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Número 403-404

Serie XLI

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Los caminos de la identidad italiana y la investigación histórica

LOS CAMINOS DE LA IDENTIDAD ITALIANA
Y
LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
POR
ÜSCAR SANGUINETTI'''
El camino de la indentidad italiana comienza desde el senti­
miento impalpable pero difuso
de pertenecer a una única entidad
moral que caracteriza a la Italia anterior al
risorgimento. Pero
para redescubrir qué significa ser
italiano, es necesario asomarse
sobre la memoria histórica
de los pueblos de la península y re­
leerla mtegramente, buscando en ellos la verdad, sin omitir tiem­
pos
y realidades desagradables.
Los recientísimos vientos de guerra han relanzado con fuerza
el problema de la nacionalidad, o sea, de la identidad de los pue­
blos
y de la unión entre esta identidad y las raíces religiosas.
e) Osear Sanguinetti (Milán,, 1949), es miembro de Alleanza Cattolica, his­
toriador, director del lstituto Storico dell'Insorgenza e per J'Jdentita Nazionale
QSIIN) y de su revista Annali Jtaliani; autor de diversas obras sobre la resistencia
a la Revolución francesa en la península italiana, como L~ lnsorgenze contro.rlvo­
Juzionari.e in Lombardia (Piacenza, 1996) o JI maggiore Branda de' Lucioni e fa
Massa Cristiana (en colaboración con Marco Albera, Torio, 1999), de los estudios
preliminares a las reediciones de las obras de Lazzari (La sommossa e JI sacco di
Lugo nel 1796, Faenza, 1996) y de Lumbroso (1 moti popalari contra i francesi alía
fine del secolo XVID [1796-18001 Milán, 1997), y de una excelente obra de análisis
historiográfico,
GuidaBibllograflca del11nsorgenza in Lombardia (1796-1814) (en
colaboración con Chiara Barbesino y Paulo Martinucci, Milán, 1999).
El artículo que publicamos, traducido por Francisco Javier de Mendoza y revi­
sado por su autor, apareció, sin notas, en dos entregas, en 11 Corriere del Sud, bajo
los títulos
de L 'JdentittJ. italiana e suoi percorsi (año X, núm. 18, 1-15 de noviem­
bre de 2001) y de Ricerca storica e Jdentita (año X, núm. 21, 16-30 de diciembre
de 2001) (N. R).
Verbo, núm. 403-404 (2002), 231-240. 231
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OSCAR SANGUINETTI
Efectivamente, si miramos la realidad de la Italia de estos
años, se pone de manifiesto que el sentimiento de la italiánidad
se difumina cada vez más y que el vínculo entre sujetos copartí­
cipes de
una misma realidad institucional y política, que no pro­
tagonistas de
una historia común solidariamente sedimentada, ha
ido decreciendo.
Los italianos de hoy por falta de oportunidad o de desafíos
más serios
-no me atrevo a decir que esté claro que tengan que
descubrir las diferencias de nacionalidad como probablemente
las descubrió
mi padre bajo las granadas británicas en África sep­
tentrional
en 1940-, recuerdan que son italianos en el momen­
to de las confrontaciones futbolísticas internacionales
y, aunque
cada día con menor interés, cuando alguno, desde lo alto de la
Colina, se mueve para colocar
una corona de laurel a este o aquel
monumento con ocasión de cualquier evento.
No se
trata de una novedad, es cierto, pero creo que vale la
pena detenerse un momento para tratar de comprender, sin
entrar en detalles, el porqué.
El camino recorrido por la identidad italiana arranca desde el
sentimiento impalpable pero difundido de pertenecer a
una única
entidad moral
que caracteriza a la Italia pre-risorgimentale. Des­
pués de Porta
Pfa se pasa, por el contrario, a una identidad sus­
tancialmente alternativa, secularizada y moderna, elaborada
en
un despacho y sobre bases ideológicas, desarraigadas del dato
natural y del pasado
-la identidad determinada por la heren­
cia-, para ser proyectada hacia un futuro ideal que, con inde­
pendencia de las 1natizaciones, es la democracia, la grandeur
nacional, el socialismo (1). Tal visión presupone obligatoriamen­
te, tanto la alteración de la memoria histórica reciente y menos
reciente, como
la escuela como instrumento de su transmisión al
pueblo.
(1) Me he ocupado con más amplitud de la elaboración de una identidad
mitológica mediante
el uso inadecuado de la historiograria en mi ensayo "Letture
del Risorgimento: una panoramica (1815-2000)" en Mássimo VIGLIONE (Ed.), La
Rlvoluzione italiana. Storia critica del Risorgimento, 11 Minotauro, Roma, 2001,
págs. 379-416.
