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Número 307-308

Serie XXXI

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El verdadero orden nuevo del mundo

EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
POR
ALBERTO CATURBtLI
1
GÉNESIS Y PRIMER ESBOZO DE LA MORAL INTERNACIONAL
a} La existencia del orden moral y la pregunta inicial acerca del
orden moral de las naciones.
La expresión ciertamente equívoca «nuevo orden del mundo»,
nos obliga a pensar
si es posible y c6mo es posible un orden justo
entre las naciones. La expresión es por completo insuficiente si
antes no se esclarece el implícito concepto de orden al que se da
por supuesto y, sin embargo, no se lo define. Cuanto más, se
alude a la legalidad positiva internacional y no a un orden de fon­
·d~
que ·¡a susterrte y le confiera verdad y legitimidad. Es menes­
tet preguntarse primero por el sentido del término orden y luego,
qué se quiere significar con el adjetivo nuevo.
Orden indica por un accidente, es decir, por una relación en­
tre sustancias;
por consiguiente, el término «orden» reconoce-la
anterioridad de las sustancias, o seá de los entes que dicen rela­
ción
ah intra de ellos mismos y entre ellos. De modo que la re­
lación
tallto · intrínseca cuanto extrínseca de laS naturalezas · ( O
sustancias singulares} constituyen un orden (accidental} que re­
mite a
la naturaleza o, lo que es lo mismo, al acto de ser por el
cual todo ente existe y del cual realmente se distingue en cuanto
~s acto suyo. Por tanto decimos lo mismo tuando decirhos ser,
arehé
como principio de ser, sustancia o physis (aquello de donde
Verbo, núm. 307-308 (1992), 873-905 873
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procede el dinamismo del ente). La naturaleza es, pues, el mis­
mo ser y el accidente de relación u orden de las naturalezas es
lo que llamamos orden de la naturaleza u orden natural. También
debemos denominarlo
orden ontológico u orden del ser. Negar
la naturaleza equivale a la (Únposibli) · negación del se• ; y negar
el orden natural equivale a una contradictoria negación de la
realidad. El orden natural u orden del todo, alcanza su culminación en
la persona humana. En efecto, los seres inanimados y los
anima­
dos no-racionales no son actuantes por sí, sino actuados. Todo
ente
se ordena a su operación propia como a su última perfec­
ción; por
eso todas las naturalezas anteriores al hombre se orde­
nan a él por sus operaciones propias (afinidad, tropismos, apetito)
porque sólo
el hdmbre en virtud de su operación intelectual sabe
que
es y sabe o conoce su propio obrar.' Por tanto, lo que llama­
mos el orden natural no sólo logra en el hombre su culminación
sino que en la persona es racionalmente conocido tanto en su ser
como en su obrar. Hasta aquí hemos distinguido entonces la na­
turaleza y el orden del ser u orden natural, el que logra su cul­
minación y autoconciencia en la persona humana.
Observemos
que la operación intelectual de la persona ( ra­
cional y libre f inaugura un orden nuevo formalmente ·distinto:
cada operación libre propia del apetito racional o voluntad, no
¡,uede no apetécer el ser (la naturaleza') bajo la formalidad de
bien; pero· semejante acto libre, desde que es . libre, puede o no
proceder según el orden del
ser u orden natural que 1e es anterior
y que lo funda. Es, pues, moral cuando obra según la recta ra­
zón, es decir, de acuerdo al orden natural, y es 'inmoral cuando
opera contra el orden natural; por tanto,· obrar el .bien es obrar
según
el orden de la naturaleza. De ahÍ que el primer principio
del orden moral, evidente por
sf mismo y conocido por todo
hombre,
sea «hay que obrar el bien y evitar el mal» ( sindéresis) ;
es decir, es menester obrar según el orden nat,¡ral. Y así redes­
cubrimos que
el orden moral es úna nu~a entidad ( orden de la
libertad) que
se evidencia en la coticiencia humana y se funda
en el orden natural. El ordeti moral es real y formalmente distin-
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
to del orden natural, pero no existiría sin él. Todos los deberes
y detecbos de la petsona humana tanto individualmente (moral
petsonal) como socialmente (moral social)
se fundan en la inevi­
table evidencia del orden natural ( 1
).
Cabe ahora la pregunta: Así como existe un orden moral de
la persona considetada tanto
singularmente como en sociedad,
¿ existe también un orden moral de las naciones fundado en el
orden natural?
En tal caso habría que preguntarse también si el
primer principio del orden moral
es inmediatamente evidente
para las naciones obligándolas en consecuencia
como naciones.
Por último, la historia, en gran
parte sucesión de pecados e in­
justicias, ¿no desmiente la misma existencia de un orden moral
entre las naciones?
Quizá pueda afirmarse que el conocimiento
de un posible orden justo
es susceptible de progreso en el tiem­
po ; en tal
caso habría que responder a diversos intetrogantes
históricos.
b) La ciudad antigua y el primer esbozo del derecho de gentes.
No es posible, al menos en los términos actuales, hablar de
«moral internacional» dentro del mundo clásico. Es claro que no
parece impensable
la existencia de ciettas normas que podrían
haber regulado las relaciones entre las ciudades como tale•; lo
que resulta impensable es la existencia de un orden entre las
ciudades en el cual cada polis fueta concebida como un sujeto
de
derecho de igual dignidad que las demás. Cada ciudad eta ex­
presión de una visión totalizadora del mundo penetrado del ne­
cesitarismo cósmico, reflejo de la recurrencia universal que hacia
imposible
la libertad personal. Tanto la necesidad como la tecu­
rrencia perpetua, mitos de origen prefilos6ficos y pre-racionales,
no sólo no fueron jamás cuestionados
como tales, sino que domi-
(1) Me he referido largamente 'a éste tema en mi ensayo Orden naiural
y
orden moral. Los fundamentos del realismo moral, en la obra colectiva
Homenaje a Juan Berchmans Vallet de Goytisolo, vol. III, págs. 189-209,
Consejo General del Notariado, Madrid, 1990.
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naron la totalidad _ del pensamiento antiguo. Aunque el reg1.lllen
de gobierno de la _ciudad .cambiara (y cambió frecuentemente), la
ciudad-Estado fue siempre la misma
y los ciudadanos ignoraron
tanto la libertad personal como
la relación jurídica_ igualitaria
entre las ciudades. _No tuvo el ciudadano derecho alguno a la
elección
de _su religión porque la ciudad era una religión; la ciu­
dad
concebida, como templo, supoIÚa _el estricto cumplimiento del
culto por parte del ciudadano porque
ser_ ciudadano _ era profesar
esa religión
determinada y practicar el complicado culto _ a los
dioses de esa
polis. J?or lo tante>, el extranjero era de veras extra­
ño, profano; entre el
extranjerc, y el ciudadano se abría un abis­
mo infranqueable. Los dioses_ de una y de otra ciudad eran dioses
ciudadanos que participaban
de las guerras y conflictos, salvo en
las confederaciones
helélilcas ( anfictioIÚas) fundadas en_ dioses
comunes. Si algo caracterizaba
.al extranjero y a la ciudad extran­
jera era su falta total de .derechos; de ahí que en la guerra no
hubiera piedad
ni gracia y a ningón Estado se le hubiese ocurrido
acusar a otro de haber violado el derecho. Son innumerables los
testimonios semejantes,
come, por ejemplo, el de Tucídides, quien
narra cómo los tebanos demolieron Platea, eliminaron sus habi­
tantes y con las piedras de sus cimientos construyeron un alber­
gue junto al templo
de Hera (2). Eliminada la religión y extingui­
do el fuego del hogar, la ciudad extran:jera dejaba de existir. Si
hemos de adn:útir por lo menos un esbozo remoto del derecho de
gentes, éste
no iba más allá de los tratados de paz entre los dio­
ses de dos o más_·ciudades.
Sin ·embargo,
la evidencia espontánea del primer principio
del orden moral natural
no estaba totalmente oscurecida. Lif .am­
pliación del concepto de polis a todo el mundo por el estoicismo
(la cosmópolis). permitió vislumbra_r ciertas verdades
elementales
y ciertasnormas de ellas derivadas que eran comunes a todos los
hombres.
Por otra: parte, la doctrina acerca de la existencia de
una justicia natural inmutable (lo justo natural) que
«tiene en
todas partes la misma
fuerza», había sido enunciada por Aristó-
(2) Historia de la guerra del' Pelo'pon"eso, 111, 68, ·1-5.
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
teles (3 ). En este sentido, ciertos derechos no escritos anteriores
al Estado y a lo justo legal convencional (la vida, la propiedad,
el
tránsito, el comercio, el no ser arrestado y condenado sin jui­
cio previo, etc.) constituyen
el contenido del ius gentium que,
deducido por
la razón, surge del derecho natural; es precisamente
por eso que es inter~nacional. Semejante derecho se refiere ya a
las personas singulares que por diversos motivos deben someterse
a los derechos civiles de Estados distintos ( derecho internacional
privado),
ya a los Estados o ciudades en cuanto tales ( derecho
internacional público). Estos derechos tan fácilmente enunciados
eran, de hecho, incumplidos.
