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Número 403-404

Serie XLI

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José María Javierre: La aventura de ser hoy sacerdote. Biografía de Rufino Aldabalde

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visión plenaria de un derecho natural que no fue mmca ni pre­
tendió ser
-nos dice citando a Vallet de Goytisolo---un orden
de normas autónomas, separado del derecho positivo, como
un
modelo ideal, sino algo vivo que existía enlazado con el derecho
positivo y que
aun hoy sigue siendo algo operante en cuanto no
se le impida aflorar.
Es de esperar que, tras esta primera aparición en nuestra len­
gua, comience a ser más ampliamente conocido y más justamen­
te valorado
por los estudiosos y lectores cultos hispanos.
MIGUEL AYUSO
José María ]avierre: LA AVENTURA DE SER HOY
SACERDOTE. BIOGRAFÍA DE RUFINO ALDABALDE<'l
Otro producto Javierre. Como todos los suyos. De fácil lectu­
ra y sin el más
mínimo respaldo crítico. Lo que Javierre dice que
dijo don Rufino Aldabalde, o lo que dice que dijeron de él,
hemos de creerlo con fe divina, pues
no hay la más mínima
referencia a un libro, .a una revista, a una página. Y tampoco
sabemos si dice que dijo o dijeron o si se imagina esas palabras.
Eso
no es un libro de historia. Aunque nos aproxime la figura de
don Rufino Aldabalde. Figura realmente singular.
Y como
si quisiera hacer bueno aquello de "a la vejez, virue­
las",
en un absurdo afán de modernismo, además de peculiari­
dades sintácticas, licencias de expresión que tal vez piense le
rejuvenecen:
"ni pajolera idea" (pág. 8); "se armó un putiferio"
(pág.
12); "mala leche" (pág. 227); "cierta coña" (pág. 362); "toma
nísperos" (pág.
504).
También algunos errores como llamar Soldevilla al asesinado
cardenal Soldevila (pág. 103), creer que Miguel de los Santos
Dfaz y Gómara, obispo auxiliar de Zaragoza y residencial de
Osma y Cartagena
y· Administrador Apostólico de Barcelona,
('") Desdée de Brouwer, Bilbao, 1997, 596" págs.
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tenía al de los Santos como primer apellido, pues tal cosa se
deduce de la siguiente expresión, toda ella,
por otra parte, mode­
lo de
buen gusto y de juvenil estilo literario: "Quien metió ... el
báculo
-poda debida reverencia episcopal no escribo "metió la
pata"-fue el obispo Miguel de los Santos" (pág. 504). Nadie se
refiere a
un obispo diciendo que "llegó el obispo Manuel" o "se
equivocó el obispo Antonio".
Se les nombra, salvo en el canon
de la
Misa, por el apellido o por el nombre y el apellido. Que no
tuviera mucha idea, o que no recordara, quién era Dfaz Gómara
nos parece grave
en quien escribe historia de la Iglesia contem­
poránea, pues eso son las vidas de los santos,
de las que Javierre
llena las librerías religiosas
y, peor, que ignore que el Miguel de
los Santos es el nombre de
un excelso santo español. Por último,
otro error grave de Javierre.
Se está ocupando de la diócesis de
Vitoria a la
que pertenecfa Aldabalde. Era vicario general de la
misma en los días de Múgica Urrestarazu, Justo Echeguren y
Aldama
que llegaría a ser, por breve tiempo, ya que murió de
accidente
en 1937, obispo de Oviedo. Pues Javierre empeñado en
hacerlo de Santander (págs. 357, 361 y 387). Y de Santander
llegó, según el clérigo biógrafo, a refugiarse
en el pueblo francés
de Cambó (pág. 387). ¡Qué cosa más extraña! Un obispo que con­
sigue huir del Santander rojo y
que en vez de correr a la España
nacional se queda
en una localidad francesa ... ¿Habremos des­
cubierto a otro Vida! y Barraquer hasta ahora desconocido? Pues,
así como no era obispo de Santander tampoco llegó de Santander
para "refugiarse"
en Cambó. Venia de la España nacional y, sim­
plemente para iomar baños
que le venían bien, o al menos eso
se lo creía, a su salud.
Pues con todos estos antecedentes nuestras reservas al libro, .
voluminoso, son más que notables. Pero, pese a todo esto, y algo
más que se nos habrá pasado, hay que decir que nos presenta a
un sacerdote, desconocido para la inmensa mayoría de los espa­
ñoles que tuvo
un empeño o, mejor dicho, dos: hacerse santo y
hacer santos a sus hermanos sacerdotes.
Nació
en un caserío perdido de Gupúzcoa y era un nifio más
bien bruto. Llegó
al Seminario menor sin saber palabra de caste­
llano y seguía siendo más bien bruto. Hasta que
un dfa deterrni'
