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Número 497-498

Serie XLIX

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Juan Vallet

 

No se puede resumir en un haz de apretadas páginas, las que caben en uno de los fascículos de Verbo, y reunidas con la premura que pone el desenlace no por seguro casi siempre incierto, lo que ha significado la figura egregia de Juan Vallet de Goytisolo para nuestra revista y, más ampliamente, para los amigos de la Ciudad Católica y aun el pensamiento y la acción tradicionales en España y el mundo.

En el número anterior, con urgencia, traté de dejar sucinta y escueta nota, con la inevitable emoción. Reproduje al efecto el texto redactado en la noche de su fallecimiento, tras haber acompañado durante la tarde a su familia en la capilla ardiente.

No era la primera vez que escribía sobre uno de mis maestros y amigos más constantes (apenas pude enterarle de que mi último libro, El Estado en su laberinto, que llegó a mis manos días antes de su fallecimiento, estaba precisamente dedicado a él y en esos términos), pero sí la que lo hacía en una orfandad recién estrenada. Recuerdo ocasiones precedentes, agridulces pero más gratas, en que me asomé a su obra, a veces en las páginas del diario ABC de Madrid, para destacar aspectos de su quehacer.

La primera que me interesa evocar hoy fue en 1985. Eugenio Vegas había intentado en vano que Juan ingresara en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. A última hora, como tantas veces ocurre en tal suerte de vicende, no aparecieron todos los votos comprometidos y se alzó con la plaza Antonio Garrigues y Díaz Cañabate. Ante el disgusto de Eugenio, a quien yo visitaba a la sazón un par de veces por semana en su casa, emborroné unas cuartillas que constituían una reivindicación de la valía de Juan Vallet desde el ángulo precisamente de las ciencias políticas y no de la jurisprudencia. Era un artículo con destinatarios nominados. A buen entendedor… Eugenio lo recibió con lágrimas en los ojos y en mi presencia llamó a Ansón. Se publicó pocos días después.

Vino después su jubilación, en 1987. Estanislao Cantero y yo, de acuerdo con José María Castán y Francisco de Lucas, trazamos el plan de lo que fueron ocho cumplidos volúmenes repletos de contribuciones sobre la obra del homenajeado junto con otros textos misceláneos como los que suelen reunirse en ocasiones semejantes. Pero las primeras bien podrían haber formado uno de los volúmenes, con lo que la intentio que presidió la iniciativa (por lo que menos la de Estanislao y la mía) puede decirse que no quedó frustrada.

En 1994 fue elegido presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, tras haber sido secretario general y vicepresidente. De nuevo me pareció oportuno subrayarlo en las páginas de la prensa nacional, y nuevamente ABC acogió un texto mío. Todavía en 2007, al cumplir noventa años, tuve la idea de hacerle llegar el homenaje de sus amigos y discípulos a través de ABC, del que había sido colaborador sobre todo entre los años sesenta y ochenta. Esta vez, sin embargo, no fue posible. Aunque las líneas vieron la luz en Verbo. De modo que la última vez, evocada al inicio de estas líneas, en que pude escribir sobre él, ha sido con motivo de su desaparición de este nuestro mundo indigente.

Hoy, pasados pocos meses, le recordamos con escritos nuevos, que algunos amigos han querido hacernos llegar, lo que les agradecemos, mientras que hemos elaborado un florilegio con los textos ya aludidos de su homenaje con motivo de la jubilación del notariado. Entre éstos, hemos recortado los de José Pedro Galvão de Sousa (†), Francisco José Fernández de la Cigoña y María Adelaida Raschini (†). Mientras que hemos optado por publicar íntegros los de Rafael Gambra (†), Victorino Rodríguez, O.P. (†), Bernardo Monsegú, C. P. (†), Bernardino Montejano, Gonzalo Ibáñez y Juan Antonio Widow. También unos versos de Javier Nagore, que tienen su origen en la XXVI Reunión de amigos de la Ciudad Católica, celebrada en Barcelona en octubre de 1987. En cuanto a aquéllos con gran satisfacción damos a las prensas por vez primera los de Danilo Castellano, Silverio Aguirre, el padre López Quintás, Estanislao Cantero, José María Castán, Ricardo Dip y Juan Fernando Segovia.

Los hemos ordenado, al margen de su procedencia temporal, distinguiendo entre testimonios y textos. Los primeros, se ciñen a evocaciones personales, por más que con trascendencia intelectual; mientras que los segundos desarrollan un tema ligado con el pensamiento de Vallet.

