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Número 105-106

Serie XI

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Iglesia y liberación socio-política

IGLESIA Y LIBERACION SOCIO-POLITICA
POR
BERNAfU)O MONSEGÚ, C. P.
El medio ambiente actual en torno al tema.
El historiador que se haga cargo un día de la situación de la
Iglesia de España por la década de los años 1960-1970,
y un piqitito
largo, tendrá que decimos, poco más o menos, lo siguiente:
Fueron estos los años puestos bajo el signo de la renovación
conciliar. Años de tanteo y de aventura; de resistencia por un lado
y de flexión por otro; de apego, en unos, a lo tradicional y here­
dado, de prurito en otros por probar
y ensayar cosas nuevas; de suelta
aquí a la libre iniciativa y al furor profético; de freno allí, con
invocaciones a la disciplina, la ley y el Magisterio; de tratamiento,
en éstos, de lo socio-político, con renuncias proféticas llenas de reti­
cencia para el orden establecido ; de rechace, en aquéllos, protestando
de la politización
de la Iglesia, a la que acusaban de trocar el en­
feudamiento institucional capitalista por otro ideológico marxista.
El trasiego de personas y de ideas, facilitado no sólo por el en­
cuentro conciliar, donde se dieron cita las corrientes todas del
pen­
s~iento
cristiano y las maneras más varias, y a menudo contrapues­
tas, de convertirlo en praxis, según el enclave geográfico o la pecu­
liaridad étnica de padres y teólogos, sino también por las amplias,
fáciles y rápidas vías de corriunicación, ·a la sazón existentes, motivó,
en gran parte, el viraje brusco,
y notable en profundidad, que hizo
la Iglesia española a la hora de ponerse al día, siguiendo la línea
de renovación o «aggiornamento» que Juan XXIII imprimiera al
Vaticano II. Si tenemos en cuenta que
el Concilio discurrió bajo presiones e
influencias, ideológicas
y políticas, que dejaron su huella en unos
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
textos conciliares demasiado vagos e imprecisos, aunque llenos de
doctrina, porque el designio pastoral del Concilio no se prestaba ni
a definiciones dogmáticas ni 'a conceptualizaciones poco propicias a
la era carismática
y profética que se inauguraba (la que poco o nada
quería saber ni de leyes ni de conceptos con sabor de escuela) nos
haremos cargo perfectamente de los bandazos de nuestra Iglesia al
efectuar ese viraje.
Hechos posteriores al Concilio (los que han causado verdadera
alarma en
el pueblo de Dios, hasta obligarle al Papa a intervenir
para frenar esto, que más que renovación parece a11todemolición de
la Iglesia, y que algunos, sin embargo, no han visto más que como
natural despliegue de la
lógica del

Concilio)
están ahí
para con­
firmar el evento de los quiebros, los titubeos, los despistes,
y los
fracasos incluso, de la iglesia española en su singladura por el mar
de la
renováción conciliar

o posconciliar.
La aventura no puede co­
rrerse sin riesgos ;
y los nuestros, aunque sin la originalidad y la
gravedad de los corridos por otras iglesias, han llegado, en plan de
imitación y remedo, si se quiere, pero han llegado, en ·explosión
retardada y espectacular, causando verdadera conmoción y descon­
cierto en un pueblo no hecho a estos traumas religiosos, pegado
como está a sus tradiciones
y no habituado a los pluralismos dogmá­
ticos, disciplinares
y litúrgicos, que hoy se estilan.
Añádase a esto el prurito extranjeri.zante de una gran parte de
nuestro nuevo clero, encandilado por teologías
extrañas, hoy

en auge
o de moda, mientras vuelve
la espalda, desdeñoso, a la gloriosa e in­
comparable tradición teológica
nácional, inserta
en cuyo tocón úni­
camente llegaremos a tener una teología verdaderamente viva y ori­
ginal; y nos éxplicaremos la fase actual de la teología y de la Iglesia
españolas, demasiado a remolque
y ped!secuas de lo que traen vientos
que soplan en otras
latitudes. Nunca el solar patrio se vio inundado
de una literatura religiosa, de importación, más abundante, a base
de
traducciones y refritos, y a cargo casi siempre de clérigos que se beben
los vientos, por eso de que acamparon alguna vez en Lovaina, París,
Roma o Insbruk. Y el mal llega a su colmo cuando algunos centros
universitarios eclesiásticos españoles parecen ceñirse a ser caja de resonancia de las voces que vienen de fuera.
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IGLESIA Y LIBERACION SOCIO-POLITICA
Al aire del sociologismo teológico en boga.
Circunscribiéndonos

al campo de las ideas relativas al ordenamien­
to de la cosa temporal
y pública, asistimos,. lo mismo dentro que
fuera de España, a una auténtica explosión socio-política con carga
de ideologías o motivaciones religiosas, protagonizada con frecuencia
por los mismos ministros de la religión.
Esto permitió hablar, en cierta ocasión, al famoso cardenal Otta­
viani, de nuestros «comunistillas de sacristía» ; mientras otros, a su
vez, se hacen panigeristas de la violencia y la revolución, endechando
al Che Guevara; cuando no instrumentos o actores de la misma, si­
tuándose en la línea de Camilo Torres.
Pero, sin

llegar a estos
extremos, Jo
que resulta un hecho evidente
y generalizado es la politización de la religión, de la teología y de
algunos hombres de Iglesia. En nombre del compromiso cristiano,
del servicio a la hnmanidad, de apelaciones, sin más, a
la dignidad
humana y a la fraternidad universal, se quiebran o se saltan barreras
ideológicas y dogmáticas, para buscar sencillamente la colaboración
con quien quiera que sea, con tal de conseguir aunar esfuerzos a fin
de cambiar las estructuras vigentes y montar otras más justas, a base
de ideologías marxistas que se quieren bautizar en cristiano. Invocando la doctrina social de la Iglesia, se producen casos de
auténtica intromisión de la Iglesia,. por su esfera más representativa,
que es la del clero, en lo temporal y político. La Iglesia queda así
comprometida, y no religiosamente. En el
número 21
de
la revista
«América Latina» (1969) se publicó un artículo acerca del sindica­
lismo revolucionario cristiano en el que se hacia constar la repercu­
sión socio-política de ciertos adoctrinamientos teológicos y ciertos
comportamientos clericales. Se decía textualmente:
«La misma
jerar­
quía católica, apelándose a ideas del Vaticano JI, muestra cada día
una tendencia más acentuada a doblar su papel religioso poniendo en él una actividad política y social. Y hay una corriente progresista
que, sobrepasando las consignas conciliares y las enseñanzas de las
últimas Encíclicas, se arroja audazmente a la- batalla revolucionaria,
sin arredrarse ante
la acción en favor de la lucha armada.»
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
La radicalización y el endurecinúento de ciertas posturas cristianas,
en materia socio-política, corren
parejas con
la secularización en boga.
Cada día

se habla menos de lo sagrado
y cultual. Ocupa el hombre
el lugar de Dios en la religión,
y no se quiere saber nada de Estado
confesional ni de religión oficial. Pero, cosa chocante, mientras se quiere marginado el
clero y la
religión en todo lo que sabe a institucionalismo socio-político o al
orden institucional vigente, se hace leva de ese mismo clero
y de la
misma ideología religiosa para manifiestos de tipo político
y actua­
ciones auténticamente revolucionarias.
Se lanzan invectivas contra el
triunfalismo de una Iglesia, que dicen uncida al carro de los institu­
cionalismos políticos capitalistas,
y se cae en el triunfalismo de una
Iglesia a remolque de las ideas revolucionarias
y marxistas, trocando
un clericalismo por otro.
Teología: e

