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Número 313-314

Serie XXXII

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Progreso, progresismo y desarrollo

PROGRESO, PROGRESISMO Y DESARROLLO
POR
ARMANDO MARCHANTE GIL
La palabra, don divino.
Hay términos y frases cuyo desgaste es de tal profundidad que
los hacen imposibles para una consideración seria y racional de los.
contenidos que tratan de trasmitirnos. Tal situación se está con­
siderando cada vez más como un dato de hecho que debemos.
aceptar con una resignación absoluta y total,
es decir, sin reaccio­
nar de ninguna manera contra esta degradación del lenguaje. La
palabra pasa de ser vehículo de comunicación y entendimiento a
convertirse en instrumento de engaño y, en definitiva, de desin·
tegración de la vida social y, a la larga, de .la propia condición
humana creada para la vida en sociedad y de relación con sus
se­
mejantes. No en vano, el lenguaje. supuso, si atendemos sólo a lo
biológico, la separación definitiva de
la raza humana del testo del
mundo animal.
Cuando Juan nos presenta a Cristo,
nos dice que «Al principio
ya existía la Palabra . .La Palabra estaba en Dios, y la Palabra era
Dios»
(Jn. 1, 1.). Cristo es, .pues, la Palabra eterna de Dios. San
Pablo nos dice de Cristo, Hijo de Dios, «que, siendo resplandor
de
su· gloria e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas
con su palabra poderosa»
(Heb. 1, 3.).
Podemos pensar que la palabra tiene algo de
divino y por eso
cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza le da, entre
otros muchos dones, la palabra. ¡Qué .enorme respeto nos deben
merecer la palabras!
En su Discurso del método Desc,,rtes insiste en que «los,
hombres buscaq signos claros e inconfudibles para expresar . sus
Verbo, núm. 313-314 (1993), 343-355 343
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ARMANDO MARCHANTE GIL
ideas claras y distintas. La claridad interior hace que nazca la cla­
ridad exterior». De ello nosotros podemos inferir que cuando el
lenguaje se convierte
por algunos en una jerga ininteligible sólo
es posible explicarlo de dos maneras. O bien el tal o los tales no
tienen claridád interior, es decir, primero ideas y después claras,
o
estamos en presencia de embaucadores que tratan de confudir­
nos y engañamos.
En estos tiempos de tanto dirigente «carismá­
tico»' tal supuesto carisma suele ir unido a la capacidad de em­
baucamiento de aquellos sujetos.
Afirmaba Gustave
Thibon que «en el· mundo actual las pala­
bras llevan consigo tal resonancia afectiva que acabamos por olvi­
dar su verdadero sentido». Lo que ocurre es que las palabras en
cierto modo, según creían los griegos, forman parte de la esencia
de las cosas,
por lo que .en su origen no cabe que una palabra
exprese otra cosa que un concepto bien delimitado, especialmente
si se trata de
un concepto abstracto. Con el paso del tiempo apare­
ce un desgaste o un acarreo de significados y matices diversos que
van desvirtuando lo
que fue un concepto claro y concreto cargando
el vocablo
de otros contenidos que le pueden aparrar notablemen­
te dé su esencia y , significación prístina. El tiempo y los hombres·
todo lo destruyen y a esta ley tampoco se escapan las palabras.
Por ello es necesario esforzarse para dar a cada palabra el
verdadero sentido que tenía cuando nació, si queremos· obtener
el mrucimo fruto de la principal herramienta del hombre que es el
lenguaje. La palabra pone en mareha a la vez la inteligencia pro­
pia
y la ajena permitiendo el avance del cdnocimiento humano en
todos los terrenos, tanto en el científico y técnico como en· el hu­
manístico.
