Índice de contenidos
Número 413-414
Serie XLII
- Textos Pontificios
- Estudios
- Crónicas
-
Información bibliográfica
-
Maurizio di Giovine: Il pensiero tradizionalista nell'opera di Francisco Elías de Tejada
-
José Manuel Cuenca Toribio: Sociología del episcopado español e hispanoamericano (1789-1985)
-
Igino Giordani: Los grandes conversos
-
Álvaro Góngora, Alexandre de la Taille, Gonzalo Vial: Jaime Eyzaguirre en su tiempo
-
José María Martí Bonet y Teresa Montserrat Recoder: Epistolario del Dr. Joaquín Masmitjá
-
Luis Resines: Historia de la catequesis en Castilla y León
-
César Vidal: Enigmas históricos al descubierto
-
Santiago Pérez López: Guadix y su Obispado en la Guerra de Independencia
-
Fernando Hidalgo: «Electra» en Sevilla
-
Autores
2003
Ideología e historia
IDEOLOGÍA E HISTORIA
POR
EsTANISLAO CANTERO
Saber quienes somos exige tener clara conciencia de dónde
venimos, de quiénes han sido nuestros padres y nuestros abue
los, nuestros antepasados próximos y remotos; cuáles han sido
sus ideales y esperanzas, sus esfuerzos y debilidades, sus gestas
con sus victorias y derrotas, sus éxitos y fracasos y, también, sus
aciertos y sus errores. Un pueblo no se define sólo por su pre
sente, ni por sus aspiraciones futuras, sino también, quiérase o
no,
por su pasado. La herencia recibida, tanto si es aceptada
como rechazada, nos marca, desde luego, en relación a quienes
nos precedieron, pero, asimismo, respecto a nosotros mismos y
a los demás que tienen otra herencia. Y esa necesidad de vin
culación
se hace más patente, exigente y necesaria en momen
tos de crisis. Cuando la identidad nacional se resquebraja, se
olvida, se desconoce, o se tergiversa, y por tanto, se cuestiona,
es preciso remontar el curso de la historia, que nos ayudará a
descifrar
cómo hemos llegado a ser lo que somos.
Influye
en nosotros, no sólo la realidad del pasado, sino tam
bién y sobre todo, el conocimiento· que tenemos de ese pasado,
es decir, la respectiva creencia que poseemos acerca de nuestra
historia. Por eso, no es menos importante que el conocimiento
correcto
de nuestra historia, la difusión que alcanza ese conoci
miento (1). ¿Sabemos los españoles lo que somos? ¿Y cómo nos
sentimos? ¿No se nos incita a ser -y especialmente a la juventud,
sobre todo desde las aulas, pero también en discursos de toda
índole-, tan sólo, andaluces, vascos, gallegos, catalanes o, inclu
so, madrileños? ¿Pero españoles?
La conciencia del ser de España
entre los
españoles ¿no estará en trance de desaparición? Y don
de se enseña, ¿qué se dice que es España?
(1) Asi lo ha seña.lado recientemente para Italia, ante la crisis de identidad italiana, Osear SANGUINETTI, ·Los caminos de la identidad italiana y la investigación his-
tórica,,, Verbo, núm. 403-404, marzo-abril 2002, págs. 231-240.
Verbo, núm. 413-414 (2003), 275-286. 275
Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
Así, el estudio de la historia y las investigaciones históricas,
que con sus resultados, cada vez más aproximativos a la reali
dad que existió, permiten delimitar de modo cada vez más
correcto la
verdad histórica -lo que aconteció y sus motivacio
nes-, también, indirectamente, pueden contribuir a recuperar una
memoria histórica perdida y acotar la identidad nacional.
La proximidad de los acontecimientos vividos sujeta, en
mayor o menor grado, a sus protagonistas, a justificaciones e
intereses; quienes
han escrito la historia de los sucesos que han
vivido, aunque sin ser sus protagonistas, no son sino sus testi
gos; y la proximidad
de los acontecimientos impide, con fre
cuencia, situarse
por encima de ellos, sobre todo si el aconteci
miento histórico
aún tiene capacidad de actuación sobre la
realidad social: los prejuicios, las fobias o las simpatías
son cau
sa
de distorsión, incluso inconsciente, de la historia.
Por eso, escribir la historia, además
de espíritu critico y cier
ta lejanía temporal respecto a los acontecimientos, exige, sobre
todo, tanto
una disposición de la voluntad para prescindir de
todo tipo de apriorismos y partidismos para no introducir esque
mas teóricos o conceptos condicionantes dogmáticos, inapropia
dos para el tema estudiado, como una apertura de la inteligen
cia para aceptar la verdades
que muestran las fuentes, sin
ocultaciones o tergiversaciones, sin anacronismos conceptuales o
interpretativos
que hacen ininteligible la historia; también preci
sa
no considerarla •acabada· o ·definida para siempre•, sobre
todo cuando, desde los mismos acontecimientos, surge algo dife
rente a la historia •oficial· impuesta o a la ·vulgata• recibida,
que
las cuestionan desde sus fuentes y desde sus comienzos (2).
Así, la labor del historiador es incompatible con la ideología;
ésta distorsiona la realidad
que contempla para hacerla encajar,
bien
en su esquema mental, bien en sus bases metodológicas
-que de instrumento de investigación para alcanzar la verdad se
transmuta
en fin que la investigación debe corroborar-, ademos
trando~,
así, su validez, bien en sus propias aspiraciones sociales
o políticas actuales
para que éstas sean confumadas por la his
toria, encontrando
en ella «precedentes" o aleyes~ que aseguran
tal desarrollo.
Así, un ejemplo de lo primero lo tendríamos con
la lucha de clases como ley de la historia; de lo segundo con el
método dialéctico,
que de aplicarse en su pureza no demuestra
cosa diferente
de la aplicación del propio método; y de lo ter
cero, con el socialismo, el comunismo, el estado democrático de
Derecho o la sociedad democrática avanzada, como la única, por
(2) Sobre la historia, su finalidad, sus presupuestos y sus obstáculos, Federico
SuAREz, La historia y el método de investigación bistárica, Rialp, Madrid, 2.ª ed., 1987.
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IDEOLOGÍA E HISTORIA
más excelsa, sociedad que cabe implantar o como estadio final
de la historia (3).
Entiéndase bien, no significa que el historiador carezca de
cosmovisión, que no tenga religión o preferencias políticas, etc.
Tal pretensión
seria absurda e imposible; de lo que se trata es
de que admita y esté convencido de la posibilidad de la verdad
histórica, lo
que no es obstáculo para que en muchas cuestiones
-tanto en los hechos como, sobre todo, en sus motivaciones-,
tal verdad será aproximativa y perfeccionable,
por ser de suyo
revisable a la luz del descubrimiento
de nuevas fuentes o de
nuevos razonamientos. Esa admisión presupone y se fundamen
ta
en una teoria general del conocimiento que admita la verdad
y la posibilidad
de su hallazgo, siempre conscientes, especial
mente respecto a contornos o matices,
de su provisionalidad,
que no puede confundirse con la relatividad de la verdad des
cubierta,
pues se trata de una cuestión de grado de certeza del
conocimiento.
Ideología
y verdad, ideología y ciencia -pues la ciencia nece
sariamente
supone la verdad que trata de descubrir-, son, pues,
términos contradictorios. En efecto, la ideología
presupone una
idea o un sistema de ideas que, al menos en su núcleo esencial,
no van a resultar alteradas por el conocimiento de la realidad;
al mismo tiempo,
su finalidad es la justificación de una situación
político-social o la transformación
de la sociedad; entraña, como
consecuencia, la descalificación y el rechazo de las siru.aciones
reales que desaprueba; se basa en un sistema de ideas que care
ce de correlato real, predominando la idea sobre la realidad que
es desplazada por aquélla. Al impedir la conformidad de los con
ceptos
con las cosas, desplaza a la verdad cuyo descubrimiento
resulta,
por ello, imposible. El sistema y las ideas se superponen
a la realidad, distorsionándola o, incluso, eliminándola.
La ideología supone una defectuosa y, por ello, falsa, teoría
del conocimiento. En la investigación histórica, si
la aproxima
ción a la historia
se realiza desde presupuestos ideológicos, la
vicia radicalmente; si la ideología aparece
con posterioridad a la
investigación, ésta resulta modificada
en una falsificación clamo
rosa. Esto afecta incluso a personalidades reputadas sabias
en su
momento. Un ejemplo típico es el de Michelet 0798-1874). Este
genio
de la llteratura, según ha sido calificado por una vehe
mente apologética
--<:uando ya había emprendido su particular
(3) Un ejemplo, entre otros muchos, el de la Historia subversiva, propuesto por
el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto en 1990, cfr. José Fermín GARRAIDA .ARI2CUN, ,Ciencia histórica: Investigación y didáctica·, Verbo,
núms. 295-296, mayo-junio-julio 1991, págs. 719-m, especialmente 736 y sigs.
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ESTANISLAO CANTERO
•santa cruzada• contra la religión católica y la Iglesia ( 4) y ya se
babia erigido en •justiciero de la historia-, al preparar una nue
va edición de la Histoire de France au Moyen Áge, sin rubor
alguno, le indicará a su yerno que había que •purgar la obra·
-de
la profunda simpatía hacia la espiritualidad medieval plas
mada en la versión primitiva•. Alfred Dumesnil torna buena nota
del encargo y resume la cuestión:
"Poner de relieve todo lo que
es revolucionario, contra el cristianismo y el principio monár
quico·
(5).