El peso incontrastable de los ele­
rr.entos mítico-religiosos de la ciudad antigua seguía siendo enor­
me. Pero
al menos un esbozo del ius-inter-gentes del que hablará
Vitoria, ya estaba
allí.
El efecto desmitificador de la Revelación cristiana transfiguró
a la ciudad antigua. La ciudad no podía ser más la expresión de
un cosmos necesario y recurrente; la creatio · ex nihilo no s6lo ·sig·
nifica la ruptura de la necesidad cósmica, sino la desmitificación
del mundo físico
(Gn 1, 1 y 3): El cosmos no está «lleno de dio­
ses» y el bien de la ciudad ya
no depende de ellos:; existe un
solo Dios «y no hay otro»
(Is 46, 9) puesto que los ídolos y
dioses son nada
(Sal 81, 10); por consiguiente; el bien de la ciu­
dad no depende de ellos; por el contrario, este bien es último y
común
en-su orden, pero relativo al Bien Común Absoluto, tras­
cendente a
la polis. Por eso mismo el extranjero ha dejado de
ser necesariamente extraño y necesariamente enemigo porque todo
hombre, en el ordeff natural ( curado y sanado por la Gracia como
orden natural) posee
la misma dignidad humana (igualdad esen­
cial); en el orden sobrenatural
tod.os los hombre son imagen y
semejanza de Dios,
todos y cada uno son llamados a su destino
sobrenatural.
La revelación de la unidad del género humano sig­
nifica una profundísima revolución: por un lado la total desmi­
tificación
de la ciudad antigua y por otro, su transfiguración al
ser transpuesta al orden de la < (3) Et. Nic., V, 7.
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---en la aparici6n del nuevo Estado cristiano-- la absoluta no­
vedad de la Ciudad Cristiana. Perd esta novedad que vemos tan
claramente en el orden de
la doctrina, debía «encamarse» pro­
gresivamente
(y no siempre fácilmente) en el tiempo hist6rico.
Ambos planos
se vislumbran en algunos Padres pero, prin­
cipalmente, en
San Agustín. La sociedad ( o el pueblo que para
el Obispo de Hipona es lo mismo) es «el conjuntd de seres ra­
cionales asociados por la concorde comunidad de objetos ama­
dos» ( 4); es decir, unidos por el amor del bien común; a su vez,
la ciudad no se cierra en sí misma ni puede hacerlo porque «des­
pués
de la ciudad ( civitas) o la urbe, viene el orbe de la tierra,
tercer
grado de la sociedad humana, que sigue estos (tres) pasos:
casa (familia), urbe
y orbe» (5). De modo que ante todo la fa­
milia (primera sociedad) ; después la sociedad civil (urbe) y, por
último,
la sociedad universal (orbe). Sé que puede decirse que
no era extrafia a San Agustín la influencia estoica ; peto ese in­
flujo ha sido transfigurado por la Revelaci6n y
el progresivo
avance
domus, urbs, orbis impllca la hermandad (y, por tanto,
la unidad) de sus miembros desde la sociedad doméstica hasta la
sociedad universal.
El camino para la formulaci6n de la doctrina
del
íus ínter gentes que supone la igualdad esencial de los hom­
bres, estaba
expedito ... pero todavía faltaba mucho tiempo. La
cristiandad medieval aunque conocía esta igualdad esencial de
todo
el género humano, no pudo ir más allá de la respub/ica chris­
tiana que s6lo comprendía a las ciudades unidas por la misma
fe ; la cristiandad sabía muy bien que
el bien común de la ciudad
cristiana
es s6lo el bien común relativo al Bien Común Absoluto
que
es Dios creador y redento'.r ; pero la comunidad de ciudades
era una comunidad cristiana fuera de la cual debía combatir
con­
tra la herejía musulmana y las herejfas interiores. El Extremo
Oriente era casi desconocido
y en el siglo XIV las noticias de Mar­
co Polo eran todavía insuficientes.
(4) De Civ. Dei, 19, 24.
(5)
De Civ. Dei, 19, 7.
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
e) El descubrimiento de América y la conciencia de la unidad
de la especie humana.
El descubrimiento de América, acto inicial de la conciencia
cristiana, verdadero descubrimiento y no mero «hallazgo»,
es tam­
bién descubrimiento progresivo todavía no concluido. Para
la
cristiandad ibérica significó no sólo la ampliación de Occidente,
sino la comprobación empírica de la unidad de la especie humana.
Desde el viernes 12 de octubre de 1492, se
fue revelando a la
conciencia cristiana la existencia de
otros pueblos no cristianos
que ejercían derechos propios de toda comunidad humana. Poco
más tarde, sea por la ampliación de la evangelización desde Mé­
xico a las Filipinas por el Pacífico, sea por la directa presencia
de los misioneros en el extremo Oriente,
se llegó al conocimiento
de la existencia de otros pueblos y naciones que constituyen todo
el
orbe de que hablaba San Agustín. Pero nada puede igualar el
acto fundamental del descubrimiento de los pueblos amerindios
cuyos derechos naturales defendieron con tanto empeño los
Re­
yes Católicos, Cisneros, Carlos V, Felipe II. Quizá el documento
n.ás trascendental sea la bula Sublimis Deus de Pablo III (1537)
provocada por la célebre carta de Juilán Garcés, Obispo de Tiax­
cala,
a=ca de la capacidad de los indios para recibir el Evange­
lio: El Papa resume toda la doctrina y enseña «que los dichos
indios
y todas las demás gentes que en el futuro llegaren a ser
conocidas de los cristianos,
aunque se encuentren fuera de la re­
ligión de Cristo, no por ello están privados ni deben ser despo­
seídos de su libertad ni del dominio
de sus cosas, así es que libre
y lícitamente pueden usarlas, poseerlas y disfrutar de ellas, y no
han de ser reducidos a servidumbre» ( 6
). Las páláhrás del Papa
-sin olvidar la extensa labor y documentación de los Reyes es-
(6) El texto completo de la Sublimis Deus, en GUILLERMO LóPBZ DE
LARA, Ideas tempranas de la politica social en Indias, págs. 241-243, Jus,
México, 1977. Para 'el · desarrollo hist6rico-doctrinal de estos Principios
aplicados a "Aniérici, cf. ini·obta. El Nueva Mundo) cap. V, .. ·Edámex-Upaep,
México, 1991. '
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pañoles--consagran, para el -orden inter-nacional, todos los de­
rechos elementales: alcance universal de tales derechos, la liber­
tad personal, la propiedad y su uso, posesión y disfrute rechazo
de toda esclavitud. Los cimientos están consolidados y
ya es po­
sible pensar en un orden nuevo para la totalidad del mundo.
u
LA MORAL DE LAS NACIONES
a) Las naciones y el bien común.
El orden moral natural no ya de las personas singulares, sino
de las naciones como personas morales, comienza a perfilarse;
parece indiscutible que las naciones son sujetos de derechos que
les son inherentes en cuanto naciones. En tal caso no se trata de
principios esencialmente diversos de la moral de las personas; se
trata de los mismos principios que regulan también las operacio­
nes de cada nación como un todo. En base a la moral de Santo
Tomás cuyos principios fundamentales extendió a las naciones,
Francisco de Vitoria fue el verdadero creador de
la moral inter­
nacional o derecho internacional público·; su doctrina nace, pre­
cisamente, con ocasión de los problemas planteados por el des­
cubrimiento de América. Sus dos relecciones De I ndis me sirven
de libre inspiración en la presente meditación (7).
La comunidád
· civil ( comunidad concorde de personas pad el
bien común) es sujeto de derecho; por eso es persona moral. y
se dice persona moral por analogía con la persona metafísica
( sustancia individual inteligente) la que no sólo
se conoce como
tal sino que se afirma como sujeto urio y ·a la -vez idéritico eh el
tiempo (persona psicológica). De ahí que la persona moral que en
este caso
es una comunidad civil perfecta (esta patria concreta)
· (7) Utilizo, FRANCisco· '.DE VITORIA; Obras. ' Refecciones teol6giCas,
ed. crítica, introducción géneral e introducciories·de.Teófilo Urdánoz O. P.,
1.386 págs., BAC, Madrid, 1960.
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EL VERDADERO ORDEN NU1$Y0 DEL MUNDO
se reconoce a sí misma como una, como la misma a lo largo del
tiempo histótico al modo de la «substantia individua rationalis»
sin ser sustancial en sentido metafísico; pero sí es sujeto de. de­
rechos esenciales y de un conjunto de bienes materiales, espiri~
tuales y morales (persona moral).
La nación como persona moral apetece el bien. Aunque la
potestad que rige a una nación orientara sus a~os hacia el mal
moral (elección de medios no. adecuados al fin y, por tanto, con·
trarios al orden natural), no por eso la comunidad política deja·
ría de apetecer todo
lo que apetece bajo la formalidad del bien.
