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Número 313-314

Serie XXXII

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La ideologización del drama de la existencia humana

LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA
HUMANA
POR
MARIO ENRIQUE . SACCHI
l. La herencia trágica del ·romanticismo.
En mayor o en menor medida, todos los hombres sufren las
adversidades que les produce el
vivir en este mundo. La enferme·
dad, el hambre, el desamparo, la injusticia, el odio, la desapari­
ción de
las personas amadas, las frustaciones, la guerra y otras
mil desventuras se hacen presente en la historia humana impri­
miénddle
el sello del dolo,, y de la tristeza que nadie desea; pero
que casi nadie deja de experimentar. Tan agudas
son a veces las
lesiones causadas por estos avatares, que no
pocas de sus víctimas
sucumben ante la
fuerza de los embates recibidos, aunque debe,
mos admitir que,. en ocasiones, la derrota padecida tiene un co­
rrelato oculto o manifiesto en la propia debilidad de quien ha
resultadd vencido.
Muchos opinan que este fenómeno nada tiene de novedoso:
el hombre,
. nos dicen, siempre ha estado expuesto a las tribula­
ciones que convierten la vida terrenal en algo así como en la ante,
sala del infierno. Enfatizando al máximo esta opinión, algunos
piensan que
nuestra existencia mundana no es la antesala del in­
fierno, sino el infierno mismo. Al pensar que la vida del hombre
siempre
ha estado signada por tal característica, entre quienes se
expresan de este modo ha cundido
la creencia de que los males
padecidos
pór el ente humano nd tehch:fan solución: nuestras des­
dichas nunca tench:ían fin, ya que no habría manera de acabar eón
las penurias que nos agobian incesantemehte, por lo que sería de
Verba, núm. 313-314 (1993), 311·331 ,u
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MARIO ENRIQUE SACCHI
insensatos ilusionamos con un mañana feliz, pues estaríamos con­
denados a soportar nuestro existir, a existir aguantando nuestra
existencia.
La existencia humana no pasaría de ser un alud de percances
angustiosos cuyo
acaecimiénto no podría' ser esquivádo. Nuestros
sufrimientos cargarían con
,la, impronta de lo inexorable, de lo
irrefrenable y de
Id irremontable. Existencia y fatalidad se mos­
trarían como el anverso y el reverso de la misma moneda. De a1ú
el elogio contemporáneo del suiéidá, el unico personaje que habría
sido coherente con su existir absurdo
al ponerle fin expatriándose
de la existencia.
Convencido
de la inutilidad de seguir adelante buscando el
remedio de tormentos incurables, e] suicida se habría decidido a
terminar con uná carrera inocua ·en pos de la utopía de la bien­
aventuranza armándose del
cocaje de anticipar su muerte, la cual,
a
,Ja larga, hubiera sido el destino ineludible de una existenoia que,
de haberse prolongado en el tiempo, no le habría suministrado
más que una dosis adicional de torturas. Quienes todavía nd he­
mos imitado su gesto nos dividiríamos en dos grupos: los sofiado­
res, que suponen fundada la aíirmaci6n de algo capaz de. atemperar
"f aun de sanar nuestro existir apesadumbradd, y los cobardes, que
niegan esto, mas carecen de la valentía de proclamar con el auto­
exterminio la estupidez de conservar una existencia
sin sentido.
Sin sentido,
sí, porque su culminaci6n es la muerte, el fracaso
de la empresa efímera y decepcionante del existir.
A la muerte estaríamos invitados a arrastrarnos
para librarnos
de la farsa en que ella estribaría. La muerte liquidaría la parodia
de] existir arrojándonos a _la nada después de purgar el tránsito
tan necio como inexplicable de esta vida anodina, cuyos extremos
serían el no ser del cual
proeedemos y ese mismo no ser en que
la existencia,
la muerte mediante, se agotaría para consumar el
triunfo supremd
del absurdo.
Ninguna originalidad esconden las cogitaciones transcritas.
Una vertiente muy popular del
pensamiento existencialista las ha
divulgado hasta -el cansancio- en el siglo xx, pero antes de esta
centuria talnbién han sido propaladas por muchos otros. En ver-
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LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA.-· EXISTENCIA, -HUMANA.
dad, en·estd el existencialismo del.siglo xx. no puede enmascarar
el padrinazgo que sobre él ha ejercido el . movimiento romántico
decimonónico. El romanticismo
del sigh xix ,se ha prodigado en dibujar la
efigie a un hombre lanzado a desplegar su existencia al modo de
un flagelo descorazonador; sólo que, a diferencia de sus émulos
existencialistas · más · cercanos a · nosotros, re las ha ingeniado para
urdir uh paliativo de sus dramas que Ie consolaran de las defrau­
daciones del existir en el tantd a una clandestinidad sublimada
por el espíriµ, de una avenµira del todo singular: la falsificación
ideológica .del heroísmo.
Poetas, novelistas,, dramaturgos, pintores, escultores, músicos
y algunos ensayistas confundidos con filósofos han enarbolado el
emblema
romántico de una existencia que requería un escenario
expresan¡.ente. decorado para representar .un. acto ritual consistente
~ dar rienda suelta al culto a1 peligro, a lo prohibido, al ,:,¡cán­
dalo; un culto que, de desembocar en la ruina del existir como
era presumible y .hasta morbosamente deseable, al menos daba
ocasión de exhibir a un hombre que desnudaría
su autenticidad
en el placer
de saborear ci¡antas temeridades su mente intrigante
pergeñaba para dar testimonio su vocación deletérea:
la aversión
al orden reinante, la exaltación de la rebeldía, la reivindicación
del delito
y, en fin, la identificación de lo bello y lo pecaminoso.