El problema surge cuando no es el paso del tiempo el que
produce el desgaste de la palabra sino que es la malicia de los
hombres la que atenta contra
el instrumento de comunicación que
es el lenguaje. Con la aparición en la historia de ese fruto de la
Revolución que,foeron los llamados regímenes de opinión, la ten­
tación de utilizar el lenguaje para confundir y
no, para aclarar y
enseñar, alcanzó niveles que
no tenían precedentes, La manipula­
ción del lenguaje, su
empleo cdmo arma arrojadiza y su transfor,
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PROGRESO, PROGRESISMO Y-DESARROLLO
mación en instrumento de engaño y confusión en masa son uno
de los 'frutos nefastos de los revolucionarios de 1789 y de todos
cúálltos han seguido sus huellas. Con la aparición de los llamados
modernamente medios de comunicación
social; la prostitución del
lenguaje ha alcanzado cimas altísimas y es difícil saber hasta donde
se puede llegat todavía,
pero sí sabemos de aquella ,máxima, tan
insistentemente aplicada en los casi desap xistas, según la cual la 'repetición insistente de una mentira llega
a
convertirse en verdad ¡Qué mayor prostitución de la palabra!
El progreso crimo mito.
Entre las palabras-mito heredadas del siglo XIX destaca por
su continuidad en el tiempo y por su capacidad camaleónica el
vocablo
«progreso»y su derivado «progresismo».
Cuando ya el intelecto se tbarea al ver el uso sistemático de
la
palabra progreso para encubrir las mercancías más averiadas es
preciso hacer el esfuerzo necesario, para colocat las cosas en su
lugar. Inicialmente habrá ·que acudir a los diccionarios; aunque
sóló
sea pata una primera aproximación a la realidad que se trata
de describir. En ellos el progreso se define como la acciÓfi de ir
hiicia adeláhte y se completa con las ideas de perfeccionamiento,
avence
y adelantámiento. El diccionario Longman de la lengua in­
glesa fija
la definición de progreso como «un supuesto ascenso o
perfección gradual en la condición de la humanidad, especialmente
desde
el punto de vista científico o material». Subrayemos dos
notas
en estas definiciones. La primera es que ninguna identifica
de forma absoluta
el progresó con mejora de la condición humana
y
la segunda es que, implícita o explícitamente, se hace referencia
al avance ciendfico y material,· por lo que resulta lícito pregun­
tarse si la idea de progreso se reduce sólo al avance material o si
lleva consigo alguna connotación de carácter moral o espiritual.
Por otra parte, no siempre el progreso puede ser bienvenido.
A nadie que padezca una
enfermedad se le puede pedir albricias al
enterarse de que su enfermedad progresa. Incluso ante descubri-
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A-RMANDO MARCHANTE "GIL
mientos científicos que inicialmente parecen suponer una mejora
para el hombre,
poco tiempo después se llega a descubrir que tal
progreso puede llevar consigo
la pérdida de valores muy superio­
res al avance conseguido.
Hay que
seiialar que esta

utopía del progreso
perroanente e
ilimitado nace en
la segunda mitad del siglo xvm, tiempo en que
se
llegó a creer, por prin;,.era vez en la historia de la humanidad,
que el progreso era algo natural y espontáneo y que no exigía ni
la fijación de las metas que se propone alcanzar ni esfuerzo alguno
para lograrlas. Era una concepción mecanicista que ha llegado
hasta nuestros días. Incluso hace más de una década el
Oub de
Roma tuvo que pronunciarse acerca de la imposibilidad de man­
tener un progreso material y económico sostenido e indefinido,
dada la limitación
de. recursos de nuestro planeta. Y eso que se
refería exclusivamente a esa limitada y rechazable concepción del
progreso como una mejora puramente material
de las condiciones
de vida del hombre sobre
la. tierra. Por otro lado, las crisis cíclicas
de
la actividad .económica están poniendo de relieve la inanidad
de esta concepción voluntarista y mecanicista.
