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Número 369-370

Serie XXXVII

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La familia, primera institución cristiana

LA FAMILIA,
PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
POR
MAfúA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA CANTERO
l. La familia y la religión
1.1. La familia, realidad natural, anterior al orden cristiano
Que la familia es la única sociedad humana creada direc­
tamente por Dios es una realidad sobre la que no creo nece­
sario extenderme de1nasiado. Hace ya veintiun años, en la
Reunión de Amigos de la Ciudad Católica que se dedicó a la
familia, nos lo recordaba,
entre otros, Julián Gil de Sagredo en
su ponencia "La fanlllia, arquetipo de cuerpos intennedios",
cuando hablaba de "aquella primera sociedad que elaboró el
corazón de Dios, la familia" a la cual "la ley natural le impri­
me, sin necesidad de intervencionis1no hun1ano próxüno, su
específica regulación a través de aquellos dos principios (. .. )
la clave de la totalidad, (. .. ); y la clave de la subsidiariedad
(. .. ) (1). Esta regulación que le es propia por el orden natural
implica
una serie de normas y relaciones dentro de la familia,
ordenadas al Bien Común por la autoridad de los esposos. No
deja
de resultar sorprendente que el lema que se eligiera con
motivo de la celebración laica del año internacional de la fami­
lia fuera "La familia, la democracia más pequeña en el cara-
(1) ]. GIL DE SAGREDO, "La familia, arquetipo de cuerpos intermedios", en
Verbo, núm. 165-166 (mayo-junio 1978), pág. 608.
Veroo, núm. 369-370 (1998), 863-881. 863
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MARlA JOS.11 FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA CANTERO
zón de la sociedad". Ignoro a qué familia se referían. Las que yo
conozco son tnonarquías.
Para recordarnos que la familia es una sociedad creada por
Dios con leyes y derechos propios, y que ningún otro organis­
mo tiene autoridad para modificar estas leyes y derechos, el
Catecismo de la Iglesia Católica nos repetía las palabras de la
Gaudium et spes: "La íntima comunidad de vida y amor conyu­
gal, fundada
por el Creador y provista de leyes propias, se esta­
blece sobre la alianza del matrimonio ... un vínculo sagrado ...
no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del
matrimonio" (2). Y si bien reconoce que bajo la Antigua Ley "la
dureza
del corazón" de los hombres hizo que Moisés permitie­
ra ciertos abusos, se
observa a lo largo del Antiguo Testamento
cómo se fue preparando la conciencia del Pueblo de Dios para
la comprensión del matritnonio, uno e indisoluble, por analo­
gía con la Alianza de Dios y su Pueblo (3). Con esto, el
Catecismo no viene sino a reiterar la enseñanza perenne de la
Iglesia; por referirnos a otros textos citare1nos la
Arcanum
divinae de León XIII, que en su cuarto párrafo, refiriéndose a
la creación del ho1nbre relatada en el Génesis, varón y mujer,
se expresa como sigue: "Esta unión del hombre y la mujer, para
que respondiera mejor a los sapientísimos propósitos de Dios,
mostró ya
desde aquél tiempo dos propiedades nobilísimas,
profundamente impresas
y grabadas, a saber, la unidad y la
perpetuidad" (4).
Más adelante, el mismo catecismo nos enseña que "Un hom­
bre y una tnujer unidos en 1natri1nonio forman con sus hijos una
familia.
Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la
autoridad pública; se impone a ella (. .. )" (5).
Dios crea el matritnonio en el 111ismo 11101nento de crear la
especie hu1nana: "Por eso dejará el hotnbre a su padre y· a su
madre; y se adherirá a su 1nujer; y vendrán a ser los dos una sola
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(2) Catechismus Ecc/esiae Catholicae, 1603.
(3)
Cfr. Catechismus Ecclesiae Catholicae, 1610 y 1611.
(4) Arcanum Divinae, 4.
(5) Catechismus Ecclesiae Catbolicae, 2202.
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LA FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
carne" (6), y lo hace en orden "a la procreación y a la educación
de la prole" (7), como queda patente en la orden divina: "Pro­
cread y multiplicaos, y
henclúd la tierra" (8).
1.2.
La familia cristiana hace suyas las leyes
de la
familia natural
El matrimonio y la familia tienen así, por LeyNatural, una serie
de normas que la Nueva Alianza, sellada por la Sangre de Cristo,
no viene a alterar, sino que las recoge tal como originalmente son,
aunque eleva el vínculo matrimonial, ya de por sí sagrado, a la
categoría
de sacramento cuando es entre cristianos, de tal manera
que, como señala San Pablo,
el misterio de la unión de los espo­
sos
en una sola carne queda referido a Cristo y su Iglesia (9). Así,
las características del amor conyugal, descrito en el párrafo 9 de la
Humanae vitae como humano, total fiel y exclusivo, y fecundo, no
son específicas ni privativas del 111atri1nonio cristiano, así como
tampoco lo son la apertura a la vida por medio de la procreación
y
el derecho y deber de sostener y educar a los hijos que Dios
envíe. Estas leyes pertenecen al matrimonio desde la constimción
del mismo, si
bien es verdad que Cristo "Viniendo para restablecer
el
orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuer­
za y la gracia para vivir el matrimonio
en la dimensión nueva del
Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, to­
mando sobre sí sus cruces (cfr. Mt. 8, 34), los esposos podrán "com­
prender"
(cfr. Mt. 19, 11) el sentido original del matrimonio y vivir­
lo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del matrimonio cristiano es
un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana" (10).
