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Número 389-390

Serie XXXIX

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El estado «de las autonomías»: profecía cumplida

EL ESTADO "DE LAS AUTONOMÍAS":
PROFECÍA CUMPLIDA
PúR
RAFAEL GAMBRA
El 25 de abril de 1919 pronunció Vázquez Mella un discurso
en el Circulo Tradicionalista de Bilbao (Obras Completas, tomo
26, pág. 292) cuyo carácter profético es ahora cuando podemos
comprobar y experimentar.
Sufría ya entonces España un centralismo administrativo y un
uniformismo político de carácter jacobino heredado de la Revo­
lución Francesa que,
en palabras de Mella, "acabó con las liber­
tades municipales,
con los gremios, las Corporaciones, toda la
antigua organización, reuniendo
el peder en un solo punto y
creando el absolutismo más tiránico, ya que éste
no existe sólo
cuando lo ejerce
un monarca, sino cuando lo impone un grupo
que tiene en sus manos las Cámaras que él mismo ha creado".
Provincias iguales, municipios uniformes: todo dependiente de
los Gobernadores Civiles, representantes del Ministro de la Go­
bernación. Sólo se salvaron,
en pequeña parte, de esa uniforma­
ción general las provincias forales del Norte
por efecto de las
guerras carlistas.
A este centralismo odioso se
ha querido oponer un autono­
mismo regional
que linda en muchos casos con el separatismo (el
hoy llamado "Estado de las Autonomías"), pero siempre sobre la
base del Estado liberal o democrático.
La tesis de Mella en aquel
discurso fue que ese autono1nisn10 sobre la base del régimen
individualista de partidos políticos, lejos de crear una contención
al absolutismo centralista, no hace sino multiplicarlo y acercar su
Verbo, núm. 389-390 (2000), 707-710. 707
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peligrosidad a las víctimas definitivas, que son los individuos y
las familias.
El autonomismo actual cree que el centralismo estatal se
combate rompiendo o disminuyendo el vínculo de las regiones
(o "autononúas") con el poder central y trasfiriendo a éstas las
competencias
que eran exclusivas de aquél. Pero la cuestión
esencial
no reside en eso. Si previamente se ha establecido, con
el principio de
la democracia inorgánica, que el poder -todo
poder-procede de la llamada Voluntad General o sufragio uni­
versal, el poder seguirá estando en los partidos políticos (o en los
políticos de profesión) que
son quienes organizan y se benefician
del sufragio. Y los partidos democráticos
-cualquiera sea su
signo-coinciden siempre en ampliar su poder e influencia eli­
minando o cercenando las autononúas inferiores (municipios,
corporaciones, familias) que puedan oponer un límite a su inde­
finida expansión. Con lo cual en cada autononúa regional se
creará inmediatamente un nuevo centralismo análogo pero más
dañino, por su cercanía, que aquel de que se había partido.
Porque la verdadera
"soberarua social" (en lenguaje de Mella)
que debe oponerse
al absolutismo de la "soberarua política" esta­
ba hecha en el régimen tradicional de costumbres y de fueros, de
hábitos de autogobiemo y de libertad, tanto municipales como
laborales, que los pueblos defendían como su patrimonio propio,
intangible ("privilegios"
en sentido despectivo para los liberales).
Si todo esto se anula o destruye, el camino está abierto para la
expansión indefinida del centralismo uniformista, sea regional o
estatal.
Como
elijo Mella en aquel cliscurso de Bilbao: "Si pudiera
darse
un descuajamiento del Estado actual en varias autononúas,
el problema centralista volvería a darse
en cada una de ellas. La
Autononúa separada con relación a lo que existía, ¿afirmaría y
establecerla una jerarquía social, el municipio autárquico, las
comarcas libres? Podeis asegurar que, por ejemplo, una Cataluña
formando Estado aparte
no se habrla descentralizado más que
con relación al Estado de que se había separado: dentro del
nuevo
surgiria una concentración de poder nueva que aplastaría
dentro de sí el principio autonomista.
(. .. ) Se tratarla sólo de una
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siembra de centralismos en todo análogos a aquel de que se
partió".
La confinnación patente de aquella profecia de Mella la tene­
mos hoy (año 2000) ante nuestros ojos. Tomemos como ejemplo
el caso
de Navarra, la región que hasta la "transición democráti­
ca» conservó -debido a su régimen foral-los mayores restos
de autononúa juridica y administrativa. Hasta esa década de los
setenta los Ayuntamientos de Navarra poseían, y ejercían, la
facultad de elegir a los funcionarios que a sus respectivas comu­
nidades iban a ser destinados. Maestro, médico, farmacéutico,
vete1inario, secretario municipal eran elegidos libremente
por el
municipio entre aquellos solicitantes
que hubieran obtenido
plaza en los previos concursos u oposiciones provinciales o
nacionales. La elección se realizaba por informe o recomenda­
ción de algún vecino que conociera al funcionario o facultativo y
que se responsabilizara lógicamente de su informe. La seriedad
de tales informes solía venir garantizada
por el temor del reco­
mendante a verse reprochado por sus convecinos día a día y
quizá durante décadas.
Las ventajas de este sistema de designación eran evidentes,
aunque no gustase a los profesionales. El designado llegaba a su
puesto con una actitud de gratitud al informante a quien
no debía
defraudar, de respeto y gratitud también
al municipio o comuni­
dad que le había otorgado
su confianza. Cuando, en cambio, el
designado viene parachutado desde la capital, sin consulta
ni
conocimiento a veces de la autoridad local, suele llegar al pue­
blo con cierto desdén hacia el mismo, al
que considera a menu­
do inferior cualitativa o cuantitativamente a sus propios mereci­
mientos profesionales.
Pues bien: durante las dos últimas décadas, una a una, todas
esas competencias designativas
han sido sustraídas a los Ayunta­
mientos cuyos funcionarios vienen
hoy designados por Boletln
Oficial (¡incluso el cartero local!). Quizá sólo

les resta el de algua­
cil municipal. Todas esas libertades municipales, base de
un ver­
dadero autonomismo local
se han ido perdiendo en nombre pre­
cisamente de "las libertades democráticas recuperadas" y del
"Estado de las Autonomías". Absorbidas
por la Diputación (¿Fo-
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raP), hoy "Gobierno de Navarra", esta nueva centralización ha
surgido ¿en beneficio de quien? Sin duda de los políticos profe­
sionales y
de los partidos democráticos cuyo clientelismo se
acrece a costa de
la libertad y la auténtica autonomia de los
pueblos.
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