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Número 429-430

Serie XLII

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Don Marcelo González Martín, cardenal arzobispo emérito de Toledo

INMEMORIAM
DON MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN,
CARDENAL ARZOBISPO EMÉRITO DE TOLEDO
Se ha muerto un gran cardenal. El gran cardenal del último
tercio del siglo
xx en España. Todas las interpretaciones históri­
cas so.n subjetivas, por supuesto. Y yo reconozco mi veneración
por don Marcelo. Pero los hechos son los hechos y alú están, ava­
lando mi aserto. Dije, con motivo de su muerte, y no es fácil no
repetirse después de haber escrito cuatro o cinco artículos en su
memoria, que en. el siglo xx hubo tres cardenales extraordinarios
en la Iglesia de España. Hubo, ciertamente, muchos más pero, de
imperecedera 1ne1noria, en mi opinión, tres. Marcelo Spínola, hoy
en los altares, inolvidable arzobispo de Sevilla, Isidro Gomá,
arzobispo
de Toledo, el gran cardenal de la justificación de una
España mártir, y don Marcelo González Martín, también arzobis­
po de Toledo, y el conservador fiel, en días de potestas tenebro­
mm, de la fe de una España secular.
Ciertamente hubo,
en ese siglo, otros 1nuchos cardenales,
dignfsimos los más,
que al recibir la sagrada púrpura honraban a
la Iglesia
que los habfa enaltecido. Y a la que ellos hablan enal­
tecido. Creo
que no estará de más recordar a los cardenales del
siglo xx entre los
que don Marcelo descolló como figura inmen­
sa. Prescindo de los curiales, entre los
que hubo también figuras
excelsas
y alguna mediarúa: Merry del Val, Vives y Tutó, Larraona,
Albareda, Tavera, Javierre, Martínez Somalo, y tal vez se me olvi­
de alguno.
Fueron cardenales
de diócesis españolas en este siglo XX -sus
obispados los mencionamos en la sede en la que recibió el cape­
lo y en las poste1iores que rigieron-, Ciriaco -María Sancha y
Hervás, arzobispo de Valencia y después de Toledo (1894-1909),
Antonio
Maria Cascajares y Azara, arzobispo de Valladolid y nom­
brado, sin llegar a tomar posesión, Arzobispo
de Zaragoza (1895-
1901), Salvador Casañas y Pagés, obispo
de Urge! y de Barcelona
(1895-1908), José
Maria Martín de Herrera y de la Iglesia, arzo­
bispo
de Santiago (1897-1922), Sebastián Herrero y Espinosa de
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!NMEMOR!AM
los Monteros, arzobispo de Valencia (1903), Marcelo Spino!a y
Maestre, arzobispo
de Sevilla (1905-1906), Gregorio Maria Aguirre
y
Garcia, arzobispo de Burgos y de. Toledo (1907-.1915), José
Maña Cos y Macho, arzobispo
de Valladolid (1911-1919), Enrique
Almaraz y Santos, arzobispo
de Sevilla y de Toledo (1911-1922),
Victoriano Guisasola Menéndez, arzobispo
de Toledo (1914-1920),
Juan Soldevila Romero, arzobispo de Zaragoza (1919-1923), Juan
Benlloch y Vivó, arzobispo de Burgos (1921-1926), Francisco de
Asís Vida! y Barraquer, arzobispo de Tarragona (1921-1923), Enrie
que Reig y Casanova, arzobispo de Toledo (1922-1927), Eusta­
quio Ilundain Esteban, arzobispo de Sevilla (1925-1937), Vicente
Casanova y Marzo!, arzobispo de Granada (1925-1930), Pedro
