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Número 128-129

Serie XIII

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Vigencia actual de la doctrina tomista sobre el bien común

VIGENCIA ACTUAL DE LA DOCTRINA TOMISTA
SOBRE
EL BIEN COMUN
POR
GoNZALO IBÁÑEZ SANTAMARÍA,
Catedrático de la Universidad de Chile. -
Al cumplirse este afio el séptimo centenario de la muerte de
Santo Tomás de Aquino, uno no puede menos 4ue mirar con es~
panco el camino· recorrido por la humanidad slesde el siglo XIH
hasta nuestros días y comprobar con amargura cuán 'urgentemente
actual

es la
doctrina tomista -por lo

poco que
se la practica-en
todo orden de cosas y cuán necesario darla -a- conocer, sin peijuicio
de que es evidente que la raíz 'de los problemas que aquejan hoy
al mundo es mucho más moral que intelectual. Como dice
Charles
df! Koninck: "Y es que no nos enfrentamos con errores puramente
accidentales del pensamiento en su evolución hacia una Verdad_ cada
vez más cumplida, como ocurría con la sabiduría antigua. Estos
errores tienen su raíz en el apetito" (1). Se
agranda la

señera figura del Angélico cuando se compara
su sistema, su serena visión de la realidad ('.OO las inveros_ímiles e
ininteligibles ideologías y malas filosofías que, como en una cadena
sin fin, se suceden sin parar y con escaso margen de tiempo fon-:
damentalmente desde hace ttes siglos a nuestros días.
De aquí .que
uno. de los. mejores
homenajes que puedan
tribu·
társele

consista en poner
. de
relieve
algún, punto ' fundamental
de
su
doctrina y

creo que uno de ellos es el del
"bien común",
sin
pl";,
juicio

de que por su inmensa amplitud, profundidad y
extensión,
(1) Charles -de ,Koninck: De lá primacía del Bien Común contra los
personalistas, pág. -173; __ ed."ful_u,u--a. Hispánica.:, Madrid, 1952.
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GONZALO IBAl'J'EZ SANTAMARJA
sea imposible acabarlo en un trabajo de esta índole, por Jo cual me
circunscribiré a puntos que están más d~ actualidad.
• • •
El· probléma se plantea, precisamenre, · al anallz:tt la confusión
reinante _en nuestros díás, éonfu.sión ·que se .tilahifiesta de modo es­
pectacular en el plano internacional, pero que no es menor en el
plano interno de cada país, en el corazón de cada familia y aun en
el seno del propio individuó desgarrado por falsas visiones de
la
vida. Sin duda que desde un punto de
vista intelecrual,
que es el que
ahora
. nos interesa, la raíz de

un problema como el comentado
tiene
que ser la ausencia de una noción clara · de que el bien personal es,
en definitiva, .algo participable y común· a varios, es decir, que
aquello que es el bien de cada persona es un bien común y que la
explicación de esto se encuentra en la misma naturaleza de la per­ sona
y de .todo Jo creado.
Frente a este _cuadro resalta, por contraposición, el que reinaba
en el siglo xm, el siglo de oro de la cristiandad. No se trata de
afirmar que durante su transcurso se hubiese_ vuelto a un estado pa­
radisíaco, pero sí que, habida cuenta de las circunstancias humanas
y materiales de la época,, el orden que en ella se dio resulta algo
portentoso. Pero
si hubo orden · -jerarquía y funcionalidad- fue
porque hubo un principio del orden
y en cuyo respeto se encon­
traba la clave de todo. Ese principio fue el de la primacía del bien
com~, fruto de la _ vi~ión teocéntrita y cristiana de las cosas.
Nuestro mundo, marcado por el signo del marxismo y, más mo­
dernamente, por -el de
la tecnocracia, se encuentra en fas intfpodas
de aquel de Santo Tomás.
El marxismo, con su: lucha de clases,_ y la tecnocracia, con la iq­
subordinaci6n · de

la
_récrti~ a _ los_ . fin~~--impuestos

__ -_por
la· ra_ión,· · y·
por consiguiente -Jo que . es .tru\s grave-la subordinación dé la
¡,etsona a la clinsecntión de dettos "índices'' q_,;e soii elevados· a
la categoría de fines últimos, representan una acabada· antítesis ·de
Jo :,que ,.debe, ,set, un,· sistema' rodal humano;,,Am!,os · pretenden ·cons­
truirse
sobre
la
bitsé -0e·uli hóniote''absmcto:Cutiirorme,'iireal:'uri,
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$OBRE. EL BIEN COMUN
engranaje de la máquina, llámese ésta como se quiera: sociedad de
consumo o dictadura comunista.
En un. caso,. el hombre . tomado
sólo

