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Número 367-368

Serie XXXVII

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Roger Garaudy: Los mitos fundacionales del estado de Israel

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Gobierno, no pueden por menos de adherirse a los autores de
tan grandes beneficios.•
La obra de Bullón de Mendoza está repleta de textos tan
importantes e interesantes como los que hemos reproducido y
que, como ya indicamos, consiguen transmitir una visión muy
completa de lo que en todos los órdenes significaron los enfren­
tamientos entre liberales y carlistas a lo largo del siglo ,ax y que,
por tanto, la convierte en una obra de necesaria lectura, sobre
todo para aquellos que se acercan por primera vez al conoci­
miento
de este periodo.
JOSÉ ANTONIO GALl.EGO
Roger Garaudy: LOS MITOS FUNDACIONALES DEL
ESTADO DE ISRAEL<•>
En la Feria del Libro de "El Retiro", de Madrid, en junio pasa­
do, se ha colado de puntillas, quiero decir que sin megafonía,
pancartas ni firmas, este libro hacía largo tiempo esperado y
siempre difícial de encontrar. Tiene tres puntos de interés: la per­
sonalidad de su autor, las vicisitudes de la primera edición fran­
cesa, y
su propio contenido. Es uno de los textos básicos sobre
los judíos, dentro del siglo xx en parangón con El Judío Inter­
nacional de Henry Ford, o Los Protocolos de los Sabios de Sión,
cuya autenticidad, por cierto, niega Garaudy (pág. 134). Es un
libro importante que hay que tener o, al menos, haber oído
hablar de él.
Roger Garaudy,
aún vivo, nació en Marsella en 1913. Fue
escritor y dirigente comunista toda su vida, pero mediada ésta,
concibió la teoría de que el comunismo ruso había fracasado en
su objetivo de formar un hombre nuevo; para alcanzarlo se nece­
sitaba completar en el interior del hombre la transformación que
las estructuras politicas comunistas intentaban desde fuera, y esto
(*) Editorial "Historia XXI", Barcelona, 1998. Traducción y prefacio de José
Luis, Jerez Riesco. 4.º rústica, 159 págs.
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sólo lo podía hacer un impulso o complemento religioso. Comu­
nistas y cristianos estaban, pues, condenados a entenderse, y así
nació una corriente mestiza
del agrado del Kremlin y de escaso
éxito dentro de la Iglesia, aunque encontró algun remolque en la
teología
de la liberación.
Un grupo argentino aceptó esa teoria, con la curiosa variante
de que
la religión complementaria del comunismo no tenía por qué
ser necesariamente
la cristiana; ellos proponían como mejor una
mezcla de ocultismo, hinduísmo
y religiones aborígenes. Se incor­
poraron al movimiento de SILO, que luego vino a España y tras
varias evoluciones se llama hoy Partido o Movimiento Humanista,
de implantación sólida, discreta, y más importante y peligrosa de lo
que parece; en él están instaladas incrustaciones comunistas super­
vivientes del naufragio de la Internacional Comunista. Entretanto,
Garaudy ha dejado el Cristianismo y se ha pasado al Islam.
Las vicisitudes de la primera edición francesa son divertidas
y de interés político. Unas organizaciones judías visibles, y otras
invisibles, al conocer este libro que mina los fundamentos del
Estado
de Israel, desencadenaron en la gran prensa francesa y de
otras formas y maneras una ofensiva contra Garaudy. Anterior­
mente había sufrido otras análogas por sus escritos anti.sionistas.
Caldeado el ambiente, entablaron procesos judiciales por infrac­
ción
de los límites legales de la libertad de expresión. Pleitos ten­
gas y los ganes.
El gran público francés, y también el del resto
del mundo, descubrió entonces y así, que
en la Patria de la
Libertad y
de los Derechos Humanos no se pueden expresar cier­
tas ideas
que molesten a los judíos. Garaudy dedica las páginas
114 a 123 a narrar estos forcejeos
con el lobby sionista en Francia;
son sutiles, ingeniosos y aleccionadores.