Iglesia padeceo hoy de una fermeotación política tal,
que se pone en peligro la misma razón de ser de la teología, tradu­
cida por sociología ; y el mismo ser de la Iglesia, cuya misión
parece reducida al papel de instancia crítica de la sociedad o de sim­
ple medio de promoción social, con olvido de su misión salvífica,
transformadora antes de conciencias que de institudones
y, si de éstas,
por aquéllas. Sólo cuando se hubieren cambiado
las estructuras

injustas del
01;den establecido ~se nos

dice-, creando una situación de bienestar
material para los hombres todos, es cuando se podrá pensar en darle
al hombre el pan que sacie su hambre espiritual, hablarle de Dios,
del pecado, de
la gracia y de la salvación eterna. Mientras, no hay
que preocuparse mucho, porque el pecado que abunda en el mundo
no es hijo tanto del abuso de la libertad individual cuanto de la
tiranía maligna que ejercen sobre el hombre las
s~tuaciones sociales
injustas,

que son las que están
verc\aderamente empecatadas.
He

aquí por qué hay que hacer apelación constante al Evangelio
y a la Iglesia, utilizándolos para la denuncia profétka de las injus­
ticias
y de las opresiones políticas, capitalistas o empresariales. Hay
que concebir la Iglesia como pura instancia crítica de
la sociedad ci­
vil o, por lo menos, reducir a eso su misión primera
y capital. Con lo
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IGLESIA Y LIBERACION SOCIO-POLITICA
que se desvirtúa el· mensaje evangélico y se equivoca o hace inútil la
misión propia de la Iglesia.
Nada de extraño, en consecuencia, que se·oigan voces, como decía
en una entrevista el obispo de Rotterdam, monseñor Simonis, pi­
diendo la adaptación de la Iglesia a esta manera de entender y reali­
zar el mensaje de Cristo, o su supresión. No es que· se ci.iestione
sobre la existencia y necesidad de la Iglesia. Es sencillamente que
se
la describe como «la instancia crítica de la sociedad» y a eso se
reduce su misión, o bien se la descarta como cosa inútil, «grandeza
pretérita», «tumba de. Cristo», de la que debe •salir para que su men­
saje tenga vigencia en los
nuevos tiempos y ante las nuevas,formas
sociales

que se avecinan.
Cuando alguien replica que esto va contra una tradición mil~aria,
enseñando, por boca del más alto magisterio, «que la Iglesia no
tiene sólo una función intramundana, sino que debe atenerse a los
dogmas y los sacramentos, ellos contraatacan diciendo que el Ma­
gisterio no se ha resignado todavía a la extinci6n del verticali.rmo,
pero que muy pronto tendrá que convencerse de la que la Iglesia sólo
podrá tener posibilidad de afirmarse si se empeña totalmente en fa.
vor del mundo» (Simonis).
Y ·llueven las denuncias proféticas, y surgen las «comunidades
críticas», nominal y oficialmente católicas, pero prácticamente
-en
desacuerdo

con la Iglesia oficial institucional, pues lo importante- no
es guardar fidelidad a la ley, al orden establecido, a la autoridad,
a la vieja concepción triunfalista de la Iglesia, a su tradición, sino
ser fieles a nuestra conciencia, estar a
la eséucha de las señales de los
tiempos, tener los ojos bien abiertos
al mundo y dejarse llevar por
el viento de
la historia.
Llegado
el hombre cristiano a su mayoría de edad, ya no necesita
de las andaderas de la Iglesia. Esta, a lo sumo, debe servirle, no tanto
de medio para unirle con Dios, continuando en el mundo la misión
salvadora de Cristo mismo, que
se hizo hombre para que los hombres
fueran como dioses viviendo a
lo divino, cuanto de instrumento
para que
la humanidad se adore a sí misma, orgullosa de sus con·
quistas

científicas
y tecnológicas. Se diviniza, en consecuencia, al
hombre, pero por un camino inverso al seguido por Cristo. Este, si
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BERJ,ARJJO MONSEGU, C. P.
se e11carna y. abaja has.ta el hombie, es para.qu,: éste suba hasta Dios;
mientras que la
e11carnación que
ahora se predica es para . que .el
hon¡,
bre se huinanj.ce. cada vez más, se erija en centro y vértice del uni­
verso, _quede ca,da dia más.encarnado en la tierra,'.dándo~e ep. exc;lusiva
a la promoción de los. bienes terrenos,_ mientras se olvidan o pasan a
un segundo pla,no los. celestiales. Una Iglesia en una palabra al ser­
vicio

del
hon¡bre y
no
d, Dios.
El interrogante es pl.a.Ii.teado eri la Asamblea, y su respuesta es
rechazada por el Documento.
Todo este panorama eclesiológico, con una Iglesia concebida a
modo de ideología al servicio de -fines socio-políticos, cuya consecu­
ción ha · de hacerse. en el tiempo, quemando para ello etapas, rele­
gando a

un segundo plano
la salvación eterna, la vida interior y la
conversión del corazón, para dedicarse ante todo y sobre todo a la promoción temporal del hombre, a la acción eficaz
y al cambio de
estructuras que dificultan la implantación de la justicia social; todo
este panorama, repito, ha tenido una réplica fiel en la Iglesia espa­
ñola, la que se impuso en la Asamblea Con junta de obispos y sa ·
cerdotes

de 1971, cuyas ponencias
y conclusiones quedaron recogidas
a toda prisa
e11 un v.olume11 famoso con

vistas al Sínodo Episcopal
Romano, de ese mismo año.
Afortunadamente, ni el Sínodo se colocó en la línea doctrinal y
pastoral de nuestra Asamblea Conjunta, ni las ponencias y conclusio­
nes de éSta tienen más fuerza que la que uno quiera darles ; no más
desde luego que lo que valgan sus razones. Su autoridad moral ha
quedado muy en entredicho y capitidisminuida con el documento emanado de la Sagrada Congregación del Clero, desfavorable
e11
sustancia: a las ponencias y conclUSiones de nuestra Asamblea Conjunta.
Ni lo dicho y sucedido en la XVI Asamblea Plenaria de la Con­
ferencia

Episcopal, celebrada a raíz de hacerse público ese
docu­
mento -y condicionada, efl parte, por el tenor del mismo, compren­
diendo las palabras del Pápa a nuestro Cardenal Presidente, ni la
carta, leída,
de la Sécretaríá de Estado de Su Santidad, el discurso
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IGLESIA Y UBERAClON SOCIO-POUTICA
intencionado del señor Nuncio y el comunicado oficial de la Conferen­
cia, bastan
para poner
en pie la
taml¡aleante,y desacreditada Asamblea
Conjunta.

