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Número 105-106

Serie XI

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Fuerza y violencia. Crónica del VIII Congreso del «Office International»

FUERZA Y VIOLENCIA
CRONICA DEL VIII CONGRESO DEL "OFFICE
INTERNATIONAL
DES OEUVRES DE FORMATION
CIVIQUE ET D'ACTION CULTURELLE SELON LE DROIT
NATUREL ET CHRETIEN"
LAusANNE, 29 abril-1 mayo 1972.
Se celebró en Lausanne, en el amplio niarco del «Palais · de Beau•
lieri» que tiene previsto aquella ciudad para la celebración de toda
suerte de reuniones y congresos, el octavo Congreso del «Office In­
rernational des oeuvres de formation civique et d'action
atlturelle
selon le droit naturel et chrétien», del 29 de abril al 1 de mayo pa­
sados. De año en año, el número de participantes en esta gran con­
-eentración de contrarrevolucionarios va en aumento. Esta vez, alcanzó
el número de 3.700 personas, siendo de notar que más de la mitad
no rebasaban los 25 años, lo cual dió al Congreso WI aire espontáneo
y cordial que sólo la juventud sabe dar. Entre las varias nacionalida­
des representadas predomin6, como es natural, la francesa, pero· a
los asistentes españoles les llamaron muy particularmente la ateoción
los italianos, que al segundo día aparecieron tocados con boinas rojas,
que ya no se volvieron a quitar
en todo lo que duró el Congreso. La
visión_ de este grupo, jovén, dinámico y visiblemente aguerrido de
«requetés» italianos fue al que estO escribe, fuerza es confesarlo, ex­
traordinariamente simpático.
Lo que hay que destacar muy especialmente es la perfecta orga­
nización del Congreso, fruto de una labor no siempre aparente, pero,
desde luego, intensa y eficaz. No es tan fácil gobernar a una multitud
de estas proporciones. Sin embargo, se logró, y con un mínimo de in­
comodidades
y de < local contribuyeron lo suyo. Por ejemplo, las poneocias se pudieron
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V. LAMSDORFF
seguir con toda comodidad desde un circuito cerrado de televisión por
los numerosos asistentes que no cabían en el salón de conferencias,
por lo demás amplísimo. El interés tomado por los congresistas haóa los ponentes fue, des­
de luego, plenamente
justificado y cdrrespondido. Las ponencias trans­
currieron a gran altura doctrinal, y también, cosa quizá más impor­
tante, a gian altura moral.
El' tema general del Congreso era el de «fuerza y violencia». En
nombre del «Office international», Amédée
d' Andigné
pronunció la
alococión de bienvenida, en la coa! transmitió al Congreso la bendi­
ción del Cardenal Mindszenty. Seguidamente; Jean Ousset dio lectura
a una extensa carta del Cardenal Ottaviani, en la cual, recordando la
doctrina tradicional de la Iglesia acerca del jnsto nso de la fuerza,
animaba
al· Congreso
a desarrollarla
y a extraer de ella las oportunas
consecuencias, a la vez que se congratulaba del espíritu y de la fe.
que lo animaba.
La primera ponencia se desarrolló bajo la presidencia de Louis
Salieron, el cual, en sus palabras de introducción, sentó lo que iba a
ser la tesis general de todo el Congreso. Se trata de la concepción de la
fuerza como una potencia, disponible para lo que sea. Por tanto, como
una cosa, en sí,
buena,· dado que siempre es mejor una potencia que
la falta de ella. En cambio, la violencia ha de entenderse como acto,
concretamente como el acto de una pasi6n. Siempre conlleva, en mayor
o menor medida, una ruptura de orden. Luego puede ser buena o
mala,
según la
pasión de que sea acto,
y según la clase de orden que
vulnere.
A continuaci6n el ponente, Prof. Mace! de Corte, ofreci6 nn mag­
nífico examen de
la idea aristotélico-tomista de -la virtud de forta­
leza. Destacó su importancia en el cuadro general de las virtudes, y
el desequilibrio que resulta en él al querer prescindir de alguna de
virtudes que lo integran. Es precisamente lo que ocurre en la actua­
lidad, dada la a1'$encia de la fortaleza, precisamente, en las enseñan·
zas
de ciertos sectores de la Iglesia; que la silencian en beneficio de
una
«justicia>> hipertrofiada, y además, entendida no como «virtud»,
sino tomo «esttuch.Ira», incurriéndose en la paradoja de querer realizar,
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FUERZA Y VIOLENCIA
en una sociedad; un ideal ético, independientemente de la voluntad de la gente que la compone. De
lo disparatado del fin deriva lo in­
moral