como unidad de consumo y, en el otro, como unidad de trabajo.
Todo lo que no sean esos
aspectos está

de
más y
se deja de lado.
Si bien es cierto .. quei-t;-n _última instancia, toda la diferencia
entre estas posturas y la tomista se reduce a un problema de carác­
ter teológico, no es menos cierto que, en definitiva, la discrepancia
se inicia en la consideración de la persona. Por aquí .empezaremos
nuestra tarea.
La persona humana.
La persona humana que la sana doettína roma como base para
sus especulaciones es en verdad una abstracción, pero una abstrac­
ción hecha de la realidad y no salida de mentes febriles que pre­
tenden modelar esa realidad a su antojo.
Este camino de la abstracción de la realidad es, por lo demás,
el que usan todas las ciencias. La antropología no es una excepción,
y, por eso, como todas las demás, puede llegar a conclusiones ciertas,
universales y necesarias, sabiendo, eso sí, que esa verdad a la que
llega, es realizada por individuos singulares, contingentes y concre­
tos, con características e idiosincrasias diferentes.
La primera y fundamental característica que es posible observar
en la persona es· el hecho de su existencia, pero no de una existen­
cia pura y simple, sino una esencializada por una determinada na­
turaleza. O

sea,- el hombre no es simplemente, sino que ·es --de un
modo determinado.
Este hecho de advertir en el hombre una existencia ·esenciali­
zada
nos permite concluir
su coritingencia, lo cual implica
respecto
de él un acro de creación en vistas a un fin, para el cual se le ha de
haber dotado de una
naturaleza dada.

Pero, evidentemente, lo pri­
mero
ha sido el fin en la intención del agente. Desde luego, hay
aquí ya
una diferencia

notable con las filosofías modernas, especial­
mente con la marxista, pues como nota de Koninck citando a Santo
Tomás,
"lo necesario se toma de la materia, mientras es del fin de
,,
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GONZALO IBAFIEZ SANTAMARJA
donde se toma la razón de la necesidad. No decimos,. en efecto,
que es. necesario que. sea.· tal fin porque es tal .materia, sino comple­
tamente al contrario, porque el fin y la forma han· de set tales, es
necesario que
la matetia sea tal" (In II Physic. lect. 15, núm 4).
"Pero los hum.ani_$tas, que conceden la primacía a las causas
material y_ eficiente, no lo entienden así. En razón de sus notas ca­
racterísticas, la persona individual . sería, ella misma, la medida de
su fin: el fin principio primeto de la ordenación de la petsona al
fin, sería idéntico al orden mismo inscrito en la persona. El aun­
plimiento del fin consistjría, para la persona, en incorporarse, re­
encontrarse y reconocerse ella misma en su riqueza interior com­
pletamente característica y sellada por sus notas individuantes. Ella
misma sería el principio primeto del respeto y la libettad que le
son debidos por lo que toca a esta "personalidad" (2). Como puede percibitse, esta difetencia en
la concepción de la
petsona es fundamental para todo el desarrollo postetior de las di­
versas doctrinas y así, mientras la tomista, en política, por ejemple;>, .
remata en la 5?ciedad fundada sobre el principio del bien común,
la otra d_a libre curso a la anarquía, al caos o, simplemente, a la
tiranía del más fuerte.
Pero sigamos con lo nuestro.
·. La. per!l()na humana, entonces, creada para un fin y dotada de
una adecuada naturalez.a, en principio se ~~ aparece sólo cofil()
materi~,
pero

después
de: analizar

sus
operaciop.es, nos
descubre su
principio vital de carkter espiritnal, con todo lo que .ello significa,
y que de suyo· es terna de so.bra para otro trabajo. Lo que interesa
destacar
en. el

hombre es su innata social,ilidad que proviene pre­
cisamente de su peculiar constitución.
Tal como lo señala G. M. Manset ''Es cietto que no resulta
fácilmente comprensible a primeta vista cómo
algo· individual -:-Y
esta