Segura y Sáenz, arzobispo
de Burgos, de Toledo y de Sevilla
(1927-1957), Isidro Gomá y Tomás, arzobispo
de Toledo (1935-
1940), Enrique Pla y Deniel, arzobispo
de Toledo (1946-1968,
Manuel Arce Ochotorena, arzobispo
de Tarragona (1946-1948),
Agustín Parrado García, arzobispo de Granada (1946), Femando
Quiroga Palacios, arzobispo de Santiago ( 1952- 1971), Benjamín
Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona (1953-1973), José Maña
Bueno Monreal, arzobispo
de Sevilla (1958-1987), Angel Herrera
Oria, obispo
de Málaga (1965-1968), Vicente Enrique y Tarancón,
arzobispo
de Toledo y de Madrid (1969-1994), Arturo Tavera
Araoz, arzobispo de Pamplona y después curial (1969-1975), Nar­
ciso Jubany Arnau, arzobispo
de Barcelona (1973-1996), Marcelo
González
Marñn, arzobispo de Toledo ( 1973-2004), Ángel Suqufa
Goicoechea, arzobispo de Madrid (desde 1985), Ricardo Maña Car­
les Gordo, arzobispo
de Barcelona (desde 1994), Antonio Maña
Rouco Varela, arzobispo de Madrid (desde 1998), Francisco Álva­
rez
Marñnez, arzobispo de Toledo (desde 2001) y Carlos Amigo
Vallejo, arzobispo de Sevilla (desde 2003). En la lista hay notables
personalidades
de la Iglesia, otros más anodinos y algunos pe­
nosos. Pues entre todos ellos sobresalen,.
en mi opinión, los tres
que he citado. Sin subestimar a otros grandes .ca,denales como
Sancha, Casañas, Aguirre, Guisasola, Vid.al y Barraquer, Reig,
Segura, Pla o Quiroga. A los que aún viven no me quiero referir
aunque creo que solamente uno de ellos podrá ser considerado
entre este último plantel de purpurados que hemos citado.
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INMEMORIAM
Nació don Marcelo en Villanubla, pequeño pueblo de la pro­
vincia y archidiócesis de Vallado]id que, cuando vino al mundo
nuestro cardenal
tenclr!a unos mil quinientos habitantes. De familia
modesta, su padre era un pequeño comerciante,_ :ingresó en 1935 en
el Seminario de Valladolid y concluirla sus estudios en la Univer­
sidad de Comillas,
donde se licenció en Teologia en 1940. El
siguiente año fue ordenado sacerdote y comenzó en Valladolid una
caiTera eclesial fulgurante. Enseguida fue el predicador de moda en
la archidiócesis y cualquiera que le haya oido alguna vez no tendrá
la menor duda sobre ello. Fue uno de los grandes, y de los últimos,
oradores sagrados de España. Y todo le acompañaba para ello, una
voz
espectacular, una magnífica talla, el gesto y la dignidad. Dije,
en un artículo con motivo de su muerte, que babia sido grande en
todo. Creo que también puedo añadir que fue digno siempre. Y
curiosamente esa grandeza y esa dignidad, alguien
dijo que parecia
un cardenal' del Renacimiento, no coartaban para nada la proximi­
dad. Porque sabía como nadie hacerse próxii,no. Tenía_ una Sonrisa,
que a veces estallaba en franca risa, . que desde la primera vez que
te acercabas
a él te envolvía en seguridad y en afecto.
Pues ese cura joven,
que hablaba mejor que nadie, se hizo
con la Acción Católica vallisoletana y con los jóvenes y con los
pobres. Eran días duros y trágicos. Y él
se metió en ellos con
todo su inmenso corazón.