de los medios: dado que un fin como éste no se puede lograr
respetando
· el

orden natural, hay que trastrocarlo,
y ahí ínterviene la
violencia revolucionaria, contra la cual si es legítima la defenssa, asi­
mismo violenta, aunque sólo sea porque no queda otro medio. Vio­
lencia que, en este caso, no es sino la práctica de la virtud de fuerza,
que se opone a toda suerte de contemporizaciones y claudicaciones.
La segunda ponencia fue presidida por el historiador polaco Je­
drzej

Giertych, que puso al auditorio al corriente, a grandes rasgos,
de la historia
y de la situación actual de esta «marca» avanzada del
catolicismo qtie es Polonia, que fue el primer país que en su suelo
venció al comunismo, y el único hasta ahora, de todos los · caídos en
su poder, en que la Iglesia ha resistido con éxito a los esfuerzos del
Gobierno por hacerla desaparecer.
Disertó el conferenciante, Jean-Marie
Schmit:z, de Francia, · sobre
los problemas morales
y poHticos que plantea la guerra moderna.
Comenzó su exposición planteando la conocida paradoja de Ches­
terton: por una parte, la guerra es un mal, que la Iglesia conde­
na en abstracto, y lamenta que se produzca en cada caso coflcreto.
Pero la misma Iglesia la bendice en ocasiones. En príncipio, el Decá­
logo manda no matar, pero en el Levítico abundan las penas de muer­
te, y en el resto de la Biblia, los episodios bélicos. Jesús mandó poner
la
otra mejilla. Sin embargo, dijo al rico que abandonara sus rique­
zas, pero no al centurión que abandonara su profesión. La Tradición
católica nunca recogió la «no-violencia» para uso de seglares, síno
que por el contrario, desde Constantino, fueron corutantes las bendi­
ciones episcopales a la función de soldado. En cuanto a las dificulta­
des que oponían los primeros cristianos al servido en las legiones de
Roma, que conocemos por Orígenes o
Terruliano, se
trataba de una
oposición no al servicio de las arm.as, sino a
la adhesión a dioses pa­
ganos que aquél implicaba. Más recient_emente, debernos a
Plo XII --<¡ue sin
embargo, cono­
ció
y viyió tan de cerca los horrores de la guerra- una doctrina ex­
presa de defensa
del ius gladH. Proclamó el derecho, e incluso el deber,
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V.· LAMSDORFF
de los Estados de recurrir a la guerra cuando lo exija el bien común
de sus .. pueblos, con sólo tres requisitos: una causa justa, una recta
intención, y la ausencia de otros medios de arreglar la cuestión liti­
giosa. El ponente planteó también la quae,tio extravaganti, que plan­
tean las armas modernas, con su enorme poder de destrucción, y refi­
rió la contestación que le dió el propio Pío XII, en 1953: los prin­
cipios de la
guerra justa

