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Número 145-146

Serie XV

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Conciencia y norma en la vida moral

OONCIENCIA Y NORMA EN LA VIDA MORAL
Las palahl"as conciencia y responsabilidad en su exacto sentido
con re!lación a la palabra deber.
"Dos términos óptimos nos encomramos en el lenguaje contem­
"poráneo, como sustitutivos" de la excesiva:mente severa pak,hra de
"«deber»: conciencia y responsabilidad, Decimos óptimos, si están
"V111Culados con las realidades que esos términos hnptican: la.r rea­
"lidades t1'ascendentes de la ley de Dios y de la unión natu,r,ú y soci,ú, 1'en la que se destlN'olla nuestra vida. Conciencia está bien si no se
"limita a la conciencia psicológica o puramente egoísta, sino que se
"eleva ,ú nivel mor,ú ilwmi,,ado por la luz de Dios; responsabiliddd
"está bien si conserva
la visión integr,ú de los vinculas, ya sean per­
" sonales, sociales o religiosos.
"Pensamos que esta p,úabra sagr"'1a, /lam"'1a deber, no deberla
"elimintt1'.re de nue1tro pensamiento y de nuestro lenguaje."
PAULO VI: Alocución en ,la audiencia general
del miércoles 29 de octubre de 1975 ( original
italiano «O. R.», 31-10-75; traducción de Bcclesia
núm. 1.765 del sábado 15 de noviembre).
El hombre no puede ,proceder a Su libre arbitrio en MIS juicios
acerca
de

valores morales, sino _siguiendo los
principios fun­
damentales comprensibles

por la razón conforme a
la ley
divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena,
diri!l" y gobierna el mundo,
"Los hombres de nuest1'o tiempo están cada vez más persuadidos
"de que la digni4ad y la vocación humanas piden que, " la luz de su
"inteligencia,
ellos descubran /os v,úo,es inscritos en la propia natu­
"r,úeza, que
los desarrolla sin cesa, y que los re,úicen en su vida para
n un progreso cada vez mayor.
"Pero en sus juicios acerca de va/,ores mora/,es, el hombre no
"puede proceder según su frerson,ú arbitrio. «En lo más profundo de
"su conciencia descubr~ el hombre 1" existencia de una ley, que él
"no se dicta a sí mistn(), pe,o a /a cu,ú debe obedecer ... Tiene una
"ley escrita por Dios en su coraz6n, en cuya obediencia consiste la
"dignidad humana y por /a cu,ú será juzgado person,úmente».
" 11 Además, a nosotros los cristianos, Dios nos ha. hecho conocer,
"por su revelación, su designio de salvación; y a Jesucristo, Salvador
"y Santificador, nos
lo ha propuesto, en su docmna y en su ejemplo,
"como la ley suprema e inmutable de la vida, a/ decirnos El: «Yo soy
"la luz del mfltfldo; el que me sigue no anda en timeblas, sino que
"tendrá luz de vida».
)83
Fundaci\363n Speiro

,,No puede haber, por con1iguiente, verdadera promoción de la
''dignidad del hombre, sino en el respeto del orden esencM de su
"naturdeza. Es cierto que en la historia de la civilización han cam­
" biado, y todiwía cambú,rán, muchas condiciones concretas y muchas
"necesidade1 de la vida humana,· pero tod11 evolución de las costum­
" bres y todo género de vid,, deben ser mantenidos en los limites
"que imponen los principios inmutables fundados sobre los elemen­
" tos canstitutivos :Y sobre las relaciones e1enda/.es de toda persona
"humana; elementos
y relaciones que trascienden las -contingencias
,, históricas.
"Estos principios fundamentdes comprensibles por la razón, es­
"tlm contenidos en «la· ley divina, eterna, objetWa y utzwersal, por
"la que Dios ordena, dirige ,. gobierna el mundo ,-los caminos de la
"comunidad humana según
el designio de

su
sabiduría y
de su amor.
"Dios hace
participe d hombre de esta su l"'Y, de manera que

el hom­
" bre, por suave disposición de la dilfJina Providencia, puede conocer
"más y más la verdad inmutable». Esta ley divina es accesible a nues­
"tro conocimiénto.
"
''Se equivocan, por tanto, los que ahora-sostienen en gran número 11 que, para servir de regla a las acciones particulareJ, no se puede
"encontrar m en la naturaleza humana, m en la l"'Y revelada, ninguna
"norma
absoluta