.condición
la tiene sin duda la naturaleza individual del hom­
bre- puede simuJtáneament<: tener en su ser más profundo una
dispas_ición, una

relación a muchos, es
decir, a la comunidad. Esta
aclaración es, a nuestro juicio, ~~nto · más importante cuanto que
(2) Ch.: de Koninck: ob. cit., págs. 183-4-5.
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SOBRE EL BIEN COMUN
:precisamente ella, a pesar de la aparente contradicción, convierte a
la naturaleza humana en centro de todo el problema o, dicho de
otro modo, da a la cuestión ·carácter eminentemente metafísico, o,
más claramente aún, es la que realmente hace a la naturaleza y
esencia del hombre raíz fundamental de toda la cuestión, partiendo
de la
cual la persona y la esencia de la comunidad, así como las
distintas
disposiciones sociales del hombre, se tornan explicables
y
comprensibles como en una sola irradiación (3).
Ahora bien, en la
naturaleza humana
hay que distinguir la for­
ma universal de las concreciones singulares que toma en el tiempo
y en el _espacio. Para estos efectos hay que. tener presente que, con­
tra el nominalismo, los universales no son unas puras ficciones,
unos "sonidos de voz", sino que
·designan una
realidad que es, pre­
cisamente, en el
caso del

hombre,
la raíz de su disposición social".
Si los universales no tienen en las cosas singulares ninguna comuni­
dad entitativa, es dec~-, si no están basados entitativamente en ellas,
tampoco habrá ninguna disposición social

entre ·muchos. Entonces
tampoco habrá ninguna ley natural. Todo esto se derrumbará en°
tánces. junto e eón-:. 'el· ejemplarismo natural y cristiano,- junto con
toda metafísica realista. Entonces todo Será SUbjetivo".
En , efecto, si ·no· partirnos de la base de que la esencia humana
es algo qrié · por SU· piopia- constitución nff· se agora -en un solo. in·
dividuo; nos será imposible comprender la tendenciá social del hom­
bre. Esá forma sé ·actúa en ·muC:hoS,-en riÍla serie indefinida de sin·
guiares .que participan de ella pero sin agotarla. Es decir, todo sin­
gular humano es· un hombre completo que posee. todas las perfec­
ciones · de la especie, peto ·en grado diférente, pués, como Se señaló
más
arí:iba, cada·. forina-individual neé:esita una -·materia cuya pO·
teridalidad
-

le
sea ·aderuada.' Esa materia cuantificada: es, como se
sabe, el principio de individuaci6n, y una estructura tal de materia
y forma es la que determina después la especial vocación y aptitudes
de cada uno, y, en definitiva, lo qrie mueve a cada hombre a buscar
la aSociaci6n · con los demás.
(3) G. M. Ma.nser: Esencia del tomismo, págs. 784·5, Madrid, 1953.
Instituto Luis Vives.
( 4) G. M. Manser: oh. Cit., pág. 786.
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GONZALO: IBAREZ SANT AMARIA
· Es evidente, .por otra parte, que ell la asoc1ac10n, el hombre
busca su plena. realización. Lo que se rrara de demostrar es que
aquello-que constituye .la realización hurilana, · al menos en·. esta tie­
rra, es algo común, es algo _de lo que participan todos los asocia­
dos, Pere es evidente también que esto no_ puede-afirmarse a priori,
sino que debe ser fruto de un examen tanto de la naturaleza hu­
mana como de aquello que decimos es el bien humano, y del cual
predicamos su comunicabilidad como nota esencial.
La· persona humana como parte dC un todo.
Este hecho de la comunidad de naturaleza con todas las conse­
cuencias que implica hace evidente él que los hombres están
natu­
ralmente creados como partes de -un todo social. Es cierto que no
al ·modo como la-mano es parte del cuerpo, eri. que es tal mano
mientras sea part cidental. Por eso, respecto de la sociedad civil, el hoinbre no se
ordena, como dice Santo Tomás, según la totalidad de su ser (5 ).
Mas de

esto no
puede deducirse
que el bien
común político
se sub­
ordine al bien individual de
· la

persona, sino sólo que ese bien
coinún eStá ordenado a otro más alto; en definitiva, a Dios miSmo,
al. cual se llega a. través de los bienes comúnes subordinados. Es un
error
creer que de

esra afirmación de Santo Tomás puede despren­
derse que el hombre reserva parte de su prsona!idad para
ordenarse
a: un · bien mas alto.· Lo que pasa es qU:e, iritegrándose totalmente
en una determinada sociedad; ésta no actualiza toda su potencialidad.
Por eso los hombres -ya integrados en· sociedad- se ordenan a
bienes más altos. Un ejemplo lo constituye
·fa familia respecto del
Esrado.
· La principal consecuencia · dé esta característica de' la persóna
humana -ser
parte,-es