son los
mismos, se
empleen las armas que se
empleen. Lo único que aumenta su poder destructivo es la responsa­ bilidad de los gobernantes al acudir a su empleo.
Por
lo demás, esta secular doctrina católica puede preciarse de
una contundente confirmación histórica: la fuerza armada crea las
condiciones necesarias para el desarrollo de cualquier civilización, la
Cristiandad medieval o renacentista inclusive. A ella se deben tam­
bién las grandes empresas cristianas, como la evangelización de Amé­
rica o de Africa. También confirma la historia que los pueblos que
renuncian al uso de la fuerza acaban siendo aplastados ·por otros; por
muy superiores que sean a éstos en civilización.
Sin embargo, añadió el orador, si hay guerras legítimas, hay uoa
siempre ilegítima: la guerra moderna. Entendiéndose «moderna» por
oposición a «clásica» : guerra «clásica>> es la guerra en que combaten
ejércitos uniformados
y organizados, sometiéndose, en general, a de­
terminadas normas del derecho de guerra: Cruz Roja, trato a los
prisioneros, neutralidad, declaración, etc. En cambio, la guerra «mo­
derna» es
guerra revolucionaria, subversiva. En tal guerra, se borra
la distinción entre combatientes
y no-combatientes : sus propugnado­
res hablan de transposición de la lucha de clases, en la que se supone
que luchan todos.
Se borra la distinción entre estado de guerra y es­
tado de paz: según Mao, la política es guerra sin efusión de sangre,
la guerra
es politica con efusión de· sangre. Y la misma frase la ha­
brían firmado Lenin, Trotsky o Stalin. Los partidarios de la guerra
subversiva la presentan a la vez como inevitable y deseable, como el
motor natural del· progreso. Tanta importancia tienen en ella los me­
dios bélicos como los político-propagandísticos: no importa
tanto ma­
tar· al adversario como desarmarlo. Si se consigue que él mismo de­
ponga
las armas,

tanto mejor. Es más, los comunistas suelen prohibir,
o desautorizar, los levantamientos armados no precedidos ·de la su-
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FUERZA Y VIOLENCIA
ficiente revolución ideológica. L~ guerra _moderna._~_s, pues, permanen­
te y civil.
Para ganarla, los del bando 9-e acá nos _enfr~ntamos · con un pro­
blema
más de
desorden que de violencia .. Necesitamos, pues, un
orden.
Y para éste, unas élites política y militar sólidamente formadas,.deci­
didas a _la -lucha y que conozcan su oficio. Que es, precisa.mente, lo
que el «Office» trata, en todos los estamentos sociales, de formar.
La siguiente ponencia versó sobre «Los orígenes y desarrollo de
los terrores revolucionarios». Su presidente, Albert Vonlanthen, de
Suiza, pronunció unas palabras introductorias muy duras para una
nueva doctrina sobre la violencia que propugnan ciertos sectores · ca­
tólicos
y protestantes: la de que siendo la subversión violenta de la
sociedad actual algo inevitable, es buena. El valor central pasa a ser la
caridad ( todo para el pobre). La fe se transforma de sobrenatural
en
mundana. El combate, de espiritual se hace temporal. La Re­
dención se vuelve «redención social». La esperanza viene a ser es­
peranza en un reino mundial
efe libertad,

fraternidad y felicidad.
Se
pasa a ver la presencia divina en la Revolución, que se torna por ello
la única causa
,válida. V
e en ello el orador «la más grave perversión
del
catolicismo de la historia» : la caída en la tentación del mesianis­
mo temporal, fusión de la Iglesia en el Estado. El ponente fue el Decano de
la F acuitad de Letras de Angers,
Prof, Jean de la Viguerie. Trató, como historiador, del primero de
los errores revolucionarios: el Terror de 1793, adhiriéndose a la tesis
de que fue ineluctable. Tesis que, por cierto, comparten liberales ( es
necesaria la violencia para que haya cambio) y contrarrevolucionarios
(la lógica de la Revolución lleva a que los lobos se devoren entre sí,
previo
·devorar a
buen
número de gent~ ajena a su_gre~:o). Contó el
conferenciante la historia desde el principio.
Franc~a _había heredado
del

medievo una teoría jurídica orgánica,
en la cual el cuerpo era
el país,
y la cabeza, su Rey, indispensables el uno al otro. Formaba el
país
un cuerpo político y místico, compuesto de lazos mutuos de fi.
ilelidad ----<¡ue tanto juraban el Rey como los súbditos~ y apoyado
en una misma fe. No se trataba de relaciones d~ fu_erza, y menos .aún
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V. LAMSDORPP
de violencia .. El Rey se concebía como juez, al serv1ao de los pe­
queños.
Cierto es ·que no siempre ocurrió· así en la práctica. Pero una so­
ciedad política vive por el ideal
que se

