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Número 583-584

Serie LVIII

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Ley, ética y paradoja de la economía: ¿Hay una salida?

 

1. Introducción

Tras ser despedido del Banco Mundial en 1999 por desvelar irregularidades, Joe Stiglitz, que fue economista jefe de esa venerable institución, recibió el Premio Nobel de Economía[1] en 2001 por explicar cómo funcionan los «mercados asimétricos». Un mercado asimétrico es aquel donde algunas personas conocen más que otras. Si hubiese existido el Premio Nobel en tiempos de Esopo, el zorro que camelaba al cuervo para que hablara, y al hablar soltase el queso, habría sido admitido fácilmente como uno de ellos.

El hombre y su precio son emblemáticos del desorden en asuntos económicos que se ha estado difundiendo desde La riqueza de las naciones. En los últimos doscientos años se ha ido viendo cada vez más lo que bien podría denominarse «paradoja de Stiglitz»: en un lado están las cátedras universitarias, los profesores numerarios, los prestigiosos libros de texto, los diarios de gran erudición y miles y miles de tesis doctorales (publicadas o no), por no mencionar los premios Nobel. En el otro lado está la economía del mundo real, que sufren en sus carnes innumerables hombres, mujeres y niños; está un mundo donde la pobreza impera pared con pared con la opulencia; donde el desempleo asoma su desagradable cabeza junto con la necesidad de trabajar; donde la brecha entre ricos y pobres se ensancha cada día; y donde las plagas de la guerra y el terrorismo van de la mano con una libertad menguante a causa de la intromisión opresiva del Estado Leviatán en los asuntos personales y familiares.

Añadamos que los economistas que se atreven a «predecir» algo siempre se equivocan, y que ni las universidades ni los departamentos gubernamentales se atreven a despedirles como harían si en vez de economistas fuesen ingenieros o contables. Por ejemplo:

«El año anterior, funcionarios de alto nivel de la Reserva Federal (la mayoría de ellos economistas) formularon sus previsiones económicas para 1994. En promedio, calcularon un crecimiento económico del 3 al 3,25%, una inflación en torno al 3% y un desempleo a final del año entre el 6,5 y el 6,75%. En realidad, la economía creció un 4%, la inflación fue solo del 2,7% y el desempleo cayó al 5,6%... Los economistas de todos los partidos han fomentado el engaño al pueblo sobrevalorando el poder de sus ideas»[2].

«Las previsiones económicas son peligrosas cuando se publican y se creen… pero aún más peligrosas cuando no se publican y sin embargo se creen»[3].

«El problema es que todo el asunto es deshonesto; los economistas no saben lo bastante como para predecir cómo una bajada de impuestos de, digamos, 35.000 millones de dólares modificará el crecimiento a largo plazo en una economía de 7 billones de dólares»[4].

«Una página tras otra, los diarios económicos profesionales están llenos de fórmulas matemáticas que conducen al lector desde un conjunto de suposiciones más o menos plausibles pero enteramente arbitrarias a conclusiones establecidas con toda precisión pero irrelevantes»[5].

2. Un orden económico natural

En términos sencillísimos: un orden económico natural es aquel en el cual quienes trabajan comen y quienes no trabajan o bien consiguen que los cuervos les traigan la comida[6] o bien se mueren de hambre. Un orden económico natural depende de la producción y la distribución de la riqueza.

La tierra, el trabajo y las materias primas producen riqueza. El trabajo produce capital si se le permite.

Hay muchas formas de distribuir la riqueza: el comercio, las leyes –en particular las leyes fiscales– e infinitas formas de intercambio social: los salarios, los regalos, las donaciones, los robos, los sobornos, los privilegios injustos, las estafas, las apuestas y muchas otras concebidas durante siglos por personas que pretendían –y desgraciadamente conseguían– vivir del trabajo de los demás.

Todo lo anterior lo facilita (u obstaculiza) el dinero, una excelente creación del espíritu humano cuya historia no corresponde a este lugar[7].

Nótese que mientras las leyes de producción de la riqueza son necesariamente físicas, las de distribución de la riqueza son necesariamente morales, porque son siempre consecuencia de decisiones humanas libres y responsables (o irresponsables). La virtud implicada es la justicia, que luego definiremos. Sin embargo, la investigación económica concluye una vez determinado dónde llega la riqueza producida. Los factores de producción (la tierra y el trabajo, con o sin capital), actúan entonces como receptores de la distribución, la primera en forma de renta y el segundo en forma de salario. Pero hete aquí que lo hacen con dinero, que no estaba entre los factores de producción. Cómo sucede algo así lo veremos luego.

Un orden económico natural debe encuadrar:

  1. La verdad de las cosas. La verdad, definida como «la adecuación del entendimiento a la realidad»[8], debe ser, como en un tribunal, total y sin compromisos.
  2. La justicia como «la voluntad constante de dar a cada uno lo suyo»[9]. Por tanto, no solo es injusto no dar lo que es debido, sino también dar lo que no es debido[10].
  3. La libertad de tomar decisiones económicas a todos los niveles de la sociedad, empezando por la decisión de trabajar para uno mismo o para otro.
  4. La solidaridad. La naturaleza del hombre como «animal político» implica la solidaridad, es decir, una dependencia voluntaria que, lejos de limitar la libertad, la realza. Es una de las muchas paradojas de la vida del espíritu.
  5. La subsidiariedad, el principio trascendental que permite que la libertad y la solidaridad converjan. Sin él, divergen: la libertad degenera en liberalismo y la solidaridad en colectivismo.

Incluso una lectura superficial de todo lo anterior ya sugiere que la economía actual no es en ningún sentido un «orden», y mucho menos un orden «natural». Es un desorden de dimensiones colosales, en cuya raíz se encuentra la abdicación de la soberanía del Estado sobre la renta (en beneficio de los propietarios) y sobre el dinero (en beneficio de las fuerzas de la usura).

Mucha gente sigue creyendo que el banco central y el gobierno actúan como dos plácidos bueyes que tiran del carro de la economía, con el pueblo firmemente acomodado en el asiento del conductor azuzando amablemente a las bestias para llevar el carro en la misma dirección.

La realidad es diferente: el pueblo son los bueyes que tiran del carro, el banco central está firmemente acomodado en el asiento del conductor y el gobierno es el látigo que lleva en la mano para golpear al buey con impuestos tan sumamente injustos que bordean la criminalidad[11]. Los bancos comerciales son como los tábanos que pican al buey en sus partes blandas. Los propietarios y los usureros son el carro.

Lo que queda de este artículo estará dedicado a demostrar esta tesis.

3. La cuestión de la tierra

Dejemos que nos lo explique Adam Smith, padre de la economía moderna: «Tan pronto como la tierra de cualquier país se ha vuelto completamente propiedad privada, los terratenientes, como todos los demás hombres, gustan de cosechar donde nunca han sembrado, y demandan una renta incluso por su producción natural. La madera del bosque, la hierba del campo, y todos los frutos naturales de la tierra, que cuando ésta era común costaban al trabajador sólo la molestia de recogerlos, pasan a tener, incluso para él, un precio adicional. Deberá pagar por el permiso para recogerlos, y deberá entregar al terrateniente una parte de lo que su trabajo recoge o produce»[12].

Como buen pragmático británico, Smith se detiene ante los hechos. Da por supuesto que quien «gusta de cosechar donde nunca ha sembrado» tiene todo el derecho a maximizar su renta: ya sea disminuyendo el salario de sus empleados, ya sea incrementando la cantidad pagada por los arrendatarios, o de ambas formas cuando la propiedad está tan diversificada que lo permite.

Intentemos pues entender el significado real de «la tierra de cualquier país se ha vuelto completamente propiedad privada».

