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Número 369-370

Serie XXXVII

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A vueltas con los «valores»

A VUELTAS CON LOS "VALORES"
POR
RAFAEL GAMBRA
El ténnino "valor" o "los valores" está muy de moda. Es un
recurso casi universal para diluir lo que no se quiere declarar
expresamente o para erunascarar lo que se dice. Será dificil
que
abráis página de un periódico o que leáis un anuncio de una ins­
tirución o colegio o la declaración de intenciones de una asocia­
ción o partido sin encontrar una referencia a "los valores". Valores
humanos, valores éticos, valores de1nocráticos, valores de la tole­
rancia, valores
del progreso, etc. Lo que no encontraréis nunca es
una alusión expresa al catolicisrno, o simplemente a una religión
concreta. En
el prospecto· de cualquier colegio o universidad cató­
lica
que se funde lo 111ás que encontraréis es una vaga referencia
a una educación "en los valores inspirados en un humanismo cris­
tiano". Esto es producto las más de las veces de lo que se llamó
"respetos humanos" o de la pérfida creencia
en que el éxito será
mayor si se amplía la base ocultando entre vaguedades la inten­
ción apostólica ("del que se avergüence
de Mí ante los hombres,
Yo me avergonzaré ante el Padre que está en los Cielos").
Ahora mismo,
por iniciativa de UNICEF (liberal-laicista) y de
las distintas consejerías autónomas
de Educación, la secta Brahma
Kumaris (panteísta hindú) acaba
de editar un manual para edu­
cadores que enseñen los "valores humanos" a través del progra­
ma "Valores para Vivir". Se trata de un método para erradicar la
enseñanza religiosa, especial111ente la católica.
Pero en esto del valor hay algo más que una mera argucia ter­
minológica. Puesto
que bajo el velo de "los valores" se albergan
cosas
tan importantes como la religión, la moral, el honor. ..
resulta obligado preguntarse ¿qué es
en definitiva el valor?
Verbo, núm. 369-370 (1998), 835-840. 835
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Hace unas décadas el término valor (o valores) se aplicaba
habituahnente a los títulos. o documentos bursátiles o al precio
dinerario de los objetos. Aplicado a las personas se significaba,
en sentido estricto, la virtud de la fortaleza (o valentía), es decir,
la capacidad de enfrentarse a adversidades o peligros; y
en sen­
tido amplio
al conjunto de virtudes que determinaban el valor o
la valía de esa persona (personas valientes y valiosas).
La inmensa difusión de la noción de valor en el lenguaje
común se debió al sistema filosófico llamado Teoría de los
Valores o
axiología (de axfos, valor, en griego) cuyo sistematiza­
dor fue, a principios de siglo, el alemán
Max Scheler. En su ori­
gen esta teoría se dirigió contra el positivismo materialista que
dominaba en la mentalidad de los científicos, en la ciencia físico­
matemática. Para esta mentalidad sólo es real lo
que de algún
modo es tangible (asequible a los sentidos), cuantificable y men­
surable.
Lo que excede de esto Oa bondad, la belleza de las
cosas, incluso los olores, colores, sonidos ... ), no son sino reac­
ciones subjetivas que sólo se dan en las mentes sobre las que
actúan esos áton1os o vibraciones materiales. Con lo cual, para
esa concepción cientifista, se excluye de la realidad auténtica
-o al menos del ámbito de la investigación-todo lo mas pro­
piamente humano, natural
o sobrenatural. (Por influencia del
positivismo se conoce hoy como ciencias
positivas sólo a las de
base físico-matemática, oponiendo a positivo negativo, es decir
irreal, no verdaderas ciencias. Por lo 1nis1no se opone a los juicios
de ser, los juicios de valor, vistos como meramente subjetivos).
Max Scheler y los axiólogos opusieron a este reduccionismo
positivista una curiosa división
de la realidad entre sery valor. Ser
sería lo que los científicos reivindican como sola realidad, lo cog­
noscible
por la experiencia sensible y cuantificable racionalmen­
te.
El valor, en cambio, sería algo inasequible a los sentidos y a
la razón, algo
que sólo es objeto de una intuición emocional; se
da unido a un ser, pero puede separarse de él. La realidad se
compone así de ser y de valor; aquél se conoce por los sentidos
y la razón, éste se intuye mediante
una capacidad estimativa,
valora!. Recurramos al ejemplo clásico:
un billete de banco: como
ser es un simple trozo de papel, pero estimamos en él un valor
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dinerario, de cambio; quizá posea también un valor estético si
reproduce
una imagen bella. Si ese biUete se declara fuera de
curso nada can1bia en él en cuanto a su ser, pero ha perdido su
valor de ca1nbio; conserva, sin embargo, su valor estético, y quizá
adquiera con el tiempo un valor numismático, arqueológico.