propone. En el medievo era
ciertamente éste. Pero se comenzó a empobrecer bajo el influjo del
mecanismo- de Ja filosofía cartesiana: por ejemplo, Jean
D~mat con­
cebía
'al Rey, a finales. del XVII, como un instrumento en manos de
Dios. Se trataba de una relación de fuerza,
y no de causa ejempl Paralelamente -y no es casual el paralelismo---ocurrió, de Luis XIII
a Luis XVI, una mutación de la monarquía, que pasó de judicial a
administrativa. Andando el tiempo,
la Ilustración, en lo filosófico,
llevó a Una descristianización de las_ élites, -lo cual llevó, en lo polí­
tico, a la relajación de los lazos de fidelidad, cuya última causa era
la religiosa. En búsqueda de alguna razón por la que se deba obe­
decer al poder, la Ilustración tuvo que
:aventar los

conceptos de «fe­
deración»
y «fraternidad>>, caricaturas de las cristianas fidelidad y
caridad. Y al relajarse los lazos de fidelidad,
c~menzó a
ser posible a las
éli.es distinguir entre el Rey y la «nación». El primer ejemplo lo
dieron los magistrados del Parlamento de París. Ello levantó inme­
diatamente el problema_ de encontrar a unos «representantes»
de la
«nación» frente
al Rey. Tal papel estaba, naturalmente, vacante, luego
a disposición de quien quisiera apropiárselo. En un principio, lo hizo
el Parlamento; posteriormente
lo tomaron, casi por fuerza, los di­
putados

del Tercer Estado en los
Etat.r Généraux de 1789. Pero el
poder que da
la fuerza es frágil. No en vano el primer decreto que
aprobaron estos
Etat.r Généraux fue el de la inviolabilidad de los
diputados. Los revolucionarios, conscientes de
la ilegitimidad de su
poder, vivieron
y legislaron en el temor permanente de que 1_a fuerza
les volviera a arrebatar
lo que la fuerza les había dado. Y para jus­
tificar las medidas preventivas tomadas, inventaron el
complot «contra
el Pueblo». Mito que desde entonces no ha desaparecido: comenzó
siendo el
complot ·«aristocratique», pero luego sufrió multitud de va­
riaciones, hasta los «complots fascistas» de la Checoslovaquia o de la
Italia modernas. La Revolución no _puede pasarse sin «complot». Y lo
tiene en permanencia:
el que trama contra ella la naturaleza de las
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FU/!.RZA Y VIOLIJNCIA
cosas. El revolucionario, al no poder modificarla, lucha contra ella
con el insulto,
el sarcasmo o el asesinato. Pero siempre le tiene miedo,
y entonces se instaura
el terror,
como aquel de 1793 que relató con
mano maestra Jean de la Viguerie.
El proceso es siempre el
mismo: a

la descomposición del tejido
social sigue el terror. Como dijo Bonald, el poder tiende a la uoidad.
Rota ésta, se extiende a todos,. para volver otra vez a
la unidad. Y en
nuestro caso, las Consecuencias de la descomposición aún están presen~
tes. El terror está latente, salvo cuando sale a la superficie (1917,
1945 ... ). Y en todas partes,
r~ina de

modo no-oficial, bajo forma
de campañas de silencio, de intimidación, de calumnias, etc.
Contra todo esto, concluyó el orador, hay que luchar. Hay que
saber que el terror cesa cuando se restablece
la unidad del cuerpo
político: luego hay que intentarlo. Y para ello, hay que vencer
el
propio miedo, que nutre el terror. No hay por qué hacer el papel de
vencidos.
Las actividades del segundo día del Congreso se abrieron con la
ponencia de Ignacio Gutiérrez Laso, de España. Fue muy aplaudida,
y todos los parücipantes españoles nos cansamos; después, de recibir
felicitaciones a
«votre compatriote». Y creo que el secreto de su éxito
estuvo en que fue dicha en un francés impecable, pero pensada en un
recio castellano clásico. Versó sobre «Fuerza y paz interior de las na­
ciones», y en ella, el coriferenciante ofreció una glosa de la definición
agustiniana de paz, como
tranquillitaJ ordinisi de su relación con 1a
fuerza moral del gobernante, y de ésta con su legitimidad, de origen
y de ejercicio. Y naturalmente, en caso de que po resultara suficiente
--como en