La labor que hizo en el Patronato San
Pedro Regalado para dar vivienda a quienes
no la tenían fue
extraordinaria. Y de aquella experiencia intensisima
le debió
venir su lema episcopal:
Pauperes evangelizantur (Los pobres
son evangelizados). ¡Qué diferencia entre la acción social de este
joven canónigo
_de Valladolid construyendo casas a los más . nece­
sitados y evangelizándolos
con la de tantos otros sacerdotes que
algunos años después quisieron corregir el lema de don Marcelo
por un Pauperes comunistizantur1
La fama del canónigo pronto saltó las fronteras vallisoletanas
y el 31 de diciembre de 1960, con cuarenta y dos años, Pio XII
le nombra obispo de Astorga, siendo entonces el prelado más
joven de España, llevándole casi
un año José Maña Cirarda, que
había sido consagrado un mes antes obispo auxiliar de Sevilla. Y
mantendrá don Marcelo
esa caracteñstica hasta el 26 de julio de
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INMEMORIAM
1964 en que es consagrado obispo don José Guerra Campos, casi
tres años
más joven que don Marcelo
¡Y con qué obispo se encontró Astorga! Este pasado verano
estuve
allí, Pues "el obispo", seguía siendo don Marcelo. Y ya
había pasado el largo pontificado de Briva y Camilo Lorenzo lleva
casi diez
años al frente de la diócesis. Incluso quienes no le po­
dían recordar, pues· hace ya casi cuarenta años que había dejado
la mitra asturicense, hablaban de
don Marcelo. El era el obispo
de
Astorga, Evidentemente se había creado el mito. Y quiero
haceros pensar
en algo que yo creo tiene mucho que ver con el
mito, A nada que recordéis vais a comprobar que todos los car­
denales son llamados por su apellido.
Los más gloriosos y los
más mediocres. En
la historia y hoy, El cardenal Cisneros, el car­
denal Mendoza, el cardenal Portocarrero, el cardenal Lorenzana,
el cardenal Barbón
... Y hoy, lo mismo. Segura, Tarancón, Caries.,.
Todos. Todos menos dos,
Qué curiosamente se llamaban igual.
Don Marcelo. Don Maroelo de Sevilla y don Marcelo de Toledo.
Aquella nadedad de arzobispo,
por supuesto que me refiero sola­
mente a su talla ffsica, que aun hoy, a los cien años de su muer­
te, es el arzobispo de Sevilla por antonomasia. Ya en los altares.
Yo sigo emocionándome cuando recuerdo que en sus últimos
años, ya viejo y próximo a la muerte, un·a espantosa sequía .Jlegó a
Andalucía y la gente se mona de hambre. Llteralmente. Y aquel
arzobispo enclenque, canijillo incluso, veridió, lo poco
que tenía
porque, como era un santo, no tenía casi nada. Y la cas.i nada casi
nada dio, Y la gente se seguía muriendo. Y entonces don Marcelo
decidió salir a pedir limosna, Y a las nueve de
la mañana, con su
teja y su manteo, cuando
en Sevilla ya se había pasado del calor a
"la calor", dejaba Palacio y a pedir .. Con la mano extendida. Por cari­
dad. Y a veces, también por caridad, tenía que pedir
un vaso de
agua. Porque ya
no podía más. Y se olvidaba de comer, porque sus
pobres se
morlan, y llegaba la tarde y aún seguía el arzobispo por
las calles pidiendo una limosna. Y le dieron, ¡vaya si le dieron!, los
marqueses y
las prostitutas, los ricos y muchos pobres, y hasta
dioen que
en el Ateneo Republicano salieron los masones y los anti­
clericales a depositar sus monedas
en esa · mano temblorosa que
pedía por amor de Dios, En muchos quizá fuera lo único que en
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INMEMORIAM
muchos años habi;m hecho por amor de Dios. Y tal vez esa limos­
na,
al arzobispo que tantas veces hablan despreciado, les sirvió en
el dia tremendo para sentirse abrazados por Cristo porque un dia
tenia hambre y le dieron de comer. Se terminó el hambre en Sevilla
y sus pueblos. Y cuando se supo la historia llegaron limosnas de
toda España. Hasta del
Rey. Claro que asi. se crean mitos. Santos
mitos. Pues, lo que os decia.
