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Número 105-106

Serie XI

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El hombre y su pérdida actual del sentido de su situación y de su fin supremo

EL HOMBRE Y SU PERDIDA ACTUAL DEL SENTIDO DE SU SITUACION Y DE SU FIN SUPREMO
El hombre debe ser considerado en su unidad y totalidad, se­
gún el plan providencial de Dios.
«Es el ,hombre, pues, pero el hombre en· SIi unidad y tota/,i­
,, dad, cuerpo y alma, corazón y conciencia, entendimiento y volu~­
ntad» (n.º 3),
quien

debe ser el
quicio y el

centro de vuestro in­
"terés y de vuestra actividad, que guía al alumno desde sus más tiernos
"años y lo ayuda a alcanzar aquella maduración completa que lo hace
"apto para ocupar SIi lugar, con plena conciencia, en la .rociedad y
"en la Iglesia, según el plan providencial de Dios.»
PAULO VI: Discurso al IX Congreso Nacional de la Asociación Italiana de Maestros Católicos
(4 de noviembre de 1968; texto italiano en L'Osservatore Romano del 4-5 de noviembre; tex­
to en
castellano: Euletia núm. 1.416, sábado 16
de noviembre de 1968),
El estudio de Santo Tomás de Aquino continúa siendo guía
segura en el estudio del hombre como unidad de alma y cuerpo.
< "píritu, sino que lo

componen el
cuerpo y el alma, como

dice
San "Agustín:

«en la
unidad de
la
persona el
alma se une al
cuerpo para
"que
exista

el hombre»
(Carta 137,
M. L., 33, 529), De esta
afir­
"mación,
vosotros

lo
sahéis queridos hijos y señores, brotan muchos
"interrogantes,
a

los cuales os
cort'esponde contestar,
según todos los
nrecursos de vuestra ciencia, de una forma

apropiada, a la
formula­
,, ción
de problemas eterno! por

las
generaciones de
hoy. En este es­
"tudio, el Aquinate, continúa siendo siempre para vosotros un guía 11segtlt'o, por la agudeza, el dominio y la precisión con que ha estu­
,,
diado

los problemas planteados por esta
unión misteriosa: cuáles
"son

las relaciones de los dos
principios, de
dónde viene la
unidad
"del

compuesto,
cómo depende

el
cuerpo del
alma, cómo puede el
"alma subsistir

sin el
cuerpo en el tiempo que transcurre entre

la
"muerte y la
resu"ección.>>
PAUI..O VI: Alocud6n a los Filósofos partici­pantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en L'Osser­vatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia núm. l..'510 del 26 de septiembre).
455
Fundaci\363n Speiro

Hay naturaleza humana y no · sólo condición humana en la
historia.
«Otro tema, entre loJ más actuales y más graves, de los que han
"ocupado con

toda justicia vuestra atención, es la relación del hom·
ubre
con

la
histO'Yia pasada
y presente de los hombres. Si no se puede
11negar que el hombre actual padece en sus ideas, sus gustos y sus 11necesidades, la influencia de un largo pasado, y si él está, en cierta
"medida, modelado también por la historia, ¿se deduce que cada
si·
"tuación
histórica

lo condiciona hasta el punto de que
allí no
habla,
11propiamen:e hablando, una naturaleza} sino solamente una condi·
n ción humana? Por el hecho de que el hombre individual sería el 11 lugar geométrico del crecimiento de un cierto número de cromos o·
"mas,
de
la in:erferencia de
las relaciones de
producción, de las in·
11fluencias conjugadas de una educación, de un ambiente social y de
11es:ructuras lingiilsticas determinadas, ¿sería necesario deducir de ello
11 que el hombre no sería ya el hombre, sino el producto incierto de
"una historia,

de una
geografía económica y política} de una familia
"y de

una sociedad cultural? En suma, el hombre se habría perdido
"en el

dédalo de las ciencias
humanas convertidas
en el origen de un
"neopositivismo, pues es realmente verdadero que «los filósofos que
"anuncian hoy día la muerte del hombre se protegen con
gusi'o bajo
"la
ciencia» (M.