Quien esté en disposición de vallar un pedazo de tierra y llamarlo «mío» reclama una soberanía de facto sobre ella[13]. Ha sustraído un recurso natural (la tierra) al uso común y ahora cobra un impuesto a quienes lo necesitan para trabajar. Puesto que quien trabaja –incluso el más pequeño agente económico en un establecimiento urbano– necesita un suelo bajo sus pies, paga una renta, consciente o inconscientemente, al propietario de ese trozo de tierra. Él podría ir y ocupar tierra libre, pero la distancia a su mercado añadiría a sus costes todo lo que ahorrase haciéndolo.

El impuesto del propietario constituye su renta. Como hemos visto, la maximiza actuando:

sobre los arrendatarios, aumentando la renta tanto como se atreva a hacerlo;

sobre los trabajadores, reteniéndoles el salario debido.

Al propietario le conviene que haya un cierto número de desempleados, porque si los arrendatarios o los trabajadores protestan, la amenaza del desempleo les hará someterse. Ésta es la razón principal por la cual ningún gobierno desde la Revolución Industrial ha conseguido eliminar el desempleo mediante las denominadas políticas «ortodoxas».

La propiedad privada de la tierra, que actualmente une indisolublemente el ius utendi con el ius abutendi (derecho de uso y abuso) tiene dos efectos principales.

Hunde los salarios agrícolas. La mejor tierra, la más próxima a los lugares de consumo, es ocupada en primer lugar para usos más rentables que la agricultura. Por tanto, el lindero de los cultivos va siendo alejado cada vez más de esos centros, obligando así a los productores, para comercializar sus productos, a confiar en una larga cadena de intermediarios. El salario debido por su trabajo se ve así reducido[14].

Monetiza en forma de renta todas las ventajas de la interacción social. Cualquier mejora en las infraestructuras, cualquier comodidad, cualquier tecnología que haga atractivo para los trabajadores quedarse donde están en vez de moverse, lleva al propietario a aumentar la renta de sus inquilinos o a bajar el salario de sus trabajadores, o ambas cosas a la vez.

La historia del latifundismo es larga. Los patricios y los plebeyos de Tito Livio lucharon durante siglos por los auténticos puntos nucleares de este artículo: la tierra y el dinero. Cada vez que los plebeyos amenazaban con una revuelta, o estaba dispuestos a exigir reformas, invariablemente los patricios conseguían distraer su atención hacia las invasiones enemigas, y con no poca frecuencia las causaban[15]. En la historia de la Iglesia se presenta abundantemente la misma situación desde que Constantino autorizó a los cristianos a legar tierras a la Iglesia[16] hasta la pérdida de los Estados Pontificios en 1870.

El nacimiento del Estado moderno, que comenzó con la desafortunada decisión de dividir por nacionalidades a los padres en el Concilio de Constanza (1415), promovió el latifundismo político, pero la soberanía del Estado fue pronto usurpada por los latifundistas privados, empezando con la imprudente decisión de Enrique VIII de vender las tierras confiscadas a la Iglesia a cambio de títulos de propiedad.

La cuestión de la tierra es responsable de la perenne y no resuelta tensión entre el soberano[17], los nobles y la plebe, además de fenómenos como la colonización europea, la «superpoblación», la Mafia y la guerra como una válvula de escape de la inquietud social.

El ius utendi et abutendi sobre la tierra es antinatural, y por tanto inmoral. La razón es que la tierra es inmortal, y su ocupante individual no. La propiedad natural de la tierra, por tanto, es la de una comunidad tan inmortal como la tierra. A qué nivel está esa comunidad lo veremos luego.

Terratenientes conscientes de la función social de su propiedad siempre han existido, pero muy contados[18]. Servir en bandeja la oportunidad de vivir del trabajo de los demás y esperar luego que el beneficiario no haga uso de ella es mucho pedir.

4. La cuestión del dinero

Esta cuestión nos remonta a Creso, rey de Lidia (muerto en 546 a.C.), quien tomó la trascendental pero funesta decisión de estampar con su sello real trozos de electrum, una aleación natural de oro y plata, garantizando así el peso de la unidad monetaria. No tuvo en cuenta dos cosas:

Los depósitos aluviales de electrum (procedentes del río Pactolo, en Asia Menor) no durarían para siempre, por lo que una economía basada en la división del trabajo no lograría desarrollarse a menos que estuviese respaldada por nuevos hallazgos de depósitos de metales preciosos[19].

Puesto que el oro y la plata tienen un «valor intrínseco» –lo que significa que todo el mundo los quiere como metales–, quien posea una de esas monedas se lo pensará dos veces antes de gastarla. La contradicción intrínseca entre ahorrar y gastar está indisolublemente unida al mismo trozo de materia. No hace falta decir que quien controle la materia prima de la moneda controla la moneda misma.

Licurgo de Esparta (ca. siglo IX a.C.) había visto venir la estafa tres siglos antes, prohibiendo el oro y ganándose así los elogios de Pitágoras y las críticas de los partidarios del oro. Ignoro si Creso oyó hablar de Licurgo.

Sea como fuere, tan contradictorio emparejamiento es la causa radical de la usura, definida como el tributo que quienes utilizan el dinero como medio de intercambio deben pagar a quienes lo atesoran como almacén de valor. La usura no tiene nada que ver con tonterías como la «fecundidad», la «productividad», la «participación en el beneficio», «el dinero que produce», «el interés excesivo» y la «explotación». La usura es poder, es decir, opresión, crisis económicas y políticas, economía de guerra, revoluciones, lucha de clases, pobreza en medio de la abundancia y la Cuestión Social. Las dos grandes cuestiones de la tierra y del dinero son como las alas de un infernal pájaro de mal agüero cuya muerte ojalá se produzca en este siglo XXI.

La cuestión monetaria no ha sido resuelta hasta la fecha. Porque en todos estos siglos, los gobiernos, antes de que la alta finanza usurpase su poder[20], emitieron moneda como un medio de cambio, pero nunca jamás lograron impedir que los ahorradores y los usureros –para esta discusión son lo mismo– sacasen dinero de la circulación para sus propios fines. De ahí que la escasez de moneda, hoy acuciante, sea la causa principal, aunque no única, del desastre económico que trastorna a muchos países[21].

La escasez de medios de cambio exige crédito. Los primeros en darse cuenta de que el crédito podía sustituir las costosas (y peligrosas) transferencias en especie fueron los Caballeros Templarios. Tras su expulsión de Tierra Santa en 1291, establecieron una red de centros de crédito de enorme éxito en sus comandancias por toda Europa, con cuartel general en París. Por supuesto, no le dijeron a nadie que no había oro que «respaldase» sus pedazos de papel, y eso fue su perdición. El rey Felipe el Hermoso, conchabado con Clemente V, primer Papa de Aviñón, destruyó la Orden y registró las comandancias buscando el tesoro fantasma. En una ironía de la historia, el Papa y el Rey murieron el mismo año que el Gran Maestre De Molay (1314).

La superstición del Rey Felipe (y de Creso) continúa vivita y coleando. El mismo engaño (confusión, si ustedes quieren) llama «dinero» tanto al metálico como al crédito. Es verdad que 100 dólares en metálico (o libras, o yen, etc.) compra los mismos bienes y servicios que un cheque por la misma cantidad, pero lo único que hace un cheque es transferir información de una cuenta a otra, una única vez. El metálico, por el contrario, transfiere su valor nominal en bienes o servicios cada vez que cambia de manos. En la hipótesis, improbable pero no imposible, de que un billete de 100 unidades de metálico cambiase de manos tres veces al día durante un año, el mismo billete habría movido riqueza en una cantidad de 100.000 unidades. Eso es lo que significa la liquidez, de la que disfruta el metálico pero no el crédito[22].

Eso nunca ha pasado. A lo largo de la historia el coste ha sido, literalmente, ríos de sangre. Lo que sigue dará una idea, aunque incompleta, de la situación real.