El alma romántica albergaba la certeza de que la forma. más
apropiada de malograr elegantemente la existencia radicaba en
ejercer la li~ad en· las proximidades de Ja perdición, pues lá
virtud le sonaba a anquilosámiento, la rectitud a conformismo y
la serenidad de la paz a claudicación. El marco de la naturaleia
y .de las. instituciones de la historia se le brindaba como una cár­
cel intolerable. Todo debía ser camb)add. Una revolución integrai
de la náturaleza y de la historia sería el único camino apto paJ'.l!
sustraer a la existencia del devenir rutinario de aquella naturaleza
y de las costumbres plasmadas en esta ·historia y en la misma
sociedad. Sin tal revolución, el existir humano tendería a desven­
cijarse en
el · aburrimiento.
, He aquí, por tanto; la propuesta romántka.por antonomasia:
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tentemos a la muerte. Todo el valor de nuesrra existencia afinca­
ría en vivir desafiando sin pausa a una muerte que indudablemente
habrá de triunfar, pero que no se alzará con la victoria sin antes
permitirnos gozar de una existencia asumida como la plenitud de
la subversión. Por eso ·ehemanticismo es la ideología de un sui­
cidio programado para dar que hablar a la posteridad . .No por
casualidad
su suicida ostenta la fisonomía de una vedette, con
toda las desfachatez que le caracteriza: grandilocuente, caprichoso,
arrebatado, frívolo,
pero visceralmente hueco e intrascendente.
No es
,por acaso que, para los Germont, el lupanar de. Violeta
sea el templo de la existencia de estos héroes paradigmáticos del
romanticismo; de una existencia, por ciertd, tan miserablemente
empequeñecida, que bastó tan sólo la ingerencia intrusa de un
minúsculo bacilo de
Koch para privarla hasta de su más ínfima
dignidad. Este insignificante bacilo pudo más que la concupiscen­
cia de Violeta, que
la voluptuosidad de los Germont y que la
ideología libertaria de la prostitución redentora enaltecida en la
!erra de Dumas y en los pentagramas de V erdi. La simbiosis de
La dama de las camelias y de La traviata es la plastificación ma­
gistral de la teoría romántica de la ábsoluta supremacía óntica de
aquel agente patógeno por encima de la misma entidad de la crea­
tura racional.
Desde la
época en que el genio griego plasmó la hondura de
la afectividad humana en una serie inigualada de poemas y trage­
dias hasta la antropomorfización a ultranza de la existencia a
manos del existencialismo contemporáneo, todas las exteriorizacio­
nes de la cultura
se han preocupado en describir el sentido de la
vida del hombre en este mundo. Dos posiciones resaltan en tal
aspecto: una
es aquélla según Ia cual el mundo no sería solamente
el habitáculo actual
del hombre, sino inclusive su última morada;
la otra juzga que
el hombre se halla transitoriamente en este mun­
do, pues
su vida continuará állende la muerte.
Las deis posiciones mencionadas se bifurcan en función de una
diferencia meridiana: para los partidarios de
Ia primera, el. hom,
hre es un vagabundo de la . historia, una cosa extraviada en el
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LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA
tiempo y en el espacio cuyo fin es consumirse aquí abajo a través
de
una marcha lenta o veloz hacia la aniquilación; para los sus­
criptores
de la segunda, el hombre es un peregrino que busca afa­
nosamente la fecilidad eterna, un apetente esperanz_ado . de -alcan­
zar
la plenitud de su vida más allá de su residencia pasajera en
este mundo.
Pero ambas posiciones no sólo mantienen entre sí una
discrepancia fundamental: son, además, protagonistas de una ver­
pugnas de
otro tenor, muchas de ellas teñidas con el color de lo
aciago,
én prueba de que la convivencia terrenal del vagabundo de
la historia y peregrino de la eternidad, si no imposible, es harto
conflictiva.
Esta es, pues,
la herencia calamitosa del romanticismo: la haber testado la creencia de que el. hombre deambularia por la
historia como un vagabundo librado a su propia
suerte. Según esta
creencia, si el hombre tieue aún
la posibilidad de superar el con­
flicto de su existencia temporal, tal posibilidad reposaría exclu­
sivamente en
él mismo: homo salvator suiipsius. ¿Cómd? Pro­
gramando su existir con arreglo a los decretos de su conciencia
autónoma, esto es, emancipado de toda regla de vida
que no sea
dictada por su condición de legislador de su ser, de sus
acros y
de una historia que
ya no es el marco transitorio de su devenir
temporal, sino su mausoleo.
En otras palabras: la salvación huma­
na sería una empresa toda ella dependiente de la eficacia de
una
ideología que parte de una hermenéutica de la existencia pretéri­
ta y presente para proyectarse comd el esquema anticipante de una
felicidad futura a edificarse exclusivamente en base a los dictá­
menes de la propia conciencia mensuran te del ser
y del no ser. He
aquí el gesto de perfidia· q:,n que el .espíritu ideológico se mofa
de la inmolación de Sócrates reivindicando la prevaricación sofís­
tica de Protágoras.
Adoptada esta ideología salvífica, una formidable industria
al servicio de la curación de los conflictos existenciales del hom­
bre se
ha instalado en la sociedad con el propósito de proveer
la terapia intensiva tan insistentemente reclamada por
el mercado
actual y potencial de consumidores de programas
humanos de sal-
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vación y ·de felicidad. Pero no podríamos .entender en qué consis,
tell estos programas si antes no echáramos una mirada. siquiera
somera al modo en que en nuestros días se describe el conflict-0
existencial del hombre en la historia,
2. La .existencia histórie·a 'Como síndroine. m·orboeo.
Entre tantas innovaciones forjadas por el siglo xx, hay una
que merece nuestra átención, Trátase de la proliferación de los
llámados
conflictos existenciales, expresión ésta que integra . un
amplio repertorio
de términos lingüísticos puestos en circulación
sin mayores recaudos
y, por ende, propensos a adoptar significa­
ciones heridas
por la equivocidad. Vale la pena, no obstante, em'
péñarnos
en el esfuerzo de desentrañar qué se desea nombrar en
nuestro tiempo a través
de tal verbalidad, porque los conflictos
existenciales no son meras crisis del estado de ánimo de algunas
personas, sino que esconden un cúmulo
de percances que, las más
de las veces, tienen
la fuerza suficiente para trastornar gravemente
la vida de los hombres.