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La situación en que vive Italia hasta cerca de los comienzos
del primer conflicto mundial ve la contraposi~ión entre dos cul­
turas, la de la Italia "oficial", "progresista" y secularizada, y la de
la Italia de siempre, cuyas raíces se adentran
en la noche de los
siglos. Italia se encuentra
de ilecho dividida, según una feliz
expresión,
en un "país legal" -la minoría que posee el poder
político, cultural y económico-y en un "país real" -las clases
medias y populares, esto es, la mayoría de los italianos de los
campos y ciudades entre quienes está todavía viva
la tradición
religiosa y civil preunitaria (2).
Será necesaria la colosal amalgama puesta
en marcha por la
primera guerra mundial, que moverá masas nunca vistas de ita­
lianos desde su tierra de origen al frente, la mezcolanza de inden­
tidades locales
en las trincheras y en el temple de los combates
-así como la definición de las ideologías modernas a través de
la prensa y
el activismo político entre las masas campesinas y
obreras--, para reducir la brecha entre la clase política liberal­
monárquica salida de la unificación y las masas católicas y so­
cialistas.
Será el fascismo, a través del mito del Piave y de Vittorio
Veneto, el que venga a corroborar más intensamente la imagen
de la Italia surgida del rtsorgimento y a dar el mayor impulso a
la "nacionalización de las masas" italianas. Pero será la guerra
por
ellos desencadenada y perdida, con los horrores de los bombar­
deos y de la guerra civil, y sobre todo
el hundimiento del Estado
el 8 de septiembre de 1943, la que
dé el golpe más duro a esta
concepción de Italia, sustancialmente artificial y
en antítesis con
su pasado.
Italia resurge herida pero
no muerta de las ruinas de la derro­
ta y se levanta de nuevo, poco a poco, no gracias a la monarquía
exiliada, ni al ejército, durante muchos años en una condición de
"menor de edad" y de sospecha,
ni tampoco gracias a las ideolo­
gías risorgimentali
-también vuelven como sirenas desplega-
(2) Ambos términos, en seguida célebres, fueron empleados por vez prime­
ra por el político católico-liberal Stefano ]ACINI (1826-1891); cfr. IDEM, Sulle con­
dlzioni della cosa pubbUca in Italia dopo el 1866, Civelli, Florencia, 1870.
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OSCAR SANCU/NETTI
das-, sino en virtud de sus propias raíces atávicas que ni siquie­
ra
el 8 de septiembre han podido desarraigar: su sentido religio­
so cristiano, la creatividad
de los estamentos sociales emprende­
dores, la laboriosidad de sus clases trabajadoras,
la honestidad de
las costumbres, la calidad de sus escuelas, la firmeza de la insti­
tución matrimonial, la natalidad (3).
Pero también se retoma a la vieja identidad ideológica
-in­
regrada por el nuevo mito cosmético de la resistencia-en la
Italia republicana y de ella parecen olvidarse más o menos todos:
los
que están en la militancia de partido, en el patriotismo de
campanario, como forofos del fútbol,
en los primeros delirios de
la canción y
en los quiz televisivos. La Italia de Porta Pía, del
Piave y de los partisanos, cae cada vez más
en el olvido y su
memoria
poco a poco se apaga: signos tangibles de ello son la
desaparición de las paradas y de los uniformes militares y el tri­
color arrinconado en los trasteros. Sólo después de 1968 se asis­
tirá a
un revival del mito del rtsorgimento paro casi exclusiva­
mente limitado a la última parte, la partisana, utilizada
por los
comunistas para propiciar la aventura de
la "Italia roja" e inter­
nacionalista ( 4).
Al final de los años setenta, la liquidación de la contestación
juvenil abre
-como se dice--amplios campos al olvido y al
pasotismo (5). La mayor parte de los italianos demuestran no
interesarse por la política -olvidando que la política, de otro
lado, se interesa
por ellos ¡y de qué modo!-y ni siquiera se pre-
(3) Sobre la tragedia del s·de septiembre y su denominación como "muene
de la patria", pueden verse observaciones de Ernesto GALU DEI.J..A. LOGGIA, Lamorte
della patria. La crisl dell'idea di nazfone tra Reslstenza, anttfasdsmo e repubblica,
Laterza, Bari-Roma, 1996.