que ella
náturálménte ordena

su bien
al
del todo, pero no de un modo egoísra, es ·deciri bnscao:do · én el· bien
del todo
.un medio
para alcanzar el. suyo
pmpio, sino
en
.cuanto el
(5) 1-2; q. 21, a. 4, ad. 3, S. Teológka.
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-
/
SOBRE EL BIEN COMUN
bien del todo es el bien de la parte. "La parte ama el bien del todo
en cuanto es conveniente para ella; sin embargo, no de tal modo
que subordine a· sí el bien del todo, sino subordinándose ella al
bien del todo" (6).
La negación de esta realidad es la que condujo a la visión per­
sonalista, a la consideración del bien común como
medio· y
no como
fin:
La persona se ordena al bien común pero sólo en cuanto es
medio
para obtener el bien individual, lo que, en el caso de la so­
ciedad política significa que el bien común vendría. a ser
sólo. el
orden a través del
cual los asociados alcanzarían el suyo propio.
El bien común como condición, no como fin.
Es decir, el hombre como individuo se ordena al Estado, pero
éste se ordena al hombre concebido como persoria, lo cual en estric~
ta lógica exige concluir que el hombre se mueve únicamente por
su conveniencia, porque aunque aparentemente bnsque el bien co­
mún siempre lo hará en cuanto medio para su bien privado.
La proyección de esta tesis al plano sobrenatural es considerable:
si el hombre en definitiva busca su propia conveniencia, su propio
bien, a Dios -bien común universal- lo buscará como medio para
alcanzar su felicidad, o sea, en vez de buscar servir a Dios, buscará
servirse de Dios: Dios ya no es el Señor sino el servidor. La virtud
de la caridad desaparecerá: a Dios ya no se le amará por ser El quien
es, sino por la
,¡tilidad que
pueda prestar,
y lo mismo pasará con
el prójimo: todo se reducirá a un puro
amor de
concupiscencia.
La sentencia evangélica "buscad el Reino de Dios y su justicia,
que
lo demás se os dará por añadidura,,, quedaría automáticamente
sin sentido, porque de ser verdad la tesis del bien com6n como
medio, se estaría buscando la salvación -bien privado- antes que
el Reino de Dios -bien común- o a Este como vía para· aquella.
En este párrafo del Evangelio, Dios nos pide una cosa difícil, pero
no contt~ia a la ley de nuestra naturaleza: porque naturalmente
estamos ordenados a un bien común como fin, es que Dios nos
pide que procuremos alcanzar un bien común sobrenatural pata lo
cual, por supuesto, nos ofrece fuerzas adecuadas.
( 6) Id.; 2-2, q. 26, a. 3, ad. 2.
tl2S

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GONZAW IBAREZ SANTAMARJA
Caer de aquí en una visión antropocéntrica del umverso no
cuesta nada: sólo es cuestión de seguir sacando conclusiones.
En cambio, una visión reallita del problema nos lleva por otro
lado. En primer lugar, la implicancia moral: el acto libre singular de
la _persona no se justifica por sí mismo, ni por la conveniencia: in­
dividual, sino por su recta ordenación al bien común. En otras pa­
labras, es recto en la medida en que nuestra voluntad se adecúéir
lo preceptuado por la inteligencia que, a su vez, está medidá. püi:,
el ser de las cosas.
En segundo lugar, de lo dicho se desprenden una serie de con­
clusiones respecto de la primacía del bien común sobre el singular.
Si decimos que el bien común, por ser tal, es el auténtico bien
de la parte, mal puede sostenexse que aquél, por ser común, deje de
ser de las personas. Es decir, no hay ni una separación tajante entre
comunidad
y pexsona individual, ni la subordinación del individuo
a la comunidad necesariamente ha de ser contra natura.
El bien común no puede mirarse como el bien singular de , una
entidad sustantiva que vendría a ser la sociedad: ello significaría
totalitarismo y subordinación contra natura, sino precisamente como
el bien más propio y más perfectivo de todos y de cada uno de los
que viven en sociedad. Por eso es que el bien común es más per­
fecto que el puramente singular y privado: porque sin perder su
virtualidad se comunica a muchos. Por lo demás, sólo desde un
punto de vista equívoco se puede hablar de un bien de la sociedad
como contrario al de los individuos, porque una sociedad humana
no es sana si su salud no se comunica a los singulares que la for­
man. Y lo mismo se puede
decir en el caso contrario; no puede
hablarse
·de un