( 4) Un retrato de la probidad intelectual, histórica y moral, de este profesor que
había desempañado la Cátedra de Historia y Moral en el Colegio de Francia, nos la
da su correspondencia con Hugo. Con motivo de la public.ación de Los miserables,
y según testimonio de Goncourt, habia dicho: ,¡Ah! ¡He envejecido! ¡Ha habido dos
cosas este
año que me han hecho mucho mal! ¡Primero, la muerte de mi hijo; des
pués, la novela de Hugo! ¿Por qué? ¡Muestra
un obispo estimable y un convento
interesante! Hay
que ser como Voltaire: ¡un enemigo de vuestras ideas, de vuestros
principios, hay que describirlo siempre como un miserable, como un bribón, como
un pederasta!, (En Victor HUGO, Les m'isérables, edición con prólogo y comentarios
de Arnaud !.ASTER, Pocket, Paris, 1998, vol. III, documento 17.º, pág. 350). Antes, con motivo de la publicación de Contemplations, le babia escrito que
suprimiera unos versos porque el cristianismo
,es el enemigo•. En carta del 4 de
mayo
de 1856, Michelet le dice a Hugo: ,Este volumen nos inquieta.. Es terrible
exhumar de ese
modo el pasado. El mundo, querido señor, el mundo que nutrís
con vuestra obra os pide que penséis en él•. ,Creo que os rogarla, también, que le sacrificaseis algunas líneas, los seis ver
sos del crucifijo,.
,( ... ) Yo moriré en la fe que imprinú en 1847 en el primer volumen de mi
Révoluticm. El cristianismo y la Revolución son como ángulos salientes y entrantes,
simétricamente opuestos, si
no enemigos. Cuando el cristianismo abandone el esta.
do de vampiro (ni muerto ni vivo), sino como un honrado muerto, apacible y tum
bado, conio la India, Egipto o Roma, entonces, sólo entonces, defenderemos todo
lo
que sea defendible•. •Mientras tanto, no. Es el enemigo-, cit. por Roland BARTHES (Micbelet, Éditions
du Seuil, 2.ª ed., París, 1988 pág. 61, que lo toma de Jean-Marie CA:Rrúi, Michelet et
son temps, Perrin, París, 1926, pág. 55).
(5) Paul
VIAIJ.ANE!X, Micbelet, les travaux et les jours (1798-1874), Gallimard,
Fans, 1998, págs. 264, 438, 445 y 446. Un análisis de las modificaciones de las ediciones de 1852 y 1861 verificadas
con la original de 1833, respecto a
la religión católic.a y la Iglesia, encamación de
la libertad y auténtica comunión con el pueblo, -eliminando todo aquello que pudie
ra parecer,
por el fervor del tono y de la imaginación, que ponía la Edad Media
católica como
modelo,., y suprimiendo sus primitivos elogios a la teología de la gracia, en Paul BfNICHou, Le temps des prophetes. Doctrines de l'tige romantique (1977),
Gallimard, París, 2001,
págs. 519-523 y 531-532, cit. pág. 522. También de la pri
mitiva edición de su
Revolución francesa ,expurgó lo que todavía parecía indulgente
con el cristianismo, (pág. 536). Las modific.aciones no estaban motivadas, en modo alguno, por nuevos cono
cimientos históricos, que,
aunque érroneos, las justificarian, sino por su odio a la
religión y a la Iglesia y a sus sacerdotes, que constituían un rival poderosi.simo a
su pretensión de ser el
pontífice· de una nueva religión -la de la deificación de la
humanidad, en la que la fraternidad y la justicia serían sus principios-, que requeM
ría la destrucción del cristianismo (cfr. P. BÉNICHOU, op. cit., págs. 532 y sigs.).
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IDEOLOGÍA E HISTORIA
Uno de los casos más famosos de la incompatibilidad entre
ideología
y ciencia, con consecuencias prácticas desastrosas, fue
el del •científico• y
·biólogo-comunista Lyssenko, sabio oficial
mente entronizado
por el partido comunista soviético y jaleado
como egregio investigador
por los comunistas de acá, que no
tenían la fortuna de vivir en el paraíso de allá. Su antimendelis
mo,
su rechazo de la genética, considerándola una ciencia bur
guesa a la
que oponía la ciencia proletaria, es decir, sus prejui
cios ideológicos, obedecía a
que tales descubrimientos eran
contrarios al materialismo dialéctico; es decir,
no era ~cien(tfico»
admitir que Engels estuviera equivocado. Los desastres agrícolas
reiterados y el hambre del
pueblo ruso durante muchos años
fueron las consecuencias
de la ceguera ideológica (6). Hoy ideo
logía
y ciencia, se enfrentan, por ejemplo, en las cuestiones rela
cionadas
con lo que se denomina bioética.
También ideología e historia, es decir, conocimiento científi
co del pasado, son incompatibles. En la investigación histórica la
ideología conduce, tanto a la potenciación
de cuestiones que
confirmen o resulten acordes con la ideología del historiador -en
perjuicio y detrimento de otros problemas que la desmentirían o
pondrían
en peligro--, como a la justificación de una situación
social o política actual o a
su prefiguración y anticipación o,
incluso, al cambio futuro, social o político,
que esa ideología
pretende.
La ideología presupone la conclusión, y ·fuerza• la
investigación para
que quede ·demostrada· (7).
De ahí que la historia, una vez alcanzado un cierto grado de
conocimiento amplio y profundo, ofrezca pocas variaciones en
su núcleo esencial; por el contrario, existen tantas «historias~ dife
rentes
como ideologías, partidismos o intereses, conforme a los
cuales
se han escrito, siempre ajenas a lo puramente científico,
es decir
al conocimiento demostrable; y es que la historia no se
fabrica sino
que se descubre. En otro caso tendremos leyenda
-ya sea negra o rosa-, ficción, mito o propaganda, conjunta o
separadamente,
pero nunca historia. Podremos fabricar leyendas
o intentar construir mitos,
pero falsearemos la historia. Así, toda
vía pervive, desde mediados del siglo
XVI, la leyenda negra
antiespañola, periódicamente revitalizada (8), últimamente con
(6) Cfr. J. MEDYEDEV, Grandeur et chute de Lyssenko (prólogo de J. Monod), Gallimard, Paris, 1970. .
(j) Cfr. E. CANn:Ro, ·Una interpretación falsa de la Iglesia en la España del siglo XIX•, Verbo, núms. 197-198, julio-agosto-septiembre 1981, págs. 895-912.
(8) Cfr. Julián JunERíAs, La leyenda negra. &tudios acerca del concepto de
España en el extranjero, (1914), Editora Nacional, ( •Preliminares-de José María de Areilza), 16.• ed., Madrid, 1974; Philip Wayne PoWEIJ., Árbol de odio, Iris de Paz,
Madrid,
1991; Ricardo GARcíA CARCEL, I.a leyenda negra. HiStorta y opinión, Alianza
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ESTANISLAO CANTERO
motivo de la celebración del quinto centenario del descubri
miento
(9).
La distorsión ideológica es gravemente perjudicial respecto al
qué de la historia, aunque donde normalmente se verifica la
metamorfosis, no es tanto en la falsificación de los hechos, cuan
to en su ocultación o en su minimización pasando sobre ellos
como sobre ascuas, o considerándolos irrelevantes cuando no lo
son;
por ejemplo, es desinformador, decir simplemente que
Calvo Sotelo, Maeztu y Pradera •morirán al principio de la gue
rra• civil española (10),
cuando los tres no murieron simplemen
te, sino
que fueron asesinados; y lo fueron por representantes
legales
de un Gobierno que deáa de sí mismo que era legítimo,
o
con su complicidad.
Sin embargo, los efectos nocivos
de la ideología en la histo
ria se acrecientan
cuando se trata del porqué de la historia. Al
indagar y mostrar las razones de los hechos, la ideología no sólo
aparece
en la explicación o en la interpretación, sino que inclu
so los hechos verdaderos, ciertos, se acomodan a la interpreta
ción para ser compatibles
con la ideología, o simplemente, para
dar razón
de ella, para justificarla. Así, en ocasiones sabremos lo
que ocurrió, pero desconoceremos por qué sucedieron tales
hechos o
se les atribuirán causas o consecuencias erróneas al ser
engañados
por la ideologia.
Así, con la ideología o con la admisión de métodos cuya pre
tendida aptitud
depende del respeto de la ideología de la que
proceden -especialmente la idealista y la marxista-, la historia
deja
de ser conocimiento del pasado que fue, para convertirse,
más
que en recreación del pasado, en auténtica creación de un
pasado que nunca existió, en orden a la configuración del pre
sente y del futuro. Así, el presente o el futuro deseado, encon
trarán
en esa forma de escribir la historia, razones y argumentos
que los avalen, es decir, un principio de legitimidad, que aun
que inmanente, se pretende ancestral, probado y eficaz.
Entiéndase bien,
no -se rechaza que el conocimiento histórico
tenga proyección hacia la actualidad, e, incluso, hacia el futuro;
todo lo contrario,
pues la consecuencia práctica de la historia es
descubrir los aciertos y equivocaciones que tuvieron nuestros
antepasados, para intentar evitar errores similares o descubrir
Universidad, Madrid, 1992; también es útil, Carmen IGLESIAS, ,España desde fuera•, en VV. AA:, España. Rejlextones sobre el ser de Espa.ña, Real Academia de la Historia,
Madrid, 1997, págs. 377-428.
