Índice de contenidos
Número 105-106
Serie XI
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Iglesia y liberación socio-política
-
Unidad y pluralidad: ni dialéctica ni colectivización
-
La autogestión
-
El principio de igualdad ante la ley
-
Sabiduría y santidad
-
Una nueva etapa del centralismo estatista en Francia: la ley Marcellin sobre las fusiones y reagrupaciones de municipios
-
Revolución, Contra-Revolución y Dictadura. Un texto de Plinio Corrêa de Oliveira en «Revolución y Contra-Revolución»
-
- Actas
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Crónicas
- Jornadas
Autores
1972
El hombre y su pérdida actual del sentido de su situación y de su fin supremo
EL HOMBRE Y SU PERDIDA ACTUAL DEL SENTIDO DE SU SITUACION Y DE SU FIN SUPREMO
El hombre debe ser considerado en su unidad y totalidad, se
gún el plan providencial de Dios.
«Es el ,hombre, pues, pero el hombre en· SIi unidad y tota/,i
,, dad, cuerpo y alma, corazón y conciencia, entendimiento y volu~
ntad» (n.º 3),
quien
debe ser el
quicio y el
centro de vuestro in
"terés y de vuestra actividad, que guía al alumno desde sus más tiernos
"años y lo ayuda a alcanzar aquella maduración completa que lo hace
"apto para ocupar SIi lugar, con plena conciencia, en la .rociedad y
"en la Iglesia, según el plan providencial de Dios.»
PAULO VI: Discurso al IX Congreso Nacional de la Asociación Italiana de Maestros Católicos
(4 de noviembre de 1968; texto italiano en L'Osservatore Romano del 4-5 de noviembre; tex
to en
castellano: Euletia núm. 1.416, sábado 16
de noviembre de 1968),
El estudio de Santo Tomás de Aquino continúa siendo guía
segura en el estudio del hombre como unidad de alma y cuerpo.
<
"píritu, sino que lo
componen el
cuerpo y el alma, como
dice
San "Agustín:
«en la
unidad de
la
persona el
alma se une al
cuerpo para
"que
exista
el hombre»
(Carta 137,
M. L., 33, 529), De esta
afir
"mación,
vosotros
lo
sahéis queridos hijos y señores, brotan muchos
"interrogantes,
a
los cuales os
cort'esponde contestar,
según todos los
nrecursos de vuestra ciencia, de una forma
apropiada, a la
formula
,, ción
de problemas eterno! por
las
generaciones de
hoy. En este es
"tudio, el Aquinate, continúa siendo siempre para vosotros un guía 11segtlt'o, por la agudeza, el dominio y la precisión con que ha estu
,,
diado
los problemas planteados por esta
unión misteriosa: cuáles
"son
las relaciones de los dos
principios, de
dónde viene la
unidad
"del
compuesto,
cómo depende
el
cuerpo del
alma, cómo puede el
"alma subsistir
sin el
cuerpo en el tiempo que transcurre entre
la
"muerte y la
resu"ección.>>
PAUI..O VI: Alocud6n a los Filósofos participantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en L'Osservatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia núm. l..'510 del 26 de septiembre).
455
Fundaci\363n Speiro
Hay naturaleza humana y no · sólo condición humana en la
historia.
«Otro tema, entre loJ más actuales y más graves, de los que han
"ocupado con
toda justicia vuestra atención, es la relación del hom·
ubre
con
la
histO'Yia pasada
y presente de los hombres. Si no se puede
11negar que el hombre actual padece en sus ideas, sus gustos y sus 11necesidades, la influencia de un largo pasado, y si él está, en cierta
"medida, modelado también por la historia, ¿se deduce que cada
si·
"tuación
histórica
lo condiciona hasta el punto de que
allí no
habla,
11propiamen:e hablando, una naturaleza} sino solamente una condi·
n ción humana? Por el hecho de que el hombre individual sería el 11 lugar geométrico del crecimiento de un cierto número de cromos o·
"mas,
de
la in:erferencia de
las relaciones de
producción, de las in·
11fluencias conjugadas de una educación, de un ambiente social y de
11es:ructuras lingiilsticas determinadas, ¿sería necesario deducir de ello
11 que el hombre no sería ya el hombre, sino el producto incierto de
"una historia,
de una
geografía económica y política} de una familia
"y de
una sociedad cultural? En suma, el hombre se habría perdido
"en el
dédalo de las ciencias
humanas convertidas
en el origen de un
"neopositivismo, pues es realmente verdadero que «los filósofos que
"anuncian hoy día la muerte del hombre se protegen con
gusi'o bajo
"la
ciencia» (M.
Dufrenne,
Pour l'homme, París, Seuil, 1968, p. 201).
"El humanista
de ayer afirmaba con Pascal: «El hombre supera
"infinitamente
al hombre» (Pensées, Ed. Brunschvieg, número 434).
"El cristiano de
hoy, rehusindo ceder
al vér:igo de la nada, tanto
11 como a la tentación prometéica, tan próximos, en definitiva, el uno
"de la otra, ctfirma que
el ser humano supera los avatares de la exis·
"tenciai
y qne una
cierta idea del hombre trasciende todos los análisis
"científicos. Desde
que Dios se manifestó a Abraham, y
el diálogo
"roto
por el pecado de Adán. se ha
reanudado entre la
criatura y su
"Creador, el hum4nismo judeo-cristiano no
ha cesado de
afirmar la
"eminente
y
singular dignidad
de toda persona humana,
creada a
"imagen de Dios} en
el amor
y la libertad: todos los progresos de
"la ciencia
no destruirán jamás esta
afirmación primera y fundamen
"tal sobre
el origen, la naturaleza
y el destino del hombre creado por
"Dios, renovado
en
Cristo1 de1tinado a ingresar para toda la eterni
"dad en
la familia de los
'hijos de Pios/ más todavía, en
la intimidad
"del mismo
Dios.»
456
PAULO VI: Alocuci6n a los Filósofos partici
pantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en VOsser
vatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia
núm. 1.510 del 26 de septiembre).
Fundaci\363n Speiro
Bivalencia del hombre de hoy, lacerado por su propia limitación.
<
n ellaJ su grandeza, su poder, su intrepidez,
lanzado a la
conquista de
"lo que, en todos los campos, hace solameme pocos decenios le pa
nrecía limitado por barreras insalvables,· El, por otra parte, jamás
"como hoyJ está terriblemente lacerado
por las
criJis propias,
por la
"propia limitación
y, como dicen, por la propia incapacidad de co-
11m11nicar con
los demás, como
igualmente por las propias
incongruen
" cias interiores qu~ se
traducen
at exterior en los desequilibrios estri
" dentes,
de los
que se
ve hoy afectada
una parte importante
de la
"humanidad.»
PAULO VI: Alocución al movimiento «Renaci
miento cristiano», de Italia, del 2 de mayo de 1970; texto italiano en
VOrservatore Romano de
2-3 de mayo; texto en
castellano: Eccleria nú
mero L493 del 30 de mayo).
El dominio del cosmos por el hombre y el deber que el hom
bre
tiene de dominarse a sí mismo.
«Divisado desde el cosmos como un punto imperceptiblei el hom-
11 bre lo domina con el pensamiento. Y, ¿quién es e! hombre? ¿Quiénes
JJ.romos nosotros,
capaces de tanto?