( 4) Un agudo intérprete de la Italia de la segunda postguerra ha sido el
escritor y humorista Giovanni Guareschi (190&-1968) -un inventor de los famo­
sos personajes de "don Camilo" y del alcalde comunista "Pepo ne"-, quizá el
único, que en sus numerosas obras·literarias, expresó los sentimientos y el ethos
de aquella componente ªmoderada" y creyente de la sóciedad, heredera implíci­
ta de los valores de la Italia prerevolucionaria.
(5) Sobre la cuestión, cfr. Giovanni CANroNI, La ªJezione italiana". Premesse,
manovre e rifles.si della polidca di ºcompromesso storico" sulla soglla dell'ltalía
rossa,
Cristianita, Piacenza, 1980, págs. 159-164.
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guntan ¿quién soy?, ¿qué quiere decir ser italiano?, ¿por qué
"tengo que trabajar"?, o ¿por qué en el entreacto del patriotismo
nacional se
ha introducido el patriotismo europeísta o de partido
o simplemente deportivo?: la identidad italiana "convencional"
toca así su punto más bajo.
Después de la caida del muro
en el 89, ni siquiera la provo­
cación objetiva constituida
por la revalorización de las identi­
dades locales
en clave política o cultural, hecha por los legalistas
y los neolegitimistas, llega a reanimar esta forma de identidad,
pero,
es más, le inflige golpes cada vez más duros, ante los que
sólo reacciona algún intelectual -más de izquierdas que de dere­
chas-o algún funcionario del Estado.
Hoy
ha llegado el momento de afrontar el problema de esta
identidad agotada:
un Estado moderno no puede vivir con un
sentimiento de la identidad nacional tan exangüe. El momento
es
tan propicio como obligado. De un lado, no existe ya la pre­
sión de los bloques ideológicos contrapuestos; es más, las mis­
mas ideologías modernas están
en crisis profunda, mientras que
de otro, se imponen siempre más insistentemente las descon­
fianzas del tercer milenio: una guerra, de carácter mundial, en
curso, en la cual debemos alinearnos sabedores que hay que
defender, a través de la lucha al terrorismo islámico, también,
nuestra especificidad nacional; la necesidad
de transmitir a las
jóvenes generaciones los valores por los cuales valga la pena gas­
tar -no necesariamente dar-la propia vida; la construcciónn de
Europa. Pero también, y quizás sobre todo, la necesidad de res­
ponder adecuada y auténticamente a los nuevos huéspedes de
nuestra sociedad que vienen de lugares lejanos y del culturas
muy distintas a la nuestra y que quieren aprender a llegar a ser,
en pocos meses, italianos. ¿Qué _les diremos? ¿Que somos italia­
nos porque se lo debemos a Mazzini y a Garibaldi? ¿Porque segui­
mos la misma liga de fútbol? ¿Porque Italia es la Ferrari y los vinos
de Montalcino? O también ¿porque somos hijos
de la civilización
de Roma y de aquél
unlcum extraordinario constituido por la
civilización cristiana medieval, esto es, la romanidad vivificada
por el cristianismo y por el genio germánico? ¿Porque somos hijos
primogénitos de la Iglesia Católica que
por ello en Italia ha colo-
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OSCAR SANGUINETTI
cado su Santa Sede? ¿Porque•tenemos dos milenios de historia
común, incluidos los siglos
XIX y xx --pero sin ninguna exclusi­
vidad--- plasmados
en el dulce paisaje que tanto aman los ex­
tranjeros' Pero para redescubrir
qué significa ser italianos es necesario
inclinarse sobre
la memoria histórica de los pueblos de la penín­
sula y releerla
en su totalidad, buscando la verdad sin excluir
tiempos y realidades desagradables, evitando repetir molestos
lugares comunes y sin prejuicios ideológicos. Cada cual deberá,
quizás, renunciar a algún elemento de "su" lectura de la historia
italiana, a la cual es más proclive, deberá quizás abdicar un poco
de si mismo para tratar de contribuir hasta donde sea posible
-los limites son las capacidades de la ciencia histórica, no otra
cosa-a una visión común de nuestra memoria histórica. Sólo asi
-sobre todo no contraponiendo en clave polémica los nuevos
descubrimientos históric06 que se unirán a la visión convencio­
nal-se podrán restañar las heridas que históricamente han divi­
dido a los italianos para afrontar con
un nuevo estilo los proble­
mas del terc('r milenio cristiano.
Es necesario, pues, recuperar el sentido de nuestra identidad
de nación, de volver a dar
un significado a la italianidad -pro­
piedad o cualidad de ser italianos-si queremos enfrentarnos
como sujetos y
no como objetos a los desafios que nos esperan
en este comienzo de milenio.