Incluso
ya en el siglo XVIII, Giambattista Vico en La Scienza
Nuova (1725) mantenía una concepción muy alejada de la creencia
en el progreso como algo ineluctable ; muy
al contrario entendía
que «los principios de la historia ideal eterna que recorren en
su
mómento todas las naciones son el nacimiento, el progreso, la es­
tabilización, la decadencia y su final». Como. puede verse ideas
bien lejanas de
la concepción del progreso como dirección única
de. la historia humana. Subrayemos a este propósito cómo el mar,
xismo-leninismo ha sido la última doctrina que ha sostenido esta
tesis. Bastará
para demostrarlo acudir simplemente a la memoria
reciente llena de formulaciones sobre el que llamaban «viento de
la historia»
forzado a soplar siempre en la . misma dirección del
«progreso», entendiendo
por tal la implantación, incluso .en el
pensamiento y teología católica, de la aberrante concepción del
hombre y de la historia sostenida por Man: y sus epígonos, de los
cuales,
por cierto; aún tenemos que sufrir su desfachatez a pesar
del hundimiento en el más absoluto fracaso y ludibrio histórico,
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PROGRESO, PROGRESISMO Y DES.ARROLW
con su cortejo de millones de víctimas y tremendo sufrimiento
humano, del que llamaban «socialismo
real».
Tal concepción de Vico no era sino la percepción de que toda
la historia de la humanidad no
es rectilínea, sino. zigzagueante y
que nada gatantiza la inexistencia de vueltas
atrás, retrocesos,
caídas
y pérdidas de las cotas alcanzadas en tértninos de civiliza­
ción y dignidad humana. En estos años posteriores a la caída de
los
regímenes del «socialismo real» estamos asistiendo en el mismo
corazón de Europa
y fuera de ella a espectáculos .que suponen un
tremendo retroceso
en el reconocimiento de la dignidad y derechos
humanos, frente a los cuales sólo se alza la voz del Pontífice
sin
que ni las naciones europeas ni las organizaciones · internacionales
sean capaces de impedir, o
al menos frenar, tales atrocidades. ¿Es
esto un progreso?
Aquel excelentísimo poeta y gran caballero que fue
Jorge
Manrique, supo expresarlo en el siglo xv de forma magistral con
aquellos espléndidos versos:
«cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue
mejor».
No se pronuncia el poeta acerca de si el tiempo pasadó fue
mejor o peor, sino _ que nos deja en la duda razonable entre la
realidad
y· nuestro parecer. Ejemplo que deberían seguir nuestros
coetáneos del cambio
por el cambio y el movimiento hacia donde
sea, sin preguntatse jamás si nos acercamos hacia la
perfección del
hombre creado a imagen y semejanza de Dios o nos al~jamos
de ella.
Progreso y desarrollo.
No niego la existencia de progreso. Muy al contrarió; lo único
que afirmo
es que el progreso, para que sea tal, supone la· exis­
tencia de una meta prefijada en términos de acercamiento al fin
dél hombre, que no es ·otro que Dios. Aceptado esto, es evidente
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ARMANDO MARCHANTE GIL
que si el llamado. progreso busca una meta que aleja al hombre
de Dios,
no se puede llamar a tal cosa progreso puesto que se
trata, pura y simplemente, de un retroceso. Retroceso que
puede
ser más o menos acusado según lo que se haya fijado como meta.
Si, por ejemplo, el objeto del progreso cqnsiste en asesinar inocen­
tes ( caso
del aborto y de la eutanasia) es pacífico que tales leyes
por mucho que se
las quiera motejar de «progresistas» son sim­
plemente un retroceso muy cercano a la barbarie.
Hay más. Entendido el progreso como todo aquello que. acerca
al hombre a su fin que es Dios ...:.dicho en términos de catecismo:
«El
deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque
el hombre
ha sido creado pot Dios y para Dios»--estaremos en
presencia de un verdadero derecho al progreso cuyo titular
es cada
uno de los hombres y todos en
su conjunto. El hombre tiene el
derecho y la obligación de conocer y acercarse a Dios, tanto por
s! CC!mo a través de todas las instituciones sociales. Por tanto, el
progreso debe ser fruto de la libre elección del hombre que se
dirige al Creador de quien procede,
y para quien ha sido hecho.