Esta quedó, prácticamente, para el
arrastre con
ese docu­
mento
y los otros estudios críticos que han visto la luz sobre sns
ponencias y conclusiones.
Valor intrinseco,,áel Doc11mento.
El peso, al documento de, la Sagrada Congregación del, Clero,
calificando de inmaduro el' conjunto de
les docwnentos
y conclusiones
de la Asamblea Nacional de ·obispos y sacerdotes,
tanto en

su con­
tenido como en· su formulación-,
y poniéndole «graves reservas; doc­
trinales
y disciplinarias», por
ciertas «ideas
.fundamentales
y plan­
teamientos de base ,incorrectos' o, en diversos casos-, claramente
erró­
neos» ( acusaciones todas, como se ve, muy serias), no se lo da tanto
la
fuente de . -donde ·dimana el documento, o su valor extrínseco
( cualesquiera que bayan sido los trámites formalísticos que haya se­
guido su envío} cuanto su valor intrínseco, o el peso-específico de
las razones en él aportadas para poner en entredicho los trabajos de
la Asamblea Conjunta. Esas razones o reservas
alcanzan tanto
a los mé­
todos de encuestación
y realización de. la Asamblea como . a su ta­
lante excesivamente sociológico, democratizante, relativista e histo­
ricista,
y a los contenidos y formulaciones. de ponene:ias y conclu­
s10nes.
Y

sobre el valor intrínseco del Docwnento es sobre lo que
hay
que fijar la atención, porque aunque .se:a verdad que, en las cosas
de la fe
y la revelación, en teología sencillamente, según dejó consig­
nado, de un modo definitivo, Melchor
Cano7 en, su De locis theolo­
gitis, siguiendo a Santo ·romás, no es·. la razón la cjue tiene el mayor
peso, sino la autoridad de la
,,evelación misma.

o de sns intérpretes
autorizados; sin embargo, las
razones del

Documento son
de mucho
peso,
porque,·

precisamente, son razones teológicas al
mo ;
en las que se tiene en cuenta, ante todo, el dato
reveladó-, las

ense­
ñanzas del Magisterio, ya ordinario, ya extraordinario,
y lo que la
Iglesia tiene por
Trad!ción multisecular,

que
ño puéde ser

arrumbado
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
a la ligera, ni menos por afán de novedad- o notoriedad, aceptando
unas filosofías que no tienen probada su verdad ni su capacidad de adaptación a
las exigencias del dogma.
Las justificadas denuncias que hace el Documento.
El más grave y fundamental fallo de las ponencias y conclusiones
de la Asamblea Conjunta, fallo que el documento de la Sagrada Con·
gregación se encarga de poner de relieve de manera insisten.te y a va­
rias luces, radica en esto que acabamos de apuntar: en que nos da
una teología que no es teología católica, porque antepone las luces
de la razón a la luz de la revelación, da tanto o más a .los signos
de -los tiempos que a los attículos -de la fe, a los contextos histórico­
sociológicos que a los postulados dogmáticos, a los criterios naturalis­
tas y temporalistas que-a los sobrenaturales y de transcendencia.
Hay un afán de conformismo con la figura del mundo que pasa
y con las ideologías socio-políticas
en boga,
más que de adhesión y
predicación firme de las verdades de la fe, tal como constan en la
Escritura y vienen interpretadas por la Tradición y el Magisterio.
La acción pastoral queda erigida no sólo en vehículo y blancó de
una doctrina que es vida
y para vivirse fue predicada, sino también
que ella, por sí misma-, se· constituye en doctrina, condicionando no
sólo
la aplicación, sino hasta la significación misma de los principios
revelados. Con lo que los datos de la fe quedan prácticamente com­
prometidos ante las exigencias o señales de los tiempos.
Parece como si estos signos adquirieran el carácter de fuente de
la revelación. Tan en el mismo nivel se pon-en a cada paso con el
contenido de la Revelación transmitido por la Escritura y la Tradi­
ción
y enseñado infaliblemente por el Magisterio, «en orden al des­
cubrimiento de la verdad de la fe
y de la manifestación de la volun­
tad
salvífica de Dios» (Docutnento, I, a).
Siempre en esta misma línea de ambigüedad y equiparación entre
lo que piden las fuentes de
la -revelación y exigen las circunstancias
de
los tiempos

está el esfuerzo por
poner casi
a un mismo nivel la
exigencia de «fidelidad a Cristó» y la de «fidelidad al mundo».
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IGLESIA Y UBERACION SOCIO-POUTICA
Más aún. Las interpelaciones del mundo moderno a la Iglesia,
sobre todo en -lo político-social, se consideran como un· juicio de Dios
y se hacen como un test divino, comprobativo de la autenticidad de
la fe cristiana. Y ello, porque el concepto dinámico de la fe se en­
tiende de manera errada: como simple adhesión a Dios
y al mundo,
pero sin que ello implique adhesión a contenidos
ni fórmulas inmu­
tables
de verdad, porque todo es cambiante, y la verdad e indefec­
tibilidad de la Iglesia
no· consiste

en otra cosa que en su capacidad
de adaptación
á las circunstancias cambiantes de cada tiempo, para
decirle al hoinbre lo que aquí
y ahora le conviene, y que, práctica­
mente, viene exigido por el hombre mismo, obediente al < de las señales de los tiempos, aunque ello esté en Contradicción con
lo que le dijo ayer.
Nace esta tremenda desvirtuación de la fe
y de sus contenidos
dogmáticos de una concepción
_excesiva y preponder~temente· antro­
pológica
de
la teología, que lleva lógicamente a 1a socialización y
politización del mensaje, invirtiendo · el p~an salvador. En vez de
atender primordialmente a la liberación del hombre de su pecado,
poniéndole en
com~ión c':m Dios mediaqte la