Esta recuperación requiere, prioritariamente, un enérgico tra­
bajo de reconstrucción ---<:asi con los instrumentos y con el espi­
ritu del cirujano no meramente "estético" sino "plástico" -df' una
memoria histórica lo más ampliamente posible compartida y el
abandono simétrico de los prejuicios ideológicos, incluso
en el
campo historiográfico, donde parece que más se resisten a morir.
Para ello, estoy convencido de que la obligación
debe recaer
no sólo sobre los historiadores profesionales, sino sobre una
parte de la sociedad -por decirlo asi-más amplia que debe
contribuir al resultado. Ante todo, se deberá encaminar la bús­
queda hacia las áreas hasta ahora invadidas
por tabúes ideológi­
cos de signo diverso.
Se deberá volver a iluminar con programas
apropiados de investigación y de elaboración historiográfica las
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LOS CAMINOS DE LA IDENTIDAD ITALIANA Y LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
páginas olvidadas de la historia italiana, sobre todo de la edad
contemporánea -o tardo-moderna, según la acepción anglosa­
jona-repasando en particular los ensamblajes críticos, los
momentos
en los cuales la identidad italiana ha estado más cues­
tionada. Aludo, entre tantas páginas escritas
con densas lentes
ideológicas o "suprimidas"
tout a court, al gran momento de las
insurgencias populares antirrevolucionarias de
! entre el siglo dieciocho y diecinueve, verdadero y propio papel
tornasolado de la identidad italiana "profunda"
(6).
Me refiero, también, al Risorgimieiíto, que todavía espera que
sea rota la costra con que lo recubrió la ideología y la necesidad
de
una mitología fundadora del Estado unitario. Aludo, final­
mente
-pero, repito, son sólo algunos aspectos-clave de la his­
toria
italiana-, al periodo fascista y a los dos dramáticos conflic­
tos mundiales. Sobre estas realidades
no se puede decir que una
revisión de perspectiva -gracias al trabajo anticipado de Renzo
de Felice
(7)--no se haya logrado.
De
la Insorgenza, falta, todavía, una descripción que restitu­
ya
una imagen auténtica y completa de ella, pues hoy se aseme­
ja a
un iceberg del que se ve sólo la octava parte, la emergida;
mientras que del Risorgimiento
aún falta una relectura global y
equilibrada que, finalmente, de razones,
no tanto de las razones
de los vencedores y tampoco
per diametrom de los errores sufri­
dos
por los vencidos -lo que también deberla hacerse--sino de
cómo la Italia moderna ha sido construida, con todas sus luces y
sus sombras.
El fascismo y las guerras mundiales, por último, son, quizás,
las realidades de las que más se ha modificado la imagen con­
vencional -que, en el caso del fascismo, era una imagen abier­
tamente
demoníaca-, si bien, en este caso, debido a que se ha
venido recopilando una mole extraordinaria de nuevos docu-
(6) Sobre la Insorgenza italiana, véase, entre otros, Óscar SANGUINETil (Ed.),
Insorgenze antigíacobine in Italia (1796-1799). Saggi. per un bicentenario, Istituto
per la
St:oria delle Insorgenze, Milán, 2001.
(j) Véase, sobre todo, su monumental biograffa de Benito Mus.solíni (1883-
1945)
en siete volúmenes, Einaudi, Turín, 1995.
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OSGAR SANGUINETTI
mentas, gracias a la apertura de los archivos del exterior, que, sin
embargo, todavía exige una elaboración correcta. Y esta reorien­
tación de la investigación histórica debe traducirse en un ade­
cuado número de cursos y
de seminarios y, además, en el traba­
jo que las sutiles indagaciones de las tesis doctorales permiten
realizar y reflejarse
en las publicaciones académicas. Pero .el
camino-clave, el más fundamental, tiene que ser la escuela.
Los nuevos elementos historiográficos deberán abrir brecha
en los planes de formación de los docentes de las escuelas supe­
riores, modificar coherentemente los juicios expresados en la
didáctica, y, además, informar los textos de historia destinados a
los estudiantes. Sólo así, al menos a medio plazo, el "sentido
común" de los italianos vendrá, podrá depurarse de las escorias
sedimentadas
por las ideologías modernas. Nada impide que el
Estado
-en la parte que las auspiciadas reformas liberalizadoras
de la escuela le atribuyan como competencia
suya-pueda y
deba enseñar una historia orientada a la educación cfvica:
pero
el "mito" deberá renovarse y no reducirse tan sólo a una cadena
de opacos lugares comunes
en los que ya nadie cree.