No cabe duda que hoy, de un modo preferencial, · el término
conflicto existencial es empleado para aludir al extravío, a la desa­
ión o a la condición angustiosa que aqueja al hombre en su trán­
sito por el mundo. Pero los conflictos existenciales acaecen de
muy
· diversas maneras. Aquéllas· que más con mayor frecuencia
llevan a
hablar de ellos están ligadas a acontecimientos de la. vida
cotidiana que 'no son definibles con facilidad y, por lo
común,
parecen revelar· que · la remoción de tales conflictos no se suele
conseguir sin estímulos o auxilios exteriores a quienes los sufren.
· Sería asaz fatigosa la rarea ,de detallar la nómina complera de
aquelld
que nuestros contemporáneos consideran conflictos exis­
tenciales, mas a todos nos consta 'qué tipo de acontecimientos son
los que los desatilll. Anotemos, pues, unos pocos: la repercusio­
nes anímicas y psicosomáticas de las frustaciones habidas en el
piano de las relaciones afectivas, particularmente en la vida fami­
liar ; los desencantos emergentes de los emprendimientos laborales
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LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA.. ltXISTENCIA HUMANA..
o profesionales; las penurias que .acilrrea el soportar largos perío­
dos de soledad; el entorpecimiento de los vínculos con otras per­
sonas ; la infidelidad conyugal; d. impacto de la muerte de parlen,
tes y amigos ; el amedrentamiento provocado por Ias enfermedades ;
la decepción
sucedánea a la canera infructuosa en pos de la oh,
tendón de riquezas, confort o figuración social; el d.olor de quieJl
reconoce haber ofendido a Dios con sus pecados ; la defraudación
suscitada por la precariedad
y por la imperfección de los bienes
finitos de este mundo; la búsqueda insatisfecha
deJ.sentido de lo
divind o de lo sagrado, etc.
Interesa
observar que los conflictos existenciales ostentan tres
características salientes cuya puntualización es provechosa: . Ulla,
que son hechos de un tenor evidentemente afectivo; otra, que
estos hechos normalmente van
acompaña.dos de movimientos pa­
sionales o emocionales; la tercera, por fin, que no son conflictos
propios
de nuestra época, sino que se han manifestado en la his­
toria humana desde tiempos inmemoriales. Peto debemos admitir
que hoy día estos conflictos existenciales, .accidentalmente, acon­
tecen dentro de un .cierto marco uovedoso signado por otras tres
características: ante todo, la insólita extensión que ·parecen ·haber
adquirido estos conflictos o, si gusta, su vulgarización, al grado
tal que algunos se atreven a suponer que nádie deja de padecer­
los ; en segunda instancia, la difusión
de UÍla pluralidad impon­
derable de incentivos. sociales que coadyuvan a su desencadena­
miento y
a su
popularidad, aunque esto acaezca. muchas veces pre­
meditada y artificiosamente;. y, por último, la divulgación de un
enorme arsenal de interpretaciones y de ensayos de soluciones de
dichos conflictos que se ofrecen
comd. una mercancía· a la mano de
cualquiera, a lo que contribuyen con notable
eficacia la drama;
turgia, la novelística, la cinematografía; la televisión, la radiote­
lefonía,
las legiones de psic6logos que abundan por doquier, la
introducción de esta problemática en las escuelas y en las univer­
sidades,
un apatto periodístico que le dedica voluminosos espacios,
el surgimiento de asociaciones y cenáculos --a veces recubiertos
de un ropaje rd.igioso-- abocados a promover las inquietudes en
dep:edor de estos asuntos y, lo que incide más punzadamente en
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MARIO ENRIQUE SACCHI
esta situación, la generalización de las conversaciones acerca de
los conflictos existenciales como un uso y una
costumbre afianza­
dos con firmeza en el conjunto de las poblaciones.
El fenómeno que venimos de relatar constituye un suceso es­
piritual de dimensiones cuya vastedad no puede dejar de causarnos
perplejidad.
Sería tan erróneo. como insensato pretender reducirlo
a lo efímero de una moda de última hora, pues en
algún sentido
ya es una institución en buena medida arraigada en la sociedad
que, por otra parte, no oculta hallarse sujeta a un
crecimiento
cuantitativo y cualitativo constante.
De los conflictos existenciales no se trata con pareja seriedad.
Mientras algunas disciplinas científicas bregan sin desmayo para
esclarecer los que ellos involuran, también advertimos que acerca
de tales
conflictos se discurre con la chabacanería típica de los
intelectualoides empecinados en bastardear todo aquello que cae
dentro del
manoseo irresponsable de una sofística disfrazada con
el atuendo del verdadero conocimiento epistémico. Por desgracia,
a ello se suma
la verborragia irrefrenable de multitudes enteras
que toman
posición · frente a estos conflictos careciendo de los
fundamentos más elementales para pronunciarse al respecto con
alguna solvencia, aunque casi siempre se llega a estos extremos
bajo los
estímulos de un extraordinario mecanismo publicitario
enderezado a «mentalizar» a los pueblos en una muestra de abier­
to desprecio de la dignidad y de la libertad de los hombres, que
no son vistos más que como una clientela, como un mercado a
penetrarse mediante la instrumentación previa de un ablanda­
miento que permita entronizar una «conciencia» detalladamente
estructurada para adecuar
la forma mentís de sus destinatarios a
los designios de quienes quieren programar
la vida humana y la
historia como si fuesen sus autores. Por este lado,
la democrati­
zación de los conflictos existenciales parece ser el resultado calcu­
ladamente maquinado por una ideación oligárquica.
