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Número 389-390

Serie XXXIX

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Libertad de enseñanza, ¿para qué?

LIBERTAD DE ENSEÑANZA,
¿PARA
QlJÉ?c·>
POR
LUIS MARlA SANDOVAL
De seguro que todos los que intervengan después de nú,
como los
que lo hayan hecho antes, van a defender la libertad de
enseñanza.
La pregunta que campea en el título de esta comunicación no
supone que en ella se ponga en duda su licitud y necesidad.
Sucede que de las cosas más conocidas perdemos a veces
la ple­
nitud del sentido
por exceso de familiaridad, y es muy conve­
niente retomarlas
por el principio para comprender la trascen­
dencia exacta de aquello
en lo que participamos cada día.
Particularmente,
no debemos permitir que exista ni la más
núnirna apariencia de
que los católicos defendemos la libertad de
enseñanza como modo, apelando a los grandes principios,
de
asegurar el patrimonio de las órdenes religiosas poseedoras de
colegios privados. ¡Por supuesto que las defendemos! Pero por­
que la libertad de enseñanza, y dichos centros, protegen y posi­
bilitan algo todavía más importante: la educación católica.
e) Publicamos a continuación dos comunicaciones presentadas por nuestros
colaboradores María
José Fernández de la Cigoña y Luis Malta Sandoval a la segun­
da edición del Congreso "Católicos y Vida Pública". La de Luis Maria Sandoval no
pudo ser expuesta, pues tras haber sido invitado expresamente a presentrarla
como comunicante del Congreso anterior (vid. Verbo, núm. 379-380), y después de
su aceptación inicial, fue luego la única que ha sido rechazada oficialmente por
"no ajustarse sq contenido al tema de la mesa en la que se inscribió'.'. Dicha mesa
se titulaba "libertad de educación: derecho al tipo de educación" en la sesión
"Educar para una nueva sociedad". El lector de Verbo juzgará (N. de la R.).
Verbo, núm. 389-390 (2000), 761-771. 761
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LIBERTAD DE ENSENANZA, ¿PARA QUÉ?
La libertad es un don =celso de Dios, pero no es un fin en
si misma sino un medio para alcanzar el bien de modo digno
de mérito. Nunca el fin de
la libertad es el mal, sino tan sólo su
corrupción. Ciertamente
el libre albedrío incluye la posibilidad
de obrar el
mal, pero se nos ha dado para elegir el modo en
que cada uno tienda al Bien Infinito que es Dios cultivando una
faceta.
Pues de igual modo sucede
con la libertad externa, y en este
caso
la de enseñanza. Tal libertad no se reclama -no la recla­
mamos los
católicos-para que cada cual haga de la educación
de los niños y jóvenes su propio ensayo, aunque de su aplica­
ción nazca
la necesidad de tolerar algunos males. Es evidente que
no podemos resignarnos, so capa de libertad de enseñanza, a
que se enseñe a nuestros hijos que hay modelos de familia
homosexuales igualmente lícitos y dignos de estima, ni aunque
lo imponga
-donosa libertad-el gobierno centrista de la auto­
nomía madrileña.
Así pues,
la libertad de enseñanza es un medio para la exis­
tencia de una escuela católica, de unos centros católicos, de una
Universidad católica.
Merece dar relieve a
que no es lo mismo una escuela católi­
ca que
una escuela de católicos. Bautizados siguen siendo la
inmensa mayoría de los profesores y alumnos de España,
pero
incluso si todos fueran católicos, y católicos practicantes, a título
individual pero
no social, nos encontraríamos con una enseñan­
za de católicos pero
no católica.
Nadie verdaderamente dentro
de la Iglesia se atrevería a sos­
tener
que basta que las. familias estén compuestas por cristianos
sin que se
pueda ni deba hablar de familias cristianas. Como la
Iglesia ve todas las sociedades bajo
un prisma familiar (Catedsmo
de
la Iglesia Católica, § 2212), esto se aplica igualmente a la ense­
ñanza.
Para que los católicos sigan impartiendo y recibiendo la
actual educación en valores transversales basta y sobra el sistema
educativo que hay y
no merece ninguna pena que los católicos
nos reunamos aquí, aumentando la inflación de reuniones y sim­
posios.
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LUIS MARIA SANDOVAL
Entiendo que esto se tratará en otra mesa redonda sobre la
"transmisión de valores",
aqui sólo cabe aludir a la vaguedad e
insuficiencia de esos valores si
no se da el paso de proclamar la
neta inspiración cristiana
de. nuestra moral. Porque de la Religión
se desprende la moral, de ésta
no se sublima nunca aquella.