El trabajo del historiador logrará un escaso fruto si no se
desarrolla
en colaboración con otras dos importantísimas fuerzas:
el mundo de los mass media, en todas sus derivaciones, y la polí­
tica, o mejor dicho, más
que la política cultural, aquella esfera
pre-política
en la que maduran las ideas de quién deberá después
legislar. En el mundo de los medios de comunicación será necesario
un trabajo de sensibilización no pequeño, que creo será propi­
ciado más que
por las "ganancias", por los gustos y tendencias de
los lectores, cada vez más ajenos a las brumas ideológicas,
que
por la inspiración de los consagrados al trabajo.
El mundo político estará interesado en la operación por otras
razones. No sólo
en el caso de que tome de nuevo el proceso de
reconstrucción de la República después de las desilusiones de la
pasada legislatura, sino
por las promesas hechas en este sentido
por las fuerzas políticas actualmente en el gobierno. Pero tam­
bién pesa la problemática objetiva de la actual estructura estatal
y la necesidad de responder a los desafíos
de un localismo no
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raramente ideológico y malsano junto al que se sitúa la necesi­
dad de "ir a Europa" y, todavía más apremiante, de integrar en la
comunidad nacional a los "nuevos bárbaros",
en el sentido grie­
go, o bien a los extranjeros, sean extranjeros auténtic9s, o bien
los inmigrantes, o también los "nuevos bárbaros", como licita­
mente se pueden teñir las generaciones de italianos, las cuales, si
bien menos numerosas, se asoman ininterrumpidamente sobre la
escena deseosas de culturización.
Todos estos
desafios politicos -y no son pocos--no podrán
afrontarse sin
un replanteamiento profundo de los elementos fun­
damentales de la nacionalidad italiana.
La nueva república no
podrá fundarse sobre trazos de identidad incompletos y supera­
dos,
que tal vez servían para la primera mitad del siglo XIX, pero
que hoy, francamente, producen risa, ni se realizará persistiendo
en contraponer, frente a frente, soluciones antitéticas, fundadas en
lecturas conflictivas, y en parte falseadas, de la historia italiana.
Tampoco podrá presentarse a los nuevos italianos "naturales"
o "voluntarios"
un rostro de la italianidad con perfiles alterados
por un maquillaje espeso y ya deshecho, o bien descoloridos al
punto de ser prácticamente insignificantes. Para encontrar el
terreno común será n~cesaria previamente, quizás, una asamblea
constituyente, una "convención" -en el sentido de conventlon­
en la que los exponentes culturales -que no coinciden necesa­
riamente
con el intelectual, más o menos "orgánico" -expresión
de las dos áreas políticas que se alternan más o menos fluida­
mente
en el gobierno del país, den vida a un debate serio y sin
prejuicios, que se atenga a los datos de hecho y a las mejores
elaboraciones históricas y vuelva a dar una especie de "patente
de identidad" del sujeto "Italia",
en el cual se reconozcan todas
las fuerzas culturales que
hoy tienen relevancia en la comunidad
italiana. Una patente que sirva como
input para quien deberá
corregir a fondo las leyes fundamentales de la República y para
los formadores. Resulta obvio
que en tal perspectiva cada cual
deberá estar dispuesto a renunciar a "sus" parcelas de historia o
a "sus" lecturas de los hechos
que saldrán redimensionados por
una investigación sistemática seria y por la exigencia primaria del
consenso. Cierto que no será fácil renunciar a auténticos "trozos
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OSCAR SANGUINEITI
del corazón", a los que se ha estado unido·y por los cuales se ha
vivido tal vez años y años, bien particulannente o como miem­
bro de
un partido o seguidor de un pensamiento. ¿Es una visión
demasiado optimista y quizás utópica? Tal vez. Pero para intentar
volver a fundar
ordinariamente una identidad nacional acorde
con los tiempos
no veo otro camino que no sea el intervenir allá
donde se produce y se difunde la cultura nacional -que no con­
siste sólo
en los libros, sobre todo si están empolvados, sino en
el juicio vital sobre si mismos y sobre el mundo-y donde se ali­
menta la politica.
La alternativa -que no deseo ni auspicio-es
una ulterior consumación y quizás una explosión espontánea de
la que resulta dificil entrever sus formas y consecuencias, o bien
la recµperación "forzada" de la identidad impuesta por presiones
extraordinariasy sin duda menos indoloras.
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