Ninguna nación
quiere· el mal para sí. Además, algo es tanto más
perfecto y, por tanto,· bueno en cuanto está en acto; es claro que
ningún bien finito satisfará plenamente a la comunidad política;
sólo
la posesión del Bien infinito satisface la voluntad de la per·
sona singular; por eso es menester aclarar que la nación como
persona
moral concluye en el tiempo aunque, como tal, se orien­
ta no sólo el bien común temporal, sino al Bien Común Absoluto
que
es el Bien infinito. Por eso la ciudad cristiana rompe el «to­
talitarismo» clauso de la ciudad antigua porque todas las perso­
nas ( miembros de la comunidad política) sólo alcanzan su fin
último en el Bien trascendente. Luego, es contrario al orden na­
tural y, por tanto, al orden moral, un Estado que siendo inma­
nente a sí mismo,-sea opuesto o i,ndife.rente respecto del Bien
Absoluto que es Dios creador y conservador. A su vez, esta rea­
lidad radical de
la nación como tal, pone en evidencia que fuera
de
las diferencias accidentales constitutivas y legítimas como la
extensión física, el poder secular y otras semejantes, las naciones
son iguales en dignidad como personas morales; lo que equivale
a sostener que, en cuanto sujetos de derecho, son también juridi­
camente
iguales.
b) Bien común político, bien común universal y Bien Común
Absoluto.
Ya dije anteriormente que el orden moral se funda en el or­
den natural u orden ontológico y que se se revela espontánea y
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ALBERTO CATURELLI
racionalmente en la persona humana. A su vez, la persona es so­
cial por naturaleza y todas las personas, partes del todo que es
la comunidad politica o
civil, convienen en aquello de lo cual
participan: el bien que les
es común. Ni siquiera existiría el todo
ordenado (la comunidad concorde) si cada una de
sus partes y
todas ellas como un corpus vivo no convinieran en un fin que es,
por esd; fin o bien común. Y como el bien es más perfecto a
medida que a más entes se extiende,
es evidente que el mejor
bien del todo
de la comunidad politica es el bien común al cual
se subordinan todos y cada uno de los bienes comunes de las
sociedades intermedias: municipio, provincia, región, gremios, em­
presas, etc., a partir de la sociedad doméstica como sociedad pri­
mera ;
áSÍ se comprende que el bien común (participado en todas
las sociedades imperfectas que
integran la comunidad civil) se
predica anal6gicamente de cada una de ellas y de modo más per­
fecto de la sociedad civil. Luego, no solamente el bien común
de
la comunidad política subordina a todo otro bien común menor,
sino que subordioa al bien particular porque el
mayor y más per­
fecto bien de la persona singular es, precisamente, el bien común.
Sin excepci6n posible, todo bien
particular se subordina al bien
común del todo.
El bien común de la comunidad política está constituido por
todos los bienes { desde los físicos a los espirituales) de todo
su
tiempo (pasado, presente y futuro): tal es el bien común politico.
El Estado tiene el deber primordial de procurar, defender y man­
tener el bien común de esta concreta comunidad civil.
El bien común de la sociedad civil considerado como un
todo
moral de orden porque todas y cada una de sus partes actual­
mente distintas están realmente unidas en virtud de un mismo
fin,
se identifica, según mi opinión, con la patria y comprende
todo
su tiempo hist6rico; es decir, todo su pasado ( toda su tra­
dici6n) su presente inaprensible
y todo su futuro. A su vez, la
patria concreta ( que en este caso me permito
no distinguirla de
la naci6n)
es constitutivamente social; aunque sea una sociedad
perfecta en su orden
porque se basta para alcanzar su fin, res­
pecto del orbe de todas las patrias y naciones del mundo, se com-
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
porta como sociedad imperfecta porque no es autosuficiente para
lograr el bien común universal o de todas
las naciones del pla­
neta. Cada nación es, en cuanto persona moral, miembro vivo
del corpus universal de la sociedad
de las naciones; por consi­
guiente, así
como cada sociedad política es una comunidad de
personas en virtud del bien común temporal-civil,
de análogo
modo las naciones constituyen, al menos potencialmente, la
co­
munidad de naciones de todo el mundo. Cada nación en cuanto
tal, participa en mayor o menor grado del bien que
es tanto más
perfecto en cuanto es
más común; por eso la comunidad de na­
ciones tiene como fin el bien común temporal de todas las nacio­
nes del orbe, o sea el bien común universal.
Todos los grados de ser, desde el ente inorgánico hasta
el
hombre, en él alcanzan la autoconciencia; en cuanto objeto del
apetito racional, son bienes por modo
de participación trascen­
dental en el bien ; igualmente, todos los bienes propios de la per­
sona, de
la sociedad originaria (la familia), de las sociedades in­
termedias,
de la sociedad civil, son bienes por modo de participa­
ción, aun
el más perfecto de ellos. Pero todo bien participado es
causado; dice razón de efecto ya que, en el orden trascendental,
nadie
se dona el ser ( o el bien) a sí mismo y remite al Bien sub­
sistente:
es remisión al Bien subsistente: El Bien infinito es lo
absolutamente perfecto,
Acto sin potencia y, por tanto, lo más
absolutamente común. Dios es, por eso, el Bien Común Absoluto
de todo el orden de los seres finitos: de la persona, de la familia,
de las sociedades intermedias, de la comunidad
política y de la
comunidad universal de las naciones.
De ahí que cada bien común
de cada sociedad finita o de la comunidad de todas las sociedades
eonsiste también en remisión
al Bien Común Absoluto; de modo
que, cuando hablamos del bien
común temporal de la sociedad
civil, sabemos que tal bien común, «absoluto» en
su orden, es
relativo al Bien Común de todas las naciones ; y también sabe­
mos que el bien eomún de las naciones es relativo al Bien Común
Absoluto que
es Dios.
En los grados progresivos que ha seguido mi exposición, la
primada del bien común sobre el bien particular no reconoce
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ALBERTO CATURELLI .
. excepción . ninguna. El bien común de una sociedad es. un todo
respecto de sus partes (los miembros de tal sociedad); así, el bien
común de la familia respecto del padre, la madre
y l9s hijos. A
su vez, este bien común se comporta como bien particular res­
pecto del bien común del municipio y así sucesivamente. Se pue­
de concluir que
el bien común de la sociedad política que es un
todo respecto de sus partes (los bienes particulares) debe ser
considerado bien
particular respecto del bien común universal de
las naciones. Y como el bien común es siempre el mejor de los
bienes de la persona singular, también el mejor bi.en de cada una
de las naciones del orbe es
el bien común universal. Este todo
(bien común universal) se subordina a aquel Bien que se comporta
como
el Todo en relación a las naciones: el Bien Común Absolu­
to, el todo
a se, es el supremo Bien subsistente y último fin de
las personas, de las sociedades y de las naciones.
c) Las causas del orden moral de las naciones.
Si consideramos ahora el conjunto de las naciones del orbe
desde la perspectiva de la metafísica de las causas, las conclu­
siones son claras: aquello de lo cual
se compone todo el orden
internacional constituye la causa material, es decir, todas las na­
ciones del mundo; cada nación en cuanto tal, es sujeto inmediato
y propio del derecho internacional público, de análogo modo como
persona singular
es sujeto de derecho en cada sociedad civil.
A su vez, el todo de las naciones del orbe,
para llegar a cons­
tituir de veras una comunidad concorde (no un conglomerado
discorde) de las patrias del mundo, necesita de
cierta potestad a
autoridad internacional que procure
y defienda el bien común
universal: tal
es la causa formal que, como tal, confiere el ser a
la comunidad de las naciones. Este es el problema más difícil
porque no existe una verdadera comunidad sin
la autoridad in­
ternacional que le hace ser tal comunidad internacional. En tiem­
pos de Francisco de Vitoria parecía no haber más que dos cami­
nos: el imperium católico del mundo a cuya totalidad debía llegar
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la evangelización. respetando las autonomías locales (la idea im­
perial de Carlos V), o bien la confederación mundial de todas
las naciones convertidas al Cristianismo bajo una autoridad sub­
ordinada al Bien Común sobrenatural. Ambos caminos confluían
hacia un mismo fin
y tenían, en el fondo, la misma naturaleza.
Por otra
parte, en ambas posibilidades, sea el imperium, sea la
sociedad federal de las naciones, tenían que reconocer cierta auto­
ridad común con
el fin de procurar, regular y defender el bien
común universal. Como entonces no parecía totalmente posible,
Vitoria pensó que
al menos ya existía de hecho una autoridad
virtual. Tampoco nosotros, hoy, podemos hablar
de la existencia
de una autoridad internacional que
de veras procure y defienda
el bien común universal.
En cuanto a las causas extrinsecas del orden internacional o
sociedad de las _ naciones, es-claro que la causa eficiente es Dios
en cuanto dador y conservador del .acto de .ser del hombre y, por
tanto, de su sociabilidad natural. Y así, como es válido pará la
sociedad civil que toda potestad viene de Dios
(Rom 13, 1), de
análogo modo
es válido para la sociedad de las naciones. De modo
que así como en la sociedad civil no puede el pueblo conferir lo
que no tiene (la autoridad) tampoco las naciones pueden dar
la
autoridad sino sólo elegir libremente a aquellos por quienes de­
sean ser regidas. El buen o mal uso de la autoridad internacional
depende de aquellos que detentan
la. autoridad, según orienten o
no la comunidad de naciones hacia el bien común universal.
