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Número 389-390

Serie XXXIX

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Una historia con alas: Saint Exupéry en la Argentina

UNA HISTORIA CON ALAS
SAINT-EXUPÉRY EN LA ARGENTINA
POR
BERNARDINO MüNTEJANO
l. l'IERRE LATÉCOIDIB:
UN HOMBRE QUE ATISBA EL PORVENIR
Concluye la primera guerra mundial, enmudece la lengua de
fuego de los cañones y
en los campos de Francia, florece la paz.
Pierre
Latécoere es ingeniero y hombre de empresa. Propie­
tario de
una fábrica de vagones de ferrocarril y de un aserrade­
ro, durante
la guerra produce obuses de gran calibre y construye
aviones Salmson para inéditas misiones bélicas.
Latécoere es un hombre culto, lector de Platón, de Bergson y
de Stendhal, amante de· la música de Bach y de Schumann,
po­
seedor
en grado superlativo del hábito de anticipación, que le
permite entrever
en el futuro las inmensas posibilidades pacificas
de los aviones, como instrumentos para facilitar las relaciones
entre los hombres.
Es por eso que en 1919 funda la "Línea Aérea Latécoere ',
cuyo primer vuelo une el aeródromo de Montaudran, cercano a
Toulouse, con Rabat, en Marruecos; Barcelona, Alicante y Má­
laga son las escalas intermedias. Beauté, Daurat y Dombray, tres
jóvenes veteranos de guerra,
son los pilotos que en un dfa lle­
van el correo, correspondencia que a través de la combinación
de trenes y buques demora cinco. Los aviones Salmson vuelan
a 130 kilómetros
por hora y tienen una autonomia de 5000 kiló­
metros.
Verbo, núm. 389-390 (2000), 783-805. 783
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BERNARDINO MONTEJANO
Pero conquistados los cielos de España, Latécoere mira más
allá y traza una línea, por encima del desierto, que une a Marrue­
cos
con Dakar. Empresa dificil, recibida con escepticismo, inclu­
so
por los esforzados pilotos que, llueva o truene, llevan el
correo desde Toulouse hasta Rabat.
Pero más allá de Dakar, Latécoere como
porro vtdens intuye
que las alas
de sus aviones llegarán hasta América a través del
Atlántico. En ese momento, una carta de París a Buenos Aires y
su respuesta, demoran cincuenta días. Con el avión se necesil:a­
rian siete. Y cuando se conquiste la noche, sólo cuatro.
Uno
de los pilotos de la línea es Bernardo Artigan, héroe de
la guerra, nueve veces herido, otras tantas condecorado. Es fran­
cés de nacimiento,
pero se traslada desde pequeño con su fami­
lia a la Argentina.
Aquí había construído su propio aeroplano y
en 1912, en Villa Lugano, toma sus lecciones de vuelo en ese
aparato.
Estalla la guerra y escucha la llamada de sus raíces nativas; se
alista como voluntario y luego de
un periodo de formación mili­
tar
y de instrucción aérea en Tours, es destinado a la escuadrilla
número 3 de caza "Cigüeñas".
La cigüeña es considerada símbo­
lo
de la fidelidad porque siempre retorna al lugar de nacimiento,
¡feliz coincidencia!
Artigau quiere volver a la Argentina y fundar
una escuela en
Villa Lugano, Una mañana, Latécoere lo lleva en su automóvil y
le comenta
que se ha enterado de sus proyectos. Ante la confir­
mación, el ingeniero le hace
una confidencia: ''un día, llegaremos
allá
con la linea". El piloto piensa que desvaria, que puede aca­
bar en el manicomio.
Pero Latécoere no es un demente, ni un hombre afecto a qui­
meras o utopías.
Es un paradigma del hábito de anticipación, tér­
mino medio virtuoso entre dos extremos viciosos: la desidia,
la
miopía y la timidez en torno al futuro, vicio por defecto y la pro­
yección demasiado lejana, que se traduce
en fantasías de eva­
sión,
en proyectos irrealizables, vicio por exceso.
Latécoere ejerce la cautela, pero sin reducir a ella la pruden­
cia. No da
un nuevo paso sin haber asegurado el anterior. Pero
siempre mira más allá; así, primero lanza sus aviones a la con-
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UNA HISTORIA CON ALAS (SAINT-EXUPÉRY EN LA ARGENTINA)
quista del desierto; consolidado este paso los lleva a enfrentarse
con la noche; dominadas las sombras, espera a sus alas el desa­
fio del mar.
Il, DIDIER DAURAT: FORJADOR DE HOMBJll!S
Un aspecto importante de la prudencia del dirigente de
empresa es la acertada elección
de sus colaboradores; los objeti­
vos
que se propone Latécoere son arduos; por lo tanto un error
en la elección del jefe de la Linea puede ser fatal.
El primer jefe de explotación es Beauté, pero surge un ger­
men de anarquía porque no logra imponer su autoridad sobre los
pilotos.
Latécoere decide el cambio que alegra al mismo despla­
zado, quien detesta las tareas oficinescas
y prefiere volver a volar.
El ingeniero aquí no se. equivoca; el nuevo Jefe es Didier Daurat,
famoso por sus misiones de guerra en la retaguardia enemiga,
único sobreviviente de los aviadores de su escuadrilla, capaz de
volver a su base herido
en la mano derecha que lleva fuera del
avión para disminuir la pérdida de sangre, mientras conduce el
aparato con la izquierda.
Daurat sabe
que es capaz de mandar, que su puesto está allí,
que el servicio a la obra común exige que renuncie a su amado
pilotaje.
Bajo su Jefatura, la Línea se transforma en una "escuela" de
formación del carácter, de iniciativa
y de responsabilidad, de rec­
titud, de fortaleza, de disciplina, de aptitudes técnicas. Daurat
ensefta, ante todo, con el ejemplo. Asi, un día, ante un conato de
huelga generado
por las malas condiciones del tiempo, ordena
alistar el avión para llevar personalmente el correo.
El gesto
acaba con el paro
y los pilotos caminan hacia la pista.
Porque
se trata de un trabé!}o; no es un deporte ni una diver­
sión.
La Linea presta un servicio a los usuarios y debe responder
a la confianza,
al compromiso contraido con estricta fidelidad.
Daurat es el jefe de
una empresa integrada por muchas per­
sona.s
que cumplen diversas tareas. Todas tienen importancia en
la obra común y quiere que se sientan responsables de ella en la
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medida de su trabajo. Como buen jefe, cuida a sus hombres,
incluso, a veces, a pesar de ellos.