Aquí
encontramos la verdadera dignidad del progreso rectamente
entendido que
es sencillamente el camino de la humanidad hacia
Dios a lo largo de la historia.
Desgraciadamente
en nuestro mundo no van por .ah! las cosas.
Se habla mucho de los derechos humanos y su conexión con el
progreso, . conexión que indis<;utiblemente. existe solo en · cuanto
los derechos humanos tengan
sufundame11tación en la naruraleza
del hombre. A este respecto nuestro amigo Estanislao Cant~
ha hecho una importantísima aportación (La. concepci6n de fos
derechos humanos en Juan Pablo JI, Ed. Speird, 1990) cuando,
al exponer
el tema indicado, pone en evidencia la conexión estre·
cha existente entre
la efectiva realiz¡ci6n del hombre como per­
sona humana, su propia dignidad y los llamados derechos
huma­
nos que nunca pueden incluir el derecho al mal moral, por mucho
que este último se quiera disfrazar de progreso.
Si acudimos a fas fuentes de las ensefianzas pontificias a par­
tir de la Rerum novarum, nc,s encontraremos con escas!simas men­
ciones al concepto de «progreso»; incluso la Populorum progressió
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PROGRESO. PROGRESISMO Y DESARROLLO
se traduce en su versión oficial en español por El desarrollo de los
pueblos,
eludiendo de este modo la utilización de la palabra pro­
greso, que se identifica con
la idea de desarrollo. Tal vez ello
indica un deseo expreso de evitar un concepto tan ambiguo cómo
el de progreso que venimos examinando. La misma encíclica,
al
presentar la visión cristiana del desarrollo, dice: « ... El desarro­
llo no se reduce al simple crecimientó económico. Por ser autén­
tico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a
todo hombre
... », para añadir pocas líneas más adelante que:
«. . . En los designios de Dios cada hombre está llamado a promo­
ver su propio progreso, porque la vida de todo. hombre es una
vocación dada
por Dios para una misión concreta ... Desde su n¡¡­
cimiento, ha sidd dado a todos .•. un conjunto de aptitudes y de
cualidades para hacerlas
.fructificar... (que) .... permitirá a cad¡¡
uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el
Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es res-
ponsable de su crecimiento lo mismo que de su salvación ... ».
En otro punto de la encíclica encontramos que: « .... Decir
desarrollo es, efectivamente, preocuparse tanto por el progreso
social como por el crecimiento eoonómico ... »; y, un poco antes,
Pablo
VI señalaba que el hombre debe ser por si mismo agente
responsable de su mejora material,
de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual.
· Se notará el cuidado que ponen los Ponúfi­
ces al utilizar la palabra progreso a la que unen siempre un cali­
ficativo como para evitar coofusiones y ambigüedades.
Pero en
el propio textd de la Octogesima adveniens encon­
tramos un amplio tratamiento
del concepto progreso, al que inicial­
mente se tacha de ambiguo: «... Este mayor conocimiento del
hombre
permite criticar mejor y aclarar una noción fundamental
que está en
la base de las sociedades modernas, al mismo tiempo
como
móvil, como medida y como objeto: el progreso. A partir
del siglo XIX, las sociedades occidentales y otras muchas al contacto
con ellas. han puesto su esperanza en un
progreso, renovado sin
cesar, ilimitado. Este progreso se les presentaba como
el esfuerzo
de liberación del hombre, . . el progreso se convierte en ideología
omnipresente
... ». La descripción no puede ser más realista .ni re·
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ARMANDO MARCHANTE GIL
flejar mejor la ·situación en que vivimos. Ahora bien, a continua­
ción Pablo
VI subraya enérgicamente que tal concepto del progreso
no pasa de ser
un espejismo en cuanto que el verdadero progreso
está en
el desarrollo de la conciencia moral que lleve al hombre
a abrirse libremente a
los demás y a Dios. Atención, pues, a no
confundirnos con la ambigüedad
-buscada casi siempre--del
término progreso y
a discernir bien qué
es progreso y qué es
retroceso. En este sentido podemos recoger unas recientes
decla­
raciones del recién nombrado Presidente de la Conferencia Epis­
copal Espafiola, monseñor Elías Y anes, en las que aludía a ese
carácter confuso y ambiguo con que se tiñe siempre la palabra
progreso.