"
"En la embrÍag~ez. de· esie día· extraordinario, verd~dero tridnfo
"de los ingenios producidos por el hombre, para el dominio del cos
"mos, no debemos olvidar la necesidad y el deber que el hombre
"tiene de dominarse a sí mismo.»
PAULO VI: Alocución a los fieles en el Angelus
del domingo 20 de julio de 1969 (texto en ita
liano e inglés en L'Osservatore Romano del 21-22,
y texto en castellano:
Ecclesia núm. 1.451 del 2
de agosto).
Degradación de la dignidad del hombre en la vida moderna.
«Distraídos como estamos, ·presuntuosos de nuestra experiencia, a
"menudo reducida a un superficial contacto empírico con
el mundo
"exterior; confiados,
a veces ciegamente, en el
lengua¡e científico
"que
nos
instruye y nos encanta, creemos conocernos ya perfectamente,
"mientras
'fue la antigua, pero siempre
indispensable cuestión délfica
"y socrática, «conócete a ti misino», no nos da paz, si de verdad
457
Fundaci\363n Speiro
"queremos dar una respuesta satisfactoria a la necesidad de un adecua
"do conocimiento
de nosotros mismos. El hombre permanece miope,
"y muy a menudo ciego sobre lo que él mismo es. Incluso porque un
"formidable
error de
método
vicia las ant,opologías modernas, que
ttpresumen dar
con 1us solas luces
propias
una definici6n del
hombre,
"completa
y resolútiva/ el error es éste: el hombre, lo sabemos todos,
11 es un ser extremadamente complicado; y hay que circunscribir aquí
"el
estudio y la noci6n del hombre a un particular aspecto de este ser
"que somos
nosotros, ignorado
y a menudo negando los otros. El
"hombre es
cuerpo; y, entonces, no habrá quien no vea en el hombre
"que su semejanza con
el animal
y con la materia y sus leyes forman
"parte
del h"mbre. El
hombre es
espíritu: muchos
sabios detendrán su
11 observación en esta sublime realidad humana para concluir en un
"idealis.mo exclusivista
e idólatra del pensamiento del hombre. El
11hom~re es sen.tido; y, entonces, se dirá que sólo en el reino de los
"sentidos se explica la verdadera
vida del
hombre. El hombre es
un
"ser social,-
y así, a la consideración sociol6gica se pretenderá atribuir
"la única
o
también la primera clave de solución de las cuestiones de
"la existencia
humana. Y así podíamos seguir diciendo.
"
"Pero esta exaltación del hombre la ha proclamado el Concilio,
"como desde
siempre la
Iglesia, en
virtud de un principio supremo e
"inalienable, el de la relación del
hO'mbre con
Dios. Podemos recordar
"la famosa
y bellísima sentencia de San Ireneo ( un padre de la igle
" sia
de finales del siglo II):
«Gloria de
Dios es el hombre vivo»
"«Adv~ Haer.»
IV, 20,
7; <
"externa, su
irradiación luminosa
en el universo, en la vida del hom
"bre. Quien
niega a Dios apaga
la,luz sobre el rostro humano; es
decir,
"niega al
hombre en
sus supremas perrogativas.
"
"¡Dignidad del hombre! No pretendemos ahora extendernos sobre
"este ampllsimo tema.
Ello nos llevaría a deplorar amargamente las
"ofensas1 hoy crecientes1 con que tantas formas criticas de la vida
"moderna degradan la dignidad del hombre, especialmente con la
"moda desvergonzada1 con el espectáculo frlvolo o pasional1 con la
"inmoralidad de
las costumbres,
con la pornografía pérfidamente
di
n¡undida,
con
la anestesia de la conciencia moral en provecho de la
"conciencia
sensual; con la deformaci6n provocante
de la misma sana
"y prudente
educación sexual. Son admitidas
y fomentadas licenciosas
nexperiencias como
si fuesen conquistas liberadoras¡
¿'liberadoras de
"qué? De
la conciencia del bien y del
mar, del
respeto a la persona
,, humana,
de la estima por los valores más verdaderos
y más preciosos
11 que conservan y embellecen el equilibrio entre el e1píritu 'Y la carne,
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Fundaci\363n Speiro
ncon el pudor, con la inocencia, con el dominio de sí mismo, con la
"elección
consciente
y generosa de la verdad del amor y de sus altfri
"ma.r y humanísimas finalidades.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 28 de julio de 1971; traducción de Ecclesia
núm. 1.553 del 7 de agosto.
El culto a la propia persona en el hombre moderno que no
admite la penitencia.
«Parece abolido el concepto de penitencia, sustituido por una
"mentalidad totalmente
contraria,
e, decir, la del culto de la propia
"persona física y social, y que va desde el cuidado escrupuloso, y siem~
"pre recomendable, de la higiene sanitaria y de la buena salud cor
"poral, hasta
la preocupación de
evitar toda
molestia, todo limite
"innocuo
al propio
bienestar, hasta
llegar al hedonismo
de las cos
"tumbres y del pensamiento, y a sus deplorab.les excesos de la diver
"sión desenfrenada, mundana y libertina e incluso de la droga exci
"tante
y mortal.
El hombre moderno, según
parece, no quiere en
modo
11 alguno oír hablar de penitencia, como si fuera algo i"acional e inad
"misible,
triste
recuerdo de tiempos oscuros
e inhumanos,-él organiza
"toda su vida bajo la fórmula de pasarlo bien; la concepción r:-ristiana
"de
la
vida
nada tiene que oponer
a ello, si la
caridad que todo
lo
"inspira, la hace solidaria y promotora, especialmente cuando se trata
"de
procurar a quien se encuentra _en la penuria y en la necesidad
"de los bienes necesarios para la salud física, el legitimo bienestar
"humano, la verdadera dignidad de la vida.
"Pero esta
severa palabra «penitencia» no puede ser suprimida
"en el discurso programático
cristiano, sino que se
considera necesaria.
"Dice y repite, en efecto, el Señor, co·mentando un hecho sangriento,
"y las víctimas del hundimiento de la torre de Siloe: «Si vosotros no 11 hacéis p_enitencia, todos pereceréis igualmente» (Le., 13, 1-15 ). Así,
"también, el anuncio del Reino de Dios, que constituye el pórtico del
"Evangelio, se hace bajo el signo de la penitencia. Así, Juan, el pre-
1'cursor (Mt., 11 4),' así, también Jesús: «Haced penitencia y creed
"en el Evangelio»
(Me., 11 15}, y así la primera predicación apostó
"lica, por
boca de Pedro, el día de Pentecostés, tiene
por tema
la
11penitencia: «Haced penitencia y_ después que cada uno de vosotros
"sea bautizado ... » (Hechos, 2, 38; cfr. 3, 19).»
PAULO VI: Alocución en la Estación Cuaresmal
de Santa Sabina del 26 de febrero de 1971; tra·
ducción de Ecclesia.
4S9
Fundaci\363n Speiro
El de•precio al pecado consecuencia de la idolatría del hu
manismo· contemporáneo.