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nó ser santo. Y todo cambió. Santo él y santos sus hermanos
sacerdotes. Y renovó la diócesis
en unos días espantosos en los
que los sacerdotes eran fusilados. Absolutamente vasco, nunca se
expresó bien
en castellano, no quiso saber nada de nacionalismo.
Con ser sacerdote le bastaba. Tampoco era españolista. Sólo
sacerdote. Y animó a muchos
que fueran solamente sacerdotes.
Y lo
fue. Y lo fueron. Sacerdotes diocesanos. Santos sacerdotes
diocesanos. Javierre se empeña
en que fue el pionero o el aban­
derado de la dignificación
del clero diocesano. Antes de él, los
buenos, los listos, los santos
eran los religiosos. Y los brutos, los
malos, los seculares.
Es una exageración, Siempre hubo religio­
sos torpes y hasta malvados. Y sacerdotes diocesanos
que eran
eminencias en saberes y virtudes. No nos vamos a extender en lo
que supuso el cabildo catedralicio en las sedes episcopales. Hubo
deanes y arcedianos y arciprestes y chantres y penitenciarios y
doctorales y magistrales y lectorales y simples canónigos que bri­
llaron con luz propia e
intensísima. Y simples sacerdote.s. No es
válida, pue,
la tesis de Javierre. Pero ello no supone desconocer
el esfuerzo de A!dabalde a favor de la dignificación y la santifi­
cación del clero secular de la diócesis de Vitoria, que entonces
comprendía las tres provincias vascongadas.
Para ello organizó unos grupos sacerdotales que cambiaron
el modo de ser sacerdote de muchos, montó
un Instituto secular
cuando éstos aun
no existían que dio también magnífico resulta­
do, inflamó a los seminaristas
en afanes apostólicos, divulgó los
ejercicios espirituales
en las parroquias del obispado y dados por
sacerdotes diocesanos.. . Y todo ello tuberculoso y muriéndose
con cuarenta años. Parece imposible tanto trabajo,
Y además con
malisima suerte, pues todos los obispos con lo
que se tropezó eran malos o 1nalisimos. Todos salvo el de Sala­
manca Barbado, pero a éste sólo
le pudo tratar en su último año
de vida. El resto. Qué desastre: Segura, Gomá, Eijo y Garay,
Múgica, Lauzurica, Ballester, Enciso Viana,
que lo seria algo des­
púes, todos pésimos. Y el nuncio Cicognani también. Y
los jesui­
tas,
que levantaban horribles calumnias contra Aldabalde por
tener la inaudita arrogancia de utilizar los ejercicios espirituales
sin ser hijo de Ignacio de Loyola. Hasta sus curas amigos le ha-
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dan perrerías. Sólo se salva María Camino, su fiel colaboradora
en la fundación de las Misioneras Seculares. Y pocos más.
Bueno, con todas estas salvedades,
el libro nos da a conocer
a
un sacerdote más que notable. Y cómo las páginas son muchas
y la biografía de
don Rufino no da para tanto también a muchos
personajes de la época, Onaindía, Barandiarán, Goico-cheaundía,
Múgica, Lauzurica, Ballester, Ugalde ...
Esperemos que una buena biografía nos muestre pronto, con
más precisión histórica y menos literatura a quien, por lo escrito
por Javierre, parece debió ser un interesantísimo sacerdote.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOl'IA
Miguel Ayuso: DE LA LEY A LA LAY. CINCO
LECCIONES SOBRE LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD'''
En este ensayo el autor, iuspublicista y cultivador de la filo­
sofía práctica, ilustra las transformaciones de la ley
en su tránsito
de la concepción clásica a
la moderna, avistando las consecuen­
cias de esta última y presentando
un proceso que de la crisis del
derecho
por el predominio de la ley ha concluido en la crisis de
la propia ley. En efecto, la concepción clásica de la ley se carac­
teriza por la racionalidad, sin racionalismo alguno, sino por
referencia a la justicia, que en su especie general Oa llamada tam­
bién por ello justicia legal) tiene por pauta el bien común, causa
final de
la ley. La concepción moderna, comienza siendo racio­
nalista, para convertirse pronto
en voluntarista, y se desprende de
cualquier referencia
al orden de. las cosas, enganchándose por
contra al subjetivismo, al constructivismo y al utopismo. De alú
que si, en una primera fase, el legalismo, aun todavía en una ver­
sión dominada por la perspectiva clásica, se afirmase sobre el
exilio del derecho,
en un segundo momento ha sido la propia
ley, ya afirmada
en clave moderna, y precisamente en las fases
(*) Marcial Pons, Madrid, 2001, 80 págs.
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