Índice de contenidos
Número 389-390
Serie XXXIX
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
El estado «de las autonomías»: profecía cumplida
-
El problema de los derechos humanos
-
Los católicos y el estado democrático
-
El martirio
-
Libertad de enseñanza, ¿para qué?
-
La sociedad para la que se educa y la sociedad que queremos
-
Una historia con alas: Saint Exupéry en la Argentina
-
La metodología de la ciencia expositiva y explicativa del derecho de Vallet de Goytisolo
-
La «agonía del Estado» en el pensamiento de Cruz Martínez Esteruelas
-
-
Información bibliográfica
-
José Antonio Ferrer Benimeli (coord): Masonería y periodismo en la España contemporánea
-
Jean Dumont: Proceso contradictorio a la Inquisición española
-
José Benavides Checa: Prelados placentinos. Notas para sus biografías y para la historia documental de la Santa Iglesia Catedral y ciudad de Plasencia
-
Julio Ponce Alberca y Diego Lagares García: Honor de oficiales. Los tribunales de honor en el ejército de la España contemporánea (siglos XIX y XX)
-
Federico Suárez Verdaguer: Manuel Azaña y la guerra de 1936
-
Ángel Fernández Collado: Obispos de la provincia de Toledo: 1500-2000
-
Giovanni Cantoni: Aspetti in ombra della legge sociale dell'Islam. Per una critica della vulgata «islamicamente corretta»
-
- Verbo
Autores
2000
El martirio
EL MARTIRIO
POR
ALFREDO SÁENZ, S. J.
Podría parecer que el tema del martirio no interese en nues
tro tiempo, sino que es algo
que atañe a épocas anteriores de la
historia. Pero no es asl. Quizás el siglo xx haya sido el siglo que
conoció mayor número de mártires, en Méjico, en España, en
Rusia ... Por lo demás, la disposición al martirio constituye un ele
mento integrante de la existencia cristiana.
La palabra "martirio" es una palabra de origen griego, que
significa "testimonio". Consiguientemente el "mártir" es el "testi
go". Cuando Cristo envió a sus apóstoles a la evangelización el
mundo les
dijo: "Seréis mis testigos (mártires) en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (Act 1.7).
Es decir que Cristo mandó a la Iglesia al martirio.
El martirio se da en el punto de confluencia de un gran amor
y de
un gran odio: el amor de Dios (encarnado en el mártir) y el
odio del mundo (encarnado
en el verdugo). Por eso nunca el
martirio alcanzó una plenitud tan grande como cuando Jesús
murió
en la cruz. Cristo es el Mártir por excelencia y su Martirio
es paradigmático:
por una parte, la causa de su muerte fue su
excesivo amor para con nosotros -amándonos, nos amó hasta
el colmo (cf. Jn 13, 1)-, y por otra, sobre Él recayó el odio satá
nico de todos los siglos.
La cruz es el lugar genético de la Iglesia. Ella nace del cora
zón mártir
de Cristo atravesado por la lanza del soldado. De ese
corazón abierto, brotó agua y sangre, que representan los dos
sacramentos principales, el Bautismo y la Eucaristía, sacramentos
con los cuales se construye y se consolida la Iglesia. Nace, pues,
Verbo, núm. 389-390 (2000), 759-760. 759
Fundaci\363n Speiro
ALFREDO SÁENZ, S. J.
la Iglesia, como fruto de un martirio, nace ella misma mártir,
empapada
en la sangre de su Esposo divino. Cristo Mártir y la
Iglesia Mártir -Esposo y Esposa desposados en bodas de san
gr-están en el origen de todo martirio cristiano.
Decíamos que el martirio
es un elemento constitutivo de la
existencia del cristianismo. Y, por ende, debe estar al alcance de
todos. ¿Cómo nos será posible incluir el martirio
en nuestra vida
cristiana?
Ante todo a través de la palabra. Es lo que los antiguos lla
maban "confesar la
fe". No se trata, por cierto, de estar hablando
siempre de Dios y del mensaje cristiano. Pero a veces se hace
imprescindible hacerlo. No es
fácil, sobre todo en esta época,
donde Dios se ve marginado cada vez más, dar el testimonio de
los libros, cuando la sonrisa burlona o el desdén irónico se dibu
jan
en el rostro de los que nos rodean. A veces resulta realmen
te heroico.
Un segundo nivel de martirio es el de las obras. El testimo
nio del ejemplo es muy importante, a veces más arrebatador que
el de la palabra. Un testimonio mudo pero preñado de elocuen
cia. Obrar
en coherencia con lo que creemos es también muy
dificil
en nuestro tiempo. Siempre Jo· fue, pero hoy más que
nunca, cuando la corrupción invade todas las esferas de la socie
dad y hasta la gente se gloria de obrar en conformidad con Jo
que San Pabld llamó "el espíritu del mundo" (cf. 1 Cor 2, 12).