e
inmutable fuera de aquella que se expresa en la
"ley general de

la
caridad y

del
respeto a la dignidad humana. Como
,, prueba de esta aserción aducen que, en las que llcwnamos normas de
"la ley natural o preceptos de la Sagrada Escritura, no se deben ver
".rino expresione.r de una forma de cultUTa PM#cular, en un mamen­
,, to determinado de la historia.
"Sin embargo, cuando
la Revelación divina y, en su orden propio,
"la sabiduria filosófica, ponen
de relieve exigencias auténticas de la
"humanidad, están manifestando necesariamente, por el mesmo he­
,, cho, la exi-stencia de l,e,yes inmutables inscritas en los elementos 11 constitutivos de la natural.eza humana,-leyes que se revelan idénti­
,, cas en iodOs los sere.r dotados de f'azón.11
PAULO VI: Declaración de la Sagrada Congre­
gación para la Doctrina de
la Fe, acerca de ciertas
cuestiones de
ética sexual

el
29 de diciembre de
1975~ L'Osservatore Romano, edición semanal en
Lengua Española. Año VIII, núm. 3 (368), do­
mingo 18 de enero de !976.
Necesidad de que la conciencia psicológica no esté separada de
-Ja conciencia ·moral, orientada

al ámbito
de su respons-ahili~
dad

religiosa.
"Conciencia moral; he aquí otro capitulo grande de la antropo-
584
Fundaci\363n Speiro

"logía, es deci,,r, de la_ ciencia del hombre; un capítulo, ¡ay!, que el
"hambre profana y moderna pretende can frecuencia dejar incom­
,, pleto, cuando hace la apología de la conciencia para sustraerse a
"las exigencias extrlnsecas de la obediencia, limitando la consulta de
"su conciencia al primera y gran capitula de la conciencia psicaló­
' 'lógica, La cual, separad,, de la conciencia moral, orientad,, al ámbito
"de su responsabilidad 1'eligiosa, no és buena Consejera,-· registra la
"experiencia interior y exterior de las acciones humanar, se conten­
"ta can las análisis psicoanalíticos, hoy de moda, pero carentes de
"obligaciones éticas, carentes de conciencUJ moral, de suerte que el
"criterio distintivo entre bien y. md es puramente hedonístico, utiU-­
"tario, estét-i-co,
higiénico. La conciencia goza de un optimismo falaz
"y peligroso,

.semejante en
·sus aplicaciones prácticas al que tiene el
"que ya no consulta, o no consulta jamás, la verdadera y propia con­
,,
ciencia humana, y vive sin escrúpulos,

feliz por el hecho de con­
,, cederse a sí mismo toda cosa

deseablu
y posible, ,,
"Se habla reihnente mucho de conciencia, como máxima y única
"normal de la propia conducta; pera s• la conciencia ha perdida su
"luz moral, es decir, su sensibilidad del verdadero bien y del verda­
" dero mal, sensibilidad que
na puede dar arrancada de/ polo

del
"Absoluto,
del matiz religiosa, ¿adónde nas puede conducir? ¿Qué
"experiencia no puede autorizar abusivamente? ¿Bastará el código
"penal para hacer consegu,i,r que los

hombres sean
buenos, honestos
"y justos? ¿Y bastará una corrección legal? ( « ... yo soy un hombre de
"bien; no

haga
mal a nadie; mi certificada de penales está lim­
,, pio ... ».) ¿Bastará ptll'a asegurar a/. hombre su verdadero destino eter-­
" no? y ¿qué diremos de todos los que han ahogada la propia can­
"ciencia moral en homenaje
a una propia libertad irracional, una
"libertad pasional, o corruptible, o oruel, o, en cua/,quier caso, un li­
,, bertinaje rebelde a la ley dwina? ¿Una libertad, un libertinaje pe­
,, cador? ¡Dios nos libre de semejante abuso de conciencia!"
PAULO VI: Alocución en_ la audiencia general
del miércoles 12 de febrero de 1975 ( original ita­ liano «O. R.»,
13 de

febrero de
1975; traducción
de
Ecclesia núm. 1.730 de 1 de marzo).
El actual predominio de la espontaneidad y de la conciencia
psicológica sobre la conciencia moral, produce la explo­ sión de libertad
ciega., instinto pasional y delincuencia des­
enfrenada.
"Hay la autoridad y la ley que nos propongan una norma exte-
1' tMior, por más conforme que_ esté con las exigencias interiores de
"nuestro
ser, ya no agradan, y con frecuencia ni siquiera son escucha-
585
Fundaci\363n Speiro