aceptación de la
pa­
labra revelada en Cristo, lo qµ.e hace es ocuparse casi exclµsivamente
o
pone~ en
prime{ plano la
libera,ción social,
acabando, con situaciones
de injusticia
y estructuras injustas, s0bre las que casi únicamen.te se
hace
recaer la condición pecadora del hombre.
Es. decir, se pasa a
las cosas.
y a las instituciones lo que el Evangelio pide ante todo a
las conciencias.
La misma revelación de Dios se
interpr.eta a

modo de una expe­
riencia íntima de lo divino en el hombre, se diviniza, como quería
Feurbach, Jo que no es más que proyección o aspiración del hombre
mismo. De ahí la instrumentación de la religión y de la Iglesia para
fines temporales o de simple promoción humana.
Pero
la verdad es que 1a revelación no se há verificado ni veri­
fica por la experiencia de lo divino en el hombre; sino por
la acep­
tación del mensaje venido de lo alto, y al que el hombre debe subor­
din;:trse
y acomodarse, y no a la inversa, quia r_es denominantur a
potiori. El pensamiento divino hecho para nosotros palabra en Cris-
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BERNARDll MONSE<;;U,' C. P.
to, dice R. Guardioi '(1)-, es ,la ,autorreveladón de Ilios a la aiatura,
constitnye el mensaje cristiano, .que es, a. un tiempo, histo.ri(J.· .y suceso
histórico, Pero de tal manera es históricq que ,condiciona toda. la
historia y a.su luz ha. de ordenarse todo cwnto ~l hombre haga en el
tiempo.
Por. eso ~l hombre debe al'OPtar ese

mensaje .
.¡\cepta¡fo digo
más

que
no tratar
de hacerlo aceptable,
acomodándolq a
sus
exigen:
cias

sico-sociológicas o espacio-temporales.
. , . . . , .
No,

se puede pretender, como parecen
insiou,ir algunopextos de
la

Asamblea Conjunta,
«un cambio
.fundamental. del estatuto reli­
gioso del hombre ante
· Ilios»,

porque
. la
palabra
pronunciad,¡ por
Ilios en

su
Cri;to permanece
para
siempre,y el hombre moderno
no
es quien debe configurar a
s.u estilo y medida a Cristo y su mensaje,
sino
viceversa:
él, quien

debe
configur~e al estilo y a la medida de
Cristo.
Y para acertar
~on el, auténtico estilo f medida de Cristo no
se ha ae ir precisa~ente a ·1os datos de la ·sociología y si<;ología, del?,
raz6n o fa filosofía, silio a 10s datos de ía · fe, a 10 qlle está en la
Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, a la Revelación, en
uria palabra,

propuesta
e· interpretada
por la Iglesia:
Es 'verdad que' el Espíritu sopla donde quier~ y que su acción
continúa'· perenne · e11 'la 1gJesia/ · y rnf sólo ell la jerarquía. Pero no
es menos· Verdad"que ·la"' á.uténtica--tevélación -dé DioS, la que nos dio
todo el in~saje cri'Stiano, s'e Wzo· una vez j:,afa Siémpre y tetminó con
el último de los apóstoles. ·
Como también es Verdad que para ·entertdéf ese· meilsaje y hacet
Su reda aplicación l!n el tiempo ya no'. le basta 'al hombre con mirarse
a sí mismo ni estar a la escucha de las señales de los tiempos, ni
siquiera
con· irs'e· directarriente a ·las" ,fuentes de ·fa :revelación, como
es la Escritura, sino


la Iglesia, médio da salvación
quérido pór Crist-0 ·lJ11smo · para -que su -mensa je sea para i.tosotros no
sólo
vida~ sino támbién vérdad.
En consecuencia, decía Pablo VI en la ,audiencia general ·del 2
de junio de 1971; pariL que el hombre entre ,en el l\mbito luminoso
de la

gracia
y de la fe,,,ya no le basta,,on estar al soplo del Espíritu,
. l.,·
(1) ·R. GUARDINI, Dominio' :¡¡¡e·, t>Jor y ·'tifértaá le!" hOtnb,e; Mádiid,
196,,
págs, 13i·y:,¡g,;
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IGLESIA y UBERACION socw,POUTICA
ni le basta ton la Sagrada Escritura para ponerse en contacto con la
acción
salvadora del Espíritu

de
'Cristo ;
porque,
aunq;,., DiOB lo
puede
· hacer

todo,
en· «el plan

histórico-social
· establecido
por Cristo,
él Señor tiene siempre en cuenta la vital· condición de la Iglesia:
la Iglesia
maestra, la Iglesia cualificada en

una especial función de
vigilante, de
· docente,

de intérprete
de la• Sagrada Escritura, cuyo
verbo puede resonar oscura, incierta y hasta· falazmente, si no es
proferido por los labios que tienen el carisma de ·encarnarlo histó­
ricaniente en. auténtica ,y unívoca verdad».
Nada, pues,. de apelarse al profetismo de la Iglesia ni a la mani­
festación de la voluntad ·de Dios en el acontecer p.istórico, en eso
que dicen signos de los tiempos. Es un malentender ese profetismo
y esa voluntad, erigirlos en· criterio: de verdad y de vida. Esto sólo
compete a la revelación positiva de Dios interpretada y garantizada
por la Iglesia, que él mismo instituyó para ese fin,
·
Afirmaciones insostenibles.
Notemos, en consecuencia, el acierto con que el documento de la
Sagrada Congregación declara inaceptable el contenido de las afir:
maciones

que
· se
encuentran en las proposiéiones I y
II áprobadas
por la Asámblea
· Conjunta,

a saber: que
·«el espíritu

de Dios» actúa
sin más' y ·hemos de verlo a traVés de fos caffibios, secularizadores y
serularizantes, del mundo.
Pues ~ade el· DoéumentO---:--:- «no se
puede ignorar que' buena parte de esos fenómenos son ri cialmente contrarios a la fe Y'ª la moral' cristiana>>. ·
Que

lo que
acontece sea; por el mero: hechó
de acontecer, ·criterio
de discernimiento de la -voluntad divina, es ridículo y absurdo: Ello
nos llevaría
a poner
en un
mistruí nivel
de voluntad y complacenciil
lás mayores ~añas y los ri:iayores crímenes, IoS éxitos ·y· 1~ fracasos
de la Iglesia, k,. triunfos y las-catástrofes, lo que es un ~. ade'
lanté·y
lo

que es un
paso atrás. 'Una cosa es que Dios hasta de loil
males sepa sacar bienes y que por estos bienes -permita los males ; 'y
otra, muy distinta;·que·los males· dejen de serlo por el merq hecho
de
la
•voluntád permisiva de Dios·.· Muchas ·