Lo que enriquece a un grupo selecto a expensas de muchos no es la intervención del gobierno, por la sencilla razón de que los gobiernos no tienen poder para crear dinero salvo en el caso de monedas, sobre las que el Estado recauda un miserable ingreso por señoreaje (el beneficio de cotizar el nominal por encima del valor intrínseco). La producción de dinero se ha entregado a los intereses privados (la banca) desde Waterloo (1815), cuando el sector de la banca privada completó su usurpación al Estado de la creación de medios de cambio. Eso es precisamente lo que permite a ese selecto grupo ganar sin trabajar a expensas de una mayoría forzada a trabajar sin ganar. El tributo usurario que aquellos recaudan, denominado usura por Gesell, contamina todas las transacciones económicas[23].

Pocas personas saben, y quizá se escandalizarán al saberlo, que la institución del Banco Central es el quinto punto del Manifiesto comunista de Marx en 1848. El «príncipe de los embaucadores», como le apodaba Henry George, defendía, en sus propias palabras, la «centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y con el monopolio exclusivo».

La institución se ha difundido desde entonces de un país a otro[24]. Los bancos centrales emiten hoy dinero a dictados del Banco Mundial. La política actual apunta a la desaparición del metálico en beneficio del «crédito». Los bancos centrales ya no emiten más circulante local que las «reservas» correspondientes. Las razones de esta política nunca han sido explicadas. Sus efectos pueden leerse en El misterio del capital de Hernando de Soto: los bienes inmuebles de los pobres de la tierra, con un valor total de 9,3 billones de dólares, son como una máquina gigante parada por falta de lubricante. Esta escasez de dinero mantiene a los países pobres en un permanente estado de deflación, con todos los problemas sociales que eso implica[25].

Los bancos comerciales (en todos los países) cubren ese vacío, pero no emiten dinero en metálico: crean crédito, y solo para quienes «merecen crédito», esto es, el grupo selecto[26]. Ellos, y no la «intervención gubernamental», son quienes «enriquecen a ese grupo selecto a expensas de los más».

Además de crédito, los bancos crean una confusión en la cual prosperan. Ellos llaman «préstamo» a lo que en realidad son permisos para imprimir dinero (crédito), y les gusta que sus clientes crean que sus depósitos «suenan» a causa de las toneladas de lingotes de oro que guardan en sus cámaras. Y así, todo el mundo denomina «dinero» a los diferentes instrumentos de crédito, sin pensar que tales instrumentos son para transacciones únicas, que no circulan como el dinero en metálico. Esta fundamental diferencia cualitativa pasa desapercibida gracias al pensamiento moderno, al que han lavado el cerebro para creer que solo importa la cantidad, y no la calidad.

Sobre sus (falsos) préstamos, los bancos, sin embargo, piden un interés, pero sin crearlo. El interés debe ser extraído de la economía de producción e intercambio, lo que garantiza que alguien, en algún lugar, debe ir regularmente a la quiebra. Una paradoja de esta situación es que los denominados «malos» préstamos (aquellos cuyos prestatarios no consiguen pagar el interés) son malos para los bancos, pero buenos para la economía, pues las cantidades no son destruidas retornando al principal. Lo mismo puede decirse de un atraco a un banco: la economía se ve inyectada con circulante muy necesario, en operaciones que a veces cuestan unas cuantas vidas.

La emisión de crédito y la manipulación/especulación de dinero a gran escala ha dado lugar a lo que Bernard Lietaer denomina «el casino global», esto es, una burbuja financiera de monstruosas proporciones completamente ajena a la economía de producción e intercambio[27]. En 2001 la burbuja estaba valorada en 98 billones. Tres años más tarde se valoraba en 140 billones[28]. Puesto que la producción mundial está valorada en unos 30 billones, y su intercambio requiere no más de 3 billones, no es difícil imaginar lo que pasaría si un buen día esta demanda de pesadilla fuese descargada sobre el mercado de consumo.

Por supuesto, los gobiernos han intentando hacerse con algo de este «dinero». Pero su impotencia ha quedado de manifiesto en su absoluta incapacidad para imponer incluso la modesta tasa Tobin del 0,2-0,5% a los billones que atraviesan las fronteras todos los días.

Que el dinero deba consistir en «inapropiados» billetes de papel, como algo opuesto al exuberante oro que propugna la Escuela Austriaca, resulta irrelevante. La contradicción «medios de cambio vs. almacén de valor» persiste, y por eso los acaparadores extraen dinero del mercado y lo ponen en circulación si y solo si pueden obtener un tributo conocido como «interés». Dicho de otra forma, la demanda (respaldada por dinero) tiene una indebida ventaja sobre la oferta, vaciando de sentido la homónima «ley».

La deflación y las crisis que solían golpear la economía tan pronto como las tasas de interés caían por debajo del 2% han tardado en reaparecer tras Bretton Woods (1944) porque Keynes (1883-1946) convenció a los bancos centrales de que sustituyeran los billetes almacenados por billetes recién impresos. La desconfianza instaurada es así síntoma de la impotencia de los gobiernos para controlar las reservas. Si a veces hay demasiado dinero, y a veces demasiado poco, depende de quién decide inyectar, cuándo y para qué. Por eso, como acertadamente señala Guido Hülsmann, del Instituto Mises, «la mayor parte de la gente e incluso la mayor parte de los economistas no tienen ni la menor idea»[29].

Si el dinero todavía se fabricase con metales preciosos, dado que ningún gobierno puede fabricar oro o plata, el resultado sería mucho peor. La desmonetización de la plata en la década de 1870[30] fue debida a una intervención, sin duda, pero no de los gobiernos. Los intervencionistas fueron los acaparadores de oro, preocupados por que la abundancia de planta pudiese mejorar la parte de las clases trabajadoras. Los trabajadores prósperos podrían no estar de acuerdo en ser explotados en interés del latifundismo y de la usura. La escasez de oro aseguraba el control.

Las dos cuestiones se unen para provocar la lucha de clases, la guerra internacional, el desempleo, los asesinatos políticos[31], la pobreza, el subdesarrollo, la falta de vivienda y de infraestructuras, la concentración de las fuentes de energía, la escasez en medio de la abundancia y una multitud de otros males que infestan el mundo sin ser detectados y por tanto sin ser afrontados[32].

5. El Estado Impotente

Incapaz de derrotar ni al poder de la tierra ni al poder del dinero, el Estado impotente se une a ellos. Los impuestos modernos empezaron a ir en serio. Como sostiene James Robertson, «tras perder el Paraíso, casi puedes imaginarte a Satanás sentado con Belcebú, Moloch, Belial y el resto de su gabinete diseñando el sistema impositivo más perjudicial que pudieran convencer a la raza humana que adoptase. ¿Podrían hacerlo mucho mejor de lo que tenemos?»[33].

El sello distintivo de la fiscalidad moderna es la injusticia, sea cual sea el aspecto considerado. Como en cierta ocasión señaló George Bernard Shaw, «todo gobierno que prometa robar a Peter para pagarle a Paul tendrá siempre el apoyo de Paul».

El Estado moderno roba a Peter de cuatro formas principales.

Las aduanas y arbitrios, la moderna versión de los barones ladrones saqueando a los comerciantes al pasar. El arte de hacerlo bien consistía en no coger una cantidad mayor que la que podría convencer al comerciante para cambiar de ruta. Criminaliza el instinto básico humano del comercio. Actúa como un freno a la economía, incluso sin tener en cuenta la plétora de funcionarios que comprueban, autorizan, deniegan, verifican, controlan, detienen y de formas diversas ejercen el poder sobre cualquier desgraciado que no sepa cómo actúan. No pocos funcionarios exigen un soborno, distrayendo así la ganancia del prójimo hacia su propio bolsillo.