Cabe apuntar tan sólo
que la "educación en valores" -en los
hechos,
no en los autoengaños bienintencionados-no refleja
una aproximación a la moral cristiana: son múltiples las éticas
civiles propuestas cada vez más alejadas
en sus preceptos de la
simple
Ley Natural. La propuesta de una educación en meros
valores no es un proceso natural con sentido ascendente, sino
una táctica artificiosa
de descristianizar en apariencia nuestra
moral, que en la práctica entibia a los cristianos sin atraer a los
incrédulos, y
que no alcanza ni de lejos la riqueza y el valor sis­
temático de
un tratado abiertamente cristiano sobre las virtudes.
Retornando al eje de nuestra exposición,
la libertad de ense­
ñanza es la garantía legal necesaria para posibilitar y favorecer
la
educación cristiana.
Pero no nos referirnos aquí a todas las facetas de la ense­
ñanza, puesto que nos encontramos en un Congreso sobre Cris­
tianos en la Vida Pública. La enseñanza como tema específico de
la edición de este año
no nos debe hacer perder el enfoque
común fundamental.
Y como
no compartirnos los errores estatalistas y socializan­
tes de pensar que la educación es de suyo una tarea pública,
antes bien corresponde a los padres y a aquellas entidades
-ini­
cialmente privadas-a quienes éstos se la encomienden, aplica­
do el principio de subsidiariedad, hemos de entender que lo que
nos reúne aquí acerca de la pareja "enseñanza y vida pública" es
tratar de
la libertad de enseñanza en orden a posibilitar y favore­
cer
la difusión de la verdad cristiana sobre la sociedad civil y polí­
tica, para
que lleguen a configurarse correctamente.
Se trata de "educar para una nueva sociedad". Pero tal frase
está completa cuando precisamos "educar para
una sociedad cris­
tiana".
Recordemos que en el siglo xx ha habido muchas propuestas
de Nuevo Orden: el de
la ONU promotora del aborto de hoy
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LIBERTAD DE ENSENANZA, ¿PARA QUÉ?
sucede al Hitler racista de ayer. Nadie .está en contra de una
sociedad más justa, y todos coincidimos
en desear una nueva
sociedad
-si ha de ser para mejor-, pero nuestro deber es evi­
tar el equivoco y decir que propugnamos una especifica nueva y
mejor sociedad: una sociedad
aistiana, como ya han existido
otros intentos y realizaciones (que
han mostrado muchas más
luces que sombras), sólo
que correspondiente a nuestra presen­
te capacidad.
No debemos mostrar cortedad alguna, puesto
que Cristo se
lo merece todo: es Rey del Universo y
en particular de las socie­
dades humanas
(Catecismo de la Iglesia Católica, § 2105). No
nos basta una sociedad de cristianos si no procuramos cristiani­
zar esa sociedad, lo cual equivale a sanearla y elevarla, condu­
ciéndola a bienes
que resultarán superiores a toda esperanza
humana.
Es necesario decir todo esto para hacer que la atención sobre
la educación evite las tentaciones que le son inherentes. La edu­
cación
es una inversión para cambiar el mañana. Pero podría ser
una excusa para desentenderse del esfuerzo
en el presente.
Es falso pensar que los jóvenes salvarán el mundo. Los jóve­
nes salvarán el mundo cuando dejen de ser jóvenes
y, ya adul­
tos, pasen a influir decisivamente
en él. Es decir, cuando lleguen
a nuestra
edad y condición. Y si nosotros, que ya recibimos de
nuestros mayores
la Fe y la educación y llenamos con creces tales
condiciones
de partida, no hacemos más que pensar en que la
educación cambiará la sociedad mañana ¿cómo
no volverán ellos
a su vez a relegar el esfuerzo
en la vida pública, so capa de la
trascendental inversión
en el mañana que es la educación sesu­
damente considerada?
La educación es un instrumento creíble de compromiso para
establecer una -nueva sociedad cristiana si no tememos inteivenir
en otras acciones al efecto, inmediatas y directas en vez de dife­
ridas y encomendadas a otros, y
en particular de una política
católica hoy.
Para contribuir a la nueva sociedad cristiana que deseamos
la
educación tendrá un papel fundamental si se atiene a unas pocas
condiciones fundamentales:
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LUIS MAR!A SANDOVAL
• La primera es transmitir a los alumnos de la enseñanza
cristiana que existe el deber de trabajar, activa y sufridamente,
por el cambio a
una nueva sociedad.