Sólo hay dos cardenales a quien todos
11.amah. por sus nombres. Y los dos se llaman Marceh
En Astorga revolucionó la diócesis. Que dejó de vivir el ca­
tolicismo secular, mortecino e inoperante, para ser modelo
de
pequeñas diócesis activas y comprometidas, Pero don Marce1o
hada unas revoluciones muy especiales. Qué no destruian el
ayer sino que, desde
el ayer, levantaban. el hoy. No ha habido
obispo menos revolucionario
en el sentido destructor, para
desde el erial levantar algo, o intentar levantar algo, · que don
Marcelo .. El levantaba desde lo existente, con lo existente, po­
dando lo que fuera necesario podar para que el árbol multise­
culár siguiera creciendo fobus·to-Y. poderoso .. Hasta que un día,
el 21 de febrero de 196(í, fue nombrado arzobispo .coadjutor de
Monseñor Modrego
en Barcelona. Parece imposible que cinco
años pudieran dejar tanta huella. Tanto recuerdo.
Tanto mito.
Pero lo dejó.
El era así.
Barcelona fue su cruz. Como coadjutor
y, en seguida (7 /1/
1967), como arzobispo titular. Fue a los suyos y los suyos no le
recibie.ron. El nacionálismo Catalanista se negó al entendimiento
con un obispo español -eran los .días del volem bisbes cata­
Jans---,-y pronto se comprobó hasta qué punto estaba contami­
nada aquella Iglesia, Cuando casi cuarenta años después vemos
el fruto de aquella "sensibilidad" eclesial, que
ha conseguido
_ co_nvertir una tierrá de s_antos en· la región. niás· .secularizada de
España, podemos comen.zar a entender el inmenso error de
aquellos clérigos que pretendieron poner la Iglesia
al servicio del
catalanismo como si Jesucristo .hubiera venido al mundo para que
se predicase el catalán a
todas las gentes. Los protagonistas de
aquello ya
no son nadie. Secularizados no pocos, muertos bas­
tantes, jubilados los más, los últimos incidentes
en Vich, Barce­
lona y Tarragona apenas
nos ha mostrado otra cosa que un gru-
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/NMEMORIAM
púsculo en vías de extinción. Pero que apenas ha dejado nada de
la ejemplar Cataluña cristiana.
Fueron sus años 1nás tristes. De tristeza personal y pa~toral.
Lo intentó todo, comprometiendo hasta el l!mite ile lo que podía
co1npro1neter. Y tal vez en alguna ocasión haSta SobrepaSara ese
límite. Pronto se dieron cuenta, los que le habían mandado a
aquel avispero
qt1e aceptó por Obediencia, que la situación· era
imposible y quisieron recompensar tanto disgusto con un retiro
dorado: Toledo.
Donde sucedió al cardenal Tarancón, que habla
sido trasladado a Madrid, el 3 de diciembre de 1971. Un año y
pocos meses después (5/3/1973) era incorporado al Sacro Cole­
gio
por Pablo VI.
Toledo era una diócesis rural y tranquila, 'que habla sido regi­
da muchos años
por un pastor sabio y piadoso, don Enrique Pla
y Deniel (1941-1968). Los dos años que estuvo el arzobispado
encomendado _a Tarancón casi sirvieron para destruir todo lo que
su antecesor había levantado y ciertamente el Seminario. Que
prácticamente dejó de existir, al menos como centro de forma­
ción sacerdotal. Ese fue el primer reto
de don Marcelo. Que tal
vez escarmentado con los nulos resultados de su pastoral de con­
cesiones en Barcelona se enfrentó a la crisis desde el primer
momento. O
buenos sacerdotes o nada. Y para aquello, tal como
se lo encontró, mejor nada. Bastaron dos o tres años para que
aquello fuera otra cosa. Muy distinta. Y, enseguida, cuando todos
los seminarios, con escasísitnas excepciones, se vaciaban el 9.e
Toledo a·ecía. Y poco 1nás tarde era el seminario 1nás numeroso
de España y el paradigma de todos ellos. El prestigio que alcan­
zó ft1e_ tal que de muchas dióces.is españolas_ e incluso a1nerica­
nas llegaban jóvenes que sólo querían ser sacerdotes de Jesucris­
to. Cosa
que dudaban mucho poder conseguir en los seminarios
de sus diócesis de origen.