La aceptación de la teoría que abona la convicción de que el
hombre se hallaría sumido en un conflicto existencial cuyo reme­
dio dependería exclusivamente del hombre mismo ha cobrado una
envergadura alarmante desde el momento en que, a la propaga-
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ción masiva de dicha teoría, se añade el ofrecimiento de una cu·
ración
de tal conflicto esquematizada como un programa salvífico
que propugna un modo de pensar y
de obrar supeditado a una
determinada ideología del
ejercicio de la historicidad humana.
Supuesto que nos hayamos fallado en nuestra
apreciacióá del
problema,
es hora de preguntarnos si esta ideología enderezada a
redimir al hombre de los males de
su existencia temporal no es
sino la concreción de un proyecto que está llevando adelante la
ambición de sustituir la visión filosófica del animal racional y
la concepción religiosa del ctistianismo.
Creemos que nuestra pregunta
es válida, porque a estas alturas
del desenvolvimiento de tal ideología ya no quedan dudas acerca
de lo que ella encubre: una interpretación de
la naturaleza del
ente humano y del sentido
de la historia elucubrada de espaldas
a
la apodíctica científica, un diseño del obrar del hombre que no
responde a los principios de
la moralidad de nuestros actos y el
incentivo de una búsqueda de
la felicidad postrera que, lejos de
consistir en
la unión perpetua del hombre a Dios después de esta
vida, estribaría en
el goce hedonista librada de conflictos. Es imperioso, por ende, abocarnos
al intento
de descifrar qué anida en el fondo de esta hermenéutica del
con­
flicto existencial para poder evaluarla a la luz del auténtico saber
científico acerca de
la esencia del hombre, un saber que solamente
puede encontrarse en la filosofía y en la
teología sagrada.
3. El conflicto existencial y el inmanentismo ex.istencialista.
Es inevitable que el término conflicto existencial nos induzca
a la evocación del existencialismo, la influyente tendencia del
pensamiento del siglo xx que, para muchos, se habría erigido en
algo así como la quintaesencia de las inclinaciones espirituales del
hombre contemporáneo.
A pesar
de haber vivido un siglo antes, la paternidad del mo­
vimiento existencialista del siglo xx, como todos sabemos, es
unánimemente atribuida· al pensador danés Soren Kierkegaard.
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MARIO ,ENRIQUE S.ACCHI
Empero, debemos confesar que nunca .hemos estado persuadidos
del todo acerca de la paternidad kierkegaardiana sobre el existen­
cialismo del siglo
xx. Kierkegaard ha sido un autor hastante dis.
tan te de la problemática . teotética y moral de los escritores exis­
tencialistas posteriores. Impugnador inclaudicable de los sistemas
idealistas que
en su época pululaban en Alemania y de las posturas
exhibidas por
el establishment del protestantismo que dominaba
la atmósfera cultural de su patria, sus inquietudes no han estado
emparentadas con aquéllas que más. tarde
han concitado la aten­
ción de los pensadores existencialistas.
En rigor, el eotlstencialismo que ha descollado en el panora­
ma del pensamiento del siglo xx merced a la producción literaria
de Heidegger, Jaspers, Marce!, Sartre, W ah1 y de numerosos poe­
tas, novelistas y dramaturgos poco o nada tiene de kierkegaardia­
no, ya que sus remisiones
al autor danés han sido escasas, espo­
rádicas, normalmente retóricas y
raramente coincidentes con sus
desvelos.
Se nos ocurre que ·1a exaltación existencialista de la
figura de Kierkegaard no ha pasado de ser un. encomio de su re­
beldía romántica y estéticamente. atractiva. Su pensamiento, en
cambio, ha sido objeto de una exoy_i, fue «puesto entre parénte­
sis», porque
el existencialismo contemporáneo, quizás con la única
excepción
de Marce!, se ha deserttendido por completo de las ra­
zones religiosas que habían
alimentado el enardecido alzamiento
kierkegaardiano contra la ruina espiritual de su época.
Con todo, el existencialismo se ha infiltrado exitosamente en
la mentalidad de los hombres del siglo XX. No debemos olvidar
que ha tenido eficaces traduociones plásticas en la nárrativa, en el
teatro
y en la cinematografia, muchas veces instrumentados como
vehículos de propaganda de ideologías políticas. En el terreno de
las lerras, Camus, Sartre, Marce!, Brecht, Frisch, Ionesco, Dü­
rremniat y Simone de Beauvoir se han instalado a la cabeza de esta
corriente.
Pero el existencialismo· también ha dejado huellas pro­
fundas en otros ámbitos del pensamiento. Rememoremos tan sólo
el peso de Heidegger en la teología de . Rúdolf Bultmann y en el
llamado
tomismo trascendental, cuyo jefe indiscutido ha sido .Karl
Rahner; .el entroncamiento de la denominada psiquiatría existen-
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LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA.
cial con el movimiento que estamos reseñando; las cadencias exis
tencialistas de la antropología médica hoy en auge, y, ¿por qué
no?, los destellos del existencialismo
en la apologética jurídi<:11
que ampara las· demandas de los agrupamientos ecologistas.