Sólo hay alguna excepción, muy rara,
en la que la religión
cristiana venga a modificar la
ley namral universal acerca del ma-
(6) Gen., 2, 24.
(7) Gaudium et spes, 48, l.
(8) Gen., l, 28.
(51) Cfr. E/ 5, 31-32.
(10) Catecbismus Ecclesiae Catbolicae, 16-15.
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MARIA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÍVA CANTERO
trimonio: de hecho, cuando falta la sacramentalidad, por ser un
matritnonio entre dos no bautizados, es decir, un matri1nonio sólo
natural, la doctrina de la Iglesia sostiene que en algunos casos
este 1natrimonio podrá ser disuelto. Así pode1nos 1nencionar el
privilegio paulino, por el cual, si se da entre dos no bautizados
un matrimonio válido, y después uno de los cónyuges se con­
vierte y se bautiza, y a consecuencia de su bautis1no el otro cón­
yuge
se niega a convivir con la parte bautizada, o a cohabitar
pacíficamente con ella, el vinculo se disuelve a favor de la fe.
Sin embargo, estas contadas excepciones
no dejan de confir­
mar la
nonna general: la Iglesia considera válido el matrimonio
natural entre
no bautizados, con las mismas caracteristicas a las
que nos hemos referido en cuanto a unidad, indisolubilidad y
derechos y deberes respecto a los hijos.
1.3. Familia cristiana y familia de cristianos
Pero vamos aqul a referirnos a la familia cristiana, y pemúta­
seme, para este punto, tomar el
titulo del foro que presentó
Teresa Morán
en la XVI Reunión de Amigos de la Ciudad
Católica, de la
que ya hemos hablado. Porque, en efecto, es cada
vez más común encontrar sociedades de diversa índole que,
estando compuestas por cristianos, no son como realidades
sociales, es decir, co1nunitarian1ente cristianas, y este hecho, gra­
vísimo, afecta, no en 1nenor grado, a las fatnilias. Es consecuen­
cia de la afirmación de que la Religión y la Fe son realidades per­
sonales e ínti1nas, que sólo se han de vivir en el ámbito privado,
sin que esta vivencia se exteriorice sociahnente.
"Esto -nos
decía en aquella ocasión Teresa Morán-es un producto típico
de la sociedad moderna, de su individualismo, del desarraigo
absoluto del hombre de
toda sociedad natural. Este desarraigo lo
explica admirablemente Gambra
en su libro El silencio de Dios,
uno de cuyos párrafos dice: •Para la concepción racionalista del
convivir humano, la sociedad es algo
extrinseco al hombre ... , un
instru1nento para que el hombre conviva con sus semejantes, sin
que ello suponga para él constricción alguna en nombre de una
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comunidad supraindividualista•" (11). Quisiera recordar aquí que
esta obra de Gambra, que llevaba años agotada, ha sido reedita­
da esta año por Criterio Libros.
Este desarraigo es
una realidad especialmente dura en el seno
de las familias. En mi experiencia como profesora de enseñanza
secundaria vengo obervando
como una de las quejas más frecuen­
tes entre mis compañeros, la
de que los alumnos están afectiva­
mente abandonados
por sus padres, los cuales se despreocupan de
su educación delegando en colegios e institutos y se limitan, cada
vez más,. a proveer sus necesidades 1nateriales. En estas fatnilias es
relativamente frecuente encontrarse, por ejemplo, una madre cató­
lica que practica
su religión, un padre más bien abandonado en
cuanto a la práctica religiosa, y unos hijos que, estando bautizados
y habiendo hecho la Primera Comunión, son absolutamente igno­
rantes de las más elementales verdades
de nuestra fe. Tristemente,
cada vez es 1nás nonnal encontrar tán1bién chicos y chicas no bau­
tizados en España, pero no parece menos grave el abandono al que
padres que se declaran cristianos han sometido a sus hijos.
A diferencia
de estos casos, pretendemos en esta exposición
señalar la necesidad de que las familias vivan en común la fe, que
sus miembros recen juntos, que sean comunitariamente católicos,
que Ja familia como un todo se confiese católica.
La Iglesia quiere familias cristianas y no meramente de cris­
tianos.