Antes, Juan
XXIII en la Pacem in terris, había aludido al
progreso, pero refiriéndose exclusivamente al progreso
científico.
Así decia:
« ... Pero el progreso científico y lds adelantos técnicos
lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, crea­
dor del universo
y del propio hombre .. ;».
En realidad, al identificar novedades con progreso se está
creando una tremenda confusión que utiliza para lograr sus fines
la innata tendencia humana a buscar cambios
y nuevas formas de
vida que mejoren las condiciones en que se encuentran los hom­
bres y las comunidades en cada momento histórico. Aquí tropeza­
mos con otro mito, tan utilizado por los políticos mediocres, según
el cual todo cambio
es deseable y positivo. Convicción ésta que
choca de plano con la más elemental experiencia de la vida y de la
historia humana.
Se olvidan con gran facilidad las regresiones so­
ciales, personales e históricas que supusieron cambios como, por
ejemplo, las invasiones bárbaras, los nacionalismos exacerbados
en
Europa o la revolución soviética. Así ha podido decir Juan
Pablo
Il que «la historia no es simplemente un progreso necesario
hacia lo mejor sino
más bien un acontecimiento de libertad ; más
aún, un combate entre libertades».
Independientemente de todo
lo antedicho, pudiéramos consi­
derat que
el mejor canon para medir el verdadero progreso sería
determinar si, después de cada cambio propugnado y realizado, se
ha registrado un avance real en cuanto a la dignidad de cada
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PROGRESO, PROGRESISMO Y DESARROLLO
hombre en la sociedad a la que pertenece, incluyendo en este
avance un mejor reconocimiento y ejercicio de los derechos huma­
nos, entendidos
como lo hacen Juan XXIII, Pablo VI y Juan
Pablo
II, y si se han fortalecido los vínculos de solidaridad social
entre quienes forman
parte de la comunidad. Sin salir de nuestra
Patria, tenemos
recientes ejemplos que examinar a este respecto.
Cada uno se responderá a sí mismo
y determinará si ha habido
progreso o
retroceso, cdn medidas presentadas por sus autores
como progresistas, independientemente de las cifras macroeconó­
micas, que se nos vienen ofreciendo como el mejor y único índice
de
prdgreso.
Progresistas y conservadores.
Esta adoración del nuevo becerro de oro en forma de progreso
ha dado lugar a la aparición
de un tipo de hombre contemporáneo
que ha venido a llamarse «progresista», cuya contrafigura sería
el hdtnbre «conservador». V amos a dedicarles alguna atención.