Los pilotos comienzan su vida en la Llnea con el trabajo de taller.
Esa experiencia tiene dos objetivos: uno lécnico, conocer los secre­
tos del avión; otro social, fomentar
el compañerismo y la camarade­
ña entre pilotos y mecánicos, porque Daurat quiere un conjunto
integrado por estamentos solidarios
y no por clases antagónicas.
Para todos
es el "señor Daurat" y así figura en la dedicatoria
de
Vol de nuit, en el cual aparece bajo la personalidad de Riviere.
Riviere es el jefe; sus hombres son "cera virgen
que él debía
moldear. Debía darle
un alma a esa materia, crearle una volun­
tad. No creía esclavizarlos con esa dureza, sino lanzarlos fuera de
ellos mismos". A veces decía: "Esos hombres
son felices, porque
aman lo que hacen" (1).
Y a través de esa tarea saborean la eternidad, porque su per­
manencia como grupo está asegurada
por la gran gesta colectiva.
Riviere evoca
una frase: "no se trata de hacerlos eternos" y se
compara con ese jefe incaico que obligó a sus muchedumbres a
construir
un templo sobre la montaña porque tuvo piedad por la
muerte del hombre, pero
no por la muerte individual, sino por la
desaparición de la especie "que borraría el mar de arena". Esas
piedras "que el desierto
no enterraría" (Vol de nult, XIV), serán
mudos testigos de su existencia.
Saint-Exupéry aprueba los severos exámenes de Daurat.
El
noble se viste de obrero, afloja tuercas, hace soldaduras, se ensu­
cia las manos con aceite, asiste a clases
de meteorología en el
fondo de
un hangar helado, aprende a querer la disciplina del
trabajo
y a valorar la tarea de los mecánicos.
Y
un día se gana el derecho de tomar los mandos de un
Brégue~ con su amigo Henri Guillaumet realiza su primer viaje en
la Línea, mientras Daurat los sigue solícito con el pensamiento.
Saint-Exupéry se incorpora a una
nueva caballería; pero sus
adversarios
no son otros caballeros que luchan bajo distintas
(1) ''Vol de nuit", V, en Oeuvres, Ed. Gallimard, Parú;, 1965, pág. 92. En ade­
lante se citarán en el texto los libros incluidos en ésta.
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banderas, sino la lluvia, la niebla, el granizo, la nieve, la tem­
pestad, la tormenta, el viento, la noche, la montaña, el desierto,
el mar. Pero no protesta por el desafio: "no me quejo de las
ráfagas de lluvia.
La magia del oficio me abre un mundo donde
me enfrentaré, antes de dos horas, a los dragones negros y a las
cimas coronadas
de relámpagos azules y allí, cuando venga la
noche,
ya libre, leeré mi camino en los astros" (Terre des hom­
mes, I).
Como buen caballero, la víspera de su primer vuelo al África,
como responsable del correo, vela las armas al lado de Guillau­
met, quien lo había precedido
por aquellos caminos. Allf vuelve
a "encontrar
la antigua paz del Colegio" y recibe una extraña lec­
ción de geografía. Guillaumet le señala detalles "ignorados
por
todos los geógrafos del mundo"; bajo su magisterio, España se
transforma "en
un país de cuento de hadas" y se convierte "en
una amiga". Como colofón, mientras saborean una copa de apor­
to, le infunde ánimo y confianza:
"Las tempestades, la bruma, la
nieve, a veces te molestarán. Piensa entonces
en todos aquellos
que han conocido ésto antes que vos y elite simplemente: lo que
otros han logrado, siempre se puede conseguir" (Terre des hom,
mes, I).
Saint-Exupéry es un partícipe más de una obra grandiosa y
frágil, que gracias a la visión de
Latécoere, a la autoridad de_
Daurat y a las virtudes de sus subordinados, no fracasa. Se extien­
de
por el África, cruza el Atlántico y los Andes.
En 1959, cuarenta años después de batir el record de vuelo
sin escalas, Daurat llega a Buenos
Aires. Es como el labriego que
después del laboreo y de la siembra, de los cuidados, de las
inquietudes por el tiempo y las plagas, observa la cosecha. Es
como el artista que contempla la obra concluida. Por eso viene a
ver el resultado de su tarea,
de tantos esfuerzos, afanes y rigores.
De esa obra
que jalona su triunfo con sacrificios heroicos. Y nos
dice: "quiero ver los frutos
que la comunión de ideas entre pilo­
tos franceses y sudamericanos y la fe
en ideales comunes han
dado a este hemisferio" (2). Y para verlos recorre todos los luga­
res donde estuvo presente la Aeropostal.
(2) La Nad6n, 4-XIl-1959.
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III. ]EAN MllRMoz: EL ADEL\NTADO
Es dificil destacarse entre los pilotos forjados en la "fragua"
de Daurat. Sin embargo, entre todos, hay
uno que abre caminos,
que descubre nuevos horizontes, que desentraña los misterios
encerrados
en las arenas, en las montañas, en la noche y en el
mar;
que ensaya para los demás: es Jean Merrnoz.
Es el. adelantado, porque siempre se encuentra en la var­
guardia.
Es el hombre que se constituye en modelo para sus
camaradas a través de una vida ejemplar, magnánima y genero­
sa,
en la cual brillan una excepcional firmeza y una admirable
perseverancia, que le permiten vencer obstáculos
que parecen
imposibles de superar.
Merrnoz se edifica a
si mismo mediante el esfuerzo cotidiano
que le permite actualizar sus posibilidades vitales, crecer
en "hu­
manidad", pues como señala Saint-Exupéry:
"la verdad para el hom­
bre es lo que hace de él un hombre ... si hubieras objetado a
Merrnoz, mientras
él se zarnbul!fa en la vertiente chilena de los
Andes, con su victoria
en el corazón, que se equivocaba, que la
carta de un comerciante quizá no valla el riesgo de su vida, Merrnoz
se hubiera
reído de vosotros. Su verdad era el hombre que nada
en él cuando atravesaba los Andes" (Terre des hommes, VIII, 3).