Por último, la
causa final de la sociedad de las naciones es el
bien común universal constituido, como un todo de orden, por
los bienes físicos, espirituales y morales del pasado, del presente
y del futuro de todos
los pueblos de la tierra. Pero como se trata
de un bien finito y, por lo tanto, intermedio, el bien común
universal a su vez
se subordina y ordena al Bien Común Abso­
luto que es Dios.
Un verdadero orden del mundo no debe ser una suerte de
«estado homogéneo universal», sino un corpus orgánico federa­
tivo de todas las naciones del orbe en el cual no sólo
no desapa­
rezcan las autonomías típicas, sino que resguarde el carácter in-
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transferible de cada patria partkular. Esto supone ( allende las
naturales diferencias accidentales de extensión, economía, tecno­
logía, cultura, poder físico) la absoluta igualdad jurídica de las
naciones no sólo en los papeles y en las declaraciones y decla­
maciones, sino en la realidad.
III
LA MORAL DE LAS NACIONES Y EL "vm.10" DESORDEN DEL MUNDO
a) Naturaleza de la moral de las naciones.
De todo lo · expuesto se sigue que el derecho internacional
( que en esta reflexión identifico con la moral de las naciones)
no se reduce al derecho positivo, sino que es, esencialmente, de­
recho natural. Y es así porque deriva de la ley moral natural
( orden moral natural) deducido por la razón a modo de conclu­
sión. En tal sentidd, el orderi entre las naciones se expresa en
preceptos generalísimos del derecho natural y común a todas
ellas ; semejante orden fundan
te y originario se hace evidente
también en las naciones
y no sólo en las personas, por el hábito
del primer principio del orden práctico:
hay que obrar el bien
(sindéresis). Este primer principio que ninguna nación puede ig­
norar, rige a las naciones como · naciones porque cada una es per­
sona moral. Aquí nacen y se hacen evidentes todos los deberes
y derechos, que por esencia son ad alterum, de todas las nacio­
nes. Estos deberes y derechos son, ante todo, para consigo mis­
mas por que cada sociedad civil tiene el deber de procurar, regir
y defender el bien .común político ( ámbito de la filosofía políti­
ca); para
con las demás naciones, pues del primer principio de­
van los preceptos de justicia entre las naciones ( como, por ejem­
plo, el deber de evitar la injuria al derecho de otras naciones),
los preceptos secundarios · extraídos como conclusiones por la ra­
zón práctica, como es el caso de la ob1igáción subsiguiente de
cumplir lo acordado con las demás naciones
(pacta sunt servan-
886
Fundaci\363n Speiro

EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUND9
da) y otros semejantes; los deberes para con Dios legislador su­
premo, porque todo ente finito existe por modo de participación;
ningún ente finito es su acto de ser y por eso consiste en remi·
si6n al Ser subsistente; es, pues, re-ligación con Dios (religión).
De este hecho deriva, tanto para la sociedad civil como para la
sociedad internacional, el deber de reconocer su estado ontoló­
gico de religación
y el de realizar los actos propios de la religión.
La sociedad de las naciones no sólo tiene la capacidad, sino el
deber de buscar, de reconocer y de unirse a la única religión ver­
dadera; esto
sea dicho sin negar, es claro, el derecho natural a
la no coacción (libertas ad religionem). Sobre este importantísimo
asunto será necesario volvér más adelante.
Estas lineas generales de lá moral de las naciones (fundamen­
tos de un orden verdaderamente nuevo del mundo) carecerían to­
talmente
. de sentido sin la subordinación de la nación particular
al bien común universal, porque es más amable para la nación
el bien del todo que el de la parte. Por eso es también verdadero
que
no es posible la perfección del todo de las naciones sin la
perfección de
las naciones que lo constituyen; dicho de otro modo,
en aquel todd
de orden, las naciones deben enriquecer, profun­
dizar y perfeccionar su propia naturaleza histórica· y cutura/., Las
_patrias nacionales por eso tienen distinción y estilo propios .. en
el todo orgánico que integran. Un «estado homogéneo univer­
sal» no distinguidd y sin estilo ( totalitarismo bastardo)
es patri,
cicla y por eso mismo, homicida porque la patria local es una
dimensión constitutiva del
hombre en el orden temporal.
Si no existe distinción, diversidad. y estilo, no existe orden
sino des-orden quizá simulado en la «homogeneidad» de una «be­
nevolente» tiranía universal.
b) El inmanentismo moderno en la organización internacional:
el «vie¡o» desorden del mundo.
La moral de las naciones supone el orden moral· objetivo ;
éste, a su vez, el orden· natural·ontológico, y pór fin, .este -último
887
Fundaci\363n Speiro

ÁLBERTO CAT..I!RBbLl
supone lo simplemente natural, es decir, la .namtaleza o. el actc,
de set. Y co1110 el set (o el bien) se dice. pti;netamente pc,t modo
de participación, este
.tealismo metafísico ( que se interiori:t.a en
la petsona)
prueba la existencia del Set impatticipado que es
Dios-petsona. Luego, Dios es el fundamento y el fin último del
otden natutal, del otden motal y del otden motal
intetnacional.
Un inmanentismo que desde Occam, Matsilio de Padua y Juan
de
J andún hasta la socialdemocracia de. hoy proclama la plena
autosuficiencia del orden tempotal, no puede
ni podtá fundamen­
tat un justo y objetivo orden mota! de las naciones. Pot el con­
ttario, quitado el
fundamento objetivo y, pot. tanto, negado todo
detecho natural, la sociedad
·de las naciones debe otganizarse sólo
sobte disposiciones positivas. internacionales surgidas de una
vi­
sión empirista y ptagmatista del hombre y de las• sociedades. En
tal caso, no existe ninguna causa objetiva para que el otden tem­
potal
inmanentista no se absolutice y tetmine pot eliminat las
relaciones internacionales entendidas como-relaciones ínter-perso­
nales.
Un breve análisis de
la actual otganización intetnacional prue­
ba lo que digo y, sobte todo, prueba que la sociedad de las na­
ciones no se funda en el derecho ,natural, sino ·en lá desnuda fuerza
o en
e1" put0 predominio del poder. Ftacasada la Sociedad de las
Naciones después de la primera guerra mundial, en 1941, en ple­
na segunda. guetra mundial, comienzan a· ponerse las bases de las
fututas Naciones Unidas. En la Carta del Atlántico fitmada pot
Rooseve!t
y Chuchill el 14 de•agosto dé 1941, las dos potencias
que
más han engtandecido su extensión territotial y su podet
económico y politico a costa de otras · naciones, declaraton que
Inglatetra
y los Estados Unidos «no buscan el engtandecimiento
ni tettitotial ni de ninguna otra índole» (sic). A fines de la gue­
rta, entre el 3 y el 11 de febteto de 1945, la confetencia de Y alta
(que. suelo
llamar la reunión de Hannagedón, cap. VIII) pusie­
ton las
bases de la hegemonra de las gtandes potencias al tepar­
tirse las «zonas de influencia»; es decir, las zonas de dominio.
El sistema del antiguo «equilibtio· de ·podet» inaugutado quizá
sobre
los testos .de la cristiandad en la paz de Utrecht en 1713,
888
Fundaci\363n Speiro

BL VERDADERO ORDEN ·,NUEYO -DEL -MUN~(?
alcanza su máxima expresión. Se percibe claramente que el mun­
do no
es conducido hacia una orgánica federación de naciones
hermanas, sino a · Un sistema de organizaciones internacionales,
sistema que justifica y pretende legitimar la hegemonía de muy
pocas grandes potencias sobre el resto del mundo. Este sistema,
en verdad, ha preparado la actual hegemonía de una sola potencia
sobre el restd del planeta. De este modo, las organizaciones
in­
ternacionales no son la expresión verdaderamente libre de todas
las naciones, sino meros instrumentos más o menos evidentes del
pdder secular más grande de la historia.
La Conferencia de
San Francisco (llevada a cabo entre el 25
de abril y el 27 de agosto de 1945) no hizo
m.ás que consagrar
lo
ya resuelto en Y alta, establecienclo una diferencia esencial en­
tre. las «grandes potencias» (Estados Unidos, la entonces Unión
Soviética, Inglaterra, Francia y China) y
los demás países del
mundo; los a sí mismos llamados · «grandes» se reservaron los
asientos permanentes en el órgano decisorio que el Consejo .de
Seguridad y el «derecho» de veto que viene a convertir a la pura
fuerza en la única fuente del derecho. Agudamente dice el
c~te­
drático español Manuel Medina: «El texto adoptado en San Fran­
cisco co~sagró esta división entre una especie de ''aristocracia'
de potencias y un 'pueblo llano' compuesto de los miembros
ordinarios que carecen de asiento permanente en el Consejo y de
derecho. de veto» ( 8
). Lo ha mostrado claramente Pedto · Baquero
Lazcano quien, como conclusión de su amplia investigación, ex­
presa: «Este órgano (el Consejo de Seguridad) se vuelve central
de la Organización. Y
es precisamente en él donde se quiebra la
supraordinación jurídica y surge el principio político del equili­
brio de fuerzas de las grandes potencias como criterio rector de
la vida internacional» (9).
