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Número 413-414

Serie XLII

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José Manuel Cuenca Toribio: Sociología del episcopado español e hispanoamericano (1789-1985)

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José Manuel Cuenca: SOCIOLOGÍA
DEL EPISCOPADO ESPAÑOL
E HISPANOAMERICANO (1789-1985)
(*)
El profesor Cuenca, catedrático de Historia Contemporánea
de la Universidad de Córdoba, y seguramente nuestro primer
especialista
en historia eclesiástica, ha escrito un libro muy
importante
que me parece ha pasado bastante inadvertido. Al
menos para mí lo había pasado. Ni había leído críticas de él,
favorables o contrarias
-y con esto de las críticas ha llegado a
ocurrir
un curioso fenómeno: independientemente de cómo se
muestren con
un determinado texto sólo por el lugar en el que
aparecen o por la persona que las escribe, uno puede ya saber
si el libro es
bueno o malo-, ni tampoco, y esto es lo más
extraño, le había visto citado
con la profusión que el texto
merece.
Y hagamos sobre ello nuestra primera consideración.
¿No
disrribuye bien sus libros la Editorial? Posiblemente no lo haga
bien
pues no es muy conocida pese a tener en su fondo tex­
tos muy importantes. Sin embargo todos hemos visto citados
en múltiples ocasiones trabajos aparecidos en revistas casi inac­
cesibles. Sin despreciar absolutamente este marginalismo edito­
rial creemos
que no es esa la razón de la preterición del libro
de Cuenca.
Tampoco cabe achacarlo a lo desconocido del autor pues
no lo es en absoluto. Pocos historiadores podrán exhibir más
obra que este sevillano de 1939 que paseó su docencia por las
Universidades
de Sevilla, Barcelona, Valencia y Córdoba, sien­
do en esta última decano muchos años, Premio Nacional, y
cuyos libros,
en estos momentos, se deben acercar ya al medio
centenar, además
de innumerables_ artículos en revistas de su
especialidad.
Entre tanto título siempre están los más logrados y algunos
menos acabados, obra
de la prisa o el: compromiso. ¿Es este el
(•) Ediciones Pegaso, Madrid, 1986, 616 págs.
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caso del que nos ocupamos? Tampoco, pues nos parece una
de las obras capitales del profesor Cuenca. No cabe achacar
por tanto la obliteración· al hecho de que sea una obra menor
o de escasa importancia. Precedente directo
-el foco en ésta es
el episcopado y
en la otra los ministros--, de su monumental
El Poder y sus hombres (Actas, Madrid, 1998, en colaboración
con Soledad Miranda), tanto
en la investigación sociológica
como en la síntesis final expositiva, rotura un terreno mucho
más áspero y abandonado, y también mucho más desagrade­
cido,
que el de nuestros políticos contemporáneos. Pero esa
era una razón suplementaria para
que se le prestara atención.
Cierto
que la propia estructura de la obra, y todavia más
en El Poder y sus hombres que en la Sociología del Episcopado,
se presta a algo tan congénito en nuestra historiografía como
es la
pirateria intelectual. Estoy seguro que han sido infinitos,
no ya sólo los estudiantes sino incluso acreditados historiado­
res,
que han acudido al texto de Cuenca para comprobar o
confirmar una fecha,
un ministerio o el titular de la Presidencia
del Consejo de Ministros del
que tal individuo fue miembro.
Fechas, carteras y nombres que pasaron a engrosar los "cono­
cimientos" del autor sin la más mínima referencia a la fuente
de donde se tomaron. Y no hay forma de averiguar el latroci­
nio salvo
que se haya deslizado un error o una errata en el
texto original que, al ser reproducido
por el desahogado copis­
ta, le delate. Procuraré que
no se me olvide, lo referiré des­
pués, algo
que ha ocurrido con Berzal respecto a un texto del
profesor Cuenca
que es de auténtica aurora boreal. Aunque en
este caso el ¿historiador? tenía más honestidad que ciencia y
citaba la fuente que, precisamente, era el libro
que ahora
comentamos.
¿A qué se debe entonces esta "conspiración del silencio"?