"k. La espontaneidad parece se, el de,echo fundamental de la ac­
" ci6n humana. Triunfa Rourseau. La espontaneidad se ha cubierto 11,primero con las exigencias de la conciencia personal, sin dane mu­
,, chas veces cuenta de que la concienCM sicológica ha preval-ecido
"sobre la conciencia moral, -¡irwando a ésta de su visión sobre la
"obligación intrínseca
y extrinseca que la debe guiar, y de ah/ la
"explosión de una /ibe,tad ciega,

de
un instinto pasional, de una
''delincuencia desenfrenada;
de ahí, en resumidas cuentas, la ab-
1'dicación de la voluntad -inteligente 'Y verdaderamente responsable.11
PAULO VI: Catequesis en la audiencia general
del miércoles 3 de marzo de 1976, L'Osservatore
Romano, edición semanal en Lengua Española. Afio
VIII, núm. 10 (375), domingo 7 de marzo de
1976.
Peligro de sustituir el imperio de la conciencia moral por el
capricho de la conciencia psicológica.
" ... la relación entre conciencia y legalidad, problema psicológico,
"o
bien el

de
la relación entre ley vwiente y evolución civil, problema
"sociológico, o también el

de la relación entre el
jus conditum. y el
"jus condendum, problema histórico.
"Pero por
estar educados en la escuela de

la
ley, es decir, del
de­
" be,, del

orden,
en función
de los
p,·incipios gene,ales del

derecho,
"del bien

público
y del dinamismo jurldico hacia el bien común,
"no consideráis insolubles tales problemas, recordando, po-r una parte,
"ciertos valores absolutos de
la obligación moral, con el temor de
"Dios
y el amor evangélico, el respeto a la verdad, a la dignidad de
"la
vida
y de la persona humana, la inviolabilidad de la conciencia
"formada, la paz entre los hombres, y asi sucesivamente; yJ por otra¡
"querréis considerar
la excesiva facilidad con la que el hombre mo­
" de,no, que tan altwamente reivindica la propia libertad, es tentado
"después íntimamente¡
y a veces herido por un relativismo sistemá­
"tico
que lo somete
a las opciones

más
fáciles de la situación, de la
"demagogia, del hedonismo, del egoísmo,

de
suerte que exteriormente
"trata
de

impugnar la
«majestad de

la
ley» e, interiormente, casi

sin
"percatarse, sustituye

el
imperio de

la conciencia
moral, por el capri­
" cho de la conciencia psicológica."
586
PAULO VI: Alocución al Tribunal de la Sagrada
Rota del 31-1-74; («O. R.», 1-2-74; original ita­
liano, traducción de Ecdesia núm. 1.679 del 16 de
febrero).
Fundaci\363n Speiro

Nuestra conciencia personal: El psicoanálisis ante el análisis
de nuestras almas bajo el a8pecto de la teología. La Ley
y la autoridad objetivamente justificadas no humillan sino
que integran la personalidad del hombre consciente.
"Debemos ser valientes y animosos en el intento de llevar la re-
" novación

y
la pacificación, al, fondo, a/, centro de nuestra concien­
,,
cia

personal.
"Nos estimula un doble motivo de actualidad. El primero, es la
"importancia que hoy se atribuye._ al psicoanálisis, a esta vivisección
"de/,
proceso inconsciente de nuestro obrar, es decir, de nuestro tem­
" peramento,
de nuestras costumbres, de m1estra personalidad pecu­
''liar
(

cfr.
L. Aneo-na, El psicoanálisis). Sentimos estima por esta ya
"célebre corriente de estudios antropológicos, si bien Nos

no los
"encontramos siempre coherentes entre sí, ni-siempre confh-mados
"por experiencias satisfactorias y benéficas, m integrados por aquella 11 ciencia de los corazones, que nosotros bebi,,mos en la escuela de la
'· esph-itualidad cat6/ioa. Y todo esto nos basta ahora para observar
"cuán razonable y actual es
el anát.sis de nuestras almas, bajo el
"aspecto
de
la teología, de la ética, Y' de la ascética oristiana, tal
"como nos irwita a reflexionar y a profundk,w el