Si volvemos a los diccionarios, encontramos definido al progre­
sista como persona o colectividad de ideas avanzadas, con referen­
cias al partido decimonónico que pretendía el desenvolvimiento
de
.las libertades públicas y, en la actualidad, persona de ideas
políticas y sociales avanzadas. Si
para medir el avance es necesario
tener una referencia, es evidente que .una idea puede ser avanza­
da según y cual sea la referencia que empleemos. Por lo tanto,
también aquí
tropezamos de nuevo con la indeterminación y am­
bigüedad que, según he venido· señalando, preside la idea de pro­
greso y de todo cuanto con ella se relaciona. Por poner un ejem­
plo de actualidad, resulta que ser marxista hasta 1989 era lo más
progresista, pero ahora resulta que, incluso sus antiguos compa­
ñeros de viaje, llaman conservadores a quienes en Rusia pretenden
mantener o restaurar el sistema
comunista. Algo
parecido ocurre
con los participantes en el llamado «mayo francés» de 1968 y sus
simpatizantes que,
llegados al poder, es han convertido en algo
absolutamente superado y viejo, es decir, retrógado,
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ARMANDO MARCHANTE GIL
Evidentemente, la palabra progresista es. una de tantas cuantas
ha aportado la lengua española al
vocabulario político univenal,
En este caso, el mérito se debe al gran demagogo y resentido que
fue Salustiano 016zaga, eterno tránsfuga políticd, quien inventó
el
término para rebautizar a aquellos liberales que, se autodenomi­
naban «exaltados,.. Creyó 016zaga --esta vez con razón-que tal
calificativo no era muy apropiado
.para atraerse las simpatias po­
pulares e inventó lo de «progresista» con un éxito que ni él mis­
mo podía imaginar. Es decir, que, por una de esas bromas de la
historia que suelen ignorar, los que hoy en
día así se califican
olvidan que hasta su nombre, y seguramente sus ideas, provienen
de los
primeroo años del siglo xrx, que ya es progesar.
Nada nuevo
bajo el sol, pues

quienes, dentro
de la Iglesia ca­
t6lica, promovieron, en los primeros años de la década del sesenta
y, sobre todo, a partir de la terminación del II Concilio Vaticano,
aquel movimiento denominado progresismo, cuyas consecuencias
lamentables aún padecemos, no
podían. imaginar que su intento
de trasfundir a la teología católica las ideas .IDIU"XÍstas, según mos­
tró certeramente, entre otros, Miguel Poradowski, había de ter­
minar con el hundimiento treinta años después de toda la llamada
praxis marxista en las más profunda de Lis simas históricas, Otro
modo de progresar.
Armando Plebe en su Füosofia della reazione, describe tres
tipos de hombre que
designa con los términos de «conservador»,
«revolucionario» y «reaccionario»
.. En el mundo de la Grecia clá,
sica -dice-se definia la «vida de la contemplación» y la «vida
de
la acción». El primer tipo de hombre considera mils importante
conocer lo que le· rodea que tratar de modificarlo, en tanto que
el hombre que intenta modificar su
ent0rno es revolucionario en
mayor o menor grado, pues no se puede actuar sobte lo que nos.
rodea sin cambiar algo de ello. Los estoicos descubrieron la «vida
intelectual», cuyos cultivadores
·consideran que los conservadores
pierden su tiempo contemplando todo
pero sin comprender nada ;
en cuanto · a los revolucionarios serían simplemente hombres que
creen
actuar por impulso propio cuando, en realidad, actúan si­
guiendo los impulsos de otros· o, simplemente, movidos. por sus
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PROGRESO, PROGRESISMO Y DESARROLLO
propias pasiones. El ideal sería, pues, actuar reflexivamente. Esto
es lo que Plebe entiende como «reacción», grupo en el que Plebe
sitúa al mismísimo Platón cuando escribe en su Carta Séptima di­
rigiéndose a Dionisia
U tirano de Siracusa y a su oponente Dión,
quienes
pedían al filósofo su mediación en el conflicto que les
oponía: «Estaré con
vosotros el día en que sintáis necesidad de
hacer las paces
y queráis hacer algo bueno; pero en tanto que
sólo queráis haceros daño, dirigiros a otro».
Pero,
volviendo atrás, ¿cuáles son los impulsos que guían a
los progresistas? Podemos
señalar ·varios. El primero puede ser
la moda, inspiradora poco noble de tantas acciones humanas. En
ella encajan perfectamente tantas exhibiciones de protesta sin. nin­
gún sentido, la tendencia al caos y a la indisciplina social, la ne'
gación o discusión de toda autoridad, la exaltación de la incom­
petencia, la falta
de respeto a los valores sólidamente establecidos
por la experiencia anterior, el snobismo y tantas y tantas actitudes
carentes del
mínimo fundamento racional con que nos encontramos
a cada paso.