Los impuestos indirectos afectan al consumo en todas sus formas. Se atribuye a Vespasiano haber dicho «Non olet» al oler el dinero acumulado en la hacienda pública procedente de un impuesto sobre los urinarios públicos. La fiscalidad indirecta moderna procede de la Inglaterra de la Restauración a mediados del siglo XVII, cuando los latifundistas entonces en el poder trasladaron la carga fiscal sobre su propiedad a los bienes de consumo de los pobres. Esta práctica continúa hoy. El precio del petróleo (en Gran Bretaña) tiene un impuesto punitivo del 75%.

El impuesto sobre la renta perjudica la producción. Fue introducido en 1909. Sigue siendo tan injustificado como entonces, aunque se aplique un impuesto fijo [flat tax] en vez de uno progresivo.

El impuesto sobre el valor añadido perjudica las transacciones. En todos los sentidos, es el impuesto más injusto y contraproducente, por no decir absurdo, jamás concebido. Ni siquiera es nuevo. En el siglo XVI España tuvo un IVA: solía denominarse alcabala[34]. No duró porque el Estado español descubrió que el coste de la recaudación excedía la cantidad recaudada, y por tanto arruinaba la economía. Los burócratas modernos lo saben, pero para ocultar el fraude endosan los costes de la liquidación del impuesto a los propios productores y comerciantes sin pagarles nada por ello. Obligar a la gente a trabajar sin pagarles por ello es el punto de destino de El camino de la servidumbre, la obra de Hayek de 1944. Le precedió el economista italiano Maffeo Pantaleoni (1857-1924): «Los gobiernos se han aficionado al denominado socialismo de Estado o paternalismo, o tutelaje general de los ciudadanos, creando innumerables monopolios y privilegios estatales; aniquilando la eficiencia privada, destruyendo el comercio y la industria especulativa, criminalizando formas absolutamente necesarias de hacer negocios… Los tribunales castigan la falta de honradez privada. Por desgracia, no hay cárceles para los políticos y los organismos políticos»[35].

Gráficamente, el trastorno económico que está lastrando al mundo puede expresarse así[36]:

La curva A representa el crecimiento natural de la vida ordenado por los ciclos de la naturaleza: el agua, el oxígeno, el carbón, etc., correspondiente a la agricultura y las industrias derivadas.

La recta B representa el crecimiento industrial. Superó por primera vez al crecimiento agrícola por primera vez en la década de 1860-70, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, seguidos por los demás países industrializados.

La Curva C es la exponencial del interés compuesto generado por la usura a expensas del trabajo: tras introducirse en la Cristiandad en el siglo XIV, es responsable del desorden político, económico y social que se observa hoy allá donde miremos. En particular, las décadas 1890-1930 marcaron la intersección del interés compuesto con la agricultura. Los efectos han sido dramáticos, por no decir trágicos. Por ejemplo:

La destrucción de las grandes praderas de América del Norte y del Sur. Millones de toneladas de cereales por debajo de su coste inundaron en los mercados europeos, arruinando a los pequeños agricultores y forzando a millones de ellos a emigrar. En los años 1930, la naturaleza se vengó en Estados Unidos con las «tormentas de polvo»: 162 millones de hectáreas de tierra exhausta desaparecieron con el viento (Las uvas de la ira de Steinbeck).

La utilización de fertilizantes inorgánicos en lugar de compuestos orgánicos. La microflora del suelo se ha eliminado progresivamente, con el resultado de un espectacular incremento cuantitativo del producto, pero también de cultivos que ya no convienen ni a la salud del ganado ni a la de los hombres. Los hospitales, cada vez más atestados, son testigos de ello.

La desaparición de la familia granjera por el desahucio, siendo sustituidos por negocios agrícolas que incrementan la reducción de la fertilidad de la tierra.

Cuando la exponencial C se corta con la línea recta B, estamos ante la economía de guerra. La producción está ahora en función de la destrucción, para crear empleo y pagar los intereses de la deuda. En 1945, Raoul Follereau[37] pidió tanto a Roosevelt como a Stalin el dinero equivalente al coste de una bomba en beneficio de sus leprosos, pero en vano. No comprendió los auténticos intereses de ambos beligerantes. Una aviación destruida suponía miles de puestos de trabajo en la industria de guerra, que había rescatado a Estados Unidos de la Gran Depresión. Esta práctica está en su apogeo. La industria de guerra produce, los mercaderes de la muerte venden sus productos a «gobiernos» de países subdesarrollados, y éstos hacen un excelente uso de ellos (económicamente hablando: esto es, muerte y destrucción) para que los países «desarrollados» palíen el problema del desempleo industrial.

Entonces alguien se da cuenta de que quienes están al final de la cadena están hambrientos, y de que caminan cientos de kilómetros buscando comida, protección y educación. Los bienhechores de buen corazón envían miles de toneladas de alimentos y productos de primera necesidad. Y los países «desarrollados» resuelven (por supuesto, parcialmente) su problema de desempleo.

La usura significa la guerra. Porque, en la medida en que este enemigo oculto no sea enfrentado y derrotado, no habrá programas –por muy respaldados que estén por la buena voluntad y por mucho que los pongan en práctica buenas personas– que puedan darle la vuelta a las cosas.

Todos los denominados países «industrializados» o «desarrollados» han llegado a este punto. Ya sea que utilicen matériel de guerra o que lo vendan, la inmoralidad de esa práctica debería ser obvia, pero quienes se embolsan «gruesos dividendos» de la industria, comprensiblemente no están dispuestos a mirar de cerca lo que causan los juguetes de guerra, especialmente si no son sus hijos quienes los manejan. Pondré un único ejemplo: los niños-soldado.

El niño de 12 años con su AK-47 al hombro es, de hecho, «la más eficiente máquina de combatir jamás concebida», como afirmó un jefe militar sudanés. ¿Por qué?

Reclutarlos es lo más sencillo: lo secuestra una banda de individuos a las órdenes de un soldado adulto, y si intenta resistirse o escapar, los tipos lo cortan en pedazos allí mismo para disuadir a otros de imitarle.

La capacitación es igualmente sencilla: seis meses son más que suficientes para que sepa manejar armas letales y aprenda las técnicas militares básicas.

La obediencia es ciega: todavía por debajo del uso de razón, no duda en lanzarse a la batalla sin pensar, ni en cometer las más repugnantes atrocidades sin pestañear.

El blanco que ofrece es mínimo: es difícil apuntar hacia él y por tanto alcanzarle.

Si muere, cavar su tumba exige un esfuerzo mínimo.

Reemplazarle es igualmente sencillo: durante ese tiempo, una mujer habrá producido, amamantado y criado otro para que ocupe su lugar.

Los pollos vuelven al gallinero cuando el niño de 12 años sobrevive a esa experiencia, alcanza la edad del criterio… y comprende. Entonces vienen las noches de insomnio, el llanto desesperado, las pesadillas y (raramente) el suicidio. En cualquier caso, será de por vida un adulto traumatizado, irritable y antisocial. Muchos permanecerán de forma permanente en el exilio: no se atreven a volver a su localidad natal, donde los supervivientes recuerdan sus atrocidades. Pero eso ¿qué le importa a la usura? Gracias a él, los accionistas de la muerte se habrán embolsado sus «gruesos dividendos».

6. Soluciones

Academe

Uno esperaría –¿o no?– que las facultades universitarias, los profesores numerarios, los libros de texto más prestigiosos, los periódicos eruditos, y miles y miles de tesis doctorales (publicadas o no), por no hablar de los ganadores del Premio Nobel, tendrían en cuenta las dificultades anteriores, siquiera fuera superficialmente.

Pero el mundo académico se mueve en otra longitud de onda, guiado por una falsa definición de la economía y por diversas escuelas peleadas en primer lugar con la realidad, y como consecuencia unas con otras.

