Índice de contenidos

Número 403-404

Serie XLI

Volver
  • Índice

José María Alba Cereceda

INMEMORIAM
JOSÉ MARÍA ALBA CERECEDA, S.J.
Ha fallecido uno de los últimos jesuitas. Qué pocos queda­
ban con aquel espiritu que Ignacio había querido para su Com­
pañía. Y
uno de los más señeros marchó al encuentro de su
Señor el
11 de enero de 2002, después de una vida llena de tra­
bajos, de méritos, de amor. Siempre pensé que San Ignacio se
debía parecer
al P. Alba. Es lógico que invierta los términos, pues
fue al
P. Alba a quien conocí y no, evidentemente, a San Ignacio.
Seco, enjuto, cetrino, agobiado de empresas y trabajos a mayor
gloria de Dios, exigente, a los ojos de este catolicismo a la carta
que hoy se lleva, sin duda exagerado ... Sí, todo eso. Todo eso
envuelto, adornado, llenado
con una sonrisa especial. Todos los
que le conocisteis_ -y tantos fueron, queridísimos Antonio,
Manolo, Isabel, Jerusalén, Manolo y Ángela ... Tantos ... Tantos ... -
la recordaréis toda
la vida. Cuando estaba a gusto, con aquellos
que amaba ·y que le amaban, a veces sin que supiéramos por
qué, brotaba en su rostro una sonrisa especial, ¿ingenua?, ¿infan­
til?, hermosa ciertamente, yo diría que casi de otro mundo, de un
mundo en el que reinaba Dios, de ese mundo en el que él que-
1fa convertir éste para Dios. La sonrisa del P. Alba. Los que la
hemos gozado
no la olvidaremos nunca.
Pues a
nú me parece que así debía ser San Ignacio. Y, estoy
seguro, que como el
P. Alba debían ser los jesuitas que queria
San Ignacio. ¿Es imaginación núa lo del parecido fisico? Tal vez.
Uno tiende a encumbrar a los
que ama. Pero había también otro
parecido. Físico también.
La sotana del P. Alba. Sí, lo he oído
muchas veces.
Lo que importa es el interior y no lo exterior. El
hábito no hace al monje. Jesucristo no llevaba sotana· ni fajín.
Verbo, núm. 403-404 (2002), 179-185.
179
Fundaci\363n Speiro

INMEMORIAM
Cierto. Pero, desaparece la sotana y se muere la Compafl!a.
¿Casualidad? Tal vez. Sólo señalo la coincidencia.
Estoy utilizando estos días
un Who is who de la Iglesia de
España. Naturalmente,
aún es importante en él la presencia de la
Compaflía. Y absolutamente mayoritaria la presencia de la secu­
larización. Todos con corbata o descorbatados, salvo dos o tres
especímenes
extraflos -el P. Pozo, el P. Valverde y no recuerdo
si alguno más que constituyen una isla en el mar secularizado. El
empecinamiento en ensotanarse de algunos jesuitas -mis queri­
dos
PP. Caballero, Rafael Ceña!, Agustín Arredondo, Parente--no
era añoranza de tiempos pasados y mejores, que también, era
sobre todo protesta ante el suicidio de la Compañía de Jesús. La
sotana del P. Alba. ¿Será una de las últimas que veamos? Tal vez.
Porque habrá sido, también,
uno de los últimos jesuitas que haya­
mos conocido. Porque
no son hijos de Ignacio quienes niegan
dogmas
de la Iglesia, los que desobedecen y menosprecian al
Papa a pesar del cuarto voto, viven aseglarados y se resisten a
una reforma que no es ya conveniente, es imprescindible si se
quiere evitar la muerte de la Compañía.
La sotana del P. Alba. En campamentos, en el Camino de
Santiago,
en toda su vida de constante apostolado. ¿Cómo extra­
ñar
que sus hijos sacerdotes, sus ya numerosos hijos sacerdotes,
paseen con santo orgullo
la sotana por las calles de Barcelona o
por los pueblos de Cuenca? Y hasta por las sierras del Perú.
Qué despropósito. La Compañía de Jesús muriendo por falta
de vocaciones y convencidos jesuitas, excelentes jesuitas, santos
jesuitas -Morales, Melina, Bidagor, Rafael Cena!, Alba ... - lle­
nando de vocaciones otros lugares.
Y, muchos de ellos, con una
evidente impronta ignaciana. Hasta el punto de
que hoy bien
podríamos decir
que los mejores jesuitas, que los verdaderos
jesuitas, están fuera de la Compañía.
José
Maria Alba Cereceda era un santanderino -Vargas,
1924-, que muy joven llegó a Cataluña. Y catalán fue. Catalán
espaflolísimo. Como habían sido siempre los catalanes hasta
que
un extraflo fenómeno, algo superior en el tiempo al vasco, falseó
la historia catalana.
Si hasta la muerte amó a la Compañía igna­
ciana, sin la
que no se podría entender a su persona, su españo-
180
Fundaci\363n Speiro

