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Número 389-390

Serie XXXIX

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La sociedad para la que se educa y la sociedad que queremos

LA SOCIEDAD PARA LA QUE SE EDUCA
Y LA SOCIEDAD QUE QUEREMOS
POR
M. ª JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOflA
l. La escuela pública, hoy.
Educar para la sociedad de masas
A) La escuela pública, agente masilJcador
Es evidente que el auge de la escuela pública provoca la
masificación de la educación. Y
no me refiero al número de
alumnos
por aula ni nada parecido, sino a la existencia de un
modelo único de enseñanza al que los educadores, pese a una
teórica "libertad de cátedra" cada vez están más sujetos.
En efecto, los estudiantes que acuden a colegios e institutos
públicos, pese a
la pretendida "atención a la diversidad", y una
supuesta adaptación
al entorno social de cada centro, reciben
todos
un mismo tipo de educación, hasta tal punto sometido a las
directrices del poder político que todos los profesores, sean de
matemáticas, literatura o educación
física, tienen que impartir unas
enseñanzas
en materia de ética explicitadas en la WGSE bajo el
oscuro nombre de "temas transversales". Resulta a primera vista
sorprendente que este curioso invento venga de los mismos que
se escandalizaban de aquella
"fonnación del espíritu nacional". Y
digo a primera vista, porque
en realidad no sorprende en absolu­
to. No sorprende que el sistema trate de dominar la educación,
porque es
la manera más segura de dominar a las masas.
Así, en el nuevo sistema educativo, que comenzó a gestarse
mucho antes, pero que se
pone en pleno funcionamiento con la /
Verbo, núm. 389-390 (2000), 773-781.
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M. • JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOÑA
implantación de la LOGSE, el objetivo de la educación ya no pare­
ce ser que los estudiantes aprendan, sino que "evolucionen pro­
gresivamente", que sean "constructores de sus propios aprendiza­
jes" y, sobre todo, que no haya fracaso escolar estadísticamente
hablando.
Lo importante ya no son los "contenidos" de las mate­
rias que se imparten, sino los 11objetivos", obviamente más ambi­
guos y más dificilmente evaluables. El problema no radica sin
embargo, o no exclusivamente, en que los alumnos aprendan
menos concep_tos, sino en que no aprenden nada, ni memotistica
ni lógicamente, ni de ninguna otra manera. De hecho, creo que es
evidente que los alumnos,.
en contra de todas las palabras huecas
de los pedagogos de la reforma,
no sólo cada vez saben menos, si
por saber se entiende una recopilación de datos, sino que además,
cada vez piensan menos.
Es verdad que no se puede achacar sólo
a la escuela
la responsabilidad en esta cuestión, pero qué duda
cabe de que tiene
un papel principal, junto con el de los padres.
Y lo importante, lo que queremos señalar, es que estos pro­
blemas de los alumnos son generales de todos los que acuden a
escuelas del estado, porque es el modelo educativo el
que los
provoca, y ese modelo es único. Por eso
deáamos que la escue­
la pública es masificadora. Pero hay otro asunto
si cabe más
grave: no es sólo que la escuela fabrique alumnos en serie, sino
que los prepara para ser absolutamente dóciles
al poder politico.
No en apariencia, puesto que se habla mucho de democracia y de
derechos, con lo que
se podría argüir que se prepara a los niños
para ejercer su libertad. Pero lo cierto es que se educa
en ciertas
convicciones, como no podrla ser de otra manera, y entre esas
convicciones están
el relativismo moral, por una parte, y la afir­
mación de que la única forma legitima para ejercer tu libertad en
la vida social consiste en echar un papelito en una urna cada cua­
tro años.