Este gran piloto crece
en la fidelidad a su misión, en el cum­
plimiento de su deber,
en la entrega silenciosa a su trabajo, sin
hacer cálculos
ni medir las dificultades. Fuera de ese ámbito se
siente vacío, como lo relata Saint-Exupéry: "recuerdo
una noche
en París donde Merrnoz y yo hablamos festejado con unos ami­
gos no sé qué aniversario, nos encontrábamos ... en el umbral de
un bar, asqueados de haber hablado tanto, de haber bebido
tanto, de sentirnos inútilmente cansados. El cielo comenzaba a
palidecer. Merrnoz me apretó el brazo ... ¿Ves? Es la hora que en
Dakar ... Aquí, ¡qué porquería!" (Terre des hommes, VIII, 2). A esa
hora
en Dakar y en tantos otros aeródromos, arrancados del
sueño como
por un toque de clarín, mecánicos y pilotos alistan
los aviones.
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La enseñanza viva de Mermoz penetra hondo en el espíritu y
en el corazón de Saint-Exupéry, siempre dispuesto a recibir men­
sajes
que elevan al hombre, den sentido a su vida y le permitan
abrirse a los demás. Por eso nos habla de la moral que su amigo
le enseñara, según la cual, los bienes humanos más importantes
están fuera del comercio: la grandeza del oficio es "unir a los
hombres", el lujo verdadero
son "las relaciones humanas"; "tra­
bajando únicamente
por conseguir bienes materiales, no hace­
mos sino construirnos nuestra propia prisión ...
Si busco entre mis
recuerdos los
que me han dejado un sabor duradero, si hago el
balance
de las horas que han valido la pena siempre me encuen­
tro
con aquellas que ninguna fortuna me han procurado. No se
puede comprar la amistad de un Mermoz, de un compañero a
quien las pruebas superadas juntos han ligado a nosotros para
siempre"
(Terre des hommes, II, 1).
Esa moral incluye la humildad y
la solidaridad. En su prácti­
ca cotidiana y
no en su declamación verbosa, Mermoz constitu­
ye
un punto de referencia para los demás; cuando un periodista
le quiere dedicar
un artículo no duda en escribirle: "Perdóneme
no poder acceder a su pedido: seria hacerme una propaganda
inmerecida respecto a todos mis camaradas que realizan cada día
aquello que yo hago personalmente y
no me reconozco con
derecho a ello ... Cumplimos simplemente
un trabajo a veces un
poco más duro que los otros ... No batimos records ... cada día
llevamos el correo hacia
un punto determinado a horas determi­
nadas ... Olvídese de
mí en su artículo para no pensar más que
en la comunidad" (3).
Es por todo eso que, cuando la Compañía Latécoere se funde
en el poderoso grupo económico de Marce! Bouilloux Lafont
para tranformarse
en la Aeropostal y:·pretende volar en América,
se busca para esta tierra
un jefe, capaz de discernir y de ejecutar,
con dotes de mando, que sea obedecido y respetado, Daurat
no
duda: es Mermoz.
(3) .MIGUEL MARcm., Saint-Exupéry, Ed. Emecé, Buenos Aires, 1963, págs.
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BERNARD/NO MONTEJANO
Pero surge la resistencia del elegido, que no quiere un em­
pleo sedentario.
La oficina es una jaula dorada para un hombre
que quiere volar. No irá a América
en esas condiciones. Ante tal
convicción, Daurat deja
una puerta abierta y es designado jefe­
piloto. Tiene
la responsabilidad directiva, pero también puede
determinar sus propios vuelos.
Cuando Mermoz llega a nuestro continente se encuentra con
una tarea ya comenzada. En 1924 el capitán
Roig, enviado por
Latécoere, logra del Brasil, el Uruguay y la Argentina la autoriza­
ción para que la
linea llegue a Buenos Aires. A fines de ese año
desembarcan
en Río de Janeiro los pilotos Hamm y Vachet con tres
· mecánicos. A cargo de Vachet está la observación geográfica de la
región, la compra de terrenos para instalar los aeródromos, la orga­
ruzación del desmonte y la construcción de pistas y hangares.
Mermoz arriba
en noviembre de 1927 y en poco más de dos
afios, sin vacaciones, funda cuatro líneas aéreas. El mismo Daurat
se considera superado, porque en una obra titánica el jefe-piloto
inaugura los vuelos nocturnos y cruza la cordillera de los Andes
eludiendo los picos
de las montañas que superan la altura que
puede alcanzar el avión; como afirma Joseph Keseel: "había
posado las ruedas de sus aparatos
en el Brasil, en la Patagonia,
en Chile, en el Paraguay, en Bolivia, en el Perú. Jamás había falla­
do en una misión; jamás había hecho un vuelo inútil. Partiendo,
distribuye sus reinos a sus amigos: a Étienne le dona el Brasil; a
Reine, el Paraguay; a Guillaumet, la cordillera; a Saint-Exupéry, la
Patagorua ( 4).
Sus compañeros lo llaman Afermoz el grande, y no sólo por
sus dimensiones físicas, sino por su ljemplo moral; el accidente
de Ficarelli es
una muestra de su comportamiento.
Ya Paul Vachet cuenta en su tarea con el valioso auxilio de
pilotos locales: Bernardo Artigau, Leonardo Selvetti, Ricardo
Gross, Vicente Almandos Almonacid y Pedro Ficarelli.
Vachet inaugura el
servicio Buenos Aires-Asunción y luego
deja los mandos a Selvetti
y Ficarelli. Después de un año de
vuelos, el último,
víctima de la niebla al sur de Asunción, sufre
(4) Mermoz, Ed. Gallimard, Parfs, 1938, pág.
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un accidente y muere. Mermoz se entera de la noticia al llegar con
el correo de
Río de Janeiro. No le importan las veinte horas de
vuelo que soporta. Parte para Asunción
en un Laté 26 para buscar
el cadáver de su compañero. Como
el ataud no entra en el avión,
hace colocar
el féretro en la escotilla parado de punta que sobre­
sale del fuselaje casi la mitad hacia
arriba. El regreso es dramático
porque además de la reducción de la velocidad debe soportar
una
tormenta tropical. Pero "su sólido corazón no se melló". Después
de algo más de cuarenta horas sin descansar pudo entregar al afec­
to de sus deudos los despojos del camarada".
IV. SAJNT·Exul'tRY y BuENos AmEs
El 12 de octubre de 1929, Mermoz, Guillaumet y Reine reci­
ben alborozados en el puerto de Buenos Aires a Saint-Exupéry y
lo conducen
al Hotel Majestic.
Al dia siguiente, previa visita a los escritorios de la Aeroposta
en la calle Reconquista, lo llevan al aeródromo de Pacheco
donde Mermoz presenta a las autoridades el nuevo Laté
28.
