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Número 313-314

Serie XXXII

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El cardenal Cisneros, precursor de la evangelización de México

EL CARDENAL CISNEROS, PRECURSOR DE LA
EV ANGELIZACION
DE MEXICO
POR
NBMESIO RODRÍGUEZ Lo1s
Ozumba, situada al pie del nevado Popocatepetl -entre Atne­
cameca y Nepantla-es una pintoresca población provinciana en
la cual destacan de modo singular su iglesia y convento de prin­
cipios del siglo
XVII.
Y, dentro del convento, lo que más nos llama la atención y
nos sirve para dar inicio a este trabajo, son las pinturas múrales
que se· enctientran en su portería.
Toda una cátedra de historia de la evangelización en estas
tierras y de modo muy concreto de cómo fue el parto de nuestra
nacionalidad,
ya que en una de dichas pinturas -,-la más impor­
tante de
tddas-encontramos a Hernán Cortés recibiendo de
rodillas a los doce primeros franciscanos que aquí llegaron
tra-
yendo la luz del Evangelio. ·
Al llegar a este punto nada mejor que cederle la palabra a
un testigo presencial
de los hechos, a Berna! Díaz del Castillo
quien, con su sabroso estilo literario, nos cuenta con tocio detalle
cómo se llevó a cabo tan feliz encuentro:
«... el mismo Cortés, acomp_a~ado de nuestros valerosos y
esforzados soldados, los ·salimos a recibir, juntamente fueron con
nosotros Guatemuz, el señor de ·México, con tddos los más prin­
cipales mexicanos que había y otros muchos caciques de otras
ciudades;
y· cuando Cortés supo que .llegaban, se apeó del caballo
y todos n_o~otrqs juntamet.J.~e _,c~Ó ... él; .. Y ya rios ~ncontramos con
los reverendos religiosos, el primero que se. arrodilló delante de
fray Martín de Valencia y le fue a besar las manos fue Cortés, y
Verbo, núm. 313-314 (1993), 379-385
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no lo consintió, le besó los hábitos y a todos los demás religio­
sos, y así lo hicimos todos los
más capitanes y soldados que allí
íbamos» (
1).
Los indios no daban crédito a lo que veían sus asombrados
ojos. No
podían comprender como el poderoso señor del trueno
y del acero
-que había logrado subyugar a los feroces aztecas­
se humillaba ante un grupo de hombres desarmados que, por su
humilde apariencia, semejaban
ser mendigos.
«Esta escena», nos dice Salvador de
Madariaga, «fue la pri­
mera piedra espiritual de la Iglesia Católica en México
... Era
además
un acto en que el conquistador, hombre de fuerza, ponía
su fuerza a
los pies del espíritu» (2).
Aquellos doce frailes que habían desembarcado en San Juan
de Ulúa (Veracruz) el
13 de mayo de 1524 y que venían bajo
las órdenes de Fray Martín de Valencia entran en la ciudad de
México
pocos días después iniciando de inmediato una incansable
labor. Este grupo de hombres verdaderamente espirituales serán
siempre considerados como los padres
.de la Iglesia mexicana y
constituirán siempre una verdadera gloria de la Iglesia y de Es­
paña. Con ellos, sencillamente,
vino la civilización y desde enton­
ces hay
un México civilizado, formado por cuantos han vivido
de los principios de la
fe y devoción que nos trajeron» (3 ).
Cuánta razón tiene el historiador francés Robert Ricard al
decirnos que «solamente con la llegada de los primeros misione­
ros franciscanos en 1524
comenzó la evangelización metódica de
la Nueva España» ( 4 ).
Una evangelización que se veía robustecida por la vida de
( 1) Historia Verdadera de la Conquista de la Nuev(l España, capítu~
lo LXXXVII.
(2) Hern.Jn Cortés, F.ditorial Sudamericana, 9." edición, Buenos Aires,
1973, p.lg. 578.
(3) MARIANO CUEVAS, S. J., Historia de la Iglesia en México, Editorial
Patria, 5.' edición, México, 1946, tomo I, pág. 181.
(4) La Conquista Espiritual de México. (Traductor: Angel Maria de
Garibay), Edición conjunta de las editoriales Jus y Polis, l." edición, Mé­
xico, 1947, pág. 79.
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pobreza y santidad de estos personajes que, después de cruzar
el Atlántico en medio de mil penalidades, venían inflamados por
una auténtica sed de salvar almas.