bien privado que. atente contra
el bien común desde
el momento que éste es el mejor y más perfecto de todos. "... quien
procura el bien común procura también el suyo propio, lo que para
cuál deba ser su bien privado supone Congruencia con el bien co­
múnº' (7).
(7) Eustaquio Galán: La filosofia política de Sto. Tomás, pág. 102,
ed, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1945.
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SOBRE EL BIEN COMUN
Lo que interesa ahora. es determinar cuál es el contenido del
bien común o, en otras palabras, saber en qué consiste, por
lo me­
nos a nivd político e internacional.
El contenido del bien común,
Teniendo presente que de lo que se trata al formar sociedades,
es de buscar este bien común humano, no cabe duda de que lo que
se afirme en relación a este punto, si quiere
ser verdadero,
debe ·
basarse en una correcta noción de lo que es la naturaleza humana
y de qué es lo que ella preceptúa.
Fundamentalmente, y ·es lo que se desprende de lo anterior, lo
que el hombre busca es la unidad con los demás donde la personali­
dad de todos pueda expandirse plenamente. O sea, el bien común
vendría a ser la misma vida social conforme a
.la ley

de la natura­
leza humana. "Esta no es
(la sociedad), como antes hemos dicho,
la acción simultánea de los asociados libres en orden a un bien co­
mún, como
II1edio para
el fin, sino que esencialmente consiste en
la intercomunicación de los individuos, en el sentirse uno, y ahí des~
cansa ya la sociedad como en su propio fin y bien común. En lo
más íntimo de lo social, la sociedad misma es ya el mismo bien común" (8).
¿Qué es lo que señala esa ley?
En primer lugar, que
el hombre existe y como tal participa de
una característica común a las demás crea.turas: tiende, por sobre
todo, a conservar su existencia. Por eso la vida social, antes que
nada, debe procurar esta conservación e impedir
rodo lo

que atente
contra ella.
Pero es evidente, que, en
lo posible, el hombre quiere existir
humanamente, lo cual significa, en primer lugar, medios para sa­
tisfacer todo lo que requiere la parte animal de nuestro ser: comida,
vestuario, habitación, la formación de familias,
la educación de la
prole, todo, por supuesto
al modo humano; y, en segundo, lo que
exige nuestro carácter racional y espiritual: bienes de
la cultura, la
(8) Ismael Quiles: La Penona, Humana, pág. 405; ed. Espasa-Calpe .
.Argentina, 1952.
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GONZALO IBAf formación de sociedades políticas, la práctica de la virtud, etc ....
(v. Sto. Tomás S. Teol. 1-2 q.
94, a. 2).
En resumen, el bien común debe contener una abundancia de
bienes exteriores y del alma capaces de satisfacer
las necesidades
humanas. Pero lo fundamental de la
estructura social

no es
tanto esa
abundancia que, de hecho y por razones ajenas_, puede no darse,
sino la justicia con que se repatten cargas, cargos y bienes en la
sociedad de modo que a cada uno se le de lo suyo
atendido sus
méritos,

dignidad
y necesidades. 0,mo señala T. Urdanoz "las di­
versas clases de bienes que este bien humano comptende han de
escalonarse jerárquicamente· y en una subordinación interna que
matea el valor e importancia de los mismos en los objetivos de la
sociedad. Santo
Tomás afirmaba
que este bien común esencialmen­
te consistía en la vida virtuosa de la multitud, fin primario del hombre en esta vida y de toda la sociedad política. Los valores mo­
rales son, pues, los que ante rodo el Estado debe promover
y de­
fender pata la
paz y felicidad de los pueblos. Estos son principal­
mente los valores de justicia y caridad. Por eso se suelen expresar
comunrnente en el Aquinate y en los textOs pontificios, bajo las
fórmulas del. orden, la
paz, concordia de los ciudadanos, la seguri­
dad política . social, la tranquila. convivencia en el orden, como metas
y objetivos esenciales. que el Estado debe gatantizat y sin las cuales
ni siquiera podda subsistir la sociedad organizada" (9).
Desde este punto de vista la sociedad se compone de dos ele­
mentos: el ·orden entre sus pat'tes, que viene a ser entonces la fotma
social, y aquello que con ese orden se busca, que es posibilitar la
vida virtuosa de los asociados, pata lo
cual, como es de público co­
nocimiento, es preciso asegurar un mínimo ·de bienestar materiaL
Las consecuencias que se derivan en materia política son enor­
mes: en primer lugat, siendo cierto que las sociedades deben regirse
por la ley natural, no Jo es menos que esa ley, por ser universal,
debe
concretatse a

