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Número 413-414

Serie XLII

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Ética y dinero

ÉTICA Y DINERO
POR
ANToNio SEGURA FERNs
"La mayor parte de las proposiciones y cuestiones que se
han escrito sobre materia filosófica, no son falsas, sino sinsen­
tidos" (1), nos dice uno de los más relevantes filósofos moder­
nos, Ludwig Wittgenstein.
Si esto tiene validez en el campo
filosófico con mucha más razón la tiene cuando
el discurso
versa sobre algo complejo, aquí
un filosofar sobre la ética y el
dinero.
Esta especulación es antigua: Aristóteles, precisamente en
la Etica Nicomaquea empezará señalando cómo "la moneda ha
venido a ser como una especie de sustituto de la necesidad en
virtud de una convención, y por eso se llama así, porque no
es por naturaleza, sino por ley humana y está en nuestras
manos cambiarla o inutilizarla... Pero la necesidad, como una
especie lo mantiene todo unido" (2).
Es, pues, evidente la relación intrínseca que se da entre esa
"convención legal" -el dinero--y la "necesidad humana" lo cual
lo inscribe de
pleno derecho no sólo en la ética o "ciencia de
las costumbres", sino también en la moral o "ciencia del bien".
En efecto, en términos no ya filosóficos, sino económicos
actuales, el dinero, respecto a las "necesidades" de los hom­
bres, es no sólo una medida de ellas en la operación de inter­
cambio, sino un transportador de ellas en el tiempo. Aristóteles
lo dirá así: "En cuanto al cambio futuro, si ahora no necesita-
(1) Tructatus, 4003.
(2) V
Etb. Ntcb. B 1133c, 29.
Verbo, núm. 413-414 (2003), 301-310. 301
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mos nada, pero luego podemos necesitar algo, la moneda sir­
ve como garante, porque el que tiene dinero debe poder
adquirirlo" (ibidem).
Aquí, precisamente, se inicia la compleja problemática éti­
ca del dinero, pues "la mondeda misma está sujeta a igual fluc­
niación, porque el dinero no tiene siempre el mismo valor,
aunque tiene una tendencia a permanecer estable. Por ello,
todas las cosas deben tener un precio, porque así
habrá siem­
pre intercambio
y, por ello, asociación humana: la moneda
como medida, iguala las cosas haciéndolas conmensurables"
(ibídem).
El desarrollo de estas ideas, darla lugar no a una confe­
rencia, sino a un curso completo, pues "in nuce" comprende
toda la problemática ético-económica de la licitud del interés y
de la inflación, temas que han hecho correr ríos de tinta. En
un apretado resumen de todo ello, veremos cómo durante lar­
gos siglos de ortodoxia pública cristiana, estará presente el
tema del lucro
en los préstamos, problema no sólo ético, sino
también político. Todo el razonamiento hecho en la Etica
Nicomaquea
lo repetirá Aristóteles en el Libro I de su Política,
donde añadirá un matiz sobre el intercambio: "Cada objeto de
propiedad tiene un doble uso. Ambos casos se refieren al mis­
mo objeto, pero no de la misma manera: uno es el uso del
zapato, por ejemplo, como calzado, y otro como objeto de
cambio" (3).
Pero así como la utilidad del calzado como uso tiene
un
límite, por el contrario, como objeto de comercio no lo tiene:
No otra cosa es la diferencia que se da entre la riqueza mate­
rial que satisface las "necesidades" humanas, y la riqueza
"monetaria", que teóricamente es infinita, como nos dirá el más
insigne aristotélico, Tomás de Aquino, señalando cómo "la con­
cupiscencia
natural no puede ser infmita en acto, porque tie­
ne por objeto lo que la naturaleza humana requiere, y esto se
dirige siempre a
una cosa fmita y cierta. Por él el hombre no
desea nunca comida ni bebida infinita.
(3) lb. B 1257a.
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Pero, así cómo acontece en la naturaleza, en el inftnito
existe en potencia por sucesión (l+l+l+ ... ___) ... la concu­
piscencia
no natural (por convención) es del todo infinita, por­
que sigue a la razón" ( 4), capaz de captar la noción de infi­
nito. En otras palabras, aquella primera "concupiscencia"
natural, es la propia del animal; la segunda,
no natural, con­
vencional,
es la propia sólo del "animal racional", el hombre.
Por ello, la primera está sujeta a la "ley de la necesidad"; la
segunda a la "ley de la libertad" de los seres personales.