El término «política económica», definido como «el estudio de la producción y distribución de riqueza», ha sido subrepticiamente sustituido por el término «economía», definido como «la asignación de los recursos escasos».

Esta definición, aparentemente inocua, oculta no una sino dos trampas. Primero: ¿qué es un recurso «escaso»? Segundo: ¿quién «asigna»?

No existe nada que pueda denominarse recurso escaso. El ingenio humano siempre ha encontrado sustitutos para cualquier cosa que la avaricia humana haya convertido en escasa. Como bromeaba J.K. Galbraith, «la sabiduría convencional es sobrepasada por la marcha de los acontecimientos».

El término «reparto» insinúa que solo los «expertos», los que saben, pueden «repartir». Y es verdad, en la medida en que el monopolio de la tierra y del dinero continúe como está. El día en el que el «interés» (la usura) sea eliminada por una valiente decisión política, y la renta obtenida por ocupar un lugar sea dirigida con el mismo coraje hacia los ingresos públicos, entonces la economía despegará como es debido, es decir, con las dos alas de la Tierra Libre y el Dinero Libre.

 Tribal

La tierra pertenece a la tribu de forma mancomunada. El dinero es innecesario.

«¿Cómo puedes comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? ¡Qué idea tan extraña! Si no somos propietarios de la frescura del aire ni del brillo del agua, ¿cómo puedes comprarlos?»[38].

Esta opinión natural fue sofocada por una masiva inmigración foránea respaldada por una potencia de fuego superior, esto es, por la violencia y el derramamiento de sangre.

Pero el crecimiento de la población, como advertía Esther Boserup (1910-1999), con el tiempo impone la división del trabajo, y con ella la economía monetaria. Ese progreso acaba con el sistema tribal, pero no anula el principio de que la comunidad es el propietario natural de la tierra. Luego veremos cómo adaptar ese principio a las condiciones modernas.

 

Feudalismo

La tierra pertenece a la élite: el rey, los nobles y la Iglesia. Pero ellos evitaron aplicar el ius abutendi al separarlo del ius utendi. Los nobles asumieron los costes de la defensa[39] y la administración, y la Iglesia los de la asistencia social: culto, educación, salud, orfanatos, hospedería, etc., sin cobrar renta por la tierra.

El sistema feudal europeo duró sus buenos siete siglos. Su inconveniente era que implicaba la servidumbre. Aunque no era un esclavo y los impuestos eran bajos, el arrendatario estaba atado a la tierra, virtualmente sin disfrutar de libertad alguna[40].

La política monetaria feudal, aunque dependiente del «valor intrínseco» de Creso para los impuestos y para las unidades estándar de la moneda del rey, permitía el uso de los méreaux, moneda de metal no-precioso para las transacciones ordinarias. El papel moneda, inventado en China en el siglo VIII, no llegó a Europa durante 900 años. Se manejaba dinero, primero los bracteatos (1050-1350) y luego los Schilderling (1400-1485). El primero se re-denominaba y se re-emitía periódicamente (pero sin avisar) con el mismo valor nominal pero con peso un poco más ligero. El segundo se re-emitía con el mismo peso, pero con menor contenido de oro. Lo repentino de la operación incrementaba realmente la liquidez, y con ella la movilidad. Pero la filosofía del feudalismo de una sociedad estática no sobrevivió al intento.

 El capitalismo, también conocido como latifundismo y la usura

El título de propiedad, inventado por Roma para otorgar estatus jurídico a la tierra arrebatada a las gentes que habían rechazado su señorío, fue considerado «sacrosanto» por la jerarquía eclesiástica para dar estatus al incremento de donaciones de tierra tras la ley de Constantino de 321, como vimos antes. Las consecuencias de ese paso todavía se mantienen, no menos negativas hoy que entonces. Analicémoslo.

La Iglesia, en cuanto organismo inmortal, puede legítimamente poseer tierra inmortal, pero para propósitos también inmortales: el culto, los santuarios sagrados, las capillas, etc., no para propósitos mundanos como permitir a los Papas, a los obispos o al alto clero vivir a costa de la renta creada por los demás.

Pero eso es exactamente lo que sucedió. Con el tiempo, los señores seculares comprendieron que la revuelta luterana era la ocasión de oro para traspasar la renta de las tierras de la Iglesia a sus propios bolsillos. Los historiadores lo laman «la Reforma». Eufemismos como «sola fides», «sola Scriptura» y similares esconden una transferencia de renta que mantiene hasta hoy la brecha enorme entre ricos y pobres que difícilmente una política convencional podrá cerrar.

Históricamente, incluso cuando los siervos se convirtieron en arrendatarios la creciente privatización de la renta les forzó a abandonar la tierra. Su única opción era moverse a las tierras comunitarias allí donde aún existían, o trabajar en la propiedad del terrateniente por una miseria. Cuando los terratenientes pusieron cercas a la tierra comunitaria, a finales del siglo XVIII, los sin tierra aparecieron en las ciudades, justo a tiempo para que la Revolución Industrial los salvase del hambre, pero al coste social que todavía envenena la sociedad independientemente de su sistema político.

Los economistas universitarios acrecientan la confusión mencionando la tierra, al principio de sus cursos académicos, como uno de los factores de producción. Entonces dicen el abracadabra y la tierra se convierte como por encanto en capital[41].

La cuestión social estalla con toda su virulencia en el siglo XIX, obligando a los trabajadores a buscar nuevas tierras. Los británicos y alemanes, militarmente fuertes, expropiaron las naciones africanas; la debilidad militar de irlandeses e italianos les condujo a probar suerte en las Américas. La situación real fue descrita por Henry George en 1887: “Hay… tres partes de producción, y siempre una cuarta y generalmente una quinta de distribución. Además de A, el capitalista empleador, y de B, el trabajador empleado, están C, el propietario de la tierra, D, el cobrador de impuestos, y generalmente E, el representante de los monopolios distintos a la tierra. Lo que A y B pueden dividir entre sí no es el producto de su esfuerzo conjunto, sino el producto que C, D y E les dejan»[42].

Lo que George denomina «E, el representante de los monopolios distintos a la tierra» es el poder de la usura, identificado por Gesell una generación después. Es importante señalar que la usura, camuflada como «capitalismo», está entrelazada con los monopolios de la tierra y del dinero más íntimamente que cualquier otro sistema económico. Las elevadas tasas de interés están indisolublemente ligadas al monopolio de la tierra. Cuando la tierra, en vez de estar ampliamente distribuida, es acaparada por una minoría poderosa, se convierte en el tipo de inversión más rentable, con beneficios garantizados por el crecimiento de la población y por las infraestructuras públicas en el entorno de la propiedad. También por ello la alta finanza es enemiga declarada de la agricultura. Ve la agricultura como una amenaza a sus actividades, y con razón. La comida (en particular los cereales) es una forma de dinero. La agricultura de subsistencia y el trueque, más las letras de cambio, son factores que impiden a la usura elevar sus exigencias. Del mismo modo, la manipulación de dinero ha conseguido conducir a millones de pequeños agricultores fuera de su tierra a lo largo del siglo XX[43]. El «sacrosanto» título de propiedad, más el igualmente «sacrosanto» interés, no es tan inocuo como parece. Kenia, en África Oriental, sigue siendo testigo de las «guerras de arrendatarios» con derramamiento real de sangre –y no solo en las ciudades, sino incluso en las áreas rurales– en los más de cincuenta años transcurridos desde la independencia.