Año
Santo. Un
''
nuevo interés para la pedago gia interior de la fe vh4da parece re­
,, clamar nuestra atención y comprometer el arte didáctico de nuestros
"maesi-ros, tanto
escolares,

como
del espi1'itu.
"Otro motivo es el predominio adquh-ido hoy por la conciencia
,i personal, frente a la norma exterior que constantemente apremia a
"nuestra conducta. Aqui debería hacer la apologia, ciertamente, de
n la conciencia, no separándola, sin embMgo, como hemos dicho en
''otras ocasiones,
de la apología de la dirección, de la que tiene ne­
,, cesidad la conciencia, y que le viene de lt, ley de la autoridad, ob­
,,
jetivamente justificadas en el ejercicio de

sus
funciones, que no
"humillan, sino que integran la personalidad 'del hombre consciente."
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 7 de noviembre de 1973 ( «O. R.»,
8-11-73; original italiano; traducción de Ecclesia
núJri. 1.667 del 17 de noviembre).
Ni la espontaneidad ni las costumbres dominantes son criterio
moral. Hay criterios superiores para juzgar el bien y el mal.
Necesidad de
[a Ley natural y de magisterio de la Iglesia.
"Oiréis decir que es necesario dar a la propia vida un carácter de
"sinceridad, y por sinceridad se en#ende conceder la propia libertad
"aut6noma y personal a
los impulsos de la propia animalidad, de la
587
Fundaci\363n Speiro

''propia obsesi6n de placer sin superiores y 16gicos frenos al. propio ''mezquino egoísmo. Escucharé,, decir que hoy todo

el castillo de
la
"moralidad tradicional está en ruinas a causa
de las transformaciones
'' de la vida moderna y que el criterio dhectivo de nuestra conducta
"debe ser antropológico-social, es deci.r, debe. ser el conformismo a 11 las costumbres dominantes, Jm que tenga que corresponder a cri­''terios superiores del bien o del mal. Y oiréis, quizá, incluso en am­
,, bientes cristúmos, polemizar contra la fidelidad tradicional tanto a
"la «ley natural,», de la que .re contesta hasta la existencia, coma al
"Magisterio de la Iglesia, cuando. ésta se pronuncia en defenSt, de ''los derechos fundamental.es y ,agrados de la vida y de las costum­
''b,res que aún merecen el

nombre de
humanas y cristianas.
"Vosotros comprended a qué fen6menos éticos, social.es, pol/ticos
"puede atribuirse

esta
contradicci6n entre la firme mora/.idad cris­"tiana y la permisividad amoral. o la inestabilidad ética hoy de moda.
"¡Qué gran tempestad avanza sobre
el mundo, qué posible naufragio
''de la civllización
se puede ·,prever!JJ
PAULO VI: Alocuci6n en la audiencia general del miércoles 8 de agosto de 1973 ( «O. R.», 9 de
agosto de
1973, texto
italiano;- traducción de
Ec­cleJia núm. 1.655 de 18-25 de agosto).
La conciencia no crea su norma moral, sino que debe aceptar
y aplicar la re•ultante de la ley natural; y la virtud de la
obediencia no rebaja
la libertad personal sino que la pone en ejercicio conforme al orden de las cosas.
"El hombre e, libre; por ello debe poder escoger libremente lo "que le conwiene ·hacer. Las. interferencias extrínsecas de otros crite­
"rios no sólo disminuyen la libertad
del

sujeto,
sino que
pueden
"dañar su rectitud. Es muy verdadero: la conciencia interpreta e "impone la norma inmedi,ata a la acción humana y honesta; por lo 'mismo, nada mejor si l,i pedagogía moderna trata

de
poner en ac­,, ci6n a la conciencia, habituándola a pronunciarse en forma autó­
, 'noma, y a (UH" a este pronunciamiento una gran importancia ca/.ifi­
JJ cándolo como exquisitfllmente persontil y responsable .. Está bién. ,,
"Mas es tiquí donde· nuestra escuela integra la noci6n de con­
,, ciencia y
describe así una completa disciplina de la acción moral.
"según conciencia, afirmando
que

ésta
apela a una norma dada por
"la razón objetiva,
o en sus primeros principios intui#vos sobre el
"bien tj el mal, ( sindéresis), o en sus expresione.r racional.es más com­
" plejas (ley natural),
de donde resulta que la conciencia no crea su
588
Fundaci\363n Speiro