Después de la ceremonia, de regreso a las oficinas, el joven direc­
tor de la empresa
en la América del Sur, Julien Pranville, frente a
mapas desplegados, informa al recién llegado
de las realizaciones
y
de los proyectos.
Pero todavía Saint-Exupéry
no sabe cuál es su misión en
estas tierras porque Daurat no acostumbra dar explicaciones a
sus subordinados. Sin embargo, ellos saben
que sus órdenes no
so11 arbitrarias, porque se fundan en razones objetivas. Días
después se entera
que es director técnico de la Aeroposta Ar­
gentina.
El viajero tiene veintinueve años y dos valiosas experiencias
asimiladas, el avión y el desierto.
El avión es un instrumento precioso y como el arado, condu­
ce
al hombre a los grandes problemas y nos brinda mejores ense­
ñanzas que cualquier aprendizaje libresco. Por eso1 en la intro­
ducción a Terre des hommes, escribe, "La tierra nos enseña más
ampliamente
sobre nosotros
que todos los libros. Porque ella nos
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resiste. El hombre se descubre cuando se mide con el obstáculo.
Pero, para lograr su objeto, necesita
un instrumento. El campesi­
no,
en su labranza, arranca poco a poco algunos secretos a la
naturaleza y la verdad
que él extrae es universal. Asimismo el
avión, el instrumento
de las líneas aéreas, conduce al hombre a
todos los viejos problemas".
Su oficio le pennite pensar, descubrir el cosmos de la natu­
raleza física e introducirse
en él con inteligencia. Y otra vez se
compara con el labriego: "incluso
si el viaje es feliz, el piloto ...
medita. Semejante
al campesino que da una vuelta por su domi­
nio y que prevé,
por mil signos, la marcha de la primavera, la
amenaza de
la helada, el anuncio de la lluvia, el piloto ... desci­
fra los signos de la nieve, los signos de la bruma, los signos de
la noche apacible. La máquina que al principio parecía apartarlo,
lo somete con mayor rigor aún, a los grandes problemas natura­
les. Solo
en medio del vasto tribunal del cielo tempestuoso, el
piloto disputa su correo a tres divinidades elementales: la mon­
taña, el mar y la
tormenta" (Terre des hommes, D.
Esta tarea también le pennite insertarse en forma orgánica y
servicial
en la comunidad de los hombres mediante una respon­
sabilidad libremente asumida:
"Deblas, al alba, tomar entre tus
brazos las meditaciones de
un pueblo. En tus débiles brazos. Y
llevarlas a través
de mil emboscadas como un tesoro bajo el
capote. Correo precioso te dijeron, correo más precioso
que la
vida. Y
tan frágil. Un error lo convierte en llamas y lo mezcla con
el viento" (CourrJer Sud, l.ª parte, IID.
La segunda gran experiencia es la del desierto. Las tareas rea­
lizadas durante
poco más de un año, como "jefe de campo" en
Cabo Juby, en el Sahara Español, habían ennoblecido y robuste­
cido la magnífica pasta humana de Saint-Exupéry.
En ese tiempo
conquista el desierto,
pero a su vez es seducido por la magia de
sus arenas.
La vida dura, casi monacal, los riesgos, las relaciones
siempre difíciles con los españoles y
con los nativos, todo sirve
para su ascensión.
El desierto le enseña un arte de vivir que le
pennite "emerger de las arenas" (5).
Pero desde su llegada se produce
un desencuentro entre
Saint-Exupéry y Buenos Aires.
El piloto, tan intuitivo y perspicaz
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en otras ocasiones, no sabe descubrir los recatados valores de la
"primogénita ilustre del Plata·.
Como escribe Michel Manoll:
"la inmensa ciudad sin estilo y
sin gracia, con sus calles trazadas
en ángulo recto, dividiéndola
por igual, la pareció lúgubre. Los rascacielos se alzaban entre
casas más modestas, cuyos techos de distinta altura
daban
impresión de desorden. Antoine estaba decepcionado. Esperaba
descubrir un conjunto pintoresco y armonioso, viejas mansiones
de estilo colonial, conventos y campanarios que conservaran el
recuerdo de los virreyes españoles. En su lugar no había ante él
más que un sombrío paisaje urbano, compuesto de chimeneas
de fábricas, multitudes bulliciosas y barcos apiñados
en el puer­
to" (6).
Dias después escribe a su madre, le cuenta su nombramien­
to con cierta tristeza pues prefiere ser piloto; ahora sólo volará
para inspecciones o reconocimientos y concluye con un juicio
apresurado y lapidario respecto a Buenos Aires: "es una ciudad
odiosa, sin encanto, sin recursos, sin nada" (7).
Para colmo se instala en un departamento en la Galería
Guemes,
en plena calle Florida, en un sexto piso de uno de los
edificios entonces más altos
de la ciudad. Y se siente prisione­
ro y solitario,
porque Buenos Aires "es otra especie de desier­
to" (8).
A principios de 1930 le escribe a su amiga Renée de Saussine:
"Detesto la Argentina donde vivo y por encima de todo Buenos
Aires ...
Vivo en un pequeño departamento en un edificio de
quince pisos. . . y una enorme ciudad de hormigón alrededor ...
Desgraciadamente aquí están además los argentinos. Me pregun-
(5) HuoUET JEAN, Saint-Exupdry ou J'enseignement du ddsert, Ed. La Colombe,
París, 1957,
pág. 30.
(6) Saint-Exupéry {Príndpe de Pi/otos}, Ed. Santillana, Madrid, 1963, págs.
90/91. ti) y (8) Lettres a sa mére, Ed. Gallimard, París, 1984, págs. 205 y 206, res-
pectivamente.
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to ¿cómo podrá la primavera abrirse camino a través de esos
millares de metros cúbicos
de hormigón?" (9).
Cuando escribe estas cartas Saint-Exupéry sólo conoce cier­
tos aspectos
de la ciudad porteña: la de ese momento reducida al
ámbito del centro,
una Buenos Aires cuyos vicios se han agrava­
do y que tampoco a nosotros nos gusta. Por eso aconseja a su
madre, buena pintora, que el invierno europeo de 1930 lo pase
en Rabat, "un adorable país", para poder pintar. En cambio, el
nuestro, es un "siniestro país", sin nada interesante digno de ser
mostrado, visto o pintado.
Tal vez luego conoce otra Buenos Aires, refugiada en los
barrios, conservadora
de ciertos valores tradicionales que la
identifican, con historias familiares y casas conocidas, con anti­
guos muros cubiertos por hiedras y jardines floridos donde cada
año brota la primavera sin necesidad de taladrar cortezas de
cemento.