(9) Entre
otras obras, Antonio CAPoNNETTo, Hispanidad y leyendas negras. La
teología
de la liberación y la historia de América, Cruzamante, Buenos Aires, 1989.
(10) Raúl MORODO, Los orígenes ideológicos del franquísmo: Acción Espa.ñola,
Alianza Universidad, Madrid, 1985, pág. 59.
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IDEOLOGÍA E HISTORIA
soluciones ya probadas con éxito y así, procurar mejorar el pre
sente e intentar asegurar o prever un futuro próximo mejor: tal
es en definitiva la consideración de la historia como magistra
vitae (11). Pero ese aspecto práctico no puede ser más que con
secuencia de la verdad histórica, que constituye el verdadero
objeto del historiador. Nada
puede haber preconcebido ni nada
hay que probar por anticipado. La elaboración histórica con pre
supuestos ideológicos la incapacita para ser maestra de la vida,
pues al hacerla decir lo que no fue, es imposible descubrir acier
tos y errores, y, por tanto, es inútil, cuando no contraproducen
te,
como maestra, además· de falsa en cuanto conocimiento. Con
todo, no hay que confundir la ideología aplicada a la Historia
con el conocimiento defectuoso o con la ignorancia (12).
Por otra parte, aunque el objeto del historiador sean los
hechos pasados con suficiente relevancia para una comunidad o
para la humanidad entera, intentando delimitarlos de modo que
expresen la verdad de lo ocurrido, la finalidad de la historia no
puede limitarse a un mero ejercicio intelectual, al puro conoci
miento de lo que pasó. De ser asi, no pasarla de ser un mero
entretenimiento tanto para el historiador como para el lector,
aunque el respectivo disfrute sea de naturaleza diferente. En cier
to modo,
constituiría un conocimiento inútil. Además de saber lo
que pasó, hay que saber
por qué ocurrió; y hay que saber, tam
bién, si lo que ocurrió fue no sólo útil o perjudicial, sino, ade
más, bueno o malo. Es decir, para que la historia cumpla su
cometido
de maestra de la vida, no hay que mirar hacia atrás
para repetir
un modelo ancestral, probablemente mítico o mitifi
cado, reputado valioso por antiguo y por haber existido, sino
que se requiere un criterio valorativo capaz de discernir en lo
pasado, lo bueno y lo malo, lo que hay que conservar o recu
perar y lo
que no hay que repetir o hay que rechazar.
Sin embargo, el criterio valorativo no hay que confundirlo
con la ideología, pues son cosas diferentes. Así, sin ideologías se
puede coincidir en los hechos, aunque se discuta sobre su enjui
ciamiento
y valoración, si se discrepa en el criterio valorativo.
(11) Sobre la finalidad de la historia y sus funciones secundarias, puede verse,
J. F. GARRALDA AruzCUN, .Concepto y metodología de la ciencia histórica, I· y
·Concepto y metodología de la ciencia histórica, ll·, Verbo, núms. 305-306 y núms.
307-308, mayo-junio-julio y agosto-septiembre-octubre 1992,
págs. 675-713 y 919-954,
respectivamente.
(12) Un ejemplo de las diversas actitudes provocadas por la ideología, el cono
cimiento defectuoso, los intereses de partido y hasta por la ignorancia, respecto a
un personaje determinado, puede verse en el capítulo «Capmany visto por los otros• de la obra de Francisco José F'ERNÁNDEZ DE LA QGQÑA y E. CANTE.Ro, Antonio de
Capmany (1742-1813). Pensamiento, obra histórica, política y Juridtca, Fundación
Elías
de Tejada, Madrid, 1993, págs. 353-396.
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ESTANlSLAO CANTERO
Así, por ejemplo, es ideológica, y por ende falsa, la historia
cuando dice que los conventos que ardieron en Madrid en mayo
de 1931 fueron quemados por sus propios frailes para excitar los
ánimos contra
las izquierdas, o cuando se vela su autoría como
si fuera
un misterio historiográfico impenetrable (13). El criterio
valorativo será
<;liferente cuando, admitida la verdad histórica de
su quema por militantes de izquierda, se diga que estuvo mal por
atentar a las libertades más elementales de los católicos o que
estuvo bien porque había que liberar a los hombres del poder de
la Iglesia. Este último juicio puede obedecer, bien a la ideología,
bien a
un criterio valorativo erróneo.
El criterio valorativo no puede ser confundido con una mera
opinión,
pues ésta versa sobre lo cuestionable. Y en historia la
interpretación
de los hechos, su valoración y enjuiciamiento ata
ñe en ocasiones, es cierto, a cosas cuestionables, pero en otras
muchas, a cosas que,
por su propia naturaleza, no admiten ser
cuestionadas.
Así, es cuestionable, y por tanto es opinable, por
lo que caben distintas valoraciones, sobre si fue o no acertado,
útil o bueno la armada invencible o los convoyes atlánticos. En
cambio,
no admite discusión que la esclavitud es un mal en sí,
aunque en determinados tiempos haya sido un mal menor. Por
eso, el juicio sobre las sociedades
que practicaron la esclavitud,
en esta cuestión, ha de ser siempre negativo, aunque el repro
che pueda admitir graduaciones.
Naturalmente, la afirmación anterior implica
que el criterio
valorativo se asienta
en principios. A falta de principios no hay
más que el escepticismo o el relativismo. Pero tanto el uno como
el otro hacen inutil la historia como conocimiento práctico; el
primero impide obtener conclusión alguna acerca
de lo acertado
o lo erróneo
de ningún hecho; el segundo permite justificar o
condenar cualquier hecho,
con lo que al permitir que sea váli
da cualquier conclusión imposibilita obtener una conclusión
correcta y válida. Tanto
en uno como en otro caso, es imposi
ble sacar ninguna enseñanza práctica de lo que hicieron nues
tros antecesores.
~ historia, por sí misma, no es juez de nada, al
(13) ,{ . .) el 11 de marzo, se produjo la célebre "quema de conventos~ en
Madrid, seguida de acciones similares en otros lugares de España. Aunque la cau
sa inmediata de
"la quema" fue la réplica por una celebración monárquica consi
derada como provocadora, lo
cierto es que la reacción fue mucho más allá de lo
imaginable. Se ha especulado mucho sobre cuál pudo ser el verdadero foco de
decisión
de tales actos, que marcaron el primer· incidente violento de la República
y el comienzo de unas relaciones borrascosas entre Iglesia y Estado. Se hizo recaer
la culpa sobre los anarcosindicalistas, la masonería e incluso sobre agitadores
monárquicos o
de la propia Iglesia, o de alguna orden religiosa. Tal vez el miste
rio
no se desvelará nunca,, Ramón TAMAMES, I.a República. La Era de Franco, Alianza
Universidad, Madrid, 8.ª ed., 1980, pág. 165.
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IDEOLOGÍA E HISTORIA
carecer de criterios valorativos, ya que los hechos no expresan nin
gún espíritu inapelable, ni siquiera el del pueblo, como pretendió
cierto historicismo.
El criterio valorativo no puede ser de utilidad,
sino
de moralidad, único capaz de apreciar el bien por encima de
lo útil. Por eso, se precisa acudir a la met.afí.sica y a normas mora
les universales e inmutables.
De ahí que el mejor y superior crite
rio valorativo lo proporcione la ley
de Cristo, la religión católica.
El criterio valorativo ha sido y es muy diverso según los his
toriadores. Con todo, este criterio deja de serlo cuando, admiti
dos los hechos tal como ocurrieron, se los valora desde la ideo
logía. Así, ocurre,
por ejemplo, cuando siendo imposible ya
afrrmar que el partido comunista soviético constituía la avanzada
del proletariado, sin
embargo se continuaba justificando a la nue
va clase afirmando que proporcionaba más libertades y mejor
nivel
de vida a los obreros que el mundo capitalista. Y es que,
pese al fracaso del socialismo real, sigue vigente la mentalidad
revolucionaria (14).
Los principios
son proposiciones verdaderas originarias capa
ces
de engendrar razonamientos correctos e inconcusos. Por eso
hay pocos principios y cuando más nos alejamos en nuestros
razonamientos
de esas verdades, más nos alejamos del terreno
de las certezas para acercarnos al campo de lo probable y has
ta
de lo meramente opinable.
Ciertamente,
hay enjuiciamientos y valoraciones diferentes
porque parten de «principios» distintos. Pero, en propiedad, los
principios
no pue.den ser diferentes. Ocurre que hay «principios
erróneos», es decir, errores o falsedades que se tornan como
principios, o «principios» no tan principales que se ·toman como
los primeros y más trascendentales con olvido o en substitución
de aquéllos. En ocasiones la profesión de estos «principios• coin
cide
con un pensamiento ideológico. Así ocurre con el naciona
lismo exacerbado,
que pone a la propia nación por encima de
cualquier otra realidad, siendo legítimo conseguir su mayor bien
aun a costa de otras naciones; o con el racismo que pretende
potenciar -más que a una raza, a un pueblo que presuntamen
te representa a una raza-a costa de cualquier cosa. Entonces,
se intenta ir río arriba, en una navegación preestablecida, para
hacer decir a las fuentes que se tiene razón, aunque sea a base
de falsearlas.
Son innumerables las distorsiones
de la historia por la ideo
logía.