Los axiólogos, entendiendo haber descubierto una mitad de
la realidad
-el mundo del valor-, proceden a definir y clasifi­
car las distintas clases o especies de valor estableciendo
una
jerarquía desde el valor inferior -el de mera utilidad-hasta el
más alto
-el de lo santo o lo sacra!-, pasando por los valores
morales, vitales, estéticos, etc.
La moral axiológica consistirá para
ellos
en observar en la conducta la jerarquía de los valores, es
decir, en anteponer los superiores a los inferiores, y el desorden
moral
en obrar inversa1nente.
La filosofía clásica -la tradición aristotélico-escolástica-no
ve la necesidad de esa división de la realidad en ser y valor, ni
tampoco su utilidad. Partiendo de la noción de ser que se mani­
fiesta tanto a mis sentidos
como a mi entendimiento (todo es ser)
Aristóteles dividió, como se sabe, la realidad en diez categorías,
grupos o géneros supre1nos a los que todo lo que tiene ser
se
reducía. Eran la sustancia (ser en sí) y los nueve accidentes (seres
en otro). Partiendo de un ser u objeto cualquiera, si pregunto
sucesivas veces ¿qué es? pasaré por su especie} su género próxi­
mo,
su género remoto y su género supremo o categoría. Si, por
eje1nplo, pregunto por Juan tendré co1no respuestas sucesivas
que
es ho1nbre (especie), ani1nal (género próximo), viviente, sus­
tancia material (géneros intermedios) y sustancia (género supre­
mo o categoria). En otros casos se llegará a las categorias de acci­
dente (calidad, cantidad, acción, etc.).
Más allá en punto a universalidad se encuentra para Aristó­
teles la noción de ser que se puede atribuir a todas las catego­
rías, a cuanto es, pero que no es una categoría más porque no se
comporta respecto a los géneros supremos como éstos lo hacen
respecto a los géneros inferiores o a las especies. Si yo quiero,
por eje1nplo, contraer
el género animal a la especie hombre, ten­
dré que añadirle algo (la racionalidad) que no entraba en el géne­
ro anhnal. En ca1nbio, para contraer ser a alguno de los géneros
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supremos o categorías no puedo añadirle nada que no sea tam­
bién ser, porque el ser lo abarca todo sin precisar nada. El ser es
una noción difícil, objeto de la metafísica, y de cómo se concibe
depende el sistema entero de filosofía. Se llama trascendental
porque trasciende (o va más allá) los géneros supremos.
Pero hay otras nociones que, al igual
que el ser, trascienden
también de los géneros supremos y se
pueden decir de todo. Son
estas la unidad, la verdad y
la bondad, llamadas por eso tras­
dendentales. Y lo
son precisamente porque significan lo mismo
que ser, pero con referencia a algo. Todo lo que es y es cognos­
cible tiene alguna fonna de unidad porque, en otro caso, no seria
un ser. Y todo lo que es es también verdadero porque como tal
se presenta a un entendilniento que rectamente lo conozca, emi­
nentemente al de Dios. Hay cosas que decimos que son falsas,
como
una moneda de oro que en realidad es de cobre. Pero la
falsedad está aqui
en la acción de quien le ha dado acuñación de
oro.
Lo que es falso oro es verdadero cobre: el ser mismo de las
cosas
en cuanto a su recta cognoscibilidad es su verdad. Lo
mismo ocurre con la noción bondad: todo es bueno en el ser que
tiene y es rectamente deseable. No todo es bueno para todo,
pero todo
es bueno para algo. El agua no es buena para noso­
tros co1no medio en que vivir, ¡,ero es buena para el pez, y a la
inversa. Hasta aquello que
tira111os por inconveniente como las
basuras,
en cuanto tienen un ser, son buenas (y deseables), por
ejemplo, para los perros que buscan en ellas algo comestible o
para abonar los campos.
El bien, podemos decir, es el mismo ser
de las cosas en cuanto perfeccionante de otras y por ello mismo
deseable. El orden mismo del Cosmos (universo ordenado) hace
que unas cosas sean perfeccionantes de otras, tnutuamente per­
fectibles. El ser en cuanto tal no ha podido ponerse en relación
más
que con algo que "puede ser en cierto modo todas las
cosas", es decir, con el alma hu111ana que, a través de su enten­
dimiento y su voluntad (facultades espirituales), puede captar
todo con10 verdadero o desearlo co1no bueno.