¿Será esa Buenos Aires la que brilla en la noche del piloto,
como un tesoro1 cuando retorna con el correo de Asunción? Es
posible: "Descendiendo de escala en escala, desde Paraguay,
como de
un adorable jardín ... de casas bajas y de aguas lentas,
el avión se deslizaba ... las
pequeñas ciudades de la Argentina,
desgranaban ya,
en la noche, todo su oro, bajo el oro más apa­
gado de las ciudades de estrellas... Buenas Aires ya llenaba el
horizonte
con su fuego encamado y muy pronto brillaría con
todas sus piedras como un fabuloso tesoro" ( Vol de nuit, XIm.
Debe haber cambiado de opinión, porque arregla todo para
que su madre venga a la Argentina, el último mes y medio de su
estadía entre nosotros. Y no sólo la lleva a conocer nuestros cie­
los y el interior, sino que, como escribe Luis Rodríguez Aybar, en
los días en que permanecieron en Buenos Aires "la hizo recorrer
la ciudad desde la Boca hasta Belgrano, algunos de los parques
y de las plazas y parte de la dudad vieja del sector Sud; detenía
su
Citroen y descendían delante de los zaguanes que mostraban
retazos
de patios flanqueados de macetas o emparrados; le mos-
(9) Lettres dejeunesse, Ed. Gallimard, París, 1976, págs. 103/105.
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tró rincones del San Isidro colonial y del Delta" (10). O sea, que
hace lo que haría cualquiera de nosotros para mostrar la Buenos
Aires
que fue y que quiere volver a ser, que se resiste a un pre­
sente multitudinario o inhumano
que la masifica y la degrada,
que la transforma en un amontonamiento gigantesco de hombres
sin rostro, sin sólidos lazos sociales que los vinculen ... otra espe­
cie de desierto, signado
por la soledad urbana, cuya existencia Le
Petit Prince conoce por boca de la serpiente: "con los hombres
también se está solo"
(XVI).
V. SAINT-l!xUPtRY Y IA PAMPA ARGENTINA
Pero la incomprensión del piloto también se extiende a nues­
tra pampa, a esas dilatadas llanuras
en las cuales, en los dfas diá­
fanos, el horizonte
se transforma en una inmensa bandera celes­
te y verde. Esa belleza
no sabe admirarla y poco después de lle­
gar le escribe a su madre
que "no hay campiña en la Argentina.
Nada. No se
puede salir jamás de la ciudad. Fuera de ella sólo
hay campos cuadrados sin árboles,
con una barraca en el centro
y
un molino para agua de hierro. Durante cientos de kilómetros
en avión no se ve más que esto. Imposible pintar. Imposible
pasearse" (11).
Cuando habla de campiña, tal vez piense
en su Provenza
añorada, en sus paisajes, magníficos, pero distintos. Además, en
esa época el avión vuela mucho más bajo que hoy, y los cami­
nos, las vías férreas, los cursos de agua, los pueblos y .caseríos,
sirven de guía; al respecto no dudamos que la tierra de su niñez
ofrece muchos más puntos
de referencia que nuestras pampas o
las áridas mesetas patagónicas.
No es cierto que
no se puede salir jamás de la ciudad; cada
fin de semana largo es en nuestros días una pennanente des­
mentida; multitudes urbanas buscan el contacto con la tierra, con
(10) Y.ida de Antaine de Saint-Exupéry, Ed. Aciar Viera, Buenos Aires, 1981,
pág. 277.
(11)
Lettres á sa mere, Ed. cit., págs. 206, 210 y 211, respectivamente.
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el mar, con las lagunas y los ríos, con el aire puro, soportando
incluso penosos viajes de ida y vuelta;
en 1930 ese contacto era
más fácil y cercano.
Tampoco parece entender a
la estancia argentina que no es
una factoria, un campo cuadrado sin árboles, con una barraca y
un molino, sino lugar de arraigo y tradición, muchas veces son
cascos, cuyas mansiones y parques han sido objeto de obras lite­
rarias y
art!sticas y que constituyen un legítimo orgullo para el
país. Una lenta y paciente recorrida
por la pampa y sus poblacio­
nes le
habria permitido descubrir en ella muclúsirnos "oasis" simi­
lares a esa estanzuela que encuentra cerca de Concordia y a la
cual dedica
un capítulo de Terre des hommes.
A ese oasis, el castillo de San Carlos, llega
por un pequeño
accidente. En busca de pistas de aterrizaje alternativas, desciende
en el campo y entierra una de las ruedas del avión en una viz­
cachera, sin saber que
vivirla un "cuento de hadas".
Desciende del aparato y
se dispone a caminar -algo que no
le agrada-en busca de auxilio, cuando a todo galope aparecen
dos pequeñas amazonas, quienes para que el aviador
no las
entienda critican su impericia ¡en francés!
Avisado del percance
por sus hijas, el padre busca al piloto
en su automóvil. Al final de un camino sinuoso aparece un "cas­
tillo de leyenda", apacible, seguro y protegido como un monas­
terio. Y retornan las infantiles castellanas, habitantes de esa "casa
encantada",
que le recuerda los días lejanos y venturosos de su
niñez, ese "reino" perdido para siempre.
Esas "hadas silenciosas" lo miran de reojo y se preguntan
si
merece ser admitido en ese territorio salvaje que les pertenece y
cuyas fronteras cuidan con recatado celo.
Las "princesitas argentinas" estuvieron presentes en la re­
membranza y
en la preocupación de Saint-Exupéry, que años
después del encuentro
se pregunta: ¿Qué habrá sido de aquellas
dos hadas?
¿Se habrán casado? "Llega el día en que la mujer se
despierta
en la muchacha. . . Entonces un imbécil se presenta. Por
primera vez aquellos
ojos tan agudos se equivocan... Si recita
versos lo creen poeta ...
El hada le concede su corazón, que es
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UNA HISTORIA CON ALAS (SAINT-EXUPÉRY EN LA ARGENTINA)
un jardín salvaje, a él, quien sólo ama los parques cuidados. Y el
imbécil se lleva a la princesa y la convierte
en esclava" (Terre des
hommes,
V).
Hoy podemos responder a la inquietud de Saint-Exupéry
con la seguridad
de las cosas definitivas: eso no sucedió. Las
princesitas argentinas, Suzzane y Edda Fuchs, murieron hace
años, aún jóvenes. Nunca ningún necio las convirtió en esclavas
y hasta su muerte reinaron en "ese jardín salvaje que renace cada
primavera".