Uno de los más claros ejemplos de la invalidación de la
(14) Cfr. el excelente libro de Luis María SANDOVAL, Cuando se rasga el telón.
Ascenso y caída del
socialismo rea~ Speito, Madrid, 1992, y muy especialmente su reflexión final ·las lecciones de la Historia· (págs. 263-271).
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ESTANISLAO CANTERO
historia por la ideologia lo constituye la Revolución france
sa (15). Quizá porque,
en cierto modo, durante todo el siglo XIX
y todavía en el siglo xx, no se había cerrado el proceso revolu
cionario
y sus consecuencias, ni sus instituciones y leyes podían
considerarse definitivas, ni
la crisis abierta en 1789 se había
cerrado,
pues durante más de 150 años se enfrentaron en la con
vivencia
y en la política diaria Revolución y Contrarrevolu
ción (16);
por otra parte, la escuela marxista tenía que probar la
realidad histórica
de la lucha de clases y configurar el futuro de
la dictadura del proletariado, de tal forma que el resultado tenía
que ser que la Revolución francesa anticipaba la revolución de
octubre; incluso, en cierto modo, para algunos, la revolución bol
chevique
y la Unión Soviética que la siguió, constituía el espejo
en el que ver reflejada la Revolución francesa; así, contra todo
sentido, se pretendía buscar -y encontrar-las causas históricas
río abajo.
Revolucionarios
y contrarrevolucionarios, tradicionales, libera
les más o menos conservadores, legitimistas, orleanistas, bona
partistas, republicanos conservadores o radicales, nacionalistas,
socialistas o marxistas,
amén de escuelas historiográficas diversas,
pertenecieran o
no a los ámbitos académicos o universitarios,
durante dos siglos
han escrito muy diversas historias de la
Revolución.
Otro caso similar
ha sido el italiano. En Italia, primero las
insorgenze (17), es decir, las oposiciones y los enfrentamientos
armados a los ejércitos
de la Revolución y de Napoleón; luego
el
Risorglmento (18) con el establecimiento del •estado unitario•,
han sido objeto de muy diversas historias y de muy diferentes
interpretaciones históricas,
que, aunque con matices dentro de
cada coniente, y con ciertos elementos comunes a algunas de
(15) Entre otras, cfr. Eberha.rd. SCHMm, Introducción a la historia de la
Revoluct6n francesa, Cátedra, Madrid, 1985.
(16) Cfr. E. CANrnllo, ·La Revolución francesa vista por Maurras», Aportes, núm.
12, noviembre 1989-febrero 1990, págs. 63-68. (17) Entre otras obras recientes, cfr. Osear SANGlflNETTI (Dir.), Insorgenze antt
giacobine in Italia (1796-1799). Saggt per un bicentenario, lstituto per la Storia delle
Insorgenze, Milán, 2001; Francesco PAPPALARDO y O. SANGUINETI1, Insorgenti e sanfe
disti: dalla parte del popolo. Storla e ragtont delle Insorgenze anti-napoleonicbe in
Italia, Tekna, Potenza, 2000.
(18) Entre otras obras recientes, cfr. Massimo VIGilONE, (Dir.), La Rtvoluzione
Italiana. Storla critica del Risorgimento, Il Minotauro, Roma, 2001; Angela PEwccIARI,
L 'altro Risorgímenro. Una guen-a di reltgtone dtmenticata, Piemme, Casale
Monferrato (Alejandóa), 2000; A. PEI.LICCIARI, Risorgimento da riscrivere. Liberali e
massont contro la Cbfesa, (prólogo de Rocco BtmGLTONE y epilogo de Franco
CAl!DINI), Edizioni Ares, Milán, 1998; VV. AA., La storia proibtta. Quando t Piemontesi tnvassero il ·sud, Controcorrente, Nápoles, 2001; F. PAPPAIARDO, JI mito dí
Garibaldi, Piemme, Casale Monferrato, 2002.
284
Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
ellas, pueden sintetizarse en cuatro: la que cabe llamar contra
rrevolucionaria
-o tradicional, 110 porque constituya la más
común, sino
porque valora y pondera en su realidad, los modos
de vida, las costumbres, las creencias y los motivos que impul
saron a
unos y a otros-; la liberal, conservadora o no, propia de
quienes pretendieron justificar la unificación liberal italiana; la
fascista o nacional, la marxista
y hasta, incluso, una quinta demó
crata cristiana. Hoy, intenta abrirse paso,
como ocurrió con la
Revolución francesa (19),
una corriente investigadora indepen
diente (20), sin apriorismos ideológicos,
para restablecer la ver
dad de lo acontecido: Una ocupación militar francesa violenta,
conseguida
por la fuerza de las armas, que. exportó e impuso las
ideas e instituciones
de la Revolución, con la colaboración de
grupos reducidos de jacobinos italianos --equivalente de nuestros
afrancesados--;
una efímera restauración y una posterior agresión
del reino
de Sabaya al resto de los estados italianos -y no
extranjeros--, que combatió a sus compatriotas que presumia libe
rar. Invasión extranjera y guerra civil con remoción de las estruc
turas políticas, sociales
1 económicas y religiosas y supresión de
modos de vida, para la implantación forzosa de una unidad sin
pluralidad y
de una centralización a costa de las libertades, pues
se trataba de crear, por imperativo de una minoña liberal, una
nueva identidad italiana (21); por ello, cabe calificar al
Risorgimento de ·hecho ideológico,. anticatólico (22). No habían
faltado
las fuentes, pero las conientes historiográficas más «acre
ditadas• habían fallado. El peso de la ideología, sobre todo, y de
los métodos inadecuados eran los responsables. Así, la ideología
recreaba
una memoria histórica inexistente (23).
Finalmente,
en España, está en el orden del día la denuncia
de la falsificación histórica de la guerra civil española (24) --efec
tuada, especialmente y de modo muy generalizado, durante los
(19) Cfr. E. CANTERO, ·La Revolución francesa: Recapitulación historiografica•,
Aportes, núm. 12, noviembre 1989--febrero 1990, págs. 20-29.
(20) Cfr. E. CANTERO, •La contrarrevolución en Italia y la identidad italiana y
europea•, Verbo, núms. 377-378, agosto-septiembre-octubre 1999, págs. 701-717.
(21)
Cfr. Giovanni TURco, ·Risorgimento, unitl italiana e nazione europea-,
Anales de la Fundación Francisco Elfa.s de Tejada, año VII, 2001, págs. 87-105.
(22)
Cfr. Danilo CM.TELLANo,
Verbo, núms. 313-314, marzo-abril-mayo 1993, págs. 333-341.
(23) Puede verse sobre la cuestión, Guido VERNA, ·Memoria, lnsorgenza, iden
tita. Una riflessione sine lra et studio, Annalt ltaliani. Rivista di studi storici, nfun.
2, julio-diciembre 2002, págs. 155-176. .
(24) Cfr. E. CANTERO, ~Las causas del alzamiento•, Verbo, núms. 351-352, enero
febrero 1997, págs. 29-46;
·Los católicos y la adhesión a la República. El equívoco
de un pretendido ralliement espafiol•, Iglesia-Mundo, núms. 323-324, julio 1986,
págs. 12-16.
285
Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
últimos veinticinco o treinta años-, por obra de un autor que,
en estos tiempos de ucorrección», tiene a su favor el regresar
desde la otra orilla. Se trata de los múltiples trabajos de Pío
Moa (25), desde luego, francamente meritorios,
que en lo que
tienen de novedoso, por acceso a nuevos materiales, en general
han confirmado lo que otros estudios anteriores habían dicho,
pero no fueron oídos o no lo fueron suficientemente -típico,
entre otros muchos,
la pervivencia de la leyenda antialcá
zar-(26), especialmente debido al surgimiento de una nueva cla
se profesora!, imbuida de mentalidad marxista y de prejuicios, y
a
una nueva clase de profesionales de los medios a los que, sal
vo excepciones, espanta el que se les pudiera reprochar cual-
quier veleidad hacia la
derecha (27). .
Ideología e historia, incompatibles, pues, en si mismas; hay,
sin embargo, indicios
de una renovación en los estudios históri
cos que, si
no excluirá totalmente a la ideología, al menos per
mitirá a algunas personas
de las nuevas generaciones saber algo
de su pasado nacional que, hasta ahora, generalmente se les
había velado. Con ello será menos complicado situarse
en el pre
sente y comportarse
con cierta coherencia en el futuro.
Y
con tal renovación, es de esperar que surjan expuestos en
la narración los verdaderos principios del conocimiento, pero
también de la convivencia humana y, con ellos, el hecho fecun
do y bienhechor de la religión católica y de la Iglesia, pues no
ha habido hecho más trascendente, documentado históricamente,
que la Encamación, Muerte y Resurrección de Jesucristo, «cami
no, verdad y vida», con cuyo criterio podremos juzgar la historia
sin temor a equivocamos.
Al mismo tiempo debería resurgir con
claridad que la Iglesia y la doctrina católica configuraron Europa,
la Cristiandad, y las naciones europeas hasta la modernidad
-en
Italia hasta antes de ayer y en España hasta ayer, como quien
dice-;
y que el mundo occidental, en lo que todavía tiene de
valioso, lo debe a esa herencia.
(25) Asi, entre otras, Pio MoA, Los origenes de la guerra civil española,
Encuentro, Madrid, 1999; Los personajes de la República vistos por ellos mismos,
Encuentro, Madrid, 2000; y el último de ellos, Los mitos de la guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2.ª ed., 2003.