Los que en la adolescencia nos aterrorizamos leyendo
1984 y Un Mundo Feliz, no podemos no darnos cuenta de que, si
bien la primera de esas dos pesadillas comenzó a aléjarse con la
estrepitosa caída del muro, estamos sin embargo cada vez más
cerca de la segunda: se educa a la gente en serie, para saciar cual­
quier apetito físico y ser dócil
al poder politico. Sólo falta fabricar
a los seres humanos también en serie, pero cada vez parece más
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LA SOCIEDAD PARA LA QUE SE EDUCA Y LA SOCIEDAD QUE QUEREMOS
claro que sólo es cuestión de tiempo. El curso pasado tuve que
dar clase a niños de doce y trece años (primero y segundo de
secundaria) bajo la presidencia
en todas las aulas de un educati­
vo
cartel, editado no recuerdo si por la Comunidad de Madrid, el
Ministerio de Educación o algún otro organismo oficial. El cartel
en cuestión mostraba un preservativo entre una maraña de hilos,
y transmitía
el lema "Si te lías, úsalo". En las clases de niños de
doce años. No es más que
uno de los muchos mensajes que estos
preadolescentes están recibiendo continuamente. Eso
sí, los estu­
diantes saldrán del instituto sabiendo que los nazis eran unos
señores muy malos, aunque posiblemente
no los ubiquen históri­
ca ni geográficamente de manera exacta. Porque hay unos cuan­
tos dogmas
en el modelo de enseñanza pública que, como tales,
no se discuten, y van penetrando cada vez con más fuerza en las
mentes de los profesores y los alumnos, y, en consecuencia, se
van arraigando en la sociedad. Por ejemplo, que una mujer no
puede realizarse humanamente como ama de casa y madre de
familia, y que
la ausencia de trabajo remunerado conlleva irreme­
diablemente amargura y frustración; que todo uso de la fuerza es
un acto violento, y que todo acto violento es fascista; que ningún
bien se debe anteponer a la tolerancia; que todas las culturas son
igualmente válidas ... Claro que a veces te encuentras con proble­
mas, puesto que al mismo tiempo que tienes que explicar las
maravillas de
la cultura árabe a chicos (y chicas) que se muestran
más bien reticentes a aceptar a sus compañeros marroquíes, has
de poner énfasis en la igualdad entre los sexos, para lo que hay
que hacer auténtico encaje
de bolillos. Pero, como por otra parte
cada vez se enseña menos a reflexionar,
no es muy probable que
los estudiantes descubran
las contradicciones internas del sistema.
B) Los temas transversales.
Pretendido modelo de ética laica
Los temas transversales son ocho bloques de contenidos que
según
la LOGSE todos los profesores de todas las materias esta­
mos obligados a tratar:
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M. • ]OSE FERNÁNDEZ DE LA CIGONA
EDUCACIÓN PARA LA PAZ
EDUCACIÓN PARA LA IGUALDAD ENTRE LOS SEXOS
EDUCACIÓN PARA LA SALUD
EDUCACIÓN PARA EL CONSUMO
EDUCACIÓN
SEXUAL
EDUCACIÓN AMBIENTAL
EDUACIÓN
MORAL Y CÍVICA
EDUCACIÓN VIAL
Por supuesto, nadie sabe qué quieren decir con educación
moral y cívica, porque, o
bien restringimos la educación moral
a los otros siete temas (en los que,
por decreto, todos estamos
de acuerdo) o si
no comienzan las discusiones acerca de qué
es móral, o de si tenemos derecho a usar esa palabra tan sub­
jetiva.
Pero, acerca de si, en efecto, todos estamos de acuerdo en lo
que a estos temas se refiere
1 permitaseme establecer una compa­
ración entre lo que se supone que deberíamos enseñar en los ins­
titutos y lo que se
sacaría de ellos a la luz del Evangelio:
Educación ambiental.-El ecologismo, aceptado como un
"valor" universal (nadie se atreve a decir que no es ecologista,
independientemente de su actitud real) afirma que el hombre
es
una criatura más en el orden de la naturaleza, sin ningún valor
predominante, y que no tiene derecho a alterar con su inter­
vención la situación existente. Cada vez oímos
con más fre­
cuencia hablar de cosas como los derechos de los animales,
equiparables a los de las personas. Este verano
ví una viñeta de
El País en la que se comparaba abandonar a un gato en vaca­
ciones
con abandonar a un anciano. Frente a esto, hay que
recordar que Dios puso al hombre como rey de la creación, y
que le dio
un mandato claro: "Dominad la tierra". Por supuesto
que
.eso no le da derecho a abusar de ese poder, y además exis­
te
un claro deber de conservación de cara a las siguientes gene­
raciones. Nadie es
dueño de la naturaleza salvo Dios. Pero los
católicos creemos que la naturaleza fue creada al servicio del
hombre.
