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Número 389-390

Serie XXXIX

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Federico Suárez Verdaguer: Manuel Azaña y la guerra de 1936

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men. Continúa dedicándose a relacionar el duelo con los motivos
que originaron la creación de los tribunales como medio de evitar
aquéllos. Son de especial interés los capítulos dedicados a la época
de la Restauración y las diferentes vicisitudes de los ejércitos
("Desastre de
1898", "Ley de Jurisdicciones", "Juntas de Defensa",
"Africanistas"). Destacada relevancia tienen las páginas dedicadas a
la obra de los oficiales de la Armada, Juan Bias Domínguez y José
Manuel Gutiérrez de la Cámara, titulada
El Honor y sus Tribunales
en los lfjércitos de Tierra, Mar y Aire, como principal tratado justi­
ficante de los anteriores, fruto del renacimiento espiritual iniciado
con
la Cruzada de 1936. Al final presenta unos interesantes apén­
dices con la reseña de toda
la legislación sobre el tema desde 1867,
dedicando dos a desarrollar especialmente los artículos especiales
de los Códigos de Justicia
Militar de 1890 y 1945.
En fin, un libro que contribuye, desde la reticencia del autor,
al conocimiento de uno de los elementos imprescindibles para el
mantenimiento
de una "ortodoxia pública".
A. J.
Federico Suárez: MANUEL AZAÑA
Y LA GUERRA DE 1936 ,.,
De nuevo en funciones de historiador, esta vez de sucesos
cercanos y vividos
por la generación de "los que hicimos la gue­
rra",
que es también la de Federico Suárez, nos entrega éste dos
ensayos; ensamblados
por su contemporaneidad en un solo volu­
men de la prestigiada Colección Vértice, de Rialp.
Sus temas son apasionantes¡ pues todavía hoy las versiones
sobre Azaña y sobre la guerra de 1936-1939 que siguen siendo
tan distintas y contrarias como
la función entre "nacionales" y
"rojos". Claro es
que no se ha llegado, como entonces se llegó a
e) Ediciones Rialp, S. A., Madrid, 2000, 277 págs.
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dirimir la diversidad con las armas en la mano. Hoy, la violencia
armada y contraria al orden se sitúa
de un solo lado: el no
nacional o no español. Se trata, como anticipó hace años Alvaro
d'Ors, de una "guerra unilateral" y "sin leyes de guerra".
Gran parte de los que participaron
-y de los que partici­
pan-en el debate sosteniendo opiniones contrapuestas, fueron
-y son-meros apologistas ideológicos. No tuvieron ni tienen
en cuenta o, en su caso, olvidan, ocultan o falsean lo esencial
para la verdad histórica: los hechos. La historia no se escribe con
intenciones, sino con obras; los hechos son sus protagonistas. Así
el autor, en el preámbulo de este libro nos dice: "Seria deseable
que los historiadores nos decidiéramos a trabajar respetando
en
su desnudez los datos que proporcionan las fuentes, sin aferrar­
nos a nuestra opinión y teniendo la honradez de rectificar cuan­
tas veces la crítica demuestre su inconsistencia. Y, sobre todo, a
no erigirnos en jueces de vivos y muertos".
En efecto, asi como en tiempos de la Conquista decían los
mensajeros indígenas "¡cartas cantan!", así en todo tiempo y en la
historia, "¡hechos cantan!". Tal debe ser la constante del verdade­
ro historiador, tal es la del libro aquí recensionado. Sobre
una
"base de datos", como hoy se dice, o fuentes, Suárez coloca en
su lugar propio los hechos, tan distintos casi siempre a las pala­
bras, del segundo Presidente
de la II República, tan admirado hoy
por algunos de los herederos de los que le consideraron corno
figura siniestra
en la historia de España.
Utilizando casi exclusivamente biografías de Azaña, asi como
los escritos de éste, vemos reflejados
en los primeros capitulos
los años de desorientación, los de estabilidad
y, en fin, la forma­
ción del carácter de
la persona; un carácter, según los panegiris­
tas, "duro", "adusto", "inflexible y desdeñoso", con un "gran orgu­
llo intelectual que le llevó a destacar, en casi toda ocasión y en
casi todos sus escritos, las carencias y defectos de los demás".
Ya metido en política, Azaña no cambió, ni tampoco cuando
alcanzó el poder: Ministro de la Guerra y Presidente del Gobier­
no desdeñaba a todos sus compañeros. Las manifestaciones
alcanzan
una mayoáa absoluta: las de Madariaga y Ortega y
Gasset, Alcalá Zamora y Prieto
si admiraron los discursos de
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Azaña aborrecieron su personalidad, achacándole además de los
calificativos citados, los de "cobarde".