«El pecado: hoy es una palabra desfasada; la mentalidad de nues
"tra época
rehúye no solamente considerar el
pecado por
lo
que es,
"sino
incluso hasta hablar de él. Esta
palabra parece
fuera de uso, casi
"un término inconveniente, de mal. gusto. Y se comprende la causa.
"La noción del pecado implica otras dos realidades de las que el
"hambre moderno no
desea ocuparse: una realidad trascendente, abso-
11/uta, viviente,
omnipresente, misteriosa, pero innegable,
que es
Dios;
"Dios creador
que nos
llama
sus criaturas.
" . . . .
n La idolatría del humanismo contemporáneo, que niega o des
"precia esta nueva relación con Dios, niega o desprecia la existencia
"del pecado, de lo que se deriva una ética loca: Loca de optimismo,
"que aspira a hacet' todo lícito, lo que gusta y lo que es útil; y loca
"de pesimismo, que quita
a la vida el sentido profundo, que procede
nde la distinción trascendente
del bien
y del mal, y la desanima con
"con una visión final de
angustiosa
y desesperada fatuidad.
"El cristianismo,
en
cambio, que
tanto
agudiza la
sensibilidad del
"pecado, escuchando la lección insuperable
del Divino Maestro ( cfr. el
n Discurso de
la Montaña), se aprovecha de
él para
iniciar
a/, hombre
nen el
sentido de la perfección
y lo consuela con el don de la energía
n espiritual., la
gracia, que lo hace capaz de
aspirar a ella y de conse
n guirla. Pero, sobre
todo, pone
en práctica su inagotable
prodigio del
"perdón de
Dios, es
decir, de
la remisión de los pecados, la
cual su
"pone
la
Resurrección del alma para participar en la vida
y en el dmor
"del
Reino
de
Dio1.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 8 de
marzo de
1972
(O. R., 9-111-72, original
italiano~ traducción
de
Ecclesia núm. 1.584 del
18
de
marzo).
La conciencia del hombre y sus narcóticos actuales.
«Por conciencia se entiende el conocimiento que uno tiene de sí
"mismo (
cfr. S. Th. I, 79, 13}; es un acto reflejo que puede conten
"tarJe
con una 1encilla reflexión 10bre una
circunstancia cualquiera
"de la
propia vida, un acto de memoria, un sentido del estado de la
"propia salvación, o más propiamente, una exploración psíquica
en
ntorno
a
los propios
sentimientos; pero
más exactamente llamamos
"conciencia al sentido, o mejor
al juicio que uno, con frecuencia es
"pontáneamente, da de sí
mi.rmo·en orden al propio modo de hacer:
"Al bien
(la buena conciencia}, o al mal (la mala conciencia).
460
Fundaci\363n Speiro
"Juicio éste que, de por sí, se refiere al orden que debe presidir
"nuestra conducta, a/, empleo de nuestra libertad, aJ, cumplimiento de
"nuestro deber, a la orientación
y al estado de nuestra vida, principal
"mente
respecto a Dios.
Entendimiento
y voluntad en el acto de con
n ciencia moral, se sienten simultáneamente comprometidos a recibir a
"todo
hombre
tal como es el contraste intuitivo (por
vla de
sindéresis),
"con la propia
forma ideal,
con
su imagen
perfecta,
que es
la imagen
"de la
semejanza con Dios, Y es fácil
que este contraste sea negativo1
"es decir, acusados de una deformidad que se hace fastidiosa y algunas
"veces
intolerable:
Es el remordimiento.
"¿Recordáis
c6mo está
grabado en la parábola del Hijo
Pr6digo 1'el proceso psicológico y moral de la conciencia? Dice el Divino
/J Maestro
sobre el protagonista de aquella historia simbólica: <
/Jreversus»i vuelto
en sí
(Lucas, 15,17 ). He aquí el renacimiento de
n¡a conciencia, he aquí el c.omienzo de la salvación. Vuelto en sí. Lo
"que iignifica que aquel infeliz
hijo, a pesar de vivir en la intensidad
"de sus años
jóvenes, de sus pasiones, de sus placeres, estaba
«fuera
"de
sí». Es decir1 su conciencia no estaba en disposición de atención
"y de verdad. Prestemos atención -también nosotros: Hoy se habla
"mucho de conciencia!
y se aplica esta réfinada y humanísima palabra
"a todo
orden de
cosas presentes en nuestro espíritu; debemos
decir
"más bien que del
término
«conciencid'>> se
abusa con excesiva
frecuen
"cia.
Sobre todo para
aplicarlo a
significados que rechazan su signifi
"cado más a/,to y específico.
"¡Cuántos narcóticos;
por ejemplo, están de moda
para dormitar
"o para
alterar la «digna
y recta concienciá>> (Purg. 3,8), de 1~ que
''cabría
estar guiada siempre una persona honesta/ ¡Cuánta propa
" ganda se
hace hoy
para difundir no la conciencia, sino la
inconscien
JJ cia para contemporizar con teorías unilaterales sobre el libre albedrío,
"o sobre
la reivindicación así llamada de la autonomía del hombre
"moderno, la acción
sustraída a toda regla moral!
"Muy frecuentemente
se da a la conciencia.
un valor
puramente
"psicol6gico, que
encuentra hoy en
él psicoanálisis y en la psicoterapia
"cO'rrespondiente gran
confianza
y gran expan1ión, impulsando a las
"profundidades inconscientes biofisiológicds de los instintos
sus inves
"tigaciones
sutiles.
"Pero, por
muy
intereJan.tes e
incluso útiles
que puedan
ser estas
"exploraciones de nuestra vida instintiva
y emotiva, al fin no pueden
"eludir,
ni sitprimir en
el
corazón áel hombre
la
actitud natural para
"actuar
según
la
ineXtinguible norma
moral, violada o
reprimida, cual
"se ma17ifiesta
en_
la conciencia, en aquella peculiar
reacción, que lla
"maremos
remordimiento. El remordimiento
es la revancha de la con
"ciencia moral;
y puede
dirigirse1 como la experiencia vivida y litera-
461
Fundaci\363n Speiro
"ria nos enseña, hacia las expresiones negativas del e1piritu, como
"la angustia
o la
desesperaci6n (recordad
el fin trágico de
Judas.
"Mat.
27, 3-5); o
bien,
hacia las
positivas
(recordad el
llanto rege
"nerador del
amor de Pedro, Mt. 26,75; fn, 21, 15-17
).»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 15 de marzo de 1972 (O. R., 16-Ill-72, ori
ginal italiano; traducción de Ecclesia núm. 1.585
del
25 de marzo y 1 de abril).
El fundamental desequilibrio de la mentalidad actnal consiste
en
no
pensar en
nuestra vida futura, ulterior a nuestra
muerte corporal.
«¿Podremos decir nosotros, como algunos, que esta enseñanza
"apocalíptica, escatol6gica sobre el más allá es
un puro lenguaje sim
nbólico para
hacernos
comprender la novedad
de la doctrina
evangé
"lica, ya
predicada y consumada por Cristo durante su vida temporal?
"t:O podemos creer, con
otro1,
que solamente
en este mundo escatoló
"gico se realiza objetivamente
nuestra salvación? Dos modos de
pen
sar,
uno
de la
realidad futura, el
otro de la
realidad presente
sobre la
"economía de la salvación, que no tienen en cuenta nuestra doctrina
"de la fe,
y pueden producir desequilibrios fatales en la interpreta
n ción y en la aplicación del cristianismo auténtico.