 Reformas agrarias y distributismo

La propiedad de la tierra es acumulativa por naturaleza. Las diferencias naturales en capacidad y actitud siempre acaban en el latifundium, esto es, grandes extensiones cultivadas por siervos con un salario de subsistencia. Ésta es una razón por la cual fracasan el 100% de las reformas agrarias, cuando y donde se hagan. Iberoamérica abunda en ejemplos, desde México a Argentina y Chile. También por esto nunca logró despegar el sueño de Chesterton de una sociedad donde los recursos (especialmente la tierra) sean distribuidos equitativamente.

Otra razón del fracaso es que la tierra redistribuida siempre está demasiado lejos de los centros de consumo, lo que reparte el beneficio entre los bolsillos de los intermediarios; la necesidad de comprar semilla y maquinaria fuerza a los agricultores a endeudarse; por consiguiente, es cuestión de tiempo que su pedazo de tierra sea acumulada de nuevo al de un gran propietario.

 Eclesial

Los documentos sociales pontificios no ofrecen soluciones intocables. Afirman principios que sirven como orientadoras para una acción eficaz. Sus soluciones están ciertamente libres de errores doctrinales o morales, pero no necesariamente de errores económicos o políticos.

Citando a Santo Tomás, Rerum Novarum (1891), citando a Santo Tomás, señala: «El hombre no debe considerar las cosas externas como propias, sino como comunes; es decir, de modo que las comparta fácilmente con otros en sus necesidades. De donde el Apóstol dice: "Manda a los ricos de este siglo... que den, que compartan con facilidad"»[44].

Sin embargo, lo que recomendaba León XIII era la reforma agraria: «Si el obrero percibe un salario lo suficientemente […] se inclinará fácilmente […] [a] ir constituyendo un pequeño patrimonio… La cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no es dando por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse inviolable. Por ello, las leyes deben favorecer este derecho y proveer […] a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad»[45].

Pero el de los trabajadores es insuficiente no por la avaricia de su empleador, sino porque éste actúa como un broker salarial de los trabajadores para los propietarios y los usureros.

La afirmación de León XIII de que «ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital» (Rerum Novarum, 14) es verdadera, pero incapaz de elevar los salarios. A lo largo del siglo XX, los salarios siempre han crecido a expensas de otros salarios, nunca a expensas de la renta o del interés.

La centenaria guerra contra la usura fue librada por la Iglesia mediante sanciones eclesiásticas que llegaban a la excomunión, pero era una batalla perdida. La última condena por usura se remonta a 1311, en el Concilio de Viena en el Dauphiné.

Vix pervenit, una buena pero ineficaz encíclica del Papa Benedicto XIV en 1745, hizo una distinción útil entre el interés como una comisión pagada por un trabajo hecho y la usura como el precio del dinero como si fuese una mercancía. No solucionó ningún problema, hasta que una pregunta a la Santa Sede en 1830 sobre el problema práctico de conciencia tuvo como respuesta que «no se debe agobiar con eso a los penitentes». Desde ese momento, la usura reina sin oposición, alabada por todas sus víctimas, que ven en los bancos, sus principales perpetradores, como genios benéficos y no malévolos.

 Colectivismo

Toda la tierra pertenece al Estado, y todo ciudadano es un empleado del Estado. Esta solución proviene de la superficial suposición marxista de que la explotación del trabajo es debida a la propiedad privada de los medios de producción. Socialistas de todas las tendencias[46] siguen creyéndolo, ajenos al resonante fracaso del largo experimento soviético de setenta años.

La nacionalización de la tierra no solo convierte a todos los ciudadanos en siervos, sino que también convierte el dinero en casi inútil. En la Rusia soviética los salarios de los trabajadores no podían comprar nada, y el único mercado que funcionaba era el denominado mercado «negro».

La razón del fracaso es que el Estado, lejos de ser una comunidad natural, es él mismo un propietario a nivel político, respaldado por la fuerza militar.

 Escuela Austriaca

La Escuela Austriaca detesta la intervención del Estado, pero respalda la ecuación tierra=capital, pronunciando el abracadabra antes mencionado. Calla ante la cuestión de la renta, pero es muy locuaz contra la emisión de moneda por el Estado: «La producción de dinero debería dejarse al libre mercado. El intervencionismo del gobierno no mejora los intercambios monetarios; simplemente enriquece a un pequeño grupo a expensas de todos los demás usuarios de moneda. Y desde un punto de vista estético, el desastre es, por supuesto, total: en vez de manejar hermosas monedas de plata y oro, a los ciudadanos se les obliga por ley a usar billetes de papel inconvertibles»[47].

Pero son los bancos, no el Estado, quienes emiten moneda; la intervención del gobierno, como actualmente en China, favorece los intercambios monetarios; la emisión privada de moneda enriquece a una selecta minoría; y cuanto más «inconvertible» es un billete, con mayor rapidez circula, ayudando así a la producción y el comercio. ¿En qué se equivoca la Escuela Austriaca? Que los lectores decidan.

El fracaso en la solución de la cuestión social ha abierto camino a que corporaciones transnacionales dominen la economía mundial con su política de globalización.

 La tierra libre de Henry George

Dos cosas deben estar claras a estas alturas:

No hay solución para la cuestión social, ni para cualquier cuestión económica, sin abordar conjuntamente las cuestiones de la tierra y del dinero.

El éxito o el fracaso de cualquier solución pasa por los principios de verdad, justicia, libertad, solidaridad y subsidiariedad.

Henry George (1839-1898) comprendió que cualquier propiedad territorial produce una renta doble: una, creada por el trabajo del propietario, y la otra creada por el trabajo de sus vecinos. La justicia exige que la primera la ingrese al 100% el propietario en forma de salario, y que la segunda, debida a su ubicación y creada por la actividad económica de la comunidad que la rodea, la acumule la comunidad en forma de servicios sociales por medio de la renta pública. Sería una forma práctica de aplicar los principios de Rerum Novarum.

De esta forma la propiedad privada satisfaría su función social. El principio es que cambiando la base imponible desde el valor añadido por el esfuerzo humano al valor sustraído de la tierra, todo se reubica adecuadamente. Por ejemplo:

Verdad: la comunidad reafirma la soberanía usurpada por la institución del alodialismo (plena propiedad); la comunidad, y no el individuo, remitiría el beneficio excedente a la cuenta del Estado.

Justicia: la laboriosidad se premia, la ociosidad y el parasitismo se impiden o castigan.

Libertad: todos pueden ahora acceder a la tierra si quieren y cuando quieran, y dejarla para irse a otro lugar si quieren y cuando quieran.

Solidaridad: la comisión por la ocupación sufraga el gasto público (no necesariamente el 100%, como pensaba George, pero lo suficiente como para abolir las formas más injustas de impuestos).

Subsidiariedad: la institución de la propiedad privada, indisolublemente unida a su función social, ya no puede ser causa del desorden social, como en el pasado.

Hay más de lo que parece en esta solución natural a la cuestión de la tierra. Con un único y hábil movimiento, eliminaría la raison d’être de la Revolución, cuya causa principal es precisamente la propiedad de la tierra. Como dijo Rousseau, «la propiedad privada destruyó la igualdad original. Todas las leyes, tanto las civiles como las eclesiásticas, fueron ideadas a lo largo de los siglos para proteger ese derecho. Así pues, destruyamos en primer lugar el orden eclesiástico, luego el orden civil y por último el derecho a la propiedad privada».

Los dos primeros llevan siendo atacados más de doscientos años, debilitando así considerablemente el orden eclesiástico y el orden social; el tercero lo están aplicando ante nuestros ojos Estados con necesidad revolucionaria de que las ocupaciones ilegales gocen de una creciente impunidad. Si el principio natural hubiese estado en vigor durante todos estos siglos, a la Revolución le habría faltado una pata sobre la que sostenerse.