/NMEMORIAM
lismo, cierto y núlitante, no era contra, sino desde, un entendi­
miento y un amor a Cataluña. El Virolai, el Himno de perseve­
rancia
no eran un añadido folklórico de su gente. Les brotaba de
lo más hondo de su alma catalana. Aquellá triste tarde
en Sent­
menat, aquella hermosa tarde, el canto hizo vibrar,
en catalán, los
pesados muros de la vieja iglesia. Y allí estaba la Cataluña cató­
lica. O lo que queda de ella. No diré nombres, pues
mi lejanía
espacial, que
no en el afecto, hacía que no pudiera reconocer a
quienes, de seguro, merecían ser reconocidos. Pero allí estaban
desde el viejo carlista -mi entrañable amigo de tantas conversa­
ciones
en Congresos de la Ciudad Católica o en el acogedor
museo de su casa, siempre atendidos
por tu encantadora mujer-,
hasta esa institución intelectual y apostólica, que recoge, conser­
va y difunde, desde su persona, el
ímpetu religioso del P. Orlan­
dis. O la memoria histórica de la Obra de los Ejercicios. O los fru­
tos de lo
que sembró Mosén Martiria Brunsó ...
Sentmenat fue aquella tarde el corazón de la Cataluña católi­
ca. Y
allí, en un nicho de su cementerio, quedó guardado el des­
pojo mortal
-la parte principal volóse al cielo-, de uno de sus
últimos testigos. Hablaré de aquella tarde,
de aquella triste y her­
mosa tarde. Pero antes conviene reducir, siquiera a unas líneas,
aunque imposible parezca, la inmensa tarea terrenal de José
Maria Alba Cereceda, sacerdote de Jesucristo, hijo de San Ignacio.
¿Por
qué empezar? Yo lo tengo claro. Por la Unión Seglar.
Cuando todo se
d~smoronaba, él ideó un reducto que mantuvie­
ra la
fe y los ideales. La pusilla grex. Yo incluso llegué a pensar,
desde mi frivolidad,
en aquella perdida aldea de la Galia en la
que unos seres extraños, inasequibles a los cantos de sirena y a
la fuerza del poder, resistían a César y derrotaban a sus legiones.
Nunca llegué a decirselo porque, tan reacio
él a perder el tiem­
po, tal vez
no tuviera una idea muy clara de quién era Asterix. Y
Panoramix le
parecerla un ministro de una falsa religión. Bromas
aparte, la Unión Seglar es, para
nú, el logro genial del P. Alba. De
alú salió todo. Las vocaciones, las revistas, el Colegio, los cená­
culos, los misioneros y las misiones ... Todo. Por pura
bondad del
P. Alba tuve la suerte de vivir, de convivir, la experiencia. Hablé
en cenáculos, celebré aniversarios, conú en esas encantadoras
181
Fundaci\363n Speiro

