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Número 497-498

Serie XLIX

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Vallet y Sciacca: el encuentro entre dos personalidades

El primer encuentro de Juan Vallet de Goytisolo con Mi c h e l e Federico Sciacca fue epistolar. Se remonta a 1969, cuando la revista Verbo recibió los volúmenes de Sciacca Filosofia e antifilosofia, Gli arieti contro la verticale y La Chiesa e la civiltà moderna. No podría pensarse en una ocasión más oportuna: los tres volúmenes encontraron en Vallet de Goytisolo el lector más directamente interesado y fervoroso gracias al interés común por los temas que trataban.

Así que cuando, un año más tarde, en 1970, tuvo lugar en Madrid el primer encuentro personal, con ocasión de la conferencia de Michele Federico Sciacca en el Hotel Eurobuilding La ofensiva de la tecnocracia contra la cultura, ya no eran dos desconocidos sino dos hombres profundamente unidos por la “amistad en la verdad”, el más fuerte de los vínculos, los que se estrecharon la mano.

Cinco años, los que ocupó la fervorosa amistad hasta la muerte de Sciacca, ocurrida en febrero de 1975, son poquísimos. Pero la relación personal, epistolar, cultural, fue tan intensa que los cinco años se multiplicaron en el tiempo del espíritu y en los frutos culturales que produjo. Yo misma, con otros discípulos de Sciacca, después de 1975, continué los intercambios vivaces e intensos de los que este escrito quisiera ser un modesto, pero directo, testimonio.

Con Pier Paolo Ottonello, en efecto, llamamos a Juan Vallet de Goytisolo, a participar en la “Cattedra Rosmini”, en Stresa, el mismo año de la muerte de Sciacca, y a tener una ponencia en uno de los congresos sciacchianos organizados por la “Società degli Amici di Michele Federico Sciacca”.

Se puede decir, así, que desde 1975 la relación de Vallet de Goytisolo con Sciacca continúa viva a través de las relaciones culturales mantenidas tras él y la escuela sciacchiana y con su ingreso en la denominada “Società degli Amici di Michele Federico Sciacca”, que se fundó en Génova en 1975. Lo había visto bien Vallet al escribir en 1975: “Como el Campeador, el profesor Sciacca seguirá ganando batallas después de muerto”.

No podría decirse nada sobre la visión de la obra sciacchiana hecha por Juan Vallet de Goytisolo, sin esta premisa sobre su relación de amistad y gran estima recíproca. Viven en mi recuerdo las expresiones calurosas que Sciacca usaba cuando nos hablaba, a sus estudiantes, del “amigo Juan Vallet de Goytisolo”, que todavía no teníamos la fortuna de conocer personalmente. Esas expresiones se referían tanto a la consideración por el estudioso como la estima por el profesional y al altísimo respeto por el hombre recto y límpido.

Y Sciacca era correspondido. En el número 133-134 de Verbo apareció el artículo In memoriam redactado por Vallet a la muerte de Sciacca: “Entre las mentes más luminosas, esclarecedoras y sugerentes que hemos conocido, tal vez la suya –escribe Vallet de Goytisolo– era la que más nos había impresionado. Su genio, a veces nos mostraba todo un inmenso panorama reduciéndolo a un plano asequible para nuestra más fácil perspectiva; en otras ocasiones nos ampliaba detalles que podrían pasarnos inadvertidos, pero claves para la inteligencia de todo integrante, y siempre radiografiaba los hechos para iluminarlos, por transparencia, la verdad, contrastada y comprobada de lo contemplado”.

Inevitable, pues, esta premisa, que explícitamente subraya la profunda relación establecida entre dos hombres. Se trató de un encuentro de espíritus afines antes incluso que entre dos hombres de cultura. Tal afinidad tenía sus raíces en el temperamento de ambos y se reforzaba en el nivel de las ideas compartidas. Ambos tenían la madera del protagonista y la iniciativa de quien está persuadido de que no debe atravesar en vano el tiempo de la propia historia. Dos personalidades de primer plano, cada una en el campo de trabajo propio. Pero los dos campos de trabajo tenían demasiada analogía de fondo para que no fructificase en encuentro en el nivel de las ideas. He ahí cómo la competencia y la cultura del estudioso del derecho encontraron el modo de asimilar y hacer fructificar en el ámbito propio las intuiciones, los análisis críticos y el horizonte especulativo del filósofo. Pero esto fue posible porque ambos trabajaron con el mismo horizonte y espíritu. Un horizonte cuyo radio es infinito y cuyo perímetro se extiende a todo el ser: ambos se hicieron testigos de la Verdad. De aquí nació aquella profunda relación ideal y cultural […].

María Adelaide RASCHINI (†)