la sitnación patticular de cada sociedad mediante
la ley positiva, la cual queda, por ende, totalmente sujeta a aquélla.
La autoridad, por su parte, no tiene por fin cumplir con la voluntad
(9) Teófilo Urdanoz: El Bien Común .regún Sto. Tomás, en apéndice a
edición BAC de la Suma Teológica, tomo VIII, Madrid, 1956.
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SOBRE EL BIEN COMUN
del "pueblo" expresada en la de la mayoría. La autoridad sirve de
inteligencia rectora,
y como tal ha de buscar el bien de la nación,
aun contra esa voluntad. Por eso queda también sujeta en su actuar
a la consecución del bien común: en la medida que lo procure será
legítima
y si no, se convierte en usurpadora dando lugar al derecho
a la rebelión de los súbditos. En fin, éstos también quedan sujetos
al bien común, pues estando obligados moralmente a buscar su bien
y perfección y radicando ella en ese bien, no pueden excusarse de
aportar lo suyo en la empresa social. Es asf como tienen obligación
de obedecer en conciencia la
ley, sin embargo de tener el derecho
correlativo a ser bien gobernados, y en caso extremo a darse un buen
gobierno.
Como puede ·apreciarse, la virtud propia de la vida social, la que
hace que la sociedad se mantenga desde el punto de vista moral,
es la de la justicia. Pero, como se sabe, la voluntad, ·por' muy recti­
ficada que esté por la virtud no opera sino previo juicio práctico.
Por
eso, en definitiva, es la prudencia la virtud arquitectónica del
orden político concreto en cuanto es ella la que discierne lo justo,
o sea, la que Je fija los fines a la voluntad. Lo que sí es cierto es
que es condición para que tal juicio sea prudente el que la voluntad
esté suficientemente rectificada hacia el bien. Es de hacer notar como punto capital contra las concepciones
totalitarias la importancia que tiene en esta materia el reconoci­
miento de la persona como ente libre, responsable y, por ende, su­
jeto de
derechos -medios para cumplir con sus deberes-- anterio­
res al Estado y que están inscritos, como vimos, en lo más íntimo
de su natoraleza. Para que la prudencia pueda discernir lo suyo de
cada cual -no inventarlo- es preciso la existencia real de lo pro­
pio, de aquello de Jo cual cada uno puede disponer por sí mismo en
orden al Bien Común.
Si no se partiera de
. esta

base, el poder de la autoridad sería mo­
ralmente absoluto, pues la persona quedaría como máquina entre­
gada al servicio del Estado. El reconocimiento del hombre como
sujeto de derechos, especialmente del dominio relativo· que cada uno
tiene de sí mismo, es la hase de una sociedad justa y humana. El
totalitarismo, con su absorción del bien común en un quimérico
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GONZALO IBA1'EZ SANT AMARJA
bien del Estado, parte de la base de que puede disponer de los hom­
bres como se dispone
de las creaturas inferiores, y, peor aun, porque
esa disposición se bace sin siquiera respetar la natntaleza física de
las personas.
El orden internacional.
'
Todos estos principios enunciados para regular la convivencia
en el orden interno de las naciones, es perfectamente posible pro­
yectarlo al orden internacional, pues es claro, sobre todo en nuestra
época, que la unidad y la armonía entre las naciones es un factor
de bien común para todas. La interdependencia mutua hace evi­
dente la existencia de un interés del
cual todas participan y, a tra­
vés de ellas, todos los habitantes del mundo.
Esta verdad es contradicha, sin embargo, por los principios que
al menos en el papel, rigen las relaciones internacionales, a saber,
el de no intervención, el de autodeterminación y el de-negociación
como base para solucionar los conflictos.
Las naciones no son entes abstraétos que desarrollan su exis­
tencia en un limbo, sino, muy al contrario, en comunidad con las
demás. Luego bay para ellas, y por lo tanto para los que las habitan,
un bien común real al cual están moralmente obligadas en su actuar.
Tal como en el · caso de los individuos, los países no gozan de una
absoluta libertad, sino sólo de una relativa para elegir los medios
que mejor conduzcan al fin común. Luego también deben ceñir su
actuar a la prudencia:, que n'Uevainente se convierte en la virtud ar·
quitectónica de un orden, en este caso del internacional. Cae enton·
ces por la base el principio de autodeterminación. tas naciones no
pueden hacer lo que quieran, sino sólo lo que es prudente. Todo
lo demás es capricho
y arbitrariedad.
Por otra parte, y derivado de esto mismo, se ve la inconsisten­
cia del principio de no intervención. Las naciones,
tal como las
petsonas,
tienen