Una austeridad de tales dimensiones que bien podemos
de­
cir, junto con Alfonso T rueba, cómo «la pureza de vida de los
primeros evangelizadores fue
una predkación viva y suplió los
milagros que hubo en la primitiva Iglesia».
«. . . la pobreza y estrechez . en que vivían eran tan grandes
que si San Francisco viniera de nuevo al mundo no les hiciera
ventaja» (5).
Ahora bien, todos estos prodigios evangelizadores no se
com­
prenden fácilmente si no echamos antes un vistazo a los aconte­
cimientos que tuvieron lugar en Espafia cuarenta años antes.
Aragón
y Castilla, los dos principales reinos cristianos de la
Península
Ibérica, se han unido mediante el matrimonio de Isa­
bel y Femando.
Gracias al matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de
Aragón se consuma la unidad de España. Solamente faltarán
al
norte el reino de Navarra y, al sur, los dominios musulmanes de
Granada que -desde hacia más de dos siglos-eran una espina
clavada en la frente de los monarcas castellanos.
Ahora bien, dentrd de ese proceso de unión
de ambos reinos,
los Reyes Católicos tienen que enfrentarse con nobles levantisoos
que veían con malos ojos
dicho matrimonio así como con innu­
merables bandoleros que asolaban los caminos.
Y por
si lo anterior no bastase, exisúa aún otro problema:
el clero se había corrompido
de tal manera que en muchas oca­
siones se encontraban muchísimas más virtudes en un sultán
rodeado de cortesanas que
en un convento donde se suponía
habrían de practicarse los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Era necesaria una auténtica reforma, una reforma drástica y
viril que amputase los miembros podridos y lograse el milagro
de que conventos y monasterios volviesen a ser habitados por
gentes poseedoras de auténtica vocación religiosa.
(5) Doce Antorchas, Editorial Jus, 3.• edici6n, México, 1975, pág. 42.
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Es entonces cuando aparece .un .hombre providencial que .se
gana de inmediato la confianza y admiración de. Jsabel la Católica.
Ese hombre era un humilde fraile franciscano de
.. nombre
Francisco Jiménez de Cisneros.
Un enjuto varón cuya
fisonomía externa asi comd un recio
temple quizás hayan inspirado a Cervantes para trazar, un siglo
después, el genio y figura del inmortal Don Quijote de
Ia Mancha.
No tiene
caso el presentar una biografía pormenorizada de
tan piadoso
varón nacido en un· pequeñd pueblo de Castilla la
Vieja pocos años antes que
la reina Isabel.
Mas bien habrá que rasaltar cómo, debido precisamente a su
gran humildad, rechazó siempre todo cargo importante que
se
le ofrecía, llegándose al extremo de ~una vez investido como
Cardenal de la Archidiócesis Primada de
Toledo-negarse rotun­
damente a poner las vestiduras correspondientes a su alta digni­
dad. Fue entonces cuando, como acto de obediencia
al Santo Pa­
dre, el Cardenal Cisneros accedió a vestirse la púrpura, pero
llevando siempre debajo de ella el tosco sayal franciscano.
Ese. fue el hombre. de quien se valió la Reina Católica para
reformar un clero burgués y decadente cuyas costumbres
escan­
dalizaban a los mismísimos seguidores de Mahoma.
Esta reforma tuvo lugar alrededor
de. 1480 y para poderla
coronar con éx.i.to fue necesario que Cisneros actuara con el má­
ximd rigor, ya que eran .muchos los interese_s que estaban en juego.
«El. revuelo que se armó fue estrepitoso y no se apaciguaron
los ánimos durante largo tiempo. Muchos frailes y monjas salie­
ron de sus conventos y se marcharon al Africa, no para convertir
a los infieles, sind para vivir co~o infieles, sin frenos de pobre­
za, castidad
ni obediencia» ( 6 ).
Esto Va a ser de providenciales consecuencias, ya que la causa
principal de que España no se haya vuelto luterana se debió a
que Cisneros
se le adelantó a Lutero, o sea, que los aislados pro-
(6) EUSEBIO CEBALLOS PIÑAS, Cisneros, un gran español, Publicacio­
nes españo~, l.ª edición, Mi;id,r,id, 1973, pág. 32.
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testantes que en el fututo pudieron haber surgido no encontra­
ron ninguna bandera que enarbolar entre los españoles.
«Gracias a la obra de Cisneros», nos sigue diciendo el autor
citado, «cuando años más tarde estalló
el gran terremoto lutera­
no, con
la consiguiente deserción masiva de frailes y monjas por
toda Europa,
los conventos ,y monasterios españoles se mantu­
vieron adictos a Roma.