Un personaje popular, el Abbé Pierre, también cayó en
cuenta, sólo que al final de su vida, con motivo de esas con­
troversias, de
que en Francia no hay verdadera libertad para
opinar sobre los judíos. Un tanto ingenuo
-los años pesan-,
se puso públicamente de parte de Garaudy, y, ahora viene lo
bueno, la Conferencia Episcopal Francesa le reprendió y, aco­
sado por todos, tuvo que exiliarse a Italia, donde guarda silen­
cio. Todos
echaban leña al fuego y la situación recordaba el
asunto Dreyfus.
No
ha tenido la misma ingenuidad el traductor, don José Luis
Jerez Riesco, que como buen hombre de leyes no se fía del
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Estado de Derecho y ha preferido que un "prefacio" que le ha
puesto al libro sea exageradamente breve y cauteloso, en vez de
despacharse en él a su gusto, como hacen muchos prologuistas
y todos esperábamos. Reconocemos que no hubiera sido justo
que por entretenemos se hubiera arriesgado a molestias como las
que proporciona la justicia francesa.
Este libro termina
una trilogía contra el Islam, el Cristianismo
y el Sionismo. No le faltan, pues, invectivas contra el Cristia­
nismo, salpicadas
desde su gemelo a él dedicado, y aunque tene­
mos el deber de advertirlo, lo hacemos despreocupadamente,
porque son tópicos inconscientes que la prensa airea a diario, e
incluso algunos medios "progresistas" católicos, impunes.
• • •
En una Introducción se contraponen Judaismo y Sionismo,
cuestión
que enerva los últimos cien años. El Sionismo es una doc­
trina política, nacionalista
y colonial, que aboca a la creación y
mantenimiento del Estado de Israel. Y el Judaísmo no es ni políti­
co ni nacional, sino espirin.tal, y apunta hacia una época mesiáni­
ca
en la que todos los hombres reconocerán pertenecer a una sola
gran comunidad para el establecimiento del Reino
de Dios sobre
la Tierra. En gran parte de la Diáspora, sobre todo en los Estados
Unidos, el Judaismo
se ha paganizado y desacralizado y optado
por el poder político. Se fue deslizando, primero, a la pretensión
de un Hogar Nacional Judío en Palestina, y desde éste, al Estado
Judío
de Israel. Frente a éstos, los puros, siguen insistiendo en que
el Judaismo es una cuestión de religión y no de nacionalidad.
Dentro del Estado
de Israel se encuentran dos grupos enfrentados:
uno, imperialista,
y otro que quiere la convivencia pacífica con los
árabes. Estas dístinciones explican
que algunos grupos judíos bus­
caran
un entendimiento con Hitler, incluso alguna colaboración,
que si no fue a más fue por causa del Führer.
"Nuestro libro se sitúa en la prolongación de los esfuerzos de
aquellos judíos que han intentado defender un Judaismo contra
un sionismo tribal".
Estas distinciones previas, que hay que tener presentes en el
resto
de la lectura, no son originales, sino archisabidas. Lo que es
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nuevo y agradable es la brillantez y la claridad en la exposición,
muy del esprit francés. También es loable el respaldo documen­
tal; las 159 páginas del libro llevan 427 citas de autores de pres­
tigio,
muy bien montadas, y además desconocidas del gran públi­
co español. En medio de tantos líos no aparece involucrado
nadie
de la España contemporánea. Y, sin embargo, ¿cómo supo­
ner que no desbordan hasta aquí? Reciente (mayo 1998) está el
"donativo"
de doscientos cincuenta millones de pesetas del Con­
sejo
de Ministros de España al Consejo Mundial Judío.
Antes
de seguir, nuestra fe católica nos obliga a un comen­
tario gravísimo a esas distinciones de Garaudy y de otros.
Comentario
que venimos rumiando desde anteriores lecturas de
análogos planteamientos. Parece como si en la cuestión judía,
global y coloquialmente aludida, hubiera que distinguir entre
buenos y malos, para poder inmediatamente escoger a los bue­
nos y rechazar a los malos, pero como excusándose de este
rechazo de los malos porque ya se simpatiza con los buenos.