Textos nuevos son los de Estanislao Cantero, quizá quien mejor conoce la obra valletiana, que ha trazado una síntesis riquísima de su magisterio, y Juan Fernando Segovia, que con el rigor acostumbrado ha elegido el original tema del pactismo. También José María Castán, amigo de casi toda una vida, ha rehecho su contribución del homenaje de los ochenta, para ofrecernosla puesta al día. Los demás –como hemos dicho– pertenecen a éste, lo que se nota en la limitación cronológica de la bibliografía tanto como en algunas referencias festivas que hoy nos resultan más melancólicas. Entre estos, los tres primeros ofrecen caracterizaciones temáticas completas y abordan, así, el puesto en el pensamiento tradicional español (Rafael Gambra), el robusto tomismo (Victorino Rodríguez) y la raíz católica (Bernardo Monsegú). Los demás, por su parte, se refieren a temáticas más ceñidas en cuanto a su objeto: la visión del derecho natural (Bernardino Montejano), sus relaciones con Michel Villey (Gonzalo Ibáñez), el influjo en un ámbito particular del derecho brasileño (Ricardo Marques Dip) y su tratamiento de las ideologías (Juan Antonio Widow).

Entre los testimonios cuatro proceden también del homenaje jubilar: los versos de Javier Nagore y los recuerdos de José Pedro Galvão de Sousa, Francisco José Fernández de la Cigoña y María Adelaide Raschini. Si el primero evoca –entre otras cosas– su catalanidad españolísima, el segundo recorre los poseedores de la medalla que ostentó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y el tercero recuerda la amistad entre Vallet y Sciacca. Son nuevos, en cambio, los de Silverio Aguirre, culto impresor de Verbo desde el número 1, hace cincuenta años; y el del profesor Danilo Castellano, uno de nuestros colaboradores más destacados de los últimos veinte años. Incorporamos también en esta parte las palabras leídas al término de la Misa de funeral celebrada en Madrid: las de encomio del profesor López Quintás, de la Orden de la Merced, y las de agradecimiento en nombre de la familia de su hijo Javier.

Son muchas además las condolencias que nos han llegado y los testimonios que se han publicado. De todo el mundo. En primer lugar, el de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, alto patrono del Consejo de Estudios Hispánicos “Felipe II”, presidido por Juan Vallet, y que prologa los empeños culturales de Francisco Elías de Tejada, del que Juan fue albacea testamentario y continuador (por más que tuviera también una obra y red propias) moral. Don Sixto, que trató a Juan Vallet en los años setenta, y por el que fue asistido profesionalmente en delicados asuntos de relevancia política, prolonga una relación que se remonta a su padre, Don Javier, asistente habitual a los Congresos de la Cité Catholique, a los que Juan Vallet y Eugenio Vegas acudían con entusiasmo. De Francia nos llega el recuerdo del profesor JöelBenoît d´Onorio, presidente de la Confederación de Juristas Católicos de Francia, y del director de la revista Catholica, Bernard Dumont. De Italia, podemos colacionar los obituarios publicados en la revista friulana Instaurare, que dirige nuestro admirado Danilo Castellano; en el despacho de la agencia Corrispondenza romana, del profesor Roberto de Mattei, y en el diario digital La bussola quotidiana por el sociólogo Massimo Introvigne. Igualmente hemos de agradecer los pésames llegados del historiador Maurizio Di Giovine, del filósofo Giovanni Turco y del jurista Marcello Fracanzani, respectivamente en nombre del Comitato dei Convegni Tradizionalisti di Civitella del Tronto, de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino y del Instituto Internacional de Estudios Europeos Antonio Rosmini. Y la misa ofrecida en sufragio de su alma, según el rito romano tradicional, por los amigos napolitanos de Il Giglio. En Portugal, el profesor Mario Bigotte Chorão, ha vuelto a hacer gala de una delicadeza extrema con la nota que nos ha enviado, así como el estimado Marcos Pinho de Escobar. En la América Hispana se han unido a nuestro dolor, entre otros, Alejandro Ordóñez en Colombia; Vicente Ugarte del Pino, Fernán Altuve-Febres y Sergio Tapia en el Perú; Juan Antonio Widow, Gonzalo Ibáñez, Cristián Garay y Julio Alvear en Chile; Patricio Randle, Bernardino Montejano, Félix Lamas, Juan Fernando Segovia, Luis Roldán, Luis de Ruschi, Horacio Sánchez de Loria, Félix della Costa en la Argentina. En esta vieja Península no podemos dejar de nombrar a la Agencia Faro, que dio la primicia del fallecimiento; a los amigos de Barcelona José María Alsina, Jorge Soley y el padre Pedro Suñer, S.J.; a José María Juanola, Paco Bertomeu y Pedro Brunsó, de Gerona; a Maite Cerdá, de Valencia, que quiso acompañarnos en el funeral. Junto con los compañeros del notariado y de las Reales Academias y los amigos de la Ciudad Católica, que abarrotaron la iglesia de Santa María de Cervellón, de la Orden de la Merced, acompañando a Teresita, su viuda, hondamente apenada, y a toda su gran familia. Que ha encargado unas misas gregorianas, según el deseo de Juan, que también ha querido cumplir el patronato de las Fundaciones que presidió hasta el final, encomendando otras misas gregorianas. Requiescat in pace.