Lo contrario es un absoluto confonnismo con falsos dioses
que no pasan de idolillos. Hablar de nueva sociedad implica algo
más
que reformas puntuales. Y en consecuencia implica la dis­
posición a cambiar cuantas leyes sea preciso y aun la Constitu­
ción vigente
en cuantas partes sea necesario. Al respecto es difi­
cil olvidar que es abortista, no por juicio extremado de enemigos
sino
por sentencia del órgano que la propia Constitución esta­
blece para su interpretación auténtica. Pero también es divorcis­
ta, relativista, etc.
Una educación que no ponga de relieve valientemente los
defectos radicales de la .sociedad existente de
ningún modo
impulsará una nueva sociedad.
• Inmediatamente se deriva el segundo punto de proponer
un ideal orgánico de sociedad cristiana. Ciertamente existen
muchos modos
de plasmación de esa Ciudad Católica que debe­
mos promover. Ya hicimos referencia a la existencia de realiza­
ciones en el pasado y a la necesaria originalidad de las futuras.
Pero esa pluralidad
no empece una comunidad de rasgos
sustanciales todavía mayor. Y además, la existencia de
un cierto
esquema ideal
-haciendo, si, hincapié en que no es una ideo­
logfa de aplicación estándar y automática-es una exigencia
pedagógica: el alumno neófito necesita recibir inicialmente
una
visión global y que obedezca a un plan expositivo en que se le
muestre
un orden claro fundado en la realidad. Por el contrario,
las vaguedades
"de inspiración cristiana" no resultan en absoluto
pedagógicas. A este respecto debiera hacernos meditar la reiterada coinci­
dencia de las fechas de este Congreso con la Festividad de Cristo
Rey. El ideal de la Realeza Social de Cristo es el núcleo que ilu­
mina cuanto hemos dicho aquí, aparte de que habtía de ser la
devoción común
que hermanara a todos los políticos católicos
una vez al año muy por encima de sus diferencias en asuntos
temporales opinables.
Bastaria con estudiar, profundizar y conti-
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LIBERTAD DE ENSENANZA, ¿PARA QUE?
nuar las encíclicas Quas primas (que esrableció la fiesra de Cristo
Rey y explica su sentido) e Immortale Dei a las
que el Nuevo
Catecismo nos remite expresamente
(§ 2105).
• Sólo
en tercer lugar, tras inculcar aquella actitud del cora­
zón que por adhesión a Cristo nos lleva a la nueva sociedad,
hemos de tratar del papel en la enseñanza cristiana de la Doctrina
Social de la Iglesia.
Tan atañente a la sociedad
-y merecedor del calificativo de
social-son la autoridad y las formas de gobierno como la con­
cepción del trabajo y los regímenes de propiedad.
Si se quiere
limirar el título de Doctrina Social de la Iglesia a esra segunda
temática habrá
que conceder que existe una Doctrina Politica de
la Iglesia.
La reciente beatificación de Pío IX nos recuerda una impor­
rante faceta de esa cuestión. La amenaza de los toralirarismos de
este siglo amortiguó la cuestión de principio que el beato Pío
IX
iluminó proféticamente con su Syllabus y que ahora retoma
rabiosa
actualidadc la proclamación de una absolura soberanía de
las mayoñas abre el camino a todos los abusos revestidos
de
legalidad democrática.
Es triste, pero exigido, recordar aquí, a modo de ilustración,
que sólo los nascituri eliminados en Esrados Unidos tras la le­
galización del aborto alcanzan ya la mitad de esos ochenra millo­
nes de vidas humanas nacidas eliminadas cruelmente
por todos
los regímenes marxisras del mundo entero según el
Libro Negro
del comunismo, y que, a
una media de 50.000 abortos legales en
España, en seis años de gobierno, da igual que sea socialisra o
centrista, se matan tantas vidas como se perdieron en tres de cruel
guerra civil sumando las bajas y ejecuciones de ambos bandos.
Como ha dicho Juan Pablo
U en la Evangelium vitae, reto­
mando aquella inconcusa cuestión de principios que ramo es­
candalizara con
el beato Pío IX, "la democracia no puede mitifi­
carse convirtiéndola
en un sustitutivo de la moralidad o en una
panacea de la imnoralidad" [. .. ] "urge pues descubrir de nuevo la
existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios,
que derivan de la verdad del ser humano y expresan y tutelan la
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dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún indi­
viduo, ninguna
mayoria y ningún Estado pueden crear, modificar
o destruir, sino
que deben sólo reconocer, respetar y promover".