De hecho, considera a la familia iglesia doméstica (12). El
Catecismo nos dice que la familia "es llamada a participar en la
oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura
de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cris­
tiana es evangelizadora y misionera" (13). Acudiendo de nuevo a
la Arcanum divinae, encontramos las siguientes palabras: "( ... )
El matrimonio es también un medio eficacísimo para la felicidad
de las fa1nilias, porque el n1atrin1onio, cuando es conforme a la
naturaleza y concuerda con las intenciones de Dios, puede conso-
(11) M.ª 'fERF.sA MoRÁN, "Familia de cristianos y familia cristiana", en Verbo,
núm. 165-166 (mayo-junio 1978), pág. 631.
(12)
Cfr. Lumen gentium, 11, y Farniliaris consorlio, 21.
(13)
Catecbismus Ecclesiae Catbolicae, 2205.
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lidar la concordia entre los parientes, garantizar la buena educa­
ción
de los hijos, moderar la patria potestad con el ejemplo de la
potestad divina, hacer que los hijos obedezcan a los padres y los
criados a los amos (. .. ). Estos frutos tan grandes y tan valiosos pro­
dujo el matrimonio mientras conservó sus propiedades
de santi­
dad, unidad y perpetuidad,
de las cuales recibe toda su fructuosa
y saludable eficacia (. . .). Pero, como modernamente el capricho
de algunos hombres ha querido sustituir el derecho natural y divi­
no con un derecho puramente humano (. .. ), también en los mis­
mos matrimonios
de los fieles cristianos, por la humana debilidad,
se ha debilitado mucho aquella eficacia productora de grandes bie­
nes. Porque ¿qué bienes
pueden esperarse de los matrimonios que
se inician desterrando a la religión cristiana, que es madre de todos
los bienes y alimento de las mayores virtudes, excitando e impul­
sando los ánimos a toda clase de acciones nobles y generosas?
El
rechazo de la religión trae consigo inevitablemente que el matri­
monio caiga de nuevo otra vez
en la esclavitud de la corrompida
naturaleza humana y
en la servidumbre de las peores pasiones,
quedándole sólo
la ineficaz protección de una moral natural. Esta
es la fuente
de la que han brotado múltiples males, que no sólo
han influí do en las familias, sino también en los Estados (. .. ) (14).
Y
en la Divini ll/ius Magfstrl se nos dice que "La Iglesia, en efecto,
consciente como es de
su divina misión universal y de la obliga­
ción
que todos los hombres tienen de seguir la única religión ver­
dadera,
no se cansa de reivindicar para sí el derecho y de recordar
a los padres del deber de hacer bautizar y educar cristianamente a
los hijos
de padres católicos (. .. )" (15).
1.4.
La confesionalidad de la familia
Para comprender qué es lo que entendemos por el término
confesionalidad,
me referiré al opúsculo de Monseñor Guerra
Campos "Confesionalidad religiosa del Estado". En dicho trabajo
868
(14) Arcanum divinae, 14 y 15.
(15)
Divini Illius Magistri, 34.
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L4 FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
nos Vaticano
11, incluye, además de la protección de la libertad civil o
inmunidad
de coacción en materia religiosa, unos deberes positivos
religiosos que la sociedad cMI, en cuanto tal, ha de cumplir. Se pue­
den resumir en dos grupos. Primero, en relación directa con el
"orden espiritual": a) dar culto a Dios; b) favorecer la vida religio­
sa de los ciudadanos;
c) reconocer la presencia de Cristo en la his­
toria y la misión de la Iglesia instituida por Cristo. Segundo: en rela­
ción directa con el orden temporal, inspirar la legislación y la
acción
de gobierno en la ley de Dios propuesta por la Iglesia. Estos
deberes, cuando una sociedad civil los reconoce como principios
fundamentales
de su vida pública, constituyen el núcleo esencial de
la confesionalidad
en su sentido pleno" (16). Aunque es obvio, y
ya el propio titulo del articulo lo anticipaba, que Monseñor Guerra
se está refiriendo a
la confesionalidad del Estado, estos deberes de
dar culto público a Dios, favorecer la vida religiosa de sus miem­
bros e inspirar las nonnas de convivencia
en la ley de Dios pro­
puesta
por la Iglesia, son también obligados para las familias.
En su trabajo "Para
que Cristo reine socialmente", publicado
en el número 335-336 de Verbo, Luis M.ª Sandoval define la con­
fesionalidad
con las siguientes palabras, previa aclaración de que
se refiere a la confesionalidad católica de las sociedades: "La con­
fesionalidad
puede definirse como el compromiso público y for­
mal
de una sociedad de rendir culto público al verdadero Dios,
y
de ajustar sus normas e inspirar su acción de gobierno por la
moral cristiana, tal y como la Iglesia Católica
nos la presenta"
(17). Para
una explicación más amplia, remito al libro del mismo
autor
La catequesiS política de la Iglesia, y, más concretamente, al
epígrafe
Lo que no se debe entender por confesionalidad y aque­
llo en lo que consiSte (18).
(16) JOSÉ GUERRA CAMPOS, Confesionaltdad religiosa del Estado. Hermandad
Nacional Universitaria, Madrid,
1973, 21 págs, Conferencia publicada en Asocia­
ción de Universitarias Españolas (Madrid) y Cátedra Francisco Suárez (Bilbao) y
publicada
por "Burgensen de la Facultad Teológica del Norte.