"Y
el desequilibrio primero y ·más común es el de no pensar, y
' 1frecuentemente de no creer, en nuestra vida futura, en la que sigue
"después de
nuestra muerte corporal.
La vida presente sería entonces
"la única que no1
ha sido dado gozar
y 1ufrir. La reducción radical
"de
nuestra
existencia actual
dentro de
los límites del
tiempo, como 11nos enseña a hacer el secularismo hoy de moda, en la práctica, llega
"a
negar la inmortalidad del
alma, a
insinuar la
indiferencia sobre
11nuestro destino futuro, a afirmar la exclusiva importancia del tiem
"po
presente, del instante
que pasa.
,,Concluye
aceptando, si es que acepta, del Evangelio lo que sirve
"inmediata
y
temporal.mente
para los
intereses terrenos de !a
huma•
"nidad,
y permitiendo, finalmente, que la
duda
y el desaliento apa-
11 guen la verdadera esperanza, !a «verdadera luz que ilumina a todo
"homl?re que
viene
a este
mundo»
(fn., 1, 9). El discurso sobre el
"paraíso y sobre el infierno no se escucha. ¿En qué se convierte, o
"en qué
se puede
convertir el escenario del
mundo sin esta
conciencia
"de
una
relación
obligada a una justicia
trascendente e inexorable?
"(cfr. Mt., 25). ¿Y
cuál puede ser el
destino fatal, existencial,
per
"sonal
de
cada
uno de
nosotros, si Cristo, hermano, maestro
y pastor
462
Fundaci\363n Speiro
"de nuestros días mortales se erige de verdad en juez implacable en
"el umbral del
día inmortal?»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 28 de abril de 1971 (traducción de
Ecc/esia núm. 1.540 del 8 de mayo).
El hombre, contra su filosofía del hedonismo,. tiene necesidad
de penitencia.
<
"tro esfuerzo a eliminar
de nuestra vida todo lo
que nos
produce
su
"frimiento,
dolor,
fastidio, incomodidades,' estamos orientados hacia
"una continua búsqueda de
la comodidad, el gozo, la diversión;
que
"remos
estar rodeados de bienestar, del «confort», una buena salud,
"fortuna; hacemos
todo lo posible para deducir
esfuerzo y fatiga; en
"el fondo, somos personas
que queremoJ
gozar
de la vida:
una buena
"comida,
una buena cama,
un buen paseo, un
buen espectáculo, un
"buen sueldo ..
: he
aquí el
ideal. El hedonismo
es la filosofía común,
"el sueño
de la existencia para muchos de nuestros contemporáneos.
"DesearíamoJ que todo
en nuestro
derredor fuese
fácil, suave,
higiéni
"co,
racional,
perfecto.
¿Para qué la penitencia?
¿Existe
acaso nece
"sidad de
entristecer el alma con semejante pensamíento? ¿De d6nde
"viene
una invitaci6n tan desagradable?
¿No es acaso
una ofensa
a
"nuestro concepto
moderno del hombre?
"Este monólogo apologético del «confort», como
expre1ión del
"modo ideal
de
pasar los
años de nuestra vida, podría
continuar más
"aún,
y documentarse con óptimos razonamientos y expresiones,- r,ze
"jores todavía,
pero
.en un determinado momento, debe detenerse ante
"objeciones no menoJ válidas. ¿Queremos
que nuestra
vida sea
pere
"zosa,
mediocre, ociosa
y cobarde, y sin la paciencia y el esfuerzo de
"grandes virtudes? ¿Dónde está el espiritu de lucha, dónde el
heroís
"mo, que da
al hombre su verdadera
y máxima estatura? ¿Dónde el
"dominio de la propia pereza
y de la vileza innata? Y, además, ¿cómo
"armar
el
espíritu frente
a los sufrimientos
y a las desventuras, que
"no
nos ahorra la vida? ¿Y cómo
dar al amor su verdadera y más
"a/,ta medida! que es el
don de
si mismo, el sacrificio? ¿Y no puede
"el sacrificio,
esta actitud, por si antinatural, clarificarse en el libro
"grande de
la penitencia?
"Y más todavía: ¿Puede
un cristiano escapar
a la ley de la pe-
1·'nitencia? Cristo
habla claro:
«si no
hiciereis penitencia, todos vos
" otros
pereceréis» (Le.,
13, 5 ). Es decir: ¿la necesidad, el deber
"de la penitencia no nacen acaso
de necesidades
intrínsecas a nuestro
"ser de
hombres caldos? Porque
JOmos así/ llevamos en noJOtros una
"enfermedad
atávica, o
sea, las consecuenci'as del
pecado original, las
463
Fundaci\363n Speiro
"cuales, en gran parte, permanecen incluso después del bautismo; so
"mos seres necesitados
de vigilancia
moral, de
reparación, de expiación,
"es decir, de
penitencia. Si a este
crónico y común desarreglo de nues
"tro
organismo
psicomoral se han añadido otras deficiencias
y otras
"ruinas, es decir, lo1 pécados personales, actuales, como
los
llaman los
"maestros de
moral, esta obligación de
re1taurarnos en
el orden de
"Dios, con
la conciencia
e igualmente con la comunidad de los her
"manos
(sobre
la cual inciden,
quiérase o
no, nuestras culpas perso
"nales}, se hace más grave
y más urgente y, por de1gracia1 con mucha
"frecuencia,
necesaria: el precepto de la penitencia,
puei, con
nuevas
"razones, se impone inexorablemente.
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 1 de marzo de 1972 (O. R. de 2-III-72, ori
ginal italiano; traducción de
Ecclesia núm. 1.583
del 11 de marzo).
El hombre moderno que vive extrovertido se halla muy con
dicionado hacia el exterior, al ambiente, a
la opinión pú
blica, a los intereses temporales, a la moda, en su libertad
de orientación racional, moral
y vital, con lo que se sofo
can las exigencias superiores y su inclinación al mundo
religioso.
«Ahora bien, esta invitación a la vida interior y a la búsqueda y
"a la manifestación de la verdad religiosa, en la celebraci6n de la
"Pa,cua, se
dirige al hombre moderno de modo
particular; y nos da
'·' la razón tanto
de por
qué el
hombre de nuestros días es fácilmente
"arreligioso o
antirreligioso; o bien por
qué él,
el hombre contempo
"ráneo, se haga religioso, se comporte
y se manifieste como tal gus
"tosamente. Hoy el hombre vive la mayor
parte del
tiempo fuera de
11 sí; queremos decir extrovertido; incluso cuando hace profesión de
"libertad, ordinariamente
está muy condicionado re1pecto al exterior.
"Si es libre
aquel que es
principio de sus actos (
causa sul, como dicen
"los
filósofos -cfr.
S. Th., I, 83, 1 a 3; Metaf., II, 9; contra G.,
"JI, 48}, podemos preguntarnos si somos libresi es decir, dueños de
"nosotros
mismos, cuando el
ambiente, los lazos social,es, la
opinión
"pública, los intereses temporales, la moda, el lenguaje de los
senti
"dos,
nos
obligan a
vivir
presciildiendo de
un
juicio de
verdad o de
"elección emitido por
nuestro espíritu.