Aquélla es de cosas
físicas; ésta del "dinero" como signo con­
vencional del valor económico que mide como "precio", y es
"infmito" por su calidad acumulativa, tal como la concupiscen­
cia racional humana.
Todo esto originará
una abundantísima literatura sobre
dinero y ética: Por ejemplo, en el Index tbomisticus que ha
publicado la IBM, gigante de la informática, aparecen correla­
cionadas todas las palabras
-8, 7 millones-en la ingente pro­
ducción de Tomás de Aquino.
Ahí, los términos "divitia",
"pecunia", "num.mus" "denarius", etc. son citados en más de un
millar de referencias en siete páginas, a tres columnas de apre­
tado texto, del tomo XIX del citado Index.
No podía ser de otro modo: Aristóteles, como vemos, inser­
ta el dinero como "medida" del precio de las cosas inscritas en
su teoria metaÍISica de la potencia y el acto. El dinero es así
potenci,a universal del valor económico que se concreta un acto
como precio en cada trarISacción mercantil o fiduciaria "subtan­
cializándose" así en esta o aquella mercancía, servicio o inver­
sión. Incluso
en aquellos bienes metaeconómicos -cultura, arte,
culto-que necesitan una base material, por ello económica -ins­
trumentos, libros, etc.-para su uso o disfrute rige la ley del
dinero.
En esta presentación de una "metaÍISica del dinero" están
de acuerdo no sólo Aristóteles y el Aquinate, sino filósofos tan
alejados de ellos como Kant o Hegel. Un sociólogo muy
influi­
do por el kantismo, Georg Simmel (5) nos dirá en su Filoso¡ta
( 4) T. DE AQUINO, s. Th. 1-Il, q 30, ar4, CO.
(5) Gemg SIMMEL, Füosojía del dinero, l.E.P., 1976, p. 88.
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del dinero que "conocer un objeto, dice Kant, es establecer
una unidad
en la multiplicidad de sus apariencias" (p. 88),
pasando a "situar el dinero dentro de una imagen concreta del
mundo para determinar
en ella la significación filosófica del
mismo; puesto
que sólo cuando la forma del valor económico
corresponde a
la forma de lo real el más alto grado de reali­
zación
que aquélla puede aspirar es una interpretación del ser
en general más allá de sus manifestaciones inmediatas" (p. 78):
En otras palabras, el dinero es la forma general del valor eco­
nómico como lo general del mismo en la presencia de los dife­
rentes
"precios" del intercambio comercial, pues "el dinero es
una acumulación abstracta de valor; como objeto visible, el
dinero es el cuerpo con que se cubre el valor económico, abs­
traído de los objetos valiosos... En la realización de aquello
que es común a los objetos en cuanto económicos (p. 104).
Y
aún añade algo muy significativo en la relación del dine­
ro con la ética: "Por esto en ningún otro símbolo exterior se
expresa de modo tan completo la miseria general de la vida
humana como en la necesidad perpetua de dinero, que opri­
me a la mayoría de los seres humanos. El precio en dinero de
una mercancía es la trocabilidad
que se establece entre ella y
el conjunto
de las demás mercancías" (p. 105): es decir, la
carencia de dinero es la miseria.
Del mismo modo, Hegel en su Propedeútica -15,3-nos
dirá que "el dinero es la forma universal de los bienes, por
ello como valor abstracto, en sí mismo no puede ser usado
con el propósito de satisfacer una necesidad particular.
Solamente es el medio universal por el que se satisfacen las
necesidades particulares, y, en esta misma línea, en otra obra
-El sistema en la eticidad !, A, a)-, nos dirá que "la necesidad
constituye
aqu! una individualidad absoluta, un sentimiento
limitado al sujeto y
que pertenece enteramente a su naturale­
za" ... Se trata del comer y del beber, pura indigencia humana.
Esta
necesidad general, "reflejada en la cosa u objeto, en lo
particular mismo, constituye su igualdad con otras cosas, con­
sistiendo así
en el valor. Como medida empírica es, empero,
el precio" (ibidem).
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Así, en el intercambio "el dinero es la sobreabundancia
puesta
en la indiferencia, como algo universal concreto y como
posibilidad
de todas las necesidades" (ibídem), frente al "uni­
versal
abstractd' que es el ''valor de uso", como categoría fun­
dante del intercambio, frente a
su discípulo Marx, que optó
por un pretendido "valor de cambio", objetivo, constitutivo de
la mercancía como el peso o el tamaño tomado como "medida
del gasto
de la fuerza de trabajo humana por su duración" nos
dirá en El Capital (6). Pretendido objetivismo que, como seña­
ló Von Mises (7), imposibilita
un cálculo racional de precios y
ha terminado en ruina económica en los países donde ha
imperado el 11socialismo real".
