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Número 413-414

Serie XLII

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Luis Resines: Historia de la catequesis en Castilla y León

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Luis Resines: HISTORIA DE LA CATEQUESIS
EN CASTILLA Y LEÓN (*)
El sacerdote vallisoletano (1943) Luis Resines, especialista
en Catequesis, acaba de publicar un grueso libro tras cuya lec­
tura bien podemos concluir
que la Catequesis en Castilla y
León fue
un desastre, al menos en los tres últimos siglos, que
son de los que me he ocupado. Pues a mí me cuesta trabajo
creerlo, ya que tres siglos en los que los españoles conserva­
ron su fe y la defendieron en dificilísimas coyunturas, no se
compadecen
con una pésima catequesis. Y, cualquier observa­
dor imparcial está,
por lo menos, tentado a creer que es hoy,
cuando la sociedad española corre a pasos agigantados a la
secularización, la época en la que, pese a tanto modernismo,
tanto medio, tanto estudio y tanto secretariado, cuando es un
desastre la catequesis, si hemos de juzgar por los frutos.
La catequesis en España fue el Astete, texto universalmen­
te utilizado. Las excepciones son mínimas hasta muy reciente­
mente. Y digo el Astete
porque el Ripalda no existió. Eso al
menos asegura Resines. Gaspar Astete, jesuita del siglo
XVI, fue
autor
de dos catecismos, muy parecidos, uno de los cuales se
atribuyó a su contemporáneo
y hermano de Orden, Jerónimo
de Ripalda. De ellos se alimentó la religiosidad de los espa­
ñoles durante siglos.
Y, por los resultados, cabe pensar que fue
un excelente alimento.
Resines utiliza un método lineal,
en ocasiones repetitivo,
para exponemos su tesis. Las primeras páginas del libro (págs.
44-260)
son una relación de los textos catequéticos producidos
en la región desde el siglo xm. Acompañados casi todos ellos
de un comentario valorativo que nos indica de que pie cojea
el autor.
El gran misionero, Pedro Calatayud, se caracteriza por "su
postura cerrada e intransigente, de un marcadísimo rigoris­
mo moral" (pág. 205). Es, además, un misógino impresentable
(•) Sercad, Salamanca, 2002, 601 págs.
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(pág. 207). García Mazo, el principal comentarista del P. Astete,
de cuya obra se hicieron nada menos
que 37 ediciones "ofi­
ciales"
de 1837 a 1927, y numerosas "piratas", en España y en
el extranjero, era "un hombre anclado en viejos esquemas con­
solidados, de los
que no se despega. Por otra parte, su for­
mación filosófica y teológica, de la más depurada y rancia tra­
dición escolástica, ayudan a la cristalización de un pensamiento
de corte marcadamente tradicionalista" (pág. 222). Vamos, un
asco.
El libro más importante en la historia de la catequesis
española, después del texto
que García Mazo comenta, tiene
aun defectos mucho más graves pues este cura rancio y tradi­
cionalista, canónigo magistral de Valladolid, creía -vaya estupi­
dez-que fuera de la Iglesia no hay salvación, que los dogmas
son intocables, la herejía una desgracia, la Iglesia es maestra
indiscutible en cuestiones de fe y costumbres y, además, en
moral, era un rigorista impresentable. ¿A dónde vamos a ir de
la mano de semejante sujeto?
Los lectores juzgarán si esta caricatura responde o no al
pensamiento
de Resines: "Todo lo que tuviera un plantea­
miento profano, no religioso, es sistemáticamente rechazado
-García Mazo pretendía explicar el catecismo, no el programa
de festejos patronales de su pueblo: nota del autor-, en la
materia de la exposición
de la fe, el dogma está tan perfecta­
mente trabado que no ofrece el más mínimo resquicio para
que pueda ser formulado de otra forma o contemplado de otra
manera
-sin duda era tan torpe que fue incapaz de hacer otro
Catecismo holandés "avant la lettre": nota del autor-; la here­
jía y el error deben ser desterrados desde sus más remotas
manifestaciones, y Mazo se convierte
en abanderado de seme­
jante criterio -¡qué poco espíritu ecuménico y qué ignorancia
la suya al no entender que todo buen comentario de un cate­
cismo debe incluir unas cuantas herejías o, por lo menos, algu­
nas aproximaciones a ellas!: nota del autor-; la consideración
moral sólo admite una forma
de presentación, de manera que
una determinada conducta es pecaminosa o no lo es, sin mati­
zaciones y sin medias tintas -más ignorancia acumulada, no
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sabía nada de opciones fundamentales, morales de situación y,
sobre todo y para más inri, creía en el pecado: nota del autor-.