(26) Cfr. Alfonso Buu.óN DE MENDOZA y Luis E. TOGORES, El Alcázar de Toledo:
final de una polémica, Editorial Actas, Madrid, 1997.
(27)
Al escribir estas lhleas, 15 de marzo de 2003, en la l.ª cadena de la tele
visi6n pública,
un reportaje conmemorativo (!) de las ·Brigadas internacionales•, sin
rubor, pregona que vinieron a España a sembrar la semilla de la libertad. ¿Qué
dejan para la propaganda hecha por los stalinistas?
286
Fundaci\363n Speiro
POR
EsTANISLAO CANTERO
Saber quienes somos exige tener clara conciencia de dónde
venimos, de quiénes han sido nuestros padres y nuestros abue
los, nuestros antepasados próximos y remotos; cuáles han sido
sus ideales y esperanzas, sus esfuerzos y debilidades, sus gestas
con sus victorias y derrotas, sus éxitos y fracasos y, también, sus
aciertos y sus errores. Un pueblo no se define sólo por su pre
sente, ni por sus aspiraciones futuras, sino también, quiérase o
no,
por su pasado. La herencia recibida, tanto si es aceptada
como rechazada, nos marca, desde luego, en relación a quienes
nos precedieron, pero, asimismo, respecto a nosotros mismos y
a los demás que tienen otra herencia. Y esa necesidad de vin
culación
se hace más patente, exigente y necesaria en momen
tos de crisis. Cuando la identidad nacional se resquebraja, se
olvida, se desconoce, o se tergiversa, y por tanto, se cuestiona,
es preciso remontar el curso de la historia, que nos ayudará a
descifrar
cómo hemos llegado a ser lo que somos.
Influye
en nosotros, no sólo la realidad del pasado, sino tam
bién y sobre todo, el conocimiento· que tenemos de ese pasado,
es decir, la respectiva creencia que poseemos acerca de nuestra
historia. Por eso, no es menos importante que el conocimiento
correcto
de nuestra historia, la difusión que alcanza ese conoci
miento (1). ¿Sabemos los españoles lo que somos? ¿Y cómo nos
sentimos? ¿No se nos incita a ser -y especialmente a la juventud,
sobre todo desde las aulas, pero también en discursos de toda
índole-, tan sólo, andaluces, vascos, gallegos, catalanes o, inclu
so, madrileños? ¿Pero españoles?
La conciencia del ser de España
entre los
españoles ¿no estará en trance de desaparición? Y don
de se enseña, ¿qué se dice que es España?
(1) Asi lo ha seña.lado recientemente para Italia, ante la crisis de identidad italiana, Osear SANGUINETTI, ·Los caminos de la identidad italiana y la investigación his-
tórica,,, Verbo, núm. 403-404, marzo-abril 2002, págs. 231-240.
Verbo, núm. 413-414 (2003), 275-286. 275
Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
Así, el estudio de la historia y las investigaciones históricas,
que con sus resultados, cada vez más aproximativos a la reali
dad que existió, permiten delimitar de modo cada vez más
correcto la
verdad histórica -lo que aconteció y sus motivacio
nes-, también, indirectamente, pueden contribuir a recuperar una
memoria histórica perdida y acotar la identidad nacional.
La proximidad de los acontecimientos vividos sujeta, en
mayor o menor grado, a sus protagonistas, a justificaciones e
intereses; quienes
han escrito la historia de los sucesos que han
vivido, aunque sin ser sus protagonistas, no son sino sus testi
gos; y la proximidad
de los acontecimientos impide, con fre
cuencia, situarse
por encima de ellos, sobre todo si el aconteci
miento histórico
aún tiene capacidad de actuación sobre la
realidad social: los prejuicios, las fobias o las simpatías
son cau
sa
de distorsión, incluso inconsciente, de la historia.
Por eso, escribir la historia, además
de espíritu critico y cier
ta lejanía temporal respecto a los acontecimientos, exige, sobre
todo, tanto
una disposición de la voluntad para prescindir de
todo tipo de apriorismos y partidismos para no introducir esque
mas teóricos o conceptos condicionantes dogmáticos, inapropia
dos para el tema estudiado, como una apertura de la inteligen
cia para aceptar la verdades
que muestran las fuentes, sin
ocultaciones o tergiversaciones, sin anacronismos conceptuales o
interpretativos
que hacen ininteligible la historia; también preci
sa
no considerarla •acabada· o ·definida para siempre•, sobre
todo cuando, desde los mismos acontecimientos, surge algo dife
rente a la historia •oficial· impuesta o a la ·vulgata• recibida,
que
las cuestionan desde sus fuentes y desde sus comienzos (2).
Así, la labor del historiador es incompatible con la ideología;
ésta distorsiona la realidad
que contempla para hacerla encajar,
bien
en su esquema mental, bien en sus bases metodológicas
-que de instrumento de investigación para alcanzar la verdad se
transmuta
en fin que la investigación debe corroborar-, ademos
trando~,
así, su validez, bien en sus propias aspiraciones sociales
o políticas actuales
para que éstas sean confumadas por la his
toria, encontrando
en ella «precedentes" o aleyes~ que aseguran
tal desarrollo.
Así, un ejemplo de lo primero lo tendríamos con
la lucha de clases como ley de la historia; de lo segundo con el
método dialéctico,
que de aplicarse en su pureza no demuestra
cosa diferente
de la aplicación del propio método; y de lo ter
cero, con el socialismo, el comunismo, el estado democrático de
Derecho o la sociedad democrática avanzada, como la única, por
(2) Sobre la historia, su finalidad, sus presupuestos y sus obstáculos, Federico
SuAREz, La historia y el método de investigación bistárica, Rialp, Madrid, 2.ª ed., 1987.
276
Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
más excelsa, sociedad que cabe implantar o como estadio final
de la historia (3).
Entiéndase bien, no significa que el historiador carezca de
cosmovisión, que no tenga religión o preferencias políticas, etc.
Tal pretensión
seria absurda e imposible; de lo que se trata es
de que admita y esté convencido de la posibilidad de la verdad
histórica, lo
que no es obstáculo para que en muchas cuestiones
-tanto en los hechos como, sobre todo, en sus motivaciones-,
tal verdad será aproximativa y perfeccionable,
por ser de suyo
revisable a la luz del descubrimiento
de nuevas fuentes o de
nuevos razonamientos. Esa admisión presupone y se fundamen
ta
en una teoria general del conocimiento que admita la verdad
y la posibilidad
de su hallazgo, siempre conscientes, especial
mente respecto a contornos o matices,
de su provisionalidad,
que no puede confundirse con la relatividad de la verdad des
cubierta,
pues se trata de una cuestión de grado de certeza del
conocimiento.
Ideología
y verdad, ideología y ciencia -pues la ciencia nece
sariamente
supone la verdad que trata de descubrir-, son, pues,
términos contradictorios. En efecto, la ideología
presupone una
idea o un sistema de ideas que, al menos en su núcleo esencial,
no van a resultar alteradas por el conocimiento de la realidad;
al mismo tiempo,
su finalidad es la justificación de una situación
político-social o la transformación
de la sociedad; entraña, como
consecuencia, la descalificación y el rechazo de las siru.aciones
reales que desaprueba; se basa en un sistema de ideas que care
ce de correlato real, predominando la idea sobre la realidad que
es desplazada por aquélla. Al impedir la conformidad de los con
ceptos
con las cosas, desplaza a la verdad cuyo descubrimiento
resulta,
por ello, imposible. El sistema y las ideas se superponen
a la realidad, distorsionándola o, incluso, eliminándola.
La ideología supone una defectuosa y, por ello, falsa, teoría
del conocimiento. En la investigación histórica, si
la aproxima
ción a la historia
se realiza desde presupuestos ideológicos, la
vicia radicalmente; si la ideología aparece
con posterioridad a la
investigación, ésta resulta modificada
en una falsificación clamo
rosa. Esto afecta incluso a personalidades reputadas sabias
en su
momento. Un ejemplo típico es el de Michelet 0798-1874). Este
genio
de la llteratura, según ha sido calificado por una vehe
mente apologética
--<:uando ya había emprendido su particular
(3) Un ejemplo, entre otros muchos, el de la Historia subversiva, propuesto por
el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto en 1990, cfr. José Fermín GARRAIDA .ARI2CUN, ,Ciencia histórica: Investigación y didáctica·, Verbo,
núms. 295-296, mayo-junio-julio 1991, págs. 719-m, especialmente 736 y sigs.
277
Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
•santa cruzada• contra la religión católica y la Iglesia ( 4) y ya se
babia erigido en •justiciero de la historia-, al preparar una nue
va edición de la Histoire de France au Moyen Áge, sin rubor
alguno, le indicará a su yerno que había que •purgar la obra·
-de
la profunda simpatía hacia la espiritualidad medieval plas
mada en la versión primitiva•. Alfred Dumesnil torna buena nota
del encargo y resume la cuestión:
"Poner de relieve todo lo que
es revolucionario, contra el cristianismo y el principio monár
quico·
(5).