VI. EL DESCUBRIMIENTO DE LA ARGENTINA
Pero Saint-Exupéry no sólo descubre la Argentina profunda
en el ambiente encantador del castillo, sino también en sus vue­
los
y en el contacto cotidiano con sus camaradas nativos.
La plimera página de Terre des hommes es un recuerdo vivo
de nuestros cielos: "Tengo siempre ante los ojos la imagen de mi
plimera noche de vuelo en la Argentina, una noche sombria
donde titilaban solas, como estrellas, las escasas luces esparcidas
en la llanura".
"Cada una señalaba,
en ese océano de tinieblas, el milagro de
una conciencia. En aquel hogar
se lefa, se reflexionaba ... Allá se
amaba ... De tanto
en tanto resplandecían en el campo, luces que
reclamaban su alimento. Incluso las más discretas, la del poeta,
la del maestro,
la del carpintero ... Pero entre aquellas estrellas
vivas, ¡cuántas ventanas cerradas, cuántas estrellas apagadas,
cuántos hombres dormidos ... !".
"Debemos tentar reunirnos. Es preciso que ensayemos comu­
nicarnos con aquellas luces que b1illan de tanto en tanto .. .".
Esta página es un testimonio de amor. El piloto, que en
Volde nuit se compara con un pastor de la Patagonia, descubre
entre las sombras de la noche, luces
que brillan como estrellas.
Son los argentinos despiertos, la vigilia de los hombres
con vida
interior. Pero también hay estrellas apagadas, conciencias tene­
brosas y muchos argentinos durmientes, ajenos a las veladas del
espíritu.
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También parece advertir los males producidos por nuestro
individualismo. Debemos rehacer
un tejido social deshecho a
partir de la familia y de las pequeñas comunidades; el avión es
un medio para favorecer los encuentros, para aproximar corazo­
nes tal vez muy distantes en nuestra dilatada geografia, pero pró­
ximos
en el espiritu.
Descubre a la Argentina en sus vuelos más difíciles. Admira
a la Tierra del Fuego y le escribe a su madre:
"El sol se pone a
las diez de la noche cerca del Estrecho de Magallanes. Todo es
verde.
Se ven las ciudades asentadas sobre los prados. Extrañas
ciudades pequeñas de tejados de chapa ondulada ...
El sol deste­
ñfa en el mar. Era adorable" (12).
Se asombra ante la majestad grandiosa de la cordillera de los
Andes: "las nieves invernales ... habfan llevado la paz a esa mole
como los siglos a los castillos muertos"
(Vol de nuit, III).
En una carta a su madre escrita en Buenos Aires le relata su
estadía en Santiago de Chile, "¡qué hermoso país!", y luego vuel­
ve a expresar su fascinación
por la cordillera: "es algo extraordi­
nario.
Me encontraba en ella a 6.500 metros de altitud cuando
nació
una tormenta de nieve. Todos los picos lanzaban nieve
como volcanes y me
pareáa que toda la montaña empezaba a
hervir. Una hermosa montaña con cumbres de 7.200 ¡pobre Mont­
Blanc! y doscientos kilómetros de ancho" (13).
Pero
no sólo se deslumbra ante los paisajes sino que el l.º de
noviembre de 1929 inaugura el ramal
Balúa Blanca-Comodoro
Rivadavia, con escalas
en San Antonio Oeste y Trelew. Desde
Bahfa Blanca hasta Buenos Aires el correo es transportado por
ferrocarril.
La dificultad principal es el clima, pues "la intensidad de los
vientos obliga a los aviones a descender
en las escalas en pica­
da, proa
al viento, graduando el régimen del motor para vencer
su resistencia, hasta casi tocar el suelo" (14).
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(12) Vid. supra, nota 11.
(13)
ltí'd. supra, nota 11.
(14) RoDRfGUEZ AYBAR, op. cit., ed. cit., pág. 2Z'7.
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El 31 de mayo de 1930, Saint-Exupéry lleva al presidente de
la Aeropostal Bouilloux-Lafont para asistir a la inauguración del
segundo tramo del ramal patagónico, obra suya. Entre Comodoro
y
Río Gallegos se establecen tres escalas: Puerto Deseado, San
Julián y Puerto Santa Cruz. Pero
en sus reconocimientos para
objetivos futuros, entonces
no concretados, Saint-Exupéry vuela
hasta
Río Grande, en Tierra del Fuego y hasta Punta Arenas, en
Chile.
Un percance matiza el viaje
de regreso. En el aeródromo de
Comodoro Rivadavia1 al aterrizar, el avión tropieza con un mon­
tículo del terreno y queda con la cola en alto. La solemne figura
del presidente de la Aeropostal, vestido con traje y chaleco, polai­
nas
y cuello palomita, descolgándose desde cinco metros provo­
ca la hilaridad del público. Muy molesto,
el empresario acusa a
Saint-Exupéry de haber cometido
una grave falla de pilotaje.
Pero además, el escritor francés se enamora de nuestra fauna.
Cuenta Emilio Pacini, el decano de los aeronavegantes argenti­
nos,
que atrás del viejo casco de estancia que sirve de base a la
Aeroposta
en Pacheco, Saint-Exupéry instala una especie de zoo­
lógico, donde viven, entre otros animales, un gato montés, un
pingüino, un jabalí domesticado que sigue al piloto como un
perro y hasta un puma, que lleva de regalo a su hermana cuan­
do vuelve a Francia.
Sin embargo, Jo más importante en el descubrimiento de la
Argentina es la diaria convivencia con nuestros pilotos y mecá­
nicos.
En una carta escrita un tiempo después de su retorno a
Francia,
rectiflca en fonna tajante Jo escrito acerca de fa Argen­
tina
y de los argentinos al poco tiempo de su llegada al país. La
misma se encuentra transcrita por uno de sus camaradas, J ean
Dabry, en el artículo titulado: • C'est en Argentine qu 'il a été Je plus
heurellX". La carta la dirige a Rufino Luro Cambaceres y no
requiere glosa alguna: "Mi querido Luro ... Mi partida de vuestro
país y de
la Aeroposta Argentina ... me ha apenado mucho más
de lo que vosotros podéis imaginar. No hay, en mi vida1 ningún
periodo que prefiera a aquel que he vivido con vosotros. . . ¡Qué
recuerdos de
la acción en común' Los viajes al Sud, la construc-
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ción de la Llnea, los vientos de Comodoro, las fatigas, las inquie­
tudes y las alegrías que
he compartido con vosotros".