"norma moral,, sino que la debe aceptar y aplicar ( cfr. Rom., 11, 14-
" 15; 2.' Cor., 1,12; Santo Tomás, 1, 79,13) .. La conciencia-es un ojo
"interior, de por si no es la lu~ que hace ver. O mejor: no es lo que
"debemos hacer. Sin embargo, en tanto la conciencia puede mandar
"en cuanto
obedece ella misma (

cfr.
Plat6n, Apol. de Sócrates: La
"ciencia como compromiso moral).
"Esto puede ser muy importante, si

se
comprende bien, pues nos
"advierte que la conciencia tkne necesidad de un gobierno que la
"trascienda; y es la exigencia que emana de la razón; la cual, a su
J! vez, tiene necesidad de ser instruida .por la enseñanza natu,ral, cuan­
"do esto basta a veces; o bien por la fe y por el magisterio que la
''propone, cuando la razón no basta: Con las dos observaciones siw
"guientes;
la primera se
refiere a
la necesidad de distinguir la

con­
,, ciencia puramente psicológica, y la experiencia en nuestra vida
"diaria1 de la conciencM moral, que es la que úni.ccnnente nos guía
"en la clasificación del bien y del mal,, de lo lícito y de lo il/cito,
"y es la única que nos sostiene en el p-ronunciamknto de la elección
''libre, autónoma y responsable,-la otra· observación nos muestra
"la razón
de ser de una vh-tud de la cual, no se quiere oir hablar y
"es
la obediencia, la cual no suprime la libertad persona/,, sino que
"la
pone

en
ejercicio, cuando el orden de las cosas justifica que otra 11 voluntad, es decir, la autoridad, propone a nuestra voluntad su com­
" portamiento razonable (cfr. St. Tomás, II-11, 104,1)"
PAULO VI; Alocuci6n en la audiencia general
del
miércoles 24 de julio de 1974 ( origÍnal italia­
no «O. R.». 25 de julio de 1974; traducción de
Ecclnia núm. 1.703 de los sábados 10-17).
Nuestra acción moral no puede liberarse de toda ley externa,
ni ser reducida a una dimensión horizontal.
'"Hablamos de la actividad moral,, de la acción buena, conforme
"a
la
recta razón y a la ley eterna de Dios (

cfr. Santo Tomás, I-11.
n21, 1). Y a este respecto parecen oportunas do.r observaciones en
"orden a la actJvidad a 1" que aspiran ciertas corrientes teórico-prác-
11 ticas del pensamiento contemporáneo.
"La primera observación se refiere a la tendencia a liberar a la
"actividad humana (

si
es posible)

de toda ley
externa, y esto en ho­
" menaie a una concepción absoluta y acéfala de

la libertad
persona/,,
"a la cual, ninguna otra regla ( sa/,vo la indispensable para la iupervi­
" venda
del orden público) podría proponerse que no se,i sugerida
"por
la conciencia, liberada también ésta del

deber
y de la norma
".ruprema de un bien objetivo y trascendente. Esta tendencia parece
589

Fundaci\363n Speiro


,. estar ahora de moda. Es l "permisividad desvincu/.«da
de normas exteriores de la autorútad -ca­
" lificadas
como represivas-JI orientadas hacía opciones que el mte­
" rés, la pasi6n, el placer, conducen a una instintiva y caprichosa fa­
" cilidad y a una consecuente y progresiva deformación de la perso­
"nalidad humana, ya se exalte ella en el engreiméento del super­
" hombre,
o ya no tenu, degradarse en los niveles inferiores de la ,, deüncuencia violenta o-vü.1 o bien de la degradación animal e irres­
" ponsable.
Esta tendencia no conduce la acción a manifestaciones ver­
"daderamente humanas,
y mNCho menos verdaderamente cristianas.
"
"La otra vertiente dominante en el campo de la acción, corriente
''sobre
la que igua/,mente invocamos vuestra atención crítica, es la
"que pretende liberar a la acción del hombre de motivaciones lla­
'' madas vertictdes (nosotros podemos decir sencillamente religiosas)
"para se, sustituidas
como suficientes y exclusivas por las motiva­
" ciones horizontales, es decir, humanas, sociológicas, experimentales.
"En otras palabras; si la sínte5is de la ley que debe inspirar, dirigir,
"obligar, sadrface, la activútad humana, es para nosowos, seguidores
''de Cristo, la
que proclama la primacía del amor, digno de amor
"total
y supremo, y, como reflejo y consecuencia, impone el amor
"del prójimo en
medida análoga al amG1' que cada uno se tiene a
"si mismo (