Los demás «principios» sostenidos. por la Carta (libre deter­
minación de
los pueblos, promoción y defensa de los derechos
(8) Las organizaciones internacionales, pág. 81; Ali~ Universidad~
Madrid, 1979.
· (9) Misir!n crisis y futuro de las Naciones Unidas,· págs: 141-142,
Univ. N. de C6rdoba, 1977.
889
Fundaci\363n Speiro

,'ALBERTO CATURELLI
humanos que no tienen su último fundamento en el Gran Ausente
que
es Dios, la «igualdad soberana» de todos los Estados miem­
bros) carecen de sustentación y en el fondo, constituyen una
suerte de trágica farsa representada por la voluntad atbitraria de
los poderosos. Dentro de los organismos especializados, esta
vi­
sión autosuficiente del orden temporal, se expande por el mundo
a través de la Organización de
las Naciones Unidas pata la Edu­
cación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Por medio de los .«aseso­
ramientos» y cooperación en los planes educativos y de promoción
de
la cultuta, la Unesco arrasa con los últimos restos de la con­
cepción cristiana de la educación y la cultura, diluye y destruye
la tipicidad de las autonomías patrias y es expresión y símbolo
de la
· concepción inmanentista del. orden temporal.
Esta situación, después del derrumbre del comunismo soviéti­
co { no necesariamente del marxismo) adquiere ahora una grave­
dad enormemente mayor.
Todos los mecanismos decisorios de
las Naciones Unidas quedan en las manos de Estados
Unidos e
Inglaterra.
Los menciono juntos porque, por encima de todo,
entre ellos existe una unión básica y constituyen
el poder secular
más grande del planeta. Como lo he señalado en otro lugat, la
guerra del Golfo Pérsico mostró cómo los Estados Unidos
deci­
dieron la intervención militar; por eso internacionalizaton el con­
flicto y sólo actuaron cuando las Naciones Unidas lo «decidieron».
Los verdaderos principios del orden internacional no tienen aquí
relevancia alguna y
al ser proclamados por el super poder que
domina a' las Naciones Unidas, se convierten en una suerte de
universal discurso farisaico que ·encubre la estructura de una real
hegemonía planetaria.
Si las tensiones de poder y predominio mundial, antes del
derrumbe de la Unión Soviética podían trasladarse
al seno del
Consejo de Seguridad,
ahoca ni siquiera esa posibilidad existe y
Leviatán
viene a ocupar todo el espacio. Allí está ese documento
del Pentágono,
de 46 páginas, según el .New York Times (8-III-
92), según
el cual debe esperarse «un mundo dominado por una
única superpotencia»; para el Departamento de Defensa,
el go­
bierno debe mantenerse «en guardia ante el posible surgimiento
890
Fundaci\363n Speiro

EL VERDADERO ORDEN NUEVO.DEL MUNDO
de un competidor»; por otra parte, todas las -naciones deben
aceptar el «dominio benevolente de los Estados Unidos» -(se su­
pone que todo posible «competidor» será necesariamente «malé­
volo»); en ese sentidd, Leviatán debe «desalentar a otras avan·
zadas naciones industrializadas para que
no desafíen nuestro lide­
razgo ni traten de subvertir el
orden político y económico esta­
blecido» ( 10
).
Los inmediatamente posteriores intentos de disminuir signi­
ficación a aquellas manifestaciones, carecen de valor porque, en
verdad, responden fielmente a una visión del murido y de la vida
que supone
la autosuficiencia del orden temporal y vuelve im­
posible ( e ilógico) un justo orden del mundo. Algunos hechos
ciertamente graves, son apenas meras consecuencias -de esta· Si­
tuación general del mundo, aunque por ser muy chocantes, lla­
men la atención pública. Me refiero, por ejemplo, al fallo en
ttayoría de la Corte Suprema de la Unión (15-VI-92) que «lega­
liza)) el secuestro de personas en suelo extranjero para ser juz­
gadas por tribunales de los Estados Unidos ; se trata de una clara
evidencia del autoconvencimiento de una hegemonía mundial de
poder (
11 ). Aunque dejo a los especialistas en derecho interna­
cional la crítica técnica de este «horl'or jurídico», deseo señalar,
con el Dr. Sagués, que semejante falld no sólo destroza el prin­
cipio de
la no intervención y el de la autodeterminación de los
Estados, sino que otorga competencia universal a la justicia nor­
teamericana (12). Sería interesante saber cómo reaccionaría el
gobierno de los Estados Unidos si la Corte Suprema de México,
por ejemplo, convalidara
el secuestro de un ciudadano norteame­
ricano en territorio norteamericano con el fin de someterlo a
juicio ... en tribunales mexicanos. Los ejemplos pueden multipli-
(10) La Nación, 9-III-92, !.' sec., pág. 2, col. 3.
(11) Cf. La Nación, 16-VI-92, !.' sec., pág. 3, col. 1-3. Con anteriori­
dad a este fallo, ya había defendido este . absurdo jurídico el Procurador
General de Justicia de los Estados Unidos para quien el gobierno de Was·
hington tendría autoridad «legal» para .desacatar un tratado de extrádici6n
y soberan!a de otro pa!s (La Nación, 2-IV-92, !.' sec., ¡,ág. !, col. 1).
(12) L, Nación, 17-VI-92, f.• aec., pág. 2, col. 2-3.
891
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ALBERTO CATURELLI
carse con la sola moles ria de leer con atención los diarios: el
secuestro de un norteamericano .en Guatemala para juzgarlo en
Texas (13);
el procedimiento llevado.a cabo por nueve agentes
norteamericanos uniformados y armados, que abordaron una em­
barcación fluvial en Bolivia ex:igiern:lo documentación a sus ocu­
pantes ( 14) ; y como para poner una rúbrica, el nuevo fallo de
la Corte Suprema norteamericana que anula
el de un tribunal
q,enor rarificando la
«legalidad» del secuestro en territorio de
otro país ( 15). Resµelva lo que resuelva el Presidente, estos casos
son más que suficientes para mostrar (ya que es inneoesario de­
rr.ostrar lo inmediatamente evidente) la real inexistencia de un
orden moral entre las naciones. Orden, por otra parte, exigido
por la naturaleza
y aniquilado en los hechos por esta concepción
inmanentista del orden temporal.
La hegemonía del poder-Uno ( exactamente lo contradictorio
del concepto de «naciones unidas») conduce a su plenitud lo que
bien
se puede llamar el «viejo» des-orden del «mundo». La actual
proclamación de un «nuevo
urden del mundo» viene a coincidir
con el anunciado «estad9 homogéneo universal» como «fin» in·
trahistórico de la historia. Después de más de dos siglos y medio,
la concepción «iluminista» de la realidad ha logrado su plenitud
y su triunfd.
La autosuficiencia de la razón ha permitido aventar
las
«tinieblas» del Catolicismo «medieval» y con él, toda posibi­
lidad de un Absoluto. Tal es
la «luz» del auténtico conocimiento
(Aufkliirung); semejante situación impone, por un lado la contra,
dictaría absolutización del mundo como mundo y por otro, Ia
definitiva «muerte» del Colgado (le Pendu), el eterno aguafiestas
de todos
los «pluralismos» secularistas. La consecúencia inmedia­
ta en el orden de la libertad no es sólo que no existe orden
mo­
ral, sino que no existe orden y, por tanto, que no existe lo natu­
ral. En tal caso, sólo hay nada. Gracias a la instrumentalización
de la ciencia
y de la técnica y a la tarea corrosiva de una anti­
filosofía idólatra de
la «verificación empírica», lo que verdadera-
(13) La Nación, 20.VI-92, 1.• sec., pág. 2, col. l.
(14) La Nación, 21-VI-92, 1.• sec., pág. 4, col. 2-4,
(15) La Nación, 23-VI-92, V sec., pág. 2, col. 3-5.
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Fundaci\363n Speiro

EL VERDADERO ORDEN NUEVO D.EL MVNDO
mente existe es un «perfecto», .eficiente, calculado y medído
«orden>> extrínseco que apenas enmascara un abismal desorden
real.
Este desorden domina las naciones bajo la hegemonía de. un
poder único, expresión del mundo-todo-Uno. Semejante des-orden
es, como siempre, lo propio del
mundo y del hombre viejo; el
proclamado «nuevo» orden del mundo. no es más que el evangé­
lico
viejo desorden que sigue resistiendo a. la Redención hasta el
fin de los tiempos y pugna por la eliminación (imposible) del
orden
nuevo. Por eso el «iluminismo» no quiere un verdadero
orden nuevo y regresa al hombre viejo con la «esperanza» pseudo
escatológica de una perpetua
y triunfante ciudad del mundo.
IV
EL VERDADERO ORDEN NUEVO DE LAS NACIONES
a) Necesidad de una sociedad de las naciones.