Se ve cómo coinciden en el tema del dinero tan diferentes
discursos filosóficos -Atistóteles, Tomás
de Aquino, Kant,
Hegel, Marx-, señalando
dos cosas: a) el ineludible condicio­
nante de la necesidad, la indigencia de cosas, que el hombre
precisa o simplemente desea.
b) Por otro lado, cómo esa "con­
vención" humana
que es el dinero como medida según precio
del valor económico
de las cosas que se necesitan, sólo es una
expresión universal", vacía en sí misma --especialmente tras la
desmetalización del dinero-,
pero que "sirve" como "universal
concreto" para el intercambio real,
donde se substancia en
cosas útiles o deleitables. En el intercambio económico entre
hombres, rige el dicho
popular "tanto tienes, tanto vales". Lo
cual por un lado es una cura de humildad que nos recuerda
patentemente
que somos "creaturas" limitadas, no el Creador
infinito al
que tenemos que pedir "el pan nuestro de cada día".
daro que también puede dar lugar a una curiosa deformación
-que ya señaló Apuleyo de Madaura en el Asno de Or<>-que
significa el reducir el valor casi infinito de la persona humana
a la posesión
de la mera riqueza natural que viene confun­
diendo el
"ser'' con el "tener", cayendo en la ridícula preten­
sión
de aquel asno que por ir cargado de oro se creía algo
importante.
(6) K. MARx, OME 42, p. 82, Ed. Grijalbo.
(7) Ef. L. voN MlssES, La acción humana, Sopee, 1968, cap. XXVI.
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Todo esto es objeto de la reflexión del filósofo cordobés
Lucio Anneo Séneca que, en su Carta LXXXVII a Lucilio, rico
"self made man" pompeyano, le dice: "Tienes por rico aquél
porque
su vajilla de oro le sigue hasta en sus viajes, porque
en todas las provincias tiene tierras labrantias y maneja un
libro de vencimiéntos lujosamente encuadernado, poseyendo
en las proximidades de Roma tanta extensión de campo que
seria envidiada aunque lo fuera en los eriales de Apulia; cuan­
do hubieras dicho esto, yo te diré: Es un pobre pelado. ¿Por
qué? preguntarás. Porque debe ¿cuánto?, dices. Todo; si no es
que haces distinción entre los péstamos de un hombre o de la
fortuna. ¿Qué importan
en nuestro caso las mulas gordas y
lucias, todas de un mismo color? ¿Qué estos coches vincula­
dos?... Esos arreos no pueden hacer mejor al hombre ni a la
mula".
En nuestro discurrir hemos pasado, pues, del tema econó­
mico, neutro, cuantitativo, sobre el dinero, a su relación con el
hombre, su inventor: estamos ya
en el discurso ético, una vez
alcanzado el consenso teórico de las diversas filosofías del
dinero. Ahora vamos a centramos en su "uso", tal como ha
sido formulado en el marco de la civilización occidental, con­
figurado
por un milenio de Cristiandad.
Wemer Sombart (8),
nos dirá en El burgúes que "lo que
interesa" a nuestra cuestión es el tomismo que domina desde
el siglo XIV en el catolicismo ... caractetistica peculiar de esta
doctrina es
que conjuga en un todo unitario los dos elemen­
tos
que integran desde su principio el sistema cristiano: la reli­
gión paulino-agustiniana del amor y
de la gracia, con la reli­
gión
de las leyes y de los preceptos... Lo único que va a
ocupar nuestra atención es la moral de la ley tomista. La idea
central
de esta moral es la racionalización de la vida eterna
y la divina ley terrena y natural
de la razón, tiene el conte­
nido
de regular los sentidos, los afectos y las pasiones, y enca­
minarlos hacia fmes racionales, ya que la razón humana, para
Tomás, es una "scintilla Dei", como una chispa desprendida de
(8) w. SoMBART, El burgués, Alianza, 1982, pp. 255-256.
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la Razón Divina (in I Sent., ds. 46, q. 1 art, 2). Pues bien, como
antes se dice, el dinero
no ya como "medida" del intercambio,
sino
en su uso como "dinero puro", originará un abundante
discurso moral sobre la licitud
de los préstamos con interés. La
polémica nace de la confusión original respecto a las dos fun­
ciones del dinero, ya como
"medida", ya como "depósito" de
valor.