Dufrenne,
Pour l'homme, París, Seuil, 1968, p. 201).
"El humanista

de ayer afirmaba con Pascal: «El hombre supera
"infinitamente
al hombre» (Pensées, Ed. Brunschvieg, número 434).
"El cristiano de
hoy, rehusindo ceder

al vér:igo de la nada, tanto
11 como a la tentación prometéica, tan próximos, en definitiva, el uno
"de la otra, ctfirma que

el ser humano supera los avatares de la exis·
"tenciai
y qne una

cierta idea del hombre trasciende todos los análisis
"científicos. Desde

que Dios se manifestó a Abraham, y
el diálogo
"roto

por el pecado de Adán. se ha
reanudado entre la

criatura y su
"Creador, el hum4nismo judeo-cristiano no

ha cesado de
afirmar la
"eminente

y
singular dignidad
de toda persona humana,
creada a
"imagen de Dios} en

el amor
y la libertad: todos los progresos de
"la ciencia

no destruirán jamás esta
afirmación primera y fundamen­
"tal sobre

el origen, la naturaleza
y el destino del hombre creado por
"Dios, renovado

en
Cristo1 de1tinado a ingresar para toda la eterni­
"dad en

la familia de los
'hijos de Pios/ más todavía, en
la intimidad
"del mismo

Dios.»
456
PAULO VI: Alocuci6n a los Filósofos partici­
pantes en el Congreso Mundial tomista del 13 de septiembre de 1970; texto francés en VOsser­
vatore Romano del 13; texto en castellano: Ecclesia
núm. 1.510 del 26 de septiembre).
Fundaci\363n Speiro

Bivalencia del hombre de hoy, lacerado por su propia limi­tación.
< n ellaJ su grandeza, su poder, su intrepidez,

lanzado a la
conquista de
"lo que, en todos los campos, hace solameme pocos decenios le pa­
nrecía limitado por barreras insalvables,· El, por otra parte, jamás
"como hoyJ está terriblemente lacerado

por las
criJis propias,
por la
"propia limitación
y, como dicen, por la propia incapacidad de co-
11m11nicar con

los demás, como
igualmente por las propias
incongruen­
" cias interiores qu~ se

traducen
at exterior en los desequilibrios estri­
" dentes,

de los
que se

ve hoy afectada
una parte importante

de la
"humanidad.»
PAULO VI: Alocución al movimiento «Renaci­
miento cristiano», de Italia, del 2 de mayo de 1970; texto italiano en
VOrservatore Romano de
2-3 de mayo; texto en
castellano: Eccleria nú­
mero L493 del 30 de mayo).
El dominio del cosmos por el hombre y el deber que el hom­
bre
tiene de dominarse a sí mismo.
«Divisado desde el cosmos como un punto imperceptiblei el hom-
11 bre lo domina con el pensamiento. Y, ¿quién es e! hombre? ¿Quiénes
JJ.romos nosotros,

capaces de tanto?
"
"En la embrÍag~ez. de· esie día· extraordinario, verd~dero tridnfo
"de los ingenios producidos por el hombre, para el dominio del cos­
"mos, no debemos olvidar la necesidad y el deber que el hombre
"tiene de dominarse a sí mismo.»
PAULO VI: Alocución a los fieles en el Angelus
del domingo 20 de julio de 1969 (texto en ita­
liano e inglés en L'Osservatore Romano del 21-22,
y texto en castellano:
Ecclesia núm. 1.451 del 2
de agosto).
Degradación de la dignidad del hombre en la vida moderna.
«Distraídos como estamos, ·presuntuosos de nuestra experiencia, a
"menudo reducida a un superficial contacto empírico con
el mundo
"exterior; confiados,

a veces ciegamente, en el
lengua¡e científico
"que
nos

instruye y nos encanta, creemos conocernos ya perfectamente,
"mientras
'fue la antigua, pero siempre

indispensable cuestión délfica
"y socrática, «conócete a ti misino», no nos da paz, si de verdad
457
Fundaci\363n Speiro