¡Vaya, ya lo he dicho! Todo el mundo sabe que las meigas no
existen. Pero, haberlas, haylas. Pues, más o menos. Cuenca, a
pesar de. ser uno de nuestros investigadores que más han uti­
lizado la
Sociología, es un historiador que no se ha dejado ten­
tar por la escuela marxista cuando esta era omnipotente y
omnipresente. Y
eso, naturahnente, se paga. Aun hoy, cuando
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tal escuela va de capa caída pero se resiste desesperadamente
a morir. A Cuenca se le notan creencias y principios, aunque
estos
no merman en nada la investigación histórica. Y eso tam­
poco gusta a algunos. Y la propia especialidad a la que se ha
dedicado con más intensidad, si bien no exclusivamente, no
habiéndola asumido ad maiorem anticlericalismi gloriam tam­
poco es bien vista. Y eso que nuestro historiador no se carac­
teriza en absoluto por ningún meapilismo. Alguna historia de
las relatadas: Cubero, Rosales, García Martínez, Modrego,
Cunill... asombrarán a más de uno.
El libro, que abarca toda nuestra historia contemporánea,
está dividido en cuatro partes. El Antiguo Régimen, que pro­
longa hasta 1846 (págs. 11-124).
El Pontificado de Pío IX
(1846-1878) (págs. 127-234). El período que va desde la res­
tauración de la Monarquía
en Sagunto hasta la desaparición de
la 11 República (1878-1939) (págs. 237-346). Y el episcopado
del franqulsmo y la democracia 0939-1985) (págs. 349-436). Y
después la prosopografía episcopal, sin duda la parte más con­
sultada y utilizada (págs. 466-595).
Nada tengo
que oponer a la periodificación elegida.
Prorrogar el Antiguo Régimen, fenecido
en 1833 con la muer­
te de Femando VII o, si se quiere, poco después, con la caída
del Estatuto Real, hasta 1846 nos parece muy razonable por
dos motivos: hasta 1847 todos los obispos que existían estaban
nombrados
por el Antiguo Régimen, y el año de 1846 fue el
de nombramiento como Pontífice de Pío IX que él solo supu­
so una época
de la Iglesia. Su pontificado fue prácticamente el
reinado
de Isabel II, que se le anticipó tres años, y lo que
supuso la Revolución de 1868. Al final se solapó también,
pocos años, con el reinado de Alfonso XII. El tercer periodo,
la Restauración y la II República, es el menos homogéneo por
no tener que ver nada la España de 1931-1939 con los reina­
dos de los dos últimos Alfonsos. Pero teniendo
en cuenta que
apenas se nombraron obispos en la etapa republicana -no
pasaron de veinte en esos diez años-es lógico no hacer de
ella periodo aparte. Por último quizá sea también mezclar
demasiado
unir el franqulsmo con la democracia pero si tene-
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mas en cuenta que el libro concluye en 1985, aún no tenía la
etapa democrática duración suficiente como para considerarla
autónomamente. Quizá una segunda edición,
con unos treinta
años
de obispos de la democracia, sea el momento de dife­
renciar ambos periodos o
de considerar aisladamente el ponti­
ficado de
Juan Pablo II.
El gran problema con que se encontró nuestro historiador
fue el del erial
que constituye nuestra historia eclesiástica, to­
davía más yermo
en los días en que se redactó la obra que en
los de hoy. Pese a ello, las muchísimas lecturas de Cuenca le
permiten
un resultado más que digno, que ha mejorado nota­
blemente el horizonte de nuestra historiografü, eclesial con­
temporánea. Gracias a ello nos suministra datos interesantes, e
importantes, sobre la edad de nombramientos y defunciones
episcopales, duración de los pontificados, dímisiones produci­
das, procedencias regionales, urbanas y rurales, adscripción
social de los obispos, estudios y titulaciones y universidades en
que las lograron, origen secular o regular de los nombramien­
tos y, en el caso de que recayeran en regulares, cuales eran
sus órdenes de procedencia, cargos que ocuparon antes de su
nombramiento episcopal, producción literaria, mecanismos de
selección ... Como se ve, tocio un amplísimo horizonte que tras
el estudio de Cuenca queda mucho más desbrozado.
¿Discrepancias con
él? Apenas ninguna. Tal vez le encuentre
demasiado benévolo con nuestro último episcopado, que a mí
me parece el peor que hemos tenido en todo el periodo estu­
diado. Naturalmente con excepciones, notables algunas de ellas.
Es de lamentar, en tan excelente trabajo, la cantidad de
erratas o errores que se advierten. Evidentemente no se corri­
gieron las pruebas o no se entregaron éstas al profesor Cuenca
o
al menos a persona a quien no le fuera ajena la cuestión.
La mayoría de ellas salvables por cualquier lector media­
namente instruido,
por el mismo texto en otra página, o por
el sentido común.