No es la religión la
que sofo
,, ca
la libertad; es
más bien
la falta de libertad la
que sofoca
la re
"ligi6n, es
decir, impide aquella orientaci6n
racional, moral y vital,
"que, en
sus exigencias
superiores y naturales, inclinaría al mundo
"religioso.»
464
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 22 de marzo de 1972 (b. R., 23-III-72, ori
ginal italiano; traducción de Ecrle1ia núm. 1.586
del a-de abril).
Fundaci\363n Speiro
El hombre debe ser considerado en su unidad y totalidad, se
gún el plan providencial de Dios.
«Es el ,hombre, pues, pero el hombre en· SIi unidad y tota/,i
,, dad, cuerpo y alma, corazón y conciencia, entendimiento y volu~
ntad» (n.º 3),
quien
debe ser el
quicio y el
centro de vuestro in
"terés y de vuestra actividad, que guía al alumno desde sus más tiernos
"años y lo ayuda a alcanzar aquella maduración completa que lo hace
"apto para ocupar SIi lugar, con plena conciencia, en la .rociedad y
"en la Iglesia, según el plan providencial de Dios.»
PAULO VI: Discurso al IX Congreso Nacional de la Asociación Italiana de Maestros Católicos
(4 de noviembre de 1968; texto italiano en L'Osservatore Romano del 4-5 de noviembre; tex
to en
castellano: Euletia núm. 1.416, sábado 16
de noviembre de 1968),
El estudio de Santo Tomás de Aquino continúa siendo guía
segura en el estudio del hombre como unidad de alma y cuerpo.
<
componen el
cuerpo y el alma, como
dice
San "Agustín:
«en la
unidad de
la
persona el
alma se une al
cuerpo para
"que
exista
el hombre»
(Carta 137,
M. L., 33, 529), De esta
afir
"mación,
vosotros
lo
sahéis queridos hijos y señores, brotan muchos
"interrogantes,
a
los cuales os
cort'esponde contestar,
según todos los
nrecursos de vuestra ciencia, de una forma
apropiada, a la
formula
,, ción
de problemas eterno! por
las
generaciones de
hoy. En este es
"tudio, el Aquinate, continúa siendo siempre para vosotros un guía 11segtlt'o, por la agudeza, el dominio y la precisión con que ha estu
,,
diado
los problemas planteados por esta
unión misteriosa: cuáles
"son
las relaciones de los dos
principios, de
dónde viene la
unidad
"del
compuesto,
cómo depende
el
cuerpo del
alma, cómo puede el
"alma subsistir
sin el
cuerpo en el tiempo que transcurre entre
la
"muerte y la
resu"ección.>>
PAUI..O VI: Alocud6n a los Filósofos participantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en L'Osservatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia núm. l..'510 del 26 de septiembre).
455
Fundaci\363n Speiro
Hay naturaleza humana y no · sólo condición humana en la
historia.
«Otro tema, entre loJ más actuales y más graves, de los que han
"ocupado con
toda justicia vuestra atención, es la relación del hom·
ubre
con
la
histO'Yia pasada
y presente de los hombres. Si no se puede
11negar que el hombre actual padece en sus ideas, sus gustos y sus 11necesidades, la influencia de un largo pasado, y si él está, en cierta
"medida, modelado también por la historia, ¿se deduce que cada
si·
"tuación
histórica
lo condiciona hasta el punto de que
allí no
habla,
11propiamen:e hablando, una naturaleza} sino solamente una condi·
n ción humana? Por el hecho de que el hombre individual sería el 11 lugar geométrico del crecimiento de un cierto número de cromos o·
"mas,
de
la in:erferencia de
las relaciones de
producción, de las in·
11fluencias conjugadas de una educación, de un ambiente social y de
11es:ructuras lingiilsticas determinadas, ¿sería necesario deducir de ello
11 que el hombre no sería ya el hombre, sino el producto incierto de
"una historia,
de una
geografía económica y política} de una familia
"y de
una sociedad cultural? En suma, el hombre se habría perdido
"en el
dédalo de las ciencias
humanas convertidas
en el origen de un
"neopositivismo, pues es realmente verdadero que «los filósofos que
"anuncian hoy día la muerte del hombre se protegen con
gusi'o bajo
"la
ciencia» (M.
Dufrenne,
Pour l'homme, París, Seuil, 1968, p. 201).
"El humanista
de ayer afirmaba con Pascal: «El hombre supera
"infinitamente
al hombre» (Pensées, Ed. Brunschvieg, número 434).
"El cristiano de
hoy, rehusindo ceder
al vér:igo de la nada, tanto
11 como a la tentación prometéica, tan próximos, en definitiva, el uno
"de la otra, ctfirma que
el ser humano supera los avatares de la exis·
"tenciai
y qne una
cierta idea del hombre trasciende todos los análisis
"científicos. Desde
que Dios se manifestó a Abraham, y
el diálogo
"roto
por el pecado de Adán. se ha
reanudado entre la
criatura y su
"Creador, el hum4nismo judeo-cristiano no
ha cesado de
afirmar la
"eminente
y
singular dignidad
de toda persona humana,
creada a
"imagen de Dios} en
el amor
y la libertad: todos los progresos de
"la ciencia
no destruirán jamás esta
afirmación primera y fundamen
"tal sobre
el origen, la naturaleza
y el destino del hombre creado por
"Dios, renovado
en
Cristo1 de1tinado a ingresar para toda la eterni
"dad en
la familia de los
'hijos de Pios/ más todavía, en
la intimidad
"del mismo
Dios.»
456
PAULO VI: Alocuci6n a los Filósofos partici
pantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en VOsser
vatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia
núm. 1.510 del 26 de septiembre).
Fundaci\363n Speiro
Bivalencia del hombre de hoy, lacerado por su propia limitación.
<
lanzado a la
conquista de
"lo que, en todos los campos, hace solameme pocos decenios le pa
nrecía limitado por barreras insalvables,· El, por otra parte, jamás
"como hoyJ está terriblemente lacerado
por las
criJis propias,
por la
"propia limitación
y, como dicen, por la propia incapacidad de co-
11m11nicar con
los demás, como
igualmente por las propias
incongruen
" cias interiores qu~ se
traducen
at exterior en los desequilibrios estri
" dentes,
de los
que se
ve hoy afectada
una parte importante
de la
"humanidad.»
PAULO VI: Alocución al movimiento «Renaci
miento cristiano», de Italia, del 2 de mayo de 1970; texto italiano en
VOrservatore Romano de
2-3 de mayo; texto en
castellano: Eccleria nú
mero L493 del 30 de mayo).
El dominio del cosmos por el hombre y el deber que el hom
bre
tiene de dominarse a sí mismo.
«Divisado desde el cosmos como un punto imperceptiblei el hom-
11 bre lo domina con el pensamiento. Y, ¿quién es e! hombre? ¿Quiénes
JJ.romos nosotros,
capaces de tanto?
"
"En la embrÍag~ez. de· esie día· extraordinario, verd~dero tridnfo
"de los ingenios producidos por el hombre, para el dominio del cos
"mos, no debemos olvidar la necesidad y el deber que el hombre
"tiene de dominarse a sí mismo.»