(17)
L. M.ª SANDOVAL, "Para que Cristo reine socialniente", en Verbo, núm.
335-336 (mayo-junio-julio 1995), págs. 453 y sigs.
(18)
L. M.ª SANDOVAL, La catequesis política de la Iglesia, ed. Speiro, Madrid,
1994, pág. 190.
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MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C/GOÑA CANTERO
· Una vez aclarado el concepto de confesionalidad, y con todo
lo dicho anterionnente, resulta
que la familia es una sociedad
natural
que se hace confesionalmente católica obligatoriamente
para los católicos. En efecto, el 111atrilnonio entre cristianos, por
su misma constitución
sacra111ental, ya es confesional. Y, de
hecho, no existe n1atritnonio entre cristianos que no sea sacra­
mento. El Syllabus de Pío IX es taxativo al íncluir dentro de los
errores reprobados o condenados acerca del matrimonio cristia­
no el siguiente: "En virtud de un contrato puramente civil puede
darse entre cristianos un 1natrin1onio propia1nente dicho; y es
falso que el contrato de 1natrin1onio entre cristianos sea siempre
un sacramento, o que este contrato sea nulo si de él se excluye
el sacramento (. .. ) (19). Hoy, como entonces, esta enseñanza,
como ley de la Iglesia, continúa
en vigor: "La alianza matrimonial,
por la que el varón y la mujer constituyen entre Sí un consorcio
de toda la vida, ordenado por su misma índole natural a bien de
los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue ele­
vada
por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre
bautizados
(CIC can. 1055, 1)" (20).
Además de que el 1natri111onio entre cristianos se hace confe­
sional
al constituirse co1no sacramento, la misma Iglesia defme a
la familia, lo apuntában1os-en el apartado anterior
1 co1no "iglesia
doméstica". Esto, que es una realidad que estamos acostumbra­
dos a oir y a la
que no siempre damos la trascendencia que mere­
ce,
ha cobrado en algunos momentos de la Historia una impor­
tancia extraordinaria1 especiahnente en casos de persecución,
cuando los sacerdotes han escaseado y los creyentes se han visto
en las más penosas dificultades para practicar su fe. Un caso par­
ticulannente
hennoso es el del mantenimiento de la fe en Japón
tras la llegada, asenta1niento, y posterior martirio de los primeros
1nisioneros jesuitas, relatado
en las páginas de Verbo. Durante
mucho tie1npo
la Iglesia se mantuvo.viva en Japón sin la presen­
cia de un solo sacerdote, careciendo de auxilios espirituales ele­
mentales
y, por supuesto, de la celebración de la Eucaristía y el
(19) Syl/abus, 73.
(20) Catechismus Ecclesiae Catholicae, 1602.
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LA FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
sacramento de la penitencia, pero con el alimento de la gracia
sacramental del Bautismo y el Matrimonio, conservados
en el
seno de las familias de generación en generación. Esto sólo pudo
ser posible gracias a que cada familia cristiana actuó como ver­
dadera iglesia doméstica, evangelizadora
y administradora de
sacramentos, y así cuando los 1nisioneros pudieron volver a
Japón encontraron,
para su sorpresa y para gloria de Dios, una
auténtica comunidad católica que
l1abía logrado sobrevivir pese
a la persecución (21).
La familia cristiana es, de iure, confesional, puesto que co-
1nienza con la celebración canónica del 1natrünonio, que "expre­
sa visiblemente que es una realidad eclesial" (22), y que se rige
por el derecho canónico. En la lJráctica, co1no ya hemos expre­
sado, no todas las familias de cristianos pueden ser llamadas
"familias cristianas", pero la Iglesia nos está pidiendo familias
cristianas. Y esto por dos razones:
La primera y más importante, por un deber de justicia para
con Dios, co1no se afirn1a en el Catecismo. "El deber de rendir a
Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y
socialmente considerado. Esa es la «doctrina tradicional católica
sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respec­
to a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo• (DH, 1).
Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que
puedan ·infonnar con el espíritu cristiano el pensamiento y las
costumbres, las leyes y las estructuras de la co1nunidad en la que
cada uno vive• (AA, 13). Deber social de los cristianos es respe­
tar
y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien.
Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión,
que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (cfr. DH, 1). Los
cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cfr. AA, 13). La
Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación
y, en particular, sobre las sociedades humanas (cfr. Immortale Dei
y Quas primas)" (23).
(21) JUAN RoIG G1RONELLA, S. l., "Consignas de nuestros días", en Verbo,
núm. 39 (1965), págs. 533·535.
(22) Catechismus Ecclesiae Catholicae, 1630.
(23)
Catecbismus Ecclesiae Catholicae, 2105.