Ahora bien: los
conflictos existenciales que concitan nuestro
análisis
están· estrechamente ligados a la particular versión de la
historicidad de la existencia humana impuesta por el existencia·
lismo
del siglo xx. Como se sabe, la existencia no tiene en el
existencialismo el significado formalmente metafísico del
concep­
to que de ella hemos heredado de una tradición filosófica de no
menos
de ocho siglos. Para esta tradición, la existencia a veces
significa el mismo acto de ser por el cual son las. cosas que son y
otras veces alude a la
razón de procedencia en el ser del ente que
no es en virtud de su propia esencia. Así
· se ha hablado de la
existencia desde el esplendor
de la escolástica medieval,. a pesar
de las importantes diferencias teoréticas que acerca
de su noción
dividían a
los metafísicos. Pero la significación de la existencia
ha acusado una modificación destacable a manos del existencialis­
mo
contemporáneo.
Con la aparici6n del pensamiento existencialista, la existencia
ha sido revestida de un sentido totalmente antropomorfizado. Para
el existencialismo, el ente existente no es
otro que el hombre
implantado en
la historia. La mejor expresión de esta identidad
excluyente de lo existente con el ente humano es aquello que
Heidegger
ha llamado Dasein. Fuera del hombre que existe his­
tóricamente, no hay ninguna
otra cosa que preocupe a este pen­
samiento, al punto tal que sus representantes han reducido todo
lo relativo a
la existencia a un existir unívocamente comprimido
en el
modo humano de ejercer la historicidad. Mas el hombre,
según los autores existencialistas, no
sólo existiría históricamente,
sino que,
además, transcurriría en la historia como el protagonista
de
un conflicto que impregnaría el mismo sentido de su existencia.
Si bien algunos pensadores existencialistas ocasionalmente han
compulsado su versión
de la existencia con el concepto de exis­
tentia
testado por la escolástica medieval, como se puede apte­
ciar
en algunos pasajes de las obras de Heidegger, de W ahl y de
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MARIO ENRIQUE SACCHI
Sartre, el uso contemporáneo del adjetivo existencial registra una
inclinación cada vez más pronunciada a querer significar con un
cierto. patetismo el papel protagónico del hombre en la historia,
Así lo existencial es el obrar humano historicizado -permita-
' senos esta barbarie lingüística-y preferentemente condicionado
por los conflictos que el hombre afronta
en su devenir temporal.
Esto confirma que el existencialismo ha hecho hincapié en una
significación de · la existencia que no parece dispuesta a admitir
la extensión de su concepto a algo extrahumano; una significa­
ción que, por otra parte, privilegia en lo existencial las aristas
negativas y escabrosas
de los acontecimientos históricos que tie­
nen en
el hombre a su sujeto: el dolor, la tristeza, la angustia,
él abatimiento, la desesperación, las frustaciones, el desengaño de
si mismo y del prójimo, las apetencias insatisfechas, la amenaza
de
la aniquilación como destino final de nuestra finitud, la muer­
te, etc.
Independientemente de la validez que pudiera atisbarse en al­
gunas· cadencias existencialistas del sentido . de la existencia, es
evidente que este movimiento, al haberla equiparado
a algo huma0
namente operable en la historia, ha pauperizado al extremo su
significación filosófica. Pero la panpetización existencialista del
significado de la existencia y de lo existencial se ha acentuado
aún más al complicársela con las pasiones o emociones que em­
bargan al hombre como consecuencia de los percances que le afec­
tan en su devenir histórico.
Se comprende, entonces, por qué el pensamiento existencialis­
ta se ha mantenido invariablemente distante de la visión metafí­
sica del ser y la esencia del animal racional para recostarse en
una cogitación apegada a su existir, un acto que, tanto en el
hom­
bre como en cualquier otra cosa finita, no sólo es posterior a su
constitución en la linea del ente, sino que tampoco puede expli­
carse suficientemente sin ascender a la inteligencia de su natura­
leza
y de su acto de ser.
Sólo así
es posible entender apropiadamente la condición del
hombre como creatura, su inserción pasajera en la temporalidad
del mundo, el sentido de su transcutrir en la historia,
la morali-
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LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA
dad de los actos humanos, su orden al fin último y, a la postre,
el rasgo fundamental de nuestro existir, porque la existencia
del
hombre no es sino el testimonio óntico de su procedencia a partir
de un principio
-ex alio sister~ que no · es humano; es sobre­
humllllo,
como que el hombre no es o no adquiere su entidad a
causa· de
la humanidad de su esencia. Como toda otra cosa de. este
mundo, el hombre
es o tiene ser en virtud de un principio real­
mente
distinto de su quididad humana: el ser. Mas el ser, al no
identificarse con
la naturaleza de ninguna cosa finita, es infinito
y, por ende, rebasa infinitamente
la entidad del hombre que limi­
tadamente lo participa. Siendo, pues; infinito el primer principio
del ente humano, la
existencia histórica del hombre y todd aquello
que denuncia
su finitud requieren ser entendidos a la luz de la
infinidad del mismo ser que subsiste allende
la historia porque
es eterno.
Todo parece indicar que el existencialismo nunca ha podido
evadirse de la tentación de
considerar la existencia humana con
arreglo a un
temperamento indefectiblemente patológico: sumer­
gida en los avatares de sus mllllttestaciones históricas, nuestra
existencia, según esta corriente de pensamiento, sería en sf misma
un conflicto que recabaría una interpretación por parte del hom­
bre
-una interpretación que terminaría coincidiendo con el objeto
de
la filosdfía-y, en caso de estimárselo superable, la adopción
eventual
de una actitud enderezada a remediarlo.
La reducción de la existencia y de lo existencial dentro de las
fronteras establecidas por el existencialismo comporta un franco
deterioro del
existir a expensas de su constreñimiento a la univo­
cidad dimanada de su antropomorfización absoluta
de lo existente,
en
función de la cual, y en prueba de la claudicación del existen­
cialismo ante los prejuicios del inmanentismo moderno, sería
ciertamente sorprendente que
algún pensador adscritd a este mo­
vimiento haya podido siquiera imaginar que, además del hombre,
también esta piedra, este tulipán, este
pez, este ángel o Dicis ten­
gfill algo que ver con la existencia.