Al cabo de estas reflexiones, se impone una mirada sobre el
camino recorrido. Si de veras se desea un orden internacional
justo (relativo e imperfectisimo como todo lo humano pero acep­
tablemente justo)
lo primero que es menester admitir es que
siempre será
imposible en una concepción inmanentista del mun,
do y de la vida. La ignorancia, ruptura o eliminación del orden
de la naturaleza y,
por tanto, del derecho natural, equivale, por
un lado, a una suerte de tentación nihilista que primero niega el
orden, después la naturaleza y, al negarla, abre
el abismo de la
simple nada; por otro, equivale al intento
de procurar el ordert
entre las naciones apoyándolo nada más que en la fragilisima
malla del derecho positivo· carente de todo fundamento. Elimi­
nado el orden moral objetivo y con él, el orden real metafísico
(el orden natural), el conjunto
de tratados, convenios, pactos _in­
ternacionales, al depender del_ me:ro arbitrio de• la voluntad hu­
mana
y no de. un orden objetivo natural espohtáneamente éono-
893
Fundaci\363n Speiro

ALBERTO CATURELLI
cido por la inteligencia, dejan de tener sentido. No existe ninguna
raz6n para que
tal orden jurídico sea acatado libremente, salvo
la pura coacci6n que de mera propiedad de
la norma pasa a ser
la esencia de la misma. Si el fundamento del derecho no es,
in­
ILediatamente, el orden moral objetivo y mediatamente Dios como
causa eficiente última, no puede ser otro que
el poder. De ahí
que un pretendido orden internacional inmanentista, autosufi­
ciente, no pueda aspirar a se.r otra cosa que una planetaria es­
tructura de pura fuerza más o menos arbitraria.
Admitidd el orden ontol6gico u orden natnral y, por tanto,
el orden moral objetivo espontáneamente conocido, las naciones
saben que hay que obrar
el bien y evitar el mal. En cuanto per­
sonas morales no pueden existir sino en sociedad, es decir, en
sociedad de naciones ; pero saben también que la sociabilidad que
las religa horizontalmente proviene de Dios en como causa efi­
ciente suprema a quien están vertical y ontol6gicamente
re'liga­
das. Una nación, en el plano natllral, jamás «llega» a ser religiosa;
es constitutivamente religiosa en cuanto re-ligada a Quien le dona
y conserva el acto de ser. Puede una naci6n «declararse» oficial­
mente atea en
el orden de la legalidad pdsitiva; pero semejante
ley
(la constitnción) no habrá surgido del orden natnral sino con­
tra él; en ese sentido, como decía Santo Tomás de toda ley con­
traria al orden natural, no será propiamente ley sino iniquidad.
A su
vez, en cuantd social, es propio y natural de cada nación
existir en una comunidad que, como las personas si:h.gulares, debe
tratar de ser no dis-corde sino concorde. De modo que la exis­
tencia de
una sociedad universal de naciones es necesaria no por
imposición extrínseca, sino por simple disposición natural. En tal
caso encontramos en la misma disposición natural la constitutiva
igualdad ¡uridica de las naciones que, en cuanto personas mora­
les, deben gozar de
autodeterminación; reitero que así como cada
sociedad menor constitutiva de la sociedad civil se ordena al bien
común político,
así cada sociedad civil o nacional se ordena al
bien común universal; y
por lo mismo, cada sociedad menor, cada
sociedad civil y
la sociedad universal de las naciones, se ordenan
al Bien Co'mún Absoluto trascendente, que es Dios. De ahí que
894
Fundaci\363n Speiro

EL VERDADERO ORDEN -NUEVO DEL MUNDO
el único orden internacional justo es el que conduce a todas las
naciones a ·Dios ; por otra parte, -si el bien más común compren­
de a ios bienes menos comunes, es evidente que Dios como Bien
Común Absoluto comprende el bien de todas y cada una de las
naciones. El corpus de todas las naciones quiere su propio bien
universal (que
es el mejor bien para cada nación particular);
subjetivamente equivale
al deseo de la felicidad jamás lograble
en el tiempo finito de
la historia ; objetivamente consiste en la
posesión actual del bien debido a la naturaleza de cada nación
y el todo de la sociedad de las naciones.
Así como la persona singular
se individúa por la materia y
de la unión sustancial del alma con el cuerpo le vienen sus in­
transferibles características propias, de análogo modo cada patria
singular
se «individúa» por un conjunto de elementos más o
menos intransferibles ( territorio, tradición histórica, lengua,
cul­
tura, etc.); por eso la organización de las naciones debe fundarse
en aquellos
caracteres intransferibles que enriquecen el todo;
una auténtica sociedad de naciones no puede ser unitaria, < bal» en el sentido de un «estado universal y homogéneo» ( esta­
do liberal planetario), sino federativa. Desde este punto de vista,
la autoridad que tal sociedad federativa
se dé, ¡amás tendrá dere­
cho a imponer, a influir y ni siquiera a recomendar a las naciones
un determinado régimen político,' cada nación conserva en ple­
nitud, en virtud del derecho
natural, su libérrima determinación
de darse
cualquiera de los regímenes políticos legítimos ( todas
las formas de la monarquía, la aristocracia, la democracia y los
regímenes mixtos);
y digo legítimos porque lo son en cuanto
procuren
el bien común de tal sociedad civil y, con él, el bien
común universal de las naciones. No existe ni jamás existirá un
régimen político que sea el mejor respecto de los demás; es con­
trario a la naturaleza proclamar a uno de ellos como el único
legítimo. Un auténtico realismo metafisico sabe que un orden
perfecto jamás será posible en
el tiempo histórico; siempre exis­
tirán conflictos, choque de intereses, actos injustos, simples in­
comprensiones y, pO'r eso, imaginar una posible «paz perpetua»
en el futuro es utopía. Lo único que un orden internacional justo
895
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ALBERTO CATURELLI
puede y debe hacer es tratar . de reducir al maxuno el margen
posible de conflictos
y procurar la paz cuando . el conflicto se
haya producido,
De todo lo dicho . se sigue que la sociedad de. las naciones
necesita, para existir, de su causa formal, es d_ecir, de una auto­
ridad que rija el todo hacia el bien común universal. Si ppr hi­
pótesis, en una 11ueva organización .inter11acional se mantuviera
el Consejo de Seguridad para los casos de conflictos y otros pro­
blemas semejantes, todos sus miembros deberían .ser electos, no
vitalicios; el voto de cada uno debería tener el mismo valor que
el de los demás aboliendo para siempre el absurdo jurídico del
llamado «derecho de veto»
.. En hase a los principios generales
expuestos, bien se puede crear una
más sencilla y de veras justa
9rganización de las naciones.
b) · El orden nuevo que esperamos.
l. De la unión-.a la dispersión y de. la dispersi{)n a_ la unión:
en el_ Antiguo Testamento._
Una organización de las naciones comd la esbozada aquí, si
lograra consolidar un orden justo inevitablemente imperfectísimo,.
ya habría alcanzado una enorme conquista. Semejante organiza­
ción (como
otra cualquiera) no podría escapar al reato del pe­
cado original que ha producido la pérdida de la unidad de las
naciones. Se me dirá, con toda razón, que la anterior afirmación
es una apelación a la fe. En efecto, a ella apelo porque es cohe­
rente coh
el drden natural y permite comprender a fondo la mo­
ral. de las naciones.
La expresión <~naciones unidas» constituye una suerte de an­
helo de un estado existencial perdido ; una suerte de espera de
la restauración de la armonía que debería haber existido entre
los hombres
y entre las naci.ones de no haberse producido el pe­
cado.
La ruptura de aquella. unidad estaba presente en el acto
mismo del
pecadd. La vocación de Abraham supone la multipli-
896
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EL VERDADERO ORDEN· NUEVO DEL MUNDO
cidad rio sólo de los hombres sino de las naciones , de ahí que
las promesas de Y ahvé a
Abraham · así lo manifiesten expresamen­
te: «De ti haré una nación.grande» (Gn 12, 2) ... «y en ti serán
benditas todas las tribus de la tierra» (
Gn 12, 3 ). El Señor anun­
cia el pueblo nuevo (Israel) que será irunediatamente el deposita­
rio de la promesa porque en él vendrá el Redentor ; a su vez, este
pueblo
nuevo es, .mediatamente, d futuro pueblo cristiano. El
texto da
por. supuesto la existencia de otros pueblos o naciones:
una multiplicidad que es resultado de la primitiva rebelión. Por
eso las naciones existen des-unidas a
la espera de Quien les de­
volverá la armonía y la paz perdidas. El sánto patriarca· Abraham
pone como anticipo lejanó en el futuro, el nacimiento dé una
humanidad nueva, o sea, el
escatológico orden nuevo de las na•
clones.
La corrupci6n de la Alianza primiti\.>a ke ha pri~to en ·eviden­
cia
en el episodio de la torre de Babel (Gn 11, 1-9), en elrual
termina la historia primitiva de la salvaci6n. La confusi6n de las
lenguas expresa la dispetsi6n de los pueblos hostiles a Y ahvé;
aquella torre bahil6nica es prototipo de un poder terreno enemigo
de Dios. De
ahí la esperanza escatol6gica de la re-uni6n de las
naciones dispersas:
« Y vendré para reunir a todos los pueblos y
lenguas que vendrán para ver mi gloria» (Is 66, 18). Para ello
será necesaria
la conversión di, las naciones. Y así percibimos que
la promesa no s6lo se dirige a cada uno, uno por uno de los
hombres, siuo de igual modo se dirige a las naciones, una por una.