Es obvio que la escolástica, siguiendo a Aristóteles, que
funda la universalidad del dinero en la "necesidad" humana de
los diferentes bienes medidos para su intercambio, negará la
licitud del dinero
en los contratos de "mutuo" intercambio,
pues la equidad sólo admite que se devuelva lo que se reci­
bió:
"El uso, en ciertos casos, exige la conjunción de la sus­
tancia usada, la misma cosa ...
El uso propio del dinero es uti­
lizarlo para su cambio
por otras cosas ... Mas también hay cosas
cuyo uso
no implica el destruirlas, tal como, vgr. habitar una
casa. Así, de este modo, en las cosas que no se consuman por
el uso .. , puede concederse que ya se venda la cosa misma, ya
el
uso de ella; o una y otra cosa, reteniendo su uso en el tiem­
po; o igualmente
puede vender el uso de ella (alquiler) rete­
niendo la propiedad. Pero,
en aquellas cosas cuya utilización
es consuntiva,
no sabe otro uso que la cosa misma ... Por eso,
cuando alguien deja dinero a otro con la obligación
de devol­
verlo íntegramente,
y luego quiere obtener cierto precio por
ese adelanto, es manifiesto que cede el uso del dinero que es
la propia sustancia del mismo,
porque el uso del dinero es su
propia sustancia: por ello vende aquello que no es; o lo ven­
de por dos veces.,. Y esto manifiestamente va contra la misma
razón
de la justicia" (10).
Ahora
bien, el dinero, ya no como "medida" del intercam­
bio
de bienes físicos, que se consume en la adquisición de
ellos, sino como "depósito de valor", vgr., los ahorros hechos
con vista al futuro, están
en la misma siniación que la pose­
sión
de una cosa o cualquier otro bien fisico utllizable. La
(9) T. DE AQUINO, d. I sent, ds 46, q 1, ar 4, co.
(10) T. DE AQUINO, Maestro dtsputata dei malt, q 13, a 4.
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pregunta ahora será: ¿Es lícito aquí sacarle un "interés", un
"precio" de "alquiler"?
El tema lo toca Sto. Tomás así: "En un préstamo mutuo, el
prestador
puede sufrir algún daño en lo prestado (daño emer­
gente)
de dos modos: Uno que no le devuelvan lo prestado
en el tiempo pactado Oucro cesante) y así, el que retiene el
préstamo,
debe tenerlo 'ad interesse' ... porque el que presta
debe tomar precauciones para no perjudicarse" (ibidem 4). Es
decir: puede haber un tipo de préstamo sin interés, una carencia
de coste; pero a partir de cierto tiempo si no hay devolución,
el prestador ha de resarcirse de ello. Esto ocurre porque tam­
bién --como las cosas-el dinero puede tener un doble uso. El
uso principal es medir el intercambio, pues para esto se inven­
tó el dinero; el uso secundario del dinero puede tomar otra
forma, vgr., cuando se pone como prenda pignorativa de aval ...
El modo cambiario es el uso consuntivo de la sustancia de los
objetos
que se intercambian, por cuanto el dinero se convier­
te
en aquello por lo que es cambiado ... Pedir por este uso un
precio más alto generalizado a toda la sociedad, para asegurar
rentas crecientes a más población, debería resolverse defmiti­
vamente por la Iglesia. Y fue resuelto por Benedicto XIV que
un 1 de noviembre de 17 45 publica la carta "Vix pervenit" diri­
gida a los obispos italianos y después ampliada
su vigencia a
todo el ámbito
de la Iglesia católica por una nota del Santo
Oficio del
20 de julio de 1836. El origen inmediato en este
documento fue la polémica producida
por la publicación en
1744 de la obra de Scipion Maffei, titulada Del impiego del
denaro
y dedicada al Papa, de quien era amigo, como se
cuenta en dicha carta. El Papa nombró una comisión de
Cardenales y teólogos para dictaminar sobre la obra de Maffei.
Y la carta pontificia sólo
es el relato del dictamen y su apro­
bación doctrinal.
En ella sigue condenándose la usura, pero establece que
"algunos títulos o contratos distintos del mutuo que pueden
dar un justo beneficio sobre lo prestado" (III), porque tam­
poco se niega que muchas veces, mediante contratos de natu­
raleza muy diversa del mutuo, cada cual puede colocar e
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invertir su propio dinero, ya para obtener rentas anuales, ya
para ejercer el comercio o en negocios lícitos, y obtener de ello
un honesto lucro" (ibídem). Después señalará que "la usura es
el abuso
en las condiciones pactadas" (IV), coincidiendo así
con S. Antonio que pone la usura más en la intención que en
el lucro del prestador.