PAULO VI: Alocución a los fieles en el Angelus
del domingo 20 de julio de 1969 (texto en ita
liano e inglés en L'Osservatore Romano del 21-22,
y texto en castellano:
Ecclesia núm. 1.451 del 2
de agosto).
Degradación de la dignidad del hombre en la vida moderna.
«Distraídos como estamos, ·presuntuosos de nuestra experiencia, a
"menudo reducida a un superficial contacto empírico con
el mundo
"exterior; confiados,
a veces ciegamente, en el
lengua¡e científico
"que
nos
instruye y nos encanta, creemos conocernos ya perfectamente,
"mientras
'fue la antigua, pero siempre
indispensable cuestión délfica
"y socrática, «conócete a ti misino», no nos da paz, si de verdad
457
Fundaci\363n Speiro
"queremos dar una respuesta satisfactoria a la necesidad de un adecua
"do conocimiento
de nosotros mismos. El hombre permanece miope,
"y muy a menudo ciego sobre lo que él mismo es. Incluso porque un
"formidable
error de
método
vicia las ant,opologías modernas, que
ttpresumen dar
con 1us solas luces
propias
una definici6n del
hombre,
"completa
y resolútiva/ el error es éste: el hombre, lo sabemos todos,
11 es un ser extremadamente complicado; y hay que circunscribir aquí
"el
estudio y la noci6n del hombre a un particular aspecto de este ser
"que somos
nosotros, ignorado
y a menudo negando los otros. El
"hombre es
cuerpo; y, entonces, no habrá quien no vea en el hombre
"que su semejanza con
el animal
y con la materia y sus leyes forman
"parte
del h"mbre. El
hombre es
espíritu: muchos
sabios detendrán su
11 observación en esta sublime realidad humana para concluir en un
"idealis.mo exclusivista
e idólatra del pensamiento del hombre. El
11hom~re es sen.tido; y, entonces, se dirá que sólo en el reino de los
"sentidos se explica la verdadera
vida del
hombre. El hombre es
un
"ser social,-
y así, a la consideración sociol6gica se pretenderá atribuir
"la única
o
también la primera clave de solución de las cuestiones de
"la existencia
humana. Y así podíamos seguir diciendo.
"
"Pero esta exaltación del hombre la ha proclamado el Concilio,
"como desde
siempre la
Iglesia, en
virtud de un principio supremo e
"inalienable, el de la relación del
hO'mbre con
Dios. Podemos recordar
"la famosa
y bellísima sentencia de San Ireneo ( un padre de la igle
" sia
de finales del siglo II):
«Gloria de
Dios es el hombre vivo»
"«Adv~ Haer.»
IV, 20,
7; <
irradiación luminosa
en el universo, en la vida del hom
"bre. Quien
niega a Dios apaga
la,luz sobre el rostro humano; es
decir,
"niega al
hombre en
sus supremas perrogativas.
"
"¡Dignidad del hombre! No pretendemos ahora extendernos sobre
"este ampllsimo tema.
Ello nos llevaría a deplorar amargamente las
"ofensas1 hoy crecientes1 con que tantas formas criticas de la vida
"moderna degradan la dignidad del hombre, especialmente con la
"moda desvergonzada1 con el espectáculo frlvolo o pasional1 con la
"inmoralidad de
las costumbres,
con la pornografía pérfidamente
di
n¡undida,
con
la anestesia de la conciencia moral en provecho de la
"conciencia
sensual; con la deformaci6n provocante
de la misma sana
"y prudente
educación sexual. Son admitidas
y fomentadas licenciosas
nexperiencias como
si fuesen conquistas liberadoras¡
¿'liberadoras de
"qué? De
la conciencia del bien y del
mar, del
respeto a la persona
,, humana,
de la estima por los valores más verdaderos
y más preciosos
11 que conservan y embellecen el equilibrio entre el e1píritu 'Y la carne,
458
Fundaci\363n Speiro
ncon el pudor, con la inocencia, con el dominio de sí mismo, con la
"elección
consciente
y generosa de la verdad del amor y de sus altfri
"ma.r y humanísimas finalidades.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 28 de julio de 1971; traducción de Ecclesia
núm. 1.553 del 7 de agosto.
El culto a la propia persona en el hombre moderno que no
admite la penitencia.
«Parece abolido el concepto de penitencia, sustituido por una
"mentalidad totalmente
contraria,
e, decir, la del culto de la propia
"persona física y social, y que va desde el cuidado escrupuloso, y siem~
"pre recomendable, de la higiene sanitaria y de la buena salud cor
"poral, hasta
la preocupación de
evitar toda
molestia, todo limite
"innocuo
al propio
bienestar, hasta
llegar al hedonismo
de las cos
"tumbres y del pensamiento, y a sus deplorab.les excesos de la diver
"sión desenfrenada, mundana y libertina e incluso de la droga exci
"tante
y mortal.
El hombre moderno, según
parece, no quiere en
modo
11 alguno oír hablar de penitencia, como si fuera algo i"acional e inad
"misible,
triste
recuerdo de tiempos oscuros
e inhumanos,-él organiza
"toda su vida bajo la fórmula de pasarlo bien; la concepción r:-ristiana
"de
la
vida
nada tiene que oponer
a ello, si la
caridad que todo
lo
"inspira, la hace solidaria y promotora, especialmente cuando se trata
"de
procurar a quien se encuentra _en la penuria y en la necesidad
"de los bienes necesarios para la salud física, el legitimo bienestar
"humano, la verdadera dignidad de la vida.
"Pero esta
severa palabra «penitencia» no puede ser suprimida
"en el discurso programático
cristiano, sino que se
considera necesaria.
"Dice y repite, en efecto, el Señor, co·mentando un hecho sangriento,
"y las víctimas del hundimiento de la torre de Siloe: «Si vosotros no 11 hacéis p_enitencia, todos pereceréis igualmente» (Le., 13, 1-15 ). Así,
"también, el anuncio del Reino de Dios, que constituye el pórtico del
"Evangelio, se hace bajo el signo de la penitencia. Así, Juan, el pre-
1'cursor (Mt., 11 4),' así, también Jesús: «Haced penitencia y creed
"en el Evangelio»
(Me., 11 15}, y así la primera predicación apostó
"lica, por
boca de Pedro, el día de Pentecostés, tiene
por tema
la
11penitencia: «Haced penitencia y_ después que cada uno de vosotros
"sea bautizado ... » (Hechos, 2, 38; cfr. 3, 19).»
PAULO VI: Alocución en la Estación Cuaresmal
de Santa Sabina del 26 de febrero de 1971; tra·
ducción de Ecclesia.
4S9
Fundaci\363n Speiro
El de•precio al pecado consecuencia de la idolatría del hu
manismo· contemporáneo.
«El pecado: hoy es una palabra desfasada; la mentalidad de nues
"tra época
rehúye no solamente considerar el
pecado por
lo
que es,
"sino
incluso hasta hablar de él. Esta
palabra parece
fuera de uso, casi
"un término inconveniente, de mal. gusto. Y se comprende la causa.
"La noción del pecado implica otras dos realidades de las que el
"hambre moderno no
desea ocuparse: una realidad trascendente, abso-
11/uta, viviente,
omnipresente, misteriosa, pero innegable,
que es
Dios;
"Dios creador
que nos
llama
sus criaturas.
