963, págs. 107-108,
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