"Me sentía en la Argentina, como en mi propio país ... y pen­
saba vivir largo tiempo
en medio de vuestra juventud tan gene­
rosa
... Os confío esto porque los años no transcurren en vano ...
hoy no experimento, en cuanto a todas estas cosas más que una
dulce melancolfa".
"Olvido
poco a poco las tristes horas de la partida y recuer­
do sólo aquellas, muy hermosas, que he pasado con todos voso­
tros.
Soy feliz de poder ... escribiros y. agradeceros todo Jo que la
Argentina
me ha dadd' (15).
Paul Webster sostiene que fueron los meses más satisfactorios
de su carrera, explica "su reticencia a revelar estas emociones y
confiesa que cuando un hombre ha amado con locura a una mujer
y quiere olvidarla, es preciso que destruya todos sus retratos.
Es lo
que él hizo con respecto a su estadía
en la Argentina" (16).
VII. IIF.ROISMO EN LAS AGUAS DEL PIA'L
En la madrugada del 10 de mayo de 1930 la tragedia toca el
corazón de la Aeroposta. Una sudestada castiga las riberas del
Plata, las condiciones del tiempo
son pésimas, la visibilidad
nula.
El correó debe salir de Buenos Aires hacia Montevideo
para esperar el arribo del otro que, transportado
por Mermoz,
une por primera vez en vuelo comercial a San Luis de Senegal
con Natal.
El observatorio de Villa Ortúzar, en su parte meteorológico
indica lluvia y bruma.
Sin embargo, el cielo de Buenos Aires, se
despeja
por un momento. Praville consulta con Bouilloux-Lafont
que cree que tiene miedo y se ofrece para ocupar su lugar.
(15) Jcare, París, 1974, núm. 69, pág. 197.
(16)
Salnt-Exup~ry. ll1e et mort du petit prince, Ed. du Felin, Pari.s, 1993,
pág. 132.
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Entonces deciden partir con Elysée Négrin, piloto, René Pru­
neta, mecánico y dos pasajeros que viajan al Brasil: Alberto de
Barros Acosta y Carlos Oliveira.
Apenas el avión gana altura se introduce
en la niebla y
desaparecen de su vista las luces de Buenos Aires y el
1io. No
se sabe cuánto tiempo voló. Pero en un momento determinado
Négrin pretende horadar la bruma y aterrizar. El avión roza las
aguas y los viajeros se encuentran
en medio del río. Hay dos
salvavidas que los hombres
de la Línea entregan a los pasajeros
mieutras ellos se hunden para siempre. Oliveira es el único so­
breviviente.
La desaparición de Fabien, relatada en Vol de nuit, se inspira
en el naufragio de Négrin. Del hecho, Saint-Exupéry toma "las
contingencias del tiempo,
la noche, la orfandad de la tripulación
con
un mundo que les habia sido escamoteado, errando hasta el
fin en busca de un signo de la tierra y los traslada al escenario
de la Patagonia" (17).
Fabien se pierde
en las tinieblas, es incapaz de distinguir el
cielo del mar o de la tierra. Sin embargo, "era
tal su hambre de
luz
que asciende" (Vol de nuit, XV) y empieza a vagar entre las
estrellas; el mundo se reduce a Fabien y su camarada, "semejan­
tes a esos ladrones de ciudades fabulosas, emparedados en la
cámara de los tesoros, de donde
no sabrían salir. Entre pedrerías
heladas, erraban infinitamente ricos, pero condenados" (Vol de
nuit,
XVI).
Mientras consume el resto de combustible, Fabien vuela
desorientado sobre
un mar de nubes; "pero más abajo está la
eternidad. Marcha perdido entre las constelaciones
que habita
solo. Tiene aún el mundo
en sus manos. Aprieta ... el inútil teso­
ro que deberá restituir"
(Vol de nuit, XVITI).
(17) RODRÍGUEZ AYBAR, op. cit, ed. cit., pág. 263.
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VIII. l!N UNA CATEDRAL DE NIEVE
Poco después de la tragedia en el río, el 13 de junio de 1930,
Guillaumet desaparece
en la cordillera.
El avezado piloto es sorprendido por una tempestad de vien­
to y nieve que lo empuja hacia abajo y lo obliga a descender a
través
de más de 3.000 metros de nubes, con el riesgo de estre­
llarse a cada instante contra el flanco de
una montaña. A 3.500
metros de altura reconoce
un espejo de agua debajo suyo: es la
Laguna Diamante, situada
en una especie de embudo. Sobrevuela
el lugar con la esperanza de
una mejoría del tiempo que no se
produce. Agotado el combustible aterriza al borde de la laguna,
pero
por el gran espesor de la nieve el avión capota completa­
mente.
Cuando logra salir, la tempestad lo arroja contra el suelo. Se
arrastra debajo de la carlinga, cava un hoyo en la nieve, se
envuelve
en los sacos postales y espera. Se cuentra solo en pleno
invierno, rodeado
de montañas de 4.000 a 6.000 metros de altu­
ra y sin poder comunicar su posición pues el aparato carece de
radio. Sólo tiene unas bengalas para hacerse ver por los aviones
de rescate.
Como no llega a destino, comienza la inquietud y
en segui­
da, la búsqueda desde Chile y desde Mendoza. Saint-Exupéry
llega desde Buenos Aires y aviones militares sobrevuelan las
posibles rutas sin resultado.
Guillaumet los observa dar vueltas porque el
buen tiempo ha
retomado, alumbra sus bengalas, pero
no es advertido. Su avión,
color aluminio, cubierto de nieve, se confunde con el inhóspito
paisaje.
Entonces decide partir;
en los costados del fuselaje indica su
rumbo y se despide de su mujer. Y comienza esa marcha terrible
que se extiende durante cinco
días y cuatro noches, ese caminar
tenaz que destruye todos los pronósticos sombríos.
Porque desde la desaparición del piloto también para mu­
chos habian muerto las esperanzas. Oficiales chilenos aconsejan
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UNA HISTORIA CON ALAS (SA/NT-EXUPÉRY EN LA ARGENTINA)
a Saint-Exupéry suspender la búsqueda: "es invierno. Vuestro
camarada
si ha sobrevivido a la caída, no ha podido sobrevivir a
la noche; allí arriba cuando pasa sobre el hombre lo transforma
en hielo". Es por eso que a él mismo, cuando vuela muy bajo,
tan bajo que el propio accidentado sabe que es su entrañable
amigo quien lo busca,
no le parece buscarlo, sino "velar su cuer­
po en una catedral de rueve" (Terre des hommes, II, 2).