"queremos dar una respuesta satisfactoria a la necesidad de un adecua­
"do conocimiento

de nosotros mismos. El hombre permanece miope,
"y muy a menudo ciego sobre lo que él mismo es. Incluso porque un
"formidable
error de
método
vicia las ant,opologías modernas, que
ttpresumen dar
con 1us solas luces

propias
una definici6n del

hombre,
"completa
y resolútiva/ el error es éste: el hombre, lo sabemos todos,
11 es un ser extremadamente complicado; y hay que circunscribir aquí
"el
estudio y la noci6n del hombre a un particular aspecto de este ser
"que somos

nosotros, ignorado
y a menudo negando los otros. El
"hombre es
cuerpo; y, entonces, no habrá quien no vea en el hombre
"que su semejanza con

el animal
y con la materia y sus leyes forman
"parte
del h"mbre. El

hombre es
espíritu: muchos

sabios detendrán su
11 observación en esta sublime realidad humana para concluir en un
"idealis.mo exclusivista

e idólatra del pensamiento del hombre. El
11hom~re es sen.tido; y, entonces, se dirá que sólo en el reino de los
"sentidos se explica la verdadera
vida del
hombre. El hombre es
un
"ser social,-
y así, a la consideración sociol6gica se pretenderá atribuir
"la única
o

también la primera clave de solución de las cuestiones de
"la existencia

humana. Y así podíamos seguir diciendo.
"
"Pero esta exaltación del hombre la ha proclamado el Concilio,
"como desde
siempre la
Iglesia, en
virtud de un principio supremo e
"inalienable, el de la relación del
hO'mbre con

Dios. Podemos recordar
"la famosa
y bellísima sentencia de San Ireneo ( un padre de la igle­
" sia

de finales del siglo II):
«Gloria de
Dios es el hombre vivo»
"«Adv~ Haer.»

IV, 20,
7; < "externa, su
irradiación luminosa

en el universo, en la vida del hom­
"bre. Quien

niega a Dios apaga
la,luz sobre el rostro humano; es
decir,
"niega al

hombre en
sus supremas perrogativas.
"
"¡Dignidad del hombre! No pretendemos ahora extendernos sobre
"este ampllsimo tema.

Ello nos llevaría a deplorar amargamente las
"ofensas1 hoy crecientes1 con que tantas formas criticas de la vida
"moderna degradan la dignidad del hombre, especialmente con la
"moda desvergonzada1 con el espectáculo frlvolo o pasional1 con la
"inmoralidad de
las costumbres,

con la pornografía pérfidamente
di­
n¡undida,
con

la anestesia de la conciencia moral en provecho de la
"conciencia
sensual; con la deformaci6n provocante

de la misma sana
"y prudente

educación sexual. Son admitidas
y fomentadas licenciosas
nexperiencias como

si fuesen conquistas liberadoras¡
¿'liberadoras de
"qué? De

la conciencia del bien y del
mar, del
respeto a la persona
,, humana,

de la estima por los valores más verdaderos
y más preciosos
11 que conservan y embellecen el equilibrio entre el e1píritu 'Y la carne,
458
Fundaci\363n Speiro

ncon el pudor, con la inocencia, con el dominio de sí mismo, con la
"elección
consciente
y generosa de la verdad del amor y de sus altfri­
"ma.r y humanísimas finalidades.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 28 de julio de 1971; traducción de Ecclesia
núm. 1.553 del 7 de agosto.
El culto a la propia persona en el hombre moderno que no
admite la penitencia.
«Parece abolido el concepto de penitencia, sustituido por una
"mentalidad totalmente

contraria,
e, decir, la del culto de la propia
"persona física y social, y que va desde el cuidado escrupuloso, y siem~
"pre recomendable, de la higiene sanitaria y de la buena salud cor­
"poral, hasta

la preocupación de
evitar toda
molestia, todo limite
"innocuo
al propio

bienestar, hasta
llegar al hedonismo

de las cos­
"tumbres y del pensamiento, y a sus deplorab.les excesos de la diver­
"sión desenfrenada, mundana y libertina e incluso de la droga exci­
"tante
y mortal.