cosas
'han· sucedido,-· su'
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
ceden y sucederán en el mundo, ya por el juego de las fuerzas ciegas
de la naturaleza, ya por el juego libre de las voluntades humanas que
Dios no habría querido que sucediesen. Si han sucedido
y suceden,
el suceso no es jamás criterio, de suyo, para discernir esa voluntad
divina ni ver en ello la acción positiva
de Dios como próvido guar­
dador del orden moral sin hacer ofensa a la libertad de una criatura
que él mismo ha querido así. Esto equivaldría a hacer de la .historia una divinidad en marcha
y a considerar el hoy siempre mejor que el ayer, y hacer de la ac­
tualidad la ley
de la verdad, como de la moda la norma de lo moral.
¿Es que fue acaso un bien querido por Dios el que la mitad del
mundo cristiano cayese bajo
el poder del Islam?
El discer~miento del «espíritu de Dios», lo mismo en los acon­
teceres históricos que en los ideológicos, no está confiado a la his­
toria misma ni a
la -

ideología misma, por actuales que sean, sino
a criterios sobrepuestos a la sociología
y a la historia, que vienen
iluminados por
la luz de la fe. Esta no nace ni de la historia ni de
los fenómenos sociológicos, sino que viene de lo alto, consta en la
Escritura y la Tradición, y no comoquiera, sino tal y como viene
.recibida y transmitida, según acabamos de oir a Pablo VI, por la
Iglesia, por aquellos, de un modo particular, que tienen en ella
la
rectoría en línea de sucesión con Cristo, singularmente aquel que
tiene el carisma de encarnar en su persona de un modo histórico a
Cristo mismo, declarando auténticamente cuál es
la verdad del men~
saje

de Dios a la Humanidad en su Cristo.
El fallo de más bulto en las 60 conclusiones de la ponencia pri­
mera de
la Asamblea Conjunta, según el análisis a que las somete
el documento de la Sagrada Congregación, procede justamente de
esta involucración de lo divino en lo humano, de este confiar el
discernirµiento de

la fe
y de la voluntad de Dios al juicio de la his­
toria, la sociología o la sicología, queriendo leer_ como página sagrada
los signos de los tiempos, y no
la Escritura en el contexto de su Tra­
dición eclesial. Cuando a .éstas se hace apelación, no es para llevar
el mundo
y sus aspiraciones hacia Cristo y su fe, sino para poner _a
Cristo y su Iglesia al servicio del mundo, subordinando lo divino a
lo humano,
la teología a la histor.ia,. lo que debe ser a lo que es.
47~
Fundaci\363n Speiro

IGLESIA Y UBERACION SOCIO-POUTICA
Se trabaja, en consecuencia, por la promoción temporal del hom­
bre y de la Humanidad, pero dejando que se eclipse en él la imagen
de un Dios transcendente y de una felicidad que no se lograrác en el
tiempo, porque el reino de Dios, aun
comenzand6 en

el mundo, no
es. de este mundo.
Desvirtuaci6n del Mensaje.
Y no es que nosotros queramos que el cristiano deba desenten­
derse de tomar parte en la lucha por una sociedad más justa. Nada
de eso, diré con las palabras del cardenal Danielou, muy oportunas
a nuestro propósito: «Cuando Monseñor _Elder Cámara recuerda ese deber, le aplaudimos sin reservas. Pero lo que resulta intolerable es
vincular ese
llamami~nto a

un compromiso temporal
y a una teología
de pacotilla.
»Lo malq es que el comprorniso temporal_ vaya acompañado de
una depreciación del compromiso espiritual. Es inadmisible decir :
«Haríais mejor tomando parte en un meeting-pro Vietnam que >le­
yendo a Chartres» (2). Es inadmisible afirmar que 1a oración.no es
tan esencial como la acción temporal. Los que proceden de. esa ma­
nera minan al cristianismo desde -dentro. No queremos a estqs tristes
enterradores que anuncian la muerte de Dios como la esencia del
mensaje pascual» (3).
Lo que vicia
de. raíz

la primera de las ponencias de la Conjunta,
es justamente esa
al~eración de

perspectiva, ese preocuparse más de
la añadidura que del reino de los
cielos,_ de la liberación social que
de la liberación de la conciencia de su pecado. Y todo, por partir de
unos supuestos básicos inadmisibles,
cuales son

el dar tant<;> a los
(2) Alude aquí el Cardenal a Unas octavillas que se repaftieron en el
camino de Chartres, durante
la peregrinación de estudiantes. Ridiculizando
la

peregrinación
y los peregrinos, se decía en ellas: «Chartres, certificado de
autosatisfacción y, tranquilidad de conciencia.» En invitación a la insurrección.
«Los estudiantes que conozco hicieron trizas
sernejant~ po~quería. Ya

tenían
bastantes
slogans estúpidos.»
(3)· J. DANiE'Lou, ¿Desacralizadóf,l o evangelización?, -Bilbao, 1969, pá­
gina 43.
477
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU,• C. P.
signos' de los ,tiempos como'ª las .fuentes, de la revelación; con lo
que se desvirtúa
la misma revelación sóbrenatural ¡ tanto • la fidelidad
al mundo como a la fidelidad a Cristo;· tanto a la sociología como ,a
la teología; al pueblo coll10 a la jerarquía; a la promoción temporal
como a la salvación eterna; a la razón como al Magisterio; -a· la de­
nuncia profética como a la ley o la institución.
El lenguaje de la oración resulta así ininteligible. Como el hom­
bre moderno no entiende más que el de la acción, la técnica y la
eficacia, en ese lenguaje hay que hablarle, La teología hay que
traducirla por sociología y política; como la ·religión-por -Servicio al
hombre y promoción social, Y de esto adolece al máximo el" engendro
de nuestra Asamblea Nacional Conjunta,
· ·
«En
todas · las ponencias, y

