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Número 105-106

Serie XI

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Carta del Cardenal Ottaviani al VIII Congreso del «Office International»


CARTA DEL CARDENAL OTTAVIANI AL VIII CONGRESO
DEL "OFFICE INTERNATIONAL"
Roma, 10 abril 1972.
Queridos amigos:
Ld invitación que me

habéis enviado para asistir
al Congreso que
el

«Office International des Oeuvres de Formation
Civique et
d' Action
Culture!» tendrá en Lausanne a fines de este mes ha sido para mí
una fuerte tentación a la cual hubiese 1ucumbido sin duda si no me
lo hubiese prohibido el veredicto de los médicos. Y
a sólo el hecho de poder reunirme con vosotros, en el ambiente
de una familia espiritual tan francamente cristiana,
que desde hace
años

defiende y propaga, contra viento
y marea, la más pura doctrina
de la Iglesia acerca de todos los
problemas que interesan

a la organi­
zación de la Ciudad y de la Sociedad familiar y profesional, y
en-.
contrarme en medio de una selección de e1plritus tan distinguidos
me seducía y prometía las más puras alegrías de la inteligencia y
el corazón. Además el tema de vuestro Congreso y los temas de las
diversas conferencias de su programa ha llamado mi atención y soli·
citado mi adhesión.
Ciertamente, es un tema grave, difícil, un tema de una-actuali­
dad candente: fuerza y violencia. Os felicito, señores, por haber te­
nido el
valor de

abordar su estudio
y no dudo, conociendo la fuerte
armadura intelectual y la
sana orientación
doctrinal de los conferen­
ciantes, que vuestro Congreso

nos proporcionará sobre este tema el
cuerpo de ·sólida doctrina, clara y coherente, del cual nuestra gene­
ración
tiene la necesidad más
urgente.
Nuestras

sociedades modernas
J11fren con
creciente
violencia el
choque

de las
fuerzas de

la subversión. Sin ningún freno, desengan­
chadas de toda obligación moral, las potencias del mal parecen ha­
berse concertado hoy para dar el asalto supremo a todo lo
que queda
de

la Ciudad
cristiana y a la sociedad civil, sea la que fuere.
Y

frente
a estas

actuaciones de la Revolución,
muy frecuentemen­
te

los que debieran
usar de
la
fuerza del
derecho y de la Ley
y el
poder de la espada
que detentan para hacer

frente a la
acción de los
profesionales

del crimen
y del desorden, dan el espectáculo de una
lamentable

debilidad
y de una desoladora dimisión.
Olvidan que, según
el Príncipe de los Apóstoles, los jefes po­
líticos son

«enviados de Dios para hacer
ju1ticia de
los malhechores
y sostener a las gentes de bien» (1{! Eplstola de Pedro, II, 14).
San Pedro1 como se ve1 no es de los q11e, en nueitros dJas1 ponen
bajo el mismo pie el bien
y el mal, y bajo el pretexto de una liber­
tad igual para todos, dan vía libre al err()r y la subversiQn.
Por

otra parte, lo
mi!mo que San

Pablo,
quien, e1cribiendo a los
romanos,
cqmprendía bien que el prlncipe inspirase

a los malhechores
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CARTA DEL CARDENAL OTTAVIANI
11n temor ,saludable, «pues no en vano, dice, lleva la espada; es para
ti el ministro de Dios para castigar al que hace el mal» (Epístola a
los romanos, XIII, 4).
¡Qué elevada visión tiene el apóstol del poder coercitivo de la
autoridad, incluso pagana! Hay una necesidad urgente de restaurar
esta noción en
el pensamiento
de nuestros contem.poráneos, para dar
vigor a los responsables del
or4en político y social, si no se quiere
que la humanidad se hunda en la barbarie.
Este es un servicio que hay que rendfr a la sociedad y a la misma
Iglesia.
A este fin, San Pablo, en Ju primera epístola a Timoteo, le re­
comienda que haga rogar «por los reyes y por todos los que se han
constituido en dignidad, para que podamos llevar una vida en paz
y tranquilidad con toda piedad y honestidad» (I Epístola a Timoteo,
II, 2). Sabía
que el

orden
políiico y

la buena organización de la
ciudad condicionan el desarrollo normal de la vida de la Iglesia y
posee por este titulo, en la
línea de

la causalidad material (para
hablar en términos escolásticos J, una cierta prioridad sobre el des­
arro/Jo de la vida religiosa y moral. Ciertamente, el
uso de
la espada y de la
fuer,a tiene sus reglas
y sus límites. A diferencia de la violencia subversiva, que no conoce
ni ley ni freno, el poder coercitivo, la policía de la ciudad y la fuerza
de los ejércitos, aun siendo necesarios, quedan circunscritas en su
empleo a las exigencias del bien común, para servir de baluarte a la
vida y al bienestar de
las gentes
honradas y romper la
audacia de
los
hombres perversos «para que los derechos de todas las personas,
familias
y grupos, así como su ejercicio, como recomienda el 11 Con­
cilio Vaticano, sean reconocidos
1 respetados y valorizados» (Gaudium
et Spes, pbrafo 7 5, 2).
Y sacando a la luz, para los hombres de nuestro tiempo estas
enseñanzas de la Iglesia y estos principios del derecho natural,
que­
ridos amigos, rendís a nuestra sociedad el servicio más precioso, et
servicio de «ta verdad que salva» (San fuan, VIII, 32); ponéis en
manos de los hombres investidos de autoridad un poder de gobierno
que
muy
frecuentemente les falta hoy;
serenáis a
las gentes de bien,
frecuentemente aterrorizadas por las acciones de los malhechores,
y
contribuis eficazmente al advenimiento de una sociedad más huma­
na,
más .rerena y pacífica1 más ·moral y cristiana, donde puedan des­
arrollarse las obras de caridad y de ayuda social, en favor de todos
los que sufren los efectos de la pobreza1 la miseria y la injusticia,
ba¡o todas sus formas.
A trabajar pues1 señores, y que Dios1 por intercesión de la Virgen
María, bendiga

vuestros
traba;os.
Devotfsimo

en Cristo
/esús
( Alfredo Cardenal Ottaviani).
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