El existencialismo tiene todo el derecho a reinvindicar para
s!
el célebre emblema humanista del clasicismo pagano Romo sum:
323
Fundaci\363n Speiro

MARIO ENRIQUE .SACCHI
humani nihil a me alienum puto, que ha sido propalado incansa­
blemente desde que
lo acuñara el poeta cartaginés Terencio (1);
pero no tiene ningún derecho a considerarse a sí mismo como un
pensamiento
de estatura metafísica, pues la sabiduría . de la filo­
sofía
primera exige mucho más que una especulación acerca de la
naturaleza, de la finitud entitativa y de la existencia histórica de
un hombre desconcertado y dominado por los conflictos tempora­
les, reales o ilusorios,
que han acabado absorbiendo todas sus
preocupaciones. La mención de los
conflictos existenciales de los cuales se ha­
bla en nuestro. tiempo está transida por el giro que el existencia­
lismo ha impreso· a la noción de existencia confiriéndole una sig­
nificación tan ampulosa como mellada por · la vaguedad, si es que,
a la larga,
no puede esquivar el naufragio en la equivocidad. Los
verdaderos conflictos existenciales, supuesto que este modo. de
expresarse tenga alguna
razón de ser, requieren especificaciones
conceptuales
que solamente las puede aportar una adecuada apo­
díctica
de la razón científica. En efecto: es evidente que tanto la
golondrina acechada
por la. rapacidad del halcón cuanto el ban­
quero atribulado por el adulterio de su esposa sufren conflictos
existenciales,
pero reconozcatnos que se trata de conflictos de muy
distinto género. Consiguientemente, si la alusión a
los conflictos
existenciales
no se sostiene en una buena definición de lo que su
concepto significa, se corre el riesgo de caer en una confusión
desquician te.
Convencido
de hallarse. sumido en conflictos existenciales al
estilo de los narrados
por los autores existencialistas y en otros
de factura similar, el hombre
contemporáneo procura remediarlos
echando mano. a
un sistema que pretende neutralizarlos y aun di­
siparlos del todo.
(1) Heaut, 1, 1, 25.
324
Fundaci\363n Speiro

LA IDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA
4. Una parodia contemporánea de la terapéutica de los con­
flictos existenciales.
Para nadie es un secreto que este mundo es un sitio donde la
vida humana incluye tanto la fruición de muchos bienes cuanto el
padecimiento de múltiples adversidades, las cuales, en buena me­
dida coinciden con los denominados conflictos existenciales que
estamos analizando.
Tampoco es un secreto que la signifk:ación de
estos conflictos existenciales o adversidades que aquejan al hom­
bre en su vida terrenal nunca ha dejado de inquietar al espíritu
humano. Como a todos nos consta,
las religiones, la teología, la
filosofía, diversas ciencias positivas, las artes y la razón de cada
persona individual desde siempre
se han pronunciado en torno
de ellos.
Es innegable que nuestra era ha sido marcada a
fuego por la
visión que de estas adversidades y de su remoción nos ha brindado
el cristianismo. Sin embargo, la visión cristiana de las adversida­
des que sufre· el hombre en la historia y la superación que de
ellas
el cristianismo viene proponiendo desde hace veinte siglos
están siendo contestadas y reemplazadas por una nueva interpreta­
ción de los conflictos existenciales que antecede a la propuesta
de otras vías de remoción de estos percances.
Es necesario tener en cuenta que la sustitución de la
visión
y de la superación cristiana de las adversidades padecidas por el
ente humano ha fermentado y cunde en el mismo ámbito de los
pueblos en los cuales otrora
el cristianismo habla arraigado pro­
fundamente.
Por una serie de acontecimientos históricos acaecidos
en
el campo del pensamiento y que aquí no nos corresponde abor­
dar, pero que pueden resumirse en
el proceso de secularización a
c¡ue está siendo sometida la cristiandad desde los comienzos de la
Edad Moderna,
un número imponderable de· cristianos ignora o
ha abandonado la concepción que de aquellas adversidades y de
su curación el cristianismo ha predicado en todo tiempo y en toda
geografía.
La ignorancia o el abandono de la concepción cristiana de la
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MARIO ENRIQUE SACCHI
índole y de la superación de las adversidades humanas no parece
indicar, por lo general, que estemos en presencia de un desliza­
miento hacia
la indiferencia con respecto a los conflictos exis­
tenciales ; más bien parece señalar que se ha operado una renuncia
a la observancia
de las enseíían2as del cristianismo a favor de otras
interpretaciones de las adversidades. humanas
que buscan reme­
diarlas de un modo diferente. Sin ninguna clase de ambages, con
ello se
ha puesto al descubierto la intención de contrincar con el
mismo corazón del mensaje cristiano de redención y salvación de
los hombres.
Nos encontramos, luego, ante un suceso cuya magnitud merece
ser destacada.
Se está produciendo entre nosotros un rechazo
frontal de
la visión cristiana del hombre, de sus adversidades y
de la superación de
sus conflictos existenciales en nombre de dos
principios vastamente difundidos en la cultura contemporánea: en
primer Jugar, toda religión,
y sobre todo el cristianismo, sería
una
supers.tición o una mitología impotente para explicar qué es
el hombre y cuáles su origen y su fin, por lo que debería ser ca­
talogada como una enajenación que no sólo comportaría una falsi­
ficación estrambótica de lo que realmente es el ente humano, sino
que también fomentaría la desorientación de la
vida del hombre
en la historia
y su adopción de una condición enfermiza, pues el
homo religiosus, particularmente el cristiano, sería el resultado
patológico de la creencia gratuita en una deidad inverosímil y
alienante; en segundo lugar, descartada
toda visión religiosa del
hombre, y habida cuenta que su vida
se halla signada constante­
mente
por conflictos y adversidades, sería indispensable que el
ente humano encauce su existencia bajo el
cuidado de una ciencia
que avente sus padecimientos para que pueda ejercer libremente
el deleite de
las cosas de este mundo de conformidad con el mo­
delo del ser y del obrar humanos en que tal ciencia consistiría, la
cual, como
es obvid, abarcaría tanto una concepción antropológica
cuanto una terapéutica de la existencia enfermiza de
un hombre
definido como el animal históricamente convaleciente.