" . . . .
n La idolatría del humanismo contemporáneo, que niega o des
"precia esta nueva relación con Dios, niega o desprecia la existencia
"del pecado, de lo que se deriva una ética loca: Loca de optimismo,
"que aspira a hacet' todo lícito, lo que gusta y lo que es útil; y loca
"de pesimismo, que quita
a la vida el sentido profundo, que procede
nde la distinción trascendente
del bien
y del mal, y la desanima con
"con una visión final de
angustiosa
y desesperada fatuidad.
"El cristianismo,
en
cambio, que
tanto
agudiza la
sensibilidad del
"pecado, escuchando la lección insuperable
del Divino Maestro ( cfr. el
n Discurso de
la Montaña), se aprovecha de
él para
iniciar
a/, hombre
nen el
sentido de la perfección
y lo consuela con el don de la energía
n espiritual., la
gracia, que lo hace capaz de
aspirar a ella y de conse
n guirla. Pero, sobre
todo, pone
en práctica su inagotable
prodigio del
"perdón de
Dios, es
decir, de
la remisión de los pecados, la
cual su
"pone
la
Resurrección del alma para participar en la vida
y en el dmor
"del
Reino
de
Dio1.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 8 de
marzo de
1972
(O. R., 9-111-72, original
italiano~ traducción
de
Ecclesia núm. 1.584 del
18
de
marzo).
La conciencia del hombre y sus narcóticos actuales.
«Por conciencia se entiende el conocimiento que uno tiene de sí
"mismo (
cfr. S. Th. I, 79, 13}; es un acto reflejo que puede conten
"tarJe
con una 1encilla reflexión 10bre una
circunstancia cualquiera
"de la
propia vida, un acto de memoria, un sentido del estado de la
"propia salvación, o más propiamente, una exploración psíquica
en
ntorno
a
los propios
sentimientos; pero
más exactamente llamamos
"conciencia al sentido, o mejor
al juicio que uno, con frecuencia es
"pontáneamente, da de sí
mi.rmo·en orden al propio modo de hacer:
"Al bien
(la buena conciencia}, o al mal (la mala conciencia).
460
Fundaci\363n Speiro
"Juicio éste que, de por sí, se refiere al orden que debe presidir
"nuestra conducta, a/, empleo de nuestra libertad, aJ, cumplimiento de
"nuestro deber, a la orientación
y al estado de nuestra vida, principal
"mente
respecto a Dios.
Entendimiento
y voluntad en el acto de con
n ciencia moral, se sienten simultáneamente comprometidos a recibir a
"todo
hombre
tal como es el contraste intuitivo (por
vla de
sindéresis),
"con la propia
forma ideal,
con
su imagen
perfecta,
que es
la imagen
"de la
semejanza con Dios, Y es fácil
que este contraste sea negativo1
"es decir, acusados de una deformidad que se hace fastidiosa y algunas
"veces
intolerable:
Es el remordimiento.
"¿Recordáis
c6mo está
grabado en la parábola del Hijo
Pr6digo 1'el proceso psicológico y moral de la conciencia? Dice el Divino
/J Maestro
sobre el protagonista de aquella historia simbólica: <
en sí
(Lucas, 15,17 ). He aquí el renacimiento de
n¡a conciencia, he aquí el c.omienzo de la salvación. Vuelto en sí. Lo
"que iignifica que aquel infeliz
hijo, a pesar de vivir en la intensidad
"de sus años
jóvenes, de sus pasiones, de sus placeres, estaba
«fuera
"de
sí». Es decir1 su conciencia no estaba en disposición de atención
"y de verdad. Prestemos atención -también nosotros: Hoy se habla
"mucho de conciencia!
y se aplica esta réfinada y humanísima palabra
"a todo
orden de
cosas presentes en nuestro espíritu; debemos
decir
"más bien que del
término
«conciencid'>> se
abusa con excesiva
frecuen
"cia.
Sobre todo para
aplicarlo a
significados que rechazan su signifi
"cado más a/,to y específico.
"¡Cuántos narcóticos;
por ejemplo, están de moda
para dormitar
"o para
alterar la «digna
y recta concienciá>> (Purg. 3,8), de 1~ que
''cabría
estar guiada siempre una persona honesta/ ¡Cuánta propa
" ganda se
hace hoy
para difundir no la conciencia, sino la
inconscien
JJ cia para contemporizar con teorías unilaterales sobre el libre albedrío,
"o sobre
la reivindicación así llamada de la autonomía del hombre
"moderno, la acción
sustraída a toda regla moral!
"Muy frecuentemente
se da a la conciencia.
un valor
puramente
"psicol6gico, que
encuentra hoy en
él psicoanálisis y en la psicoterapia
"cO'rrespondiente gran
confianza
y gran expan1ión, impulsando a las
"profundidades inconscientes biofisiológicds de los instintos
sus inves
"tigaciones
sutiles.
"Pero, por
muy
intereJan.tes e
incluso útiles
que puedan
ser estas
"exploraciones de nuestra vida instintiva
y emotiva, al fin no pueden
"eludir,
ni sitprimir en
el
corazón áel hombre
la
actitud natural para
"actuar
según
la
ineXtinguible norma
moral, violada o
reprimida, cual
"se ma17ifiesta
en_
la conciencia, en aquella peculiar
reacción, que lla
"maremos
remordimiento. El remordimiento
es la revancha de la con
"ciencia moral;
y puede
dirigirse1 como la experiencia vivida y litera-
461
Fundaci\363n Speiro
"ria nos enseña, hacia las expresiones negativas del e1piritu, como
"la angustia
o la
desesperaci6n (recordad
el fin trágico de
Judas.
"Mat.
27, 3-5); o
bien,
hacia las
positivas
(recordad el
llanto rege
"nerador del
amor de Pedro, Mt. 26,75; fn, 21, 15-17
).»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 15 de marzo de 1972 (O. R., 16-Ill-72, ori
ginal italiano; traducción de Ecclesia núm. 1.585
del
25 de marzo y 1 de abril).
El fundamental desequilibrio de la mentalidad actnal consiste
en
no
pensar en
nuestra vida futura, ulterior a nuestra
muerte corporal.
«¿Podremos decir nosotros, como algunos, que esta enseñanza
"apocalíptica, escatol6gica sobre el más allá es
un puro lenguaje sim
nbólico para
hacernos
comprender la novedad
de la doctrina
evangé
"lica, ya
predicada y consumada por Cristo durante su vida temporal?
"t:O podemos creer, con
otro1,
que solamente
en este mundo escatoló
"gico se realiza objetivamente
nuestra salvación? Dos modos de
pen
sar,
uno
de la
realidad futura, el
otro de la
realidad presente
sobre la
"economía de la salvación, que no tienen en cuenta nuestra doctrina
"de la fe,
y pueden producir desequilibrios fatales en la interpreta
n ción y en la aplicación del cristianismo auténtico.
"Y
el desequilibrio primero y ·más común es el de no pensar, y
' 1frecuentemente de no creer, en nuestra vida futura, en la que sigue
"después de
nuestra muerte corporal.