espedalmente en la primera, hay una
contillua tendencia a disolver la misión de la Iglesia en · una acción
sóció-política, ·coildiciollante de las otras actividades pastorales ... Par­
tiendo de la consideración explicita de que «la Buena Nueva traída
par-Cristo es la liberación· integral del hombre» ( en la· que se in­
cluye
como elemento esencial y constitutivo la liberación politiéo·
económica), se postula, como esencial, el -compromiso del ministro
sagrado -y de la Iglesia • en cuanto tal~ para aquella liberación
politico-econóniica,
admitiéndose, en algunos casos, la acción política
de partido para los sacerd~tes, aicióh · que · a veces podría tener' un
carácter violento>> (I, e).
Del primado otorgado a esta concepción
socierpolítica de
la libe­
ración tta:ída por Cristo· ptoviené · también «una Concepción colectivista
d~ lá moial y de la salvación», y un no ver más ¡,ecado que el social
o de'íhjUStida;·_o~ ]?01' lo meri.os, descafgar··sobre: la sOcieda.4 la res­
ponsabilidad princip;.l de todó pecado, Lo espiritual, religioso y
eclesiológico queda súóordinado e i~irumenta!izado. al servicio de lo
ternpord,
lo esencial, lo. econóniico y lo político. Todo. al, revés de
como
µos' lp presenta la. Escritura, lo declara el. Magisterio y lo .dicta
hasta la, .razón, ·quia-re.r ·denomimttttf' a .potiori. En esta perspectiva
~dice muy bien el Document~ se arrúiri.an los puntos capitales de
lafé; de

la
moral y de 1á disciplina de lá Iglesia {I, f), ·
Se. cae, ip,cluso, de. rodillas ante ,el mrmdo. 'No ie busct más
que congraciarse con él, aceptando sus puntos de vista y mundani7
47~
Fundaci\363n Speiro

IGLESIA Y LIBERACION SOCIO-POLITICA
zándose, ,en costumbres y hábitos. A ,un mund°" secularizado hay que
ir --así se pie'nsa.,....-secularizándose; y tenemos una concepción tan
errada de la vida como de la fe cristiana. La· desacralización se hace
sinónimo de espiritualización o purificación de lo cristiano. Se habla
con reti_cencia y menosprecio de las_ prácticas devocionales ; como con
reticencia. y menosprecio, se habla del cristianismo de masas,. que es el
que constituye la verdadera Iglesia ·de los, pobres. La religión uo
puede ser más que cos~ de pocos, de selectos·; una aristocracia espi­
ritual ---comenta Danielou~-incompatible con la muchedumbre. ¿ Y
dónde queda
aqqello del

Evangelio, de que
los pobres' son evange­
lizados?
-Pero es que por este camino se llega todavía a más .. ·A querer un
cristianismo sin Iglesia
y sin Dios. Porque una religión, acendrada
y purificada de todo rastro de idolatría, magia o superstición, es una
religión centrada exclusivamente sobre el hombre y puesta , al ser­
vicio .del hombre. De verdad, sólo. se viv:e el cristianismo cuando: se
le ve libre de la hipoteca de Dios; Cuando el culto a Dios se tra­
duce por servicio al p~ójimo. Y es que no existe sino lo· humano·:
«Dios
murió en Jesucristo».
El mensaje de Cristo es su mandamiento nuevo: -el mandamiento
del amor al prójimo. Consiste en la liberación de los pobres y opri­
midos, en acabar con esta situación de in justicia y. de pecado que
padece el mundo. Ella es la que verdaderamente constituye el pecado
original, la concepción del hombre
en pecado, la ,que hace inevitable
su
pecado, Estamos
ante

un salto
«cualitativo» de tal

naturaleza, en la con­
cepción del mensaje, que con raz6n dicé ~1 Documento < necesario ( estando al juicio de la Asamblea Conjunta) un cambio
fundamental del estatnto religioso del hombre ante Dios».
Lo
malo e inadmisible es precisamente este cambio -que se pos­
tula'. Reconocerlo
sería tanto -como admitir- que la Iglesia ha tenido
durante siglos·· una mala ,inteligencia de la verdad revelada, que no
ha sido intérprete fiel
cdel Evalngelio,•y su ,mensaje, que

no
há hecho
honor ·a su misión de, Madre y .Maestra. ,y entonces,' ¿-quién -nos ga~
rantizatía. su presente o .futu.ro acierto?-
La cosllfes.
es tecusar
Ia.,nueva inter-
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU, C. P.
pretación del mensaje, aceptando la tradicional y consagrada por la
Iglesia, adaptándolo cuanto se quiera a las exigencias de nuestro tiem­
po, pero; como decía el Lirinense,
eodem sensu eadameque sentencia,
sin sacarlo de madre y sin ailterar su sentido.
Cuanto más, que ni a la luz. de· las fuentes ( que no son, claro
está, los signos de los tiempos) se puede admitir esta interpretación
temporalista
y sociológica del Mensaje predicado por Cristo. Ni la
justicia evangélica es
la justicia de que hny tantos nos hablan en
nombre del Evangelio, como ya se di jo en el Sínodo 1971 por vo­
ces autorizadas; ni el espíritú de las
Bienavenhl.ranzas va

por el ca­
mino de esa liberación social ni de esa felicidad temporal que con­
dicionarían la bienaventuranza efectiva que Jesús promete, aquí
y
ahora, a los que declara bienaventurados.
La bienaventuranza cristiana, la que Dios promete a todos y a
cada uno, no se subordina ni espera a la realización de un estado pa -
radisíaco

sobre la tierra, en
el que no haya ni pobreza, ni dolor, ni
injusticia. Jesús declara bienaventurados a los mismos que
-están pa­
deciendo

la pobreza y la injusticia. Y,
¡pobres, de
nosotros, de los que
en espera de un mundo sin injusticias no podemos ver hecha reali­
dad para nosotros, individualmente,
1a bienaventuranza que Cristo
predica ese reinado iniciado, suyo, que está dentro de nosotros mis­
mos, ·regnu.m Dei intra-vos est, y a cuya meta definitiva nos encami­
namos!
· Con
razón notaba el

cardenal Hoffner, en el Sínodo 1971
Osser­
vatore Romano, 22-X-71) que no resulta clara ni convincente la razón
teológica
sobre que quiere basarse la liberación social de
los pueblos
en nombre

de la justicia y
el Evangelio.
Y es que el concepto de justicia
y de libertad o liberación de que
trata el Evangelio dista mucho de coincidir o, por
'lo menos, no coin -
cicle
ni

menos
se prueba que coincida con este tipo de justicia y libe­
ración social,
de que hoy tanto se nos habla. Y más todavía dijo,
contradiciendo la que parecía tesis de nuestro cardenal arzobispo de Madrid, según el cual como objetivo de esa liberación evangélica hay
que poner también situaciones sociales de pecado, - como el racismo,
el colonialismo, el imperialismo económico o
cultural, la opresión,
etcétera.
«No creo, dijo, que se pueda afirmar que la liberación y
480
Fundaci\363n Speiro