El hombre moderno, según
parece, no quiere en
modo
11 alguno oír hablar de penitencia, como si fuera algo i"acional e inad­
"misible,
triste
recuerdo de tiempos oscuros
e inhumanos,-él organiza
"toda su vida bajo la fórmula de pasarlo bien; la concepción r:-ristiana
"de
la
vida
nada tiene que oponer

a ello, si la
caridad que todo

lo
"inspira, la hace solidaria y promotora, especialmente cuando se trata
"de
procurar a quien se encuentra _en la penuria y en la necesidad
"de los bienes necesarios para la salud física, el legitimo bienestar
"humano, la verdadera dignidad de la vida.
"Pero esta

severa palabra «penitencia» no puede ser suprimida
"en el discurso programático
cristiano, sino que se

considera necesaria.
"Dice y repite, en efecto, el Señor, co·mentando un hecho sangriento,
"y las víctimas del hundimiento de la torre de Siloe: «Si vosotros no 11 hacéis p_enitencia, todos pereceréis igualmente» (Le., 13, 1-15 ). Así,
"también, el anuncio del Reino de Dios, que constituye el pórtico del
"Evangelio, se hace bajo el signo de la penitencia. Así, Juan, el pre-
1'cursor (Mt., 11 4),' así, también Jesús: «Haced penitencia y creed
"en el Evangelio»
(Me., 11 15}, y así la primera predicación apostó­
"lica, por

boca de Pedro, el día de Pentecostés, tiene
por tema
la
11penitencia: «Haced penitencia y_ después que cada uno de vosotros
"sea bautizado ... » (Hechos, 2, 38; cfr. 3, 19).»
PAULO VI: Alocución en la Estación Cuaresmal
de Santa Sabina del 26 de febrero de 1971; tra·
ducción de Ecclesia.
4S9
Fundaci\363n Speiro

El de•precio al pecado consecuencia de la idolatría del hu­
manismo· contemporáneo.
«El pecado: hoy es una palabra desfasada; la mentalidad de nues­
"tra época

rehúye no solamente considerar el
pecado por
lo
que es,
"sino

incluso hasta hablar de él. Esta
palabra parece
fuera de uso, casi
"un término inconveniente, de mal. gusto. Y se comprende la causa.
"La noción del pecado implica otras dos realidades de las que el
"hambre moderno no

desea ocuparse: una realidad trascendente, abso-
11/uta, viviente,

omnipresente, misteriosa, pero innegable,
que es
Dios;
"Dios creador
que nos

llama
sus criaturas.
" . . . .
n La idolatría del humanismo contemporáneo, que niega o des­
"precia esta nueva relación con Dios, niega o desprecia la existencia
"del pecado, de lo que se deriva una ética loca: Loca de optimismo,
"que aspira a hacet' todo lícito, lo que gusta y lo que es útil; y loca
"de pesimismo, que quita

a la vida el sentido profundo, que procede
nde la distinción trascendente

del bien
y del mal, y la desanima con
"con una visión final de

angustiosa
y desesperada fatuidad.
"El cristianismo,

en
cambio, que

tanto
agudiza la
sensibilidad del
"pecado, escuchando la lección insuperable

del Divino Maestro ( cfr. el
n Discurso de

la Montaña), se aprovecha de
él para
iniciar
a/, hombre
nen el

sentido de la perfección
y lo consuela con el don de la energía
n espiritual., la

gracia, que lo hace capaz de
aspirar a ella y de conse­
n guirla. Pero, sobre

todo, pone
en práctica su inagotable

prodigio del
"perdón de

Dios, es
decir, de

la remisión de los pecados, la
cual su­
"pone
la

Resurrección del alma para participar en la vida
y en el dmor
"del
Reino

de
Dio1.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 8 de
marzo de
1972
(O. R., 9-111-72, original
italiano~ traducción

de
Ecclesia núm. 1.584 del
18
de
marzo).
La conciencia del hombre y sus narcóticos actuales.
«Por conciencia se entiende el conocimiento que uno tiene de sí
"mismo (
cfr. S. Th. I, 79, 13}; es un acto reflejo que puede conten­
"tarJe
con una 1encilla reflexión 10bre una

circunstancia cualquiera
"de la

propia vida, un acto de memoria, un sentido del estado de la
"propia salvación, o más propiamente, una exploración psíquica
en
ntorno
a

los propios
sentimientos; pero
más exactamente llamamos
"conciencia al sentido, o mejor
al juicio que uno, con frecuencia es­
"pontáneamente, da de sí
mi.rmo·en orden al propio modo de hacer:
"Al bien

(la buena conciencia}, o al mal (la mala conciencia).
460
Fundaci\363n Speiro

"Juicio éste que, de por sí, se refiere al orden que debe presidir
"nuestra conducta, a/, empleo de nuestra libertad, aJ, cumplimiento de
"nuestro deber, a la orientación
y al estado de nuestra vida, principal­
"mente
respecto a Dios.