La Iglesia es depositaria de la verdad por revelación divina, y
ni es posible buscar
en ella sombra de error o de duda, ni es
posible encontrar fuera
de la Iglesia atisbo de acierto" (pág.
223). Pues
sí, señor Resines, para un católico la Iglesia es
depositaria de la verdad revelada. Aunque
tal vez para un cura
de hoy de Valladolid no lo sea. Y esa verdad haya que bus­
carla en Arrio, en Lutero o en Marx.
Pues si la obra de Mazo es, respondiendo a su apellido,
"un verdadero 'mazo'
de papel, amacizado y prieto" (pág. 223),
empeoró todavía muchísimo más con las adiciones
que se le
ocurrió hacerle
al jesuita Angel María de Arcos, que la convir­
tieron
en un "manual del más puro integrismo religioso deci­
monónico, que rechaza sistemáticamente todas las propuestas
que pudieran venir de fuera de la Iglesia" (págs. 225-226).
¡Qué
manía la de este sujeto de introducir en la catequesis
aportaciones extraeclesiales!
Lo que tiene que ser una explica­
ción clara de la doctrina cristiana en lo que se debe creer, en
lo que se debe obrar, en lo que se debe orar y en lo que se
debe recibir, pasarla a ser una fuente de dudas en cuanto a
las creencias, un manual de permisivismo moral, una oración
vaga, descafeinada y ecuménica a los muchos dioses que pare­
ce algunos creen que existen y una desmitización de la magia
sacramental en la
que la eucaristía es una evocación; la con­
fesión una antigualla; el bautismo un acto social de ingreso
comunitario; el matrimonio
un compromiso temporal; el orden
una aclamación popular
de los líderes religiosos que por un
plazo acepta la comunidad; la extremaunción una reliquia de
un pasado asustado ante la muerte
y la confirmación un com­
promiso con la causa de los débiles y los oprimidos.
Yo no digo que el sacerdote Resines piense todo esto,
pero, todo lo que critica en García Mazo, evita que se llegue
a eso. Los católicos tenemos seguridades y el Catecismo las
enseña. Hacer todo problemático y dudoso o introducir siste­
máticamente la duda
no es hacer catequesis sino todo lo con­
trario.
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Juan González, "El Chantre", otra figura eximia de la Iglesia
decimonónica, con sus amigos Monescillo, "que fue obispo de
Jaén" (pág. 228) -sí, ciertamente, pero, antes, también obispo
de Calahorra y, después, arzobispo de Valencia y de Toledo-­
y García Cuesta, son individuos "representativos del movi­
miento integrista católico, ferozmente hostil a cuanto provinie­
ra de fuera de la Iglesia y pudiera representar un ataque a su
mentalidad o a sus intereses" (págs. 228-229). Unos badula­
ques.
Si lo seria Juan González que "propugnaba una religio­
sidad agresiva
de exaltación del cristianismo y de la figura de
Maria, silenciando cualquier manifestación en contra". Cuando
de todos es sabido que un buen catecismo lo que debe incluir,
sobre todo,
son manifestaciones contra el catolicismo y la
Virgen ¡Qué barbaridad!
Daniel Llorente, notable obispo
de Segovia (1944-1969), fue
el primer catequista de España en su época, hecho indiscuti­
ble que Resines no puede negar. Pero algó había que decir de
él. Es decir, contra él. Su obra más importante, el Tratado ele­
mental de Pedagogía catequística, "aborda muy a fondo la
metodología,
pero apenas toca el contenido de la fe, que se
consideraba perfectamente diferenciado, y
que no entraba en
discusión. Se trataba de mejorar los métodos de transmisión del
mensaje, sin parar mientes que quizá ese mismo mensaje nece­
sitaba una revisión honda
de su planteamiento, y consi­
guientemente de su forma de expresión y transmisión" (pág.
241). ¿Entiende el lector? Hay
que revisar el mensaje de
Jesucristo que necesitaba, no un ligero retoque sino una hon­
da revisión. Y claro, de eso, Don Daniel Llorente, nada.
Don Manuel González, después obispo de Málaga y de
Palencia y hoy en los altares, es despachado en breves líneas
en las que nos dice que tenía "más ingenio y agudeza que
reflexión y estudio sistemático" (pág. 244). Los dominicos
Armando Bandera y Constantino Martinez empeoraron el tex­
to, ya pésimo,
de Ildefonso Rodriguez (pág. 253). Y Benjamín
Martín Sánchez es "farragoso" (pág. 256) y plagiario (pág. 257).