No es posible calcular los benefecios es­
pirituales y materiales que esta previsora reforma cisneriana con­
siguió para nuestra patria, que permaneció intacta, mientras en
el resto de Europa corría abundantemente la sangre por discusio-

nes religiosas» (7).
El caso es que, gracias a Cisneros, España rechaza el huma­
nismo pagano que hace del hombre
el. centro del universo.
El humanismo español
-promovidd por un Cisneros a quien
se debe la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares--'
es algo muy distinto por ser netamente cristiano.
El humanismo español enseña que el hombre es un ser pri­
vilegiado por ser hijo de Dios, por estar hecho a imagen y
se­
mejanza de Su Creador y porque el Redentor se encarnó en el
linaje humano para pagar la gran deuda que nuestros Primeros
Padres habían contraído en
el Paraíso. '
Por todo ello, por ser el hombre un ser privilegiado habrá
que hacerlo digno de recibir
los copiosos frutos de la Redención.
Y dentro de la búsqueda de hombres dignos de recibir los
copiosos frutos de
la Redención encuadra prefectamente la men­
talidad de una Isabel la Católica que -apenas tuvo noticia de
la llegada de Colón
al Nuevo Mundo-empezó a considerar a
quienes aquí vivían como vasallos
suyos dignos de ser respeta­
dos y bautizados.
Esa
es la mentalidad que impera en la España de fines del
siglo
XV, o sea, la España de Isabel y de Cisneros.
Por todo lo anterior_, vemos cómo los misioneros que llegan
a tierras de México no son más que los primeros frut'os de la re­
forma emprendida por el Cardenal Cisneros cuarenta años atrás.
(7) Idem, pág. 33.
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Aquellos misioneros que llegaran a México en la primavera
de 1524 eran frailes reformados que estaban modelados por un
profundo humanismo cristiano.
Aquellos santos varones de tosco sayal van a realizar entre
nuestros indígenas la
más admirable de todas las obras de arte
que ha conocido el género humano: hacerles tomar conciencia
de que poseen la suprema dignidad de ser hljos de Dios, razón
por la
cual tienen el mismd valor el alma del más humilde ma­
cehual que la del todopoderoso Emperador Carlos V.
Estos hombres que eran santos en el sentido pleno de la pa­
labra no le van a decir a los nuevos cristianos que todo hombre
tiene derecho a gozar de los placeres
de la vida terrena ----eosa
que ocurrió en los países protestantes-, sino que más bien ha­
brán de decirles -sin fijarse si son ricos, pobres, apuestos o de­
fdrmes-que tienen un alma inmortal que ha sido redimida con
el precio infinito de la Sangre de Cristo.
Desde luego que todo esto va a explicar la
viril defensa que
los frailes hacen de
los indios frente a los abusos de los enco­
menderos, la fundación de escuelas y hospitales, la construcción
de caminos y acueductos. Y en fin el poner las bases materiales
para que quienes
aquí habitaban disfrutasen de los elementos
necesarios
para una vida digna.
Toda
una proeza civiliz.adora que no se dio jamás dentro de
las colonias angloprotestantes,
ya que en ellas fue otra fa cosmo­
visión que se impuso.
Toda una proeza humanística que aquí jamás se habría dado
si el Cardenal Cisneros no hubiera emprendido su gran reforma
pocos años antes de que las tres carabelas llegasen a la isla de
Guanahaní.
Aterra, aunque solamente
sea por unos segundos, imaginar
lo que aquí habría ocurrido
si -en lugar de aquellos santos va­
rones productd de la reforma cisneriana-hubiesen llegado frai·
les lascivos, intrigantes y aferrados a los peores vicios.
Aterra el imaginarnos la influencia disolvente que dichos
su­
jetos habrían ejercido no solamente sobre los inocentes conversos
que ante ellos acudirían a recibir
las aguas lustrales, sino andando
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el tiempo, la influencia que habrían de ejercer sobre las futuras
generaciones que habrían
de constituir los fundamentos del Mé­
xico Mestizd.
Ahora nos explicamos perfectamente la gran emoci6n que el
valiente extremeño debi6 de haber sentido en el momento en
que tuvo ante
su vista a los doce apóstoles qtie aquí llegaban.
Su impulso -como el de todo hombre bien nacido-fue el
de hincar su rodilla y besarles los hábitos.
Y es que no era para menos,. ya que ante él se encontraban
auténticos santos cuya vida y sacrificios habrfan de servir para
colocar
los cimientos de la muy noble Nación Mexicana.
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