Entendimiento
y voluntad en el acto de con­
n ciencia moral, se sienten simultáneamente comprometidos a recibir a
"todo
hombre
tal como es el contraste intuitivo (por
vla de
sindéresis),
"con la propia
forma ideal,

con
su imagen
perfecta,
que es
la imagen
"de la

semejanza con Dios, Y es fácil
que este contraste sea negativo1
"es decir, acusados de una deformidad que se hace fastidiosa y algunas
"veces
intolerable:

Es el remordimiento.
"¿Recordáis
c6mo está

grabado en la parábola del Hijo
Pr6digo 1'el proceso psicológico y moral de la conciencia? Dice el Divino
/J Maestro

sobre el protagonista de aquella historia simbólica: < /Jreversus»i vuelto

en sí
(Lucas, 15,17 ). He aquí el renacimiento de
n¡a conciencia, he aquí el c.omienzo de la salvación. Vuelto en sí. Lo
"que iignifica que aquel infeliz

hijo, a pesar de vivir en la intensidad
"de sus años

jóvenes, de sus pasiones, de sus placeres, estaba
«fuera
"de
sí». Es decir1 su conciencia no estaba en disposición de atención
"y de verdad. Prestemos atención -también nosotros: Hoy se habla
"mucho de conciencia!
y se aplica esta réfinada y humanísima palabra
"a todo

orden de
cosas presentes en nuestro espíritu; debemos
decir
"más bien que del

término
«conciencid'>> se

abusa con excesiva
frecuen­
"cia.

Sobre todo para
aplicarlo a

significados que rechazan su signifi­
"cado más a/,to y específico.
"¡Cuántos narcóticos;

por ejemplo, están de moda
para dormitar
"o para

alterar la «digna
y recta concienciá>> (Purg. 3,8), de 1~ que
''cabría

estar guiada siempre una persona honesta/ ¡Cuánta propa­
" ganda se
hace hoy

para difundir no la conciencia, sino la
inconscien­
JJ cia para contemporizar con teorías unilaterales sobre el libre albedrío,
"o sobre
la reivindicación así llamada de la autonomía del hombre
"moderno, la acción
sustraída a toda regla moral!
"Muy frecuentemente

se da a la conciencia.
un valor
puramente
"psicol6gico, que

encuentra hoy en
él psicoanálisis y en la psicoterapia
"cO'rrespondiente gran

confianza
y gran expan1ión, impulsando a las
"profundidades inconscientes biofisiológicds de los instintos
sus inves­
"tigaciones

sutiles.
"Pero, por

muy
intereJan.tes e

incluso útiles
que puedan
ser estas
"exploraciones de nuestra vida instintiva
y emotiva, al fin no pueden
"eludir,
ni sitprimir en

el
corazón áel hombre

la
actitud natural para
"actuar
según

la
ineXtinguible norma

moral, violada o
reprimida, cual
"se ma17ifiesta
en_

la conciencia, en aquella peculiar
reacción, que lla­
"maremos

remordimiento. El remordimiento
es la revancha de la con­
"ciencia moral;

y puede
dirigirse1 como la experiencia vivida y litera-
461
Fundaci\363n Speiro

"ria nos enseña, hacia las expresiones negativas del e1piritu, como
"la angustia

o la
desesperaci6n (recordad
el fin trágico de
Judas.
"Mat.
27, 3-5); o

bien,
hacia las
positivas
(recordad el
llanto rege­
"nerador del

amor de Pedro, Mt. 26,75; fn, 21, 15-17
).»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 15 de marzo de 1972 (O. R., 16-Ill-72, ori­
ginal italiano; traducción de Ecclesia núm. 1.585
del

