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Número 105-106

Serie XI

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Sabiduría y santidad

SABIDURIA Y SANTIDAD
POR
GABRIEL DE
ARMAS.
He leído, con santo gozo cristiano, que :tvionseñor Nedoncelle,
en
un Coloquio Europeo de Intelectuales Católicos, celebrado en
Estrasburgo, bajo la presidencia de Gabriel Marce!, ha osado decir:
«Creo que los intelectuales o quienes
se creen tales, deben

tener la
humildad de reconocer que el bien mayor para la Iglesia, en cual­
quier tiempo, es el de
tener santos, los que no tienen necesariamen­
te que ser intelectuales ... Y más necesita la Iglesia de santos que no
de intelectuales, teólogos o filósofos, con la baratija de sus genia­
lidades.»
Esta frase, que habrá herido, sin duda, los oídos virgenes de más
de algun sapiente doctor, engolletado de «proféticos carismas» a
la
actual usanza, me ha hecho a mí, sin embargo, recordar la gigan­
tesca figura de Henri Bergson. Durante la primera guerra europea,
el ilustre francés llegó a España acompañado de un puñado de es­
tudiosos. García Morente, entonces ateo radical, más tarde santo
sacerdote, se lamentó ante él de que la historia de la especulación
filosófica española fuera pobre en figuras de singular relieve. Berg­
son le replicó, de inmediato, con
vivaz agudeza:

«Habéis producido
más grandes maestros que todos nuestros filósofos : vuestros místi
-
cos

San Juan de la
Cruz y Santa Teresa, que se han elevado de un ,
salto

a más altura que el umbral al que nosotros llegamos por el
esfuerzo de nuestras especulaciones».
Cuando privilegiadas mentes, como
la de Edith Stein, por ejem­
plo, se han convertido, en nuestro
siglo xx,
por
la sola lectura de
la autobiografía de Santa Teresa de Jesús, tenemos que decir sere­
namente: por algo será ... Frase
vulgar, sí,

pero que no lo es tanto
ruando en ella se expresa la carga de muchas horas de reflexiones
y
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desvelos raciocinadores. Y por algo, naturalmente, Santa Teresa ha
sido proclamada solemnemente por Pablo VI, el 27 de septiembre
de 1970, doctora de
la Iglesia de Cristo. La primera doctora.
Tengo ante mí en mis manos, un libro
qrie no
dudo
·.en calificar
de

auténtica joya. Libro que marginarán, como ahora se dice, cons­
cientemente, deliberadamente, de sus ingeniosidades teofánticas, los
envirotados
teólogos de

avanzadilla que tanto padecemos hoy. Al­
taneros y crestudos, seguirán hablandc de «parapsicología» y otras
engañifas con
tal de desviar la atención de los hombres de la obra
permanente de Dios en las
almas ...
Mas,

¿qué importa? Ahí está
el libro, llamado, sin duda, a pro­
ducir muchísimo bien en las a:lmas sencillas y humildes que lo lean
con fe y
lo mediten con dilección. Porque, al fin de cuentas, lo que
cuenta es el amor. Es también un libro autobiográfico. Lo escribió la
~adre María
Magdalena de Jesús Sacramentado, religiosa Pasionista-Dominica, que
firmó, durante su vida, sus densos escritos espirituales ·con el pseu­
dónimo de
J. Pastor, colaborando asiduamente en la revista «La
Vida

Sobrenatural». Esa admirable publicación fundada por el padre
Arintero y dirigida por él hasta su muerte.
Y bien. Cuenta la propia Edith Stein, a la que acabamos de
aludir, que, al finalizar
la lectura, de un tirón, de la Vida de Santa
Teresa de Jesús, escrita por ella misnia, hubo de exclamar como ful­ minada por un rayo de claridad infinita: «¡esto es la verdad!». Puedo asegurar, sin gran temor a equivocarme, que cualquier
persona
normal y sin prejuicios que lea las emotivas y apretadas qui­
nientas cincuenta y siete páginas de
la autobiografía de J. Pastor,
tendrá que reconocer, arrollada por esa
qi.tarata de
efluvios que
emana de su pluma: ¡esto es el amor! Así se titula la obra: «Apóstol
del Amor» (1). ¿Quién era, pues, mejor
aún, quién