IGLESIA Y UBERACION SOCIO-POUTICA
el progreso de los pueblos sea parte integral de la obra redentora de Cristo.»
Tirar por ese camino es llevar a la Ig)esia directamente al campo
de
lo socio-político, metiéndola de lleno en la lucha por el cambio
de las estructuras que dificultan la instauración de un orden verda­
deramente cristiano. Lucha directa que no es de su competencia, pues
lo suyo es lo propiamente religioso y moral, lo que toca a las con­
ciencias_ en orden a Dios, fin último del hombre. Y en la realización
de la justicia social. y en el juicio sobre lo que aquí y ahora procede o
cabe hacer, y cómo puede hacerse, para conseguir un orden socio­
político o económico justo, habida cuenta de los condicionantes his­ tórico-sociológicos y otros mil que juegan en cada comunidad social
o política, no es a la autoridad religiosa a quien Dios h:¡1-concedido
el poder y el discernimiento, sino, a _la civil. ¡Y qué difícil es deter­
minar
a~í cuándo

estamos ante un orden justo o in justo
y cuándo se
guarde el orden de la justicia, dando a cada cual lo suyo,! ¿Cuál es
lo mío y cuál es lo tuyo? ¿Con arreglo a qué criterio y ordenamiento
lo determinamos?
¿Se puede medir la justicia con la justicia misma?
Santo Tomás dice que no. Que hay algo por encima de la justicia,
mediante lo cual se hace posible un juicio recto sobre lo justo.
Flexión sociológica peligrosa.
Consideramos, pues, peligroso, lleno de ambigüedad, y hasta per­
turbador, todo empeño que centre la misión de la Iglesia en una ac­
ción directa sobre las estructuras-, aunque no sea más que haciendo
un juicio práctico sobre las misnias. De ahí a convertirse en promoto­
ra o amparadora de la violencia, la rebelión o la revolución no va
más que un paso. Paso que algunos eclesiásticos no tienen reparo
en dar. Para mal suyo y de la Iglesia.
Ni la Iglesia ni sus ministros, precisamente porque representantes
y vectores de los fines y fos medios~ la significación y la misión, es­
pecíficamente religiosa, que compete a la Iglesia, en cuanto distinta
de la sociedad civil, pueden bajar
al terreno que es propio de ésta.
Si es caso pueden
y deben hacerlo los simples cristianos, que como
481
,,
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
tales no comprometen a la Iglesia, , ya que -su actuación en lo.-socio­
político es por la vertiente que les inserta de lleno en · el mundo.
Ellos son los que deben·
impregnar· cristianamente lo temporal y sus
estructuras, actuando ·como cristianos,-lo ·que· llevará -a· .la modifica­
ción de las estructuras· injustas-. Pero aun ellos· ·se· guardarán bien
de hacer de lo religioso instrumento ni bandera de lo político, ma­
nipulando la religión para sus fines temporales. Lo que consigan,
ha de Ser por impregnación y consagración de · dentro afuera, sin
consentir· que lo más se subordine· a lo menos, lo eterno a lo tem­
poral, lo de Dios a lo del César; sino al revés.
Es falso, por consiguiente, de toda falsedad, lo que· leíamos en
una publicación quincenal española, solidarizándose con lo acordado por los sacerdotes reunidos en Ginebra: Que la Iglesia debe estar
aquí, metidas
las manos

en la masa de todos los problemas, respon­
sable 'de ellos. Pues sólo· será fiel a su misión, en la medida que salve,
al mismo tiempo, las almas y el mundo. «En el orden temporal -decía
Pablo

VI con
fecha 13

de julio de 1966-- la Iglesia no sirve para
nada, en sentido absoluto, porque precisamente su reino Ilo es de
eSte mundo;·

aunque sea luz del mundo.»
Esta flexión histórico-sociológica, tempo!alista-marxista, que cabe
advertir en las ponencias y conclusiones de la Asamblea Con junta,
está muy en consonancia con la actitud adoptada por la Asamblea,
de acatamiento
y veneración a los signos de los tiempos. Por eso,
quizás,

nota muy bien el Documento de la Sagrada Congregación,
hay en esas ponencias un prurito por aparecer al día y avanzados,
seleccionando parcialísimamente todos aquellos. textos y documentos
magisteriales
y escriturísticos que pueden favorecer esa perspectiva,
silenciando los demás; y, sobre todo, no dejando ver en su .exacta
perspectiva
y .contexto los mismos textos citados a su favor.
Por eso, también, hay un
mal disimulado resentimiento contra
el capitalismo y su mentalidad, al que se ataca a cara descubierta,
mientras que se toma partido «por un materialismo socialista, que se
quiere presentar como una noble aspiración de justicia, que es nece­
sario compartir». El capitalismo es el
máximo pecado

social. Se le
condena sin más
y sin distingos. Mientras no se ve semejante conde­
nación
ni para el marxismo ni para el ateísmo. Eso que el Magisterio
482
Fundaci\363n Speiro

IGLESIA Y UBERACION .SOCIO-POUTICA
ha enseñado, solemne y repetidamente, que .el comwti.smo. es intríp,­
secamente perverso, cosa que no puede decirse del capitalismo. Está
latente la
,acusación de, alguoos