25 de marzo y 1 de abril).
El fundamental desequilibrio de la mentalidad actnal consiste
en

no
pensar en

nuestra vida futura, ulterior a nuestra
muerte corporal.
«¿Podremos decir nosotros, como algunos, que esta enseñanza
"apocalíptica, escatol6gica sobre el más allá es
un puro lenguaje sim­
nbólico para
hacernos

comprender la novedad
de la doctrina

evangé­
"lica, ya
predicada y consumada por Cristo durante su vida temporal?
"t:O podemos creer, con
otro1,
que solamente
en este mundo escatoló­
"gico se realiza objetivamente

nuestra salvación? Dos modos de
pen­
sar,
uno

de la
realidad futura, el

otro de la
realidad presente
sobre la
"economía de la salvación, que no tienen en cuenta nuestra doctrina
"de la fe,
y pueden producir desequilibrios fatales en la interpreta­
n ción y en la aplicación del cristianismo auténtico.
"Y
el desequilibrio primero y ·más común es el de no pensar, y
' 1frecuentemente de no creer, en nuestra vida futura, en la que sigue
"después de

nuestra muerte corporal.
La vida presente sería entonces
"la única que no1

ha sido dado gozar
y 1ufrir. La reducción radical
"de
nuestra

existencia actual
dentro de

los límites del
tiempo, como 11nos enseña a hacer el secularismo hoy de moda, en la práctica, llega
"a
negar la inmortalidad del

alma, a
insinuar la
indiferencia sobre
11nuestro destino futuro, a afirmar la exclusiva importancia del tiem­
"po

presente, del instante
que pasa.
,,Concluye
aceptando, si es que acepta, del Evangelio lo que sirve
"inmediata
y

temporal.mente
para los
intereses terrenos de !a
huma•
"nidad,
y permitiendo, finalmente, que la

duda
y el desaliento apa-
11 guen la verdadera esperanza, !a «verdadera luz que ilumina a todo
"homl?re que

viene
a este
mundo»
(fn., 1, 9). El discurso sobre el
"paraíso y sobre el infierno no se escucha. ¿En qué se convierte, o
"en qué

se puede
convertir el escenario del
mundo sin esta
conciencia
"de
una

relación
obligada a una justicia
trascendente e inexorable?
"(cfr. Mt., 25). ¿Y
cuál puede ser el

destino fatal, existencial,
per­
"sonal
de

cada
uno de
nosotros, si Cristo, hermano, maestro
y pastor
462
Fundaci\363n Speiro

"de nuestros días mortales se erige de verdad en juez implacable en
"el umbral del

día inmortal?»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 28 de abril de 1971 (traducción de
Ecc/esia núm. 1.540 del 8 de mayo).
El hombre, contra su filosofía del hedonismo,. tiene necesidad
de penitencia.
< "tro esfuerzo a eliminar

de nuestra vida todo lo
que nos
produce
su­
"frimiento,
dolor,

fastidio, incomodidades,' estamos orientados hacia
"una continua búsqueda de

la comodidad, el gozo, la diversión;
que­
"remos

estar rodeados de bienestar, del «confort», una buena salud,
"fortuna; hacemos

todo lo posible para deducir
esfuerzo y fatiga; en
"el fondo, somos personas
que queremoJ
gozar

de la vida:
una buena
"comida,

una buena cama,
un buen paseo, un

buen espectáculo, un
"buen sueldo ..

: he
aquí el

ideal. El hedonismo
es la filosofía común,
"el sueño

de la existencia para muchos de nuestros contemporáneos.
"DesearíamoJ que todo

en nuestro
derredor fuese

fácil, suave,
higiéni­
"co,
racional,

perfecto.
¿Para qué la penitencia?

¿Existe
acaso nece­
"sidad de

entristecer el alma con semejante pensamíento? ¿De d6nde
"viene
una invitaci6n tan desagradable?