Queda un tercer nivel de martirio, y es el de la sangre. Gene
ralmente cuando se habla
de martirio se entiende tan sólo este
tipo de martirio,
el sacrificio cruento de la propia vida. Dicha
clase de martirio es el acto principal de la virtud de la fortaleza,
así como
la expresión más ardiente de la caridad, según aquello
que dijo
el Señor: "Nadie ama más que el que da la vida por sus
amigos" (Jn 15,13).
Quizás
no nos sea concedida la gracia del martirio cruento,
como a tantos
de nuestros hermanos en el siglo xx. Pero al
menos estarán siempre a nuestro alcance las dos primeras formas
de martirio: el
de la palabra y el de las obras.
760
Fundaci\363n Speiro
POR
ALFREDO SÁENZ, S. J.
Podría parecer que el tema del martirio no interese en nues
tro tiempo, sino que es algo
que atañe a épocas anteriores de la
historia. Pero no es asl. Quizás el siglo xx haya sido el siglo que
conoció mayor número de mártires, en Méjico, en España, en
Rusia ... Por lo demás, la disposición al martirio constituye un ele
mento integrante de la existencia cristiana.
La palabra "martirio" es una palabra de origen griego, que
significa "testimonio". Consiguientemente el "mártir" es el "testi
go". Cuando Cristo envió a sus apóstoles a la evangelización el
mundo les
dijo: "Seréis mis testigos (mártires) en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (Act 1.7).
Es decir que Cristo mandó a la Iglesia al martirio.
El martirio se da en el punto de confluencia de un gran amor
y de
un gran odio: el amor de Dios (encarnado en el mártir) y el
odio del mundo (encarnado
en el verdugo). Por eso nunca el
martirio alcanzó una plenitud tan grande como cuando Jesús
murió
en la cruz. Cristo es el Mártir por excelencia y su Martirio
es paradigmático:
por una parte, la causa de su muerte fue su
excesivo amor para con nosotros -amándonos, nos amó hasta
el colmo (cf. Jn 13, 1)-, y por otra, sobre Él recayó el odio satá
nico de todos los siglos.
La cruz es el lugar genético de la Iglesia. Ella nace del cora
zón mártir
de Cristo atravesado por la lanza del soldado. De ese
corazón abierto, brotó agua y sangre, que representan los dos
sacramentos principales, el Bautismo y la Eucaristía, sacramentos
con los cuales se construye y se consolida la Iglesia. Nace, pues,
Verbo, núm. 389-390 (2000), 759-760. 759
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ALFREDO SÁENZ, S. J.
la Iglesia, como fruto de un martirio, nace ella misma mártir,
empapada
en la sangre de su Esposo divino. Cristo Mártir y la
Iglesia Mártir -Esposo y Esposa desposados en bodas de san
gr-están en el origen de todo martirio cristiano.
Decíamos que el martirio
es un elemento constitutivo de la
existencia del cristianismo. Y, por ende, debe estar al alcance de
todos. ¿Cómo nos será posible incluir el martirio
en nuestra vida
cristiana?
Ante todo a través de la palabra. Es lo que los antiguos lla
maban "confesar la
fe". No se trata, por cierto, de estar hablando
siempre de Dios y del mensaje cristiano. Pero a veces se hace
imprescindible hacerlo. No es
fácil, sobre todo en esta época,
donde Dios se ve marginado cada vez más, dar el testimonio de
los libros, cuando la sonrisa burlona o el desdén irónico se dibu
jan
en el rostro de los que nos rodean. A veces resulta realmen
te heroico.
Un segundo nivel de martirio es el de las obras. El testimo
nio del ejemplo es muy importante, a veces más arrebatador que
el de la palabra. Un testimonio mudo pero preñado de elocuen
cia. Obrar
en coherencia con lo que creemos es también muy
dificil
en nuestro tiempo. Siempre Jo· fue, pero hoy más que
nunca, cuando la corrupción invade todas las esferas de la socie
dad y hasta la gente se gloria de obrar en conformidad con Jo
que San Pabld llamó "el espíritu del mundo" (cf. 1 Cor 2, 12).
Queda un tercer nivel de martirio, y es el de la sangre. Gene
ralmente cuando se habla
de martirio se entiende tan sólo este
tipo de martirio,
el sacrificio cruento de la propia vida. Dicha
clase de martirio es el acto principal de la virtud de la fortaleza,
así como
la expresión más ardiente de la caridad, según aquello
que dijo
el Señor: "Nadie ama más que el que da la vida por sus
amigos" (Jn 15,13).
Quizás
no nos sea concedida la gracia del martirio cruento,
como a tantos
de nuestros hermanos en el siglo xx. Pero al
menos estarán siempre a nuestro alcance las dos primeras formas
de martirio: el
de la palabra y el de las obras.
760
Fundaci\363n Speiro