nuestra época de subversión--, cree el ponente en
el uso
de
1a fuerza violenta, mientras sea jUSta. La vacilación es debilidad,
que no resuelve náda. Pero con
la condición de que 1a defensa no sea
--como con

demasiada
frecueru:ia, ocurre-

simplemente represiva. En
tales casos, el
· poder

manifiesta haberse puesto a sí mismo como fin,
con
-fo cual se coloca en el terreno escogido por los revolucionarios,
y les hace dejación de toda la fuerza moral que le pudiera asistir.-Y
esto· provoca un cambio en el diD13. Sicológico eri contra suya, que
tarde o temprano,
lo háce caer.
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V. LAMSDORFF
En cuanto al problema de la revuelta contra un poder que no
respeta el orden natural, el conferenciante se manifestó en forma afir­
mativa, pero con las necesarias salvedades: que no haya otro modo
de enderezar sus actividades, y que existan las suficientes garantías de
éxito,
pues un

fracaso
sólo" serviría
para reforzar
el gobierno esta­
blecido.
En conclusión, y como dir_ectivas para la acción; el orador invitó
a ir- rehaciendo
el tejido social roto por la Revolución, pues no hay
paz interna sin espíritu público. Las buenas leyes no bastan: hace falta también gente deseosa de aplicarlas.
·
Se cerró este segundo día con una amenísima, pero también muy
profunda, conferencia de Gustave Thibon, sobre
«la violencia al ser­
vicio de la libertad». El orador fue presentado por el hindú Víctor
J. Kulenday, el cual hizo. ·algunas puntualizaciones sobre la < lencia»

entendida como un valor absoluto, según ocurre en algunos
sectores católicos, que llegan a comparar a Gandhi con Jesucristo.
Oponiéndose rotundamente a tal corriente de pensamiento, el Sr.
Ku­
lenday prec_isó que

la
no-v.:olencia se
ha de concebir como un medio,
al servicio de un
fin. Medto, que en el caso de Gandhi, se reveló
eficaz por dirigirse contra británicos,- pero que de haber tenido
en­
frente

a comunistas rusos o chinos, habría fracasado rotundamente.
Es más, los propios sucesores-de Gandhi, al asumir el
gob:erno de la
India, bien recurrieron a la violencia cuando sus adversarios lo hi -
cieron

necerario, por ejemplo para cortar la represión _pakistaní en
Bengala.
Gustave Thibon comenzó su exposición clarificando términos :
«violencia» es todo lo que actúa «contra
inclinationem rei», y existe
en todas las capas de la creación : el león que mata a la gacela le hace,
evidenteménte, violencia. Referida al hombre, la violencia -consiste en imponerle por
la fuerza lo que voluntariamente no haría jamás. Tam­
poco cabe negar su abundante papel a lo largo de la historia.
Pudiera parecer, continuó, que el ideal cristiano excluye toda vio­
lencia,
salvo la que se
hace-el hombre a
sí mismo, al luchar contra
el pecado.· Pero si a
escala _individual

tal no-violencia- es siempre
prac­
ticable,

la cuestión se plantea de modo distinto a quien tenga a su
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FUERZA Y VIOLENCIA
responsabilidad el gobierno de_ otros. Porque hay < aunque parezcan, de momento, ir en
menosc~bo de
la libertad, lo que
hacen, en realidad, es asegurar la libertad en un momento futuro.
Pensemos en la «violencia» que se hace sobre un niño para educarlo,
o
1a que ejerce 1a justicia penal, o la violencia defensiva en caso de
guerra o revolución. En suma,
el hombre tiene .tendencias que im­
plican el uso de cierta violencia. Por supuesto, tiene que luchar contrii
ellas a fin de moderarlas. Pero en el que se niegue a hacerlo por
propia voluntad, tienen que ser dominadas por coacción exterior, a
causa. del peligro que suponen para los demás. Esta violencia externa
es un mal menor,
el argumento