El Seminario de Toledo pasó a ser referencia obligada de
España, Europa e Hispanoamérica. No había nada igual. Pero
no es que ft1era un primus .ínter pares, no, era un oasis en el
desierto. No quiero ser injusto con la 1neritoósima labor de algu­
nos,
1nuy contados, obispos · en este Can1po. Luchando contra
todo. Con mérito sobresaliente. Como don Pablo Barrachina en
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INMEMORIAM
Orihuela-Alicante o don Laureano Castán y don Jesús Pla en
Sigüenza-Guadalajara. Pero lo de ellos fue más bien una heroica
resistencia numantina mientras
que lo de don Marcelo fue una
Covadonga de reconquista ilusionada. Habría que esperar para
encontrar otra cosa semejante. Que se dio muy cerca, con otro
obispo extraordinario que ya goza también del encuentro con
Dios.
Don Francisco José Pérez y Femández Golfin en Getafe. Y
el ejemplo, extendiéndose como mancha
de aceite, afortunada­
mente
ha llegado ya a Madrid con otro obispo que también es
una bendición de Dios: don Antonio María Rouco Varela. Que ha
conseguido levantar, hasta el
punto de ser hoy el primero de
España, un Seminario asesinido.
Evidentemente esto
no se logra con un talante _o una sonrisa.
Exige una atención preferente, un amor desbordado, la elección
escrupulosa
de directores, espirituales y profesores, presencia fre­
cuente ilusionada e ilusionante
... Hay una prueba del nueve de
facilísima comprobación. Don Marcelo fue sobre todo un pastor.
Eso prima
en él sobre todo. Pero fue un pastor intelectual. Su
sencillez
era sabia. Y su bagaje de conocimientos muy crecido.
Enseguida quiso que sus seminaristas, además del clero diocesa­
no y de los seglare.s con preornpaciones .intelectuales, conocie­
ran a las primeras figuras del pensamiento católico y aprendieran
de ellas. Están las listas de los
que trajo a Toledo, de los muclú­
simos que trajo a Toledo. Pues es como
si hubiera; dedicado
horas y horas para buscar a los 1nejores, a ·los más seguros ... No
hay entre ellos uno dudoso, uno en conflicto con la Iglesia, uno
que en vez de dar pudiera quitar a sus seminaristas y a sus sacer­
dotes. Y Toledo fue el centro
de la intelectualidad católica de
España. Y todo ello
en días dificilísimos. Cuando lo que se llevaba era
lo contrario. Y
lo contrario era lo que se valoraba en la Nuncia,
tura y tal vez incluso más allá. Todo eso hizo que don Marcelo
hasta sus últimos tiempos fuese minoritario y que
en la Con­
ferencia Episcopal
no alcanzara los puestos que en verdad mere­
cía. Porque que fuera presidente de las Comisiones Episcopales
de Caridad (1966-1969), de Acción Caritativa (1969-1972), del
Clero (1972-1978) y
de Liturgia (1981-1990) me parece vergonzo-
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IN MEMORIAM·
so para sus hermanos obispos. Nunca fue presidente ni vicepre­
sidente
de. la Conferencia Episcopal. Los obispos de Dadaglio, de
los
que alguno queda incluso hoy, no. le iban a votar. Y no Je
votaron .. Y asi tuvimos en la presidencia a. Tarancón, Diaz Mer­
chán,
Suqwa y Yanes que no le llegan ni a la suela del zapato. Y
con todos mis respetos a
don Ángel Suqwa, que se los tengo.