La sustitución de la concepción cristiana del hombre y de la
superación de las adversidades que el ente humano debe afrontar
326
Fundaci\363n Speiro

LA. IDEOLOGIZA.CION DEL DRAMA. DE LA. EXISTENCIA HUMANA.
durante su derrotero histórico afecta indefectiblemente la misión
salvífica del cristianismo. En el fondo, con tal "sustitución no se
procura sino el enderazamiento de los hombres hacia un fin que
implicatfa desechar la salvación en la patria ultraterrena de la
bienaventuranza eterna y su
reemplazo por una felicidad mundana
para cuya conquista bastarían ciertos esfuerzos puramente huma­
nos regulados por
la dirección eficaz de una técnica también pura­
mente humana. Este proyecto
de una acción salvífica, que apunta
a la obtención
de la felicidad del hombre dentro de los " confines
especiales y temporales
de este mundo, es ensayado por los parti­
darios de una disciplina que se ha adueñado de la denominación
de
psicología. Con ello, este nombre -también el-ha pasado ha
engrosar el nomenclador
ya bastante voluminoso de voces equívo­
cas que abarrotan el lenguaje vulgar de nuestros días.
Habiendo partido de un determinado pensamiento acerca del
hombre, del mundo, de la historia, de la deidad y de la religión,
-esto es, de un pensamiento que se tiene a sí mismo como una
expresa concepción filosófica-,
la nueva psicología ofrece una
fisonomía de la
cual carecía aquello mencionado otrora con esta
palabra: la pretensión
de estar dotada de un poder curativo o tera­
péutico que no excluye la posibilidad
de otorgar al hombre, el
ente que padecería históricamente la infirmitas de su existencia,
un
acceso a la felicidad suprema en este mismo mundo donde sufre
y convalece a la espera de una medicina que no tendría por qué
resignar el semblante de ser ella la vía apropiada para remover
todas
sus penurias, o sea, para arrimarle la salvación que la re­
ligión, y singularmente el cristianismo, jamás podría suministrarle
ilusionándole con un
más allá que, aparte de depender de una afir­
mación enajenante de Dios,
sería una estafa que redundaría en el
agravamiento de nuestros conflictos existenciales.
Tal
la novedosa estampa de una psicología comercializada in­
dustrialmente en este tiempo. No ha sido por acaso que esta psi­
cología se ha convertido en una de las mercancías más codiciadas
y rentables entre todas aquéllas lanzadas al mercado de la
socie­
dad de consumo contemporánea. Pero la psicología en cuestión no
es un arte terapéutica: es tanto una parodia de la medicina cuan-
327
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MARIO ENRIQUE SACCHI
td un remedo religioso que desea salvar al hombre conflictuado de
la historia
a través del programa de una. ciencia eudemonizante
orgaooada con todos los ingredientes típicos de una gnosis: me­
sianismo terrenal, promesa escatológica, entrenamiento iniciático,
gestos rituales, lenguaje
hermético y prácticas purificadoras prees­
tablecidas
por la legislación de una oligarquía sacerdotal -los
analistas-poseedora de la sabiduria relativa a los enigmas sote­
riológicos que el vulgo, integrando por personas incapaces de poder
remontar sus conflictos existenciales,
no podría descifrar sin el
auxilio de quienes han diseñado el periplo humano hacia la feli­
cidad mundana.
5. El equívoco de la psicología.
Para comprender por qué la acepción recién consignada del
vocablo psicologla ha implicado la introducción de una equivocidad
inaudita
en el habla de nuestra época, es preciso advertir que esta
palabra
ha sido incorporada a la .lengua latina de los inicios de
la Edad Moderna a la manera de un ttaducción fidedigna del nom­
bre griego de la ciencia teorética d especulativa compendiada en
el tratado filosófico Ilepi 'l'"ux'i'¡, que Aristóteles habla sistemati­
zado
en el siglo rv de la era precristiana.
En su significación primitiva, pues la voo psychologia aludía
a la sección de la física o filosofía de la naturaleza que versa en
derredor de los entes animados cuyo principio vital es la forma
substancial
que llamamos alma. Esta significación primigenia de
la psicología, empero, ha sido alterada por el influjo de dos facto­
res:
la equiparación de su significado a una antropología omni­
comprensiva
de todos los conocimientos que concernen al hombre
y los intentos de ttansformarla en una disciplina práctica parango­
nable, si no identificable, con la medicina y hasta con la pastoral
religiosa.
La alteración del significado ttadicional de la psicología, la
ciencia expuesta por los filosófos de la naturaleza en los florile­
gios
de anima, ha incentivado la creencia de que habría un saber
328
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LA lDEOLOGIZACION DEL DRAMA DE LA EXISTENCIA HUMANA
epistémico unitario y específico donde estarían contemplados todos
los conocimientos relativos
al hombre. Según esta nueva versión
de la psicología, todo
Id pertinente al ente humano podría ser
ventilado en la
apodíctica de un saber que se arroga para sí la
potestad de discurrit sobre el animal racional con una suficiencia
y hasta con un portento científico que le permitirían avanzar
s.in
inconvenientes en aquellos aspectos de la entidad del hombre
cuyo abordaje corresponde a la metafísica, a la ética y

a la
teol<>"
gía sagrada y aun sobre aquellos otros que no pueden ser seria­
mente enfocados
al margen de la competencia terapéutica de la
medicina y de la
curación espiritual reservada a quienes tienen una
expresa potestad para ellci.
