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Número 403-404

Serie XLI

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Daniel Díez García: Madre Mª Pilar Izquierdo Albero. Fundadora de la obra misionera de Jesús y María

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
P. Danlel Diez García: MADRE M.8 PILAR IZQUIERDO
ALBERO. FUNDADORA DE LA OBRA MISIONERA DE
JESÚS Y MARÍA t•i
El religioso agustino Daniel Diez Garcia, muy vinculado a la
fundadora, escribe esta biografía
de un extraño personaje que fue
beatificado
por Juan Pablo II el 4 de noviembre del pasado año
2001. Confieso que tantas y tan raras enfermedades, tantas visio­
nes, profedas
y curaciones, tantas perrerias co1no le hicieron
sacerdotes, obispos y futuros obispos, además
de las de sus pro­
pias y escasas hijas,
un lenguaje de un infantilismo atosigante,
buscado
de propósito, no me hacen de entrada simpática la figu­
ra
de la nueva beata. Pero quienes sin duda estudiaron más a la
madre Izquierdo apreciaron
en ella méritos más que suficientes
como para proponérnosla como un modelo de vida y no voy yo
a discutir los juicios de la Iglesia. Quizá el biógrafo cargó las tin­
tas
en lo truculento, lo extraordinario y, lo que repele algo, sea
la biografl:a y no la biografiada.
Nosotros nos limitaremos a dar
una breve noticia de esta reli­
giosa y
de su obra para conocimiento de los lectores. Pilar Iz­
quierdo Albero, "Pilarín" o "la Madrecita", como ella gustaba lla­
marse, nació
en Zaragoza el 27 de julio de 1906 y murió en San
Sebastián el
27 de agosto de 1945, cuando apenas había cumpli­
do 39 años. En los que apenas hizo más que sufrir. Ese fue, sin
duda, el camino
de su santificación y la propuesta de su ejemplo
por la Iglesia. Sufrimientos sobre todo fisicos pero también espi­
rituales.
De familia muy humilde, se dedica enseguida al trabajo.
Pero antes, esas historias que suelen contamos de algunos que
ya desde niños
iban para santos. Aquella "ton ti ca", as! le gustaba
llamarse, al igual que "Madrecita", iba mucho a
ver a la Virgen y
como no sabía decirle muchas "cosicas" le rezaba avemarías, se
perdía
en la iglesia y se hacia rosarios con una trenzadera. Un
día, con siete años, en una de sus escapadas al Pilar, se la encon-
(*) 2. ª edición, reformada, Logroño, 1993, 436 págs.
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traron dos monjitas que le regalaron una medalla y le pregunta­
ron si quería ser monja. Aquella pequeñaja les dio una contesta­
ción de lo más normal. Les dijo
que no, porque tenía a su mamá.
Y ante esta respuesta
tan natural y tan sencilla y tan infantil,
aquellas dos religiosas,
que sin duda hablan sido obsequiadas
por Dios con dones preter y sobrenaturales, exclamaron: "¡Qué
alma tan grande!
Hará mucho bien a la humanidad; pero,
¡cuánto tendrá que
sufrir!".
¡Vaya par de imbéciles si ante una sencilla respuesta infantil
dijeron esa ristra de estupideces!
Y, ¿estaba alli el P. Daniel que
lo oyó y lo transcribe? ¿La niña de siete años recordó la frase y la
contaba veinte o treinta años después para impresionar a sus
monjitas y hacerles creer que estaba predestinada a la santidad
desde sus más tiernos años? No tiene sentido.
La Virgen le decfa de qué color tenía que ser su traje de pri­
mera comunión y a Dios le gustaba
que comiera huevos fritos.
Palabra de honor
que el biógrafo nos cuenta estas bobadas en la
página 13. En cambio no sabe cuándo recibió la confirmación,
aunque se preparaba para ella a los diez años. También nos dice
que se la administró el obispo de Huesca "Rvdmo. P. Colón, agus­
tino". Pues, imposible. Porque Mateo Colom y Canals, efectiva­
mente agustino,
no fue obispo de Huesca hasta 1922. En 1926,
cuando trabajaba para ayudar a la economía familiar, se cae de
un tranvía y se fractura la pelvis. Y como todas las enfermedades
de esta joven eran rarísimas, la pelvis
no se curaba por los pro­
cedimientos ordinarios sino milagrosamente el
15 de agosto de
1928,
más de año y medio después. En junio de 1929 le aqueja
otra extraña enfermedad
que la tiene inconsciente durante seis
meses y de la que sale parapléjica y ciega. Con numerosos quis­
tes hidáticos
en cabeza, pulmón y abdomen y casi sorda. De vez
en cuando le quitaban algun quiste, de siete a nueve kilos de
carne,
y seguía la pobre en una buhardilla, siendo un ejemplo de
resignación cristiana y de ofrecimiento a Dios
de sus dolores. A
su alrededor se reunían algunas personas,
que ella llamaba su
"rebañico", que admiraban la
virtud de la enferma, rezaban jun­
tas, al parecer con notable provecho espiritual.
La interrogaban
sobre cuestiones
de. imposible conocimiento y ella contestaba
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con gran acierto sobre si una persona estaba viva o muerta o si
se encontraba alguien en alguna necesidad, enviando entonces a
algunos de los que la acompañaban a socorrer a desconocidos
para ellos y
en direcciones por ellós ignoradas. Crecía, entre
tanto, la fama de santidad de
la enferma que un día anuncia que
en una determinada fecha se iba a curar. Y se curó. Ante toda la
concurrencia que se había congregado para el evento. Con sacer­
dotes incluidos. Eso fue el 8
de diciembre de 1939.
Andando perfectamente, con vista y oído pensó en fundar
una congregación religiosa, a la que se refería como ula camio­
neta". Y marcha a Madrid, seguida por un grupo de jóvenes de
las
que la frecuentaban en su enfermedad. Pronto empieza un
nuevo calvario. El obispo de Madrid, Eijo, retira su autorización
a la congregación. El arzobispo de Zaragoza no reconoce la cura­
ción como milagrosa.
El P. Liborio Portolés, escolapio, que era su
brazo derecho,
se pone contra ella. Eijo se desentiende de una
monja que solamente le creaba problemas y nombra visitador a
Bueno Monreal, futuro arzobispo
de Sevilla, que le tenía declara­
da aversión. García Lahiguera, también futuro arzobispo y enton­
ces sacerdote, la abandona acobardado.
Se ve precisada a aban­
donar la congregación, paso en el que le siguen apenas nueve
monjas. Las contrarias a la fundadora no serian muchas más.
Nuevas enfermedades, quistes, fractura de una pierna, cáncer ...
Je llevan a la muerte en San Sebastián el 27 de agosto de 1945.
Tal como había vaticinado la fundadora, su congregación resur­
gió, acogida
en Logroño por su obispo Fidel García Martlnez
-"como lo tienen por tan raro, no te extrañe que lo que no quie­
ran los demás lo quiera él"-y pronto sus hijas, las fieles de la
primera hora y las que llegaron después de su muerte, promo­
vieron la causa de beatificación. Y como esta monja no se lleva­
ba bien con los obispos, el de San Sebastián, Argaya, pide en el
Vaticano que frenen el proceso.
Al fin triunfó la monja de los
obispos y es ella
la que está en los altares.
Extraño personaje, compleja vida y una
biografia que creo se
me nota
no me ha dejado satisfecho. Como las "ollicas", los
"puchericos" y las "pimienticas".
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOJ 337
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