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Número 389-390

Serie XXXIX

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Jean Dumont: Proceso contradictorio a la Inquisición española

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
significaba. Aunque algunos de los masones españoles, no todos,
creyesen que
existfa un Gran Arquitecto del Universo. O López
Casimiro sabe
poquísimo o engaña. Tampoco debe extrañarnos,
tras lo dicho,
la siguiente afirmación sobre el mismo Avisador, sin
duda el colmo
de la mala intención contra la secta, "pretendien­
do demostrar
que la masonería era anticatólica". Pues lo era. Sin
necesidad de
que pretendiera demostrarlo El Avisador. Estaba
archidemostrado. Justino Sinova,
que no parece masón, tuvo que publicar una
"Nota del Autor" ante la indignación que produjo en el público
su ponencia,
por otra parte muy antifranquista y nada antimasó­
nica.
La de Ferrer Benimeli es flojísima, intentando probar "la
fobia antimasónica de Franco". López Villa verde y
Valle Calzado
destacan la importante labor socialista y masónica de Rodolfo
Llopis
en Cuenca (1918-1931). De los restantes trabajos no vale la
pena ni hacer mención.
Otro producto más de ese submarino que
es el jesuita Ferrer
Benimeli.
La Historia tiene poco que agradecerle por este libro.
La Masonería, bastante.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOflA
Jean Dumont: PROCESO CONTRADICTORIO
A LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA'"
A la manera, tan española, de los juicios contradictorios para
destacar
un valor o una verdad (así, para conseguir la Laureada
de San Fernando; o
en los antiguos procesos de residencia), el
historiador Jean Dumont:
al que debemos otros importantes
libros sobre España
[El amanecer de los derechos del hombre, y
Lepanto, la historia oculta (1), hoy traducido de la segunda edi-
e) Trad. esp. Ed. Encuentro, con la colaboración de la Fundación Elias de
Tejada, Madrid, 2000, "I/6 págs.
(1) Wd Recensiones en Raztln Española, núm. 91, pág. 249; núm. 103, págs.
244-245.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
ción francesa], nos ofrece este su nuevo trabajo sobre una insti­
tución que a juicio de bastantes pseudohistoriadores es típica y
tópica
en España. Así ironizaba. Menéndez y Pelayo: "•¿Por qué
no había industria en España?,
Por la Inquisición
"¿Por qué somos holgazanes los españoles?"
Por
la Inquisición
"¿Por qué duermen los españoles la siesta?"
Por la Inquisición
(La ciencia española, 1953, pág. 102),,.
A estas preguntas y respuestas, tan absurdas, conducen los
juicios,
no contradictorios, de casi todos los autores (extranjeros
y bastantes españoles)
que dedicaron sus ensayos a un tema tan
manipulado. Desde Voltaire a Henry Kamen, el renegado
Llo­
rente y Américo Castro, hasta, últimamente, los autores de la
Historia de la Inqutsici6n, en España y América -publicado, a
partir de
1984, en Madrid por la BAC Oa Editorial católica, si
señor)--. Todos, o casi todos, imponen su versión de la Inquisi­
ción española como: "Un instrumento político-religioso encami­
nado a imponer la unidad religiosa y a garantizar, bajo el her­
metismo ideológico, el inmovilismo social"
(B. Escandell, en la
Historia ... , de la BAC); es decir, un ejemplo paradigmático de la
unión altar-trono del repudiado nacional-catolicismo español.
Dumont,
en el libro aquí comentado, rebate estos tópicos y
pone de relieve -con documentación novísima-que en un jui­
cio contradictorio resplandece la verdad; no otra sino que la In­
quisición española fue
uno de los testigos y agentes más perspi­
caces de la historia de las costumbres y de las ideas
en Europa
durante tres siglos; y sirvió
en España a una confluencia de cris­
tianos-viejos y conversos pacificada rápidamente y realizada a tra­
vés de una nueva floración cristiana
-esta vez ampliamente con­
verso
de origen--que nacerá a partir de los Reyes Católicos
(1 de noviembre de 1478 Bula Exigit sincerae devottonts) todo el
siglo de Oro español desde el
converso Francisco de Vitoria a la
conversa Teresa de Ávila, a través del gran Calderón de la Barca,
"familiar" del Santo oficio.
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El autor, en la parte primera de su nuevo libro, resume "el
estado de la cuestión: indignación y gritos de horror,
hoy tam­
bién, ante la Inquisición española,
en base a· hechos desfigura­
dos, datos inventados y estadísticas hinchadas. Y
un silencio
espeso contra los pocos investigadores
que defienden la verdad
con hechos ciertos, datos exactos y estadísticas razonadas.
Las fantasías sobre el racismo y e) lucro que, a juicio de los
falsarios de
la historia, fueron "las dos caras del horrible Jano
inquisitorial", las desvanece Dumont,
en la segunda parte de su
trabajo, a la luz de documentos procedentes de los Tribunales
de
Cuentas y de las actas del Santo Oficio, que demuestran que ni
los condenados perdieron sus bienes ni las multas podían sufra­
gar los gastos de la Inquisición (los escasos ingresos de
lá Su­
prema iban a parar a las arcas parroquiales; es decir, al pueblo
llano). Por otro lado, ¡de racismo nada!
La lista de conversos,
sobre todo judíos, que luego alcanzaron altos puestos y se inte­