No quiero dejar de referirme a una de ellas, pues tiene su
gracia. Al hacer en estas mismas páginas la recensión del libro
de Berzal de
la Rosa sobre el arzobispo de Valladolid,
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Gandásegui, comenté, estupefacto, "un extrañísimo municipa­
lismo en la política de nombramientos eclesiales, del que has­
ta el momento
no tenía yo el menor conocimiento. Sio duda
el análisis marxista, que por otra parte él no utiliza, lieva a
descubrimientos memorables. Vean si no esta perla: "Como
ocurre con Gandásegui, era normal que las altas dignidades
eclesiásticas dirigiesen a los municipios nombres de sujetos
cualificados para el gobierno diocesano" (pág. 8). ¡Qué pito
tocañan
en esto los alcaldes!" (Verbo, 405-406 (mayo-junio-julio,
2002), 533). Pues ese pito lo recoge directamente, citándolo,
de
Cuenca. Pero leyendo el texto del profesor cordobés, cual­
quiera
que no sea un absoluto ignorante de la historia y de la
Iglesia entiende perfectamente lo
que Cuenca dijo y lo que la
errata desbarató.
El autor de la Sociología del Episcopado nos
decía
que era normal que los obispos dijeran a los nuncios los
nombres de los
que creían capacitados para eventuales pro­
mociones episcopales.
El duende de las imprentas cambió nun­
cios
por municipios, haciendo totalmente incongruente la fra­
se,
pero dejando también meridianamente claro, salvo para
quien no sepa nada de nada, cuál era la redacción inicial. Pues
al señor Berzal le encantó lo de los alcaldes, se lo creyó y lo
reprodujo para pasmo de la historia, del sentido común y de
todo. Excelente trabajo
que está reclamando ya una segunda edi­
ción actualizada, esta vez con corrección de pruebas, pues
contribuye, como poquísimos libros, a un mejor conocimiento
de nuestro episcopado contemporáneo. Nada menos que 770
obispos, el último es el actual obispo de Getafe, Francisco José
Pérez y Fernández
Golfin, quedan más clarificados y conoci­
dos.
El año de preconización, lugar de nacimiento y fecha del
mismo, su procedencia social, la Orden religiosa a la que per­
tenecían
en su caso, centros donde estudiaron y titulación aca­
démica, cargos previos desempeñados y diócesis que ocuparon
están,
en apretada sintesis, recogidos en las págioas de
Cuenca. Que escribió su libro cuando aun no habían apareci­
do los episcopologios de Lamberto de Echeverría y Vida!
Guitarte.
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Desde aquí no me queda más que animar al profesor
Cuenca a esa actualización
y a mis amables lectores a la lec­
tura urgente de esta obra.
FRANCISCO JOSÉ fERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
lgino Giordani: LOS GRANDES CONVERSOS (*)
Un precioso libro que narra los mil caminos de los que se
vale la gracia de Dios para trae a su Iglesia almas alejadas
de
Él. Bien sé que hacer la crítica de un libro que se debió publi­
car
en 1955 es absolutamente contrario a todo lo que debe ser
una información bibliográfica
que informa a los lectores de lo
que se encuentra en las librerías. Y este libro sólo estará en
alguna biblioteca o en algún librero de lance. Pero, como hoy
los tiempos adelantan que es una barbaridad, las librerías de
ocasión han establecido un consorcio informático (Iberlibro),
gracias al que, lo que antes era buscar una aguja en un pajar,
ahora es tarea mucho más asequible. Por lo
que cabe reco­
mendar lecturas hasta hace
poco inencontrables.
En esta obra tenemos descrita la peripecia espiritual
de
numerosísimos conversos. Bastantes de ellos figuras de talla
mundial y otros más desconocidos. Que en algún momento de
su vida, algunos
en las puertas mismas de la muerte, se encon­
traron, o se reencontraron, con Cristo. Por supuesto, los con­
versos paradigmáticos: Newman, Chesterton, el matrimonio
Maritain, Manzoni, Talleyrand, Chateaubriand
... También algunos
para mí sorprendentes, sin duda por mi desconocimiento,
como el almirante Yamamoto, el poeta Carducci, los presiden­
tes
de la República Francesa, Loubet y Poincaré ...
Muchos casos son bellísimos. Todos, espiritualmente, re­
confortantes. Libro, pues, de recomendabilisima lectura al que
solamente podemos ponerle dos peros: las erratas y la desa­
fortunada traducción.
FRANCISCO JOSÉ fERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
C-) Editorial Casulleras, Barcelona, s.f. (el nihil obstat es de 1955), 355 págs.
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