teólogos contra la Iglesia, echándola
en
carael haber

apartado a los
hombres,de.,Ja acción
temporal, fijando
su corazón en el cielo, y tratando de convencemos de que la Iglesia es
culpable «por haberse comprometido con el capitalismo, como
si éste
se identificara con
el pecado original» ( 4).
Reviven en esta ponencia primera igualmente los errores moder­
nistas, a los que ya hemos aludido anterio-rmente, censurando .. la su­
misión de la teología a la historia, de la revelación a las señales de
los tiempos, de la verdad a la
actnalidad. Como
si todo lo actual fuera,
por eso mismo, verdadero, y la ·historia fuera .a cada paso un ·auténw
tlco juicio de Dios. Por este 'camino -dice el Documellto---se de­
forman la naturaleza y los fines de _ la Iglesia, su misión Y su minis­
terio,
y se canoniza el cambio radical del mUfldo modemO. La con­
clusión es lógica: o la Iglesia se adapta al mundo moderno, aceptando
su mentalidad
y sus valores, o deja de ser «creíble» para el mundo
de hoy, con lo que se hace infiel a su misión de fermento
evan.
gélico y de presencia liberadora en medio del mundo.
Lo que no quiere decir otra cosa sino que los dogmas y las afir­
maciones de la fe deben interpretarse en función del hombre de hoy,
en función de la historia. Y si el hombre de hoy no los acepta en el
sentido de ayer, hay que cambiarlos, con arreglo a la mentalidad del
hombre moderno. Pasó
la hora de la sobrenaturalidad y el milagro.
Esto era tí pico de una edad precientífica. Ahora estamos en la de
la ciencia
y de la témica. Los dogmás, pues, de~ interpretarse a la
medida del hombre de hoy. No tanto pedirle que acepte la fe, cuanto
predicarle una fe aceptable.
¡ Como si San Pablo hubiera modificado
el mensaje de la resurrección, cuando vio que los filósofos de Atenas,
con su -espíritu crítico, le dijeron:
<<'Íe oirémos otro .día», volviéndole
la espalda.
Contra esto hay que decir que es el hombre, de ayer y de hoy,
el que debe recibir
y adaptarse al mensaje de Cristo. Pues Cristo es
el Señor del hombre y de la historia. No lo más a lo menos, sino lo
( 4) DANJHLOU, obra cit., ¡,Ag. 10.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
menos a lo más. El hombre no tiene más que verdades parciales; la
verdad total sólo está en Dios. Lo del hombre es un candil, por sabio
que sea; lo de Dios, un abismo de luz. «Por eso -diremos con
Danielou-, en orden a iluminar nuestro porvenir y el de la huma­
nidad, contamos más con la profesión de fe de Pablo VI que con
el
catecismo holandés;»
Democratismo fuera de lugar.
Para finalizar _estas reflexiones que nos suscita el Documento de
la Sagrada Congregación del Clero, en su parte principal, que es la
que se refiere al análisis de conjunto de las ponencias y conclusiones
de la Asamblea Conjunta
y al de la ponencia primera, tocaré breve­
mente lo que atañe a la ,concepción, excesivamente democrática, que de la Iglesia se
ha forjado la Asamblea Conjunta, estando a sus es­
critos y actitudes.
En efecto, «otra línea de fondo continuamente presente en estos
documentos es una acentuada concepción democrática de la Iglesia,
prácticamente idéntica a la que apareció en el Sínodo de Pistoia, y que
ya entonces fue con~enada, con u.na auténtica nivelación» de los
distintos sectores o estamentos de la misma, invocando y trayendo, a
mal traer, la «misión única de la Iglesia», la «colegialidad», la «co­
rresponsabllidad», etc.
Este furor democrático hizo su aparición en la Iglesia con el
triunfo de las democracias políticas sobre las dictaduras o fascismos
en
el mundo; y fue explotado~ al máximo, por algunos, muy mo­
dernos y demócratas, en el Concilio Vaticano II. En las Conferencias
Episcopales Nacionales, en la nuestra sobre
. todo,

concretamente en
la Conjunta, este democratismo de estilo socio-político ha hecho su
entrada estrepitosamente
y ha dejado su huella en los documentos
subyacentes al análisis que estamos haciendo.
Pero hay que decir bien alto,
y es Pablo VI quien lo ha dicho
y recordado una y otra vez,
que la Iglesia no está edificada democrá­
ticamente; sino que es
constitutivamente jerárquica, de manera que
no es el pueblo de Dios el primer depositario de la autoridad
y del
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Fundaci\363n Speiro

JGLESIA Y UBERACJON SOCJO-POUTICA
magisterio, sino determinadas personas constitoidas en jerarquía de
orden o jurisdición.
En este punto el Vaticano II no há modificado en na cepción tradicional de la
Iglesia. Lo
que fue,
eso es y eso seguirá sien­
do, gritó con fuerza
el Papa en el discurso de clausura del misino
concilio.

Y la
prioridad met<>dológica o

cronológica, y lógica, si se
quiere, que se dio al
tratamiento del

pueblo de Dios en
la Lumem
gentium sobre el de la jerarquía no tiene la significación y el alcance
que algunos han querido darle. Se trata sencillamente de una cuestión
de método, con razones a_ su favor, pero no de nna cuestión doc­
trinal.
La doctrina de
la Iglesia sobre esto se la acaba de recordar ahora
mismo la Curia Romana, a través de la
Sagrada Congregación
para la
Enseñanza Católica, a ·esos 3 3 teólogos que se atrevieroQ a dirigirse,
en un «manifiesto» inconcebible, a Pablo VI, protestando de que,
sin contar con ellos y con el pueblo
de Dios, la Sagrada Congregación
para la Doctrina de
la Fe reafirmase la doctrina católica tradicional
sobre los misterios básicos de la Encarnación y la Trinidad, poniendo
en guardia contra desviaciones, falsas o ambiguas interpretaciones de
algunos teólogos.
Nada tielle que ver lo que la jerarquía puede y debe hacer con
respecto a la fe y la moral cristiana con lo que pueden los teólogos
y puede todo el pueblo de Dios, abstrayendo de la jerarquía. Ni el
gusto, ni el juicio, ni los votos de aquéllos pueden imponerse a los
criterios y decisiones de la jerarquía. Y «es necesaria una buena dosis
de presunción para creerse los testigos a_uténticos del Evangelio con­
tra los responsables de la fe. En el difícil mundo de hoy, donde
nada escapa a la discusión y a la crítica, no habría mucha esperanza
para la Iglesia, si la única voluntad de los fieles o también de una
parte de teólogos pudieran, en
fuerza del
número o demagógicamente,
determinar las exigencias de la fidelidad doctrinal.
¿ Y qué decir en
el campo de
la disciplina y de los hábitos, donde el desorden es tan
grande, si se debiera dejar todo al mismo arbitrio?» (Garrone, ibid.).
Acaso este interrogante hubieran debido tenerlo en cuenta los ar­
tífices y manipuladores de la Asamblea Conjunta, para no haber
caf.do en tantas insólitas, incorrecta-s y ambiguas afirmaciones como
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BERNARDO MONSEGU, ·c. P.
nos han dado en sus ponencias y discusiones, jústificando plenamente
el Documento que la Sagrada Congregación para el
Cléró se
vio obli­
gada a dirigir a nuestro epistopado, a fin de evitar desviaciones doc·
trinales que hubieran podido afectar gravemente a la profesión
y a la
vida de fe de nuestro pueblo.
Es, por otra parte, poco razonable
y comprensible que una: Asam­
blea,
que presume de pluralista
y demócrata, se afirme con tanta
unilateralidad y exclusivismo en una· línea religioso-política, impo­
niendo particulares puntos de vista y privando al clero y al pueblo
de Dios de la libertad de juicio
y opción en terreno donde esa libertad
está al maximum consentida.
Ni estuvo acertada en lo de las encuestas y las votaciones para
decidir sobre puntos doctrinales y de disciplina, algunos de los cuáles
el ·Papa se ~abía reservado para su particular decisión, mientras otros
era, por lo menos, temerario
y sin sentido someterlos a votación; ni
lo estuvo, todavía menos, en lo de arrogarse el derecho de imponer
peculiares puntos

de vista para optar en el terreno de las aplicaciones
prácticas, contr_aviniendo ese sano pluralismo por ella misma invocado
y que es de derecho de todo cristiano, clérigo o seglar, sobre -casi,
todas las materias acerca de las cuales la Asamblea Conjunta se atre­
vió

en mal hora a pontificar.
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