Otro agente manipulador es la neurosis, traducida en la huida
de
la realidad para rechazar el presente y el pasado --defendidos
por el conservadurismo-y refugiarse en un futuro imaginad<>
por el progresismo en una verdadera fuga hacia adelante que.suele
llevar al fracaso
cuando no a la catástrofe. Neurosis revelador¡¡
de una gran debilidad de espú;itu que se quiere enmascarar tras
ideas de
progreso.
Tenía que llegar la segunda mitad de nuestro siglo para que
el progresismo político y social atrajgase en determinados sectores
eclesiásticos como
una inactual trasposición del modernismo de!
siglo XIX, una y otra vez, censurado por los Pontífices de la época.
Aunque se atribuye. su floración
-por así decirlo-al II Concilio
Vaticano,
lo cierto es que sus orígenes son anteriores y se remon­
tan al final de la Il Guerra Mundial con la aparición de movi­
mientos como Pax y los sacerdotes obreros. Su trasplante a His­
panoamérica dio
lugar al nacimiento de la teología de la liberación,
que no es propiamente autóctona sino que remite a movimientos
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ARMANDO MARCHANTE GIL
te0lógicos centroeuropeos en cuya trasmisión a tierras americanas
han tenido no poca parte clérigos españoles.
Pablo
VI en Ecclesiam suam, escrita en 1964, es decir, en
pleno Concilio, ya tuvo que recordar y poner en guardia los
fie­
les ante «el fenómeno modernista que todavía aflora en varias
tentativas de expresiones heterogéneas con
la auténtica realidad
de la religión católica ..
,». Y, aludiendo a las reformas entonces
en estudio
por el Concilio, decía el Papa: «.,. Así que, sobre este
punto, si
se puede hablar de reforma, no se debe entender cam­
bio, sino más bien confirmación en el empeño de mantener a la
Iglesia con la fisonomía que Cristo la imprimió ... ».
En fin, atendiendo a la máxima evangélica, al progresismo
eclesiástico
le tenemos que conocer por sus frutos, y sus frutos
están
abi a la luz del día e incluso de la estadística religiosa. El
juicio que de ello resulta es contundente.
Conclusión.
La idea de progreso como una constante necesaria de la his­
toria del hombre aparece por primera vez de la mano de los ilus­
trados del siglo
XVIII. Si en sus orígenes la Ilustración se refería
esencialmente al avance dent!fico y técnico, pronto apareció el
progresismo
pol!tico que hizo del progreso, entendido esencialmen­
te como la máxima realización humana, una verdadera
religión a
la que todo había de someterse.
Por el contrario, la Iglesia católica ha señalado siempre, de
una u otra forma, que
el llamado progreso no lo es tal, si el desa­
rrollo del orden social no está subordinado en todo momento al
bien de
la persona y que ese bien tiene su último fundamento en
la dignidad del hombre
creado por Dios a su imagen y semejanza.
La visión cristiana sólo puede considerar el progreso técnico
y cien t!fico como un medio al servicio del desarrollo integral del
hombre que lleva al reconocimiento
por todos y cada uno de los
hombres de su' fin y destino úlrimo que es Dios Creador. Por de­
cirlo · mejor: «.. . el punto culminante del desarrolló conlleva al
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ejercicio del derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo, y vivir
según
tal conocimiento ... » (Céntesimus annus, 29). Nada tiene
que ver esta actitud del cristiano con el progresismo constituido
en una verdadera caricatura del pensamiento cristiano.
En consecuencia, pongámonos
en guardia cuando se nos pro­
ponen· determinadas políticas o decisiones con el marchamo del
progreso. Desconfiemos siempre de tales falsos progresos o
pro­
gresistas, que nos presentan una vieja y desprestigiada imagen.
Apostemos
por el desarrollo integral del hombre y de la humani­
dad, siempre con referencia a
los valores éticos cristianos. Que
nunca
el manto del progresismo nos haga olvidar que bajo él se
nos ofrece una mercancía averiada, muy averiada. Vale.
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