Y aqui radica la discrepancia entre la filosofia tradicional
(filosofía del ser) y
la axiologia moderna. El valor para ésta es
algo distinto del ser, que se superpone al mismo pero que se
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capta por un acceso diferente que es la intuición valoral. Para la
primera, en ca1nbio, el valor es el ser mismo en cuanto perfec­
cionante -y por lo mismo deseable o amable-por una volun­
tad
que rectamente lo apetezca. La deseabilidad de las cosas en
la conducta humana viene regida por el orden mismo del ser, por
la ley natural, por la Ley de Dios, en definitiva. La "jerarqufa de
los valores",
en cambio, por mucho que el sujeto la conozca y
aun la aprecie, no obliga a su observancia: todo lo más determi­
na una valoración estética. El obrar según el bien y su orden
natural crea
en el hombre las virtudes morales (hábitos del bien,
por los que el sujeto lo realiza con mayor facilidad y perfección
y menos consciencia). Los valores 111orales que suelen citar _los
axiólogos son esas mismas virtudes hipostasiadas o el cumpli­
miento del Decálogo.
Así hablan de la honestidad, del respeto,
de la responsabilidad, del amor, etc., a las
que moralistas y peda­
gogos liberales añaden otros dudosos valores como la sinceridad
(entendida casi siempre
como impudicia) y, sobre todo, la tole­
rancia y el diálogo, virtudes máximas de la democracia.
La axiología o teoría de los valores, aunque como funda-
1nentación .metaitsica de la moral sea fácilmente desmontable,
nos ha legado un térn1ino n1uy útil y socorrido para la época
laicista o atea que vivimos: el tér1nino valor. Ya no se oirá
hablar del bien o del mal, ni de la virtud y el vicio, ni del peca­
do y la Redención, ni del temor o del amor de Dios, sino de
"los valores" que, sin mayor precisión, encubren toda realidad
que exceda del mundo material que trata la ciencia físico-mate­
mática. Ni siquiera la Iglesia actual se atreve a pedir una edu­
cación religiosa, católica, sino una educación "en valores". La
cosa es de larga data: ya José Antonio Primo de Rivera definía
al hombre co1no "portador de valores eternos", idea vaga que
recibió de Scheler a través de Ortega y Gasset. Pero su punto
cenital es el presente cuando la extensión planetaria de la
democracia liberal está intentando crear una moral laica de
extensión universal haciendo de las distintas religiones "incul~
turaciones folklóricas" de una con1ún ortodoxia universal y
laica. El ecumenismo religioso de hoy no es en absoluto ajeno
a
este designio babélico.
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Y aquí llegamos a la innovación pedagógica ya aludida que
es motivo de estas páginas. Al parecer, la UNICEF (rama de la
ONU
para la infancia) se ha puesto de acuerdo con la secta
Brahma Kumaris y
con las distintas comunidades autónomas de
España para elaborar un lujoso método para que los enseñantes
(públicos y privados) puedan impartir esta nueva moral laica o
arreligiosa. La finalidad últiln.a de una y otra institución difieren
sustancialmente: en el caso de la UNESCO se trata de extender
una tnoral no r~ligiosa, laica, congruente con la democracia uni­
versal. En el de la secta Kumaris se trata de extender la mentali­
dad y la pseudo-religión budista por el Occidente cristiano. Pero
una y otra coinciden en un punto: lo primero ha de ser la extir­
pación
de la mentalidad cristiana que, con dos mil años de his­
toria, se encuentra entrañada en la 1nasa de la sangre, aun de
aquellos que no se consideran creyentes. Y esta labor ha de ejer­
cerse desde la primera infancia. En
una sociedad donde todos los
niños
se bautizan y hacen la primera (y a menudo última) comu­
nión y exclatnan ¡Dios tnío! en los apuros, no se puede arraigar
ni el ateísmo ni el budisn10.
El método (que va a difundirse pródigamente) incita al niño a
descubrir por sí nlis1no los distintos "valores" y, extasiado ante
ellos, hacerlos nonna de su conducta. (El libro se titula Valores
para vivir, cabria añadir: "Y vivir ¿para qué?"). Mediante unos dibu­
jos
que quieren ser ingenuos pero resultan fantasmales (inspirados
en los de Saint-Exúpery para su libro El principito) un niño va des­
cubriendo los distintos "valores" representados simbólicamente. En
una página entera de gran formato se ve al niño solitario en u~
gran espacio, que representa su vida, sin referencia sobrenatural
alguna, contemplando los distintos "valores" que, como moscas,
pueblan aquel mundo como
en una visión platónica. Ante su mira­
da vuelan la Paz, la Tolerancia, la Libertad, el Amor, la Honestidad,
el Respeto, la Responsabilidad, la Cooperación ... De tal contem­
plación asimiladora nacerán
-se supone-la paz y el paraíso
sobre el mundo
de la Democracia y del culto al Hombre.
¿Habrá alguna reacción entre los educadores o educandos, entre
la Iglesia o la sociedad civil? ¿O habremos de resignarnos pasivamen­
te a la descristianización o a la orientalización de nuestro mundo?
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