Republicano y revolucionario en sus discursos, nunca arries­
gó nada para respaldarlos con hechos. Los gobiernos en los que
intervino y los que presidió y su actuación contra los gobiernos
en los que no estuvo, fue la causa, y no menor, de la ingober­
nabilidad de España
en los años 1931 a 1936.
Elevado a la presidencia
de la República, en una especie de
golpe de Estado de salón,
no fue capaz de evitar la guerra, pero
tuvo que presidirla, designando sucesivamente a los gobiernos,
cada vez más cercanos al comunismo hasta el que presidió
Negrin, ya una cabeza de puente de la URSS en España.
Y todo esto viéndolo, criticándolo, echando sobre otros res­
ponsabilidades que eran suyas y que nunca reconoció
en sus
{ la que careció desde que fue elegido Presidente de República
(mayo de 1936), cuando
al finalizar la guerra, se plantó con Negñn
y se negó ir a la Zona Centro: "Si cruzo la frontera -dijo-, no
se puede contar conmigo para nada, como no sea por hacer la
paz. De ningún modo, y en ningún caso para volver a España.
No vuelvo a España".
El domingo 5 de febrero de 1939 salió
hacia Francia
y, como había asegurado, nunca volvió.
El último capítulo del ensayo sobre Azaña, primera parte del
libro de Suárez, no sólo es apasionante, sino emocionante. Trata,
son datos conocidos pero casi nunca mencionados en las bio­
grafías, de la conversión, del recobro de una fe que Azaña per­
dió
-según testimonio propio-a los dieciocho años. No testi­
monió
en cambio el proceso de su conversión. Por ello, hay que
conjeturar en base a textos de las "Memorias" que fue paulatino:
las humillaciones que sufrió, el abandono de los políticos que
tanto le ensalzaron contribuyó, sin duda, a plegar el orgullo y la
soberbia de una persona
que abundó en ellos. En todo caso los
hechos fueron éstos, según las fuentes utilizadas
por Suárez, pro­
cedentes de testimonios de la viuda de Azaña, y Monseñor Theás,
obispo de Montauban:
al deseo de recibir la visita del obispo,
éste acudió al Hotel du
Midi donde residía Azaña ("noche del 3
de noviembre, a las
23 horas). "Delante de los médicos españo-
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les y de antiguos colaboradores, delante de la señora de Azaña
le di la Extremaunción y la indulgencia plenaria
al moribundo, en
plena lucidez. Después, con sus manos en las mías, mientras le
sugería algunas piadosas invocaciones, el presidente expiró dul­
cemente
en el amor de Dios y en la esperanza de su visión"
(Relato de Mons. Theás
en el Boletín mensual del decanato de
Luz Saint-Sauver, Hautes Pytineés, enero-febrero 1953).
Este episodio, negado
por algunos biógrafos, olvidado por
casi todos -no por 1V, "rara avis", que lo recordó en sus pro­
gramas sobre Azaña-demuestra cómo aquél "gran soberbio que
aparece en sus juicios sobre los demás (curiosamente hasta en la
intimidad de sus "Memorias" respetó a Franco) se convirtió en un
hombre humilde que reconoce su desamparo". Y -termina Suá­
rez-"sin duda, las tres palabras -Jesús, piedad, perdón-, que
pronunció en la intimidad de una humilde habitación de un hotel
de segunda categoria, ante
un sacerdote, le acarrearon más glo­
ria que aquellos otros tres
-paz, piedad, perdón-con que ter­
minó un discurso, cara al público, cuando teman la guerra prác­
ticamente perdida".
La segunda parte del libro, "La guerra de 1936", reproduce, en
parte, los trabajos de Suárez publicados en Razón Española, en
1986. No han perdido actualidad, puesto que también en este
punto las opiniones continúan siendo polémicas. Y
no parecen
que vaya a cambiar, aunque
hoy se note en los escritos de algu­
nos autores, antes marxistas o separatistas
(Pío Moa y Jon Juaristi,
por ejemplo), una conversión que les lleva si no a legitimar el
alzamiento
si a comprender las razones que llevaron a la mitad
de los españoles a sumarse a él, y

a imponer la violencia del
orden. "Guerra contra la religión, este es el verdadero centro del
problema".