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MARlA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA CANTERO
Por otra parte, en la sociedad laicizada y apóstata en la que
vivimos, la "nueva Evangelización" a la que el Papa continuamen­
te nos reclama exige
la presencia de familias "evangelizadoras y
misioneras", ya
no sólo por deber de justicia para con Dios, sino
por la obligación de predicar el Evangelio a todos los hombres.
2. Cómo vivir la confesionalidad en la familia
2.1. Prima el culto pablico sobre la inspiración
de las normas
Quere1nos decir con esto que una familia cristiana se reco­
noce tanto porque van a Misa juntos, bendicen la 1nesa o cele­
bran cristianatnente la Navidad, como por un comportamiento
virtuoso
de cada uno de sus 1nie1nbros, siendo además lo prime­
ro más importante si cabe
que lo segundo. Algunos objetarán que
se corre el peligro de escandalizar si haciendo pública confesión
de la fe católica se sigue un comportamiento que diste de la
ejemplaridad. Monseñor Guerra Campos,
en el escrito que hemos
citado, ya respondía a esta objeción: "3-b) Se ha expresado el
temor
de que el propósito de inspirar la legislación en la doctri­
na cristiana sea entendido «como si la legislación realizara plena­
mente los principios
de la doctrina social de la Iglesia· 133].
"Respuesta. El propósito de inspirar la conducta en los man­
damientos o
en las bienaventuranzas no equivale, en ningún fiel,
a afirmar
que la conducta es perfecta. Habrá que fomentar siem­
pre la humilde responsabilidad ante los defectos.
Mas los defec­
tos
no justifican la renuncia al propósito. Porque ho hay alterna­
tiva:
¿acaso no enunciar el propósito permite desinteresarse de la
norma? ¿Sería mejor intentar aplicarla sin enunciar el propósito?
(cfr. núm. 16)" (24).
En efecto, es
una verdad que deberla tener presente todo
católico
y· que sin e1nbargo, la sociedad nos empuja con dema­
siada frecuencia a
olvidar, que, co1no expresa de forma clara el
(24) JOSÉ GUERRA CAMPOS, op. cit.
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LA. FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
Catecismo de la Iglesia Católica, "la fe cristiana no es una oreli­
gl6n del Libro·. El Cristianismo es la religión de la Palabra de
Dios,
•no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y
vivo, (S. Bernardo, bom. miss. 4, 11). Para que las Escrituras no
queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del
Dios vivo,
por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligen­
cia de las mismas"
(25).
El cristianismo no consiste principalmente en una serie de
normas morales que se deben cumplir, sino en la adhesión, por
medio de la práctica religiosa, y sobre todo de la oración y los
sacramentos, a la
persona de Cristo, que es Quien nos salva. El
comportamiento 1noral vendrá co1110 consecuencia de esta unión
con Cristo, y no por un mero esfuerzo del entendimiento y la
voluntad.
Por eso, en el seno de las fa1nilias, como en cualquier otra
sociedad,
y en la vida de cada persona, debemos procurar que el
elemento primordial
sea la confesión de la fe. Y esto se debe
hacer en las pequeñas cosas. Cuando un niño pequeño hace algo
mal,
entenderá que lo que ha hecho está mal si a papá y a mamá
no les gusta, y, de la 111is1na 1nanera, si se le explica que "el Niño
Jesús
se pone triste cuando lo ve".
En mi generación abunda,
y entre los católicos, el argumen­
to
"ir a Misa está bien, pero 1nás itnportante es hacer el Bien. Será
preferible faltar a Misa
y hacer el Bien que lo contrario". Quien
así razona olvida dos cuestiones ünportantísimas: a Quien más
nos debemos a la hora de hacer el Bien es a Dios Nuestro Señor,
por lo que olvidar precisamente nuestras obligaciones para con
Él es cuando menos una injusticia. Es co1no si justificára1nos tener
a nuestro padre anciano abandonado porque estamos ocupados
movilizándonos
por el 0,7. Pero no es 1nenos ünportante tener
presente que si abandonamos la práctica religiosa y perdemos
por tanto la fuente de Gracia de Dios, nos será sin duda muchí­
simo más· dificil mantenernos "obrando el Bien",
y ajustaremos
cada
vez más ese pretendido bien a nuestra có1noda vida, de
1nanera que en poco tie1npo considerare1nos que hacer el Bien
(25) Catechismus Ecclesiae Catbolicae, 108.
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MARÍA ¡qsb FERNÁNDEZ DE LA CJGOÑA CANTERO
consiste en no 1natar a nadie, no robar (excepto a Hacienda si se
tercia), no consumir drogas y, como mucho, no engañar a nues­
tros maridos o a nuestras mujeres.
2.2. Práctica y cultivo de la confesionalidad
familiar
La confesionalidad en la familia se manifiesta y cultiva en
multitud de pequeños detalles, algunos aparentemente insignifi­
cantes.
La madre o el padre reza con los hijos cuando son peque­
ños, en general al irse a la ca1na o al levantarse, oraciones infan­
tiles (al Niño Jesús, al Ángel de la Guarda, ... ) junto con las pri-
1neras oraciones universales, el Padre Nuestro, el Ave María, ...