graron con los cristianos-viejos, _es impresionante. En todos los
campos: religioso (cardenales y obispos), político (consejeros de
reyes), cultural y
artístico (poetas, dramaturgos, pintores). Incluso
hubo Inquisidores Generales que fueron conversos, por sí o por
sus familias CTorquemada, Deza y Sandoval, por ejemplo). Aun
de lado real
había conversos: el propio Fernando el Católico, era
por su madre -una Henñquez-de raza judía. Conversos eran
también Diego de Varela y Fernando de Talavera, consejeros de
Femando e Isabel; y lo era, asimismo, el cronista de este reinado
Pérez del Pulgar.
Nada, pues, de "limpieza de sangre", ni de "exterminación
progresiva" de judíos o moriscos. Los conversos continuaron
en el poder, en las más altas jerarquías religiosas, administrati­
vas, nobiliarias e intelectuales. Supuso
una total derrota del
racismo, sin equivalente en ningún otro país, ni en ninguna
otra época.
Lo que parece ser verdad, nos dice Dumont, es que la Inqui­
sición española fue
una necesidad del orden público. Una oca­
sión mediante la cual los Reyes Católicos cortaron el sangriento
enfrentamiento entre las comunidades de conversos y cristianos­
viejos. Tomaron las cosas
por alto, por lo alto de la fe, porque
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estaban seguros de ser apoyados por los mismos conversos sin­
ceros, hasta el punto de confinarles la dirección del Santo Oficio.
Éste,
por otra parte, fue la representación del pueblo. Los inqui­
sidores eran
una especie de diputados del pueblo; temidos por
algunos, pero queridos y respetados por la masa. "Algo que para
nosotros -ironiza Dumont-, para todos los que nos con­
sideramos demócratas, tiene un valor". No puede olvidarse
aunque lo olviden los
falsarios-que en 1813 fue el pueblo el
que reclamó el restablecimiento de la Inquisición en las Cortes de
Cádiz, calificándolo de "glorioso tribunal".
Mucho más pudiera escribir
en tomo a este brillante ensa­
yo del hispanista francés;
de sus descubrimientos, deducciones
y sugerencias
en torno al tema tan falseado, incluso por auto­
res españoles ignorantes de que, como subrayó Ramiro de
Maeztu
(Defensa de la Hispanidad): "Gran parte del carácter
español se transformó
en lucha contra el fanatismo musulmán
y contra el racismo exclusivista judío:
Al primero le opusimos
la persuasión de la libertad del hombre, de su capacidad de
conversión.
Al segundo, nuestro sentimiento de catolicidad, de
universalidad". En forja de aquél carácter, la Inquisición espa­
ñola dio frutos espléndidos. Mucho antes
de su desaparición,
en el siglo XVIII los antiguos conversos se habían vuelto tan
españoles como los cristianos'viejos. Y España,
en la misma
medida,
una nación de élites racionalmente judeocristianas; sin
problemas a partir de entonces.
La única nación en el mundo
que lo consiguió.
Más todavía. A este proceso contradictorio a la Inquisición
española,
Jean Dumont le aplica un contraste supremo: la que
alcanzaron algunos inquisidores: tales como San Pedro de
Arbués y Santo Toribio
de Mogrovejo; y la de tantos fieles en
aquéllos siglos en los que el Santo Oficio defendió eficazmente
la Fe católica.
En forma de epílogo y de apólogo de su estupendo libro
-muy bien impreso, según costumbre de la Fundación Elías de
Tejada-, el autor cruza dos líneas de conversos que dieron sus
apellidos
-Franco y Baharnonde-al que fue Jefe del Estado
español. Francisco Franco
-no es ocioso recordarlo-- salvó a
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decenas de millares de judíos sefardíes a los que dio de nuevo
nacionalidad española, justo
en el momento -concluye Du­
mont-"en que la Suiza de corazón tan liberal hacía retroceder
de sus fronteras, sin mostrar debilidad, a los judíos súbditos del
Reich, escapados
por un instante de la •solución final·, que logra­
ron llegar a la República helvética".
J. JAVIER NAGORE Y ÁRNOZ
José Benavides Checa: PRELADOS PLACENTINOS.
NOTAS PARA SUS BIOGRAFÍAS Y PARA LA HISTORIA
DOCUMENTAL DE
LA SANTA IGLESIA CATEDRAL Y
CIUDAD DE PLASENCIA
<'>
El que fuera chantre de la catedral placentina, José Bena­
vides, muerto
en 1912, inquieto y andariego eclesiástico, de nota­
bles saberes, que recaló
en Plasencia en los últimos años de su
vida, nos dejó inédito, o parcialmente editado,
un estudio histó­
rico sobre
la ciudad y sus obispos que ahora el Ayuntamiento
acaba de imprimir.
El título de la obra es engañoso y el interés de la misma, limi­
tado.
Engatl.oso porque apenas dice nada de los obispos de Pla­
sencia en cuanto a sus biografías. Datos acerca de ellos, sobre
todo de los medievales y de los de comienzos de la Edad moder­
na, sí aparecen al hablar de monumentos, documentos, privile­
gios, etc., que se citan o transcriben en abundancia.
Libro, pues, que sólo será útil a aquellos que quieran cono­
cer la historia de esa hermosa y antaño importante ciudad, desde
su fundación por Alfonso
VIII, y con carencia casi absoluta de
datos
en lo que se refiere a la Edad contemporánea. Un estudio
introductorio del canónigo archivero, Francisco González Cuesta,
que sigue fundamentalmente, con aportaciones propias, el que
(*) Ayuntamiento de Plasencia, Plasencia, 1999, 462 págs.
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