es, puesto que su espíritu
alienta
y vive en la obra, con frescor incesantemente renovado, la
Madre María Magdalena de Jesús Sacra~entado, o la mística· es-
{1) J. Pastor: Apóstol del amor. -Ediciones Anaya, S. A. -Salaman­
,f.'.a, 1971.
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critora J. Pastor? Expongamos, brevemente, «grosso modo», las eta­
pas cronológicas fundamentales de su vida terrena.
Se trata de una monja pasionista que vio la luz primera en
Luca (Italia), lugar de nacimiento de otra gran mística y estigmati­
zada, Santa Gema Galgani. Bl acontecimiento tuvo lugar el 24 de
abril de 1888. En 1913, en plena revoluci6n
y persecuci6n religiosa,
fue destinada a Méjico. Permaneció allí tres años escasos, entre in­
minentes peligros para su vida. En 1916 vino a España y, provi­
dencialmente, conoció en el convento de Deusto al P. Fray Juan
González Arintero, acontecimiento que marcó, con carácter indeleble,
el curso de su vida. En 1935 es llamada por la santa obediencia nue­
vamente a Italia, con la ardua misión de preparar el primer templo
a su paisana Gema Galgani, que en 1940 sería elevada al honor de
los altares. En 1941, tras enormes peripecias, persecuciones, incom­
prensiones y bajezas que la izan a la categoría de mártir, llega de
nuevo, definitivamente, a España. Funda en Madrid, y muere san­
tamente en la Capital del Reino, el 10 de febrero de 1960, en su
amado convento de la avenida de Arturo Soria. Allí he tenido
el
honor de visitar su tumba, arrodillarme ante sus mortales restos,
encomendarme a ella
y sentirme, por lo demás, empequeñecido y
anonadado ante su descomunal figura.
Efectivamente. La Madre
Magdailena sintió,
de inodo especial,
que Dios la esperaba en España. El 2 de febrero de 1922 se encon­
tró frente al P. Arintero, el eminente dominico leonés, quizá el más
sabio doctor místico del siglo xx. Desde la primera entrevista, sus
almas gemelas sintonizaron. La Madre Magd•lena comprendi6, en
un santiamén, que allí estaba, en su presencia, entre inspiradas pala­
bras del «Cantar de los cantares>>, el inminente impulsor de sus
ele­
vadísimos

vuelos espirituales. El gran arquitecto que comenzó a
di­
señar

los nuevos planos de su templo vivo para el
Amor. Con
el
título «Hacia las cumbres de la úni6n con Dios», se ha publicado
un tomo que contiene la correspondencia cruzada entre Arintero y
J. Pastor. Va precedido de nna clara y precisa introducci6n debida
a la infatigable pluma del P. Arturo Alonso Lobo (Editora «La vida
sobrenatur•I». Apartado 17. Salamanca, 1968).
Arintero ordenó a la Madre Magdalena que, venciendo su re-
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pugnancia, escribiese su autobiografía. También le mandó que co­
laborara en la revista por él dirigida. Y la pluma de J. Pastor asom·
bra a los más campanudos teólogos que llegan a creer que, bajo este
pseudónimo,
se esconde algún sabio doctor que rehúye dar su
nom­
bre a la publicidad. Cosas de Dios. ¿Quién, de verdad, de verdad, podía sospechar que
J. Pastor era una humilde monja pasionista que,
a pesar de sus escasas letras humanas, dejaría perplejos a los más
doctos y letrados?
Pues bien ; para solaz, recreación y provecho de todos cuantos
lo deseen, ahí están sns escritos espiritnales amorosamente recogidos
y publicados por el P. Sabino Lozano, que dirigió su alma tras la
muerte del P. Arintero. Es Wl grueso volumen que lleva por título
«La santidad es Amor» (Salamanca, 1963. Editora «La vida so­
brenaturab>).
Pero volvamos, por favor, siquiera un momento, a nuestro punto
de partida : s;, autobiografía. A través de todas las etapas de su
vida, se rastrea perfectamente la obra de maduración que culminaría
en la santidad de la Madre Magdalena. Y o diría que toda ella es
como un inmenso océano de ternura, donde se siente a Dios muy de
cerca. Tan de cerca, que cada palabra suya, cada frase y hasta cada
silencio, cobran dramática
actua!Mad de