Junto a estas oraciones es bueno que los niños se acostumbren a
pedir por los demás, especialmente por los otros miembros de la
familia, por el Papa, por las n1isiones y por todos los niños de la
Tierra. Todo esto,
supongo que todos tene1nos experiencia, se
puede hacer en cinco ntinutos o poco más, no supone una carga
para el pequeño ni le roba tiempo de sueño, y en cambio le crea
una rutina que, con la ayuda de Dios, no abandonará en toda su
vida.
También es bueno que los domingos se vaya a Misa en fami­
lia, y
que se despierte a los niños un amor temprano por el
Sagrario.
La Misa dominical ha de ser interpretada por los niños
como el momento, festivo, de ir a ver a
un Amigo que los quie­
re mucho, y
no como una carga pesada y sin sentido. Los padres
han de tener aquí, como en tantas cosas, una buena dosis de psi­
cología y prudencia.
La oración por los difuntos es otra práctica que cobra su sen­
tido más concreto
en el ámbito familiar. Y esta oración va desde
el Ave Maña que se puede rezar por la noche hasta la celebra­
ción de funerales y las visitas a los ce1nenterios.
La bendición de la mesa es también una clara manifestación
de culto familiar, así como la entronización del Sagrado Corazón
de Jesús y la imágenes religiosas en la casa. (Quizá puedan ser
especiahnente apropiadas la de Ángel Custodio
en las habitado-
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IA FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
nes de los niños y la Sagrada Familia presidiendo la habitación
matrimonial).
La celebración cristiana de la Navidad, incluida la tradición,
tan entrañable para los niños, de los Reyes Magos, es ocasión
de
una catequesis fácil e ilusionante, y netamente católica.
Personalmente siento
una abierta antipatía por Papá Nóel y por
todo lo que contribuye a "protestantizar" (permítaseme el tér­
mino)
y, al cabo, desacralizar la Navidad. Los hijos deben par­
ticipar
de la colocación del Na cimiento, para ellos es un juego
divertido, y cantarle villancicos al Niño
puede ser una buena ·
forma de rezar en estos días de fiesta. En 111i casa tenemos la
costumbre de colocar una figurita por cada miembro de la fami­
lia, de manera
que el Belén es también una representación de
la adoración fa1niliar al Niño Dios. Conforme los hijos crecen
van tomando importancia otras 1nanifestaciones de culto, como
la asistencia a la Misa del Gallo (y en Pascua a la Vigilia
Pascual),
pero la oración ante el Nacimiento, al menos la noche
del 24, cuando toda la familia está reunida, no tiene por qué
abandonarse nunca.
Otra celebración específica1nente católica que permite al niño
asociar fiesta y regalos con la religión es la onomástica. En todo
el
mundo existe la celebración del cumpleaños. Sin embargo,
sólo los fieles de la Iglesia Católica festejamos nuestro Santo,
y
aún en las oficinas figura el santoral en el almanaque para felici­
tar a
amigos, familiares e incluso clientes. También algún perió­
dico y emisora
de radio nos recuerdan los santos de cada día. La
felicitación y celebración de la onomástica es una tradición que
no sólo debe1nos conservar, sino procurar que recobre su más
pleno sentido:
al bautizar a un niño con el notnbre de un santo,
lo estamos poniendo bajo la especial protección de dicho santo
en el cielo. Por eso es in1portante que sepamos algo de la vida
de los santos cuyo
no1nbre da1nos a nuestros hijos, para que ellos
se sientan de algun modo unidos a sus .patrones.
El rezo del Rosario en familia es otra costumbre que se debe
procurar 1nantener, al 1nenos en detenninadas ocasiones (hay
fa1nilias que lo rezan diariamente, pero si no se quiere llegar a
tanto se
puede hacer los sábados, o los primeros sábados de ines,
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MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CJGOÑA CANTERO
o especialmente en mayo y en octubre, o aprovechando los días
de vacaciones, cuando es más fácil reunir a todos, o en oca­
siones tristes
como la muerte de un ser querido o una enfer­
medad, o para dar gracias por una buena noticia ... Hay infini­
dad
de ocasiones en las que se encuentra 1notivo para rezar el
Rosario, que ta1npoco nos lleva, bien
lo sabemos, tnás de vein­
te minutos).
Encomendarse a San Cristóbal y al Arcángel Rafael
al comen­
zar
un viaje es otra costumbre que, si bien puede y debe uno
practicarla cuando viaja solo, se realiza en numerosas ocasiones
en fa1nilia, no sólo al marcharse de vacaciones, sino en cualquier
excursión
de un día, o de fin de se1nana.