La vida presente sería entonces
"la única que no1
ha sido dado gozar
y 1ufrir. La reducción radical
"de
nuestra
existencia actual
dentro de
los límites del
tiempo, como 11nos enseña a hacer el secularismo hoy de moda, en la práctica, llega
"a
negar la inmortalidad del
alma, a
insinuar la
indiferencia sobre
11nuestro destino futuro, a afirmar la exclusiva importancia del tiem
"po
presente, del instante
que pasa.
,,Concluye
aceptando, si es que acepta, del Evangelio lo que sirve
"inmediata
y
temporal.mente
para los
intereses terrenos de !a
huma•
"nidad,
y permitiendo, finalmente, que la
duda
y el desaliento apa-
11 guen la verdadera esperanza, !a «verdadera luz que ilumina a todo
"homl?re que
viene
a este
mundo»
(fn., 1, 9). El discurso sobre el
"paraíso y sobre el infierno no se escucha. ¿En qué se convierte, o
"en qué
se puede
convertir el escenario del
mundo sin esta
conciencia
"de
una
relación
obligada a una justicia
trascendente e inexorable?
"(cfr. Mt., 25). ¿Y
cuál puede ser el
destino fatal, existencial,
per
"sonal
de
cada
uno de
nosotros, si Cristo, hermano, maestro
y pastor
462
Fundaci\363n Speiro
"de nuestros días mortales se erige de verdad en juez implacable en
"el umbral del
día inmortal?»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 28 de abril de 1971 (traducción de
Ecc/esia núm. 1.540 del 8 de mayo).
El hombre, contra su filosofía del hedonismo,. tiene necesidad
de penitencia.
<
de nuestra vida todo lo
que nos
produce
su
"frimiento,
dolor,
fastidio, incomodidades,' estamos orientados hacia
"una continua búsqueda de
la comodidad, el gozo, la diversión;
que
"remos
estar rodeados de bienestar, del «confort», una buena salud,
"fortuna; hacemos
todo lo posible para deducir
esfuerzo y fatiga; en
"el fondo, somos personas
que queremoJ
gozar
de la vida:
una buena
"comida,
una buena cama,
un buen paseo, un
buen espectáculo, un
"buen sueldo ..
: he
aquí el
ideal. El hedonismo
es la filosofía común,
"el sueño
de la existencia para muchos de nuestros contemporáneos.
"DesearíamoJ que todo
en nuestro
derredor fuese
fácil, suave,
higiéni
"co,
racional,
perfecto.
¿Para qué la penitencia?
¿Existe
acaso nece
"sidad de
entristecer el alma con semejante pensamíento? ¿De d6nde
"viene
una invitaci6n tan desagradable?
¿No es acaso
una ofensa
a
"nuestro concepto
moderno del hombre?
"Este monólogo apologético del «confort», como
expre1ión del
"modo ideal
de
pasar los
años de nuestra vida, podría
continuar más
"aún,
y documentarse con óptimos razonamientos y expresiones,- r,ze
"jores todavía,
pero
.en un determinado momento, debe detenerse ante
"objeciones no menoJ válidas. ¿Queremos
que nuestra
vida sea
pere
"zosa,
mediocre, ociosa
y cobarde, y sin la paciencia y el esfuerzo de
"grandes virtudes? ¿Dónde está el espiritu de lucha, dónde el
heroís
"mo, que da
al hombre su verdadera
y máxima estatura? ¿Dónde el
"dominio de la propia pereza
y de la vileza innata? Y, además, ¿cómo
"armar
el
espíritu frente
a los sufrimientos
y a las desventuras, que
"no
nos ahorra la vida? ¿Y cómo
dar al amor su verdadera y más
"a/,ta medida! que es el
don de
si mismo, el sacrificio? ¿Y no puede
"el sacrificio,
esta actitud, por si antinatural, clarificarse en el libro
"grande de
la penitencia?
"Y más todavía: ¿Puede
un cristiano escapar
a la ley de la pe-
1·'nitencia? Cristo
habla claro:
«si no
hiciereis penitencia, todos vos
" otros
pereceréis» (Le.,
13, 5 ). Es decir: ¿la necesidad, el deber
"de la penitencia no nacen acaso
de necesidades
intrínsecas a nuestro
"ser de
hombres caldos? Porque
JOmos así/ llevamos en noJOtros una
"enfermedad
atávica, o
sea, las consecuenci'as del
pecado original, las
463
Fundaci\363n Speiro
"cuales, en gran parte, permanecen incluso después del bautismo; so
"mos seres necesitados
de vigilancia
moral, de
reparación, de expiación,
"es decir, de
penitencia. Si a este
crónico y común desarreglo de nues
"tro
organismo
psicomoral se han añadido otras deficiencias
y otras
"ruinas, es decir, lo1 pécados personales, actuales, como
los
llaman los
"maestros de
moral, esta obligación de
re1taurarnos en
el orden de
"Dios, con
la conciencia
e igualmente con la comunidad de los her
"manos
(sobre
la cual inciden,
quiérase o
no, nuestras culpas perso
"nales}, se hace más grave
y más urgente y, por de1gracia1 con mucha
"frecuencia,
necesaria: el precepto de la penitencia,
puei, con
nuevas
"razones, se impone inexorablemente.
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 1 de marzo de 1972 (O. R. de 2-III-72, ori
ginal italiano; traducción de
Ecclesia núm. 1.583
del 11 de marzo).
El hombre moderno que vive extrovertido se halla muy con
dicionado hacia el exterior, al ambiente, a
la opinión pú
blica, a los intereses temporales, a la moda, en su libertad
de orientación racional, moral
y vital, con lo que se sofo
can las exigencias superiores y su inclinación al mundo
religioso.
«Ahora bien, esta invitación a la vida interior y a la búsqueda y
"a la manifestación de la verdad religiosa, en la celebraci6n de la
"Pa,cua, se
dirige al hombre moderno de modo
particular; y nos da
'·' la razón tanto
de por
qué el
hombre de nuestros días es fácilmente
"arreligioso o
antirreligioso; o bien por
qué él,
el hombre contempo
"ráneo, se haga religioso, se comporte
y se manifieste como tal gus
"tosamente. Hoy el hombre vive la mayor
parte del
tiempo fuera de
11 sí; queremos decir extrovertido; incluso cuando hace profesión de
"libertad, ordinariamente
está muy condicionado re1pecto al exterior.
"Si es libre
aquel que es
principio de sus actos (
causa sul, como dicen
"los
filósofos -cfr.
S. Th., I, 83, 1 a 3; Metaf., II, 9; contra G.,
"JI, 48}, podemos preguntarnos si somos libresi es decir, dueños de
"nosotros
mismos, cuando el
ambiente, los lazos social,es, la
opinión
"pública, los intereses temporales, la moda, el lenguaje de los
senti
"dos,
nos
obligan a
vivir
presciildiendo de
un
juicio de
verdad o de
"elección emitido por
nuestro espíritu.
No es la religión la
que sofo
,, ca
la libertad; es
más bien
la falta de libertad la
que sofoca
la re
"ligi6n, es
decir, impide aquella orientaci6n
racional, moral y vital,
"que, en
sus exigencias
superiores y naturales, inclinaría al mundo
"religioso.»
464
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 22 de marzo de 1972 (b. R., 23-III-72, ori
ginal italiano; traducción de Ecrle1ia núm. 1.586
del a-de abril).
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