( 4) Un retrato de la probidad intelectual, histórica y moral, de este profesor que
había desempañado la Cátedra de Historia y Moral en el Colegio de Francia, nos la
da su correspondencia con Hugo. Con motivo de la public.ación de Los miserables,
y según testimonio de Goncourt, habia dicho: ,¡Ah! ¡He envejecido! ¡Ha habido dos
cosas este
año que me han hecho mucho mal! ¡Primero, la muerte de mi hijo; des
pués, la novela de Hugo! ¿Por qué? ¡Muestra
un obispo estimable y un convento
interesante! Hay
que ser como Voltaire: ¡un enemigo de vuestras ideas, de vuestros
principios, hay que describirlo siempre como un miserable, como un bribón, como
un pederasta!, (En Victor HUGO, Les m'isérables, edición con prólogo y comentarios
de Arnaud !.ASTER, Pocket, Paris, 1998, vol. III, documento 17.º, pág. 350). Antes, con motivo de la publicación de Contemplations, le babia escrito que
suprimiera unos versos porque el cristianismo
,es el enemigo•. En carta del 4 de
mayo
de 1856, Michelet le dice a Hugo: ,Este volumen nos inquieta.. Es terrible
exhumar de ese
modo el pasado. El mundo, querido señor, el mundo que nutrís
con vuestra obra os pide que penséis en él•. ,Creo que os rogarla, también, que le sacrificaseis algunas líneas, los seis ver
sos del crucifijo,.
,( ... ) Yo moriré en la fe que imprinú en 1847 en el primer volumen de mi
Révoluticm. El cristianismo y la Revolución son como ángulos salientes y entrantes,
simétricamente opuestos, si
no enemigos. Cuando el cristianismo abandone el esta.
do de vampiro (ni muerto ni vivo), sino como un honrado muerto, apacible y tum
bado, conio la India, Egipto o Roma, entonces, sólo entonces, defenderemos todo
lo
que sea defendible•. •Mientras tanto, no. Es el enemigo-, cit. por Roland BARTHES (Micbelet, Éditions
du Seuil, 2.ª ed., París, 1988 pág. 61, que lo toma de Jean-Marie CA:Rrúi, Michelet et
son temps, Perrin, París, 1926, pág. 55).
(5) Paul
VIAIJ.ANE!X, Micbelet, les travaux et les jours (1798-1874), Gallimard,
Fans, 1998, págs. 264, 438, 445 y 446. Un análisis de las modificaciones de las ediciones de 1852 y 1861 verificadas
con la original de 1833, respecto a
la religión católic.a y la Iglesia, encamación de
la libertad y auténtica comunión con el pueblo, -eliminando todo aquello que pudie
ra parecer,
por el fervor del tono y de la imaginación, que ponía la Edad Media
católica como
modelo,., y suprimiendo sus primitivos elogios a la teología de la gracia, en Paul BfNICHou, Le temps des prophetes. Doctrines de l'tige romantique (1977),
Gallimard, París, 2001,
págs. 519-523 y 531-532, cit. pág. 522. También de la pri
mitiva edición de su
Revolución francesa ,expurgó lo que todavía parecía indulgente
con el cristianismo, (pág. 536). Las modific.aciones no estaban motivadas, en modo alguno, por nuevos cono
cimientos históricos, que,
aunque érroneos, las justificarian, sino por su odio a la
religión y a la Iglesia y a sus sacerdotes, que constituían un rival poderosi.simo a
su pretensión de ser el
pontífice· de una nueva religión -la de la deificación de la
humanidad, en la que la fraternidad y la justicia serían sus principios-, que requeM
ría la destrucción del cristianismo (cfr. P. BÉNICHOU, op. cit., págs. 532 y sigs.).
278
Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
Uno de los casos más famosos de la incompatibilidad entre
ideología
y ciencia, con consecuencias prácticas desastrosas, fue
el del •científico• y
·biólogo-comunista Lyssenko, sabio oficial
mente entronizado
por el partido comunista soviético y jaleado
como egregio investigador
por los comunistas de acá, que no
tenían la fortuna de vivir en el paraíso de allá. Su antimendelis
mo,
su rechazo de la genética, considerándola una ciencia bur
guesa a la
que oponía la ciencia proletaria, es decir, sus prejui
cios ideológicos, obedecía a
que tales descubrimientos eran
contrarios al materialismo dialéctico; es decir,
no era ~cien(tfico»
admitir que Engels estuviera equivocado. Los desastres agrícolas
reiterados y el hambre del
pueblo ruso durante muchos años
fueron las consecuencias
de la ceguera ideológica (6). Hoy ideo
logía
y ciencia, se enfrentan, por ejemplo, en las cuestiones rela
cionadas
con lo que se denomina bioética.
También ideología e historia, es decir, conocimiento científi
co del pasado, son incompatibles. En la investigación histórica la
ideología conduce, tanto a la potenciación
de cuestiones que
confirmen o resulten acordes con la ideología del historiador -en
perjuicio y detrimento de otros problemas que la desmentirían o
pondrían
en peligro--, como a la justificación de una situación
social o política actual o a
su prefiguración y anticipación o,
incluso, al cambio futuro, social o político,
que esa ideología
pretende.
La ideología presupone la conclusión, y ·fuerza• la
investigación para
que quede ·demostrada· (7).
De ahí que la historia, una vez alcanzado un cierto grado de
conocimiento amplio y profundo, ofrezca pocas variaciones en
su núcleo esencial; por el contrario, existen tantas «historias~ dife
rentes
como ideologías, partidismos o intereses, conforme a los
cuales
se han escrito, siempre ajenas a lo puramente científico,
es decir
al conocimiento demostrable; y es que la historia no se
fabrica sino
que se descubre. En otro caso tendremos leyenda
-ya sea negra o rosa-, ficción, mito o propaganda, conjunta o
separadamente,
pero nunca historia. Podremos fabricar leyendas
o intentar construir mitos,
pero falsearemos la historia. Así, toda
vía pervive, desde mediados del siglo
XVI, la leyenda negra
antiespañola, periódicamente revitalizada (8), últimamente con
(6) Cfr. J. MEDYEDEV, Grandeur et chute de Lyssenko (prólogo de J. Monod), Gallimard, Paris, 1970. .
(j) Cfr. E. CANn:Ro, ·Una interpretación falsa de la Iglesia en la España del siglo XIX•, Verbo, núms. 197-198, julio-agosto-septiembre 1981, págs. 895-912.
(8) Cfr. Julián JunERíAs, La leyenda negra. &tudios acerca del concepto de
España en el extranjero, (1914), Editora Nacional, ( •Preliminares-de José María de Areilza), 16.• ed., Madrid, 1974; Philip Wayne PoWEIJ., Árbol de odio, Iris de Paz,
Madrid,
1991; Ricardo GARcíA CARCEL, I.a leyenda negra. HiStorta y opinión, Alianza
279
Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
motivo de la celebración del quinto centenario del descubri
miento
(9).
La distorsión ideológica es gravemente perjudicial respecto al
qué de la historia, aunque donde normalmente se verifica la
metamorfosis, no es tanto en la falsificación de los hechos, cuan
to en su ocultación o en su minimización pasando sobre ellos
como sobre ascuas, o considerándolos irrelevantes cuando no lo
son;
por ejemplo, es desinformador, decir simplemente que
Calvo Sotelo, Maeztu y Pradera •morirán al principio de la gue
rra• civil española (10),
cuando los tres no murieron simplemen
te, sino
que fueron asesinados; y lo fueron por representantes
legales
de un Gobierno que deáa de sí mismo que era legítimo,
o
con su complicidad.
Sin embargo, los efectos nocivos
de la ideología en la histo
ria se acrecientan
cuando se trata del porqué de la historia. Al
indagar y mostrar las razones de los hechos, la ideología no sólo
aparece
en la explicación o en la interpretación, sino que inclu
so los hechos verdaderos, ciertos, se acomodan a la interpreta
ción para ser compatibles
con la ideología, o simplemente, para
dar razón
de ella, para justificarla. Así, en ocasiones sabremos lo
que ocurrió, pero desconoceremos por qué sucedieron tales
hechos o
se les atribuirán causas o consecuencias erróneas al ser
engañados
por la ideologia.
Así, con la ideología o con la admisión de métodos cuya pre
tendida aptitud
depende del respeto de la ideología de la que
proceden -especialmente la idealista y la marxista-, la historia
deja
de ser conocimiento del pasado que fue, para convertirse,
más
que en recreación del pasado, en auténtica creación de un
pasado que nunca existió, en orden a la configuración del pre
sente y del futuro. Así, el presente o el futuro deseado, encon
trarán
en esa forma de escribir la historia, razones y argumentos
que los avalen, es decir, un principio de legitimidad, que aun
que inmanente, se pretende ancestral, probado y eficaz.
Entiéndase bien,
no -se rechaza que el conocimiento histórico
tenga proyección hacia la actualidad, e, incluso, hacia el futuro;
todo lo contrario,
pues la consecuencia práctica de la historia es
descubrir los aciertos y equivocaciones que tuvieron nuestros
antepasados, para intentar evitar errores similares o descubrir
Universidad, Madrid, 1992; también es útil, Carmen IGLESIAS, ,España desde fuera•, en VV. AA:, España. Rejlextones sobre el ser de Espa.ña, Real Academia de la Historia,
Madrid, 1997, págs. 377-428.
(9) Entre
otras obras, Antonio CAPoNNETTo, Hispanidad y leyendas negras. La
teología
de la liberación y la historia de América, Cruzamante, Buenos Aires, 1989.
(10) Raúl MORODO, Los orígenes ideológicos del franquísmo: Acción Espa.ñola,
Alianza Universidad, Madrid, 1985, pág. 59.