cfr. Mt.,
22, 37), la mentalktad hreligiosa moderna que­
'-'rría separar del amor de Dios, como· si esta,,anhelante aspPración
"hacia el infinito e invisible Bien 1/Wo y supremo fuese mítica y "suprema; separar --decimos- de aquel amor a/. prójimo, como si
"esto fuese lo único verdaderamente real y suficiente para alimentar
'' la más generosa y auténtica actividad humana. T ttmbién esta men­
"talútad está de moda, y se la aplica a la interpretación del misterio
''de Cristo, «el hombre para lo.r demás», mientras permanece reti­
" cente y, con frecuencia, desvanecúta la fe en la teología sobre la
"verdad íntegra de nuestro Señor. Podemos admirar en esta espiri­
"tualútad la exaltación debida a Cristo salvador, que nos ha enseñado
"la caridad hada
el prójimo; y prójimo, según el Evangelio, es la
"humanidad entera, especialmente la más necesitada de ayuda ( cfr.
"la parábola del Samaritano); y de este modo podemos obedecer dó­
" cilmente a la lección evangélica que antepone en ciertos casos el
"ejercicio del amor del prójimo al eje,cicio del culto divino ( cfr. Mt.,
"5, 24; I Jn., 3, 17; 4, 20; Is., 2, 14, ss.).
"Pero si la obra

de
caridad hacia el prójimo, en ciertas situacio­
n nes, debe precede, y prevalecer sobre los actos religiosos, esto no
"significa que la excelencia de la caridad hacía Dios pierda su pri­
"macía y su obligación. Del amor de Dios, de la conciencia reli­
''¡iosa,
debe sacar su alimento el amor por

los
hombres; ¿cómo po-
590
Fundaci\363n Speiro

n dremos considerar en todo caso a los hombres como hermanos, si
"ut'kl común paternidad divina na nos obügare a ello; si una mística
"transparencia de Cristo, reconocida en el

hombre
enfermo, débil,
"humillado y, acaso, enemigo, no infundiese en nuestro espíritu una
nparad6jico preocupaoión
de amor gratuito? ¿Y será capaz, acaso,
''nuestro sentimiento reUgioso
de entorpecer y paralizar nuestra ansia
"de amor,
de servicio, de

progreso
social, de sacrijioi.o por la Hu­
''manidad, cuando, una vez más, el apóstol Pablo infunde en nuestros
"espíritus
esta espléndida fórmula pro gramática: «En Cristo J esúr. ..
"vale
la fe
operante por medio del amor». (Gál., 5, 6).
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 9 de octubre de 1974 ( original ita­
liano «O. R.», 10-X-74; traducción de
Ecclesia
núm. 1.713 del sábado 26 de octubre).
Insuficiencia de la conciencia moral por sí sola. Ha de menes­
ter

una ley.
"¿Y será sufioiente mantenerse responsables ante la propia con­
,, ciencia? La conciencia moral es, ciertametlte, el criterio próximo e
"indispensable de la honestidad de nuestras acoiones; y quiera Dios
"que en la educación
de la personalidad humana siempre sea ella

te­
'' nida en honor; pero la conciencia tiene necesidad de ser instruida,
"informada, orientada acerca
de la bondad ob¡etiva de la acoión a
''llevar a cabo; .ru juicio mI/imtivo e intu#ivo no es suficiente; ha
''menester de
una norma, ha menester de una ley,· de atro modo, su 11 juicio puede alterarse bajo el impulso de las pasiones, de los intereses
"o de los
e¡emplos ajenos. De

esta
manera, la vida moral vive de
"utoplas o

de instintos;
y, como hoy acontece,
es
una vida moral do­
,, blegada a las circunstancias exteri01'es, a las situodones, con todas
"las consecuencias
de relatWismo y de servilismo que se derivan,
'' hasta
comprometer la rectitud de conciencia, que llamamos carác­
" ter,
y hacer de los hombres una masa de «cañas agitadas por el vien­
"to»
(Mt.
11,7)."
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 8 de agosto de 1973 (
«O. R.»,
9 de
agosto de 1973; texto italiano; traducción de
Ec­
desia núm. 1.6,:; de 18-25 de agosto).
Educaoión objetiva de la conciencia subjetiva.
"La conciencia subjetiva es la p-rhnera e inmediata norma de
"nuestro obrar, pero ella tiene necesidad de