Los buenos serían los religiosos del Judaísmo, defensores de
unos preceptos filosóficos y místicos abstractos y desencarna­
dos, serparados e independientes de la política internacional del
capitalismo americano y
de sus aliados, los malos, los sionistas
del Estado
de Israel, que nos está saliendo a todos carísimo. No
hay tal distinción entre buenos y malos. Todos son malos, desde
una visión religiosa cristi'ana. No son menos malos los espiri­
tuales y religiosos y sionistas, sino
precisamente al revés, por
una subordinación ontológica de la política a la religión. Este
error se manifiesta también en que el antisemitismo de algunos
es, en la realidad, más contra el sionismo del Estado de Israel
que contra el Judaísmo como religión. Entre cristianos, debería
ser lo contrario.
La fe de algunos católicos ha sido llevada por el "progresis­
mo" a
un estad de debilidad compatible con creer que los que
difunden una religión falsa son los "buenos", y que son preferi­
bles a los ("malos")
que solamente sirven a una política interna­
cional
de calificación dudosa respecto de la nuestra. El error en
un plano superior, religioso, sería bueno, o preferible, o acepta­
ble, al error
en un plano inferior de política internacional, infini­
tamente menos atentatorio
para la salvación de las almas. No es
ajeno, psicológicamente, a esta esquivación el ambiente creado
por la libertad religiosa y el ecumenismo.
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Aclarados, pues, los dos planteamientos de salida, el de
Garaudy y el cristiano, sigamos, libro adelante.
• •
El libro tiene tres partes o cuerpos principales, titulados:
l. "Los Mitos teológicos", 11. "Los mitos del siglo xx", III. "La uti­
lización política del mito".
Los mitos teológicos son: el mito de la "Tierra Prometida"; el
mito del "Pueblo Elegido", y el mito
de "Josué o de la Limpieza
Étnica".
Los tres descansan en sendas exégesis bíblicas múltiples
que no tengo capacidad para enjuiciar; además, tendríamos
que oír a las dos partes o al magisterio de la Iglesia, si existe en
estos puntos con caracter infalible. La táctica de Garaudy es ad
hominem o de utilizar astillas de la misma madera, que son las
peores.
¿Tierra prometida o Tierra conquistada?-Los sionistas sos­
tienen que solamente conquistaban la Tierra Prometida. Se
refieren a que Dios prometió a los Patriarcas y a sus descendien­
tes la posesión de una
Tierra que hoy se interpreta que es, con
vaivenes elásticos,
la Cisjordania. Los guerrero5: sionistas se limi­
tarían a tomar posesión.
Garaudy les replica:
"La exégesis cristiana ante esa afirmación
es vacilante y escéptica y no llega a ninguna conclusión". En
cuanto a la exégesis profética, aduce que un rabino notable, de
la Liga para el Judaísmo (antisionista), en Estados Unidos, con­
cluye
que "es inadmisible para nadie pretender que la implanta­
ción actual del Estado
de Israel es el cumplírniento de una pro­
fecía bíblica" (pág. 24).
Para invalidar el mito
de que !A población que boy constitu­
ye el Estado de Israel es el pueblo elegido por Dios, recurre a un
método de moda, peligrosísimo, que es rastrear la cuestión en
diversas religiones antiguas. En ellas ha encontrado este mismo
concepto de un pueblo elegido por Dios, y, por ello, a la versión
sionista le faltaria originalidad y exclusividad, y esto la inutiliza­
ría. Son materiales difíciles
de comprobar y silogismos frágiles.
Airear este método de la éomparación de religiones para sacar, o
derruir
en este caso, factor común, es uno de los peligros de este
libro para el lector cristiano, ya suficientemente bombardeado
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con proyectiles de ese género por las sectas gnósticas y por
Nueva Acrópolis.