 El «Freigeld» [Dinero libre] de Silvio Gesell

La masa monetaria que hemos mencionado en diversas ocasiones no está constituida por pequeños ahorros. Dejando a un lado la burbuja financiera, Microsoft alardea de unas reservas de 56.000 millones de dólares en metálico, que según aseguran les permitiría sobrevivir un año entero con cero ventas. Lord Weinstock (1925-2002) «tenía una pila de varios miles de millones de libras en metálico en su banco»[48]. Si «varios» significa en torno a 7, él podría haber pagado en efectivo el presupuesto original del Túnel del Canal de la Mancha. Tesoros semejantes son totalmente legales, pero tan inmorales como extraer aceite de una máquina para apoderarse de ella. Gesell, a diferencia de Tobin, apuntaba a las acumulaciones más que a las transacciones.

Él propuso forzar la circulación de billetes penalizando su acumulación con un 5 o 6% anual. A un 6%, por ejemplo, la tesorería de Microsoft habría introducido en las arcas públicas en torno a 330 millones de dólares al año.

En 1932, en lo peor de la Gran Depresión, la práctica confirmó la teoría. Michael Unterguggenberger (1884-1936), alcalde de Wörgl (Tirol), puso en circulación 2,5 millones de chelines austriacos en forma de bienes y servicios con una mísera emisión de 5300 unidades de Certificados de Trabajo. El Banco Nacional de Austria sofocó el experimento después de que durante 14 meses se le demostrase al mundo que la Depresión podía ser derrotada.

Esta reforma monetaria natural también cumpliría las exigencias de:

Verdad: desaparecería la contradicción sobre la que se construye la actual forma de moneda, como también la confusión entre moneda y crédito.

Justicia: el interés caería lentamente hasta el 0%. Ya no sería posible vivir a costa del trabajo ajeno.

Libertad: todo tipo de trabajo, incluidas la maternidad y las labores domésticas, sería recompensada, dándole así a las mujeres la opción de quedarse en casa o trabajar fuera de casa.

Solidaridad: prestar al 0% sería más provechoso que acumular al -6%; eso mejoraría la confianza y la amistad.

Subsidiariedad: la caridad suplementaría a la justicia, en vez de sustituirla, como sucede ahora.

Cierro este ensayo honrando al estadista del siglo XX que pagó con su vida poner en práctica las medidas discutidas arriba: el coronel Muamar el Gadafi de Libia (1942-2011)[49].

El coronel tomó estas tres medidas:

  1. En 1979 quemó todos los títulos de propiedad de la tierra, utilizando el alquiler como ingreso público.
  2. Creó un banco estatal con el derecho exclusivo de emitir moneda.
  3. Negoció un 35% de las ventas de petróleo como ingreso público.

Estas tres medidas beneficiaron así al pueblo libio:

  1. Electricidad gratuita, salud gratuita, educación gratuita.
  2. Agua gratuita procedente del Gran Río Artificial, un acueducto de 6000 km que trasvasaba agua desde la Arenisca de Nubia en la Cirenaica hasta la costa, construido en 25 años de trabajo (1976-2011) sin pedir préstamos.
  3. Un bono de 5000 dólares para cada recién nacido y un préstamo sin interés de 50.000 dólares para cada pareja de recién casados.
  4. Becas para que los libios pudiesen completar estudios no disponibles en el país.
  5. Tierra gratis, ganado inicial gratis, maquinaria agrícola y semillas para cualquiera que quisiese practicar la agricultura.
  6. Gasolina a 0,14 euros/litro.

En verdad, como solía decir Plinio el Viejo, ex Africa semper aliquid novi.

7. Conclusión

Las metáforas no demuestran nada, pero ayudan a comprender. Me gusta comparar la economía con un pájaro que todo el mundo, desde los «expertos» al pueblo llano, asume que no puede volar porque nadie le ha visto volar. Y nadie le ha visto volar porque es verdad que nunca voló.

Pero de ahí no se sigue que nuestro pájaro no vuele porque no tenga alas. Sus alas están pegadas al cuerpo por la acaparación de la tierra y el doble rostro del dinero. Puesto que un pájaro que no vuela es más fácil de controlar que uno que vuela, los intereses creados que conocen la naturaleza real del pájaro hacen todo lo posible para ocultar la existencia de las alas. En general lo han conseguido durante milenios.

Incluso cuando la economía se convirtió en ciencia (en cierto sentido), sus cultivadores se concentraron, no en las alas que no conseguían ver (o que deliberadamente ocultaban: no me corresponde juzgarlo), sino en las patas, el pico, las plumas, etc. Han fortalecido y agilizado todos esos elementos anatómicos, pero es obvio que sin liberarle las alas el pájaro no volará nunca, que es lo que se supone debería hacer.

Como decía Gesell en la frase conclusiva de su magnum opus, «no hay problema económico que la Tierra Libre y el Freigeld [Dinero Libre] no puedan resolver».

Traducido al lenguaje corriente: los acaparadores de tierra y de dinero han conseguido vivir del trabajo de los demás negándoles el fruto de su esfuerzo. Las políticas que no modifican esta injusticia primordial no han triunfado, ni lo harán nunca. Pero hay una gran disparidad entre ambas cuestiones.

La cuestión de la tierra no puede ser resuelta sin voluntad política. Los propietarios siempre han maniobrado para influir sobre las decisiones políticas, ya sea directamente estando ellos mismos en el poder, ya sea indirectamente presionando para imponer tasas y otras medidas políticas que mantienen sus rentas[50].

La buena noticia es que, a diferencia de la tierra, la reforma monetaria puede hacerse desde la base. Más de 50.000 comunidades en todo el mundo lo están demostrando ante nuestros ojos. En el momento en el que se pongan de acuerdo en una idea común, la usura se convertirá en una curiosidad histórica.

 

[1] Vale la pena señalar un pequeño fraude, como es que el Premio Nobel de Economía no lo concede el comité homónimo, sino el Sveriges Riksbank, banco central sueco. Desconozco las razones.

[2] Robert J. Samuelson, «Soothsayers on the Decline», Newsweek, 13 de febrero de 1995, pág. 44.

[3] «A Plague of Forecasters», The Economist, 21 de agosto de 1976.

[4] Robert J. Samuelson, art. cit., pág. 44.

[5] Wassily Leontief, Premio Nobel de Economía, citado en The Economist del 17 de julio de 1982.

[6] Cfr. 1 Reyes 17, 1-6. Entre los «cuervos» también se incluyen las personas caritativas que alimentan a quienes no pueden trabajar.

[7] Véase John Kenneth Galbraith, El dinero, Barcelona, Ariel, 2014; Money, Nueva York, Houghton Mifflin Co., y Stephen A. Zarlenga, The Lost Science of Money para una perspectiva convencional o no convencional, respectivamente.

[8] La definición es de Avicena (Ibn Sina, 980-1037). Santo Tomás de Aquino la hizo suya.

[9] La definición es del jurista romano Ulpiano. Ha resistido el paso de de veinte siglos.

[10] Esto sigue siendo verdad incluso si lo que no es debido se da por caridad o misericordia.

[11] Vale la pena reproducir esta larga cita de Proudhon (1809-1865): «Ser gobernado significa ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, regulado, inscrito, adoctrinado, sermoneado, controlado, medido, sopesado, censurado e instruido por hombres que no tienen el derecho, los conocimientos ni la virtud necesarios para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, controlado, grabado, sellado, medido, evaluado, sopesado, apuntado, patentado, autorizado, licenciado, aprobado, aumentado, obstaculizado, reformado, reprendido y detenido. Es, con el pretexto del interés general, ser abrumado, disciplinado, puesto en rescate, explotado, monopolizado, extorsionado, oprimido, falseado y desvalijado, para ser luego, al menor movimiento de resistencia, a la menor palabra de protesta, reprimido, multado, objeto de abusos, hostigado, seguido, intimidado a voces, golpeado, desarmado, estrangulado por el garrote, encarcelado, fusilado, juzgado, condenado, deportado, flagelado, vendido, traicionado y por último, sometido a escarnio, ridiculizado, insultado y deshonrado. ¡Eso es el gobierno, ésa es su justicia, ésa es su moral!» Viral en la red. A pesar de su tono exagerado, describe bien la situación actual, 170 años después.