Pero Guillaumet sin picos ni cuerdas escala montañas, rodea
obstáculos, avanza ensangrentado, cae
y se levanta, sin conce­
derse un minuto de respiro, pues sabe que no se levantarla jamás
de su lecho de
rueve.
Pierde poco a poco sus escasas pertenencias y hasta el ins­
tinto de conservación. Pero
el recuerdo de su mujer, la confian­
za de sus camaradas, lo mueven a seguir. Y se dice: "soy
un puer­
co si no camino". Quiere que aunque sea encuentren su cadáver
para que su mujer pueda cobrar el seguro.
Al fin, en el recodo de un arroyo se dibuja una esperanza. Y
no es un espejismo sino una realidad. Son pastores, no fantas- _
mas, es una familia
que lo lleva a su cabaña y mientras la mujer
cura sus heridas, el marido parte presto a caballo a dar la noticia
a
la policía. ·
Enterado, Saint-Exupéry despega para buscarlo. Después de
una hora y media de vuelo divisa el automóvil que conduce a su
amigo. Aterriza en un prado, corre, se abrazan; es entonces cuan­
do ese hombre al límite de sus fuerzas físicas, con el rostro bar­
budo y arrugado por su calvario reciente, establece con una frase
las jerarquías verdaderas: "Esto que
he hecho, te juro, jamás nin­
guna bestia Jo hubiera hechd' (Terre des hommes, II, 2).
Jean René Lefebvre, el mecánico presente,. quien parte en
busca del correo accidentado, escribe: "esta frase prueba que
para el hombre, la última cosa que muere es la esperanza" (18).
Este es el espíritu legado a nuestros aviadores, pues fueron
hombres "que dejaron
en la Argentina, más allá del recuerdo de
(18) "Au secours de Guillaumet ", en Icare, París, 1974, núm. 71, pág. 49. En
la misma revista, 1984, núm. 108, aparece el relato del propio Herui Guillaumet
en el artículo "Du vendredi 13 au jeudi 19", págs. 25-30.
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sus hazañas, una importante contribución a la formación técnica,
profesional y administratativa de excelentes planteles a los que
supieron transmitit la conciencia del deber y del sacrificio que
ellos habían aprendido,
por sí mismos, en otras latitudes. Fue esa
gran herencia que supieron exhibir desde entonces nuestros pilo­
tos y ttipulantes. Arribar siempre a destino, alcanzar la meta
por
encima de las dificultades".
IX. EL PRINUPITO ENCUENTRA A SU ROSA
Saint-Exupéry nos deja mucho, pero también se lleva mucho
de la Argentina, hasta a su mujer, Consuelo Suncin de Sandoval,
viuda de Enrique Gómez Carrillo, la rosa
de El Priricipito.
Según ella relata se encuentra aquí invitada por el presiden­
te Yrigoyen, "amigo íntimo" de su marido para recibir la pensión
que le corresponde como viuda del cónsul argentino
en París.
Pero estalla la Revolución de Uriburu y la posibilidad del otorga­
miento inmediato del beneficio se esfuma.
Sin embargo, se
queda en Buenos Aires y Benjamín Cre­
mieux le presenta
al aviador1 que la invita a un paseo en avión.
Despegan y Saint-Exupéry le
pide que lo abrace con la amena­
za
de zambullirme en el Río de la Planta. El ruido del motor
decrece y ella aterrorizada
lo besa en la mejilla; entonces el apa­
rato retoma altura.
Se suceden los requerimientos mattimoniales (19), hasta que
en la primavera de 1931 se casan en Agay. No tienen hijos y el
(19) Todo esto es relatado -con lujo de detalles por Consuelo de Saint­
Exupéry en su artículo, "L'ours et l'oiseau des ñes", aparecido en Jcare, 1974,
núm. 71, págs. 23/29. Como la cronista tiene una imaginación muy fértil y no es
muy confiable, sus afirmaciones conviene corroborarlas con algunas biografías
que se han ocupado de ella con -cierto detalle, como la de Webster, ya citada,
quien afirma que Consuelo tiene tendencia a adornar su pasado y por ello todo
"lo que le concierne es confuso y contradictorio" (pág. 146), y la de CURTIS CATE,
Antaine de Saint-Exupéry, Jabourer du cie], Ed. Gras.set, Parí.s, 1973, para quien
"ella parecía abraza¡ todos lo.s elementos y todos lo.s humores. ¿Cambiante? Como
la marea. ¿Caprichosa? Como todas las mujeres. ¿Imprevisible? Eso formaba parte
de .su encanto. ¿Fascinante? Sin ninguna duda" (pág. 213).
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matrimonio conoce dificultades y separaciones. Saint-Exupéry, "el
más adorable y tiránico de los caballeros", segun ella, es bohe­
mio, pródigo y desordenado. Consuelo es agraciada, encantado­
ra, pero también posesiva, complicada, contradictoria, mentirosa,
características que aparecen todas en la flor; según él: "es mi cruz,
cargo con ella
~
Pero se quieren. El Principito un día no advierte que no hay
que discutir con las flores, sino admirarlas y aspirar su aroma,
duda de ella y decide abandonarla: "A.diós, le dijo la flor ... He
sido tonta ... Te pido perdón. Procura ser feliz ... Te quiero ... Pero
has sido tan tonto como yo"
(Le Pettt Prince, IX).
El Principito es demasiado joven y debe aprender a quererla.
Debe crecer desde la infancia, salir de su planeta y entrar
en la
tierra
de los hombres.
Y allí encuentra a su 1naestro, el zorro, que le enseña las cla­
ves del amor maduro:
appri.voíser, crear lazos, para conocer de
verdad; ritos que jalonan en el tiempo esa tarea y responsabili­
dad por todo lo que uno asimila.
Gracias a la elección
El Principito se percata que ha asimila­
do a su rosa y que la rosa lo
ha asimilado a él; puede distinguir­
la de cinco mil rosas vulgares y como expresión de su amor
maduro muere para volver a su planeta y asumir su responsabi­
lidad. Son sus últimas palabras que confía al aviador: "¿sabes? ...
mi flor ... soy responsable. ¡Y es tan débil! Tiene cuatro espinas
insignificantes para protegerse contra el mundo
.. Bien ... Eso es
todo"
(Le Petit Prince, XXVI).
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