Asi definió H. Belloc el carácter de la guerra de
España. "Cruzada", no solo guerra civil, pues la motivación reli­
giosa, de defensa de la
fe cristiana contra las fuerzas que preten­
dian destruirla fue la fundamental; y no negada por los españo­
les ni
por los extranjeros. Los testimonios que aporta Suárez van
desde la "Carta Colectiva" del episcopado, a las declaraciones de
Andrés
Nin, jefe del POUM, y José Dfaz, secretario General del
PC español; desde Sir Amold Lunn a Koestler y Hugh Tomas, sin
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olvidar a Orwell, Peter Kemp; ni tampoco la polémica epistolar
"Aguirre
versus Gomá", demostrativa de cómo el PNV a cambio
de la prometida autonomía separatista de "Euskadi"
no atendió a
las razones de
que "se iba por los sin-Dios a la destrucción de la
Iglesia
de España, no por azar o impulso descontrolado sino de
propósito y
con intención".
Tres capítulos sobre las "causas de la guerra". En ellos se reco­
gen datos y testimonios de entonces; algunos --como los de José
Plá
en su "Historia de la República española", trabajo eliminado
de sus
Obras completas-día a día. Demuestran cómo la anar­
qufa reinaba en España y cómo los que se alzaron para recoger
un poder que estaba en la calle dijeron la verdad. La existencia,
en junio de 1936, de algo más que un proyecto marxista-revolu­
cionario, con levantamiento simultáneo en Francia y en España,
viene avalada por los recientes trabajos de Bartou y de Fernando
y Salvador Moreno. Sumados los datos de éstos o los recogidos
en las palabras y escritos de políticos tales como Largo Caballero,
Araquistain, la Pasionaria y Besteiro, hacen muy verosímil lo
expuesto. Sin contar, además, el hecho
ciertfsimo de la Revolu­
ción de octubre de 1934 antecedente indudable y primer capítu­
lo
de la guerra civil.
A la pregunta sobre la licitud o ilicitud de la guerra del
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respondió contundentemente el dictamen de los juristas incluido
en la "Causa General": "En el sentido jurídico penal del término
el calificativo
de rebelde no podía aplicarse a los que se alzaron
el
18 de julio". Si la pregunta sigue hoy haciéndose no es por otra
razón que la derivada de la propia guerra española;
una guerra
entre defensores y adversarios de la religión cristiana. Por eso
continúa apasionando tanto.
La producción bibliográfica sobre la guerra del 36, abundan­
tísirna, es de
un valor desigual. Ante tal cúmulo de libros pueden
adoptarse dos actitudes: valorar como fuentes indispensables los
relatos
de protagonistas y testigos, así como los que son resulta­
do de una seria investigación; y considerar inútiles los de mera
referencia o mera divulgación.
Abundan los ejemplos.
F. Suárez analiza algunas muestras.
Así, los trabajos de Bolloten (El gran engaño), Jesús Salas Larra-
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zábal (Guernica), Olayo Morales (La gran estafa), Luis Suárez
(Francisco Franco y su tiempo), ejemplos todos ellos de verda­
dera investigación histórica;
y los de Tusell (La guerra civil),
Prestan (Franco, caudillo de España), Koltzov (Diario de la gue­
rra de España) repletos de torcidas interpretaciones. A estos últi­
mos,
y a muchos otros como estos, se les puede aplicar el análi­
sis que García Escudero hizo del clásico libro de Hugh Thomas
sobre la guerra y el de Ramón Támones
(La era de Franco):
"Serian necesarias muchas páginas para señalar errores y afirma­
ciones gratuitas".
Y es que hay muchas "historias" que falseando palabras igno­
ran los hechos.
JAVIER NAGORE Y ÁRNOZ
Ángel Femández Collado: OBISPOS DE LA PROVINCIA
DE TOLEDO,
1500-2000'"
Ángel Fernández Collado, profesor de Historia de la Iglesia
en el Seminario Conciliar de Toledo, ha escrito un libro intere­
sante, aunque adscribir los obispos a sus provincias de origen,
en
vez de a las diócesis que rigieron, es un criterio, ciertamente legi­
timo,
pero de menos utilidad historiográfica.
Las biografias de los obispos de una diócesis son imprescin­
dibles para
el conocimiento de la historia de ésta. Las de los que
han nacido en la provincia de Toledo apenas sirven para satisfa­
cer la vanidad
de los toledanos, o la decepción de los mismos, al
conocer las carreras, más o menos brillantes, de algunos de los
hijos de aquella tierra. Que, además, marcharon fuera
y dejaron
constancia de su
val!a en otros lugares. Para Toledo fueron
importantes, en estos quinientos años, Cisneros, Fonseca, Tavera,
Martínez Siliceo, Carranza, Quiroga, Loaysa, Sandoval, Moscoso,
('') Estudio Teológico de San Ildefonso, Toledo, 2000, 205 págs.
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