luz, es
decir, de ver
591
Fundaci\363n Speiro

"cuál es la norma a segui,,, especialmente cuando la acci6n no tiene
"en sí misma la evidencia
de las p,of'Ms exigencias morales; tiene
"necesidad
de

ser
educada y entrenada acerca de

la opción
correcta
"y óptima
por

el
magisterio de una ley pública, o en cualquier caso
"informada y
sabedora del orden global en el

que se
desarrolla nues-
1'tra vida;
y d6cil a esta sabiduria es ella misma la que encuenti-a justa
"y obligada la obediencia
al orden legitimo.''
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 28 de marzo de 1973 («O. R.»,'-29-
3-73; original

italiano; traducción de
Bcclesia nú­
mero 1.63 7 del 7 de abril).
Sentido moral es la conciencia del orden extrínseco, trascen­
dente a
nosotros-.
"¿Qué entendemos por sentido moral? Pregunta importante.
"Es la conciencia innata del bien y del

mal;
confirmada por el 11 juicio orientado no sol,amente a lo que-es bueno y a lo que es malo,
"sino tambMn a
lo que debe ser bueno para

nosotros
y lo
que debe
"ser evitado porque es malo para nosotros.

Es un concepto
funda­
" mental, que implica inteligencia y voluntad sobre las
cosas

que
de­
"
ben hacerse y no hacerse; implica el iuego decisivo de la libertad,
"por tanto, el

del
deber, y aquel otro sucesiso de la ley, de la norma
'' directiva de nuestras acciones
y1 en consecuencia, del de la autori­
"ridad de

que
emana la ley. Podemos decir (prescindiendo de las
"exigencias verbales filosóficas)
que

es la
consideración, es
decir, la
"conciencia del

orden a
cumplir dentro y fuera de nosotros.
"Este instinto, esta orientación espontánea en p1'flmer lugar, pen­
"sada
y querida luego de la obligación moral, ratificada por un ma­
" gisterio extrinseco
y social, o bien por el religioso, y orientada a la
"acción según un plan natufal., intuido este mismo como reflejo de
"una intenci6n trascendente, también

nosotros lo
llamamos moralidad.
"¿Cuáles son las fuerzas, los estimulos, que entran en ¡uego? ¿El
"deber? ¿Las pasiones? ¿Los

intereses?
¿Las costumbres?
¿El
ejem­
''plo? ¿El temor

... ? Es toda
una gama que el

educador conoce
perfec­
"tamente
y que la conciencia, es decH', la reflexi6n personal, está
"llamada a valorar en su honestidad y a dosificar con opción volun­
" taria en
la eficienoia de-sus fflflujos ejecutivos."
592
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 19 de septiembre de 1973 ( «O.
R.»,
20-9w73; original

italiano, traducción de
Ecclesia núm. 1.660 del 29 de septiembre).
Fundaci\363n Speiro

La conciencia moral exige a Dios como término lógico y prin­cipio
ontológico,
"Consideremos ahora la conciencia como juicio stJbre la mara­
"lidad de nuestra actua&i,ón,
como intuición ética superior y, por

ello
"mismo, relativa al criterio absoluto

del
bien y del mal; relaci6n que
"se polariza
en su centro inevitable, casi como un lugar geométrico
'' exigido por un designio determinado, que es Dios. La conciencia
"moral, conducida en su
espontáneo y l6gico desarrollo, exige a Dios
"como

té,,m;i,no l6gico
y, por tanto, coino principio ontol6gico."
PAULO Vf: Alocución en la audiencia general
del miércoles

13 de
marzo de
1974 ( original
ita­
liano «O. R.», 14-3-74; traducción de Ecclesia nú•
mero