derecho a vivir en un
oi'den en el cual reine
la justicia y la razón: Normalmente, cuando algún miembro de una
sociedad no cumple
· con
sus deberes es la autoridad quien está lla-
1130
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. SOBRE EL BIEN COMUN
mada a hacérselos cumplir y a intervenir en la vida de ese indi­viduo de modo que su actividad no ttasrorne el orden
general
Si

se analiza la hisroria se podrá apreciar con facilidad
.cómo
ea

rodas las épocas ha habido ea
el mundo quien mande, aunque
propiamente no sea reconocido como autoridad. Otra cosa es que
ea su función rectora haya respetado los principios de derecho que
corresponda y haya obrado en pro del bien común. Como
se. señaló
más arriba, al plano internacional se pueden proyectar los princi­
pios de organización política interna de una nación, entre otros los
referentes al abuso del poder y a la legítima defensa. Cuando falla
la autoridad, pueden los particulares, en este caso las naciones, hacer­
se justicia por sus manos, siempre que con ello no se infiera un
daño mayor al bien común.
La base de una relación internacional humana es el respeto
irrestricro al principio del bien común. Este es el único fundamen­
ro del derecho a hacer la guerra como acro de legítima defensa y
lo que permite clasificarlas como justas o injustas.
El principio de la negociación nominalmente apareara perfec­
ta legitimidad, pero
si· se
analiza más a fondo y tal como se entien­
de en la práctica, no puede ser más nefasro.
Con absoluta falta de
lógica se sostiene que los conflictos que se susciten entre las na­
ciones deben resolverse ro.ediante "negociaciones" sin fijar previa­
mente -en forma clara y precisa- los principios a los cuales debe
acudirse para solucionar la controversia. Se erige a una. quimérica
tranquilidad como -el fin último de
la Vida internacional, dejándose
de lado la auténtica paz que, si bieo es tranquilidad lo es verdade­
ramente cuando es en el orden Por eso, el triste espectáculo que
dan las mesas redondas destinadas a solucionar los conflictos
y que,
en definitiva, se traducen en una
exhibición de la potencia guerrera
de los contrincantes o de la de sus
aj.fados, pero

·en ningún caso en
la exposición de razones que justifiquen una posición
y, posterior­
mente, uo posible uso de la fuerza.
De esta manera resulta que toda la política internacional se
basa en la fuerza bruta y en la capacidad de intimidación, con lo
cual el orden no es más que aparente, normalmenté injusto y sos­
tenido sólo por el terror muruo.
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Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAFIBZ SANTAMARIA
Todo el sistema de autoridad internacional basado en una ins­
titución como las Naciones Unidas es absolutamente ineficaz, por­
que parre negando la existencia de la verdad en el plano interna­
cional y, por proyección, en el resto de la creación.
Es un sistema · que erige al hombre en la medida de todas las
cosas y como, abandonada la
razón -medida
por la naturaleza de
las cosas y, sobre todo, por la del hombre-- como principio nor­ mativo del actuar, sólo queda
el capricho, no es difícil concluir que
será
· 1a

medida de todas las cosas el capricho de aquel que tenga
suficiente fuerza para respaldarlo.
* • •
No es descaminádo afirmar que esta es la consecuencia palpa­
ble de los
priridpios que inspiran la vida contemporánea, princi­
pios que encuentran · su raíz en la Reforma protestante que quebró
la cosmovisión católica que, como tal, parte de un moderado rea­
lismo epistemológico, cambiándola en definitiva por una ·subjetiva:
cada uno se forja su propia visión del mundo y su labor consiste en
proyectar esa visión a la realidad exterior para darle forma.
Nótese aquí que a la inteligencia humana se le concede un atri­
buto divino: prácticamente la posibilidad de crear y con ella la que
fa sigue: conocer las cosas no en sí mismas, como Sucede en la rea­
lidad, sino en el sujeto que· conoce. Cierto es que se reconoce la
preexistencia de la materia (aunque cuando el idealismo se hace
calenturiento se la desconoce del todo), pero sin forma. No es el
hombre el que se -modifica por un acro de conocimiento sino es él
el que modifica esa materia dándole fo~, y dándosela absoluta­
mente
y no sólo transformándola de acuerdo a las leyes de su na­
turaleza. La ·inteligencia hWllillla ya no es cognoscente sino creadora,
es decir, por lo menos desde un punto de vista operacional es Dios.
Al creerse el hombre medida de todas las cosas, niega de · sí en
primer lugar que su acción deba tener un fin objetivo, y en segundo,
como consecuencia de lo anterior, que tenga una naturaleza propor­
cionada a algún fin objetivo. En el fondo, que renga naturaleza.
Al negar
la existencia del fin, niega el hombre la existencia de
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SOBRE EL BIEN COMUN
una moral objetiva, con lo cual desaparece la necesidad de la virtud
de la prudencia que viene a ser reemplazada por el arte: las obras del hombre se entran a
juzgar buenas