La doctrina católica de la autoridad, sus origenes, llrnites y
obligaciones debe ser impartida con claridad
en todos los centros
de enseñanza católica si de verdad queremos que lleguen a ins­
pirar
un día la nueva sociedad bajo cuyo tirulo nos congregamos.
E igualmente deben denunciarse todos los errores morales
que impregnan esta sociedad, desde el relativismo elevado a
dogma a la lucha constante contra
la familia (divorcio, parejas de
hecho-derecho, homosexualidad orgullosa, etc.), desde las medi­
das econornicistas
que precarizan a los pobres e impiden celebrar
las fiestas
de guardar en familia (sustituidas por rumos indivi­
duales
de ocio) a la sacralización del derecho a escandalizar, etc.
• Finalmente, ninguna educación teórica en materia de hu­
manidades será tomada en serio por los alumnos sin el ejemplo
y la coherencia de la generación de los educadores,
que no son
sólo los profesores.
Si no estamos comprometidos, aun a costa de incomprensio­
nes, en la construcción de la nueva sociedad cristiana no espere­
mos que el fruto de los colegios católicos sea otro que el
de una
Fe puramente íntima, sea por pudicia indebida o por incipiente
clandestinidad ante
un ambiente hostil. Estamos viendo como
según salen de los centros cristianos los alumnos ya saben
que
tienen que adaptarse a lo que hay, de ningún modo poner en dis­
cusión sus fundamentos para mejorarlo. Existe una despropor­
ción, un hiato, entre los grandes medios de enseñanza católica,
con sus numerosísimos alumnos,
y el escaso relieve social en la
vida pública no tanto de los católicos sino de las posruras católi­
cas.
Lo cual implica un grave, gravísimo fallo, de la actual peda­
gogía de estos centros, más centrados a veces en obtener frutos
académicos -buenos de suyo-que en propagar la Fe y la
moral completa
-también social y política-de los discipulos
de Cristo.
Pero
no toda la culpa es suya. Mientras los mayores nos sin­
tamos cómodos con la justificación del mal menor ¿cómo no van
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LIBERTAD DE ENSENANZA, ¿PARA QUE?
a adoptar los disápulos idéntica actitud confonnista cuando les
llegue su turno?
Si, por citar el punto más candente pero no -el único, se
acepta votar a los
que ni siquiera prometen retirar la ley del
aborto
en razón a que si lo dijeran antes no obtendrían votos
suficientes para la
mayoria; si se acepta luego que no promue­
van su reducciónporque están sólo en mayorfa relativa; y cuan­
do "sólo" tienen la mayot'ta absoluta tampoco hacen nada, salvo
legalizar la pildora abortiva con la cual el número de abortos
legales podrfa tender a disminuir porque los tempranos resulta­
rfa incalculable, pero se sigue considerando el voto católico cau­
tivo de esa opción para evitar el mal mayor (¡pero
si el mal
mayor
de hoy siempre puede ser sobrepasado por otro maña­
na!), entonces, cuando obramos
as!, ¿qué seriedad otorgarán a
nuestras enseñanzas de nueva sociedad cristiana los alumnos de
los colegios de cristianos?
Sin el ejemplo de una coherencia en polftica del presente,
necesariamente muy sacrificada,
no podrá inculcarse en la edu­
cación católica
una participación igualmente coherente que ade­
más
pueda ser triunfante mañana.
Resumiendo: Para posibilitar esa educación
polftica cristiana
queremos
-y es-la libertad de enseñanza. De otro modo, olvi­
dado su objeto natural, se convierte
en un esfuerzo sin sentido,
un fin en sí mismo, un capricho, intrascendente, que no merece
especial interés ni preocupación. Si los centros católicos no se
diferencian de los demás
en lo que transmiten, o no promueven
una nueva sociedad cristiana, falta la principal razón para mover­
nos en su -defensa.
Resumen oral
Conviene siempre, antes de profundizar una cuestión, repa­
sar sus principios.
¿Para qué la libertad
de enseñanza? Toda libertad es un don
excelso de Dios, pero un medio, no un fin en sí. No se trata de
proteger los intereses de las instituciones religiosas propietarias
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de centros de enseñanza por si mismos, sino de posibilitar y pro­
mover lo realmente importante,
que es la educación católica
Destaquemos
que no es lo mismo una enseñanza de católi­
cos y
por católicos (en España seguimos siendo casi todos bauti­
zados) que una enseñanza católica, como
no es lo mismo una
familia de católicos que
una familia católica, que es lo que nos
· pide la Iglesia que constituyamos.