280
Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
soluciones ya probadas con éxito y así, procurar mejorar el pre
sente e intentar asegurar o prever un futuro próximo mejor: tal
es en definitiva la consideración de la historia como magistra
vitae (11). Pero ese aspecto práctico no puede ser más que con
secuencia de la verdad histórica, que constituye el verdadero
objeto del historiador. Nada
puede haber preconcebido ni nada
hay que probar por anticipado. La elaboración histórica con pre
supuestos ideológicos la incapacita para ser maestra de la vida,
pues al hacerla decir lo que no fue, es imposible descubrir acier
tos y errores, y, por tanto, es inútil, cuando no contraproducen
te,
como maestra, además· de falsa en cuanto conocimiento. Con
todo, no hay que confundir la ideología aplicada a la Historia
con el conocimiento defectuoso o con la ignorancia (12).
Por otra parte, aunque el objeto del historiador sean los
hechos pasados con suficiente relevancia para una comunidad o
para la humanidad entera, intentando delimitarlos de modo que
expresen la verdad de lo ocurrido, la finalidad de la historia no
puede limitarse a un mero ejercicio intelectual, al puro conoci
miento de lo que pasó. De ser asi, no pasarla de ser un mero
entretenimiento tanto para el historiador como para el lector,
aunque el respectivo disfrute sea de naturaleza diferente. En cier
to modo,
constituiría un conocimiento inútil. Además de saber lo
que pasó, hay que saber
por qué ocurrió; y hay que saber, tam
bién, si lo que ocurrió fue no sólo útil o perjudicial, sino, ade
más, bueno o malo. Es decir, para que la historia cumpla su
cometido
de maestra de la vida, no hay que mirar hacia atrás
para repetir
un modelo ancestral, probablemente mítico o mitifi
cado, reputado valioso por antiguo y por haber existido, sino
que se requiere un criterio valorativo capaz de discernir en lo
pasado, lo bueno y lo malo, lo que hay que conservar o recu
perar y lo
que no hay que repetir o hay que rechazar.
Sin embargo, el criterio valorativo no hay que confundirlo
con la ideología, pues son cosas diferentes. Así, sin ideologías se
puede coincidir en los hechos, aunque se discuta sobre su enjui
ciamiento
y valoración, si se discrepa en el criterio valorativo.
(11) Sobre la finalidad de la historia y sus funciones secundarias, puede verse,
J. F. GARRALDA AruzCUN, .Concepto y metodología de la ciencia histórica, I· y
·Concepto y metodología de la ciencia histórica, ll·, Verbo, núms. 305-306 y núms.
307-308, mayo-junio-julio y agosto-septiembre-octubre 1992,
págs. 675-713 y 919-954,
respectivamente.
(12) Un ejemplo de las diversas actitudes provocadas por la ideología, el cono
cimiento defectuoso, los intereses de partido y hasta por la ignorancia, respecto a
un personaje determinado, puede verse en el capítulo «Capmany visto por los otros• de la obra de Francisco José F'ERNÁNDEZ DE LA QGQÑA y E. CANTE.Ro, Antonio de
Capmany (1742-1813). Pensamiento, obra histórica, política y Juridtca, Fundación
Elías
de Tejada, Madrid, 1993, págs. 353-396.
281
Fundaci\363n Speiro
ESTANlSLAO CANTERO
Así, por ejemplo, es ideológica, y por ende falsa, la historia
cuando dice que los conventos que ardieron en Madrid en mayo
de 1931 fueron quemados por sus propios frailes para excitar los
ánimos contra
las izquierdas, o cuando se vela su autoría como
si fuera
un misterio historiográfico impenetrable (13). El criterio
valorativo será
<;liferente cuando, admitida la verdad histórica de
su quema por militantes de izquierda, se diga que estuvo mal por
atentar a las libertades más elementales de los católicos o que
estuvo bien porque había que liberar a los hombres del poder de
la Iglesia. Este último juicio puede obedecer, bien a la ideología,
bien a
un criterio valorativo erróneo.
El criterio valorativo no puede ser confundido con una mera
opinión,
pues ésta versa sobre lo cuestionable. Y en historia la
interpretación
de los hechos, su valoración y enjuiciamiento ata
ñe en ocasiones, es cierto, a cosas cuestionables, pero en otras
muchas, a cosas que,
por su propia naturaleza, no admiten ser
cuestionadas.
Así, es cuestionable, y por tanto es opinable, por
lo que caben distintas valoraciones, sobre si fue o no acertado,
útil o bueno la armada invencible o los convoyes atlánticos. En
cambio,
no admite discusión que la esclavitud es un mal en sí,
aunque en determinados tiempos haya sido un mal menor. Por
eso, el juicio sobre las sociedades
que practicaron la esclavitud,
en esta cuestión, ha de ser siempre negativo, aunque el repro
che pueda admitir graduaciones.
Naturalmente, la afirmación anterior implica
que el criterio
valorativo se asienta
en principios. A falta de principios no hay
más que el escepticismo o el relativismo. Pero tanto el uno como
el otro hacen inutil la historia como conocimiento práctico; el
primero impide obtener conclusión alguna acerca
de lo acertado
o lo erróneo
de ningún hecho; el segundo permite justificar o
condenar cualquier hecho,
con lo que al permitir que sea váli
da cualquier conclusión imposibilita obtener una conclusión
correcta y válida. Tanto
en uno como en otro caso, es imposi
ble sacar ninguna enseñanza práctica de lo que hicieron nues
tros antecesores.
~ historia, por sí misma, no es juez de nada, al
(13) ,{ . .) el 11 de marzo, se produjo la célebre "quema de conventos~ en
Madrid, seguida de acciones similares en otros lugares de España. Aunque la cau
sa inmediata de
"la quema" fue la réplica por una celebración monárquica consi
derada como provocadora, lo
cierto es que la reacción fue mucho más allá de lo
imaginable. Se ha especulado mucho sobre cuál pudo ser el verdadero foco de
decisión
de tales actos, que marcaron el primer· incidente violento de la República
y el comienzo de unas relaciones borrascosas entre Iglesia y Estado. Se hizo recaer
la culpa sobre los anarcosindicalistas, la masonería e incluso sobre agitadores
monárquicos o
de la propia Iglesia, o de alguna orden religiosa. Tal vez el miste
rio
no se desvelará nunca,, Ramón TAMAMES, I.a República. La Era de Franco, Alianza
Universidad, Madrid, 8.ª ed., 1980, pág. 165.
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Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
carecer de criterios valorativos, ya que los hechos no expresan nin
gún espíritu inapelable, ni siquiera el del pueblo, como pretendió
cierto historicismo.
El criterio valorativo no puede ser de utilidad,
sino
de moralidad, único capaz de apreciar el bien por encima de
lo útil. Por eso, se precisa acudir a la met.afí.sica y a normas mora
les universales e inmutables.
De ahí que el mejor y superior crite
rio valorativo lo proporcione la ley
de Cristo, la religión católica.
El criterio valorativo ha sido y es muy diverso según los his
toriadores. Con todo, este criterio deja de serlo cuando, admiti
dos los hechos tal como ocurrieron, se los valora desde la ideo
logía. Así, ocurre,
por ejemplo, cuando siendo imposible ya
afrrmar que el partido comunista soviético constituía la avanzada
del proletariado, sin
embargo se continuaba justificando a la nue
va clase afirmando que proporcionaba más libertades y mejor
nivel
de vida a los obreros que el mundo capitalista. Y es que,
pese al fracaso del socialismo real, sigue vigente la mentalidad
revolucionaria (14).
Los principios
son proposiciones verdaderas originarias capa
ces
de engendrar razonamientos correctos e inconcusos. Por eso
hay pocos principios y cuando más nos alejamos en nuestros
razonamientos
de esas verdades, más nos alejamos del terreno
de las certezas para acercarnos al campo de lo probable y has
ta
de lo meramente opinable.
Ciertamente,
hay enjuiciamientos y valoraciones diferentes
porque parten de «principios» distintos. Pero, en propiedad, los
principios
no pue.den ser diferentes. Ocurre que hay «principios
erróneos», es decir, errores o falsedades que se tornan como
principios, o «principios» no tan principales que se ·toman como
los primeros y más trascendentales con olvido o en substitución
de aquéllos. En ocasiones la profesión de estos «principios• coin
cide
con un pensamiento ideológico. Así ocurre con el naciona
lismo exacerbado,
que pone a la propia nación por encima de
cualquier otra realidad, siendo legítimo conseguir su mayor bien
aun a costa de otras naciones; o con el racismo que pretende
potenciar -más que a una raza, a un pueblo que presuntamen
te representa a una raza-a costa de cualquier cosa. Entonces,
se intenta ir río arriba, en una navegación preestablecida, para
hacer decir a las fuentes que se tiene razón, aunque sea a base
de falsearlas.
Son innumerables las distorsiones
de la historia por la ideo
logía.
Uno de los más claros ejemplos de la invalidación de la
(14) Cfr. el excelente libro de Luis María SANDOVAL, Cuando se rasga el telón.
Ascenso y caída del
socialismo rea~ Speito, Madrid, 1992, y muy especialmente su reflexión final ·las lecciones de la Historia· (págs. 263-271).