En Semana Santa hay también multitud de prácticas de la reli­
gión co1nunitaria. Desde la asistencia a los Oficios, la visita a los
monumentos el Jueves Santo, el rezo del Vía Crucis ... La partici­
pación familiar en las procesiones es otra manifestación de culto
que, además, trasciende el ámbito del hogar para convertirse en
una confesión pública y social de la fe. En determinadas regio­
nes
de España esta práctica adquiere especial importancia, como
en Castilla León o en Andalucía. En esta última no sólo se puede
asistir a las procesiones los días señalados, sino que es una tra­
dición especialmente querida por el pueblo andaluz el pertene­
cer a Hermandades y Cofradías, muchas veces toda la familia,
con lo cual esta práctica se prolonga todo el año. Para los niños
es importante percibir la sole1nnidad de los días santos., pero no
lo es menos el festejar con alegria el día más importante de la
Semana Santa y
de todo el año Litúrgico, la Resurrección del
Señor.
Los huevos de Pascua son una tradición que ayuda a que
los niños comprendan que reahnente "esta1nos de fiesta", tanto
como los dulces de Navidad, y no se debe descuidar este aspec­
to festivo.
Se pueden encontrar multitud de ejemplos de confesionali­
dad familiar. Citarlos todos seria imposible, aparte de que cada
familia tiene pequeños ritos y tradiciones propias,
que constitu­
yen un tesoro que se debe conservar y transmitir, no sólo dentro
de la propia familia, sino como posible ejemplo
que otras pue­
dan hacer suyo.
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LA FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
2.3. La conducta cristiana familiar Irradia
por la hospitalidad
La hospitalidad de las familias se haya admirablemente refle­
jada en el Génesis, co1no señala el catecismo, en el recibimiento
que Abraham y Sara ofrecen a los misteriosos visitantes de
Mambré (26).
La hospitalidad con el peregrino fue signo común de la
Europa cristiana, y si bien es cierto que en muchas poblaciones
de las rutas de peregrinación más importantes se organizaron
"hospitales"
al efecto, no es menos verdad que a lo largo del
camino los pergrinos solicitaban con frecuencia comida y techo
en casas particulares. Aunque esta costumbre ha caído en desu­
so, puedo citar el caso, hace solo ocho años, de un viaje a Roma
organizado por la Pastoral Universitaria de Madrid en el que los
ocupantes de ocho autocares completos fuimos alojados
en casas
de familias de las Comunidades Neocatecumenales.
Yo misma he
viajado también por media España alojáodome en casa de fami­
lias carlistas a las
que no conocía, que no tenían otra razón para
la hospitalidad que la comunidad de creencias.
Las familias cristianas tienen abierto en la hospitalidad un
camino de evangelización que les concierne de modo especial:
no quere1nos decir con esto que tengan que estar constante­
mente organizando comidas y festejos, sino más bien que tengan
abiertas a parientes, amigos y conocidos las puertas de
su casa.
Cuando
uno se siente realmente acogido en ella, tiene la oportu­
nidad
de percibir la vida cotidiana de una familia católica, y en
los dos aspectos a los que nos hemos referido:
tanto en lo que respecta a la convivencia que, con todos
los roces, discusiones
y problemas inevitables, debe verse
impregnada de la gracia de Cristo, que ayuda a superar
estas dificultades y a mantener la unidad entre los miem­
bros de la familia, incluso en 1nomentos especialmente
(26) Catecbismus Ecclesiae Catbolicae, 2571.
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MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ClGOfilA CANTERO
duros, como la enfermedad de un familiar, que puede ser
ta1nbién eje1nplo edificante, en ocasiones por parte de los
propios enfermos, otra veces por quienes se ocupan de
ellos ...
como
en cuanto a lo que supone de evangelización pro­
piamente dicha el
hecho de ver una comunidad que, en
los pequeños o no tan pequeños gestos de los que hablá­
bamos en el apartado anterior, vive y practica conjunta­
mente su fe.
3. Trascendencia de la confesionalidad por encima
del ámbito familiar
Trataremos de desarrollar en este punto la idea de que la
confesionalidad, que esperamos que haya
quedado justificada
para la sociedad familiar
con lo hasta ahora expuesto, no tiene
por qué, y de hecho no debe, restringirse a dicho ámbito. Y per­
mítaseme repetir
un texto ya citado, contenido en el párrafo 2105
del
Catecismo. "El deber de rendir Dios un culto auténtico corres­
ponde al hombre individual y socialmente considerado. Esa es la
·doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres
y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única
Iglesia de Cristo• (DH, 1)".
El motivo de escoger de nuevo esta
cita y no cualquiera otra de las 1nuchísitnas que encontra1nos en
el Magisterio de la Iglesia no es otro que dejar patente el hecho
de que las actuales enseñanzas de la Iglesia reiteran y confirman
la doctrina tradicional. Aunque, desde luego
es facilísimo encon­
trar otros textos explícitos a este respecto:
en la Saplentiae
christianae, León XIII nos decía que "tener la mirada puesta en
Dios y tender hacia Dios, esta es la ley suprema de la vida huma­
na
(. .. ). Pero lo que se afirma de los individuos debe afirmarse
también de la sociedad, tanto do1néstica co1no civil" (27). Pío XI
afirma al comenzar la Quas primas que "el mundo ha sufrido y
(27) Sapientiae cbristianae, 1 y 2.