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Educación para la salud/Educación sexual.-Los mensajes
que reciben los adolescentes consisten básicamente
en que no
importa lo que hagas con tu cuerpo siempre que lo hagas en con­
diciones de higiene. Hace
ya algunos años (esta situación no es
nueva, y sus efectos cada vez son más evidentes) salió en los
periódicos la noticia de
un folleto editado para información de
los alumnos
en materia de educación sexual. Entre otras cosas
recomendaba que, para masturbar a un amigo, utilizaras guantes
de látex. Dentro de poco un folleto de estas carácterísticas no
será digno de dedicarle un hueco en la prensa, porque resultará
normal y cotidiano. También
en cuanto a educación sexual en
los centros públicos, por supuesto, la heterosexualidad es una
opción (personalmente no recuerdo haber decidido en ningún
momento de
mi vida que a mí me iban a gustar los hombres, esto
de la opción es
un misterio para mí). En contraposición a todo
esto,
la Iglesia nos enseña que el cuerpo es templo del Espíritu
Santo y que la sexualidad es
un don precioso para disfrutar den­
tro de los límites que Dios
ha establecido; y el mismo sentido
común nos dice que, no ya en el caso humano, donde existen
unas connotaciones de afectividad queridas por Dios, sino en
general, el sexo es, en último témúno, para hacer hijos; homose­
xualidad y heterosexualidad no pueden situarse en el mismo
plano,
no sólo por moral, sino por lógica elemental.
Educación para la paz.-Todos sabemos que, en el tema de
la paz y la violencia, las posiciones de la Iglesia y
<\el mundo
moderno no son fácilmente conciliables. En efecto, nuestra civi­
lización pretende escandalizarse cuando la Iglesia habla de las
condiciones para que una guerra sea justa, o cuando no conde­
na de manera tajante y absoluta la pena de muerte. No hablemos
ya de las Cruzadas o de la Inquisición.
Es curioso que los mismos
que se muestran tan escandalizados, por-supuesto sin atender a
razones, sean muchas veces partidarios del aborto o la eutanasia.
La Iglesia no tiene nada que aprender acerca de la sacralidad de
la vida humana, pueto que fue ella la que la enseñó a un mundo
que la desconocía, ni del precioso don de la paz, que tiene que
empezar en el corazón de cada persona. Pero también sabe que
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M. • JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGO/i/A
la paz, entendida como ausencia de uso de la fuerza, no es un
bien absoluto, y que tal uso puede estar justificado en ciertos
casos extremos.
Educación para la igualdad entre los sexos.-También aquí,
bajo
un titulo aparentemente justo, se encierran habitualmente
algunas falacias. Porque
la educación para la igualdad entre los
sexos muchas veces conduce a pensar
que aquellas actividades
más tradicionalmente femeninas, como el cuidado del hogar y la
educación de los hijos,
son una especie de pesada carga que no
hay más remedio que soportar, pero que en modo alguno enri­
quecen a quien las realiza. Curiosamente, todos los trabajos pare­
cen conducir a la realización de
la persona, menos éste. Por eso
la única solución posible es repartirse esa carga de la mejor
manera posible,
pero sin dedicar demasiado esfuerzo. Es necesa­
rio que hombre y mujer trabajen fuera de casa, porque lo con­
trario provocará frustración y sensación de inferioridad. Esa situa­
ción obliga los más de los casos a
que los niños acudan a una
guardeña desde su más tierna infancia, muchas veces desde los
cuatro meses. Curiosamente, nadie dice que eso pueda provocar
frustración ni sentimientos de ningún tipo. Al contrario, puesto
que
así son las cosas y no parecen tener remedio, hay una
corriente de opinión cada vez más generalizada
en el sentido de
afirmar que
es un gran bien para los niños "socializarse" desde
pequeños. ¿Qué
pensarían que era la familia, sino una escuela de
sociedad? Frente a esto,
la Iglesia habla claramente de la igualdad entre
los sexos: igualdad
en dignidad de hijos de Dios. Las diferencias
entre los sexos
son múltiples y abrumadoras. Dando respuesta a
las necesidades de la sociedad actual, Juan Pablo
II ha sido espe­
cialmente sensible a los problemas de las mujeres, y ha .dedica­
do Una -extensa pastoral específica a este tema, sin avergonzarse
de recordar y dar importancia precisamente a las diferencias
entre hombres y mujeres, a las virtudes más propias (desde luego
no exclusivas) del sexo femenino, y a sus carismas. Por supues­
to
que nadie niega el derecho de la mujer a acceder al mundo
laboral,
que es un logro, pero tampoco está de más recordar que
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LA SOCIEDAD PARA LA QUE SE EDUCA Y LA SOCIEDAD QUE QUEREMOS
también tiene derecho a no acceder, o a acceder sólo a tiempo
parcial, y
que una sociedad justa deberla permitir que el sueldo
de
un cónyuge fuera suficiente para mantener a la familia.