personajes creados para ex­
presarnos un mensaie de El. Nada _hay, por tanto, que huela a mo­
ho en su concepción amplia e intuitiva de la vida religiosa. La Ma­
dre Magdalena que, en una ocasión, ocupó dentro de su Orden el
cargo de Maestra de Novicias, es hoy tan Maestra de todos como
entonces lo fuera de un reducido grupo de aspirantes a monjas pa­
sionistas. La Madre Magdalena es ya intemporal, porque Dios, eter­
no, habla por ella. Su enseñanza es viva, actualizada, vigorosa
y re­
tadora. Se me figura como el más amplio desafío a la actual men­
tecatez de Prelados escleróticos y de curas soliviantados, de seglares
estúpidamente «clericalizados» y de clérigos sarcásticamente secula­
rizados, que juegan a la
uniformidad con la misma sospechosa in­
tención que los barbilindos propagandistas de las modas «unisexo».
Nada hay tan humano como lo sobrenatural. Ni nada tan so­
brenatural como todo lo que es entrañablemente humano. Cristo
es el ejemplo vivo, arquetipo
y modelo, del más admirable abrazo
)7?
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que ambos órdenes se dieron en la plenitud de los tiempos y, claro está, dentro de la Historia: la unión hipostática del Verbo. Sobre­
natural y humana es la doctrina que la Madre Magdalena nos
en­
Seña en la trama, bien tej-ida, -de su trayectoria ejemplar.
Léanse unas palabras suyas que proyectan abundante luz sobre
cualquier posible interrogante: «He aquí descifrado el enigma para
los que quizá un día podrán preguntar con asombro : ¿Cómo fue
capaz de hacer este trabajo esa ignorante e imperfecta criatura? Les contesto ahora:
Lo bueno es de Dios, que lo da siempre a quien
se lo pide para cumplir su santísima voluntad;
lo imperfecto es
mío,_ fruto de mi miseria y de mis pecados».
Con esta cimentación -humildad--, el enorme edificio espiri­
tual de la Madre Magdalena no podía peligrar. Al contrario. Cada
día crecía más
y más, hasta clavar en el Cielo las finas agujas de
sus más elevadas torres. No de un horizontalismo filantrópico, sino
de una verticalidad enraizada en Dios, brotaba· el hontanar perma­
nente de su ardorosa sed de almas. Y así escribe, para ejemplo de
cuantos quieran escucharle: «De El, de Dios, sólo de El,- recibía yo
la gracia que después repartía a otras. No querría dar nada mío,
ni de las creaturas ; por esto pedía yo siempre al Señor con mayor
ardor que su divino Espíritu me invistiera toda y me transformara
en El ¡Es tan necesaria esta transformación para poder trabajar con
provecho en beneficio de las almas!». La Madre Magdalena fue, sin duda, una gran poetisa manejan·
do el verso. Prueba evidente de ello son esas composiciones sem­
bradas a lo largo de la
obra que comentamos. Pero su misma prosa
posee un marcado acento lírico que nos deja el alma, a veces, en
suspenso,
y, a veces, nos arrebata el corazón. He aquí uno de sus
párrafos iluminados: «¡Las almas!, ¡las almas!, parecla oir repetir
con frecuencia en mi interior. Y o amo a las almas con un amor
infinito, las amo con ternura, las llamo, las espero para hacerlas sen­
tir esta ternura con ·que las amo, para estrecharlas en mi corazón y
hacerlas experimentar las dulzuras de mi amor ... ».
Vida mística, sí ; pero cimentada en la cruda realidad de la as­
cesis, de la mortificación
y el sacrificio. Decia Pablo VI que «es
preciso vivir la Iglesia con la perpetua memoria de la cuna de donde
surgió : de la cruz». La Madre Magdalena vivió intensamente fa
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Iglesia, desde la celda de su convento. Por eso cuida los detalles.
Aquilata el sacrificio. Se sirve de la mortificación. Y frente a las
nuevas teorías que rriatan, todavía en agraz, el fruto de la obedien­
cia, como holocausto a Dios, recomienda obediencia ciega, obedien­
cia de entendimiento, pronta y alegre. Es más. Según ella, no hay
amor sin obediencia. Para los que ponen ahora en tela de juicio las
órdenes emanadas de sus superiores
y pretenden paliarlas con fin­
gidos diálogos delicuescentes, la
Madre Magdalena
escribe: «El
amor exige que las órdenes de
la obediencia se reciban a ciegas, se
acepten cuando vienen po~ el aire y se ejecuten con alas. Por la
mayor parte de las almas buenas se obedece tanto en las cosas ordi­
narias como en las extraordinarias, pero se dejan atrás ciertos deta­
lles y menudencias que son lo que Jesús pide para adelantar en el
trabajo
de. la

propia santificación».
Amor a la obediencia, amor a las Reglas, amor a las Constitu­
ciones, amor al hábito religioso ... He aquí una serie de capítulos
que la Madre Magdalena analiza, y que yo pondría en manos de esos
desvergonzados clérigos

que pasan hoy por los conventos de
monjas, como ciclón devastador, realizando verdaderos lavados de
cerebro con las pobres religiosas más crédulas y sencillas.
La
acción del Espíritu irrumpió en el alma bien dispuesta de la
Madre Magdalena con ímpetu febril. Las virtudes infusas
la elevaron
a
tan alto grado de contemplación, que culminó en éxtasis y arro­
bos místicos de marcada iniciativa divina. Ella,- sencillamente, co­
rrespondió. Los dones del Espíritu fueron su mejor adorno .. Al ha­
blar
con la Superiora del convento de Arturo Soria, no dudó en
decirme: cuanto ella misma expone en su autobiografía es pálido
reflejo de los ejemplos que observamos los que tuvimos la dicha
de convivir un día con
J. Pastor.
¿Estamos acaso ante una futura doctora de la Iglesia? ¿Quizá la
tercera? Yo así lo pienso. Y, además, lo espero con ansiedad. Sería
una doctora del siglo xx para el siglo
:xx, tan necesitado de sana
doctrina. Por ello creo un imperioso deber de conciencia propagar.
por todos los medios posibles, esta autobiografía de la Madre Mag­
dalena, que ha
tenido el acierto de editar «La vida sobrenatural»,
con una· introducción a la misma, obra de la pluma sagaz
y sazonada
del P. Arturo Alonso Lobo, O. P.
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