INMEMORIAM
confratemizaciones en las que lo de menos era la comida, aun­
que supiera tan bien, asistí con profunda emoción compartida a
la imposición de manos sobre nuestros sacerdotes, pasé con mi
mujer y mis hijos ratos inolvidables en La Peraleja -queridos
Antonio y Manolo-y con mi mujer en Cañete -queridos Jesús
y José
Maria-, rezamos juntos, nos sentimos hermanos ... Algu­
nos de mis mejores amigos nacieron en . ese ambiente. Aun
recuerdo, Pilar, aquel abrazo aquella triste tarde. Estabas segura,
estábamos seguros, de cíue así como nos abrazábamos nosotros,
con lágrimas en los ojos, se hablan ya abrazado ellos, en la glo­
ria del Padre, sonrientes,
con la enorme alegria del cielo. Pedro
Bouissy
ya se fue. Y otros más. Recuerdo a los padres de Ángela,
a
una de aquellas dos que yo crefa hermanas pero que no lo
eran, aun vive la más apagad.ita, que me querían tanto que com­
praban mis libros con devoción aunque posiblemente ni los
entendieran. Pues
de ellos es el Reino de los Cielos. De ellos, sin
duda. Ojalá también
pueda serlo de nosotros, por la misericordia
de Dios, aunque tantos méritos hagamos
en contrario. Antonio,
Manolo, todos los Misioneros ...
Qué os voy a decir. Estuve en
vuestras ordenaciones. Besé vuestras manos consagradas. El últi­
mo, Olmos, ordenación
tan deseada por todos y por el Padre,
que aun puedo conocer y celebrar. Los presagios aquel dfa en
Tarancón eran tan negros como la nevada que os esperaba en el
regreso. O, mejor, tan blancos. Como la ni~ve. Como la túnica
inconsútil de Cristo. Como la esperanza del Cielo. Isabel, Jerusa­
lén ...
Qué voy a deciros. Sabéis lo que os quiero. Vuestro fun­
dador se fue a pedir por vosotras, por vuestras vocaciones, por
las Misioneras, al Cielo. Ali! lo vais a tener siempre. Sedle fieles
en la muerte como se lo fuisteis en vida y Dios os lo pagará con
el ciento
por uno.
Familia
Argerich, qué os voy a decir. Si sabéis que sois como
mi familia. Manolo, Ángela, Antonio Maria, futuro sacerdote, si
Dios quiere, del P. Alba, "mi amigo", y el tercero que no me
acuerdo como se llama, Fernando y Reyes, José Femando y
Carmen ... , tantos ... Los que me saludabais y yo disimulaba no
recordaros, los que os reconocía pero no me acordaba de vues­
tros nombres -la edad no perdona-, los amigos de ya tantos
182
Fundaci\363n Speiro

INMEMORIAM
años ... Esa gran familia de la Unión Seglar, cuna de mil niños que
han nacido, de vocaciones, masculinas y femeninas sin cuento,
de hogares cristianos, de hogares amigos ... Esa fue, a mi enten­
der, la gran obra del
P. Alba. La verdadera Opus Del, Obra de
Dios, del
P. Alba. No voy a decir que Él se lo pague. Se lo ha
pagado ya sin duda alguna.
Y como consecuencia de
la Unión Seglar, tantas actividades ...
Los campamentos de verano que os enganchaban a la juventud,
los cenáculos mensuales, la Adoración Nocturna, los Ejercicios
Espirituales, las peregrinaciones, el camino
de Santiago ... Sí, se
puede hacer hoy todo eso. Sólo basta quererlo y encomendárse­
lo a Dios. Que, una vez más, paga con el ciento por uno. En la
tierra como en el cielo. He hablado de matrimonios, familias,
niños ... ¿Cuántas vocaciones
han cuajado gracias al P. Alba? En
estos días de sequía de vocaciones femeninas el
P. Alba ha lle­
nado Carmelos y
ha dado miembros a otras familias religiosas. Y
tengo
que mencionar aquí, porque las encuentro siempre en sus
conmemoraciones y las conocí
por el P. Alba, a las Misioneras de
las Doctrinas
Rurales. Con Lourdes Werner ya se encontró en el
Cielo.
Los Misioneros de Cristo Rey y las Misioneras de Cristo Rey.
Os conozco a todos. Y a todas. Falta aquí. ¡Qué inmensa falta!
Pero pesa allí. ¡Qué irunenso peso! Sed fieles y notaréis, sin duda,
su valimiento.
El ejemplo es contagioso. Y las Uniones Seglares se multipli­
caron. Baleares, Castellón, Pamplona, Madrid ... Todas tienen
en
él ejemplo y acicate. Vi de lejos, en la multitud del funeral, al pre­
sidente de la Balear. Vi en la concelebración y abracé en el
cementerio al factótum de
la navarra y alma de tantas cosas, entre
ellas la revista
Siempre p'alante, José Ignacio Dallo. Los dos sa­
bían demasiado de incomprensiones y miserias humanas ecle­
siásticas. Pero también de afectos y ánimos
en su heroica labor
de resistencia.
Su Colegio de Sentrnenat es, sin duda, su logro más especta­
cular a los ojos del mundo. Entrar allí es como subir
al Tabor.
Todo es hermoso, todo es santo, todo es
fe, todo es esperanza.
De días mejores para Dios y para España. Parecía locura, sin
183
Fundaci\363n Speiro