El mito de Josué o de la limpieza étnica.--Se interpretan las
matanzas, tan frecuentes hoy, dentro y fuera
de las fronteras del
Estado
de Israel. Los sionistas las justifican con el recuerdo de las
matanzas
de Josué y otras del Antiguo Testamento, y con el fin
que persiguen,
que sería limpiar el actual Estado de Israel de la
etnia árabe para
que no se infrinja el precepto del Antiguo Tes­
tamento de que la sangre judía no se mezcle con otras. Garaudy
critica la historicidad de los textos bíblicos y su interpretación
literal,
y vuelve machaconamente a su tesis favorita de que están
instrumentalizados
al servicio de la política. Además les recuerda
-sin posibilidad de ser comprendido--que la venida de Jesús
trastoca las cosas y el Nuevo Testamento
y la nueva alianza con­
tradicen
en esto a la antigua alianza y al Antiguo Testamento. Ese
es el
nudo de la cuestión.
Sea como fuere el enlace del Antiguo Testamento con el
Nuevo, no dejan de ser impresionantes las censuras del Antiguo
Testamento
al cruce de razas.
El texto que seguimos empieza aquí a incidir más sobre la
cuestión del racismo, que luego continua. Es interesante todo
esto porque actualmente
en España no hay literatura racista de
prestigio, y sí, en cambio, hay mucha y desproporcionada pre­
sencia antiracista injustificada
y de ínfima calidad.
Una nueva división: los judíos, en general, se dividirían en
racistas, que son los sionistas, y otros más pacíficos, partidarios
de
la "asimilación'' con otros pueblos. Los nazis, racistas, se
entendían. relativamente bien con los racistas sionistas; bastaba
con repartirse territorios y ayudar a la creación del Estado de
Israel. Cada mochuelo a su olivo. En cambio, los nazis temían y
perseguían a los judíos "asimilacionistas", partidarios de quedar­
se
en Alemania y mezclarse con los alemanes o. al menos, de
coexistir perfentamente
con ellos.
• • •
El segundo gran cuerpo, titulado Los mitos del siglo xx, com­
prende:
l. "El mito del antifascismo sionista"; 11. "El mito de la
Justicia
de Nuremberg"; 111. "El mito del Holocausto"; IV. "El mito
de una Tierra sin Pueblo para un Pueblo sin Tierra".
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Estos mitos son predominantemente políticos, y de política
actual, a diferencia de los anteriores, más cargados de difíciles
exégesis bíblicas. Esta desigualdad
en las dificultades de com­
prensión inclina a la mayoría de personas a interesarse más por
los más fáciles, que son los políticos, y a desentenderse de los
más difíciles, que son los religiosos, lo cual favorece el contra­
sentido desde una visión cristiana, ya citado, de oponerse más a
los políticos que a los religiosos.
El mito del antifascismo sionista.-Este capítulo es una par­
tida
de ajedrez político que deleitará a los aficionados a las luchas
políticas (págs.
35 a 48). Resulta que los sionistas no eran anti­
fascistas, sino partidarios
de un acuerdo basado en los respecti­
vos racismos con Hitler, que era más favorable que Inglaterra a
la construcción de un Estado Judío.
Al empezar la GMII, Weizmann, presidente de la Agencia
Judía, se alineó con los aliados y esto entorpeció muclúsimo la
colaboración de los judíos con el régimen alemán. Esta colabo­
ración era un sabotaje a la lucha antifascista internacional, que
quedaba postergada ante la creación del Estado de Israel. Los
aliados cortaron esta colaboración y una segunda onda de la
misma, hacia el final, cuando Hitler, desesperado, pensó en los
judíos como mediadores entre él e Inglaterra para unirse frente a
Rusia (pág. 47). Paradigma
de la colaboración entre nazis y ju­
díos fue el famoso Grupo Stem (pág. 42).