2. La vocación de las naciones en el Nuevo TestamentO.
En el Nuevo Testamento se pone aún más en evidencia que
el Señor tiene sus planes para cada una de las naciones. Así,
como existe
la vocaci6n de las petsonas singulares ( a la que se
puede o no ser fiel), del mismo modo existe un misterioso llamado
de las naciones,
cada una de las cuales puede o no ;e, fiel a la
vocaci6n de Dios. Este misierioso destino, que sólo Dios conoce,
se pone de manifiesto en numerosos pasajes del Nuevo Testamen-
897
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ALBERTO. CATURELLI
to, como en el himno del justo Simeón cuando María y José pre­
sentaron al Niño en el Templo
(Le 2, 22-38); Sime6n, «varón
justo y piadoso»,
esperaba ·el consuelo de Israel por inspiración
del Espíritu Santo. Tomó al Niño en
sus brazos alabando a Dios
que le había petmitido ver
al Salvador antes de morir: «Mis ojos
han visto tu salvación, la que has preparado ante la
faz de todos
los pueblos. Luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu
pueblo Israel». Es iluminación de
los pueblos paganos porque
su conversión
a Cristo hará de ellos no sólo pueblos o naciones
cristianos, sino porque constituirán el pueblo nuevo; las naciones
se encaminarán al momento escatológico del pueblo único que
tendrá por
Rey a Cristo. Y así se ve cómo las naciones o pueblos
dispetsos después del pecado
se encaminan por la mediación de
Cristo, hacia la
unidad futura: de la «vejez» a la novedad, de la
dispersión a
la unidad, de la hostilidad mutua a la paz. Pero
mientras dure el tiempo histórico, el reato del pecado y el pade­
cimiento que aún les falta sufrir a
los sarmientos de la Vid, se­
guírán con las naciones hasta el fin. Y esto sea dicho sin olvidar
la apostasía
de alguna, de algunas o de todas las naciones. Por
eso serán juzgadas
como naciones al final de los tiempos.
3. La misionalidad de la Iglesia, el vacío teológico del viejo
Israel y las naciones.
Los tiempos nuevos comenzaron en el instante en el cual
el Verbo se encarnó en Miiría (Gal 4, 4). En cuanto Hijo del
Padre es misivo por naturaleza
como es también misivo el Espí­
ritu y por participación, la Iglesia. Los sarmientos de la Vid, los
hombres convertidos a Cristo, son también misivos por modo de
participación en
el Cuerpo Místico: « Yo os envío la promesa de
mi Padre» (Le 24, 49); los Apóstoles, a su vez, han de transmitir
la Palabra «a todas las naciones» (v. 47). El mandato
es irrenun­
ciable:
«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda
criatura. El que creyere y fuere bautizado,
se salvará, mas el que
no creyere
se condenará» (Me 16, 15-16). El mandado es univer-
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
sal, aunque primero comenzó la predicación del propio Israel ;
siguió por los pueblos vecinos, luego por Grecia y Roma y lo que
es hoy Europa; por fin, la predicación se extendió por todo el
mundo.
Hada milenios que los pueblos de lo que será América
desde 1492, estaban expectantes respecto de Alguien «que venía».
La misión de la Iglesia
se extenderá entonces a todo el mundo.
El llamado a los pueblos y naciones
se va cumpliendo en. todo
el universo y la progresiva conversión de las naciones como na­
ciones constituye el punto de arranque de la existencia de un
pueblo nuevo. La primera nación llamada era Israel y, sin em­
bargo, el endurecimiento y «carnalización» de este pueblo miste­
rioso y sacro muestra
al vivo la secreta acción del Enemigo del
hombre. Cuando el Señor, dando un fuerte grito,
expiró, «el velo
del templo
se partió en dos partes de arriba abajo» (Me 15, 37-
38; Mt 27, 51; Le 23, 45). El velo resguardaba el Espíritu de
Y ahvé y
al cumplirse la finalidad de la Encarnación del Verbo,
Dios
ya no «habitaba» allí ; en verdad ya no hay nadie a quien
velar. Por eso,
si el pueblo, aferrado a la ley antigua, sigue ado­
randd aquel lugar vacío, esa nación está ante un atroz vacío teo­
lógico.
Este vado teológico constituye la tragedia del pueblo judío
y es, al mismo tiempo, signo (aunque negativo) de la realeza de
Cristo. La ausencia de Dios {ahora presente en
el sagrario del
alma cristiana en gracia y en los Sagrarios de los templos cristia­
nos) convierte
al pueblo judío en testigo negativo de la verdad
de Cristo, pero sacro testigo
al fin. La «carnalización» de Israel
lo convierte hacia los valores puramente terrenos que adquieren
cierta «absolutidad» en
la inmanencia del tiempo histórico. F.!
rechazo de Cristo invierte el papel del pueblo elegido; la «piedra
de tropiezo» ha puesto a los judíos ante una misteriosa disyun­
tiva: con Cristo o contra Cristo.
Aquella «absolutización» de los bienes finitos se expresa en
la pasión por el poder terreno ;
es decir, por el poder intramun­
dano que conserva su .sentido prof_ético y soterioiógico, pero den­
tro del mundo. Este misterio actuará en la historia hasta el úl-
899
Fundaci\363n Speiro

'·ALBERTO · CATUAELLI
timo día. Y semejante destino está patéticllJ]lente . expresado ep
las palabras de los judíos que rechazaron a Cristo: «No quetetnos
que Este reine sobre nosotros» {Le 19, 14 ).
4. La· federación-de las naciones.y.la invel'sión de la ecumene
cristiana.
Desde el instante de la muerte de Cristo en la Cruz, la hu.
manidad vive los últimos
tietnpos. Aunque ya ha sido salvada por
los méritos infinitos del Pobre de Y ahvé, en el
tietnpo que resta
deben los pueblos .padecer los sufrimientos que todavía faltan a
la Pasión de Cristo. Cada patria ,.tetrena tiene la capacidad y el
debet de conocer. a Cristo y en
Él, a la religión verdadeta. Desde
la muette del Señor, las naciones
se transfiguran en el «lugar»
terreno
de peregrinaje haci~ la Patria · celeste, la «patria perma­
nente» de San Pablo (Heb 2, .10). Toc1is son llamadas a constituir
una sola humanidad nueva.·
Se anuncia así la posibilidad de una
fraterna comunidad de naciones fundada en los méritos infinitos
del
Rey de las naciones.
Pero las fuetzas del hombre «viejo» no.
han desaparecido y
pugnan y
pugnarán por esterilizar e invertir cl destino de las na­
ciones nuevas, es decir, de aquellas que han reconocido y se han
unido a Cristo
el Señor de la historia. Muchas naciones se han
convertido: es el caso de Europa, que ya eta Europa siglos antes
de la
Encarnación del Verbo; otras han sido generadas cristianas,
COtno es el caso de las naciones iberoamericanas. Ellas nacieron
en los últimos tietnpos en virtud del descubrimiento y la evange­
lización, actos pl'Opios de la conciencia cristiana y, por eso, carecen
de sentido fueta de la fe católica.
Considerada la · historia com:o mis_terio, es necesario retornar
al tema central de esta reflexión. No sólo es posible sino necesaria
una sociedad de las naciones,
entendida ahora a la luz de la Re­
velación. Asi como la sociedad civil tiene la capacidad y la obli­
gación de buscar y conocer la
religión vetdadera, del mismo modo
la sociedad de todas las
naciones tiene, en el orden sobrenatural,
900
Fundaci\363n Speiro

EL VERDADERO ORDEN NUEVO ·-DEL. MUNDO
la capacidad y la obligación de buscar y de conocer a Cristo y a
su Iglesia y estar
unida a ÉL Frente a la casi universal apostasía
de las naciones modernas que en las Naciones Unidas tiene
su
fiel expresi6n, quienes han conservado la fe trabajan en el tiempo
por una verdadera sociedad de las naciones;
la actual «organiza­
ci6n» de las naciones
se comporta como la verdadera inversi6n
de la ciudad cristiana universal. Ha transferido a la pura fuerza
el fundamento del derecho; por eso los «grandes» del poder,
como los «grandes» del Antiguo Testamento (Egipto, Asiria, Ba­
bilonia) han hecho del mundo el lugar definitivo del hombre y
de las naciones. Ezequiel describe esta nueva idolatría de las na­
ciones: ante el abandono del templo por la gloria de Y ahvé, el
profeta
es llevado a contemplar la idolatría en el mismo templo
de Dios; describe Ezequiel «las grandes abominaciones», sobre
todo la pintura de ídolos en el interior del templo.
Los hombres
(y las naciones) se dicen a sí mismos: «Yahvé no
nos ve, se ha
alejado de la tierra» (Ez 8, 12). Los «grandes» del mundo que
en
el Antiguo Testamento son enemigos del Dios de Israel, en
los últimos tiempos son sustituidos por los imperios secularistas.
El mayor de
ellos, beneficiario del derrumbe de Gog, domina a
las naciones mediante su hegemonía en
el seno de las Naciones
Unidas. Semejante hegemonía puramente secular
se constituye a
sí misma
como la inversi6n de la ciudad cristiana universal.