1.686 del 6
y 13 de abril).
El sentido del deber, de la obligación moral, debe prevalecer
en nosotros
al sentido de nuestro derecho.
"... es necesario restaurtW en nosotros el sentido del deber, es
"decir, el concepto de obligaci6n moral, del bien y del mal, de la ho­
,, nestidad y
del pecado; hasta tal extremo

hemos
dejado hoy preva­
"lecer en nosotros
el sentido de nuestro

derecho
y frecuentemente
"de nuestra indiscriminada libertad, que fácilmente olvidamos otras
"bases morales,
como la del bien común, y con ella, a pesar de que
"tanto
se habla y se trata de cambiar el

rostro de
la sociedad, la ca­
,, ridad y la justicia hacia el pr6jimo,
el orden civil, el servicio pro­
''gresivo
de

los
hermanos menos favorecidos económica y físicaim,en­
"te;
y sucede que. la convivencia se convierte en una lucha en la que
"el egoísmo individual y colectivo

prevalece
sobre el derecho ajeno
"y sobre el amor a los que, por el hecho de ser hombres, son herma­
,,
nos nuestros1 según el Evangelio.
" "... alterando el concepto auténtico del amor que se da a los
"demás en concepto de amor que dirige a sí todo interés y todo
"cuidado, existe quien hace

del
placer, y por ello, a veces,

de
la
"pasi6n y
el vicio, un titulo de licitud que consiente su goce al margen
"de su finalidad honesta, hasta
el campo de

la
experienda física o
nfantástica (pensad en cierta literatura, en ciertos espectáculos, en
"cierto hedonismo rentable), que supera, a veces, los límJ.tes de la
"dignidad personal y de la salud física. Es necesario también en este
"campo que
la permisividad, hoy de

moda,
carente de limites mo­
" ra/es racionales y rigurosos, vuelva
a

la
palabra del Ap6str>I: «Si
"vivís según la carne, moffléis; pero si con el espíritu fortificáis las
"pasiones de ú, carne, vivH'éis» (Rom., 8, 13).
PAULO VI: Alocuci6n en la audiencia general
del miércoles
13 de

agosto de 1975 (original ita­
liano «O. R.». 15 de agosto de 1975, traducción
de
Ecclesia núm. 1. 7'.54 del sábado 30 de agosto).
593
Fundaci\363n Speiro

Necesidad del sentido de[ pecado para la vida moral,
"¿Podemos, por ejemplo, excluir de nuestra mentalidad moral el
"sentido del pecado? No podemos, porque

el
pecado incide en nues­
"t,ra relaci6n
con Di.os. E1 una de las verdades básicas de nuestra n concepci6n ético-religiosa; todaJ nuestras acciones terminan, posi­
"tiva o negativam(M1-te, en el -orden querido por Dios para nosotros.
''Sin embargo, la mentalidad radicalmente láica de nuestro tiempo
"anula
la primera y más fund""'ental responsabilidad moral, negan­
" do u olvidando la referencia de nuestras acciones a la mirada de
"Dios, la referencia negativa especíalmente;
esto es, la ofensa

hecha
na Dios, que es

el
pecado, El cristiano no puede adscribir.re a esta
"quiebra fundamental del sistema moral.
Aquí

está
implicada toda "la economía de la Redenci6n."
PAULO VI: Alocución en la audiencia general del miércoles 8 de agosto de 1973 (O. R.>>, 9 de
agosto de 1973, texto italiano;
traducción de
Ec­clesia núm. I.655 de 18-25 de agosto).
La doctrina de la _ Iglesia custodia, transmisora e intérprete de los principios de orden moral que fluyen de la misma na~ turaleza humana.
"Cristo ba instituido su Iglesia como «columna y fundamento de
"la verdad».
Con la asistencia del Espíritu Santo

ella
conserva sin "cesar y transmite sin error las verdades de[, orden mora/, e interpreta "auténtic-eme no sólo la ley positiva revelada, sino t""'bién «los "principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza hu­
" mana» y que atrmen
"1 pleno desarrollo y santificaci6n del hombre.
"Ahora
bien, es un hecho que la Iglesia, a lo largo de toda su "historia, ha atribuido constantemente a un cierto número de pre­
" ceptos de la ley natural valor absoluto e inmutable, y que en la "transgresión de los mis"mos ha venido una contrttdicci6n con la doc­
"trina y el espíritu del Evangelio."
594
-PAULO VI: 'Dédára.d6n de la Sagrada Congre­gación para la Doctrina de la Fe acerca de ciertas
cuestiones de ética . sexual el 29 de diciembre de 1975, L'-Os.iervatore_ Romano, edición semanal en Lengua Española, Año VIII, núm. 3 ( 368), do­
mingo 18 de enero de 1976.
Fundaci\363n Speiro