El mito de la justicia de Nuremberg.-Se recopilan las obje­
ciones a aquel tribunal, más conocidas, aunque de manera dis­
persa, que es como han ido perforando la muralla con que algu­
nos entienden defender la libertad
de expresión. La creación
(ABC de 18-Vll-1998) de un Tribunal Penal Internacional puede
dar algún interés a estos recuerdos. También la campaña contra
la Inquisición que
irá con las absurdas peticiones de perdón de
la Iglesia al comienzo del Tercer Milenio.
Garaudy abusa
en este punto, y en otros, de las comparacio­
nes exculpatorias, olvidando que el "más eres tú" es un argu­
mento sin validez jurídica.
El mito de los seis millones.-Es otra recopilación, análoga al
capítulo anterior, de noticias y comentarios referentes a si hubo,
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o no, cámaras de gas para el exterminio de seis millones de ju­
díos, y a que si fueron seis o bastantes menos. También las cono­
cíamos porque se han ido filtrando laboriosamente por entre las
grietas
de la gran prensa. Israel ha conseguido con la explotación
de este mito del Holocausto "unas rentas verdaderamente
ini­
gualables y que cincuenta años después siguen produciéndose".
Esto nos recuerda aquel título
de Gironella, Un millón de
muertos, que, con el disimulo de ser una novela, fue uno de los
primeros ataques a la España Nacional desde dentro, luego refu­
tado,
en serio y con rigor por Salas Larrazábal, que estableció que
fueron muchos menos. En ambos asuntos, el mal estaba hecho
de comienzo, y daba buenos réditos políticos y dinerarios.
Tanto en lo referente a Nuremberg como al Holocausto hay
noticias abundantes de cómo la libertad de expresión está limi­
tada subrepticiamente en las dichosas democracias jurídicamente
y por presiones económicas
y sociales. Cuenta, con amenidad,
algunas de las persecuciones
que él ha sufrido. Tema interesan­
te, extenso y útil para polémicas. También en España donde ha
llegado
un salpicón en la Ley Orgánica 4/1995, de 11 de mayo,
BOE113.
El mito de
una Tierra sin Pueblo para un Pueblo sin Tie­
rra.-Los sionistas dicen que la tierra que ocupa el actual Estado
de Israel les ha sido dada por Dios ... en el que sólo cree el 15%.
No aportan el documento de donación ni especifican los límites
de
ese territorio, pero con esa invocación religiosa se sitúan por
encima de cualquier Derecho Internacional. No faltan casos de
violaciones del mismo.
Hay una extensa exposición de trucos sofisticados de inge­
niería jurídica
para ir consiguiendo que los árabes se tengan que
marchar de sus territorios, a pesar de que luego a los sionistas les
falta gente propia para ir repoblando los asentamientos abando­
nados. Garaudy vuelve obsesivamente a su tema favorito de que
los sionistas están cometiendo
la idolatría de reemplazar al Dios
de Israel por el Estado de Israel.
La utilización política del mito.-Esta parte es un compendio
entretenido y aleccionador de sucesos anecdóticos y de filigranas
jurídicas de los sionistas
para poner a los Estados Unidos al ser­
vicio del Estado de Israel. Éste no se puede financiar por sí
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mismo ni con el mito de "el milagro de Israel" ni con los subsi­
dios de los judíos de toda la Diáspora. Hay que recurrir al asalto
de la economía yanki, con ardides y chantajes. Así se llevan con­
seguidas cantidades
de dinero escalofriantes.
En Europa, el país más colonizado
por su lobby sería Francia.
¿Y en España? ¿Qué hacen los judíos sionistas en España? Tendre­
mos
que enterarnos por otro lado, porque Garaudy no nos dice
nada
de esto.
Finalmente: "El presente libro no tiene más objeto que pro­
porcionar a todos los elementos que les permitan juzgar los
daños de una mitología sionista que, sostenida incondicional­
mente por los Estados Unidos, ha engendrado ya cinco guerras,
y constituye
por la influencia que ejerce su lobby sobre la poten­
cia norteamericana, y por ello sobre la opinión mundial, una
amenaza permanente para la unidad del mundo y de la paz"
(pág. 134).
MANuEL DE SANTA CRUZ
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