Educación para el consumo.--Qué decir sobre este tema. Es
obvio que la sociedad a la que pertenecemos es tremendamente
consumista. Las opiniones de unos y otros profesores al respec­
to pueden variar desde la del que duerme en una tienda de cam­
paña en La Castellana para reivindicar el 0'7% hasta la del que no
perdona su tarde de golf y su Semana Santa en Sierra Nevada por
nada del mundo. Pero sólo la Iglesia Católica nos enseña el ver­
dadero sentido de
la justicia y la caridad, y el valor auténtico de
los bienes materiales: puestos al servicio del hombre,
pero en los
que el hombre no debe poner su corazón.
2. Para qué sociedad pretendemos educar
A) ¿Hay necesidad de escuelas católicas para proporcionar
una ética de mínimos
La respuesta a esta pregunta es que no. Si las escuelas cató­
licas se plantean como objetivo formar
"buenos ciudadanos",
muy bien preparados académicamente para

ser excelentes profe­
sionales, y formar parte de la sociedad
en la que vivimos, en la
que la religión es algo sobre lo que hay que mostrar el pudor que
hace no mucho tiempo reservábamos para ciertas partes del cuer­
po, entonces la escuela católica está de más. La escuela católica
sólo tiene sentido si está para formar católicos, que actúen como
tales
en todos los aspectos de su vida futura. Porque:
la escuela no es un fin, sino un medio. No tiene sentido
estar educando
en católico si no es para elfuturo.
la "catolicidad" no puede ser considerada como algo
adjetivo y secundario. Por su propia esencia, o
es algo
central y vivificador o
no es nada.
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la experiencia nos muestra que es .inútil prerender vivir
en cristiano sin confesar a Cristo. La pretendida teoña de
que en las escuelas católicas se da un modelo de educa­
ción que es más moral y más ético para todos, sean o no
católicos, es utópica. El cristianismo sin Cristo es una
carga demasiado pesada, como nos recuerda la condena
de la herejía pelagiana.
y
por último, si no se pretende transmitir todo el cuerpo
de doctrina y moral, sino sólo unos mínimos aceptables
por todo el conjunto de la sociedad, entonces, ¿en qué se
diferencia de la escuela laica estatal?
B) ¿Queremos de verdad una sociedad católica?
Porque de eso es lo
que se trata realmente. El título genérico
de este congreso es "Católicos y Vida Pública".
Lo de la escuela
está muy bien, pero
no debemos olvidar que se trata de actuar
en la vida pública como católicos, y lo cierto es que los niños
pocas actuaciones públicas tienen. Una escuela católica es para
una sociedad católica. Lo que no se puede hacer es decirle a un
niño o a un joven: "Todo esto que te estamos contando es para
llevarlo a la práctica
en la vida real. Cuando salgas de aquí, todo
lo que hemos vivido y practicado juntos te será útil y hará que te
valoren más. Todo menos
una cosa: la religión. Eso no olvides
ocultarlo bien, porque es algo muy íntimo que
en nada debe
afectar a tu comportamiento público".
Así que debemos ser consecuentes. Si nos atrevemos a pedir
escuelas confesionales será porque queremos sociedades confe­
sionales.
En caso contrario estamos educando para la frustración.
Igual que
no tiene sentido preparar durante años a un estudian­
te
en la Universidad para ser un buen ingeniero de minas si lo
que se pretende de él es
que sea un estupendo taxista, también
carece de lógica educarle
en católico si lo que se espera es que
esa fe transmitida (a veces durante muchos años, si ha asistido a
una Universidad católica) permanezca oculta el resto de su vida.
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Y que no me digan que la fe, por su propia naturaleza, es
algo íntimo y privado. Esa afirmación es en todo contraria a la
doctrina de la Iglesia, como
nos recuerda siempre que es nece­
sario
el Magisterio. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica,
por citar
un ejemplo, que "en efecto, ninguna actividad humana,
ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la sobe­
ranía de Dios" (912).
Así que ésta es la conclusión. Educar para una nueva socie­
dad. Pero
¿cuál? La respuesta nos la dio San Pío X: "No se edifi­
cará la ciudad de
un modo distinto a como Dios la ha edifica­
do¡ ... nó, la civilización no está por inventar, ni la nueva ciudad
por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la civilización
cristiana, es la ciudad católica.".
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