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Fundaci\363n Speiro
ESTANISLAO CANTERO
historia por la ideologia lo constituye la Revolución france
sa (15). Quizá porque,
en cierto modo, durante todo el siglo XIX
y todavía en el siglo xx, no se había cerrado el proceso revolu
cionario
y sus consecuencias, ni sus instituciones y leyes podían
considerarse definitivas, ni
la crisis abierta en 1789 se había
cerrado,
pues durante más de 150 años se enfrentaron en la con
vivencia
y en la política diaria Revolución y Contrarrevolu
ción (16);
por otra parte, la escuela marxista tenía que probar la
realidad histórica
de la lucha de clases y configurar el futuro de
la dictadura del proletariado, de tal forma que el resultado tenía
que ser que la Revolución francesa anticipaba la revolución de
octubre; incluso, en cierto modo, para algunos, la revolución bol
chevique
y la Unión Soviética que la siguió, constituía el espejo
en el que ver reflejada la Revolución francesa; así, contra todo
sentido, se pretendía buscar -y encontrar-las causas históricas
río abajo.
Revolucionarios
y contrarrevolucionarios, tradicionales, libera
les más o menos conservadores, legitimistas, orleanistas, bona
partistas, republicanos conservadores o radicales, nacionalistas,
socialistas o marxistas,
amén de escuelas historiográficas diversas,
pertenecieran o
no a los ámbitos académicos o universitarios,
durante dos siglos
han escrito muy diversas historias de la
Revolución.
Otro caso similar
ha sido el italiano. En Italia, primero las
insorgenze (17), es decir, las oposiciones y los enfrentamientos
armados a los ejércitos
de la Revolución y de Napoleón; luego
el
Risorglmento (18) con el establecimiento del •estado unitario•,
han sido objeto de muy diversas historias y de muy diferentes
interpretaciones históricas,
que, aunque con matices dentro de
cada coniente, y con ciertos elementos comunes a algunas de
(15) Entre otras, cfr. Eberha.rd. SCHMm, Introducción a la historia de la
Revoluct6n francesa, Cátedra, Madrid, 1985.
(16) Cfr. E. CANrnllo, ·La Revolución francesa vista por Maurras», Aportes, núm.
12, noviembre 1989-febrero 1990, págs. 63-68. (17) Entre otras obras recientes, cfr. Osear SANGlflNETTI (Dir.), Insorgenze antt
giacobine in Italia (1796-1799). Saggt per un bicentenario, lstituto per la Storia delle
Insorgenze, Milán, 2001; Francesco PAPPALARDO y O. SANGUINETI1, Insorgenti e sanfe
disti: dalla parte del popolo. Storla e ragtont delle Insorgenze anti-napoleonicbe in
Italia, Tekna, Potenza, 2000.
(18) Entre otras obras recientes, cfr. Massimo VIGilONE, (Dir.), La Rtvoluzione
Italiana. Storla critica del Risorgimento, Il Minotauro, Roma, 2001; Angela PEwccIARI,
L 'altro Risorgímenro. Una guen-a di reltgtone dtmenticata, Piemme, Casale
Monferrato (Alejandóa), 2000; A. PEI.LICCIARI, Risorgimento da riscrivere. Liberali e
massont contro la Cbfesa, (prólogo de Rocco BtmGLTONE y epilogo de Franco
CAl!DINI), Edizioni Ares, Milán, 1998; VV. AA., La storia proibtta. Quando t Piemontesi tnvassero il ·sud, Controcorrente, Nápoles, 2001; F. PAPPAIARDO, JI mito dí
Garibaldi, Piemme, Casale Monferrato, 2002.
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Fundaci\363n Speiro
IDEOLOGÍA E HISTORIA
ellas, pueden sintetizarse en cuatro: la que cabe llamar contra
rrevolucionaria
-o tradicional, 110 porque constituya la más
común, sino
porque valora y pondera en su realidad, los modos
de vida, las costumbres, las creencias y los motivos que impul
saron a
unos y a otros-; la liberal, conservadora o no, propia de
quienes pretendieron justificar la unificación liberal italiana; la
fascista o nacional, la marxista
y hasta, incluso, una quinta demó
crata cristiana. Hoy, intenta abrirse paso,
como ocurrió con la
Revolución francesa (19),
una corriente investigadora indepen
diente (20), sin apriorismos ideológicos,
para restablecer la ver
dad de lo acontecido: Una ocupación militar francesa violenta,
conseguida
por la fuerza de las armas, que. exportó e impuso las
ideas e instituciones
de la Revolución, con la colaboración de
grupos reducidos de jacobinos italianos --equivalente de nuestros
afrancesados--;
una efímera restauración y una posterior agresión
del reino
de Sabaya al resto de los estados italianos -y no
extranjeros--, que combatió a sus compatriotas que presumia libe
rar. Invasión extranjera y guerra civil con remoción de las estruc
turas políticas, sociales
1 económicas y religiosas y supresión de
modos de vida, para la implantación forzosa de una unidad sin
pluralidad y
de una centralización a costa de las libertades, pues
se trataba de crear, por imperativo de una minoña liberal, una
nueva identidad italiana (21); por ello, cabe calificar al
Risorgimento de ·hecho ideológico,. anticatólico (22). No habían
faltado
las fuentes, pero las conientes historiográficas más «acre
ditadas• habían fallado. El peso de la ideología, sobre todo, y de
los métodos inadecuados eran los responsables. Así, la ideología
recreaba
una memoria histórica inexistente (23).
Finalmente,
en España, está en el orden del día la denuncia
de la falsificación histórica de la guerra civil española (24) --efec
tuada, especialmente y de modo muy generalizado, durante los
(19) Cfr. E. CANTERO, ·La Revolución francesa: Recapitulación historiografica•,
Aportes, núm. 12, noviembre 1989--febrero 1990, págs. 20-29.
(20) Cfr. E. CANTERO, •La contrarrevolución en Italia y la identidad italiana y
europea•, Verbo, núms. 377-378, agosto-septiembre-octubre 1999, págs. 701-717.
(21)
Cfr. Giovanni TURco, ·Risorgimento, unitl italiana e nazione europea-,
Anales de la Fundación Francisco Elfa.s de Tejada, año VII, 2001, págs. 87-105.
(22)
Cfr. Danilo CM.TELLANo,
(23) Puede verse sobre la cuestión, Guido VERNA, ·Memoria, lnsorgenza, iden
tita. Una riflessione sine lra et studio, Annalt ltaliani. Rivista di studi storici, nfun.
2, julio-diciembre 2002, págs. 155-176. .
(24) Cfr. E. CANTERO, ~Las causas del alzamiento•, Verbo, núms. 351-352, enero
febrero 1997, págs. 29-46;
·Los católicos y la adhesión a la República. El equívoco
de un pretendido ralliement espafiol•, Iglesia-Mundo, núms. 323-324, julio 1986,
págs. 12-16.
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ESTANISLAO CANTERO
últimos veinticinco o treinta años-, por obra de un autor que,
en estos tiempos de ucorrección», tiene a su favor el regresar
desde la otra orilla. Se trata de los múltiples trabajos de Pío
Moa (25), desde luego, francamente meritorios,
que en lo que
tienen de novedoso, por acceso a nuevos materiales, en general
han confirmado lo que otros estudios anteriores habían dicho,
pero no fueron oídos o no lo fueron suficientemente -típico,
entre otros muchos,
la pervivencia de la leyenda antialcá
zar-(26), especialmente debido al surgimiento de una nueva cla
se profesora!, imbuida de mentalidad marxista y de prejuicios, y
a
una nueva clase de profesionales de los medios a los que, sal
vo excepciones, espanta el que se les pudiera reprochar cual-
quier veleidad hacia la
derecha (27). .
Ideología e historia, incompatibles, pues, en si mismas; hay,
sin embargo, indicios
de una renovación en los estudios históri
cos que, si
no excluirá totalmente a la ideología, al menos per
mitirá a algunas personas
de las nuevas generaciones saber algo
de su pasado nacional que, hasta ahora, generalmente se les
había velado. Con ello será menos complicado situarse
en el pre
sente y comportarse
con cierta coherencia en el futuro.
Y
con tal renovación, es de esperar que surjan expuestos en
la narración los verdaderos principios del conocimiento, pero
también de la convivencia humana y, con ellos, el hecho fecun
do y bienhechor de la religión católica y de la Iglesia, pues no
ha habido hecho más trascendente, documentado históricamente,
que la Encamación, Muerte y Resurrección de Jesucristo, «cami
no, verdad y vida», con cuyo criterio podremos juzgar la historia
sin temor a equivocamos.
Al mismo tiempo debería resurgir con
claridad que la Iglesia y la doctrina católica configuraron Europa,
la Cristiandad, y las naciones europeas hasta la modernidad
-en
Italia hasta antes de ayer y en España hasta ayer, como quien
dice-;
y que el mundo occidental, en lo que todavía tiene de
valioso, lo debe a esa herencia.
(25) Asi, entre otras, Pio MoA, Los origenes de la guerra civil española,
Encuentro, Madrid, 1999; Los personajes de la República vistos por ellos mismos,
Encuentro, Madrid, 2000; y el último de ellos, Los mitos de la guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2.ª ed., 2003.
(26) Cfr. Alfonso Buu.óN DE MENDOZA y Luis E. TOGORES, El Alcázar de Toledo:
final de una polémica, Editorial Actas, Madrid, 1997.
(27)
Al escribir estas lhleas, 15 de marzo de 2003, en la l.ª cadena de la tele
visi6n pública,
un reportaje conmemorativo (!) de las ·Brigadas internacionales•, sin
rubor, pregona que vinieron a España a sembrar la semilla de la libertad. ¿Qué
dejan para la propaganda hecha por los stalinistas?
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