o malas no según si se en­
derezan a un fin objetivo, anterior e indiscutible, sino según con ellas se alcance o no
el fin que ese mismo hombre se prefijó para su
acción. Al negar su naturaleza, el yo íntimo de cada uno se alza
como lo rodopoderoso, que de su propia falta de. forma, de su pro­
pia
negación, saca su ser, Por rechazar a Dios, el hombre rechaza
lo que Dios le ha dado y pretende hacerse de la nada.
De esros dos principios se desprende otr0: la acción es el medio
único a través del cual el hombre conquista su ser: el hombre, más
que a actuar a partir de una naturaleza dada como principio de sus
operacibnes, es su propio actuar, es sólo actuar, porque ha convertido
su ser en potencia pura. Es así como buscando su divinización el
hombre cae en el infierno de la desesperación más profunda al tra­
tar de hacerse un ser de la nada sin capacidad para ello, o sea; sin
salir nunca del puntO de partida, y más aún, sin partir nunca, por­
que se obstina en rechazar el único punto de partida posible: su
naturaleza. No

es que
el hombre, como enseña el Evangelio, se nie­
gue a sí mismo, tome su cruz y siga al Señor. Es todo lo contrario,
o, mejor dicho, lo contradictorio. El hombre se rechaza como crea­
ttl!a y se quiere creador, en primer lugar de sí mismo. Como dice
el Dr. Fausto: "En el principio era la acción" ... (10).
La presencia del demonio detrás de posiciones como las des­
critas es indudable. Su labor es destruir la de Dios que se manifiesta
en la perfección de los seres; perfección de la existencia y perfección
de la forma.
El igualitarismo rabioso de la época no es
más que
un desafío
grotesco a

la divinidad y una pretensión inicna de destruir en los
hombres y en las cosas rodBS las diferencias, que son, preci~amente,
donde resplandece la sabidnría divina y, por supuesro, el principio
de esas diferencias, que es la forma.
La presión revolucionaria se
dirige en ese sentido: igualar, y para igualar, rasar por abajo, des­
truir los principios perfectivos de manera de convertir todo en una
(10) Goethe: Fausto, pág. 59', Ed. Ibéricas, Madrid (3.!l ·edición).
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GONZALO IBAÑ'EZ SANTAMARJA
masa informe, en una materia prima que sea purá potencialidad.
Después de este proceso viene el siguiente: como la materia
prima no puede existir sino sólo actualizada por una forma, o sea,
como correlato de un ser completo, el convertirlo todo a pura ma­
teria implica definitivamente reducir 1a creación a
la nada. Será
el triunfo completo del demonio sobre Dios, de la civitas homini
sobre la civitas Dei.
• • •
Volvemos al punto de partida: nuestro mundo asiste a la cul­
minación de un proceso cuyas líneas fundamentales hemos esbozado
someramente.
La concepción tomista de la vida: humana se basa en la existen­
cia de un bien común que es término especificador de los actos
libres del hombre y que es la culminación de todos ellos. Actos li ·
bres

pero regulados por la ley de su naturaleza racional que es
el
modo como el hombre participa de la ley eterna. Bien común que
es concepto análogo, pues, como en círculos concéntricos, la vida
del hombre

se realiza como parte de todos sucesivamente más am­
plios hasta rematar en _el orden universal que tiene directamente a
Dios mismo como
el bien común de todas las crea.turas y al cual,
como dijimos, s-e ordena a través de los bienes comunes inferiores.
En las antípodas, la doctrina contemporánea: la ·exorbitación
abstracta del hombre a la categoría de absoluto ha producido, en
primer lugar, la lucha constante entre los hombres concretos para
decidir quién ha de
encarnar ese
quimérico
ideal, Y, en. segundo,
resulta -aunque de manera siempre precaria- esta cuestión pre­
via, la tiranía del más fuerte decidido a realizar "su" verdad y dic­
tar

"su" ley como norma de bondad y maldad.
Los contemporáneos, por lo menos una masa inmensa de ellos,
enamorados de su propia negatividad, de su propia potencialidad,
de su no ser y desechando su perfección, que consiste en participar
de un todo según la ley de su naturaleza y cuyo bien común es
extrínseco y trascendente, sólo quieren, literalmente, irse al diablo.
¿C6mo impedirlo?
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