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LA FAMILIA, PRIMERA INSTITUCIÓN CRISTIANA
sufre este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la
humanidad ha rechazado a Jesucristo y su santísima ley en la
vida privada,
en la vida de familia y en la vida pública del
Estado" (28).
Aclaremos para
empezar que el propósito de este último
apartado
no es buscar la justificación de la confesionalidad de
la
sociedad civil y del Estado en la confesionalidad familiar.
Todas las sociedades,
por razón de su origen divino y de la rea­
leza de Cristo, tienen
un deber intrínseco de confesionalidad,
que no depende de una escala ascendente. Lo que más bien
pretendemos es establecer una analogía que aclare que muchos
de los argumentos válidos para exponer la necesidad de la con­
fesionalidad de la familia
son también aplicables a sociedades
superiores.
Además, aunque, como hemos dicho, todas y cada una de las
sociedades tienen ciertos deberes para con Dios, la familia como
sociedad primera y fundamental, y el Estado, como culmen de la
sociedad civil, tienen
un protagonismo especial en la vida de los
hombres,
que la doctrina de la Iglesia se encarga de recordarnos:
"Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden
más inmediatan1ente a la naturaleza del ho1nbre. Le son necesa­
rias ( ... )" (29). Luego no parece gratuito afirmar que los deberes
que corresponden al hombre "socialmente considerado" son obli­
gados de manera especial
en aquellas sociedades que corres­
pondan más íntimamente a la naturaleza del hombre.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos muestra una visión cla­
ramente familiarista
de las sociedades y de toda la humanidad,
por lo cual la analogía entre los deberes de la familia y de las
demás sociedades humanas
queda si cabe más patente.
Las únicas objeciones serias y sólidas a la confesionalidad de
las sociedades y
en particular del Estado, prescindiendo de las
que argu1nentan una tan pretendida con10 falsa derogación de la
doctrina, son objeciones prácticas, que aluden a la dificultad.
Porque como ya
no explicaba Guerra Campos, y también Luis M. •
(28) Quas primas, l.
(29) Catechismus Ecclesiae Catholicae, 1882.
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Sandoval en su libro sobre el catecismo, el argumento del posi­
ble escándalo que supondría una sociedad confesionalmente
católica que actuara contrariando la ley de Dios, hecho que sin
duda se puede dar, no exime de la obligación. La posibilidad de
abuso
no debe alejarnos del buen uso, y después de todo, ese
mismo argumento es igualmente aplicable a las personas indivi­
dualmente consideradas,
sin que la existencia de católicos escan­
dalizadores y la realidad innegable de
que todos somos pecado­
res
nos tenga que llevar a la conclusión de que lo mejor es ocul­
tar nuestra fe mientras no sea1nos perfectos.
Como decimos, la objeción más real radica en la dificultad de
llevar la confesionalidad a la práctica dadas las adversas circuns­
tancias a las
que nos enfrentamos. Pero si esta dificultad es evi­
dente en el caso del Estado, a veces está también presente en el
seno de las familias. En efecto, dada la descristianización de la
sociedad, además de miles de circunstancias personales concre­
tas, no es extraño, por eje1nplo, que en el seno de una familia
católica uno de sus miembros no tenga fe. No se trata de obligar
a nadie a practicar la religión sin creer, pero, ¿debemos, acaso,
dejar de bendecir la mesa -práctica social de la religión-por­
que uno de los comensales no crea? ¿Y supone este acto de fe un
menoscabo de la libertad religiosa de alguien? No pretendemos
hacer
una interpretación simplista del problema, sino, como ha­
blamos anunciado, establecer cierto paralelismo entre los debe­
res y problemas de
una y otra sociedad.
La conclusión que quisiera extraer de todo lo dicho es que
los católicos tenemos una labor y una obligación muy grande en
la vida social en todos sus peldaños, pero quizá fundamental­
mente
en el primero y en el último, y que es ahí donde tenemos
que concentrar nuestros esfuerzos. No se nos oculta que la tarea
es ardua,
pero ya nos anunció Jesucristo que la salvación exige
entrar
por puertas estrechas y cargar con cruces. Dar la espalda
a los problemas o negar la necesidad de solucionarlos
no contri­
buye precisamente a
que desaparezcan. En cuanto a qué pode-
1nos hacer en nuestras fanlilias debe1nos procurar poner en prác­
tica la confesionalidad en cada momento, en la vida del matri­
monio y
en la educación de los hijos; en la acción social y polí-
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ticai no nos faltan sugerencias e iniciativas de nuestros maestros.
Es cuestión sobre todo de tirar por la borda el miedo y la pere­
za. La labor comienza, por tanto, por una auténtica lucha interior,
de la que sólo podremos salir triunfantes con la ayuda de la
Gracia. Vamos, pues,
con la ayuda de Dios, a construir verdade­
ramente la Civilización del Atnor, que no es otra cosa que la
Ciudad Católica, en nuestros corazones, en nuestros hogares y en
la sociedad.
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