Quienes
han conservado la fe, han sido llamados a cristianizar
a las naciones. Tal
es la misión de la Iglesia en el tiempo. hist6-
rico. Por eso, en el tiempo de peregrinación es menester trabajar
en favor
de una sociedad internacional federativa, es decir, de
una comunión de naciones jurídicamente iguales. Una sociedad
de las naciones que sea de veras nueva, contrapuesta a esta «ac­
tual» sociedad vie¡a, fruto del regreso del des-orden del hombre
vie¡o. El hombre cristiano, que ya forjó la cristiandad medieval,
que edificó la cristiandad íbero-americana de los
siglos XVI y xvrr,
tiende ahora hacia la constitución de
la cristiandad universal que
sería
el siempre imperfecto y provisorio orden nuevo del mundo,
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·ALBERTÓ CA.1'URELLI
5. El juicio de las naciones, el misterio de la-nacjón judía
y el orden nuevo del mundo.
En el tiempo histórico esperamos tanto la salvación cuanto
el juicio definitivo de
las naciones, anunciado por Isaias: «En­
tonces castigaté al mundo por su malicia,
y a los impíos por su
iniquidad; acabaré con la
arrogancia de los soberbios y abatiré la
altivez de
los opresores» (Is 13, 11 ). El profeta anuncia el cas­
tigo de Babilonia para el que Y ahvé toma como instrumentos a
los medos
y concluye con el himno triunfal de las naciones. Casi
idéntico, de los filisteos, de Moab, de los ammonitas, de
D.unas­
co, de Elam y de Babilonia (Ez 48-51).
Todo
se adara en el Nuevo Testamento en el que se anuncia
al mismo tiempo la conversión de los hebreos
y de todas las na­
ciones y el juicio final de las patrias de este mundo. San Pablo,
en un texto que
podría considerarse un pequeño tratado sobre
el destino de todas las naciones (Rom, 11 11-32), se refiere a los
patriarcas y profetas como las primicias y raíces de Israel y a los
hebreos como a la masa
y las ramas. El rechazo de Cristo ( «no
queremos que Este reine sobre nosotros»)
es debido al «endure­
cimiento» del pueblo por el cual vino la salud a
los gentiles; pero
la «masa»
y las «raíces» mantienen (aunque invertida por ahora)
su
referencia misteriosa ineludible al Señor de la historia. La
«carnalización» en que ha
caldo convierte al «viejo» Israel en el
enemigo
de Cristo y es la causa del «desgajamiento» de las ramas
que han sidd cortadas del tronco de la Vid.
El Señor de las na­
ciones ha empleado la severidad «para con los que cayeron ( el
viejo Israel) y la bondad con los gentiles ; pero si los pueblos
nuevos no permanecen en ella
también serán cortados» (v. 22).
Si los judíos vuelven de su incredulidad, poderoso es Dios para
«injertarlos de nuevo» (
v. 23 ), sobre todo porque ellos son «las
ramas naturales» destinadas a ser injertadas «en el propio
olivo»
( v. 24 ). Por eso, San Pablo profetiza que «todo Israel será sal­
vo» para cuando «la plenitud de los gentiles haya entrado» (v. 25).
Mientras tanto, respecto del Evangelio, «ellos son
enemigos para
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EL VERDADERO ORDEN .NUEVO DEL MUNDO
vuestro bien, mas respecto de la elección; son amados a causa
de los
padres. Porque los dones y la .vocación de Dios son i"evo­
cables» ( v. 28 ). Me permito subrayar cinco palabras clave carga­
das de misterio: desde
la diáspora hasta el Estado de Israel, los
hebreos son, como decía
San Agustín, «in libris suffragatores, in
cordibus nostri hostes, in codicibus testes» (16). Nación sagrada
que llena nuestro
ánimo de respetuoso temblor y expectación ;
ella
es testigo de la fe (nuestra fe) que ha rechazado; sus miem­
bos no pueden dejar de ser, siempre al decir del Doctor de Hi­
pona, «testigos de la verdad» (17). Y, así, como Yahvé dispuso
que nadie quitara la vida a Caín mientras deambulaba
erta1>te,
del mismo modo el antisemitismo es esencialmente opuesto a los
designios de Dios.
La vocación del pueblo hebreo es irtevocable
(
como dice el Apóstol) y eso explica el anuncio de la final con­
versión de Israel.
Se vislumbra. en el horizonte el juicio uuiversal y final no sólo
de persona por persona, sino de cada una de las naciones del
rr.undo.
Las naciones cristianas pertenecen al nuevo Israel que
hoy parece ahogado bajo los miasmas de la secularización total.
Así
como los poderosos imperios del Antiguo Testamento ejer­
cfan una fuerte hegemo!Úa sobre el pueblo de Israel, así los «gran­
des» de hoy (Albión,
el descalabrado Gog, Leviatán y quizá una
sola Babilonia como «estado homogéneo universal») son, de
he­
cho, enemigos del Señor de la historia. No existe un corpus or­
gánico de naciones; no se trata de una comunidad con-corde
universal, sino una inmensa
adición dis-corde bajo la hegemonía
del poder secular
más grande de la historia del mundo. Los cuer­
nos de la bestia del capítulo 17 del Apocalipsis, simbolizan los
reyes ( o las naciones) que «guerrearán con
el Cordero»; pero «el
Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y
Rey de re­
yes» (Ap 17, 14). Imposible olvidar, por eso, el anuncio del án­
gel: «Porque ha llegado la hora de su juicio» (Ap 14, 7). El Se­
ñdl: de la historia es descrito esplendorosamente: «De su boca
(16) De fide refum quae non Videniur, 6, -9.
(17) Sermo, 202, 3.
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A.L1JBRT0 CATURELLI•
sale una espada aguda, para que hiera. con ella. a las naciones. Es
Él quien las regirá con cetro. de hierro; es Él quien. pisa el lagar
del vino de la furiosa .ira de Dios el. Todopoderoso. En su mano
y sobre su muslo tiene escrito este nombre:
Rey de reyes y Se­
ñor de señores» (Ap 19, 14-16).
e) Resumen y conclusiones.
Cada patria terrena es objeto de vocación especial · y a cada
una cabe
la responsabilidad de «escuchar» y seguir el llamado,
grftnde o pequeño a los ojos humanos, pero siempre amado hasta
el·
infinito por Aquel que llama. De ahí que el patriotismo, lejos
de ser «el
recurso del imbécil» ( como lo he oído decir en una
audici6n de la RAI)
es acto de justicia legal y es acto de piedad;
y en el orden de la salvaci6n,
es acto de caridad.
Precisamente por eso, porque no existe gracia sin naturalezq,
es menester restaurar el orden natural que es el fundamento pr6-
xitno del orden moral·. Desde él es ya posible hablar de un orden
moral de las naciones. Desde el punto de vista cristiano (ya que
él problema no es s6lo natural sino teológico), el escalonamiento
de los bienes comunes (
de la sociedad doméstica, de las socieda­
des intermedias, de la sociedad civil, de la sociedad de las nacio­
nes) mira también hacia el Bien Común Absoluto sobrenatural.
Por lo tanto, una
organizaci6n de las naciones que se limita a
enumerar los «derechos
dél hombre» sin fundarlos en Dios, no
puede fundarlos en nada y semejantes «derechos» se vuelven am­
biguds ; trátase de la misma organización que conduce · a un sin­
cretismo religioso planetario, la misma que se
ha negado a cele,
brar el V Centenario de la más grande epopeya evangelizadora
de la historia; que legitima
fu hegemonía de los «grandes» sobre
el resto del mundo. ES menester, pues, una.-organización nuevá
quizá no muy diversa «matérialmente» de la actual, pero si for­
malmente diversísima. Quizá se puedan repetir hasta las denomi­
naciones (Asamblea General, Secretaría, Consejo
de Seguridad,
Corte Internacional de Justicia, Consejo de Administración fidu­
ciaria, Consejo Econ6mico Social, organismos especializados, etc.)
904
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EL VERDADERO ORDEN NUEVO DEL MUNDO
pero su estructura interna y su espíritu deberán ser por comple­
tos renovados.
¿Qué esperanzas podemos tener? Como. van las cosas y en
el plano natural, ninguna. Pero nuestra proposición no es utopía
porque
se funda en el orden natural humano confirmado por la
Revelación cristiana; reco11;ozco _qu~ ·q~enes sostienen un orden
nuevo cristiano y como tal, peregrinante en el mundo, están en
las catacumbas, oomo lo estaban los cristianos del tiempo de Ti­
berio. Peor aún, Sin ·embatgo, el dominio «absoluto» del innia­
nentismo securalista, pone en evidencia que es, hoy,·· iriás · nece­
saria que nunca una verdadera sociedad de las naciones. Seme­
jante comunidad concorde ínter-nacional tiene detrás suyo los
ejemplos de las cristiandades que han · existido: la ctistfandad
medieval, la cristiahdad
iherocamericaná y algunas nacionales ...
hasµ la hoy muy oculta cristiandad famiUar, p;,queño foco como
Iglesia doméstica desde donde puede comenzar . el. incei{dio y la
renovación
de la total estructura de las naciones del mundo.
Frente
al inmanentista·dnhumand·«'{iiejo» des-ordendel mun­
do, proponemos el verdadero orden nuevo del mundo.
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