La segunda parte del libro (págs. 261-387) se dedica a los
Sínodos celebrados
en las diócesis castellano-leonesas en rela-
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ción con la catequesis. Y, una vez más, fue todo malísimo. El
de Grau, en Astorga (1890) es "tradicional", "obsoleto" (pág.
265) y "anacrónico" (pág. 266); el
de Santos Moro, en Avila
(1948), "clerical" (pág. 273). El de González Montes, en la mis­
ma diócesis (2000), "confuso" (págs. 275-276). El de Aguirre,
en Burgos (1898), "defensivo" (pág. 287). Y así los restantes.
Vienen después una páginas, cajón
de sastre (págs. 390-
429), sobre el catecismo del
P. Astete; una simpática referencia
a
don Andrés Manjón por aquello de que nació en un pueblo
de Burgos (págs. 398-402), apenas lo único positivo que
encontramos en el libro; la referencia al primer Congreso
Catequístico español, celebrado
en Valladolid en 1913 (págs.
402-409) que, naturalmente, se caracterizó "respondiendo con
agresividad
no disimulada a lo que considera ataques de toda
la facción liberal" (pág. 404), esto es, integrismo puro; la men­
ción
de las revistas catequísticas publicadas en la región (págs.
410-415), siendo la única verdaderamente importante la
Revista
Catequística, de Valladolid, debida sobre todo a los fervores
catequéticos
de don Daniel Llorente (1910-1936) y, por último,
la constatación de que, regionalmente, sólo se empezó a hacer
algo positivo a partir de la década de los setenta del siglo xx.
Por lo que, si atendemos a los resultados, lo único bueno para
Resines ha sido pésimo en la eficacia. Pero, curiosamente, esa
etapa es aquella en la que el autor es el director del
Secretariado
de Catequesis de la archidiócesis de Valladolid.
¡Qué casualidad! Y
qué responsabilidad en quien le nombró.
Que pensamos que debió ser José Delicado Baeza, arzobispo
de aquella diócesis desde 1975.
Las últimas páginas (págs. 430-584) son textos sinodales de
los distintos obispados relacionados con la catequesis, de lec­
tura pesadísima, varios
de ellos en latín, que ciertamente refle­
jan las preocupaciones sinodales al respecto y que creemos no
merecen el desprecio del que el autor les hace objeto en las
páginas mencionadas antes.
Es un libro más, hoy desgraciadamente tan frecuentes,
escritos por clérigos insolidarios con su Iglesia, en general, y
éste en concreto, absolutamente prescindibles en su lectura. La
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insolidaridad de Resines es cauta y no estridente pero creo que
he dejado suficiente constancia de ella. Lo verdaderamente pre­
ocupante
es que haya sido, mucho tiempo, responsable de la
Catequesis del arzobispado de Valladolid y
que hoy pase por
una autoridad eclesial en esas cuestiones.
FRANCISCO JOSÉ fERNÁNDEZ DE IA ÜGOÑA
César V'ulal: ENIGMAS IDSTÓRICOS
AL DESCUBIERTO
(*)
César Vida!, es uno de los historiadores actuales de más
renombre, quizás
por pertenecer al grupo de los que tratan de
hacer historia con amenidad
no exenta de rigor.
En esta obra escoge
25 hechos o personajes destacados y
polémicos, desde
la fecha de nacimiento de Jesucristo a las
posibles vinculaciones de Ben Laden
con la CIA.
El título, como suele ocurrir, responde sólo en parte al con­
tenido, pues no resuelve ninguno de los enigmas ni aporta datos
históricos realmente nuevos,
pero tiene la virtud de presentar el
estado de
la cuestión en la actualidad, lo que no es poco.
Por otra parte lo normal, incluso para
un aficionado a la
Historia, es tener un conocimiento superficial de algunos temas
cuyo tratamiento casi periodístico resulta de interés y puede
suscitar la curiosidad de profundizar en el tema para lo cual
acompaña cada capítulo
de un apéndice bibliográfico.
Los tres primeros capítulos los dedica a la fecha del naci­
miento de Jesucristo y a
su hipotética vinculación con los ese­
nios
de Qumrán. Me pareció un buen resumen de ambas cues­
tiones, aunque
no sea ninguna novedad el que la Era Cristiana
comience al menos con cuatro años de retraso teniendo en
cuenta que Herodes murió en el año 4 a.E.C. Esta hipótesis
ya aparece en algunas ediciones de la Biblia de hace más de
25 años.
(*) Ed. Planeta S/ edición; Barcelona, 2002, 229 págs.
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