[12] Adam Smith, La riqueza de las naciones (Libro I, cap. 6).

[13] Supuesto que también esté en disposición de defenderla por la fuerza de las armas contra un potencial rival.

[14] Cuando era niño tuve el privilegio (que comprendí decenios después) de conocer a un viejo aparcero que tenía arrendada una pequeña granja a no más de dos kilómetros del mercado más próximo. Sus ingresos eran suficientes; si hubiese vivido diez o más kilómetros más lejos, los intermediarios se habrían llevado la mayor parte de sus ganancias.

[15] Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación.

[16] En el origen de esa concesión estaban las confiscaciones manu militari de los pueblos de la Italia central en el siglo III a.C. Durante más de mil años, los Papas llevaron dos coronas: una como cabeza de la Iglesia y otra como rey de los Estados Pontificios. Los intereses de ambas coronas no siempre coincidían, por decirlo suavemente. Quizá el episodio más grotesco fue la guerra entre Su Católica Majestad Felipe II de España y el Papa Pablo IV por el ducado de Paliano en 1556.

[17] Este término se aplica indiferentemente tanto a los reyes de antaño como a los modernos presidentes o a quien corresponda.

[18] Un notable ejemplo es el de Giulia Colbert, marquesa de Barolo (1791-1854), principal benefactora de Don Bosco (1815-1888) en Turín. A los 53 años llevaba como penitencia un cilicio bajo la ropa, y se dedicaba exclusivamente a los pobres. En sus Memorias escribió: «Debo pagar por los privilegios injustos de mis antepasados. Debo liquidar la deuda que contrajeron con los miserables y los explotados». Durante muchos años pasó tres horas diarias en la prisión de mujeres. Recibió insultos, humillaciones, incluso golpes, por instruir a aquellas pobres mujeres. Al final consiguió que las autoridades separasen la prisión de hombres de la de mujeres. En el otro extremo tenemos el legado de ocho mil millones de libras del Duque de Westminster en 2018. Como heredero de los acaparadores de tierra de 1539-41, se embolsó la renta creada por el trabajo del pueblo del Reino Unido.

[19] Silvio Gesell (El orden económico natural, Parte 3, Capítulo 17) afirma que la decadencia del Imperio Romano se debió a la superstición de que la moneda debía estar fabricada con metales preciosos, cuyas minas ya habían quedado agotadas en tiempos de Augusto. La escasez de dinero acabó con la división del trabajo y, acabando con ella, acabó con la organización política.

[20] El principio de esa usurpación puede fecharse en 1694 con la fundación del Banco de Inglaterra. Napoleón, consciente de que la ruina de Francia había sido causada por Necker & Co., quiso una Francia libre de deudas, y de ahí su política del Sistema o Bloqueo Continental. Intentó una resistencia armada, pero fracasó en Waterloo (1815).

[21] Salvo a China, cuyo gobierno emite moneda para sus infraestructuras, alcanzando así niveles astronómicos de desarrollo.

[22] Añadamos que los usuarios de crédito deben pagar una comisión al banco por cada transacción.

[23] Es interesante que Dante coloque a los usureros y a los sodomitas en el mismo círculo del infierno: estos por hacer estéril el acto sexual, naturalmente fecundo, y aquellos por hacer fecundo el dinero, naturalmente estéril.

[24] Pocos economistas parecen saber, o a pocos parece importarles, que el decano de los revolucionarios fuese apoyado por el poder financiero. También es extraño –como mínimo– que las muchedumbres revolucionarias del siglo XIX nunca tocasen los bancos ni los banqueros.

[25] De Soto no lo ve así. Él piensa que esos bienes inmuebles deben ser «legalizados», que para él significa introducirlos en el marco de las leyes del Estado. Aun si se hiciera así, su incorporación al sistema legal no resolvería ni en un ápice el problema deflacionario.

[26] Por eso el pequeño trabajador, granjero o empresario desaparece de la escena económica: no pueden afrontar el vender a crédito como las grandes compañías.

[27] Bernard Lietaer, The Future of Money, Londres, Centuri, 2001.

[28] El castillo se derrumbó en 2008.

[29] «Nicholas Oresme and the First Monetary Treatise», Mises Daily Article (Auburn), 18 de mayo de 2004.

[30] Empezó en Alemania. En Estados Unidos todavía se la conoce como «el crimen de 1873».

[31] Napoleón, Lincoln, los zares Alejandro II y Nicolás II, los presidentes Garfield y McKinley, Trujillo, Kennedy, Somoza, Torrijos y Roldós son buenos ejemplos.

[32] Los países subdesarrollados siguen siendo subdesarrollados, entre otras causas, porque sus políticos ven la pobreza como una fuente de poder. Dando a los pobres cantidades miserables aseguran su voto; haciendo lo mismo con las personas prósperas acarrearía insultos y desprecios.

[33] James Robertson, The Alternative Mansion House Speech, 4 de septiembre de 2000. Robertson fue asesor del primer ministro McMillan durante su famoso discurso del «viento del cambio».

[34] España perdió Holanda a causa de ese impuesto.

[35] Daniele Varè, The Two Impostors, John Murray, 1949, pág. 65.

[36] Tomado de Margrit Kennedy, Interest and Inflation Free Money, New Society Publishers, pág. 19. Las fechas han sido añadidas.

[37] Raoul Follereau (1903-1977) descubrió que la lepra era curable a un coste muy económico. Numerosas fundaciones llevan su nombre.

[38] Atribuido al Jefe Seattle, de la tribu Suquamish, 1854. Cortesía de J. Smith.

[39] Al principio, eran los mismos nobles quienes luchaban. Luego lo delegaron en la plebe.

[40] La razón real de la servidumbre se descubrió al empezar la Primera Guerra Mundial. Las primeras personas excluidas de la llamada a las armas fueron los granjeros, cuyas múltiples habilidades eran realmente irreemplazables.

[41] Mason Gaffney y Fred Harrison, The Corruption of Economics, Shepheard Walwyn, 1994.

[42] The Standard, 31 de diciembre de 1887.

[43] La relación entre interés, dinero en metálico, trueque, letras de cambio y agricultura de subsistencia está explicada con detalle en El Orden Económico Natural de Gesell (Parte 3). El interés no puede elevarse más allá del nivel que la gente considere que no vale la pena pagar, volviendo al trueque o a la subsistencia. En una economía monetaria, las letras de cambio producen bienes y servicios sin interés, pero no siempre son dignas de confianza. Un agente económico puede optar entre pagar un interés o adoptar una de estas soluciones.

[44] Rerum Novarum, 17.

[45] Rerum Novarum, 33.

[46] El término «socialismo» tiene al menos tres significados: para Proudhon (1809-1865) significa impedir la ganancia indebida del latifundismo y la usura; para Marx (1818-1883) es la nacionalización de los medios de producción; y para los «socialistas» actuales es la intervención del Estado en la economía, sin plantearse apenas si se produce en los límites de la subsidiariedad o no.

[47] «Morality and Economic Law: Towards a Reconciliation», Mises Daily Article, 5 de abril de 2004.

[48] Obituario en The Economist, 27 de julio de 2002.

[49] Su teoría político-económica se explica en las 33 páginas de El libro verde, descargable en la red. Sus enemigos han intentando ocultar sus logros, pero están al alcance de cualquiera que tenga interés o curiosidad.

[50] En el Reino Unido, los alquileres de 2016, según cálculos de Fred Harrison, sumaron 493.000 millones de libras, todos ellos ingresados por los latifundistas y los usureros.