úJtimo a que
sé debe
acudir,
y cuyo
uso hay que reducir al mínimo.
En cuanto a qué sea este «mínimo» en concreto, es cuestión de
prudenciá., a resolver caso por caso. El abuso es fácil, y fácil es su
«justificación» por razones de «justicia». Pero a pesar de todo, el
rehusar sistemáticamente acudir a
1a violencia puede, precisamente,
llevar a la violencia absoluta: el pacifista integral es el que más
fácilmente se convierte en guerrero fanático de una guerra santa. Y
a idéntico resultado llevan otras filosofías de signo opuesto, como la
de Marx o de Nietzsche, para las cuales la violencia es una
neces~­
dad ontológica, luego moralmente deseable.
Concluyó el orador .que la violencia es necesaria en el plano de
los valores inferiores,
y que por muy deseables que sean los supe­
riores, es inútil intentar prescindir de los primeros. Es más, si se ex­
pulsa a la v'olencia por un lado -condenando la esclavitud, la guerra
declarada, etc.-, -se la vuelve a encontrar- en otro, bajo forma de cam­
pos de concentración, de guerrilla, de revolución. En general,
la vida
es lucha, dado que el mal es inacabable. De ahí que el hombre se vea
perpetuamente constreñido a negar en el orden
de los

medios
lo que
afirma en el orden de los fines, a emplear la violencia para construir la
Ciudad de Dios. Y terminó con las palabras de Simone Weil: ¡ay del
que pierda de vista el atractivo· o la imposibilidad del Bien absoluto!
La tercera jornada del Congreso estuvo ocupada por la seria
y do­
cwnentáda conferencia del Prof. José -Pedro Galvao de Soussa,. vice­
rrector de la Universidad Católica de
Sao Paulo,

«Hacia una agrupa-
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V. LAMSDORPF
ción de fuerzas contra la -subversión universal». Habló en ella el
profesor brasileño del lugar que ocupa necesariamente la fuerza ~n la
vida social,
y de
lo único que la puede
~y debe--no

sólo limitarla,
sino dirigir
y poner a su servicio: el derecho. Y ante la negación de
esta tesis, propia de todos los revolucionarios, hizo un llamamiento a
la unió_n de todas las fuerzas sanas de nuestros países, con el fin de
llegar a restaurar un orden natural
y .cristiano.
Por fin, se clausuró el congreso con la exposición de
J ean Ousset,
«Forces de l'action politique», en la que mostró, con su habitual bri­
llantez, cómo las fuerzas de la acción política corresponden a la fuer­
za de los múltiples órganos de que se constituye la sociedad de las
cuales la institución del Estado es la cúspide;
y que el recurso que a la
violencia no es admisible sino en casos de excepción en los q~e re­
sulte preciso eliminar cuanto perturba de un modo evidentemente
manifiesto la normal actuación de los cuerpos sociales.
Ciertamente, la mera reseña de las ponencias no basta a dar idea
d.e la atmósfera y de los cometidos del congreso. Pues casi lo más sus­
tanc'.oso de

él fueron los
«forllms», en

los que se discutieron, en gru­
pos más reducidos, fórmulas más concretas de acción,
y sobre todo,
las «rencontres», _no siempre programadas, espontáneas la mayoría de ellas, en que tuvieron ocasión los congresistas de confrontar sus pun­
tos de vista,
rns problemas

locales, profesionales o nacionales,
y sobre
todo, trabar conocimiento personal. Fue, en suma, un congreso muy
logrado,
y del que los participantes sacaron fuerzas renovadas ·para
la

lucha antisubversiva.
V. LAMSDORFF.
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