Don Marcelo fue también
el restaurador de la venerable litur­
gia mozárabe e hizo
por ella lo que no habia hecho ningún arzo­
bispo de Toledo desde el cardenal Lorenzana, muerto hace exac­
tamente doscientos años. Asumió, por conciencia de gra:ti.tud_,
compromisos que otros más obligados eludían aun sabiendo que
en esos días no le beneficiaban nada y contribwan a dar de él
una imagen "politicarnente incorrecta". Me refiero a su homilia en
el funeral por el Generalisimo Franco. Debió ser por aquello de
que la Academia de Infanteña estaba en Toledo. Como .si se la
hubieran encargado al obispo de Mondoñedo porque Franco
nació
en El FeITol.
Y, sobre todo, fue el obispo a quien todos los católicos de
España dirigían su mirada
en unos penosos días de escándalos,
claudicaciones, miserias y vergüenzas. El .tema la palabra oportuna,
la orientación certera, la seguridad de la fe, la esperanza de días
mejores, la oración y
Ja. piedad que en no pocos ni se advertían ...
Voy a referirme ahora a dos hechos que reflejan la valentía
de este cas~ellano viejo, recio como su tierra natal, que sabia,
como sus inayores, decir sí o :no, cuando se requeria. Algunos
tienden a considerar valientes_ a los fanfarrones, a los que -venga
o no a cuento, hacen gala dé que se corµen el mundo y, gene­
ralmente, nunca se comen a nadie. El valiente es otro. Es el que
se muestra como tal cuando es necesario mostrarse.
Y la ocasión llegó cuando se proponía una· nueva Consti­
tución para España.
Don Marcelo seguro que no tenía la 1nenor
prevención a una Constitución,
IJero la que se propuso le alar­
maba en algunos puntos. Y lo dijo. Lo cómodo, lo fácil, lo cobar­
de era haberse callado. Pues rrianifestó, con claridad meridiana1
los aspectos de aquel texto que no le. pareCían compatibles con
el catolicismo. El escándalo. que produjeron sus palabras fue
monumental. Y
no sólo en los enemigos de la Iglesia. Asistimos
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IN·MEMORIAM
entonces a una vergonzosa carrera de despropósitos eclesiales en
los que todos corrían a desautorizar al cardenal. El talle, talle,
cmcii1ge alcanzó tales proporciones que hoy, cuando vemos y
lamentamos los frutos
de la Constitución: pronto un millón de
nasciturus asesinados en el vientre de sus madres, la familia des­
truida, la enseñanza religiosa .en gravísimo riesgo, el matrimonio
de homosexuales, la adopción por los mismos, los obispos insul­
tados
cuando abren la boca, la telebasura en todos los hogares ... ,
no entendemos a quienes contradijeron al cardenal y nos parece
admirable su pastoral.
Contra la pastoral de
don Marcelo se pronunciaron públi­
camente,
en lo que era un decidido aval de la Constitución,
Tarancón,
Bueno Monreal (Sevilla), Jubany (Barcelona), Yanes
(Zaragoza), Palenzuela (Segovia), Suquía (Santiago),
Roca Ca­
banellas (Valencia),
Peinado (Jaén), García Alonso (Albacete),
Rauco (auxiliar
de Santiago), Felipe Fernández (Avila), Arauja
(Mondoñedo),
Pont (Tarragona) .. , Más un número notable de
teólogos entre los que estaban algunos que después serían obis­
pos como Sebastián (Pamplona) y Cañizares (Toledo). Como
para que ahora venga alguien a poner en duda la valentía y la
responsabilidad del cardenal primado. S.ólo ocho obispos, entre
los casi cien de Espafi.a, respaldaron a don Marcelo en su pasto­
ral. Los demás o ·callaron o se pronunciaron en contra. Y, aun­
que sea un detalle casi sin importancia, sí quiero ·señalar que
uno de esos obispos que se le 1nanifestaron contrarios, un· pobre
hombre a quien habían hecho obispo de Albacete, don Ireneo
García Alonso, enseguida se vio alcanzado por un parkinson
galopante que en 1980 le obligó arenunciar a la diócesis. Pues
todos los toledanos recordarán que, pof bastantes años, mientras
la enfe1medad se lo permitió, don Marcelo llevaba a su lado en
la procesión del Corpus, por pura caridad de su parte, a ese
pobre obispo.