Prudentemente, el Papa, al aprobar las conclusiones
de la
comisión, añade: "Nada establecemos, por ahora, acerca del
contrato que
ha provocado estas controversias. Tampoco deter­
minamos nada sobre los otros contratos,
en tomo a los cuales
los teólogos y canonistas se dividen en diversas opiniones"
(VI), recomendando moderación
y cautela en los juicios sobre
esta materia
(VIII).
Terminamos recordando con ]. Pieper (11) cómo "la ética
idealista del siglo pasado
ha olvidado y negado la determina­
bilidad
de la moral por la realidad". Esto es un ejemplo evi­
dente
de cómo el mejor conocimiento de la realidad econó­
mica, al convertirse el discurso humano sobre ella en la
moderna "ciencia" económica, ha esclarecido juicios morales,
que correspondían a
otras situaciones y a otros criterios, sobre
este tema. El iter seguido puede resumirse así: a) Primero se
consideró el dinero como "medida" del intercambio de valores
económicos dados como precios. También como artificio
trans­
portador de este valor desde el momento actual a futuros usos
del mismo. b) Por aquí se entra
en otra cualidad del dinero:
es,
no sólo medida sino también depósito del valor económi­
co
de un modo universal abstracto. Así, al estar "en potencia"
universal para cualquier uso "actual" concreto de inercambio,
adquiere una capacidad propia, un uso específico distinto del
ser "medida" general
de los precios, en tanto que valioso por
sí mismo y esto sustancialmente. Por ende, algo que no se
agota, no se "consume" destructivamente en el acto del mutuo
intercambio, sino que le acompaña mientras
no padezca des­
trucción física.
Por ello, el razonamiento primario de los esco­
lásticos, respecto al acto de sólo "medir", no es apropiado para
(11) ]. PIEPER, El descubrimiento de la realidad, Rialp, 1979, p. 94.
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aquella cosa, también con valor propio, pero universal en lo
económico,
que es lo que posibilita la medida: es un "apara­
to" de medir como
puede serlo una báscula y, por ello, sus­
ceptible
de ser arrendado su uso, tal como era la casa que citó
el Maestro Tomás.
Metafisicamente podría decirse que aunque la "potencia"
no es aún '1un aigo", pues las cosas sólo lo son "en acto", pero
tampoco es
"nada": "El ente en potencia es como un medio
entre el puro no ente (la nada) y el ente en acto (la cosa)",
dice el Aquinate (12). Por ello, el dinero
en tanto que poten­
cia universal del valor económico -depósito de valor-
no se
"consume" en el préstamo, sino que usa esta capacidad suya
para medir otras cosas: Pigou (13) nos dirá que el valor de
todas las mercancías distintas del dinero, en témtinos de otro
bien, viene determinado, como cualquier otro
valor, por las
condiciones de la oferta y la demanda.
Y Wiksell (14) hoy nos hablará del "precio natural" del dine­
ro por oposición a un precio artificial de "mercado", variable y,
lo que es peor, manipulable: Esto último es la usura condenada.
Lo otro, sólo son los "talentos" -Mt. 25,14 ss.-que Dios ha dado
al hombre "ut operatur" (Génesis 2,15), para que los trabaje, y de
cuyo uso ha de pedir cuenta. Precisamente, al "siervo malo y
perezoso", le reprochó que "no haya entregado el dinero a los
banqueros para
que a la vuelta Jo recibiese con los intereses (Mt.
25,26-2)". Y, precisamente comentando esto Tomás nos da una
preciosa explicación económica sobre la licitud
de la banca: "Los
banqueros pueden decirse dúplicemente, porque su oficio es
doble, pues
deben comprobar el dinero por si es bueno, también
para lucrarse del dinero manejado
(item ut e.xbibita pecunia
lucrentur)' (Sermo sup. Ev. Matbaei cap. 25).
Este es, pues, nuestro reto.
(12) T. DE AQUINO, l Phys. IX, n.2 132.
(13) Ploou, ''Value of Money", Zuarterly J. of Economics, vol. XXXI (1917).
(14) K. WIEKSEU, Lectures on Political Economy, Londres, XI, pp. 22 y 190.
Ver también D. PANTINKIN, Dinero, interés y precios, Aguilar, 1963, p. 264. En
el Código de Hammurabi ya se establece una relación entre el precio del dine­
ro
y las expectativas del precio de la cebada.
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