¿No es acaso
una ofensa
a
"nuestro concepto

moderno del hombre?
"Este monólogo apologético del «confort», como
expre1ión del
"modo ideal

de
pasar los

años de nuestra vida, podría
continuar más
"aún,
y documentarse con óptimos razonamientos y expresiones,- r,ze­
"jores todavía,
pero

.en un determinado momento, debe detenerse ante
"objeciones no menoJ válidas. ¿Queremos
que nuestra

vida sea
pere­
"zosa,

mediocre, ociosa
y cobarde, y sin la paciencia y el esfuerzo de
"grandes virtudes? ¿Dónde está el espiritu de lucha, dónde el
heroís­
"mo, que da

al hombre su verdadera
y máxima estatura? ¿Dónde el
"dominio de la propia pereza
y de la vileza innata? Y, además, ¿cómo
"armar

el
espíritu frente

a los sufrimientos
y a las desventuras, que
"no

nos ahorra la vida? ¿Y cómo
dar al amor su verdadera y más
"a/,ta medida! que es el

don de
si mismo, el sacrificio? ¿Y no puede
"el sacrificio,

esta actitud, por si antinatural, clarificarse en el libro
"grande de

la penitencia?
"Y más todavía: ¿Puede
un cristiano escapar

a la ley de la pe-
1·'nitencia? Cristo

habla claro:
«si no
hiciereis penitencia, todos vos­
" otros

pereceréis» (Le.,
13, 5 ). Es decir: ¿la necesidad, el deber
"de la penitencia no nacen acaso
de necesidades
intrínsecas a nuestro
"ser de

hombres caldos? Porque
JOmos así/ llevamos en noJOtros una
"enfermedad

atávica, o
sea, las consecuenci'as del

pecado original, las
463
Fundaci\363n Speiro

"cuales, en gran parte, permanecen incluso después del bautismo; so­
"mos seres necesitados

de vigilancia
moral, de
reparación, de expiación,
"es decir, de

penitencia. Si a este
crónico y común desarreglo de nues­
"tro
organismo

psicomoral se han añadido otras deficiencias
y otras
"ruinas, es decir, lo1 pécados personales, actuales, como

los
llaman los
"maestros de

moral, esta obligación de
re1taurarnos en

el orden de
"Dios, con

la conciencia
e igualmente con la comunidad de los her­
"manos
(sobre

la cual inciden,
quiérase o
no, nuestras culpas perso­
"nales}, se hace más grave
y más urgente y, por de1gracia1 con mucha
"frecuencia,

necesaria: el precepto de la penitencia,
puei, con
nuevas
"razones, se impone inexorablemente.
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 1 de marzo de 1972 (O. R. de 2-III-72, ori­
ginal italiano; traducción de
Ecclesia núm. 1.583
del 11 de marzo).
El hombre moderno que vive extrovertido se halla muy con­
dicionado hacia el exterior, al ambiente, a
la opinión pú­
blica, a los intereses temporales, a la moda, en su libertad
de orientación racional, moral
y vital, con lo que se sofo­
can las exigencias superiores y su inclinación al mundo
religioso.
«Ahora bien, esta invitación a la vida interior y a la búsqueda y
"a la manifestación de la verdad religiosa, en la celebraci6n de la
"Pa,cua, se
dirige al hombre moderno de modo
particular; y nos da
'·' la razón tanto

de por
qué el

hombre de nuestros días es fácilmente
"arreligioso o

antirreligioso; o bien por
qué él,

el hombre contempo­
"ráneo, se haga religioso, se comporte
y se manifieste como tal gus­
"tosamente. Hoy el hombre vive la mayor
parte del
tiempo fuera de
11 sí; queremos decir extrovertido; incluso cuando hace profesión de
"libertad, ordinariamente

está muy condicionado re1pecto al exterior.
"Si es libre
aquel que es

principio de sus actos (
causa sul, como dicen
"los

filósofos -cfr.
S. Th., I, 83, 1 a 3; Metaf., II, 9; contra G.,
"JI, 48}, podemos preguntarnos si somos libresi es decir, dueños de
"nosotros

mismos, cuando el
ambiente, los lazos social,es, la

opinión
"pública, los intereses temporales, la moda, el lenguaje de los
senti­
"dos,

nos
obligan a
vivir
presciildiendo de
un
juicio de
verdad o de
"elección emitido por
nuestro espíritu.

No es la religión la
que sofo­
,, ca

la libertad; es
más bien
la falta de libertad la
que sofoca
la re­
"ligi6n, es

decir, impide aquella orientaci6n
racional, moral y vital,
"que, en

sus exigencias
superiores y naturales, inclinaría al mundo
"religioso.»
464
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 22 de marzo de 1972 (b. R., 23-III-72, ori­
ginal italiano; traducción de Ecrle1ia núm. 1.586
del a-de abril).
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