El segundo acto de valentía, de notable valentía, fue prohibir
a
dos . ministros que habían legislado contra la doctrina de la
Iglesia, que presidieran co1no at1toridades civiles la procesión del
Corpus. Si iban ello.s no iría el cardenal. Y como sin el cardenal
no había procesión, pues todos le hab1fan seguido en su ausen-
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INMEMORIAM
cia, pues a ocultarse en un balcón del Gobierno Civil en la plaza
de Zocodover.
Podria contar muchos ejemplos más de la entereza y de la
valentía de
don Marcelo en muy diversas ocasiones. No podemos
extender más estas lineas. Sólo recordar su hermosa y sentida
homilía
en el entierro de don José Guerra Campos. No se podía
decir más, no se podía decir mejor.
La penúltima vez que vi a don Marcelo fue en el patio de la
Academia de Infanteria de Toledo.
El día de la Patrona, hace tres
o cuatro años.
Su coche fue el único que entró en el patio por-·
que ya andaba mal. Pero quiso ir. Porque había sitios a los que
quería ir. E iba. Y llenaba. Fue bajarse del coche y todo el mundo
comentó:
ha llegado don Marcelo, ha llegado don Marcelo ...
Nadie había dicho nada de Bono, que creo recordar que también
estaba, del general de
.la Aqdemia, del alcalde, de un teniente
general que había llegado a presidir el acto. Y que, una vez reci­
bidos los honores, cuando se dirigía a su puesto de presidencia,
al primero que saludó fue a
don Marcelci. Cuando finalizado el
acto se dirigía con paso torpe al lugar del desfile me acerqué a
saludarle. Y
en algún momento cogió con la mano que no lleva­
ba el bastón mi brazo y se apoyó en éL Y me senti feliz dándo­
le aquel apoyo.
Que no sólo era físico. Qué estupidez la física. Él
era grande aun en su decrepitud.
La última vez que le encontré estaba de cuerpo presente. En
la capilla de la Inmaculada del arzobispado. ¡Qué entierro! Cien­
tos de sacerdotes, posible.mente quinientos. Sus se1ninaristas. Mu­
chísimos obispos, bastantes de aquellos que no le votaban y le
contradecian. Quiero pensar
que no pocos arrepentidos. Y su
pueblo.
Su pueblo que lloraba. Porque él segufa siendo su car­
denal. Don Marcelo. Hasta Bono iba visiblemente emocionado.
¡Cuántas contradicciones! Pero también cuánto amor.
Qué
duda cabe que le debieron doler las heridas. Hombre era. Pero
no creo que haya habido obispo con más reconocimientos. Y él
se sentía feliz
en el amor. Porque amaba múcho. Cardenal de la
Santa Romana Iglesia y arzobispo primado
de España. Académico
numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Politicas y
de la Real Academia de Doctores. Premio Castilla y León de las
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Ciencias Sociales y Humanidades. Medalla de Oro de Castilla-La
Mancha. Hijo predilecto
de Valladolid. Medalla de oro de la pro­
vincia
de Barcelona. Medalla de oro de Valladolid. HijO' adoptivo
de Guadalupe y de Astorga. Medalla de oro de Toledo. Por
donde pasó, con la excepción de Barcelona, le ainaron. Muclú­
simo. Y yendo siempre .él contracorriente. Llenaba todo .. Llenaba
todo
de Dios.
Qué desde el cielo, nos siga amando. A su Iglesia, a su
España; a sus sacerdotes, _a sus seminaristas, a sus diocesanos y
a todos a los que nos amó. Que en un. corazón tan inmenso ca­
bían inmensidades.
FRANCISCO Jost FERNÁNDEZ DE LA CIGOJS!A
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