Si tratamos de enseñanza en un congreso de cristianos en la
vida pública la cuestión será en qué modo la enseñanza católica
influirá
en la vida pública. Se trata de educar para un nueva
sociedad, pero no cualquier Nuevo Orden, sino una nueva socie­
dad católica,
no meramente con católicos, ni de católicos, suce­
sora, aunque no igual, de otras tentativas del pasado, con más
luces
que sombras por otra parte.
Es cierto que la enseñanza es una inversión para cambiar el
mañana, pero sólo si se evita
la tentación de delegar todo ese
cambio en las futuras generaciones, en cuyo caso, si nosotros que
tuvimos esa educación obramos asi ¿cómo nos extrañará que
vuelva a imponerse entre los alumnos de hoy, ya maduros, una
abstención pública volcada otra vez en la educación?
La educación cristiana contribuirá a la nueva sociedad cristia­
na
que hemos de buscar si atiende de entrada a cuatro conside­
raciones:
l. Inculcar una actitud comprometida. Transmitir el deber
de trabajar, activa y sufridamente
por el cambio a la
nueva sociedad. Para ello hay que desmitificar ciertos
ídolos establecidos en la sociedad presente que no pode­
mos compartir. Hay
que educar en la disposición a cam­
biar
la sociedad, incluso la Constitución en cuantas par­
tes sea necesario.
2. Ofrecer un ideal completo y orgánico de Ciudad Católica.
Es una necesidad pedagógica brindar. inicialmente resú­
menes claros y nítidos que se matizarán
más tarde con la
madurez. Esto
no elimina la pluralidad de proyectos poll­
ticos lícitos, pero nos ha de situar
en el plano de la fies-
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LIBERTAD DE ENSENANZA, ¿PARA QUÉ?
ta de Cristo Rey con la que volvemos a coincidir provi­
dencialmente.
Se trata de estudiar, profundizar y conti­
nuar las enciclicas
Quas Primas e Immorlale Dei.
3. Toda enseñanza católica debe incluir una exposición sufi­
ciente de la Doctrina Social y Política de la Iglesia, que
versan sobre cuestiones de principio trascendentales.
Asi, el beato Pio IX planteó proféticamente en su
tiempo
una cuestión de principios que ha debido retomar
Juan Pablo
II en la Evangelium vitae, pasado el parénte­
sis de los totalitarismos del siglo
xx, de tremenda actuali­
dad:
en nombre del principio de la soberarúa popular sin
restricciones "la democracia
no puede mitificarse convir­
tiéndola
en un sustitutivo de la moralidad o en una pana­
cea de la inmoralidad",
Es triste pero necesario recordar que el aborto legal
en Estados Unidos ha superado ya la cifra de cuarenta
millones de víctimas, la mitad de las del comunismo
en
todo el mundo, y que, a 50.000 abortos anuales, la España
de hoy, con gobiernos socialistas o centristas causa al año
tantas muertes como la Guerra civil
en tres. Es preciso
que las democracias se sometan a los mínimos de la
Doctrina de la Iglesia.
4, Finalmente, la educación no compete sólo a las horas lec­
tivas, es preciso el ejemplo de todos los mayores. Para
nuestro fin,
el ejemplo de un voto católico cautivo del
mal menor
no está permitiendo que la educación católi­
ca incida enérgicamente
en la vida pública. ¿Para qué? Si
todo mal mayor de hoy será menor respecto de otro
nuevo o hipotético.
Si la proscripción del aborto no estuvo en los propósitos cen­
tristas, primero para
poder alcanzar el gobierno, luego por estar
en mayoria relativa, y cuando "sólo" se tiene mayoria absoluta
tampoco, entretanto
si se ha legalizado la pildora abortiva, y aún
asi no se puede aconsejar públicamente a los católicos que dejen
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LUIS MARIA SANDOVAL
de considerar su voto como obligado al centrismo liberal ¿qué
mensaje real está dando nuestro ejemplo acerca de la vida públi­
ca de los
aistianos? Para obrar as! no hace falta en absoluto pos­
tular
una vida pública católica, y eso explica bastante de por qué
no la hay.
Resumiendo: la libertad de enseñanza debe existir para posi­
bilitar
una educación cristiana, en particular orientada a una vida
pública católica
y no sólo de católicos, de otro modo, fin en sí
misma, es
un esfuerzo sin sentido trascendente que no puede
motivarnos suficientemente.
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