No obstante, dado que no pocos autores embarcados en la pro­
moción de tal metamorfosis de la psicología han provenido del
campo de las ciencias pdsitivas, singularmente de la biología y de
la medicina,
ha sido frecuente que en sus opiniones antropológi­
cas se entremezclaran las consideraciones propias de las investiga­
ciones de dichas ciencias con otras consideraciones que incumben
a la argumentaciones
teol6gicas y filos6ficas, Id cual ha desemh<>"
cado ~ una confusión que revela el desorden· de un pensamiento
reacio a respetar el
rigor met6dico exigido por la distinción de
las ciencias vokadas al tratamiento de las cosas del hombre.
Esta actitud,
de suyo reñida con los principios en que se
asienta la división del arbor scientiarum, se ha vuelto comunlsima
entre aquellos que acaban de reivindicar el lema de Terencio ci­
tado páginas atrás proponiendo a la psicología como una versación
ilimitada de omni re scibili et cognoscibili, al puntd tal que esta
exttafia disciplina, virtualmerité esbozada como una omnisciencia,
no tendría dificultades
para concluir, por ejemplo, que el remor­
dimiento derivado de la conciencia . del pecado sería una rémora
de
la fabulación supersticicisa de la mentalidad religiosa, que la
aspiración a una vida postmundana reflejarlá la persistencia de
concepciones míticas precientfficas, o que la divinidad serla una
ideacción de las civilizaciones inmaduras empeñadas en reprimir
los instintos de un hombre ávido de libertad y de autorrealizaci6n
32~
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MARIO ENRIQUE SACCHI
que no se podrían conseguir si no se desestima de una vez por
todas la hipoteca opresiva y castradora de la idea de Dios.
La nueva psicología, tal como se nos da a entender, estaría
munida de
una clave epistémica que la habilitaría a penetrar en
las profundidades
del ser, de la esencia y del obrar del hombre
no solamente para consumar
el conocimiento de todo

lo
que atañe
al
animal racional, sino aun para remediar los conflictos que debe
soportar durante el transcurso de su existencia histórica o, como
diría León
Bloy, desde el útero al sepulcro. La omnisciencia teoré­
tica del nuevo rostro de la psicología, entonces, procura conti­
nuarse en una praxis a través de una clínica expiatoria y repara­
dora de las adversidades
de quienes, ansiosos de redención, se
entregan a la ejecución del proyecto de una ciencia salvífica pre­
suntamente adornada
de la potencia necesaria para presidir y co­
mandar una campaña destinada a conceder al hombre la felicidad
predeterminada
por una ideología que la identifica con un paraíso
terrenal exento de desdichas y pletórico de placeres.
¿ C6mo no ver, pues, en esta versión de la psicología un en­
gendro ideológico empeñado
en dar rienda suelta a la veleidad
gnóstica
de querer amoldar la existencia histórica de los hombres
y
de los pueblos a los planes de una mente imbuida del ensueño
de hallarse impregnada de una misión prometeica? Esta versión de
la psicología no disimula el creerse impulsada a dibujar el destino
humano y a comandar nuestras acciones
en orden a este fin des­
póticamente instituido
por una élite que, además de explotar un
negocio de alta rentabilidad -fruto, sin duda, del enorme número
de incautos que obedecen a la convocatoria publicitaria que les
tiene
por mercad<>-, se considera depositaria de la sabiduría
salvífica propia de
un arquitecto del universo, de un dispensador
justiciero de beneficios, castigos y recompensas y de
un donador
misericordioso
y magnánimo de la felicidad conseguida por quienes
han cumplido gratamente con la observancia puntual del pago de
los aranceles que abren las puertas de los templos terrenales del
dios
r¡~ov~ .
Ha acertado, ciertamente, Karl R. Popper cuando le cupo con­
ferir a esta psicología el nombre de ingenieria social, una técnica
330
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LA. IDEOLOGIZA.CION DEL DRAMA. DE LA. EXISTENCIA. HUMA.NA
fraguada por el ensueño utópico de programar la vida de los in­
dividuos y de las colectividades sin otro resultado que el haber
construido «castillos
en el aire .. (2). El acierto de Popper es in­
negable, porque, aunque este filosófo no haya pasado de esta
afirmación, sería insensato negar que el hombre del que nos habla
aquella psicología
es una caricatura del animal racional en la cual
el rostro del verdadero ente humano aparece completamente fal­
sificado.
El hombre de esta· psicología mesiánica, una auténtica sustitu­
ción ideológica de la ciencia y de la religión, es alternativamente
pura carne, puro
espíritu y una mezcla inocua de las dos cosas.
Este antropoide no ha sido creado por Dios; luego
es un huérfa­
no, porque no tiene padre,
de donde hay que mirarlo como causa
sui, una fabulación quimérica de .la paternidad que se atribuye a
sí mismo a raíz de su maridaje clandestino con la
idea de lo hu­
mand --su madre--fecundada adúlteramente en el tabernáculo
de la conciencia gestatoria de nuestra substancia, de nuestra liber­
tad, de nuestra historia y
de nuestra consumación como artefactos
de nosotros mismos. Es
un vagabundo de la historia, pues en ella,
más que sumergido, está desesperadamente perdido a consecuen­
cias de su renuncia a admitir
el principio divino del que procede
y el fin igualmente divino a cuya consecución está ordenado por
un designio expreso del Autor de su naturaleza y de su ser.
(2) Cfr. K. R. POPPER, Tbe Poverty of Historicism, Boston, 1957,
págs. 64-70; et In., Ob¡ective Knowledge. An Evolutionary Approach, J.• ed.,
Oxford, 1974, pág. 222.
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