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Número 583-584

Serie LVIII

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Anton M. Matysin y Dan Edelstein (eds.), Let there be Enlightenmwnt. The religious and mystical sources of rationality

Anton M. Matytsin y Dan Edelstein (eds.), Let there be Enlightenment. The religious and mystical sources of rationality, Baltimore, John Hopkins University Press, 2018, 312 págs.

Los editores de este libro sobre las fuentes místicas y religiosas de la racionalidad ilustrada son Anton M. Matytsin, profesor asistente de historia en el Kenyon College, Gambier (Ohio), y autor de El fantasma del escepticismo en la época de la Ilustración (2016); y Dan Edelstein, quien enseña Francés e Historia en la Universidad de Stanford, y ha escrito varios libros en torno a la Ilustración, entre ellos El terror del derecho natural (2009), La Ilustración: una genealogía (2010), y Sobre el espíritu de los derechos (2018). En su «Introducción», ambos editores enfrentan la mitología –según ellos– en torno a la Ilustración, girando en torno a las ideas de luz, verdad, oscuridad, y otras similares, con la finalidad de exponer nuevas investigaciones que cuestionan la tradicional perspectiva –a la sazón, una narrativa simplista– sobre el papel de la religión en la Ilustración. Se trata, entonces, de una propuesta de esclarecimiento de la relación entre razón y fe, en la medida que el discurso ilustrado concede un papel importante a la religión.

Detengámonos un momento antes de continuar avanzando, pues se pone aquí una cuestión central. Es cierto que hubo y hay una literatura que, asociando racionalismo a ateísmo y materialismo, niega raíces religiosas a la Ilustración; tan cierto como que hubo y hay otra que liga racionalismo a espiritualismo y afirma la religiosidad de los ilustrados. Ambas corrientes tienen parte de la razón, pues en la Ilustración se cruzan tendencias radicales con otras moderadas, pudiendo ambas convivir en el seno del movimiento e incluso en una misma persona, como son los casos, por sólo poner algunos, de John Locke o de Baruch de Spinoza. Porque, a decir verdad, la materia no pasa por el rechazo liso y llano de la religión por los ilustrados sino de qué tipo de religión se habla, en qué se cree y cómo se cree. El punto, a mi entender, es otro entonces: cuál es la «fe» de la Ilustración y de qué manera se adquiere. Dicho esto, volvamos al texto.

En tal sentido, asiste la razón a los editores cuando indican que el suelo religioso de la Ilustración es el trabajado por los reformadores y que es de los años posteriores a la Protesta que emerge la corriente atea; es decir, en la Reforma –predominantemente– está tanto la impronta religiosa como la matriz de librepensadores e incrédulos ilustrados. El problema con el libro que comentamos es que por recalcar la primera parte del argumento (la religiosidad ilustrada) pareciera desconocer la segunda (la incredulidad y el ateísmo), al punto que no incorpora ningún estudio específico de ella.

El libro está dividido en tres partes. La primera se titula Lux, y comienza con el estudio de Howard Hotson, profesor historia intelectual moderna en la Universidad de Oxford, titulado «Via lucis in tenebras: Comenius como profeta de la edad de la luz», que estudia la raíz ilustrada de las doctrinas del filósofo ilustrado checo; posteriormente, Anton M. Matytsin, escribe «De todos modos, ¿la luz de quién?: la lucha por la luz en la Ilustración francesa», que muestra la diversidad filosófica y religiosa entre los pensadores ilustrados. Céline Spector, profesora de filosofía en la Universidad de París-Sorbona, estudia en «Las “luces” antes de la Ilustración: el tribunal de la razón y la opinión pública», el nacimiento de la conciencia ilustrada. Cierra esta parte el profesor del Dartmouth College, Hanover (New Hampshire), Darrin M. McMahon, con la colaboración «Escribir la historia de la iluminación en el Siècle des Lumières: narrativas ilustradas de la luz», que sorprende con la afirmación de que eso de las luces atribuido al siglo procede también de la mayor iluminación de las calles.

La sección segunda, bajo el rótulo Veritas, incluye otras cuatro colaboraciones, empezando con la de Jo Van Cauter del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Leiden, dedicado a la influencia cuáquera en el misticismo de Spinoza: «Otro diálogo en el Tractatus: Spinoza acerca de “los discípulos de Cristo” y la Sociedad Religiosa de los Amigos (cuáqueros)». Luego, Philippe Buc, medievalista de la Universidad de Viena, escribe «Una ojeada retrospectiva: luz y oscuridad en la teología medieval del poder», en el que sostiene que la teología de la luz y de las tinieblas del medioevo se traslada a la concepción del poder de los ilustrados. El profesor de historia en el Hillsdale College de Michigan, Matthew T. Gaetano, considera «Lumen unitivum: la luz de la razón y la secta aristotélica en la temprana escolástica moderna», colaboración que se extiende temáticamente en la Dan Edelstein, «Ilustración aristotélica», pues ambos muestran de qué manera en los comienzos de la Ilustración hay una continuidad de ciertas interpretaciones y lecturas de Aristóteles.

Finaliza el libro con una última parte, también dotada de cuatro capítulos englobados bajo el nombre de Tenebrae, que arranca con un estudio sobre «El sacerdocio secular en el anglicanismo ilustrado, 1660-1740», del profesor William J. Bulman, de la Universidad de Lehigh, en Bethlehem (USA), que viene a corroborar la influencia protestante en las desviaciones eclesiástico-clericales de la Ilustración. De inmediato, Jeffrey D. Burson, profesor de historia en la Universidad de Georgia del Sur, se propone «Refractar el siglo de las luces: genealogías alternativas a la Ilustración en la cultura del siglo decimoctavo», que serían las genealogías propuestas por los jesuitas, los escépticos y los antifilósofos. Charly Coleman, profesor de historia en la Universidad de Columbia, nos invita a considerar los estados alterados de la conciencia en su trabajo «La Ilustración en las sombras: misticismo, materialismo y estado de ensueño en el siglo XVIII francés». Finalmente, James Schmidt, que enseña historia, filosofía y ciencia política en la Universidad de Boston, valiéndose del caso del artista inglés James Gillray, nos presenta la tesis de que también los contra ilustrados usaron las metáforas de la luz y la verdad para combatir a los radicales, en «Luz, verdad y la ilustración de la Contra Ilustración».

Interesante como es, el libro carece sin embargo de balance que aporte una final visión de conjunto. No pretendo aturdir al lector con más palabras, pero permítaseme una reflexión final, enlazada con lo afirmado más arriba. Incluso la «sola razón», la razón pura, necesita alimentarse en sus sueños y proposiciones de fuentes no racionales que juegan el papel de placebos de la religión verdadera, y la Ilustración es la prueba acabada de ello. Valiéndose del fideísmo protestante que la liberaba de la carga de la fe, la razón ilustrada deforma al mismo protestantismo (que es ya una deformación herética de la religión) y promete un tiempo de emancipación humana que no es sino sujeción al servilismo que ella quiere aceptar. Desde entonces, vía masonería (Rosacruces), magia y metafísicas inmanentes –entre muchos otros senderos ilustrados–, el mundo de la razón es ocupado por corrientes ocultistas y seudo espiritualistas (paganas, deístas, materialistas, demoníacas, etc.) que los hombres consideran «religiosas», pero que en verdad no lo son.

Juan Fernando Segovia