INMEMORIAM
medios económicos, pero ahí está. Y estará más. Porque las ilu­
siones del
P. Alba son mandato imperativo para sus hijos. Allí
veremos la residencia sacerdotal para sacerdotes ancianos -la
soledad final de monseñor Guerra, de la que fue piadoso Cirineo
o caritativo Samaritano, le tocó los hondones del
alma-y un
centro de la resurrección católica de Cataluña.
Sus queridas revistas
Ave María y Meridiano Católico fueron
instrumentos de evangelización
en las regiones más secularizadas
de España. La Adoración Nocturna, de la que fue incansable pro­
pagador, elevó a Cristo Eucaristía millones
de plegarias de repa­
ración e impetración. Y los Ejercicios Espirituales
-fue jesuita
hasta su muerte-, llevaron a Dios o mannivieron en el amor a
Dios, a miles de catalanes y catalanas. Soy testigo, los he conoci­
do} de numerosas conversiones.
Tenia un especial carisma con la juventud. La enganchaba
con cosas que la
mayorla de los clérigos, sus hermanos, juzgaban
absolutamente periclitadas. Con lo que, lo único que se demos­
traba, era lo equivocados
que estaban sus colegas. Y los engan­
chaba de
un modo tal. Como padres de familias numerosas,
como sacerdotes o religiosos. Irradiando apostolado.
Estoy escribiendo estas líneas para la revista
Verbo, órgano
de la "Ciudad Católica". Y
no puedo, desde ellas, dejar de agra­
decer la
sintonia de pensamiento que siempre nos manifestó.
Nuestros Congresos
en Barcelona se llenaban con la gente del
P. Alba. Y él estaba siempre presente, presidiendo actos religio­
sos o manifestándonos
con su presencia y su cariño la identi­
dad de voluntades y esperanzas en la reconquista de una socie­
dad católica.
Y las estoy escribiendo, con lágrimas
en los ojos, desde mi
afecto personal. Nunca podré agradecerle toda la delicadeza,
todo el cariño, que tantas veces me demostró. A
mí y a mi fami­
lia. Sabía que me quena y estoy seguro de que sabía que le que­
na. Yo, que tantas gracias tengo que dar a Dios por las extraor­
dinarias personas que quiso cruzar
en mi camino, bien puedo
decir que una de las más notables, de las más gratificantes, de las
más extraordinarias, fue José
Maria Alba Cereceda, de la Com­
pañia de Jesús.
184
Fundaci\363n Speiro

INMEMORIAM
En Sentmenat, una hermosa tarde invernal, le despedimos de
este mundo. Primero
en su Colegio de la fnmaculada y, después,
en la iglesia del pueblo para llevarle al cementerio de la locali­
dad.
Los ojos estaban nublados de lágrimas pero el alma vencía
la congoja de la separación. Sabíamos, estábamos seguros, de
que nos esperaba en el Cielo. De que nos · ayudarla desde el
Ciel.o. Nunca la parroquia de Sentmenat acogió tanta gente. No
cabía
un ahna más. Nunca se congregaron en el presbiterio tan­
tos sacerdotes. Y
no era una iglesia de Barcelona, a la que se
podía llegar
en metro o autobús. Había que hacer un viaje. Ante
aquel acto impresionante vinieron a
mi memoria las últimas pala­
bras de
un arliculo que Eugenio Montes escribió con motivo de
la muerte del canciller austriaco Dollfuss, "Murió en olor de mul­
titud, como los héroes. Y
en olor de santidad, como los santos".
Así, en olor de multitudes, en olor de santidad, le dijimos
adiós. Pero
no se notaba su ausencia. Todos sabíamos que esta­
ba con nosotros. Más que nunca con nosotros.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOJ'iA
185
Fundaci\363n Speiro